En muchas partes del mundo se hicieron enormes y fastuosos preparativos para celebrar el comienzo de este nuevo siglo; y hubo un interés aun más grande porque en esta ocasión también comenzaba un nuevo milenio—una nueva era de mil años. Se aprovechó la oportunidad para celebrar una variedad de eventos—desde fiestas privadas hasta proyectos de construcción de gran escala—todo para celebrar un nuevo comienzo.
Pero, ahora que toda la emoción ha pasado y todos los globos se han desinflado, ¿cómo será en realidad el nuevo milenio? Mil años no son un evento que se puede preparar y manejar, limitado a unas cuantas horas o días bajo minucioso control, sino un largo período de tiempo, abarcando la existencia de muchas generaciones de seres humanos. ¿Será el año 2000 el comienzo de un maravilloso mundo nuevo? ¿Habrá de mejorar de repente (o aun gradualmente) la condición de los oprimidos, los explotados y los enfermos?
¿2000 o 2001?
La ansiedad de celebrar un nuevo milenion se ha demostrado en cuán rápidamente se dirimió la discusión sobre si el nuevo milenio comienza en el año 2000 o 2001. Desde el punto de vista matemático no se puede negar el hecho de que el año 2001 es en realidad el primer año del nuevo siglo, pero la opinión pública no permitió demora alguna. Había que abandonar la era antigua lo más pronto posible con la esperanza de que algo mejor estuviera a la vuelta de la esquina.
Los últimos cien años han visto increíbles cambios tecnológicos en el mundo. Pero junto a todas las máquinas que el ingenio humano ha creado para ayudar a llevar a cabo tareas necesarias, también hay máquinas igualmente ingeniosas con una capacidad casi infinita de destrucción. Aun aquellas máquinas—por ejemplo los vehículos de transporte—que se han inventado para incrementar el bienestar del hombre y hacer la vida más fácil, han causado la muerte de miles y quizás millones de personas. Ninguno de los adelantos tecnológicos ha logrado disminuir el deterioro en las relaciones personales y el desmoronamiento de la sociedad. De manera que el comienzo de una nueva era representa un nuevo horizonte, una nueva esperanza de que muchos problemas serán resueltos o por lo menos controlados.
¿Un mejor entendimiento?
Pero, dejando a un lado estas esperanzas inalcanzables, existe una verdadera convicción de que el nuevo milenio traerá un mejor entendimiento de las necesidades de la humanidad, y una mayor voluntad de hacerles frente. El ferviente deseo de muchas personas de tener más tranquilidad de espíritu se ha demostrado en el renovado interés en religiones de toda clase, en especial las variedades místicas y síquicas. En la mente de muchas personas, la religión organizada ha estado asociada por tanto tiempo con agrias contiendas y represión—y en no pocas ocasiones con guerras y genocidio—que ha habido un rechazo de muchas formas tradicionales de culto. Las religiones tradicionales de la humanidad están siendo sustituidas por filosofías de la Nueva Era para facilitar la preparación para la nueva era que se supone está a punto de comenzar.
Algunos de estos nuevos grupos religiosos consideran el nuevo milenio como una oportunidad para obtener mayor libertad personal y espiritual. Sus líderes han prevenido a sus adherentes a que se preparen para una serie de sucesos catastróficos: ataques armados, conflagraciones, hasta la llegada de naves espaciales. Existe entre estos grupos una gran expectativa de que el nuevo milenio será una época en que el cuerpo humano no será ya necesario. De hecho, esperan que el cuerpo sea desechado, lo cual permitirá a las personas quedar libres de todas las limitaciones actuales. Unos cuantos han llegado al extremo de unirse en pactos de suicidio para evadir la destrucción mundial que esperan ha de ocurrir.
El interés por tales cosas se ha originado en parte porque la idea de un nuevo milenio está vinculada con instituciones religiosas actuales. El evento no sería celebrado si no fuera porque el calendario usado en gran parte del mundo está basado en la fecha en que se cree que nació el Señor Jesucristo. Investigaciones recientes han demostrado que existe un error de aproximadamente cinco años en este cálculo. Pero así sean cinco años más o menos, el hecho es que hace unos dos mil años que Jesús nació, y sólo un poco menos que el cristianismo se convirtió en una religión mundial. Las enseñanzas de Cristo irrumpieron en el mundo en los primeros siglos de nuestra era, y muchas prácticas paganas fueron desechadas en favor de un culto basado en las enseñanzas del Señor Jesucristo y sus apóstoles.
