¿Encuentra Ud. difícil comprender el concepto del juicio, es decir, el juicio de Dios? ¿Encuentra también difícil reconciliar la idea de que Dios juzgará al mundo con el concepto de que él es bondadoso y misericordioso, un Padre celestial?
No hay nada sorprendente en esto en la época presente. En el pasado, muchos predicadores tronaban acerca del juicio y el fuego del infierno, hasta que sus oyentes temblaban ante la perspectiva. Hoy en día ya no lo hacen. La sociedad humana se ha vuelto más permisiva en lo que a las normas se refiere. Menos personas creen en Dios, y los que sí creen, ponen más énfasis en su amor y compasión que en su calidad de juez. Se insiste en que el evangelio estriba totalmente en el amor de Dios en Cristo, y que éste es el único mensaje que el mundo necesita oír.
¡El juicio venidero es una buena nueva!
Lo sorprendente es esto: el hecho de que Dios juzgará al mundo es una buena noticia. También forma parte importante del evangelio, las buenas nuevas acerca de las bendiciones venideras.
Pero, ¿cómo puede ser posible esto?
Para encontrar la respuesta debemos referirnos a la única guía que tenemos acerca del carácter de Dios y sus intenciones: la Biblia, por medio de la cual él habla a toda la humanidad.
La sociedad romana del primer siglo era muy similar a la nuestra: civilizada, pero al mismo tiempo llena de crueldad; rica en arte y cultura, pero las personas se comportaban como bestias. Sus valores estaban envilecidos y sus perspectivas eran completamente materialistas. Roma se enorgullecía de sus magníficos templos dedicados a muchos dioses, ninguno de los cuales podía inspirar una fe viva. Los ricos vivían en lujo incomparable, mientras que los pobres, en especial los esclavos, subsistían en la miseria y la desesperación. El apóstol Pablo escribió a los discípulos de Jesús en Roma acerca del poder del mensaje del evangelio y su relación con las necesidades del hombre.
«Porque no me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree; al judío primeramente, y también al griego» (Romanos 1:16).
Lo de que el hombre necesita ser salvo se aclara más adelante, pero es evidente que se necesita del poder de Dios para que se lleve a cabo esta salvación. El versículo siguiente nos dice algo importante acerca del evangelio.
«Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela…» (Romanos 1:17).
Las normas de Dios
Por medio del evangelio podemos entender la justicia (o la rectitud) de Dios. El nos ha revelado sus normas del bien, y en el Señor Jesús nos ha mostrado cómo debe vivir el justo de acuerdo a los principios divinos. Estas son las únicas normas aceptadas por Dios, puesto que él es el Creador y ha establecido las reglas por las cuales el hombre debe gobernar su vida.
Pero si podemos entender el bien, también podemos entender el mal, puesto que lo que no es lo uno es lo otro. Y eso es exactamente lo que el apóstol Pablo nos dice a continuación:
«Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad» (Romanos 1:18).
Esta afirmación es bastante clara: el mismo mensaje que nos presenta las normas de Dios nos permite reconocer lo que no es digno de él, y también lo que le causa enojo.
¿Por qué?
«porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó» (Romanos 1:19).
Aquí tenemos un principio sencillo: cuando Dios nos instruye acerca de cómo vivir y nosotros rechazamos esa instrucción, entonces asumimos la responsabilidad por nuestros hechos. Se puede decir que el conocimiento conlleva responsabilidad. Es un principio importante y debemos ponerle mucha atención.*
Dios se ha revelado al hombre
Si continuamos leyendo a Pablo aquí, podemos ver claramente que esto involucra a mucha más gente de la que inicialmente se podría pensar:
[* Debo mencionar aquí que la difícil pregunta sobre qué hará Dios con aquellos que no han tenido la oportunidad de saber nada en absoluto acerca de él no forma parte del tema de este folleto. De todas maneras, no afecta el principio, puesto que «donde no hay ley, tampoco hay transgresión» (Romanos 4:15).]
«Porque las cosas invisibles de él [Dios], su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa» (Romanos 1:20).
Dios se ha revelado como creador, de manera que el hombre debiera saber, por lo menos, que él es todopoderoso. El evangelio, por supuesto, es una revelación aún más completa; nos muestra no solamente su poder sino también su forma de pensar y actuar.
La adoración implica una escala de valores o normas, y uno adora lo que pone en la cima de ese conjunto. Obviamente, solamente Dios debe ser adorado, y cuando consideramos que él es nuestro Creador y el Sustentador de todo lo que ha creado, podemos ver cuán razonable es que, en palabras de Jesús, «el Padre tales adoradores [hombres y mujeres fieles y sinceros] busca que le adoren» (Juan 4:23).
