1. Donde el cristianismo moderno falla

Comenzando bien
Alguien dijo cierta vez que jamás se podrían hallar ateos en una balsa salvavidas a la deriva. Esta es otra manera de decir que cuando la gente está en una situación desesperante, no puede permitirse el lujo de hacer caso omiso de Dios.

La dura realidad es que todos nosotros estamos siempre en una situación desesperante. Cuando la gente se da aires y se burla de Dios, está viviendo en un mundo de ilusiones. No se da cuenta de que en el mejor de los casos, la vida es breve y precaria. ¡En el mejor de los casos! Y en estos tiempos de guerras mundiales y armas nucleares, la vida es más incierta que nunca. No hay más que un paso entre nosotros y la muerte.

Empecemos, pues, reconociendo que necesitamos a Dios. Todos estamos en la misma balsa salvavidas; el mar está agitado y el cielo oscuro y amenazante. No nos atrevamos a fingir que no creemos en El.

Como creyentes en Dios, nos hacemos la pregunta: ¿Podemos hallar una manera razonable y satisfactoria de adorar a este Dios en quien creemos?

¿Estaría yo en lo correcto si presumiese que también creemos en Cristo Jesús? ¡Bien! Entonces parece que deberíamos ser miembros entusiastas de la comunidad que Cristo fundó.

¿Qué es lo que falta?
Pero alguno puede protestar que el asunto no es tan fácil. Por mucho que respetemos y admiremos a Jesucristo, no nos sentimos muy contentos con el cristianismo moderno. Es difícil explicarlo, pero parece que algo le falta.

Es verdad que hay algo inadecuado en el cristianismo moderno. Muchos cristianos están de acuerdo en esto, y anhelan fervientemente que fuese de otra manera. Aunque las sectas de la cristiandad son muchas y variadas, hay una igualdad fundamental en la mayor parte de ellas, y hay algo que hace falta.

Fuera de contacto…
¿Dónde falla el cristianismo moderno? Para empezar, no es suficientemente moderno en lo que a las cosas importantes de la vida se refiere. ¡No me entiendan mal! Muchas comunidades cristianas se esfuerzan más de la cuenta para estar al día con la civilización moderna, pero no están al corriente de los verdaderos problemas de nuestra época. El mundo está plagado de problemas que los cristianos modernos no pueden resolver.

He aquí algunos de los interrogantes que son demasiado difíciles para los cristianos de hoy:

  • ¿Habrá otra guerra mundial?
  • ¿Será destruida la civilización?
  • ¿Cuál es la respuesta de Dios a las armas nucleares?
  • ¿Podemos esperar confiadamente el tiempo cuando habrá «gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres»?
  • ¿Deben los cristianos participar en la guerra?
  • ¿Podemos esperar que Dios intervenga en los asuntos humanos?
  • ¿Encuadra la política internacional en el programa divino, o es cuestión de azar?
  • ¿Qué está sucediendo realmente en el Medio Oriente?
  • Si Dios es un Dios de amor, ¿por qué permite el sufrimiento?

Tiene que haber algo deficiente en un cristianismo que no es capaz de afrontar problemas tan vitales como estos.

Prosiguiendo un poco más con el tema, supongamos que hiciésemos la primera pregunta arriba mencionada—»¿Habrá una nueva guerra mundial?»—a personas competentes para hablar en nombre de algunas de las más numerosas y respetadas sectas cristianas. No habría en sus respuestas un consenso apto para inspirar nuestra confianza, y en realidad no nos dirían absolutamente nada. Es probable que las respuestas se dividirían en dos tipos. Uno se expresaría más o menos así: «Es imposible predecir con precisión lo que el futuro tiene reservado para nosotros, pero está claro que a menos que los hombres aprendan a vivir en paz, otra guerra es inevitable.» Una piadosa trivialidad que a nadie le edifica. El otro tipo de respuesta sería la afirmación dogmática de que para un cristiano de verdad una tercera guerra mundial es inconcebible; pero no se adelantaría una partícula de evidencia que respaldase tan agradable opinión.

…con Cristo
El cristianismo moderno no es suficientemente moderno. No puede enfrentar los problemas del mundo actual. Pero aunque esto parezca contradictorio, el cristianismo moderno tampoco es suficientemente antiguo. La franca verdad es que el cristianismo de la mayoría de los cristianos de hoy no es el cristianismo de Cristo. Si lo fuese, sería tan relevante hoy como lo era cuando Cristo estaba en la tierra. El cristianismo moderno está fuera de contacto con este mundo moderno porque no es el cristianismo original.

Volvamos a un comentario anterior. Dije que muchas comunidades cristianas tratan desesperadamente de estar al día. Este es precisamente el problema. Están demasiado preocupadas con mantenerse a la moda con las últimas ideas. Perciben que han perdido una gran parte de su influencia, y temen que disminuya aún más si se muestran anticuadas. En consecuencia, han «recortado» su cristianismo, y en sus esfuerzos por adecuarlo al pensamiento moderno, lo han desprovisto precisamente de aquellas cosas que lo hacen excepcional. Nótese la ironía: los cristianos modernos no pueden tratar los problemas modernos, ¡porque están esforzándose con demasiado ahínco para ser modernos!

Si los cristianos de hoy solamente conociesen la autoridad y el poder de la religión que Cristo fundó, abandonarían todas sus inhibiciones y mantendrían la cabeza erguida. Además podrían afrontar los problemas del mundo moderno. Dios conoce las soluciones de los problemas que dejan perplejos a los hombres, y ha invitado a sus siervos a que ellos también las descubran.

