En 1 Reyes 3:16-28 encontramos uno de los relatos más extraños de la Biblia.
La curiosa historia cuenta el conflicto entre dos prostitutas que se disputan el mismo hijo y la intervención del rey Salomón para aplicar justicia. Lo extraño es la identidad de los protagonistas y el momento en el que ocurre.
La respuesta es Cristo…
Tras salir de Egipto más de 400 años antes Israel ha pasado siglos de caos en lucha constante – y con poco éxito – por establecer fronteras seguras, alcanzar unidad política interna y adelantar su desarrollo espiritual.
Con el establecimiento del reino bajo Saúl iniciaron un nuevo capítulo, primero haciéndose respetar frente a sus enemigos, y luego poco a poco uniéndose bajo un sólo líder.
Con el reinado de David el compás espiritual de la nación fue hallando su norte.
Y llegamos así a 2 Samuel 7 donde Dios reitera su compromiso eterno con la nación, y en particular con David y su familia, prometiéndole que el hijo que le naciera será parte de su linaje, hijo de Dios mismo, y que Dios establecería para siempre su trono y descendencia.
En el primer libro de los Reyes estas promesas comienzan a cumplirse parcialmente cuando Salomón, el principe de paz (pues este el significado de su nombre) asciende al trono y consolida su poder sobre las 12 tribus de Israel. Reconociendo la difícil tarea que le espera, Salomón demuestra también humildad al suplicarle a Dios que le de sabiduría para poder gobernar bien al pueblo.
Y en medio de todo este mega plan que muestra el desarrollo del propósito de Dios para con toda una nación, la insólita intervención del rey para resolver un pleito entre dos prostitutas por un bebé resulta al menos extraña y poco trascendente.
¡Pero qué sorprendente es el texto bíblico!
Para comprender este momento tenemos que ampliar nuestra perspectiva y Mateo 1:1-17 es la clave.
Para un lector casual de la colección de los 39 libros del Antiguo Testamento, la pregunta más importante que suscita el texto es la obvia: ¿A quién le van a interesar 4000 años de la historia de una tribu de ex-beduinos morando en un territoria insignificante del medio oriente…?
La respuesta es Cristo.
El Antiguo Testamento es la historia de Cristo – escrita acerca de él, para él, y terminada siglos antes de que naciera. En Cristo comprendemos que todas esas historias tan raras como la de la sentencia de Salomón eran parte de un tapiz oriental tremendamente bello y complejo que se venía hilando desde antes de Génesis 1.
¿Y cuando Cristo vino, cual fue *su* historia? ¿De qué habló constantemente durante los 3 años de su ministerio?
La historia que contó constantemente era la del reino de Dios. Y su historia del reino no era adelantos tecnológicos o naves espaciales y milagros de la ciencia, sino una historia de paz, salud, justicia, abundancia, mansedumbre y misericordia.
Cristo nos enseña que toda la Biblia es la historia del desarrollo del propósito de Dios de establecer su reino eterno sobre toda la tierra. Y ese es el contexto en el que podemos comprender la extraña historia de 1 Reyes 3.
En resumidas cuentas, la historia de las prostitutas y el bebé es una historia de justicia.
Cuando leemos estas historias del Antiguo Testamento, aunque describen acontecimientos reales, tenemos que leerlas casi de la misma forma en que leemos las parábolas de Cristo, analizando cada detalle, tratando de comprender el significado de cada acción, palabra y personaje. Para que la historia sea efectiva tiene que ser tanto específica como aplicable.
En este caso el texto nos dice que las dos mujeres son prostitutas. ¿Cómo comprender el papel de estas mujeres, en este momento, dentro del mensaje eterno y universal de la Biblia…?
Tendemos a pensar en la prostitución casi como que si fuera una profesión que las mujeres eligen, casi como que al ir terminando el colegio nuestras hijas hubieran estudiado diligentemente para completar examenes, se hubieran reunido con los consejeros de carreras y al final hubieran elegido la prostitución como su profesión deseada.
Si ese ha sido nuestro concepto, qué absurdo que hayamos pensando así.
En una sociedad patriarcal como la de aquel tiempo – no tan distinta de las sociedades en que la mayoría de nosotros actualmente vivimos – la prostitución es la última y trágica opción de personas vulnerables y desesperadas. Personas que han perdido la protección de padres, hermanos o esposos, mujeres, a veces hombres, explotad@s y sol@s. La prostitución es una terrible realidad que se manifiesta en sociedades corruptas que no defienden a sus ciudadanos más frágiles, sociedades que publicamente deploran la ‘corrupción del orden social’ mientras que tras el velo del anonimato explotan y destruyen las vidas de mujeres y hombres por satisfacer deseos perversos.
La prostitución es un cancer de sociedeades complices en la venta y explotación de almas humanas.
En 1 Reyes 3 la prostituta que es recibida ante el hijo ungido de David para recibir justicia representa a todas aquellas personas explotadas y carentes de derecho y justicia en sociedades corruptas que viven, sólo para proteger los intereses de los poderosos.
Esta historia tan sorprendente nos está diciendo que cuando el Rey prometido por Dios se establezca sobre su trono, lo primero y más importante que hará es utilizar su poder para recibir, escuchar y defender a las personas más vulnerables de nuestras sociedades.
1 Reyes 3 es lo que Cristo vivió como el amigo y defensor de enfermos físicos y mentales, de niños, mujeres, viudas, extranjeros, pobres y todas las personas débiles e indefensas que van cayendo a la periferia de nuestras supuestas civilizaciones.
El llamado para cada uno de nosotros es claro y preciso: ¿qué estamos haciendo, cada uno de nosotros, en nuestro lugar, y en este momento, por defender a las personas vulnerables que nos rodean? ¿Donde estamos cuando levantan la voz las viudas y los huérfanos que día a día nos rodean?
Ninguno de nosotros es rey (o reina) como Salomón, pero *todos* tenemos oportunidad de levantar la voz o las manos por la justicia en nuestro hogar, vecindario, colegio o lugar de trabajo, cuando hacemos las compras o vamos por la calle.
No pretendo decir que es sencillo. Es relevante que Salomón reconoció que liderar es complicado y le pidió a Dios sabiduría. En este día que nuestra oración sea la de Salomón: “antes que todo, Dios, dame sabiduría para poder conducirme bien en esta vida tan complicada que enfrento”.
Pero nuestra oración más ferviente debe ser la que Jesús nos mandó – Venga tu Reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.
Sí, ven, Señor Jesús.