Hace algunos días exploramos la pregunta de que en que terminaría todo esto, y la Biblia nos da el seguro consuelo que aunque en este momento parezca que el tren se ha descarrilado, seguramente llegaremos al destino.
Cuando un viaje se alarga a veces sentimos la necesidad de confirmar que aún vamos en la ruta correcta, y nos detenemos a consultar nuevamente el mapa para verificar que este pueblo, o el río que acabamos de pasar, estaban en la ruta anticipada. Dios sabe que somos polvo y padecemos de ansiedad por causa de nuestra existencia temporal, y no nos deja sin mapa. Nos ha proveído de marcadores en el camino para poder confirmar que vamos aún en la ruta deseada.
Linaje de Abraham sois…
Por esta razón a lo largo de la Biblia tenemos profetas por medio de quienes Dios nos comunica algunos detalles de la ruta que seguimos. El primero de estos profetas fue Abraham (Génesis 20:7).
Si aún no le conoces a Abraham, ponte a leer. Comienza en Génesis 11 y lee por lo menos hasta el capítulo 25. Luego léelo de nuevo. Y una tercera vez.
Al lector casual de la Biblia no le es inmediatamente obvia la importancia de Abraham dentro de las escrituras (aunque ya hemos hablado de una de las formas importantes en que es único).
Una forma de ilustrar la importancia de Abraham es comparándolo con Noé. Si como padres alguna vez hemos querido comprar historietas bíblicas ilustradas para nuestros hijos, es casi seguro que en cualquier librería hallaremos la historia del arca de Noé.
Noe fue un hombre justo y piadoso cuya historia también está en los primeros capítulos de Génesis. En estos tiempos la historia se transmitía oralmente cuando cada palabrita contaba, y sin embargo tenemos varios capítulos acerca de su vida. Pero fuera de esas páginas, ¿cuántas veces habla la Biblia de Noé? El profeta Ezequiel sí le menciona un par de veces como un hombre justo ejemplar, y aparece entre la lista de los de fe en Hebreos 11, y Pedro también nos habla de él. Pero son relativamente pocas las referencias.
De Abraham, en cambio, la Biblia habla más de 100 veces fuera del libro de Génesis, incluyendo más de 70 referencias en el Nuevo Testamento, partiendo desde el primer versículo:
«Libro de la genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham.» (Mateo 1:1)
Al iniciar de esta manera Mateo no está diciendo que si le queremos conocer a Jesucristo, comencemos conociéndole a Abraham.
O considerémoslo de otra forma: En Génesis 10 la Biblia describe las 70 naciones que descendieron de los hijos de Noé – este capítulo se presenta como un resumen del panorama total de toda la humanidad. Pero en Génesis 11 la Biblia utiliza la técnica literaria de la genealogía como embudo, excluyendo sistemáticamente la demás gente de cada generación hasta terminar en un solo hombre – Abraham. Y a partir de Génesis 12:1, hasta el final de la Biblia, el texto bíblico relata la historia de este hombre y su familia.
En otras palabras, más del 99% de la Biblia está dedicada a relatarnos la historia de Abraham y su descendencia.
Si la Biblia es Sur América, Abraham es el Río Amazonas. Si la Biblia es un cuerpo, Abraham es la estructura esquelética.
Terminemos con un solo versículo más:
«Y si vosotros sois de Cristo, ciertamente linaje de Abraham sois, y herederos según la promesa.» (Gálatas 3:29)
Puedes leer todo Gálatas 3 para comprender el desarrollo del argumento, pero la conclusión del versículo 29 nos debe poner a pensar: si pensábamos que estar en Cristo era el objetivo final, para Pablo más bien estar en Cristo es la forma en que llegamos al verdadero destino: de ser parte del linaje de Abraham y herederos de la promesa.
Y porqué querríamos estar en la promesa a Abraham? La respuesta es muy sencilla. A Abraham y a su descendencia le ha sido prometido el mundo entero, para toda la eternidad.
En otras palabras, si no estamos en Abraham, no estamos en nada.
¿Quieres saber en qué va a terminar todo esto? ¿Quieres confirmar si estás en la ruta correcta y no te has perdido? Comienza con la vida del primer profeta, con Abraham.
-Kevin H.