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Tuyo es el Reino

Capítulo 10 - Buscad Primeramente el Reino de Dios

Hasta aquí en nuestro estudio hemos visto que Dios tiene la intención de establecer su reino en la tierra con Jesucristo como rey. El finalmente morará en perfecto compañerismo con los hombres y las mujeres a quienes haya dado inmortalidad. Hemos considerado cómo ha llegado a ser posible esta reconciliación por medio de la provisión de amor y sacrificio de Jesús. La cuestión candente ahora es nuestra posición frente a este glorioso futuro. ¿Cómo podemos estar usted y yo entre todos los limpiados del pecado que serán invitados al reino de Dios? Tal como el título de este capítulo indica, Jesús nos invita a buscar el reino de Dios (Mateo 6:33), pero ¿cómo debe hacerse esto?

Hay una creciente tendencia a ver la selección del camino de retorno a Dios como un asunto de preferencia personal. Mucha gente sostiene que siempre que la forma de vida de una persona sea pura y su corazón recto, Dios lo reconocerá como la base para la reconciliación con El. Frecuentemente oímos decir que «todos los caminos conducen a Dios» y «usted lo adora a su manera y yo a la mía, pero ambos estaremos allí al final.» Esto no sólo se está diciendo con referencia a todas las diferentes ramas de la fe cristiana, pues también se incluye a la mayoría de las otras religiones.

Pero ¿es éste el criterio de Dios? ¿No sería sabio investigar lo que él ha dicho acerca de esto antes de ponernos a buscar su reino?

Cornelio

Quisiera poner delante de los partidarios de la teoría de que «todos los caminos conducen a Dios» el caso de Cornelio. El era un centurión romano de carácter muy admirable. En realidad habría sido difícil encontrar fallas en su estilo de vida. Esta es la descripción inspirada de él:

«Piadoso y temeroso de Dios con toda su casa, y que hacía muchas limosnas al pueblo, y oraba a Dios siempre.» (Hechos 10:2)

Usted podría pensar: «¿Qué más se podría pedir? Este era un hombre sincero y completamente religioso, que había criado a su familia en la fe, oraba a Dios constantemente y era muy generoso con los necesitados. ¡Ojalá que todos los hombres que dicen ser religiosos vivieran tal vida! Seguramente ese hombre no necesitaba preocuparse por su futuro eterno. Si hay algún galardón en la otra vida él será el primer candidato en obtenerlo.»

Pero ¿cuál fue el mensaje de Dios para él? Fue que había algo más que él tenía que hacer:

«Envía, pues, ahora hombres a Jope y haz venir a Simón, el que tiene por sobrenombre Pedro… él te dirá lo que es necesario que hagas.» (Hechos 10:5-6)

Así que la sinceridad, devoción, caridad, vida devota y oraciones, aunque eran indudablemente encomiables, resultaban insuficientes para hacer a este hombre aceptable delante de Dios. La única forma en que un hombre podía acercarse a Dios era aceptando a su Hijo, y el apóstol Pedro pudo explicar a Cornelio cómo hacer esto.

Un camino de vida

El camino de vida es una figura que puede encontrarse en toda la Biblia. En su primer capítulo se nos dice que al mismo tiempo que el árbol de ciencia también se encontraba otro árbol en el jardín de Edén, el cual tenía el poder de dar vida eterna a todos los que comieran de su fruto. Este es un símbolo de la inmortalidad que Dios concederá en el futuro. Pero cuando Adán y Eva fueron lanzados de la presencia de Dios a causa de su pecado, el camino a este árbol fue cerrado para que no retornaran a comer de su fruto y se volvieran pecadores inmortales:

«Echó, pues, fuera al hombre, y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.» (Génesis 3:24)

Obsérvese que en un lenguaje simbólico, había sólo un camino para volver ante la presencia de Dios, el cual fue cerrado. Pero por medio de la obra de Jesús este camino fue abierto para los que deseaban buscar a Dios:

«Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí.» (Juan 14:6)

En su predicación después de la resurrección de Cristo, los apóstoles enfatizaron esto a sus oyentes. Cristo era el único en el mundo entero por medio de quien era posible la vida eterna:

«Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos.» (Hechos 4:12)

Pensándolo bien, esto debe parecer perfectamente razonable. Dios difícilmente habría enviado a su propio Hijo al mundo a morir en tal agonía por los pecados de la humanidad si hubiera habido otro camino de redención. No hay duda, por consiguiente, de que la reconciliación con Dios solamente puede encontrarse dentro de la fe cristiana.

Pero ¿qué damos a entender por fe cristiana, puesto que hay muchas formas de ella en el mundo? ¿Tendrá importancia cuál de los caminos transitamos con tal que tenga la etiqueta de cristiano ? De nuevo Jesús nos manda tener mucho cuidado. El con seguridad visualizó nada más que un camino a la vida. Para Jesús, en el mundo entero solamente hay dos caminos, y conducen en direcciones opuestas: uno es un camino estrecho y poco frecuentado que conduce a la vida, y el otro un amplio y muy transitado camino que lleva a la destrucción:

«Entrad por la puerta estrecha; porque ancha es la puerta, y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos son los que entran por ella; porque estrecha es la puerta, y angosto el camino que lleva a la vida y pocos son los que la hallan.» (Mateo 7:13-14)