Dije anteriormente que los cristianos de hoy han recortado su cristianismo para adecuarlo al pensamiento contemporáneo. Permítame ser más explícito. En su afán por estar a tono con el mundo moderno, muchos cristianos niegan o restan importancia a dos características distintivas y esenciales del cristianismo de Cristo:

1. La autoridad de las Escrituras.

2. Los milagros.

Hay una notable similitud entre la actitud de los cristianos modernos y la de los saduceos de la época de nuestro Señor. De los saduceos, Jesús dijo:

«Erráis, ignorando las Escrituras y el poder de Dios.» (Mateo 22:29)

Unicamente un cristianismo que acepta la autoridad absoluta de las Escrituras y cree que Dios realiza milagros, tendrá sentido.

2. Un mensaje del Creador

Dios da las instrucciones
Concretémonos a cosas básicas. Creemos en Dios, y deseamos adorarle en forma correcta. ¿Cómo empezaremos?

Podemos hacer una de dos cosas. Podemos tomar nuestra propia decisión sobre cómo adorar a Dios con la esperanza de que sea aceptable para El; o podemos seguir las instrucciones de Dios.

Obviamente, el segundo camino es el correcto. Seríamos insensatos y arrogantes si tratáramos de elaborar nuestro propio sistema de adoración, cuando Dios ha emitido sus instrucciones. Estaríamos buscando problemas.

¿Dijo usted que no está seguro cuáles son las instrucciones de Dios, de modo que halla difícil decidir cómo ha de considerar la Biblia? Por supuesto, usted admite que la Biblia es un libro excepcional, y está muy impresionado por ciertas porciones de ella, especialmente aquellas que hablan del Señor Jesucristo. En verdad usted no duda de que algunas partes de la Biblia son divinas; pero quizás diría que otras partes llevan tan claramente las marcas de la imperfección humana, que no tiene confianza en ellas.

Haciendo distinciones—de alguna manera

Un poco de razonamiento le ayudará en esto. Usted dice que cree que algunas partes de la Biblia son divinas, pero que otras son humanas e imperfectas. De modo que tiene que distinguir entre lo que es humano y lo que es divino. Usted ha de reconocer que las partes divinas, siendo divinas, son de un valor incomparable, mientras que para usted las partes humanas tienen relativamente poco mérito. De manera que este asunto de distinguir entre lo divino y lo humano en la Biblia es prácticamente la tarea más importante que usted tendrá que realizar. ¿La ha tomado en serio, y en realidad se ha dedicado a realizarla?

¿Y cómo le ha resultado? ¿Qué opina de las cartas de Pablo: son humanas o divinas? No olvide que fue Pablo quien nos dio aquel hermoso capítulo acerca del amor cristiano: 1 Corintios 13. ¿Considera usted que fue inspirado por Dios para escribirlo? Me pregunto si usted estará pensando que otras declaraciones de Pablo no están a la altura de este capítulo sobre el amor. Así, pues, tendrá usted que distinguir entre las partes divinas y las humanas de los escritos de Pablo. ¿Verdad que esto se está poniendo algo complicado?

¿Qué opina usted del libro de los Proverbios? Algunos creen que los consejos que nos dan los Proverbios son maravillosos, en realidad divinos. Otros dudan de algunas partes. Cuando las personas empiezan a distinguir entre un pasaje y otro, diferentes personas tienen criterios diferentes. Esto viene a significar que diferentes personas tienen en efecto diferentes Biblias.

¿Y qué de los Salmos? ¿Algo severos en partes, dice usted? ¡Es extraño, entonces, que Jesús los haya citado tanto!

¿Se da cuenta a qué hemos llegado? Si cree en una Biblia que es en parte humana y en parte divina, nunca sabrá con seguridad dónde trazar la línea entre las dos partes; y aun cuando usted creyera saberlo, otras personas no estarían de acuerdo con usted. Obviamente, el resultado será confusión e incertidumbre. Como las personas son humanas, tenderán a aceptar aquellas partes de la Biblia que les agradan, y rechazar aquellas que les desagradan. Inevitablemente, la autoridad de todo el libro, incluyendo sus pasajes más importantes (si hemos de distinguir) será disminuida. Lo cual nos lleva de nuevo a donde comenzamos. Si consideramos que la Biblia es una mezcla de sabiduría divina y opinión humana, nunca estaremos seguros de cuáles son las instrucciones de Dios.

¿Se cree seriamente que el Creador del universo, tras haber preparado un mensaje de vital importancia para nosotros los seres humanos, permitiría que se mezclase tanto con escritos humanos que nadie pudiese distinguir con certeza cuáles partes eran humanas, y cuáles divinas? ¿Actuaríamos nosotros con tan poca inteligencia?

La unidad entre los testamentos
Algunas personas creen que la línea debe trazarse entre los dos testamentos. Consideran que el Antiguo Testamento es humano, y el Nuevo Testamento divino.

Esto demuestra que tienen muy poco conocimiento del Nuevo Testamento, aunque afirman que lo consideran divino. Una característica importante de las Escrituras del Nuevo Testamento es que repetidamente testifican que el Antiguo Testamento es divino, autorizado e infalible.

Por ejemplo, hablando del Antiguo Testamento, Pablo dice:

«Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra.» (2 Timoteo 3:16-17)

Y Pedro:

«Porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.» (2 Pedro 1:21)

Y el Señor Jesús:

«La Escritura no puede ser quebrantada.» (Juan 10:35)

Estos son tres pasajes de entre muchos del Nuevo Testamento que nos obligan a creer que el Antiguo Testamento es divino, autorizado e infalible. Si creemos al Nuevo Testamento, debemos creer a estos pasajes, puesto que son parte de él; y si aceptamos estos pasajes debemos también aceptar el Antiguo Testamento al cual recomiendan. No hay manera de evadirlo. Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento deben considerarse como divinos. O por el otro lado, si usted así lo desea, ambos deben rechazarse.