Para marcar el comienzo del tercer milenio cristiano se realizaron grandes celebraciones religiosas en muchos lugares, particularmente en Roma, donde se estima que treinta millones de peregrinos tuvieron la oportunidad de rendir culto en casi cincuenta iglesias nuevas, además de todas los lugares de culto que ya existían. Una de estas iglesias nuevas se había de llamar «la iglesia del año 2000,» para marcar el carácter especial de este suceso. El Papa Juan Pablo II ha declarado el año 2000 «año santo,» con la esperanza de que los cristianos estén, «si no unidos, por lo menos más cerca de resolver las divisiones del segundo milenio.»
Mucha inquietud
Pero no sería razonable sugerir que para la mayoría de la gente las celebraciones fueran religiosas. El año 2000 puede estar basado en la fecha en que se calcula que Jesús nació, pero el lazo entre el cristianismo y muchas de las celebraciones que se realizaron fue muy tenue. Las esperanzas asociadas con la nueva era se remontan mucho más allá del nacimiento del cristianismo, a las fundamentales aspiraciones del hombre por un mundo mejor.
Al mismo tiempo que había una gran ansiedad de que comienzara el nuevo milenio, también hubo mucha inquietud acerca de la nueva era a causa de las espantosas advertencias sobre colapsos económicos, el calentamiento de la tierra provocado por el llamado «efecto invernadero,» la explosión demográfica, el agotamiento de recursos naturales y la posibilidad de conflictos internacionales y el uso de armas de destrucción masiva. Algunos profetas de la ruina han predicho que el nuevo milenio es el precursor de Armagedón, refiriéndose al catastrófico fin de la vida humana en la tierra. Dado que existen tantas visiones proféticas conflictivas, es sólo razonable preguntarnos si el nuevo siglo habrá de producir la destrucción mundial o la solución a todos los difíciles problemas actualmente existentes.
Hace mil años, al final del primer milenio cristiano, había grandes expectativas de que algo extraordinario iba a suceder. Los líderes religiosos de la época predijeron la inminente destrucción del anticristo y la llegada de una era de paz bajo el gobierno de Jesucristo. A pesar de los preparativos que hicieron muchos de los que creían que el fin del mundo estaba cercano, nada ocurrió. ¿Será lo mismo en el año 2000? Y si es así, ¿cómo afrontará la gente le desilusión?
Una guía confiable
¿Cómo podemos encontrar las respuestas a estas preguntas? ¿Existe una fuente de información confiable acerca del futuro, y especialmente acerca del futuro de la humanidad en la tierra?
La única guía de confianza sobre el futuro—una guía que ha pasado todas las pruebas del tiempo y cuyas profecías ya cumplidas dan una gran confianza acerca de la demás información que contiene—es la Biblia. La Biblia proclama ser la palabra de Dios. Dios mismo inspiró a los autores de ella para que escribieran su mensaje a la humanidad. Entonces, ¿qué dice la Biblia acerca del milenio?
Lo primero que descubrimos es que la única alusión a un milenio en la Biblia, se refiere no al momento del cambio de un siglo a otro sino a todo el período de mil años. En realidad, la palabra «milenio» no aparece en la Biblia. Pero hay unos cuantos pasajes donde se mencionan «mil años» en un sentido general, y un pasaje en particular donde se describe específicamente una era de mil años. Dos de las referencias generales a un período de mil años ocupan esta frase para explicar cómo Dios se diferencia del hombre entre otras cosas porque no está sujeto al tiempo: «Porque mil años delante de tus ojos son como el día de ayer, que pasó, y como una de las vigilias de la noche» (Salmos 90:4); «Mas, oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día» (2 Pedro 3:8). Estos versículos nos ayudan a contemplar desde una perspectiva apropiada la alocada urgencia de la humanidad para alistarse para el año 2000. Dios puede ver toda la historia de la humanidad en un solo instante. El puede ver el pasado y el futuro lejanos. El no está atrapado en la jaula del tiempo, como es el caso del hombre.
