Ustedes valen más

Soy seguidor de Jesús porque vivió sin temor. Cuando sigo sus pasos por los pueblos de Israel le veo decir lo que se tiene que decir, hacer lo que se tiene que hacer, defender a los indefensos y enfrentar a los que tienen que ser resistidos. Veo a un amigo de mujeres, niños, extranjeros, pobres, enfermos físicos y mentales y todos aquellos que la sociedad “normal” menospreciaba. Veo a un hombre que se levantó de condiciones humildes para enfrentar no sólo a los poderes judíos y romanos del momento, sino también a su propia familia, su comunidad y sus amigos, sin comprometer sus valores ni por un instante. 

Cuando veo a Jesús veo a uno que aún de niño pasó varios días sólo en una ciudad extraña sin que se le ocurriera la posibilidad que Dios no estuviera a su lado. Porque Jesús sabía desde su juventud que no estaba en la casa de su Padre sólo en ese momento sino que en todos. Como posteriormente dijo a uno de sus primeros discípulos – y estoy seguro que lo dijo riéndose – “¿crees porque te dije que te vi cuando estabas debajo de la higuera? ¡Vas a ver aun cosas más grandes que estas! Y añadió [a los demás]: Ciertamente les aseguro que ustedes verán abrirse el cielo, y a los ángeles de Dios subir y bajar sobre el Hijo del hombre.”

Jesús les está trayendo a memoria el momento en que Jacob despertó de su sueño pensando que por casualidad se había acostado a dormir en un lugar mágico – cuando el “lugar mágico”, el verdadero Betel, es cualquier lugar donde está uno de los hijos o hijas de Dios. En ese lugar – en todos esos lugares – es que los ángeles de Dios suben y bajan del cielo. En todos esos lugares es que las escaleras del cielo tocan tierra.

Aún horas antes que lo asesinaran Jesús estaba consciente de la presencia constante y permanente de su Dios y Padre, y de los millares de ángeles que acudirían en un instante a su llamado. Y con el hecho de no haberlos llamado en su momento de crisis Jesús nos enseña que en esta vida, por razones que muchas veces no comprenderemos, es necesario el sufrimiento para lograr la redención no sólo de nuestras vidas sino del mundo entero. El misterio del sufrimiento es grande, pero en la muerte y resurrección de Jesús se nos abre un poco la ventana al entendimiento del poder redentor que hay en una vida entregada de corazón en sacrificio ante Dios.

Espero que el momento que ahorita atravesamos nos haya golpeado en la cara con la realidad que todo lo que pensábamos controlar era mera ilusión. Que todo aquello que realmente importa, comenzando con nuestras mismas vidas y las de todas las personas que amamos, está, y siempre ha estado, absolutamente en manos de Dios. 

Este despertar es el momento más importante de nuestras vidas. Cuando se desvanecen los espejismos de oasis inexistentes y por fin nos paramos ante Dios desnudos de todas aquellas cosas vacías e inútiles, este es el momento en que nuestra vida realmente comienza.

En Mateo 10 Jesús envió a sus discípulos a anunciar el evangelio del reino de Dios por todas las ciudades de Israel. Y les dijo que salieran sin dinero, sin comida, sin mochila – sin nada, realmente – para aprender esta misma lección: que nuestras vidas están siempre en manos de Dios. Les advirtió que el camino sería difícil, que sufrirían persecución, pues el discípulo no es más que su maestro, ni el siervo es más que su señor. 

Uno de los rayos de luz que tenemos en esta crisis es que por silencio de los motores y el sofocamiento del bullicio de las gentes estamos escuchando nuevamente el canto de los pájaros. Y están por todas partes – está ocurriendo una explosión de vida en el mundo natural. Y si tenemos oídos para oír, esto nos recuerda a diario las palabras de Jesús: “ ¿No se venden dos gorriones por una monedita? Sin embargo, ni uno de ellos caerá a tierra sin que lo permita el Padre; y él les tiene contados a ustedes aun los cabellos de la cabeza.”

Y estoy seguro que las siguientes palabras Jesús también se las dijo con una sonrisa de afecto: “Así que no tengan miedo; ustedes valen más que muchos gorriones.”

Encerrados para Vida

Ante el momento que vivimos es imposible no pensar en la pascua de Israel en Egipto.

Si no has leído Exodo 12, leelo ahorita. Y si en este momento estás encerrado en tu casa y tienes tiempo, lee Éxodo a partir del capítulo 1.

¿En qué casa queremos refugiarnos?

Se nos ha llamado a refugiarnos en nuestras casas de una muerte invisible que anda por las calles. Así como lo hicieron las plagas en Egipto hace 3500 años, en cuestión de pocos meses ésta ha derribado a tantos dioses de este mundo: las grandes empresas están colapsando, los mercados están en picada, el deporte se ha suspendido. ¿La belleza de qué sirve cuando ya ni nos vemos? ¿La ropa de marca, las joyas y todos los símbolos de riqueza en este momento a quién le importan? Aquellas personas que antes nos parecían tan altas y fuertes ahora son simplemente figuritas insignificantemente pequeñas en nuestras pantallas – si es que siquiera las vemos o les hacemos caso. 

Dentro de nuestras casas, con puertas cerradas, tratamos de proteger nuestras vidas y las vidas de las personas que más amamos. Somos Noé dentro del arca, Rahab en su hogar en el muro de Jericó – haciendo todo lo posible por salvarnos con nuestras familias. Somos el pueblo de Israel, reunidos tras puertas cerradas, pidiendo a Dios que la mortandad no entre tras nosotros.

En este momento de crisis recordemos que en aquella noche Dios había dicho a su pueblo que para salvarse no sólo era indispensable estar dentro de sus casas – su verdadera protección no era la puerta cerrada sino el haber pintado los postes y el dintel de sus puertas con la sangre del cordero perfecto.

En Apocalipsis Juan habla del “cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). A lo que esta frase se refiere es que aún desde antes que Dios pronunciara las palabras “sea la luz” en Génesis 1 toda la creación, toda la historia, apuntaba al Cristo que vendría. Cristo no vino como una reacción posterior de Dios a un propósito frustrado por el pecado de Adán – Cristo siempre fue el fin y el propósito de la creación. Y a través de los milenios Dios puso muchas señales y marcadores apuntando claramente a él.

Las plagas en Egipto se dieron para conducir al pueblo de Dios a la salvación que les esperaba por delante. La plaga que ahorita vivimos nosotros en este tiempo no sabemos con certeza por qué está sucediendo o como ubicarla dentro de los planes de Dios para el mundo. Lo que sabemos es que hoy, en este momento, la plaga nos ha encerrado en nuestras casas.

Y este es el momento para reflexionar si estamos en la “casa” en la que realmente nos salvaremos…no sólo de esta muerte, sino de todas. Pues si por la gracia de Dios escapamos de este momento y volvemos a salir a la calle a retomar nuestras tareas y ocupaciones, tarde o temprano la muerte nos encontrará. 

Tarde o temprano la muerte nos encontrará… a menos que nos hayamos refugiado en la casa protegida por la sangre del sacrificio del cordero perfecto de Dios. Obviamente ya no nos referimos a una “casa” en el sentido literal y físico, sino, como dice el escritor de Hebreos, a la “casa de Dios” que es la familia de Dios, a los hijos e hijas que se han unido a Él bajo la protección de la sangre del cordero (Hebreos 3). 

En la pascua tenemos uno de los presagios más claros del verdadero cordero que vendría para salvación de todo el mundo. En este momento, en nuestro momento, la única pregunta que importa es esta: ¿Estoy dentro de la casa de Dios?