El poder de la profecía bíblica
Quizás usted desearía alguna evidencia positiva de que las Escrituras son un mensaje de Dios. Considere los siguientes pasajes referentes al pueblo de Israel:

«Haré desiertas vuestras ciudades, y asolaré vuestros santuarios, y no oleré la fragancia de vuestro suave perfume. Asolaré también la tierra, y se pasmarán por ello vuestros enemigos que en ella moren; y a vosotros os esparciré entre las naciones, y desenvainaré espada en pos de vosotros; y vuestra tierra estará asolada, y desiertas vuestras ciudades.» (Levítico 26:31-33)

«Y serás motivo de horror, y servirás de refrán y de burla a todos los pueblos a los cuales te llevará Jehová.» (Deuteronomio 28:37)

«Y Jehová te esparcirá por todos los pueblos, desde un extremo de la tierra hasta el otro extremo; y allí servirás a dioses ajenos . . . Y ni aun entre estas naciones descansarás, ni la planta de tu pie tendrá reposo; pues allí te dará Jehová corazón temeroso, y desfallecimiento de ojos, y tristeza de alma; y tendrás tu vida como algo que pende delante de ti, y estarás temeroso de noche y de día . . .» (Deuteronomio 28:64-66)

«Y destruiré a todas las naciones entre las cuales te esparcí; pero a ti no te destruiré, sino que te castigaré con justicia; de ninguna manera te dejaré sin castigo.» (Jeremías 30:11)

«Oíd palabra de Jehová, oh naciones, y hacedlo saber en las costas que están lejos, y decid: El que esparció a Israel lo reunirá y guardará, como el pastor a su rebaño.» (Jeremías 31:10)

Aquí tenemos claras predicciones de lo que sucedería al pueblo de Israel si era desobediente:

1. Sería esparcido por todo el mundo.

2. Sería refrán y burla.

3. Sufriría terribles persecuciones.

4. Su tierra sería asolada.

5. Sobreviviría como nación, a pesar del esparcimiento y la persecución.

6. Por fin sería reunido de nuevo a su propia tierra.

Nadie puede negar que esta cadena de increíbles profecías se ha cumplido. El hecho de que las Escrituras hayan previsto el curso total de la historia judía exige una explicación. La que aquí presentamos es que la Biblia es capaz de hacer estas y muchas otras predicciones increíbles porque es un mensaje de Dios. ¿Conoce usted alguna explicación mejor?

Profecías del Mesías
Me he referido a otras predicciones increíbles. Por ejemplo, considere aquella serie de profecías relativas a la vida y misión del Señor Jesucristo. No es una exageración decir que la vida de Jesús está escrita por anticipado en las páginas del Antiguo Testamento. Su lugar de nacimiento, su predicación, sus amigos, sus enemigos, la conspiración, la traición de un amigo, las treinta monedas de plata, la burla, el reparto de sus vestidos, el sorteo de su túnica, el clavado de sus manos y pies, la bebida del vinagre, el grito desde la cruz, el sepulcro del hombre rico, la resurrección, la ascensión: estas y otra osadas predicciones fueron escritas cientos de años antes que Jesús apareciese en la escena. Sólo puede haber una explicación para este asombroso hecho: La Biblia es divina.

La Biblia proporciona las respuestas
¿Recuerda aquellos interrogantes que los cristianos modernos no pueden responder? Los lectores de la Biblia pueden enfrentarlos con toda confianza. Ya, en nuestra rápida mirada hacia algunas de las profecías sobre Israel, hemos recogido algunas pistas acerca de lo que está aconteciendo en el Medio Oriente. La profecía de Jeremías sobre la restauración de Israel se está cumpliendo. También descubrimos algunas indicaciones de que bien pudiese existir un programa profético de acontecimientos mundiales, después de todo. ¿Cuál será la culminación del programa?

Pero no tengo la intención de seguir ahondando en estos asuntos por ahora. Mi objetivo inmediato es demostrar que tiene sentido considerar la Biblia, toda la Biblia, como palabra de Dios, y que no tiene sentido actuar en forma diferente

3. Los milagros tienen sentido

Hace muchos años, el profeta Moisés dijo a Faraón, rey de Egipto: «Jehová el Dios de Israel dice así: Deja ir a mi pueblo a celebrarme fiesta en el desierto» (Exodo 5:1).

Faraón le pidió a Moisés una señal. Aunque Faraón era un hombre irrazonable, no estaba comportándose como tal en esta ocasión. Moisés pretendía ser el portavoz de Dios. ¿Cómo podía saber Faraón si tal pretensión era verdad? Una señal o un milagro arreglaría el asunto rápida y efectivamente. Por consiguiente, Moisés autenticó su maravillosa pretensión con un acto maravilloso. Echó al suelo su vara, la cual se convirtió en serpiente.

Ya sea que usted crea o no esta historia, debe reconocer que bajo las circunstancias, el milagro cumplió un válido propósito. Si es razonable creer que Dios ha hablado a los hombres, también es razonable creer que sus comunicaciones han sido autenticadas por medio de milagros. La revelación divina y los milagros están relacionados entre sí. Sin milagros, la revelación divina no podría existir. ¿Cómo se puede esperar que personas razonables crean que determinados mensajes vienen de Dios si no hay señales que los autentiquen?

Sería torpe decir altaneramente: «No existen los milagros,» como si esto arreglase el asunto de una vez por todas. Es cierto que los milagros no suceden todos los días; si fuesen tan comunes, no serían milagros. Las Escrituras presentan los milagros como señales extraordinarias destinadas a respaldar afirmaciones extraordinarias. ¿No es extraordinaria la afirmación de que el Creador del cielo y la tierra ha enviado un mensaje a los hombres? Entonces debe estar respaldada por señales extraordinarias.