¿Y qué ocurre si la gente no lo adora, sino que en su lugar adora algo distinto, algo que ha sido creado?
«Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles» (Romanos 1:21-23).
Paganismo antiguo en el mundo moderno
Todos podemos reconocer el paganismo antiguo en esta referencia a la adoración de ídolos grotescos, algunos en forma humana. Lo que posiblemente no reconozcamos es que el paganismo antiguo aún vive en el mundo moderno. Porque el paganismo es la adoración de cosas creadas, o la aceptación de un conjunto de valores morales basados en intereses materiales, o el humanismo [es decir, una filosofía humana según la cual el pensamiento humano determina las normas del bien y el mal]. Podemos convertir en ídolos a nosotros mismos, nuestras riquezas, nuestros automóviles, nuestra casa, la televisión, artistas populares, el mundo del arte o la cultura; cualquier cosa que consuma todo nuestro tiempo y atención, o de la que dependan nuestra vida y felicidad.
Ahora, lo mismo que entonces, el rechazar a Dios trae tremendas consecuencias a la sociedad que lo hace; consecuencias que Pablo enumera en el resto del primer capítulo de la Epístola a los Romanos. El escribe acerca de la lujuria, impureza, homosexualidad, perversiones, fornicación y homicidio, para mencionar sólo algunas. Vemos la fuente del odio a Dios y al hombre, de la desobediencia a los padres, de toda clase de deslealtad, rencor y malicia. Vemos la fuente de la dureza que caracteriza al terrorista – implacable, sin misericordia – y, para que no consideremos que el listado no se aplica a nosotros porque no cometemos ninguno de esos graves pecados, Pablo añade la envidia, la contienda, los chismes y las calumnias. Lo que es natural para el hombre pero opuesto a las normas de Dios es pecado, no importa cuán «inocente» lo consideremos en comparación con otras cosas. Jesucristo advirtió a sus discípulos que una ira irracional era tan mala como el homicidio, y que en igual forma, una mirada de lujuria se consideraba como adulterio (Mateo 5:21-28).
Todo esto surge cuando la gente no quiere conocer a Dios.
«Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen» (Romanos 1:28).
El pecado es poderoso
Podemos ver cuán poderoso es el pecado y cuán desesperante es la situación de todos aquellos que se dejan dominar por él; especialmente cuando leemos el último versículo de este capítulo de Romanos:
«… habiendo entendido el juicio de Dios, que los que practican tales cosas son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que también se complacen con los que las practican» (Romanos 1:32).
A propósito, bien pudiéramos preguntarnos: ¿qué parte del entretenimiento moderno se basa en la representación gráfica del sexo, de la violencia y la perversión en las pantallas del cine y la televisión? ¿No es esto un caso claro de «complacerse con los que las practican»?
No nos debe extrañar que necesitamos el poder de Dios para salvación; un poder que está disponible para aquellos que tienen fe, es decir, que creen en ese poder y regulan su vida por él. Debemos recordar que Dios no tiene el deseo de condenar a nadie. Al final de este estudio, cuando consideremos el juicio final del mundo, nos sorprenderemos de lo que descubriremos acerca de la actitud de Dios con respecto a ese juicio.
La esencia del evangelio
«Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna» (Juan 3:16).
Este versículo se reconoce universalmente como el núcleo del mensaje del evangelio: Cristo murió como sacrificio por el pecado y para salvar al hombre del poder de la muerte. Pero debemos preguntar con reverencia: si Dios ha dado todo (su amado Hijo unigénito) para salvar a los hombres, y ellos no lo quieren reconocer y se niegan a obedecerle, ¿qué más puede él hacer?
«Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él» (Juan 3:17).
Pero:
«El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Juan 3:18).
La razón de la condenación, o el juicio:
«Y esta es la condenación: que la luz vino al mundo, y los hombres amaron más las tinieblas que la luz, porque sus obras eran malas» (Juan 3:19).
Si los hombres no quieren reconocer esto, no le dejan a Dios ninguna otra opción. Vale la pena tomar nota de las claras alternativas que, en este capítulo de Juan, se presentan al mundo o, por lo menos, al individuo. A continuación se presentan en contraste:
Creer v. 16 No creer
Vida eterna v.17 Muerte
Salvación v.18 Condenación
Ninguna condenación v.18 Condenación consumada
Luz v.19 Tinieblas
Obras hechas en Dios v.19-21 Obras malas
Un principio evidente
En el libro de Génesis encontramos la exposición del principio de responsabilidad, la naturaleza del pecado y la razón de la condición del hombre. El primer capítulo nos habla de la creación del mundo y del hombre, y nos revela el hecho importante de que la tierra fue completamente preparada y organizada, para ser habitada por el hombre. Cuando el hombre fue creado, según leemos en el capítulo segundo, se le dio una obra a realizar para Dios, y se le permitió gozar al máximo los placeres de la vida que Dios le había dado.