No hay duda de que esta enseñanza no concuerda con la actual tendencia a suavizar las diferencias entre los muy opuestos puntos de vista dentro de las esferas religiosas. Pero tampoco se puede negar que aquella fue la posición de la iglesia cristiana original. De hecho las epístolas del Nuevo Testamento llegaron a existir a causa de este reconocimiento de que existe solamente una camino a la vida. Pablo escribió con lágrimas en sus ojos (2 Corintios 2:4; Filipenses 3:18), rogando a sus convertidos abandonar las variaciones que habían introducido en su enseñanza. Eran enmiendas que ahora serían vistas como completamente insignificantes; pero él las vio como asunto de vida o muerte. Los que se habían adherido a la nueva enseñanza habían «caído de la gracia» (Gálatas 1:8-9). Para el inspirado Pablo, como para su Maestro, había solamente un evangelio y la menor desviación de él sería fatal. Lea su énfasis insistente en esto:

«Más si aun nosotros, o un ángel del cielo, os anunciare otro evangelio diferente del que os hemos anunciado, sea anatema. Como antes hemos dicho, también ahora lo repito: Si alguno os predica diferente evangelio del que habéis recibido, sea anatema.» (Gálatas 1:8-9)

Así que es absolutamente seguro que en lo que concierne al cristianismo original, no llevan a Dios todos los caminos. Hay sólo un camino, el cual es estrecho y no permite desviación de su ruta, y sólo aquellos que lo encuentran y caminan por todo su trayecto alcanzarán el reino de Dios.

¿Cómo puede usted encontrar ese camino?

La Biblia, única guía
Hasta aquí nuestro estudio ha servido para enfatizar el lugar vital de la Biblia en el trato de Dios con la humanidad. La verdadera razón para la existencia de la Escritura es decirnos lo que Dios está haciendo y cómo podemos estar asociados con su plan. Buscar en otro lugar alguna forma de llegar al reino de Dios sería una ruina. Aún así, siempre que el problema de la religión surge casi invariablemente oímos a la gente comenzar la conversación diciendo «yo creo…» en vez de «la Biblia dice…» La Biblia tiene frecuentes comentarios sobre esta tendencia a confiar en nuestra propia preferencia en asuntos de creencia y religión, y señala lo catastrófico que resultará seguir tales pensamientos e inclinaciones:

«Conozco, oh Jehová, que el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que camina es el ordenar sus pasos.» (Jeremías 10:23)

«Hay camino que parece derecho al hombre, pero su fin es camino de muerte.» (Proverbios 16:25)

Por consiguiente, lo primero que un aspirante al camino de la vida debe hacer es aceptar la guía de la Escritura:

«¡A la ley y al testimonio! Si no dijeren conforme a esto, es porque no les ha amanecido.» (Isaías 8:20)

«Y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús.» (2 Timoteo 3:15)

Pero usted podría preguntar: «¿Qué hay de la enseñanza de la Iglesia? ¿No tiene autoridad otorgada por Cristo con el mismo valor que la revelación escrita de Dios? En respuesta podríamos preguntar: «¿Cuál iglesia? ¿Católica Romana? ¿Ortodoxa Griega? ¿Protestante?» Las variantes de creencia y práctica entre estos sectores de la cristiandad son enormes. ¿Cuál es correcta? Ya hemos visto que las creencias han cambiado durante la historia de la Iglesia, haciendo difícil de aceptar que aún posee el «único evangelio» mencionado por Pablo. Sus prácticas también han cambiado. ¿Fue conducida la terrible Inquisición de la Edad Media con la aprobación y autoridad de Jesús? Si fue la voluntad de Dios en aquella época ¿por qué no se realiza igualmente ahora? ¿Han cambiado las normas y exigencias de Dios?

El hecho es, tal como lo vimos en un capítulo anterior, que el cristianismo moderno tiene poco en común con el mensaje original de Cristo y los apóstoles. Una iglesia que ha alterado más allá de todo reconocimiento la enseñanza sobre el reino de Dios es altamente improbable que pueda dirigir a hombres y mujeres a un destino en el cual ha dejado de creer.

En lo que a la autoridad en materia religiosa concierne, es la Biblia o nada. No existe un punto medio.

«¿Qué debo hacer para ser salvo?»
Este fue el sincero clamor del carcelero de Filipos ante Pablo y Silas cuando se dio cuenta de que ellos eran predicadores enviados por Dios. La respuesta de Pablo fue inmediata y directa, e ilustra la forma de conversión al cristianismo en el primer siglo:

«Cree en el Señor Jesucristo, y serás salvo, tú y tu casa.»

El carcelero claramente quería saber más, puesto que el relato sigue diciendo:

«Y le hablaron la palabra del Señor a él y a todos los que estaban en su casa.» (Hechos 16:31-32)

El resultado de esta predicación fue el bautismo del hombre y los de su casa:

«Y él, tomándolos en aquella misma hora de la noche, les lavó las heridas; y en seguida se bautizó él con todos los suyos.» (Hechos 16:33)

En respuesta al ruego del carcelero, Pablo fue obediente al mandato final de Jesús a sus discípulos:

«Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; más el que no creyere, será condenado.» (Marcos 16:15-16)

Por consiguiente, poner pie en el camino al reino de Dios implica realizar dos pasos: creer es el primero y bautizarse, el segundo.

Creer en Jesús
Creer o tener fe, es el verdadero fundamento de la aceptación de parte de Dios. Desconfiar o dudar de él y de su propósito impide que una persona se acerque a Dios. «Pero sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). Esta fe debe ser en la misión de su Hijo por medio de quien será cumplido su propósito.