Hay una lógica en los milagros de la Biblia. Es obvio que el Creador tiene dominio sobre el universo que ha creado. El es Dios de la naturaleza. ¿Qué método más eficaz podría emplear el Creador, para demostrar que tenía participación directa en alguna situación, que el de realizar un acto que interrumpiese el curso normal de la naturaleza? Sólo Dios podría realizar tal maravilla, de manera que aquí habría evidencia convincente de que la comunicación provenía de él.

Milagros y profecías
Alguno podría afirmar que los milagros, si es que ha habido, sólo habrían convencido a los testigos oculares de ellos. Para aquellos que los vieron, podrían haber sido señales de que Dios había hablado, pero todo lo que tenemos hoy día es el relato de los supuestos milagros. Difícilmente puede esperarse que nos sintamos convencidos con este tipo de evidencia. Esta objeción es razonable hasta cierto punto; pero, aunque padecemos la desventaja de no haber sido testigos oculares de las señales, tenemos en cambio la ventaja de haber visto cumplirse las profecías. Así, Dios ha satisfecho tanto a la gente de la época de los profetas como a nosotros. A los contemporáneos de los profetas, que no eran capaces de comprobar el cumplimiento de profecías de largo alcance, Dios les dio milagros. A nosotros, quienes no hemos visto los milagros, Dios ha concedido la evidencia de la profecía cumplida. Aquellos que presenciaron los milagros tendrían plena razón para creer que las profecías se cumplirían, aunque ellos no estarían presentes para ver su cumplimiento. Y nosotros, que hemos visto las maravillas de la profecía cumplida, tenemos buena razón para creer que los milagros sucedieron, aunque no estuvimos presentes en la época en que se efectuaron.

¡No hay solución!
Pero algunas personas son tan obstinadas e intratables como el Faraón de la antigüedad. Si hubiesen estado vivas en tiempos bíblicos, habrían exigido mayores y más espectaculares milagros, antes de creer a los mensajeros de Dios. Pero ahora, cuando leen en las Escrituras los relatos de estas dramáticas señales (las mismas que ellas mismas habrían reclamado), exclaman: «¿Cómo podemos creer en un libro que nos cuenta tan increíbles historias?»

4. El mayor de todos los milagros

La credulidad de los incrédulos
Aquí comenzaremos con una pequeña discusión.

Usted cree en Jesucristo; entonces, dígame: ¿Cree que él está vivo todavía?

¡Cuidado! Si su respuesta es afirmativa, entonces usted cree en los milagros. Si Jesús está vivo hoy, debe haber resucitado de entre los muertos, y además debe haber sido hecho inmortal. Sería difícil concebir dos milagros más formidables que estos.

El milagro es una parte esencial de la vida de Cristo. Si elimináramos los milagros, quedaríamos con un hombre muerto y unas cuantas historias poco confiables acerca de él.

¿Por qué dije historias poco confiables? Porque Mateo, Marcos, Lucas y Juan, todos ellos hablan de los milagros realizados por Jesús. Si estos milagros nunca acontecieron, los relatos son falsos, y el resto de la narrativa contenida en los evangelios también debe ser dudoso.

Seamos claros acerca de esto: si usted no cree en los milagros, entonces tendrá que creer en un Cristo completamente distinto. Toda su singularidad desaparece. Lleva dos mil años de estar muerto. No obstante, esta persona ordinaria dio a las multitudes la impresión de que había levantado a los muertos, sanado leprosos, y dado vista a los ciegos. De algún modo, las gentes imaginaron que eran testigos presenciales de estos maravillosos sucesos.

¿Suena esto a verdad? Francamente, estimo mucho más razonable creer en los milagros. La alternativa exige un esfuerzo demasiado grande a nuestra credulidad.

Las vidas transformadas
Remontémonos a la resurrección de Cristo. Este tremendo milagro causó una profunda impresión en aquellos que lo presenciaron. Transformó por completo numerosas vidas.

Y no paró allí. Por medio de sus vidas y sus palabras, estos hombres transformados influyeron en otros. Estos sintieron el impacto del milagro como si ellos mismos lo hubiesen presenciado. Ellos a su vez afectaron a otros; y así continuó. Fue mucho más que una señal para aquella generación. Los hombres todavía son sacudidos por las vibraciones del terremoto de la resurrección, y todavía más vidas están siendo transformadas.

Vindicación
¿Por qué la resurrección de Cristo efectuó tal cambio en la vida de los hombres? ¿Por qué aquellos que fueron impresionados por este gran milagro sintieron un imperioso impulso de desarrollar tales caracteres de nobleza y abnegación? ¿Por qué estaban dispuestos a perder condición social, posesiones, hogares y hasta la vida misma, antes que abandonar su fe? Obviamente tenían una convicción inamovible de que su religión tenía sentido. Pero ¿por qué?

Se trata de nuevo de este asunto del milagro y la revelación. La resurrección de Jesucristo fue una señal extraordinaria que respaldaba afirmaciones extraordinarias. O, para decirlo en forma más directa, fue una señal sin par que respaldaba pretensiones sin par.

Jesús de Nazaret (como lo llamaban) había hecho algunas declaraciones sorprendentes. Había afirmado que traía bendiciones del Creador mismo para todo el género humano. En realidad, había dicho que era Hijo de Dios, y que podía atraer a los hombres hacia su Padre. Esto podría haberse rechazado como algo absurdo si no hubiese sido respaldado por un milagro realmente espectacular. Sólo una deslumbrante demostración de poder divino podría establecer pretensiones tan asombrosas. Y así sucedió. La resurrección resolvió el asunto en forma definitiva. Las pretensiones de Jesús eran verdaderas. Era Hijo de Dios, y Dios le había vindicado.

