Capítulo 2:

«¿Qué Pensáis Del Cristo?»

(Mateo 22:42)

Las respuestas a esta pregunta formulada por Jesús seis meses antes de su crucifixión indican que la gente podía aceptarle como profeta. Sin embargo, no sucede lo mismo con Pedro, quien añadió más detalles durante un punto decisivo en el ministerio de Jesús.

Hacemos la misma pregunta acerca de la persona de Jesús en nuestros días e identificamos dos puntos de vista opuestos.

El primero enseña la doctrina de la ‘Santísima Trinidad’. Se refiere a la manifestación de la Deidad por medio de tres Personas infinitas, iguales entre Sí en cuanto a dignidad.

El segundo punto de vista propone que Cristo es el Hijo de Dios, nacido de la raza humana por la actividad especial del Espíritu sobre la virgen María. Que Dios le dio a Cristo autoridad, poder y condición para actuar en la misma forma en que el propio Dios actuaría y debe ser reverenciado de acuerdo a esta condición.

Consideremos las respuestas dadas por el propio Jesús a una serie de preguntas claves.  Había dos grupos de oyentes completamente opuestos en su manera de vivir. Encontramos en Mateo 16:14-18 la declaración de Pedro. Jesús les había preguntado a sus discípulos:

«¿Quién dicen los hombres que es el Hijo del Hombre?»

Unos habían respondido: Juan el Bautista, Elías o Jeremías. Estas distintas opiniones nos muestran que la gente por lo menos aceptaba que Jesús era más que un humilde carpintero. Era alguien más importante. Jesús había dada evidencia impresionante de poderes extraordinarios en los milagros que realizó. Es Pedro quien hizo una declaración pública de su fe. Aquí llegamos al clímax de la primera parte del Evangelio, donde hemos visto muy variadas reacciones al ministerio y autoridad de Jesús. Pedro hace la declaración definitiva por la cual todo el relato se ha estado dirigiendo:

«Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo.» (Mateo 16:16)

La sorprendente reacción de Jesús en los tres Evangelios sinópticos fue pedir a sus discípulos que guardaran su identidad en secreto. Sólo Mateo incluye, en los versículos 17–19, una respuesta inesperada, que confirma que lo que Pedro había dicho era verdad. En realidad, era una revelación de Dios, y el hecho de que fuera Pedro la persona que la había recibido indicaba el importante papel que éste iba a desempeñar en el desarrollo de la misión del Mesías.

[El nombre Pedro significa “roca”, y Jesús usó esta semejanza para designar a Pedro como fundamento del nuevo pueblo de Dios. Su liderazgo involucraría autoridad como la de un mayordomo, cuyas llaves simbolizarían su responsabilidad de administrar los asuntos de toda la casa. Pedro ejercería su liderazgo con su autoridad para declarar lo que se permite y no se permite en el reino de los cielos (atar y desatar tienen este significado en los escritos rabínicos). El relato de los primeros años de la iglesia en Hechos hace ver que Pedro cumplió su papel. Pero la misma autoridad la compartieron los demás discípulos en Mateo 18:18 (donde es plural; aquí está en singular). Por lo tanto, Pedro era un dirigente representativo en vez de tener un mando supremo.

La iglesia sería edificada por Jesús, no por Pedro. Esta es la primera vez que, en el relato de Mateo alguien haya dado a Jesús el título de Cristo (“el Mesías”), aunque Mateo mismo ha usado este término en 1:1, 16–18; 2:4; 11:2. 18.

La palabra “Pedro” en este versículo es, en griego, “petros”; mientras que esta “roca” es “petra”. Es un juego de palabras, pero si el idioma original era el arameo, la palabra en ambos casos es simplemente “Kefa”. Una distinción, que  “petros” significaba una piedra, y “petra”, una pieza sólida de suelo rocoso es a veces sugerida; pero su uso en la antigüedad griega parece haber sido menos preciso.]

“Entonces le respondió Jesús: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán.” (Mateo 16:17-18)

Ahora pasemos a Mateo 22:41-46 para considerar la respuesta de un grupo de fariseos a una pregunta de Jesús con respecto al título ‘Cristo’. «¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?» les preguntó. Hay sólo una respuesta posible para aquellos que tengan, por lo menos, un mínimo entendimiento de las Escrituras: «De David». Los judíos esperaban que el Mesías fuera descendiente del rey David. Por eso Jesús citó el Salmo 110:1 donde dice que siendo así, David reconocía como Señor al futuro Mesías basado en la promesa de Dios en 2 Samuel 7: 8-29. En v. 13 la promesa es que el hijo de David edificará el templo; la dinastía durará para siempre. Estas son promesas alentadoras, pero el capítulo contiene también algunos puntos negativos.