Dios lleva miles de años de trabajar con un plan y un propósito definido. Al principio él hizo que el mundo existiera, y quiere que sea un lugar donde la humanidad pueda vivir en paz consigo misma y con Dios. Por medio de los diferentes autores de la Biblia, Dios ha revelado al hombre su plan. Su obra ha continuado siglo tras siglo: la generación anterior al diluvio, la época de los patriarcas (Abraham, Isaac y Jacob); la transformación de la nación de Israel en un reino; la venida del Hijo de Dios y la era cristiana. Finalmente Dios nos promete un gran día de reposo, cuando toda su obra quede completa. Que ese es el propósito de su obra creativa se muestra en los primeros capítulos de la Biblia donde se menciona que Dios descansó cuando su obra estuvo terminada: «Y bendijo Dios al día séptimo, y lo santificó, porque en él reposó de toda la obra que había hecho en la creación» (Génesis 2:3). En el descanso futuro, Dios se asociará con aquellas de sus criaturas para las cuales «queda un reposo… porque el que ha entrado en su reposo, también ha reposado de sus obras, como Dios de las suyas» (Hebreos 4:9,10).
Una vida larga no es un beneficio
Otra referencia bíblica a mil años confirma el hecho de que largos períodos de tiempo no son suficientes para beneficiar a la humanidad a menos que las condiciones del mundo cambien en forma radical. El sabio autor del libro de Eclesiastés observó que: «Aunque el hombre engendrare cien hijos, y viviere muchos años, y los días de su edad fueren numerosos… yo digo que un abortivo es mejor que él… si aquél viviere mil años dos veces, sin gustar del bien» (Eclesiastés 6:3-6).
Pero ninguna de estas alusiones se relaciona con un período específico de mil años; el concepto de un futuro milenio no emanó de estos pasajes. Tal período sólo se menciona en el último libro de la Biblia, el libro de Apocalipsis (capítulo 20). Apocalipsis es un libro profético que usa imágenes y símbolos sumamente gráficos para describir lo que habría de suceder a los discípulos después de la muerte, resurrección y ascensión de Jesús al cielo y continúa hasta el tiempo en que el plan de Dios quede completo. Los capítulos finales de Apocalipsis (19-22) se concentran en sucesos que tienen que ver con el regreso de Jesús y el establecimiento del reino de Dios. El capítulo 20 explica los «mil años»—el milenio.
Los sucesos del milenio
A pesar de que Apocalipsis está escrito en lenguaje simbólico, algunos aspectos del mensaje son claros y fáciles de entender:
* Jesucristo habrá de vivir en medio de las naciones del mundo y reinará sobre ellas;
* Sus fieles discípulos compartirán esta obra con él;
* El diablo (o Satanás) estará encadenado durante todo este período y por lo tanto,
* Las naciones no continuarán siendo engañadas.
También se describen otros sucesos han de acontecer al final de los mil años:
* Satanás será librado de su prisión para engañar otra vez a las naciones;
* Algunas de esas naciones se unirán para combatir contra Jesús y sus seguidores; esas naciones serán destruidas por Dios; y finalmente
* El pecado y la muerte serán eliminados de la tierra para siempre.
Los «mil años»—el único período específico de mil años mencionado en la Biblia—es un período cuando Jesús ha de gobernar el mundo. Durante ese milenio la oposición a su reinado será restringida, dejando que los beneficios del gobierno de Cristo se sientan en todas partes del mundo, hasta que al final estalle la rebelión, la cual será extinguida en forma decisiva por medio de la intervención directa de Dios, y Jesús reinará supremo en nombre de Dios.
El regreso de Jesús
Hay que notar que a primera vista este capítulo no parece describir el regreso de Cristo; en lugar de ello habla de «un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano» (Apocalipsis 20:1). Esto nos hace recordar la primera visión en el Apocalipsis donde «uno semejante al Hijo del Hombre»—sin duda una visión de Cristo mismo—es descrito como «el que vivo, y estuve muerto; mas he aquí que vivo por los siglos de los siglos, amén. Y tengo las llaves de la muerte y del Hades (la tumba)» (Apocalipsis 1:18). ¿Quién otro puede ser ese ángel sino el Señor Jesucristo «el primogénito de los muertos» (1:5) y por lo tanto a quien Dios ha dado poder sobre la vida y la muerte?