Naturalmente, la resurrección fue más que una señal. Fue un acto de Dios que significaba la diferencia entre un Cristo muerto y un Cristo vivo. Pero sólo como señal, su importancia era inmensa. Jesús había hecho también otras impresionantes declaraciones, y su resurrección demostró la verdad de ellas. Había dicho que él había sido designado para salvar a los hombres del pecado y su consecuencia, la muerte. Había dicho que vendría nuevamente para resucitar a los muertos y ser juez y rey en la tierra. La resurrección de Jesús fue la manera en que Dios demostró a la humanidad que él era el hombre designado para cumplir tales propósitos.

En el día de Pentecostés, Pedro habló de Jesús de esta manera:

«A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos nosotros somos testigos . . . Sepa, pues, ciertísimamente toda la casa de Israel, que a este Jesús a quien vosotros crucificasteis, Dios le ha hecho Señor y Cristo.» (Hechos 2:32, 36)

Y Pablo declara:

«Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos.» (Hechos 17:30, 31)

Todo esto es una maravillosa noticia para aquellos que la tratan con el respeto que merece.

Proporciona la respuesta a otra de aquellas preguntas que los modernos cristianos no pueden responder. Y tiene sentido.

5. El sentido común y lectura de la Biblia

La Biblia es un mensaje de Dios. Si esta afirmación es verdad, o mejor dicho, puesto que esta afirmación es verdad, es obvio que todos debiéramos ser diligentes lectores de la Biblia.

Es asombroso cuántas personas profesan creer que la Biblia es divina, y sin embargo no apartan el tiempo para leerla. Esto sencillamente no tiene sentido. Uno supondría que sería imposible impedir que la gente leyese un mensaje del Creador del universo.

Algunas personas se excusan diciendo que la Biblia es un libro sin atractivo. Es tan grande y tan difícil de entender, dicen, que uno necesita ser un intelectual para dedicarse a leer y entenderla.

Es verdad que la Biblia es un libro grande. Además de eso, partes de ella son difíciles de entender; pero otras hacen la lectura muy interesante, sin mayor esfuerzo. ¿Recuerda la historia de José? ¿Ha leído alguna vez los Hechos de los Apóstoles? Y como libro de suspenso, difícilmente se podría superar el libro de Ester.

Pero ¿cuál es la idea principal de estas críticas? ¿Se sugiere con seriedad que Dios podría haber redactado su mensaje de una manera mucho más satisfactoria, y que un libro más corto y más fácil de entender habría sido más práctico?

¿Qué tan ingenua puede ser la gente? ¿Se necesita recalcar que Dios es el Creador, y que sabía exactamente lo que hacía cuando nos dio las Escrituras? La Biblia nos llega en la forma que lo hace porque es la mejor forma. Podemos estar seguros de que un mensaje más simple no habría sido adecuado, por la sencilla razón de que Dios no nos ha dado un mensaje más corto o más simple. Si no nos gusta la Biblia, la culpa es nuestra y no de Dios. Si la Biblia no nos llama la atención, es tiempo de que nos examinemos a nosotros mismos.

Elección propia
Un momento de reflexión nos permitirá ver por qué Dios se ha comunicado con nosotros en la forma en que lo ha hecho. La dádiva que Dios nos ofrece es nada menos que la vida eterna. Nuestra mente no es lo suficientemente amplia para comprender la grandeza de este ofrecimiento; pero por lo menos sabemos que es una dádiva asombrosa.

Sí, la vida eterna es una dádiva. Dios no espera que la merezcamos, ni tampoco podríamos aunque quisiésemos. No obstante, Dios requiere una cosa de nosotros. Esto es, que apreciemos su don y que lo deseemos fervientemente. Las Escrituras están admirablemente diseñadas para probar y desarrollar nuestra ansiedad por lograr las bendiciones de Dios.

Si decimos: «La Biblia es muy grande y difícil de entender,» y no hacemos esfuerzo alguno por leer y entenderla, demostramos no tener ningún interés en la dádiva de Dios. No es tanto que Dios nos elimina de su plan de salvación, sino que nosotros mismos nos eliminamos sin siquiera tratar de saltar la primera valla.

Si después nos damos cuenta de que un pequeño esfuerzo de nuestra parte bien habría valido la pena, no hay a quién culpar sino a nosotros mismos. Hay evidencia de que algunas personas se reprocharán amargamente a sí mismas cuando adviertan una vista fugaz de las bendiciones que podrían ser suyas. «Habrá llanto y crujir de dientes.»

Por otro lado, si decimos: «La Biblia es grande, y tiene partes difíciles, pero me dedicaré a estudiarla,» demostramos nuestro interés en recibir la sabiduría de Dios y tener parte en su eterno propósito.

Perseverancia

La Biblia es un libro que se tiene que estudiar, no hojear. Para decirlo de otro modo, la sabiduría de Dios se revela a aquellos que la buscan de todo corazón. Vea usted cómo este pensamiento se expresa en el libro de los Proverbios, capítulo 2, versículos 1 al 6:

«Hijo mío, si recibieres mis palabras, y mis mandamientos guardares dentro de ti, haciendo estar atento tu oído a la sabiduría; si inclinares tu corazón a la prudencia, si clamares a la inteligencia, y a la prudencia dieres tu voz; si como a la plata la buscares, y la escudriñares como a tesoros, entonces entenderás el temor de Jehová, y hallarás el conocimiento de Dios. Porque Jehová da la sabiduría, y de su boca viene el conocimiento y la inteligencia.»

Aquí hay perseverancia y ferviente deseo; también hay cumplimiento de ese deseo.