¿Qué necesita saber un posible cristiano acerca de Jesús? Hay dos principales aspectos de su obra que deben ser aceptados. Refiriéndonos a la práctica del primer siglo encontramos que estos son el nombre de Jesús y el reino de Dios :

«Pero cuando creyeron a Felipe, que anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.» (Hechos 8:12)

Estos dos aspectos contienen la totalidad del mensaje sobre el propósito de Dios para el hombre. Lo concerniente al reino de Dios, tal como lo he explicado en este libro, se refiere a todo lo relacionado con su plan para el futuro del hombre, lo cual es el tema de la Biblia. Lo concerniente al nombre de Jesucristo es lo que consideramos en los capítulos anteriores, la cruz y su sacrificio que ha hecho posible la salvación en el reino. Ambas partes de la obra de Cristo deben ser entendidas y aceptadas por todos los que dicen creer en él.

Arrepentimiento
Entender y creer en esta doble misión de Jesús tendrá un profundo efecto en una persona. Habrá conciencia de pecado y del alejamiento de Dios. Una vida de placer resultará vacía y sin futuro, y la realidad y permanencia de la muerte, una carga que necesita ser levantada. La vida perfecta y el amor de Jesús tocarán una cuerda vibrante cuando se dé cuenta de lo que él sufrió para hacer posible que el hombre se vuelva inmortal.

Hay una palabra usada en la Biblia para describir este cambio en la manera de pensar: arrepentimiento. Sin este cambio de corazón y mente el rito del bautismo se vuelve una ceremonia solamente exterior. Esta es la voz unánime del Nuevo Testamento:

«Bautizaba Juan en el desierto, y predicaba el bautismo de arrepentimiento para perdón de pecados.» (Marcos 1:4)

«Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.» (Hechos 2:38)

Bautismo
Se piensa comúnmente que el rito del bautismo es la ceremonia que sirve para iniciar a un infante en la Iglesia. En realidad, es un paso obligatorio en el camino al reino de Dios. Como Jesús mismo dijo:

«De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios.» (Juan 3:5)

Ya hemos visto que en cualquier parte del Nuevo Testamento este nacer del agua es considerado como el siguiente paso después de la fe y el arrepentimiento. Los Hechos de los Apóstoles describe la expansión del evangelio y es una característica constante en el libro que cuando registra una conversión al cristianismo, ésta va acompañada de una referencia al bautismo del converso.

Una cosa es clara: El bautismo era efectivo solamente si era precedido por la fe. Un visitante etíope de Jerusalén, respondiendo a la predicación de Felipe sobre Jesús, preguntó si podía ser bautizado. Felipe respondió:

«Si crees de todo corazón, bien puedes.» (Hechos 8:37)

Por consiguiente, está claro que en esos tiempos el bautismo fue solamente para creyentes adultos. No existe la más pequeña sugerencia de que hubiera alguna excepción a esta regla.

¿Qué es el bautismo?

El bautismo cristiano consiste en la completa inmersión en agua de un creyente que ha confesado tener fe en Jesús. Encontramos amplia evidencia bíblica e histórica para esto, y el mismo significado de la palabra excluye cualquier otro punto de vista. La palabra bautismo es una forma castellanizada de la palabra griega que significa hundir o sumergir . Hablando de la época apostólica, la Enciclopedia Británica dice:

«En la ceremonia el candidato al bautismo es sumergido en el agua.» (14 Edición, artículo: Bautismo)

Ejemplos de esto abundan en las Escrituras. Juan bautizaba en cierto lugar «porque había allí muchas aguas» (Juan 3:23). Después que Jesús fue bautizado «subió luego del agua» (Mateo 3:16). Felipe y el etíope «descendieron ambos al agua… y le bautizó» (Hechos 8:38).

A esto puede añadirse el testimonio de los historiadores. Refiriéndose al tiempo de los apóstoles, Mosheim dice:

«El sacramento del bautismo fue administrado en este siglo fuera de las asambleas públicas… y se llevaba a cabo por inmersión de la totalidad del cuerpo.» (Siglo 1, capítulo 4)

También Dean Stanley concuerda:

«No hay duda de que la forma original de bautismo el verdadero significado de la palabra fue la completa inmersión en aguas bautismales profundas.» (Conferencias sobre la Iglesia Oriental)

Por consiguiente no existe duda sobre la forma de bautismo practicada por Cristo y sus discípulos.

El efecto del bautismo
Por medio del bautismo un creyente hace una pública confesión de fe en lo que Jesús logró en la cruz y se identifica personalmente con este sacrificio. El efecto inmediato del verdadero bautismo es el de borrar todos los pecados pasados del creyente, permitiéndole un comienzo completamente fresco de una nueva vida. El símbolo del lavado en agua se vuelve así apropiado:

«Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados.» (Hechos 2:38)

«Levántate y bautízate, y lava tus pecados.» (Hechos 22:16)

Purificado de esta manera, el creyente llega a estar en Cristo en vez de en Adán, y todos los beneficios de largo alcance del sacrificio de Jesús están disponibles. Pablo enfatiza el cambio en su carta a los corintios:

«Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados.» (1 Corintios 15:22)

Estar en Adán significa poseer la inclinación natural al pecado que ha sido heredada de él; y sin el perdón esto resulta en muerte. Pero todos los que por el bautismo llegan a estar «en Cristo» serán perdonados por su causa y destinados a vida eterna.