  • Primero, se rechaza el plan de David de construir el templo.
  • Segundo, Dios no se agrada de los templos. (Estos dos puntos se insinúan en los versículos 5–7.)
  • Tercero, el v.14 reconoce que algunos de los descendientes serían reyes indignos y merecerían y recibirían castigo divino.

Estos puntos, tanto positivos como negativos, proveen una descripción y una explicación de los eventos suscitados desde el tiempo de David (a inicios del siglo X a. de J.C.) hasta el año 587 a. de J.C. En este período el templo fue construido no por David sino por su hijo Salomón. Muchos de sus descendientes fueron débiles y pecadores, pero la dinastía se mantuvo durante cuatro siglos sin interrupción. En el año 587 a. de J.C. el templo fue destruido por los babilonios y Judá dejó de ser un reino. La familia de David siguió existiendo, pero nunca recuperó el trono.

La promesa de Dios con respecto a los descendientes de David era permanente. Fue la base de la esperanza del Mesías, “el Hijo más grande del gran David”. Esta promesa dio seguridad a las generaciones del pueblo de Dios que vivieron en los últimos siglos del período del Antiguo Testamento, y luego se cumplió en el nacimiento de Jesucristo; de lo cual son testigos el Nuevo Testamento entero y la iglesia cristiana.

Por tanto, este Mesías no podría ser simplemente el Hijo de David. De nuevo Jesús toma la iniciativa en contra de los fariseos. Su pregunta parece de teología académica: ¿Será el título Hijo de David apropiado para el Mesías? Pero él mismo ha sido saludado repetidamente con este título, y la ocasión más reciente y en público fue en Mateo 21:9, 15, 16 donde él mismo lo permitió, aun provocando esta respuesta. Así que su propia posición estaba en consideración.

“Hijo de David” era un título tradicionalmente mesiánico, y es un título que no solamente se lo menciona con frecuencia en la narración de Mateo, sino que fue la base de la presentación de Jesús como el Mesías en el capítulo 1. La intención es demostrar que el Mesías es más que un simple hijo de David como se ve en las palabras de David en el Salmo 110:1.

“Jehová (YHVH) dijo a mi Señor (Adon): Siéntate a mi diestra, hasta que ponga a tus enemigos por estrado de tus pies.”

Este mismo texto se usa nuevamente en Mateo 26:64, reclamando para Jesús una autoridad sobrehumana. Lejos de ser entronizado en Jerusalén como un rey igual a David, pronto sería rechazado por su pueblo. Aun así, sobre la cruz, no se le reconocería como un hijo de David, sino como

“el Hijo de Dios” (Mateo 27:54)

En ambos acontecimientos, obviamente, hay que escudriñar el significado de los términos que encontramos durante este intercambio de ideas. Por ejemplo, ¿Qué significa “Cristo”, “Hijo de David”, “Hijo del Dios viviente”?  Y en esta tarea, por supuesto que encontraremos una amplificación de los ideas después de una investigación del Antiguo Testamento. Y esto es lo que haremos en más detalle durante este ensayo. Si hemos de tener alguna esperanza de vida venidera, necesitamos saber la verdad acerca de la persona y trascendencia de Jesucristo. Sin embargo, repetimos la pregunta: «¿Qué pensáis del Cristo? ¿De quién es hijo?»

El punto de vista ‘ortodoxo’

La respuesta ‘ortodoxa’ a esta antigua pregunta ha sido constantemente que “Cristo es Hijo de Dios e Hijo de Hombre: es verdaderamente Dios y verdaderamente hombre…Cristo es Dios y hombre al mismo tiempo.” (Richardson, 1999, pág. 63). Según otro escritor, la gran importancia y el correcto significado del dogma de la ´Santísima Trinidad´, al igual que su perfecta definición, se atribuye a la constante preocupación y al cuidado con el cual la Iglesia, trabajando con mucho fervor, defendió la fe de diferentes herejes (Vea Capítulo 3 para una explicación de este término.) (Mileante, 1999, pág.16). La verdad de Dios Uno y Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo, es el dogma fundamental de la fe cristiana.  Paulo VI lo resumía así en una profesión de fe promulgada en 1968:

“Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo.  Creemos que este Dios único es absolutamente uno en su esencia infinitamente santa, al igual que en todas sus perfecciones, en su omnipotencia, en su ciencia infinita, en su providencia, en su voluntad y en su amor… Los lazos mutuos que constituyen eternamente las Tres Personas, siendo cada una solo y el mismo ser divino, son la bienaventurada vida íntima de Dios tres veces Santo, infinitamente superior a lo que podemos concebir con la capacidad humana… Creemos, pues, en el Padre que engendra al Hijo desde la eternidad; en el Hijo, Verbo de Dios, que es eternamente engendrado; en el Espíritu Santo, Persona increada, que procede del padre y del Hijo como eterno amor de ellos.  De este modo, en las Tres Personas divinas, coeternas y co-iguales entre sí, sobreabundan y se consuman en las eminencias y la gloria, propias del Ser increado, la vida y la bienaventuranza de Dios perfectamente uno, y siempre se debe venerar la Unidad en la Trinidad y la trinidad en la Unidad.” (Morán, 1979)

¿Qué aprendemos de estas declaraciones?  En general, la enseñanza de la ‘Santísima Trinidad’ es el cimiento sobre el cual se fundó la ortodoxa fe cristiana.  Habla de Dios como un Ser absoluto, supremo, omnipotente, creador y conservador de todo el universo. Como Dios en su esencia es Uno, así mismo todas sus cualidades pertenecen igualmente a las Tres Personas de la ‘Santísima Trinidad’. El Hijo de Dios es eternamente engendrado del Padre. Nos es imposible entender los misterios de la Trinidad.  Se exhorta que hay que recibirla con plena fe. Como dice Mileante (pág. 16):

«No importa cuánto nosotros tratemos de forzar nuestras mentes, nos es imposible imaginar de qué manera Tres Independientes Personas Divinas, de una igualdad Celestial pueden componer un solo e indisoluble Ser.»

Hay que añadir una declaración más de otro autor evangélico (Trenchard, 1998, pág. 45). Dice definitivamente:

«Dios en tres personas, bendita Trinidad es un hecho básico de la revelación bíblica, y el que abandona esta doctrina ha perdido el derecho de llamarse cristiano.»

De un modo parecido Chafer (2000, pág. 47) se avisa:

«Las muchas indicaciones que hay, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, de que Dios existe o subsiste como trino y uno, han conformado la doctrina de la Trinidad como un hecho central de todas las creencias ortodoxas, desde los principios de la iglesia hasta los tiempos más modernos. Cualquier desviación de esto se considera como un apartamiento de la verdad escriturística. Aunque la palabra ‘trinidad’ no se da en la Biblia, los hechos de la revelación escriturística no permiten otra explicación.»

No nos deja ninguna duda la fuerza de estos argumentos concernientes a este punto de vista de la persona de Jesucristo. El dogma que acabamos de leer contiene conceptos difíciles de aceptar. Por eso hay que comprometerse en un estudio cuidadoso de las muchas referencias en los dos Testamentos que se identifican como evidencia. Lo hacemos con el mismo deseo de los creyentes de Berea quienes escudriñaban

«cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.» (Hechos 17:11).

El punto de vista de un Cristadelfiano

Pablo enseñó que «Dios estaba en Cristo» reconciliando al mundo consigo mismo (2 Corintios 5:19). Jesús fue la manifestación de Dios, tal como él mismo testificó (Juan 6:62, 63). En cuanto a su naturaleza, Jesús era semejante a toda la humanidad (Hebreos 2:14), «tentado en todo según nuestra semejanza» (4:15); pero en su origen y carácter era divino, siendo ésta su diferencia con toda la humanidad anterior y posterior a él.

En su ‘Declaración de la Verdad en la Biblia’ los cristadelfíanos presentan su entendimiento de la relación de Dios con su Hijo en los siguientes términos:

“Jesucristo, el Hijo de Dios, no es la ‘segunda persona’ de una Trinidad eterna, sino la manifestación del Creador eterno “el cual es sobre todos, y por todos, y en todos” (Efesios 4:6) y “de él, y por él, y para él son todas las cosas” (Romanos 11:36).