«Y Jehová Dios hizo nacer de la tierra todo árbol delicioso a la vista, y bueno para comer» (Génesis 2:9).
Más tarde se añadió la compañía de la mujer, para que su felicidad estuviera completa.
Solamente había una limitación, diseñada realmente para dar significado a su vida y perfeccionar su carácter espiritual. Todos los dones, incluyendo la vida misma, eran de su Creador. Por eso era al Creador a quien el hombre debía adorar, haciendo su voluntad y usando los dones de acuerdo a sus deseos. Si el hombre hacía lo contrario el resultado sería la muerte.
Aunque tenían pleno conocimiento de todo esto, primero la mujer y después el hombre siguieron su propio camino. En el capítulo tres leemos que ellos decidieron no creer las palabras de Dios sino más bien aceptar razonamientos de otra clase y comieron de la fruta prohibida, a pesar de que el jardín del Edén estaba lleno de árboles tan buenos para comer y placenteros a la vista como el que Dios les había dicho que no tocaran.
Leemos lo siguiente acerca del fruto prohibido:
«Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y árbol codiciable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto, y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella» (Génesis 3:6).
Habían olvidado que lo bueno era lo que Dios les había mandado, y lo malo lo que él les había prohibido. Ellos no tenían necesidad de experimentar para encontrar la respuesta, puesto que «Dios se lo manifestó… de modo que no tiene excusa» (Romanos 1: 19-20).
Valores materiales
El hombre y la mujer prefirieron encontrar la sabiduría, el conocimiento, la satisfacción de sus deseos y sus valores en el mundo creado y en desafío al Creador. Es la misma situación que Pablo describe en Romanos 1. Las consecuencias fueron las mismas, como se explica en el resto del capítulo 3 de Génesis. Supieron lo que era la desnudez y la vergüenza, el miedo y el sentido de culpabilidad. Ideas tales como el deseo, el dominio, y el sudor y las dificultades se convirtieron en parte de su vida. Y finalmente murieron.
Juicio y sentencia
Ahora podemos entender lo que es la responsabilidad para con Dios. Debido a la relación entre ellos, Dios interrogó a Adán y él tuvo que responderle. Fue un proceso de juicio conducido por Dios: Él hizo las preguntas y pronunció la sentencia.
Dios: «¿Dónde estás tú?»
Adán: «Tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.»
Dios: «¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?»
Adán: «La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.»
Dios: «El día que de él comieres, ciertamente morirás.»
Las respuestas evasivas de Adán eran el producto de una mala conciencia.
El mundo que conocemos
Este es el mundo que conocemos. Esta es la naturaleza del hombre.
«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).
Adán, hecho a imagen y semejanza de Dios, «engendró un hijo a su semejanza, conforme a su imagen» (Génesis 5:3); los descendientes de Adán heredaron una naturaleza que había sido condenada a muerte. Por lo tanto, «en Adán todos mueren» y no hay nada que podamos hacer al respecto. Esta es la condición del mundo hoy en día; y continuaría así si Dios no hubiera ofrecido un plan de salvación del poder del pecado y la muerte.
Podría parecer que hemos pasado de la idea de Pablo de un mundo maligno que desagradaba a Dios, a la idea de individuos que desagradaron a Dios y fueron juzgados en consecuencia. Pero esto era solamente una explicación del origen de la naturaleza pecaminosa del hombre e ilustra el principio del juicio basado en nuestro conocimiento de la voluntad de Dios y nuestra responsabilidad ante él.
El mensaje del evangelio
Podemos ver también el principio fundamental del mensaje evangélico de Juan 3:16. El hombre no se puede salvar a sí mismo; Dios intervino con el don de Su Hijo unigénito, un hombre justo sin igual, quien murió porque era hombre y fue resucitado porque no tenía pecado. Todos los que creen en la palabra de Dios pueden ser salvos por medio de este plan, a través de él. Tener fe en el plan, y ser bautizado en Cristo, sepultados en agua, es tener un nuevo comienzo. Es nacer de nuevo, en Cristo en vez de Adán.