Por consiguiente, el bautismo no es un rito innecesario, sino el único medio para llegar a la redención y reconciliación posibilitadas por la muerte de Cristo en la cruz.

El significado del bautismo
La naturaleza vital del bautismo es enfatizada cuando nos damos cuenta del significado que hay bajo el acto de inmersión. En su carta a los cristianos romanos Pablo explica que en el bautismo el creyente sufre en símbolo lo que Jesús experimentó en la realidad. Jesús murió en la cruz, fue sepultado en la tumba y después se levantó de nuevo a una nueva vida. La persona bautizada repite esto de una manera simbólica. Muere a su antigua vida, es sepultado bajo el agua y después se levanta de su sepulcro temporal a una nueva vida. Estas son las palabras de Pablo:

«¿O no sabéis que todos los que hemos sido bautizados en Cristo Jesús, hemos sido bautizados en su muerte? Porque somos sepultados juntamente con él para muerte por el bautismo, a fin de que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en vida nueva. Porque si fuimos plantados juntamente con él en la semejanza de su muerte, así también lo seremos en la de su resurrección; sabiendo esto, que nuestro viejo hombre fue crucificado juntamente con él, para que el cuerpo del pecado sea destruido, a fin de que no sirvamos más al pecado… Y si morimos con Cristo, creemos que también viviremos con él.» (Romanos 6:3-8)

El bautismo del creyente es visto de este modo como una forma de crucifixión. El viejo hombre (la pasada vida dominada por el pecado), es destruido y dejado atrás en las aguas del bautismo. Al resucitar del agua comienza una nueva vida, la cual por ser «en Cristo» conducirá al perdón y a la vida.

En una alteración de la figura Pablo continúa diciendo que por el bautismo cambiamos de amo y cambiamos también la recompensa de nuestro servicio. Habiendo sido anteriormente esclavos del pecado y habiendo obteniendo su salario, ahora nos hemos vuelto convertido en esclavos de Dios para experimentar su bendición:

«Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados… Mas ahora que habéis sido libertados del pecado y hechos siervos de Dios, tenéis por vuestro fruto la santificación, y como fin, la vida eterna. Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro.» (Romanos 6:17,22-23)

Así que el bautismo es un paso esencial en el camino a la vida.

¿Es bautismo echar un poco de agua en la cabeza?
Después de las enseñanzas bíblicas que hemos considerado, no es necesario hacer esta pregunta. Todos los elementos del bautismo cristiano están ausentes cuando unas cuantas gotas de agua mojan la cabeza de un infante. Fe y arrepentimiento definitivamente no son posibles en alguien tan joven. Un litro de agua no es lo mismo que inmersión, por lo que no se efectúa el sepultamiento con Cristo, como tampoco tiene lugar la resurrección a una nueva vida.

No existe la más leve justificación bíblica para el bautismo de infantes. Uno de los teólogos del siglo pasado advertía:

«Grandes cantidades de quienes han sido educados en la creencia de que las Escrituras aprueban el bautismo de infantes, se quedan perplejos cuando al examinar el tema por sí mismos, encuentran que ni siquiera lo mencionan.» (Dr. Ball, Morning Star, página 209, 1869)

Dean Stanley en 1879 justificó el cambio de la práctica original en estas palabras:

«La práctica casi universal del bautismo fue aquella de la que leemos en el Nuevo Testamento… que todos los que eran bautizados lo hacían por inmersión en agua… Pero en la práctica fue cambiado desde el comienzo del siglo diecisiete… Con las pocas excepciones ya mencionadas, la totalidad de las Iglesias Occidentales ha sustituido el antiguo baño por la ceremonia de rociar unas cuantas gotas de agua en la cara. La razón del cambio fue obvio. La práctica de inmersión, tan apostólica y primitiva como fue era… era especialmente inapropiada para el gusto, conveniencia y sentimientos del Norte y el Oeste… No hay nadie que quisiera volver a la vieja práctica. Gozaba sin duda de la aprobación de los apóstoles y de su Maestro… El bautismo por aspersión fue rechazado por todas las iglesias antiguas por no constituir bautismo de ninguna manera… [El bautismo por aspersión] es un contundente ejemplo del triunfo del sentido común y la conveniencia sobre la esclavitud de la forma y la costumbre.» (The Nineteenth Century Review, octubre de 1879)

Si es sentido común alterar deliberadamente el rito que Dios ha seleccionado como camino al perdón de los pecados y la obtención de la vida eterna, es algo sobre lo que usted tendrá que ser el juez. Sobre qué bautismo sea más conveniente , los cristianos bien podrían preguntarse dónde estarían si Jesús hubiera preferido su conveniencia en vez de morir en la cruz. Todos los que afirman seguir a Jesús difícilmente pueden usar tal excusa para desobedecerlo.

Vida en Jesús
Después del bautismo el creyente, quien ahora se ha convertido en hermano o hermana de Cristo, comienza el viaje a lo largo del camino de la vida al reino de Dios con paso ligero y un corazón lleno de gratitud y amor a Dios y a Jesús por todo lo que ellos han hecho. La posición del cristiano ahora es de gran privilegio, aunque con las correspondientes responsabilidades. El breve y necesario repaso que sigue trata de mostrar lo que la vida en Cristo implica.

