En una carta que envió Jeremías «a los ancianos que habían quedado de los que fueron transportados, y a los sacerdotes y profetas y a todo el pueblo que Nabucodonosor llevó cautivo de Jerusalén a Babilonia…» les dio un consejo que debe de haber resultado positivo y beneficioso para todos aquellos que desde entonces han sido extranjeros y peregrinos en cualquier parte del mundo. Provenía de Dios y era confortante y sensato: les aconsejaba resignarse a su nuevo ambiente, construir casas, plantar huertos, casarse y engendrar hijos:
«Procurad la paz de la ciudad a la cual os hice transportar, y rogad por ella a Jehová; porque en su paz tendréis vosotros paz» (Jeremías 29:1, 5-7).
La mayoría de los creyentes actuales viven en países que les conceden libertad para adorar y predicar el evangelio, y no deben dejar de orar por la paz de tales países. El apóstol Pablo confirmó el consejo de Jeremías y la enseñanza de Jesús cuando escribió a Timoteo:
«Exhorto ante todo, a que se hagan rogativas, oraciones, peticiones y acciones de gracias, por todos los hombres; por los reyes y por todos los que están en eminencia, para que vivamos quieta y reposadamente en toda piedad y honestidad. Porque esto es bueno y agradable delante de Dios nuestro Salvador» (1 Timoteo 2:1-3).
Esta unidad de enseñanza y exhortación pone en claro que nuestra tarea en este mundo es pensar en la paz, vivir en la paz de Cristo, y predicar la paz de su reino. Pero la paz del Cuerpo o Iglesia de Cristo solamente puede ser tan fuerte como la paz que exista en el corazón y mente de cada uno de los creyentes que han hecho realidad la paz de Jesús en sus vidas.
«El presente siglo malo»
Aunque Pedro, Pablo y Juan el apóstol coinciden en esta clase de consejo, ellos conocen la clase de mundo en el cual los creyentes tienen que vivir:
«Sabemos que somos de Dios, y el mundo entero está bajo el maligno» (1 Juan 5:19).
El saludo del apóstol Pablo a los Gálatas se refiere al mundo en términos similares:
«Gracia y paz sean a vosotros, de Dios el Padre y de nuestro Señor Jesucristo, el cual se dio a sí mismo por nuestros pecados para librarnos del presente siglo malo…» (Gálatas 1:3,4).
Si el mundo actual es diferente del mundo de los tiempos del Nuevo Testamento, es solamente en el grado de maldad que en todas partes es mucho mayor que antes. Es un mundo que aún vive bajo la ley del talión.
Para ser salvos de este presente siglo malo los creyentes deben seguir el camino señalado por Jesús:
«Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto» (Mateo 5:48).
Esto significa que el creyente debe hacer el bien al hermano, amigo o enemigo. Debe orar por aquellos que lo maltratan. Debe amar a sus compañeros, ¡aún a los que lo odian! Esta es una dura manera de vivir, pero es la única forma si deseamos gozar de una vida sin fin.
Es sobre esta base, y con esta clase de visión espiritual que nuestra relación con el Estado debe ser vista.
«No resistáis al que es malo»
La regla que Jesús dejó para guiar a sus seguidores fue:
«No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra» (Mateo 5:39).
La palabra traducida resistáis significa oponerse. Si recordamos que Jesús antepuso esta regla de conducta a la ley del talión, se verá que lo que Jesús está diciendo es «No os venguéis.»
Jesús y sus seguidores vivieron de acuerdo a esta regla, pero no los impidió frustrar a los malos hombres cuando pudieron hacerlo, como Jesús lo hizo cuando los judíos quisieron lanzarlo a su muerte desde la cima de una colina (Lucas 4:29,30), y como Pablo lo hizo proclamando su ciudadanía romana (Hechos 22:25).
También el creyente moderno, al igual que los seguidores de Jesús, debe vivir de acuerdo a esta regla de conducta. Si alguien le lanza una piedra o intenta usar un arma contra él, el creyente no cometerá error si toma una acción evasiva o se protege a sí mismo. Pero, vengativamente y con ira, combatir contra un asaltante, devolver pedradas, o tomar cualquier otra acción agresiva, sería incorrecto.
Una hermana haría lo correcto al defenderse de un rufián que la ataca y cualquier creyente estaría actuando dentro de las reglas de conducta de Cristo si deja a su asaltante en manos de la ley.
La tarea del creyente es transformarse por medio de la renovación de su mente en Cristo, sin conformarse a este mundo. Debe obedecer los preceptos de Cristo y no la ley del talión. «Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor» (Romanos 12:19). Tiempo vendrá cuando tendremos la oportunidad de administrar el gobierno perfecto de Jesús en un mundo mejor, en el reino de Dios. Mientras tanto, debemos por causa del Señor someternos a toda institución humana (1 Pedro 2:13).
Ocupaciones diarias
El creyente no sólo tiene que vivir en el mundo, sino que también tiene que trabajar, y es importante que se dedique a ocupaciones que puedan ser hechas «como a Cristo…sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres» (Efesios 6:5-7).
El fondo del asunto en cualquier actividad de esta naturaleza no es si se puede encontrar alguna escritura que justifique o resuelva determinada situación, sino si uno puede preservar la lealtad a Dios y servir a su Maestro, Cristo, tomando un curso de acción que realmente se basa en un deseo personal. La elección de una profesión u ocupación debe ser enfrentada con la objetividad de la mente de Cristo y no con la subjetividad calculadora de la mente de Adán, de tal manera que se sirva a la voluntad de Dios y no a la de la carne que prefiere evitar una elección inconveniente. De la decisión que haga un creyente puede depender la vida eterna o la muerte.