Desarrollando una afición a la palabra
Una persona puede empezar a leer las Escrituras por un sentido del deber, pero a medida que siga leyendo, aumentará su afición por ellas. Por último, encontrará que el estudio de la Biblia es una delicia. Dirá como el salmista:

«¡Oh, cuánto amo yo tu ley! Todo el día es ella mi meditación . . . ¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca.» (Salmos 119:97, 103)

El que se dedica a estudiar la Biblia adquiere no sólo el deseo de estudiarla más, sino que también adquiere una afición por las cosas espirituales en general. Las leyes de Dios vienen a ser los principios que rigen su vida. Como el Señor Jesús, aprende a amar la justicia y a aborrecer la iniquidad; y de acuerdo con las instrucciones del Señor, busca primeramente el reino de Dios. Y así aquel deseo de bendición divina que le guió hacia la Biblia en primer lugar, se nutre por la lectura de la Biblia, y se vuelve tan intenso que llega a ser la fuerza motriz de su vida. Cambia por completo las prioridades de su vida. La persona se vuelve cada vez más como los cristianos del primer siglo, y se parece cada vez más al hombre a quien se esfuerza por seguir.

No necesita uno ser intelectual para leer la Biblia. Es verdad que algunos intelectuales se han acercado a las Escrituras con sabia humildad y han recibido en abundancia las bendiciones de Dios. Pero muchas personas inteligentes no reciben nada de la Biblia, porque se acercan a ella como quien ya sabe todas las respuestas. La humildad y el deseo de aprender son requisitos básicos. «[Dios] da la sabiduría a los sabios.»

6. Dando el primer paso

Supongamos que decidimos dar el primer paso para leer la Biblia. ¿Cómo nos organizamos? ¿Dónde comenzamos?

Bien, sabemos que el Nuevo Testamento trata del Señor Jesucristo, así que ¿por qué no partimos del comienzo del Nuevo Testamento y vemos cómo nos va? Busquemos Mateo 1:1 y leamos:

«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.»

¡Qué extraño comienzo para una biografía de Jesucristo! ¿Por qué comienza Mateo hablándonos de dos antepasados de Jesús que vivieron tantos años antes que él?

¿Acaso sería sólo una costumbre judía? Quizá no es necesario que nos preocupemos mucho por esto. Vamos al asunto principal. ¿Cómo continúa el versículo siguiente?

«Abraham engendró a Isaac, Isaac a Jacob, y Jacob a Judá y a sus hermanos.»

Y así sigue, nombre tras nombre, hasta el versículo 16 donde dice:

«y Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.»

A estas alturas debería habérsenos ocurrido que Mateo no se habría molestado en ligar a Abraham y David con Jesús, generación tras generación, si ello no fuese importante. Aquí, justo al comienzo de la historia de Jesús, está probablemente la clave de su misión. Debemos tener presente este pensamiento: Jesús es hijo de David e hijo de Abraham.

Empezando en el sitio adecuado
Pero algo más debería habérsenos ocurrido entretanto. Las palabras iniciales de Mateo nos están diciendo que antes de que podamos entender la misión de Jesucristo, tenemos que conocer algo del Antiguo Testamento. Allí es donde debiéramos comenzar nuestra lectura de la Biblia. ¡Empezábamos donde no debíamos!

Esto es obvio, ¿verdad? El único lugar sensato donde comenzar a leer un libro, es al principio. Es asombroso cuánta gente comienza a leer la Biblia por la parte equivocada. No es de extrañar que la encuentren un libro difícil de entender. Se están privando de datos esenciales.

No es sorprendente que haya tantos interrogantes que los cristianos modernos no pueden responder.

Hecho número uno
Aceptamos la insinuación y nos remontamos directamente al primer versículo de la Biblia: Génesis 1, versículo 1:

«En el principio creó Dios los cielos y la tierra.»

Sigue un resumen de la actividad creativa de Dios en relación con la tierra. Leemos acerca de la creación de los reinos vegetal y animal, y por último hay una breve exposición concerniente a la creación del hombre.

Lógicamente, la creación es el comienzo de toda la historia. El hecho número uno es que Dios es el Creador. Un mundo de consecuencias resulta de este hecho. Por cuanto Dios es el Creador, todas las cosas le pertenecen. Dios está al mando. Dios toma las decisiones. Las normas de Dios son las correctas. El gran interrogante «ser o no ser» depende, al fin y al cabo, de Dios.

Todo esto se expresa en el Salmo 24:

«De Jehová es la tierra y su plenitud; el mundo, y los que en él habitan. Porque él la fundó sobre los mares, y la afirmó sobre los ríos.» (vv. 1-2)

El versículo 3 sigue lógicamente:

«¿Quién subirá al monte de Jehová? ¿Y quién estará en su lugar santo?»

Y así procede Dios a establecer sus condiciones.

La rebelión humana
Este es el principio que operó en el Edén. Dios creó al hombre y le preparó un jardín. Puso al hombre en el jardín, y le dijo que podría permanecer allí y gozar de sus beneficios, siempre que fuese obediente a la ley de Dios. Si desobedecía, moriría.

Por un acto de desobediencia, Adán se convirtió en pecador y fue sentenciado a muerte. Este es el comienzo de la tragedia humana y el fondo de toda la historia bíblica. Pablo lo expresa de esta manera:

«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron.» (Romanos 5:12)

La historia de los descendientes de Adán, así como se relata en la Biblia, es la fascinante historia del pecado humano y la gracia divina. Por último, la gracia divina triunfa por medio del Señor Jesucristo.

7. Promesas de bendición

Infortunio tras infortunio
La fascinante historia del pecado humano y de la gracia divina: este es un buen resumen del tema de la Biblia.

En los capítulos iniciales del Génesis, una calamidad sigue a la otra. Primero ocurre la maldición en el Edén, después el diluvio, luego la maldición sobre los cananeos, y por último la maldición que se pronunció en Babel.