Perdón
Un cristiano no irá tan lejos en el camino de la vida antes de que la verdad de estas palabras de Pablo se vuelva evidente:

«Es necesario que a través de muchas tribulaciones entremos en el reino de Dios.» (Hechos 14:22)

La más grande tribulación para todos los verdaderos cristianos es nuestra propia falla en responder a Dios como quisiéramos, porque aun cuando nuestra pasada vida ha sido borrada en el bautismo, la naturaleza humana que poseemos no ha sido cambiada y continuamos pecando. Pero la gran diferencia después del bautismo es que si confesamos nuestras fallas y nos arrepentimos de ellas todos los pecados serán perdonados por causa de Cristo y comenzamos de nuevo con una hoja limpia. Lograr este perdón para sus hermanos y hermanas es la labor presente de Jesús como mediador nuestro en los cielos. El claro y confortante mensaje es que no hay límite para el perdón que Dios garantizará por su causa.

«¿Quién es el que condenará? Cristo es el que murió; más aun, el que también resucitó, el que además está a la diestra de Dios, el que también intercede por nosotros.» (Romanos 8:34)

«Si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el Justo.» (1 Juan 2:1)

«Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre.» (1 Timoteo 2:5)

La efectividad de la mediación de Jesús es mucho mayor por su experiencia personal en las pruebas y tentaciones de nuestra naturaleza. El recuerda cuáles son los problemas que se experimentan cuando se es humano:

«Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo.» (Hebreos 2:17)

«Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado.» (Hebreos 4:15)

«Por lo cual puede salvar perpetuamente a los que por él se acercan a Dios, viviendo siempre para interceder por ellos.» (Hebreos 7:25)

El creyente bautizado tiene el portavoz más bondadoso, más comprensivo y más efectivo en todo el universo para rogar por su perdón, y Dios se complace en perdonar cualquier pecado cuando su Hijo se lo solicita.

Oración
El perdón está disponible gratuitamente, pero debe buscarse en oración. La cita anterior que se refiere a Cristo como nuestro sumo sacerdote continúa con este consejo:

«Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro.» (Hebreos 4:16)

La oración es el privilegio de los hermanos y hermanas de Cristo, no sólo para obtener perdón sino también para ofrecer alabanza a Dios y buscar su ayuda en la dificultad. Todos los que experimentan el valor de este ejercicio difícilmente necesitarán las repetidas exhortaciones a practicarlo:

«Orad sin cesar.» (1 Tesalonicenses 5:17)

«Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias.» (Filipenses 4:6)

«La necesidad de orar siempre, y no desmayar.» (Lucas 18:1)

Siguiendo a Jesús

Jesús ha ido antes que nosotros hasta el fin del camino y ya ha comido del figurado árbol de vida. Su vida tal como se revela en los evangelios es el modelo para todos los que lo han de seguir:

«Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.» (Filipenses 2:5)

«El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo.» (1 Juan 2:6)

«Porque también Cristo padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para que sigáis sus pisadas.» (1 Pedro 2:21)

El respeto de Cristo por su Padre, su obediencia a la voluntad de Dios, su amor por sus compañeros y su compasión: todo esto y más ha sido manifestado en los evangelios como una norma para sus discípulos en todos los tiempos.

Obediencia a Cristo
Además de su ejemplo él mismo dio mandamientos específicos que pondrían a prueba el amor y la lealtad de sus amigos. El confirmó esto en varias ocasiones:

«Si me amáis, guardad mis mandamientos.» (Juan 14:15)

«El que me ama, mi palabra guardará.» (Juan 14:23)

«Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor.» (Juan 15:10)

«Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando.» (Juan 15:14)

No hay error en el significado de estas palabras. La obediencia al amo es el distintivo del discipulado, el criterio de un verdadero cristiano. La gente de hoy huye de la idea de mandamientos. Estos son vistos como una infracci ón a la libertad individual o como medios de inhibir la libertad de expresión, y deberían, por consiguiente, ser evadidos siempre que sea posible. Pero si los cristianos pasan por alto los mandamientos de Jesús, pierden así el derecho de llamarse cristianos:

«Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos. El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no esta en él.» (1 Juan 2:3-4)

Dónde quedarán los países y personas cristianos si son juzgados de acuerdo a este criterio?

Los mandamientos de Cristo
Muchos y diversos mandamientos de Jesús a sus seguidores están registrados en el evangelio, cubriendo todos los aspectos de la vida de un discípulo. Un aspecto importante es la relación del cristiano con los demás:

«Este es mi mandamiento: Que os améis unos a otros, como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que este, que uno ponga su vida por sus amigos.» (Juan 15:12-13)

El único mandamiento más importante era el de amar y obedecer a Dios:

«Y amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente y con todas tus fuerzas. Este es el principal mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento mayor que éstos.» (Marcos 12:30-31)

Y para señalar que un prójimo es alguien en necesidad, Jesús prosiguió refiriendo la parábola del Buen Samaritano (Lucas 10:27-37).

En otra ocasión Jesús dijo que él tomaba en cuenta cualquier obra misericordiosa que se hiciera con otros como si se hiciese con él. De manera similar, descuidar a los demás es descuidarlo a él:

«De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.» (Mateo 25:40)

Pero el amor a los demás no es el único deber de un cristiano. Una serie extensa de mandamientos de Cristo a sus seguidores se encuentra en el discurso conocido como el «Sermón del Monte» (Mateo 5-7). Es una descripción de gran alcance de la manera como Jesús espera que sus seguidores se comporten. Los temas cubiertos incluyen: enojo y malos pensamientos, divorcio, veracidad, paciencia ante los ataques personales o insultos, generosidad con otros, hipocresía, devoción, confianza en las riquezas antes que en Dios, apegamiento al camino angosto y evitar el peligro de los falsos maestros. Mucha gente cuando lee estos mandamientos dirá: «Están muy bien como ideal, pero en la práctica no pueden ser obedecidos. La sociedad simplemente no saldría adelante obedeciéndolos.»