Entonces, el capítulo 20 de Apocalipsis comienza con el regreso de Cristo a gobernar la tierra en nombre de Dios. En esta obra él es ayudado por otros que participan en el gobierno: los que han permanecido fieles a Dios a pesar de la persecución. Ellos «vivieron y reinaron con Cristo mil años» (20:4). Puesto que muchos de estos vivieron en épocas anteriores, y han estado en la tumba durante siglos, primero tendrán que ser resucitados. Los que reciban la bienvenida de Jesús para vivir y reinar con él también recibirán la inmortalidad, ya no morirán nunca más. Son llamados «santos» por el hecho de estar separados para la obra con Jesús. Como dice la Biblia: «la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (Apocalipsis 20:6).
La resurrección es necesaria porque la Biblia no enseña que el hombre tiene un alma inmortal o una chispa inextinguible de inmortalidad en él. La muerte es descrita en las Escrituras como la cesación completa de todo conocimiento y experiencia. «Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben, ni tienen más paga; porque su memoria es puesta en olvido. También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya; y nunca más tendrán parte en todo lo que se hace debajo del sol» (Eclesiastés 9:5,6). (Si desea mayor información sobre el verdadero estado de los muertos y lo que pasa después de la muerte, escríbanos solicitando el folleto Después de la Muerte—¿Qué?).
Después de descubrir que los mil años mencionados en la Biblia no pueden comenzar sino hasta que Jesús regrese a la tierra, tenemos más información de lo que ha de ocurrir:
- Jesús regresará a la tierra tal como lo prometieron los ángeles cuando él ascendió al cielo (Hechos 1:11).
- Resucitará de entre los muertos a todos los que han sabido de él. «Esta es la primera resurrección» (Apocalipsis 20:5).
- Los que sean hallados fieles (incluyendo a los que hayan muerto y los que estén vivos cuando él regrese—1 Tesalonicenses 4: 15-17) se unirán con Cristo para reinar en la tierra en nombre de Dios (Apocalipsis 5:10).
Señales de su regreso
El regreso de Jesús a la tierra es entonces el primer acontecimiento de los mil años. ¿Cómo sabremos cuando Cristo esté por venir? ¿Qué relación hay, si es que la hay, entre el año 2000 y el prometido milenio de la Biblia? Una vez más, las palabras mismas de Jesús nos sirven de guía. Poco antes de su crucifixión, sus discípulos le preguntaron cómo sabría la gente cuándo iba a regresar a la tierra. (Jesús ya había instruido a sus discípulos acerca de su muerte, resurrección y ascensión.) «Maestro, ¿cuándo será esto? ¿Y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?,» preguntaron ellos.
Si su regreso iba a ser precedido por condiciones de paz en todas partes del mundo, esta era una oportunidad para informar a sus discípulos de que se prepararan. Pero él no habló de paz. En su lugar advirtió a sus discípulos: «Mirad que no seáis engañados» porque sabía que habría rumores contradictorios, aun entre los creyentes, acerca de las condiciones que habrían de indicar su regreso.
Pero las palabras de Jesús son claras: «… y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria» (Lucas 21:25-27).
Esta no es una descripción de condiciones de paz, sino precisamente de lo opuesto. Podría ser una descripción de nuestros propios días. Mucha gente hoy día está llena de expectación de las cosas que sucederán en la tierra. Como ya hemos visto, esa es una de las razones por las cuales tantas personas esperaron ansiosamente el año 2000. Esperaban que proveyera el Nuevo Comienzo que la tierra tanto necesita.
Si Jesús dice que su venida será precedida por guerra, conflictos y desesperanza general, y no por condiciones de paz, podemos prepararnos cuando veamos que esas condiciones se están desarrollando.
No más engaño
Como ya se ha visto, una de las primeras cosas que se nos dice acerca del milenio bíblico es que será una época en que las naciones ya no serán engañadas (Apocalipsis 20:3). Será una época en que los problemas serán claros y los asuntos importantes no se esconderán o encubrirán, como ocurre a menudo hoy en día. Puesto que Jesús estará al mando, como rey designado por Dios, sus juicios serán justos y abiertos: «No juzgará según la vista de sus ojos, ni argüirá por lo que oiga sus oídos» (Isaías 11:3). ¿Qué juez humano ha podido ver lo que hay en el corazón del hombre o leer sus pensamientos? Con esta habilidad, ejercida en forma general, no habrá lugar para aquellos que buscan beneficios personales por medio de la manipulación de la información. Esto es lo que la Biblia quiere decir cuando declara que las naciones ya no serán engañadas.