El bautismo es «la aspiración de una buena conciencia hacia Dios» (1 Pedro 3:21. Nótese la alusión a Noé en el versículo 20, que más tarde usaremos). Si nos sometemos al bautismo, hemos creído en Dios y hemos hecho lo que nos ha pedido; esto es el poder de Dios para salvación a todo aquel que cree. Cuando Cristo regrese para juzgar al mundo y establecer el reino de Dios en la tierra – siendo el evangelio la buena nueva del reino venidero – entonces recibirán su galardón los que se hayan convertido «de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera» (1 Tesalonicenses 1:9-10).
La ira venidera
Dios ha juzgado al mundo en el pasado cuando menos en dos ocasiones sobresalientes. Leemos de la primera de estas ocasiones en Génesis 6:5, 11-12:
«Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal… Y se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia. Y miró Dios la tierra, y he aquí que estaba corrompida; porque toda carne había corrompido su camino sobre la tierra.»
Esto podría ser una descripción del mundo como lo veía Pablo, o como es hoy en día. En los días de Pablo, Dios dio el evangelio del reino venidero y la salvación en Cristo para que los hombres se arrepintieran y se volvieran a él si lo deseaban. En los días de Noé, la época de Génesis capítulo 6, Dios declaró que llevaría a cabo su juicio sobre la tierra por medio del diluvio.
Hay dos puntos importantes que notar. Primero, el propósito del juicio era hacer un nuevo comienzo: un mundo donde un hombre justo pudiera habitar tranquilamente con su familia.
En segundo lugar, hubo un intervalo antes de que el juicio definitivo se llevara a cabo. ¿Por qué? Una razón fue que Noé necesitaba tiempo para preparar el arca. Pero quizás la razón más importante era esta: durante esos años Noé estuvo predicando a la gente acerca de lo que iba a ocurrir.
«[Dios] no perdonó al mundo antiguo, sino que guardó a Noé, pregonero de justicia, con otras siete personas, trayendo el diluvio sobre el mundo de los impíos» (2 Pedro 2:5).
«Por la fe Noé, cuando fue advertido por Dios acerca de las cosas que aún no se veían, con temor preparó el arca en que su casa se salvase; y por esa fe condenó al mundo…» (Hebreos 11:7).
El «condenó al mundo» porque el mundo sabía lo que Dios requería y tuvo la oportunidad de ser salvo, pero prefirió ignorarla.
Sodoma y Gomorra
Pedro compara el juicio sobre el mundo en los días de Noé con la destrucción de Sodoma y Gomorra. Ambos casos fueron ejemplos de juicios divinos sobre comunidades enteras. No hay ningún pasaje bíblico que afirme que la justicia se haya predicado en esas ciudades malvadas, una de las cuales dio origen a la palabra «sodomita» debido a los vicios que se practicaban en ella (ver Génesis 19:4-9). Pero Pedro dice de Lot:
«Porque este justo, que moraba entre ellos, afligía cada día su alma justa, viendo y oyendo los hechos inicuos de ellos» (2 Pedro 2:8).
No podemos imaginar que Lot, abrumado por la nefanda conducta de los malvados, no hubiera hablado en su contra, especialmente cuando leemos que los hombres de Sodoma dijeron: «Vino este extraño para habitar entre nosotros, ¿y habrá de erigirse en juez?» (Génesis 19:9). En todo caso Dios estaba dispuesto a perdonar la ciudad por diez hombres justos – pero no se encontraron diez justos.
En los casos de Noé y de Lot se observa el mismo patrón: conocimiento de Dios, advertencia, rechazo a Él, juicio, y salvación para aquellos que buscan el camino correcto en un mundo maligno. Tanto el diluvio como la destrucción de Sodoma y Gomorra se presentan en las Escrituras como ejemplos de las razones por las cuales Dios juzgará al mundo a la venida de Cristo. Vale la pena examinar este punto por medio de algunos pasajes de las Escrituras. Por ejemplo:
«Como fue en los días de Noé, así también será en los días del Hijo del Hombre» (Lucas 17:26).
«Asimismo, como sucedió en los días de Lot… Así será el día en que el Hijo del Hombre se manifieste» (Lucas 17:28, 30).
«Y si condenó por destrucción a las ciudades de Sodoma y de Gomorra, reduciéndolas a ceniza, y poniéndolas de ejemplo a los que habían de vivir impíamente» (2 Pedro 2:6).
El deseo de un mundo mejor
A todos nos gustaría que el mundo fuera un mejor lugar para vivir. Nos gustaría que se eliminaran el terrorismo, las guerras, las contiendas, la pasión, la delincuencia, la bestialidad del hombre – el mal en todas sus formas. Debemos recordar que la maldad no se puede eliminar sin que los malos sean eliminados al mismo tiempo. ¿Y si preferimos asociarnos con la maldad…?