Jesús no compartía este punto de vista. Claramente vio el peligro de que algunos de sus seguidores llegaran a ser únicamente cristianos nominales, y concluyó su discurso enfatizando la vital importancia de la obediencia. Estar de acuerdo con los mandamientos que él acababa de dar significaba la entrada al reino de Dios: la desobediencia significaba exclusión.

«No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.» (Mateo 7:21)

En refuerzo de esto él les dijo una parábola. Un sabio y un insensato construyeron cada uno su propia casa. El sabio realizó un gran esfuerzo excavando hasta que el cimiento estuviera en la roca. El insensato se contentó con edificar directamente en el suelo, con ningún cimiento. La apariencia exterior de los dos edificios era igualmente buena, pero cuando llegaron la lluvia, el viento y la inundación la casa sin cimiento se derrumbó y fue arrastrada. Estos dos hombres representan las dos categorías de oyentes de Cristo: El sabio, a los que oyen los mandamientos de Cristo y los obedecen; y el insensato, a los que oyen los mandamientos pero prefieren ignorarlos, y por consiguiente perecen (Mateo 7:24-27).

Al decir esto no deseo dar la impresión de que es posible ganar la vida eterna. La redención es el don de Dios, otorgado libremente por medio de su gracia. El error de los fariseos fue creer que podían ser aceptables a Dios por sus buenas obras. Pero así como un regalo puede ser condicionado y aún seguir siendo regalo, así la vida eterna puede ser dada tomando en cuenta nuestro uso de las habilidades y oportunidades que Dios nos ha dado. La parábola de Cristo de los talentos enseña esto claramente (Mateo 25:14-30).

Tomando un pueblo para su nombre

A juzgar por estas altas normas de fe y conducta parecería que la humanidad ha fallado. Semana a semana el mundo se vuelve mas malo, violento y materialista, y el impacto de la enseñanza de Cristo parece ir desvaneciéndose. Este es un problema real para quienes creen que un tiempo de paz y bendiciones para el mundo llegará por medio de la expansión gradual de la influencia cristiana. Pero el entendimiento del propósito actual del cristianismo hace comprensible su falta de progreso. Puede ser una sorpresa aprender que la Biblia no define el propósito de la predicación como un intento de convertir al mundo entero. Antes bien, es un llamado a los hombres y mujeres de fe y amor a salir del mundo y prepararse personalmente para el tiempo cuando Cristo regrese para establecer el reino de Dios. Esta es la enseñanza de Jesús y de los apóstoles:

«Dios visitó por primera vez a los gentiles, para tomar de ellos pueblo para su nombre.» (Hechos 15:14)

«Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo; pero porque no sois del mundo, antes yo os elegí del mundo, por eso el mundo os aborrece.» (Juan 15:19)

«He manifestado tu nombre a los hombres que del mundo me diste… no ruego por el mundo, sino por los que me diste… Yo les he dado tu palabra… porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal.» (Juan 17:6,9,14-15)

«Por lo cual, salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré, y seré para vosotros por Padre, y vosotros me seréis hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso.» (2 Corintios 6:17-18)

Así que en un sentido espiritual los seguidores de Cristo están separados del mundo, puesto que rechazan sus prácticas e influencias; pero en sentido literal permanecen en el mundo. De aquí que tales mandamientos como los del Sermón del Monte no fueron dados para regular la sociedad en toda su extensión, sino como un código de disciplina personal para los pocos que voluntariamente responden al llamado de separación del mundo malo en el cual forzosamente tienen que vivir.

La iglesia
Esta idea del llamado a salir es perpetuado en el significado del término iglesia . La iglesia original no era un edificio sino la comunidad de adoradores cristianos. Iglesia se deriva de dos palabras griegas: ek, que significa fuera de , y klesis que significa llamado . Los cristianos originales eran por consiguiente una comunidad de los llamados afuera , y este proceso de llamar afuera hombres y mujeres sobre la base de su fe en Jesús ha continuado hasta ahora. Una palabra relacionada es santo. En el uso bíblico un santo no es alguien que ha sido canonizado por la Iglesia, sino uno que se aparta , siendo éste el significado original simple de la palabra. Así santos simplemente se refiere a los miembros del cuerpo cristiano, y se deriva de su separación del mundo para convertirse en siervos de Cristo.

Recompensa por la obediencia amorosa
Aunque se requiere disciplina diaria de los seguidores bautizados de Cristo, sus vidas aún están llenas de gozo y paz pues saben que las imperfecciones en su servicio a Cristo serán perdonadas bajo arrepentimiento. Sobre todo, ellos esperan ansiosos su recompensa en el reino de Dios. La esperanza de vida eterna, participación en la obra del retornado Maestro y el compartimiento en todas las bendiciones de su reino es una fuente continua de feliz anticipación. Aunque esta recompensa aún está en el futuro, y por consiguiente no es parte rigurosa del tema de este capítulo, puede considerarse apropiadamente en este momento. La búsqueda del reino con fe y obediencia debe inevitablemente conducir a encontrarlo.