El diablo y Satanás
Aquellos que han realizado ese engaño mundial son llamados en Apocalipsis el «dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás» (20:2). Para mucha gente, este lenguaje describe una personalidad maligna e indestructible, en constante guerra con la humanidad, que busca tentar y alejar a la gente de servir a Dios. Pero hay que notar que el Apocalipsis describe el destino final del dragón:
«Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos» (20:10).
Estas palabras son semejantes a las que usó Jesús cuando habló a sus discípulos acerca del reino de Dios y quiénes habrían de entrar en él. Todo el que pierda su lugar en el reino por haber rechazado las enseñanzas de Jesús será «echado en el infierno, al fuego que no puede ser apagado, donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:47,48). En la Biblia, el término «infierno» significa simplemente la destrucción y por lo tanto Jesús estaba hablando del aniquilamiento completa de los infieles, sin esperanza de regreso; Jesús no se estaba refiriendo a un tormento de fuego por toda la eternidad. (Para mayor información pida nuestro folleto El Cielo y el Infierno). El diablo bíblico no es un ser maligno indestructible sino el símbolo del pecado y la rebeldía que moran en el corazón del hombre (ver nuestro folleto Satanás y el diablo).
Pero antes de que el pecado y la maldad sean destruidos en «el lago de fuego y azufre» (lo cual ocurrirá al final de los mil años) serán atados por el Señor Jesucristo. Como se ha visto, en presencia de la honestidad, la veracidad y el conocimiento perfecto no habrá lugar para la deshonestidad, el fraude o el engaño. Uno de los títulos de Jesús es El Verbo de Dios (Apocalipsis 19:13) y una de las grandes obras de los mil años será la aplicación de la Palabra de Dios (el Verbo) como guía en todo aspecto del gobierno humano y la vida personal.
Los santos: siervos de Jesús
Jesús será ayudado en su obra, como ya se ha visto, por los «santos.» Será una época de gozo para ellos, cuando la Palabra de Dios sea enseñada en el mundo entero: «Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas. Exalten a Dios con sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos, para ejecutar venganza entre las naciones, y castigo entre los pueblos; para aprisionar a sus reyes con grillos, y a sus nobles con cadenas de hierro; para ejecutar en ellos el juicio decretado; gloria será esto para todos sus santos. Aleluya» (Salmos 149:5-9).
La obra de los santos, bajo la dirección del Señor Jesús, será primeramente la instrucción de la población mortal de la tierra acerca de las maravillas de la ley de Dios. Serán maestros, consejeros y gobernantes en nombre de Jesús. En una de sus parábolas, Jesús habló de un «noble» que fue a un país lejano para recibir un reino, y después regresó. El noble, representando a Jesús mismo, dejó a sus obreros a que laboraran en su nombre durante su ausencia. A su regreso premió a los obreros fieles, dándoles autoridad en su reino: «Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades» (Lucas 19:17).
Delegando su autoridad a los santos, el gobierno de Jesús se hará sentir por todo el mundo. Esta es la forma en que Isaías, uno de los profetas del Antiguo Testamento, describe aquella época:
«Porque de Sión saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra» (Isaías 2:3,4).
La única forma en que las naciones podrán estar verdaderamente en paz es mediante la aceptación de principios comunes. La ley de Dios está diseñada para asegurar la cooperación pacífica y beneficiosa entre las naciones. No habrá lugar para los engañadores o para los que quieran aprovecharse de las dificultades de otros.
Condiciones pacíficas
En forma gradual, bajo la ley de Dios, las condiciones mejorarán para todos, en especial para aquellos que habían sido oprimidos y no tenían privilegios de ninguna clase. Leamos lo que dice el salmista acerca de esa época:
«Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor… Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra. Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar… Y sus enemigos lamerán el polvo… Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán. Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas…» (Salmos 72).
La tierra por fin comenzará a cumplir la promesa del diseño de Dios en la creación. Los problemas del hambre y la enfermedad se reducirán, porque:
«Se alegrarán el desierto y la soledad; el yermo se gozará y florecerá como la rosa… Entonces el cojo saltará como un ciervo, y cantará la lengua del mudo; porque aguas serán cavadas en el desierto, y torrentes en la soledad» (Isaías 35:1,6).