¡La salida!
Luego viene la salida. Dijo Dios a Abraham:

«Y haré de ti una nación grande, y te bendeciré, y engrandeceré tu nombre, y serás bendición. Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra.» (Génesis 12:2-3)

¡Bendición tras bendición! Por siete veces hizo Dios generosas promesas a Abraham. Este había de ser el conducto de la bendición de Dios a la humanidad: Abraham y su simiente.

En cuanto a la simiente de Abraham, Dios dijo:

«Tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz.» (Génesis 22:17-18)

Ahora, ¿quién era la simiente de Abraham, y cuál sería la bendición? Dejemos que Pedro nos proporcione la respuesta. Hablando a los judíos en Jerusalén, se refiere a la promesa hecha a Abraham: «En tu simiente serán benditas todas las familias de la tierra,» y agrega:

«A vosotros primeramente, Dios, habiendo levantado a su Hijo, lo envió para que os bendijese, a fin de que cada uno se convierta de su maldad.» (Hechos 3:26)

La prometida simiente de Abraham, que traería bendición a la humanidad, era Jesús; y la bendición era el perdón de pecados. Así, este gran hijo de Abraham fue designado para contrarrestar las consecuencias de la desobediencia de Adán.

Este es un gran tema, del cual dependen los más importantes asuntos de la vida. Aunque éste no es el momento para desarrollar el tema, es apropiado acordarnos del primer versículo del Nuevo Testamento:

«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de. . . Abraham.»

Jesús había venido a cumplir la promesa a Abraham y traer justicia a un mundo turbado por el pecado.

Pablo explica que por medio del bautismo en Cristo, una persona se une a la familia de Abraham y comparte su bendición:

«Porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.» (Gálatas 3:27-29)

El pacto de Dios con David
Estamos progresando. Puesto que el primer versículo del Nuevo Testamento describe a Jesucristo como hijo de David e hijo de Abraham, y que una parte importante del primer capítulo de Mateo se empeña en demostrar la verdad de este parentesco, deducimos que esto era probablemente una clave para comprender la misión de Cristo. Ahora hemos descubierto que efectivamente, esto es cierto, por lo menos en lo que a Abraham se refiere. Contra un trasfondo de pecado y dificultades, Dios prometió a Abraham que por medio de un hijo de éste, proveería a la humanidad un camino a la reconciliación y la bendición. Jesucristo, el hijo de Abraham, vino para cumplir esta promesa.

Pero en el primer capítulo de Mateo, Jesucristo está descrito también como hijo de David. Esto prácticamente nos hace suponer que hallaremos en el Antiguo Testamento unas promesas hechas a David que son similares a las hechas a Abraham, y que también se cumplen en Cristo.

Efectivamente, allí se encuentran tales promesas. Dios dijo a David:

«Y cuando tus días sean cumplidos para irte con tus padres, levantaré descendencia después de ti, a uno de entre tus hijos, y afirmaré su reino. El me edificará casa, y yo confirmaré su trono eternamente. Yo le seré por padre, y él me será por hijo;. . . lo confirmaré en mi casa y en mi reino eternamente, y su trono será firme para siempre.» (1 Crónicas 17:11-14)

Vendría un gran rey, cuyo reino se establecería para siempre. Habría de ser hijo de David e hijo de Dios. ¿Lo reconocemos?

Para que no quede duda alguna, oigamos las palabras que el ángel Gabriel dirigió a una mujer llamada María:

«María, no temas, porque has hallado gracia delante de Dios. Y ahora, concebirás en tu vientre, y darás a luz un hijo, y llamarás su nombre Jesús. Este será grande, y será llamado Hijo del Altísimo; y el Señor Dios le dará el trono de David su padre; y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» (Lucas 1:30-33)

Así que Jesús, hijo de David e hijo de Dios, nació para ser rey.

No obstante, ¡jamás reinó! ¿Acaso ha fracasado el propósito de Dios? ¡Por supuesto que no! Jesús vendrá nuevamente «con poder y gran gloria,» tal como él mismo lo anunció.

En el Nuevo Testamento existen cerca de trescientas alusiones a la segunda venida de Cristo. Un sola deberá bastar aquí: las palabras que pronunciaron los ángeles a los testigos oculares de la ascensión del Señor, inmediatamente después de su partida:

«Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.» (Hechos 1:11)

Señales de la segunda venida
Sólo voy a mencionar un asunto más, para completar la idea que estamos desarrollando. Surge espontáneamente el interrogante: ¿Cuándo volverá Cristo, el rey, a la tierra? Las Escrituras nos indican que ciertas señales se realizarán inmediatamente antes de la segunda venida. Hay tres señales particularmente importantes:

1. Habrá guerras, agitación y miedo en una escala sin precedentes.

2. Habrá iniquidad comparable a aquella de la época de Noé.

3. El pueblo judío se restablecerá en Palestina.

Se podrían citar muchos pasajes bíblicos para respaldar estas afirmaciones, pero las tres están incluidas en las dos siguientes citas:

«Y caerán [los judíos] a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan. Entonces habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria.» (Lucas 21:24-27)

«Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre. Porque como en los días antes del diluvio estaban comiendo y bebiendo, casándose y dando en casamiento, hasta el día en que Noé entró en el arca, y no entendieron hasta que vino el diluvio y se los llevó a todos, así será también la venida del Hijo del Hombre.» (Mateo 24:37-39)

Juzgue usted por sí mismo. Algunos de nosotros estamos convencidos de que el regreso del Señor sucederá pronto.

Un pensamiento final: la petición «Venga tu reino» significa «Envía pronto a Cristo, el rey.» ¿Es éste realmente nuestro deseo? ¿Nos estamos preparando para aquel gran acontecimiento?