Hay actualmente una tendencia creciente a menospreciar la idea de una recompensa. «La virtud es nuestro premio,» se dice, implicando que la esperanza de una recompensa por el servicio degrada el ideal cristiano. Pero la enseñanza está presente en toda la Biblia. Se nos dice que el Hijo de Dios consideró la perspectiva de felicidad futura como un incentivo en su vida difícil, y a nosotros se nos exige verlo como un ejemplo de lo que deberá ser nuestra actitud:

«Corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante, puestos los ojos en Jesús… el cual por el gozo puesto delante de él sufrió la cruz, menospreciando el oprobio.» (Hebreos 12:1-2)

El tiempo cuando se dará esta recompensa por nuestra fidelidad está claramente establecido en las Escrituras. No es al momento de la muerte del creyente, sino en la resurrección, después que Jesús haya retornado a la tierra. El libro de Apocalipsis, hablando del tiempo cuando «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo,» dice que estos eventos incluirán:

«El tiempo de juzgar a los muertos, y de dar el galardón a tus siervos los profetas, a los santos, y a todos los que temen tu nombre, a los pequeños y a los grandes.» (Apocalipsis 11:18)

La resurrección

La resurrección de los santos al regreso de Jesús a la tierra es enseñada con claridad en toda la Biblia. Fue la esperanza ferviente expresada por todos los fieles de Dios en el pasado. Job, David, Ezequías, Isaías, Daniel, Pablo y muchos otros se refieren a esto (Job 14:14-15;19:25-27; Salmos 17:15; Isaías 26:19; Daniel 12:2; Filipenses 3:11; etc.). La muerte es considerada como un estado de inconsciencia (Eclesiastés 9:5), que será interrumpido por la voz de Jesús llamando de sus tumbas a los santos de Dios:

«De cierto, de cierto os digo: Viene la hora, y ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios; y los que la oyeren vivirán.» (Juan 5:25)

«No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.» (Juan 5:28-29)

Que ésta fue la esperanza de los primeros discípulos de Jesús se evidencia por la reacción de ellos cuando enfrentaron la muerte de algunos de sus amados:

«Yo sé que resucitará en la resurrección, en el día postrero.» (Juan 11:24)

«Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitaran primero… Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras.» (1 Tesalonicenses 4:16,17)

El tribunal de Cristo
Aunque los detalles de cuándo, dónde y cómo no son revelados, todos los santos resucitados, juntamente con aquellos que aún estén vivos al regreso de Cristo, serán reunidos delante de Jesús para enfrentar el juicio de sus vidas. Pablo con frecuencia hace a sus lectores un recordatorio de esto:

«Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo.» (2 Corintios 5:10)

«Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino.» (2 Timoteo 4:1)

En uno de sus últimos discursos a sus discípulos Jesús comparó este solemne evento con un pastor que divide su rebaño mixto en dos grupos: ovejas a su derecha y cabras a su izquierda. El estaba hablando del tiempo de su regreso en gloria para sentarse en su trono (el restaurado trono de David). Las cabras serán expulsadas de su presencia para sufrir castigo y destrucción, pero las ovejas serán invitadas al reino que Dios ha preparado desde el principio de la historia humana:

«Venid, benditos de mi padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo.» (Mateo 25:34)

El premio a la fidelidad
¿Cuál es el galardón que será otorgado a los santos que sean aceptados por Jesús cuando él regrese? Está compuesto de muchas facetas; pero la principal es el regalo de la inmortalidad. Entonces serán cumplidas finalmente las palabras de Jesús:

«Yo les doy vida eterna.» (Juan 10:28)

«Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al hijo, y cree en él, tenga vida eterna.» (Juan 6:40)

Pablo describe el estimulante y dramático proceso por el cual las criaturas débiles, mortales e inclinadas al pecado serán instantáneamente cambiadas en seres perfectos en mente y cuerpo, apropiados para el compañerismo del Padre y su Hijo:

«En un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados… Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?» (1 Corintios 15:52-55)

Heredando la tierra
Estos seres que ahora son inmortales recibirán la tierra como su eterno lugar de morada. La Biblia nunca prometió el cielo como recompensa para los justos. David y Jesús concuerdan al decirnos esto:

«Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz. Los justos heredarán la tierra, y vivirán para siempre sobre ella.» (Salmos 37:11,29)

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.» (Mateo 5:5)

Usted puede recordar de nuestro estudio en el capítulo 5 que esto es exactamente lo que Dios prometió a Abraham. El habría de heredar para siempre la tierra en la que estaba viviendo, y también habría de compartir esta posesión con su gran descendiente, Jesús, y con sus muchos descendientes espirituales, los santos.

La cena de bodas del Cordero
Dentro de este cuadro general se encuentran destellos de otras actividades que gozarán los santos inmortales. Primero entre estos será una gozosa unión entre Jesús y los redimidos ahora perfeccionados. La figura es de una novia unida con su esposo en una ceremonia deleitosa, con los ángeles como espectadores felices (Apocalipsis 19:6-9). Pablo también sugiere esta reunión de Cristo y los santos (1 Tesalonicenses 4:16-17), pero los detalles sobre dónde y cuándo tendrá lugar esta unión no son revelados. Sin embargo, se nos dice que en este día de suprema felicidad Jesús volverá sus ojos a los sufrimientos soportados en la cruz y sabrá que valieron la pena:

«Verá el fruto de la aflicción de su alma, y quedará satisfecho.» (Isaías 53:11)

Reyes y sacerdotes para Dios
Después que la extáticamente feliz unión de Jesús con su Esposa haya sido celebrada, será tarea de ellos llevar a cabo el establecimiento del reino de Dios en la tierra, resultando en la transformación del mundo en una condición dichosa que ya hemos considerado en el capítulo 2. Jesús será el rey de toda la tierra y la administración de su gobierno será compartida por sus inmortales hermanos y hermanas. Ya hemos notado que Isaías profetizó la venida de un rey que reinaría en justicia y príncipes que gobernarían en juicio. Cuando miramos algunas promesas expresas de Jesús a sus creyentes encontramos la identidad de estos asistentes.