Con el mejoramiento en el suministro de alimentos para todos, muchas de las causas de enemistad desaparecerán, y con la presencia del gran Médico en la tierra, la gente vivirá más tiempo.
«No habrá más allí niño que muera de pocos días, ni viejo que sus días no cumpla; porque el niño morirá de cien años» (Isaías 65:20).
¿»… el niño morirá de cien años…»? Sí, todavía existirá la muerte durante los mil años. Jesús y sus santos serán inmortales, pero el resto de la población estará formada por criaturas mortales, aunque su vida se alargará en forma dramática. La información que tenemos en la Biblia sobre los mil años describe una era maravillosa de paz, seguridad, satisfacción y bienestar cuando Jesús sea rey. Pero no será una época de felicidad completa. La muerte, y por lo tanto el pecado, todavía existirán.
Congregados para adorar a Dios
Los mil años serán una oportunidad para que los beneficios del gobierno de Cristo se hagan sentir por todas partes. Muchos se regocijarán con estas encantadoras condiciones y desearán adorar a Dios: «Y vendrán muchos pueblos, y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas» (Isaías 2:3). Un lugar de culto—una «casa de oración para todos los pueblos» (Isaías 56:7)—será establecida en Jerusalén, «la ciudad del gran Rey» (Salmos 48:2; Mateo 5:35), el centro del gobierno del reino.
A este maravilloso templo vendrán personas de todas partes del mundo. Las naciones serán animadas a viajar allá con regularidad. Si prefieren no adorar a Dios, él no les dará sus bendiciones: «Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia» (Zacarías 14:17). Las ventajas de seguir los caminos de Dios se harán aparentes rápidamente y gran parte de la población mundial aceptará con gozo las leyes de Dios.
Jerusalén y los judíos
Pero, ¿por qué será Jerusalén especialmente honrada al ser nominada como centro de gobierno y educación del reino? Durante largos siglos, la ciudad ha sido un centro, no de adoración pacífica, sino de contiendas. Hace más de tres mil quinientos años que Dios reveló a Moisés que cuando el pueblo escogido tuviera descanso de sus enemigos habría un «lugar que Jehová vuestro Dios escogiere para poner en él su nombre» (Deuteronomio 12:11). Más tarde, el salmista describió a Jerusalén como «la ciudad del gran Rey» (Salmos 48:2).
Parte de la obra de Jesús cuando regrese será restaurar a los testigos de Dios, los judíos; Jesús es su Rey—como lo proclamaron las palabras colocadas sobre la cruz:
«ESTE ES JESÚS, EL REY DE LOS JUDÍOS» (Mateo 27:37). Al regreso de Jesús, parte de la nación judía responderá en forma positiva. Dios dijo por medio del profeta Zacarías: «Y derramaré sobre la casa de David, y sobre los moradores de Jerusalén, espíritu de gracia y de oración; y mirarán a mí, a quien traspasaron, y llorarán como se llora por hijo unigénito, afligiéndose por él como quien se aflige por el primogénito» (Zacarías 12:10).
El plan de Dios con la nación de Israel se cumplirá con Jesús aceptando a sus compatriotas (los judíos) arrepentidos, y ellos a su vez reconociendo a Jesús como Rey. Desde la época de su antepasado Abraham, Dios había prometido a los judíos fieles un papel importante en su reino. La supervivencia de la nación judía ha sido un testimonio permanente del prolongado interés de Dios por la humanidad. Bajo el gobierno de Jesús, los israelitas mortales tendrán la oportunidad de continuar ese testimonio a la gracia de Dios, quien extiende el perdón y la esperanza de redención aun a la nación que inicialmente rechazó a su Hijo y desdeñó su oferta de salvación. Junto con los habitantes mortales de otras naciones, los judíos tendrán la oportunidad de beneficiarse de las condiciones del reino, sirviendo al Señor Jesucristo y honrando al Dios Todopoderoso.
Rebelión
Sin embargo, no todos se complacerán con la nueva situación. Esto es difícil de entender en vista de la prosperidad y paz que se harán sentir por todas partes; pero así como Jesús fue rechazado cuando predicó por primera vez el evangelio del reino, en esta ocasión habrá quienes dirán en su corazón: No queremos que este hombre nos gobierne.