8. Juntando las piezas

En este momento, puede que sea útil resumir las conclusiones a que hemos llegado. Hemos descubierto las siguientes verdades:

  1. El cristianismo moderno no puede explicar ni solucionar los verdaderos problemas de nuestra época.
  2. La razón de esto es que el cristianismo moderno se ha apartado del cristianismo de Cristo. El cristianismo moderno ha perdido su relevancia y su vitalidad al dudar de (1) la autoridad de las Escrituras; y (2) el elemento milagroso.
  3. Una Biblia que fuese una mezcla de sabiduría divina e insensatez humana sería inútil. Este libro es una unidad, y se ha de aceptar o rechazar como tal. El cumplimiento de muchas profecías bíblicas es una buena razón para creer que la Biblia es la palabra de Dios.
  4. La increíble historia de la nación judía y la vida singular del Señor Jesucristo se escribieron por anticipado en el Antiguo Testamento.
  5. Si es razonable creer que Dios ha hablado a los hombres, también es razonable creer que su mensaje ha sido respaldado por señales milagrosas. La revelación y el milagro se complementan.
  6. La resurrección de Jesús es un milagro que causó un tremendo impacto en la humanidad. Transformó vidas en el primer siglo, y sigue transformándolas hasta el día de hoy.
  7. El Señor Jesucristo hizo unas asombrosas afirmaciones. Pretendió ser Hijo de Dios y Salvador del mundo, el hombre que levantaría a los muertos y sería juez y rey. Su resurrección demostró que estas afirmaciones eran correctas.
  8. Puesto que la Biblia es un mensaje de Dios, lo sensato es leerla diligentemente. La lectura bíblica es tan provechosa que debemos persistir en ella a pesar de las dificultades iniciales. Con el tiempo desarrollaremos una afición al estudio de la Biblia y a la obediencia de las normas de Dios.
  9. Es obvio que debemos leer la Biblia desde su comienzo. Muchas personas se confunden y se desaniman porque no comienzan en el principio.
  10. Lógicamente, los primeros capítulos del Génesis son el principio de la revelación de Dios. El primer hecho es que Dios es el creador. Por consiguiente, él es quien manda. La tragedia humana comenzó cuando el hombre se rebeló contra la autoridad de Dios.
  11. No obstante, Dios ha proporcionado una salida de esta trágica situación. Su plan de salvación está basado en las promesas hechas a Abraham y David, y cumplidas en Cristo. Esto explica por qué el primer versículo del Nuevo Testamento describe a Jesús como hijo de David e hijo de Abraham.
  12. Dios prometió a Abraham un hijo que proveería a los pecadores un medio de reconciliación. A David le prometió un descendiente que habría de ser un gran rey.
  13. Jesús vendrá nuevamente para cumplir las promesas de Dios y establecer el reino de Dios en la tierra. Cuando esto suceda, habrá «Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.»
  14. Las señales de la venida de Cristo: la agitación mundial, la maldad y la restauración de Israel, se están cumpliendo en la actualidad. La segunda venida debe estar cercana.
  15. Debemos prepararnos para ese gran evento.

9. Para finalizar

Muchas personas no están satisfechas con el cristianismo actual, y con legítima razón. No tiene sentido. No trae paz a la mente ni gozo al corazón.

Pero la mayoría de las personas no se dan cuenta de que el cristianismo actual está bastante alejado de la religión que Cristo fundó. Si fueran lectores diligentes de la Biblia, habrían descubierto esto por sí mismas.

Mi propósito ha sido demostrar que el cristianismo de la Biblia, es decir, el cristianismo de Cristo, sí tiene sentido. Ahora le corresponde a usted decidir si mis argumentos han sido convincentes.

Primero, pregúntese si es razonable creer en una Biblia autoritaria. Si la respuesta es afirmativa, revise el contenido de este folleto para comprobar si las creencias que presenta están de acuerdo o no con la Biblia. Por supuesto, esto tomará algún tiempo. Así que usted tiene un doble control. Si estas enseñanzas son bíblicas, también deben tener sentido. En otras palabras, deben ser razonables y coherentes. ¿Lo son?

Un llamado al corazón
El Dios que nos dotó del raciocinio también nos ha equipado con emociones. Una religión dada por Dios debería satisfacer tanto el corazón como la mente.

En este folleto, necesariamente, he hecho hincapié en la razón. Pero el cristianismo de la Biblia hace también un poderoso llamado a lo emocional. Las Escrituras nos dicen lo que ya sabemos en lo profundo de nuestro corazón: estamos librando una batalla perdida contra el pecado. ¡Cuán conmovedora entonces es la meditación en la persona del Señor Jesucristo, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo! Con reverencia y gratitud lo seguimos hasta la cruz. Sufrimos con él; en el bautismo morimos con él. Resucitamos con él a «vida nueva.» Ansiosamente aguardamos su segunda venida y la gloriosa perspectiva de un mundo en paz con Dios. Esto es algo por lo que se puede vivir y morir. Y trae consigo la promesa de la resurrección de entre los muertos.

Interrogantes
¿Recuerda usted aquella lista de preguntas que los cristianos modernos no pueden responder? En el curso de mi presentación, he sugerido respuestas, en forma directa o indirecta, a la mayoría de estos interrogantes. Pero no a todos.

Le sugiero que se dedique a estudiar la Biblia por su propia cuenta para ver si las respuestas que he dado están apegadas a las Escrituras. Y quizás hallará también las respuestas de las demás preguntas.

Si usted considera que este consejo es digno de seguir, permítame recomendarle que se ponga en contacto con los cristadelfianos. Debido a que son una comunidad de cristianos lectores de la Biblia, no es sorprendente que sus creencias estén de acuerdo con la Escritura y que tengan sentido.

Sin embargo, eso es algo que usted habrá de decidir por sí mismo. ¡Por favor, hágalo! Estará usted capacitado para juzgar si comienza a leer la Biblia con regularidad, ahora mismo.

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