A su inmediato círculo de doce apóstoles les prometió la supervisión de las doce tribus de Israel, para entonces reunidas en su tierra y obedientes:

«De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.» (Mateo 19:28)

«Pero vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.» (Lucas 22:28-30)

Pero el gobierno no estará restringido a los apóstoles. Cada uno de los redimidos recibirá una posición de autoridad sobre las naciones del mundo. La promesa de Cristo «al que venciere y guardare mis obras hasta el fin» es:

«Yo le daré autoridad sobre las naciones, y las regirá con vara de hierro.» (Apocalipsis 2:26-27)

Estos seres inmortales reconocerán agradecidamente que fue a través del sacrificio de Jesús que ellos tienen esta posición de gobierno:

«Porque tú fuiste inmolado, y con tu sangre nos has redimido para Dios, de todo linaje y lengua y pueblo y nación; Y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.» (Apocalipsis 5:9-10)

Este reino de Cristo y de los santos continuará por mil años, como leemos en otra parte de Apocalipsis que se refiere a quienes han sido aceptados en el tribunal de Cristo:

«Y vivieron y reinaron con Cristo mil años.» (Apocalipsis 20:4)

Durante el milenio el mundo será limpiado de todo pecado y maldad, convirtiéndolo en un lugar donde Dios puede habitar en perfecto compañerismo con el hombre. Cuando este tiempo indescriptiblemente feliz haya venido, el reino de Dios habrá entrado a su final y permanente etapa. Pero éste es el tópico de nuestro próximo capítulo.

Resumen

En el capítulo 1 vimos un esbozo del plan de Dios para la tierra; los capítulos posteriores han llenado algunos de los detalles. Espero ahora que el cuadro bíblico completo del reino de Dios viene a su mente. No hemos construido esta descripción del reino escogiendo unos pocos pasajes aislados sino mirando a través de toda la Biblia. Puesto que el resultado ha sido un cuadro coherente podemos estar confiados de que hemos entendido correctamente su mensaje.

Al comienzo el hombre cayó y el pecado y la muerte entraron en el mundo, con la inevitable separación de un Dios justo. Pero en Edén Dios prometió un redentor que destruiría el poder del pecado y finalmente reconciliaría al hombre de nuevo con su Hacedor. Más tarde Dios prometió a Abraham que este libertador descendería de él, trayendo bendición a toda la gente y gobierno sobre el mundo. Abraham también heredaría para siempre una porción de esta tierra, y tendría un gran número de descendientes quienes, debido a la misma fe y obediencia, compartirían esta bendición con él. Más tarde Dios hizo una promesa al rey David que se refería a un descendiente que reinaría por siempre en su trono. Estas promesas dieron lugar a la esperanza judía de un Mesías o Cristo que vendría.

Luego vimos en el Nuevo Testamento que Jesús fue quien vino a cumplir todas estas promesas. El tema de su predicación fue el reino de Dios, tal como fue predicho en el Antiguo Testamento. Sus discípulos también predicaron un reino literal en la tierra y confirmaron la enseñanza de Jesús de que la fe y el bautismo eran las condiciones por medio de las cuales sería posible la participación personal en este reino.

Viviendo en la tierra, Jesús se ofreció como sacrificio por los pecados de la humanidad. A través de él la misericordia de Dios se extiende a todos los que creen y obedecen a su Hijo, a fin de darles vida eterna al regreso de Jesús.

Cuando Jesús venga quitará el control del mundo a los gobiernos existentes y establecerá el reino de Dios. Los santos, habiendo sido hechos inmortales, compartirán con Jesús esta tarea de gobernar la tierra, trayendo un tiempo de incomparable bendición para el mundo.

¿Buscará usted el reino?
Cuando usted abre la Biblia, tiene en sus manos la oportunidad de recibir el don de Dios de vida eterna, hecho posible por la devoción amorosa de su Hijo. Este libro es un intento de expresar humildemente este propósito revelado del Todopoderoso, con el objeto de extender una mano de auxilio a quienes sientan la necesidad de guía a través de las páginas de la Escritura. Necesariamente el llamamiento que he hecho hasta aquí ha sido a su entendimiento, en cuanto he intentado explicar el propósito de Dios por medio de Jesús. Pero el evangelio del reino es mas que conocimiento mental. También demanda una respuesta emocional. Jesús murió en agonía por usted, y la invitación de Dios es para que usted crea esto con todo su corazón, amando y sirviendo a Dios, para que así comparta la vida perfecta que será experimentada cuando Jesús regrese. Un verdadero aprecio de la vida y obra de Jesús puede encender una llama en lo más íntimo de su ser, la cual nada podrá extinguir, haciendo la tarea de seguir al Salvador tanto un placer como un deber.

Jesús dice:

«He aquí, yo estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él.» (Apocalipsis 3:20)

¿Puede usted oír el llamado a su puerta?

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