Por medio de su espíritu, el Creador engendró a Jesús, quien, por consiguiente, fue Su Hijo. Por el mismo poder lo ungió, moró en él y habló a Israel por su medio (Hebreos 1:1). Por consiguiente, en los días de su debilidad, Jesucristo debe ser considerado desde dos puntos de vista: DEIDAD y HUMANIDAD. El hombre fue el Hijo, cuya existencia comienza con el nacimiento de Jesús; la ‘deidad’ que moraba en él era el Padre, quien no teniendo comienzo de días, es el único eternamente preexistente. La relación de Dios con el Hijo fue ilustrada en el suceso relatado en Lucas 1:35 por medio del cual fue establecido lo que Pablo llama

‘el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria’ (1 Timoteo 3:16).”

Jesús fue

“nacido de mujer y nacido bajo la ley” (Gálatas 4:4)

y, por consiguiente, fue idéntico en naturaleza

“a sus hermanos” (Hebreos 2:17).

Pero él también fue engendrado

“no de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).

El Espíritu Santo vino sobre María, y por este medio milagroso nació el Hijo de Dios (Lucas 1:35). El niño Jesús

“crecía en sabiduría, en estatura y en gracia para con Dios y los hombres.” (Mateo 2:52).

Al llegar a los treinta años después de fue bautizado

“subió del agua y el Espíritu de Dios descendió como paloma y se posaba sobre él. Los profetas del AT recibieron el Espíritu de acuerdo con la medida de misión, pero en el caso de Jesús no había límites. Fue ungido con el Espíritu Santo sin medida (Juan 3:34).

Todo esto fue con el propósito de salvar a los que aceptarían la ayuda divina. Cristo señaló el camino a la vida eterna para los tales. Así como él fue fortalecido por Dios para vencer, así también los creyentes pueden ser fortalecidos (Filipenses 4:13). Como él fue crucificado, también ellos deben aprender a negar la carne para servir a Dios en verdad (Gálatas 5:24).

Las mismas expresiones que usaba Cristo constantemente, muestran que no pretendía ser Dios. En cierta ocasión oró:

“No se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42).

También dijo a sus discípulos:

“Mi doctrina no es mía, sino de aquél que me envió” (Juan 7:16).

Si él hubiera pretendido ser igual a Dios, no habría usado tales expresiones, sino que habría afirmado que la voluntad y enseñanza eran propias de sí mismo. Al contrario, él enseñó:

“No puedo yo hacer nada por mí mismo” (Juan 5:30)

y

“el Padre mayor es que yo” (Juan 14:28).

Lo que se revela en la actividad de Dios en Cristo a través del Espíritu revela lo que Dios ha sido en carácter desde toda la eternidad.

Un resumen

Lo que entendemos de un estudio de las promesas de Dios a David (2 Samuel 7:8-29) es que la ‘simiente prometida’ es Jesús. Su descripción como el hijo de Dios (2 Samuel 7:14) confirma esto.  Por eso, Jesús, la simiente, habría de ser un descendiente literal y corporal de David. Tener a Dios como su Padre sólo se podía lograr por medio del nacimiento virginal según se describe en el Nuevo Testamento. Muchas son las interpretaciones de estos acontecimientos.  Hemos considerado brevemente dos en este capítulo (En los capítulos siguientes identificamos otras interpretaciones.)

Desde el punto de vista trinitario, en Dios hay tres personas: Padre, Hijo y El Espíritu Santo. Las tres tienen una misma naturaleza divina, y en consecuencia son un solo Dios. Con referencia a lo que aprendemos de la enseñanza bíblica acerca de Jesús como la simiente prometida de David, notamos con interés el dogma trinitario que dice que el Padre engendra al Hijo desde la eternidad. Implica entonces que Cristo existió como Dios Hijo antes de su nacimiento virginal.

Es correcto decir que Cristo existió en la mente y propósito de Dios desde el principio. Hay testimonios abundantes en las páginas de la Biblia para confirmar el propósito de Dios en Jesucristo. Sin embargo, nuestro punto de vista es que Jesús sólo llegó a existir físicamente por medio de su nacimiento de María. Jesús fue el ‘primogénito’, lo que implica un comienzo.  Claramente, el no existía en el tiempo en que se escribieron los pasajes de las promesas de Dios a David. Tampoco existía en persona en el tiempo de la creación.

Capítulo anterior: Capítulo 1: “Dios Estaba En Cristo Reconciliando Consigo Al Mundo.”

Continúa leyendo: Capítulo 3: «Según El Camino Que Ellos Llaman Herejía»
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