Ocupaciones como la policía o la manufactura de municiones no son para los creyentes, porque las tales pertenecen a los caminos del mundo. Hace muchos años un hermano que se convirtió mientras era un oficial de la policía, rápidamente encontró que sus obligaciones ponían a prueba su nueva conciencia espiritual a tal grado que se vio obligado a buscar otro empleo. En el violento mundo actual ¡cuánto más grande tiene que ser la presión sobre la «mente de Cristo»! Este no es nuestro mundo; somos extranjeros en él, y un creyente estaría fuera de su elemento espiritual en cierto número de ocupaciones de esta clase. El consejo de Pablo viene al caso:
«¿Qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?…Porque vosotros sois el templo del Dios viviente…Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso» (2 Corintios 6:15-18).
La espada de la muerte
Jesús siempre fue directo en la enseñanza de los principios fundamentales, y más de una vez los ilustró usando situaciones apropiadas para tales enseñanzas. Un ejemplo sobresaliente fue la ocasión cuando dijo a Pedro que éste lo negaría tres veces. El dijo entonces a sus discípulos:
«Cuando os envié sin bolsa, sin alforja, y sin calzado, ¿os faltó algo? Ellos dijeron: Nada. Y les dijo: Pues ahora, el que tiene bolsa, tómela, y también la alforja; y el que no tiene espada, venda su capa y compre una. Porque os digo que es necesario que se cumpla todavía en mí aquello que está escrito: Y fue contado con los inicuos: porque lo que está escrito de mí, tiene cumplimiento. Entonces ellos dijeron: Señor, aquí hay dos espadas. Y él les dijo: Basta» (Lucas 22:35-38).
Su referencia al tiempo cuando los discípulos habían ido en fe a cumplir una misión, con nada más que un bordón (Marcos 6:8), estaba ahora siendo contrastada con el temor de ellos a las autoridades y la declinante fe de ellos en él, porque sabía que dos de ellos portaban una espada escondida. Por esto su mandato, «el que no tiene espada, venda su capa y compre una» no produjo una afirmación de fe en él, sino «Señor, aquí hay dos espadas.» Pronto aprenderían ellos el significado de sus palabras.
Mientras Jesús oraba en Getsemaní Judas vino con una muchedumbre armada.
«Uno de los que estaban con Jesús, extendiendo la mano, sacó su espada, e hiriendo a un siervo del sumo sacerdote, le quitó la oreja. Entonces Jesús le dijo: Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:51,52).
A los principales sacerdotes y a los jefes de la guardia del templo les dijo:
«¿Como contra un ladrón habéis salido con espadas y con palos?…Esta es vuestra hora, y la potestad de las tinieblas» (Lucas 22:52,53).
Jesús no pudo haber sido más claro en su enseñanza: mostró que la espada, el palo, la muchedumbre (incluyendo probablemente algunos que no estaban armados) y la resistencia al mal, todo pertenece al «poder de las tinieblas» de este mundo.
El creyente pertenece a un mundo diferente. Así, Jesús dijo a Pilato: «Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos» (Juan 18:36). Pero debido a que su reino no era de este mundo Jesús no pidió «más de doce legiones de ángeles» (Mateo 26:53).
Cada creyente debe portar una espada: «la espada del espíritu, que es la palabra de Dios» (Efesios 6:17). Esta es el arma de su guerra «contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo» (Efesios 6:12). Con esta espada también tiene que pelear consigo mismo, puesto que es de su interior que surgen las guerras, los pleitos y las contiendas: de «vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros» (Santiago 4:1).
Desde el punto de vista de Jesús, no nos corresponde participar en las fuerzas de la ley y del orden, nacionales o internacionales. Existen para mantener el orden de un mundo al cual no pertenecemos.
Aunque estamos llamados, como lo fueron los primeros cristianos, a obedecer a los magistrados, no nos sentamos en el mismo banco con ellos. ¡Jamás se leyó de un apóstol o discípulo que fuera magistrado! En vista de la enseñanza de Jesús, incluyendo las bendiciones de las Bienaventuranzas, ¡quién se imaginaría que aprobaría a alguien que se enrolara en la policía o se sentara en el banco de los magistrados!
Esto no quiere decir que debemos evitar el servicio amoroso para con nuestros prójimos cuando la oportunidad lo requiere. Debemos dar libremente nuestro servicio compasivo a todos los que lo necesitan. Aunque somos extranjeros y peregrinos en la tierra en la cual vivimos, no somos sus enemigos.
Durante la Guerra de Secesión de los Estados Unidos de 1860-65, el Dr. John Thomas correctamente sostuvo que los cristadelfianos eran parte del «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para anunciar las virtudes de aquel que los llamó de las tinieblas a la luz admirable» (1 Pedro 2:9). Los creyentes tienden a olvidar la nobleza de este alto y celestial honor del llamado de Dios, y a menudo pasan por alto el hecho de que su primera obligación en la vida es manifestar Su Nombre y propósitos a todas las personas que los rodean.
Por medio del ejemplo y de la enseñanza Jesús mostró tres formas de hacerlo: No resistir al malo, amar al mundo como Dios lo amó, y predicar el evangelio. El tuvo poco tiempo para lo demás — y nosotros también.
Quedate un tiempo con nosotros y comenzarás a entender lo que Dios quiere comunicarnos en su palabra. Y si tienes preguntas o comentarios, escríbenos a preguntas@labiblia.com