Eliminar la maldad, las enfermedades y la muerte (los resultados del pecado) es exactamente lo que Dios se propone hacer. Es por eso que él juzgará al mundo. Es un paso preliminar esencial para el establecimiento de su reino, en el cual Cristo reinará desde Jerusalén, la ley saldrá de Sión para todo el mundo, y él nos enseñará sus caminos y caminaremos en sus sendas (Isaías 2:2, 5). Será una era de justicia – la justicia de Dios. Según el profeta, el producto de la justicia será «reposo y seguridad para siempre» (Isaías 32:16, 17).
Pero no para las personas que no tienen excusa. Leamos 2 Pedro capítulo 3. Todo el capítulo es importante pero aquí sólo podemos señalar algunos puntos importantes. Hay que notar que el propósito de Dios y sus tratos con los hombres armonizan con todo lo que ya hemos estudiado.
Pedro recuerda ansiosamente a sus lectores lo que enseñaron los profetas y más tarde el mandamiento de los apóstoles del Señor, uno de los cuales era él mismo. Sus lectores sabían que
«en los postreros días vendrán burladores, andando según sus propias concupiscencias, y diciendo: ¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación» (2 Pedro 3:1-4).
¿Dios va a juzgar al mundo?, dijeron los burladores. ¿Cristo vendrá otra vez? ¡Tonterías! ¡Eso nunca ocurrirá!
«Estos ignoran voluntariamente, que en el tiempo antiguo fueron hechos por la palabra de Dios los cielos, y también la tierra, que proviene del agua y por el agua subsiste, por lo cual el mundo de entonces pereció anegado en agua; pero los cielos y la tierra que existen ahora, están reservados por la misma palabra, guardados para el fuego en el día del juicio y de la perdición de los hombres impíos» (2 Pedro 3:5-7).
¿A qué se debe la demora? ¿Por qué será que nada ha ocurrido? Si el mundo es tan malo, y ha sido así por mucho tiempo, ¿por qué Dios no ha cumplido con su propósito? ¿No es esto evidencia de que nada va a pasar?
Aparte del hecho de que no podemos imponer nuestro sentido del tiempo a Dios (ver el versículo 8), hay una muy buena razón, una que pone a Dios y sus juicios bajo una nueva perspectiva:
«El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento» (2 Pedro 3:9).
Dios desea salvar a los hombres, no destruirlos. Esta es la razón de la demora.
La ira del Cordero
Pero ¿qué sucederá si no quieren oír? En el evangelio de Juan, Jesús es descrito como «el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo» (1:29), pero en el libro de Apocalipsis habla de la ira del Cordero (6:16). El libro nos dice mucho acerca de los juicios de Dios, diseñados para traer a los hombres al arrepentimiento; pero los hombres no querrán arrepentirse (Apocalipsis 9:20-21). Vendrá el día cuando será demasiado tarde, cuando será obvio quiénes se esfuerzan por la santidad con la ayuda de Dios, y quiénes están todavía inmundos (Apocalipsis 22:10-21). Entonces, vendrá el Señor.
Como ladrón en la noche
La venida será repentina, inesperada para la mayoría – «como ladrón en la noche» (2 Pedro 3:10). Los ladrones vienen de noche, empero siempre nos comportamos como si eso nunca nos va a pasar a nosotros, sino solamente a otras personas. La venida del Señor como juez significará una repentina limpieza de la tierra, trayendo un sistema de cosas muy diferente.
«… los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas» (2 Pedro 3:10).
El resultado será según el cumplimiento de la promesa de Dios.
«… esperamos, según sus promesas, cielos nuevos y tierra nueva, en los cuales mora la justicia» (2 Pedro 3:13).
Un llamado al arrepentimiento
Estas son buenas nuevas para todos los que buscan la justicia, a pesar de lo terrible que será aquel día.
«por cuanto [Dios] ha establecido un día en el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe a todos con haberle levantado de los muertos» (Hechos 17:31).
Vemos que el evangelio de la muerte y resurrección de Cristo está estrechamente relacionado con su segunda venida para juzgar al mundo. Notamos también que la predicación del evangelio constituye un mandamiento «a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan» (Hechos 17:30).
¿Qué tipo de personas debiéramos ser, si el día venidero significará la disolución de la sociedad y de la civilización que conocemos? ¡Una buena pregunta!
«Y tened entendido que la paciencia de nuestro Señor es para salvación» (2 Pedro 3:15).
¿Vamos a decir, «no queremos saber nada de eso»? No sería mejor aprender todo lo que podamos acerca del propósito de Dios para que:
«… seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre» (Lucas 21:36)?
Entonces el día del juicio será para nosotros un día de redención.
~ Alfred Nicholls