Al final de los mil años, habrá oportunidad para llevar esos pensamientos a sus últimas consecuencias. El lenguaje simbólico del Apocalipsis lo expresa en estas palabras: «Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones» (20:7,8). Así como la era anterior de engaño había terminado cuando Jesús y los santos comenzaron a proclamar a los cuatro vientos la Palabra de Dios y sus leyes, ese mismo engaño se restablecerá cuando la enseñanza de la Palabra de Dios se suspenda de nuevo. Según parece, al final de los mil años, Jesús y los santos se retirarán de todas partes del mundo a la ciudad de Jerusalén (v.9). Su ausencia permitirá a los rebeldes a engañar a las naciones y «reunirlas para la batalla» (v.8).
La destrucción final
Los ejércitos de aquellos que decidan luchar contra Jesús y los santos subirán contra Jerusalén, donde serán destruidos en forma decisiva:
«Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió» (v.9).
La destrucción final de toda oposición conducirá a una segunda resurrección y juicio para todos los que hayan vivido durante los mil años:
«Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego» (20:12-15).
Será imposible que alguien pretenda haber ha sido tratado mal o en forma injusta. Habrá amplias oportunidades durante los mil años para entender los caminos de Dios y comprobar los beneficios de su aplicación general. Los que rechacen su ley también se darán perfectamente cuenta de las consecuencias de ese rechazo.
Sólo cuando la rebelión final haya sido extinguida y después de que la segunda resurrección y juicio hayan ocurrido podrá el último acto de los mil años llevarse a cabo: «Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego» y destruidos (20:14). «…y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (21::4). Todos los problemas del mundo terminarán, no habrá más llanto, y una verdadera y duradera paz se extenderá por toda la tierra.
Apocalipsis no es el único libro de la Biblia que revela esta serie de sucesos. En su carta a los creyentes de Corinto, el apóstol Pablo habla de la resurrección de los muertos, comenzando con la resurrección de Jesús hace casi dos mil años: «Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte» (1 Corintios 15:23-26).
La tierra llena de la gloria de Dios
En este pasaje los mil años son descritos en concordancia con lo que ya hemos descubierto. Es una época en la cual Jesús reinará, cuando él pondrá fin a toda rebelión contra las leyes de Dios, destruirá a todos sus enemigos y por último a la muerte misma. El resultado será paz en la tierra, cumpliendo así su potencial de dar gloria y honor a Dios Todopoderoso. La Palabra de Dios será restablecida y no habrá más rebelión.
«Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar» (Habacuc 2:14).
Esta es la descripción de un reino que no está limitado por el tiempo, así como Dios no está sujeto a tal restricción. Será un reino eterno, como el apóstol Pablo lo describe: «Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios 15:28).
«Todo en todos» es una impresionante descripción de la unidad perfecta que existirá entre Dios y sus siervos fieles que hayan sido reconciliados con él por medio de la obra del Señor Jesucristo.
«¿Cuándo serán estas cosas?»
Hay una última pregunta que exige una respuesta. Una pregunta que los discípulos le hicieron a Jesús:
«¿Cuándo serán estas cosas…?» (Mateo 24:3; Lucas 21:7).
Para encontrar la respuesta debemos regresar a la cuestión de la relación entre la celebración del año 2000 y el reino de mil años de Cristo. ¿Coincide con el año 2000 (o 2001) el comienzo de los mil años mencionados en la Biblia? ¿Se cumplirán todas las esperanzas del nuevo milenio con el pronto regreso de Jesús a la tierra?
La respuesta de la Biblia es que no sabemos exactamente cuándo ha de regresar Jesús: «Pero del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino sólo mi Padre» (Mateo 24:36). Pero sí se conocen las condiciones que existirán inmediatamente antes de su venida: guerras, hambres, enfermedades y gran angustia, «desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra». Estar preparado para la venida del Señor significa mantenerse en estado permenente de alerta. Este fue el mensaje de Jesús a sus discípulos:
«Pero sabed esto, que si el padre de familia supiese a qué hora el ladrón habría de venir, velaría, y no dejaría minar su casa. Por tanto, también vosotros estad preparados; porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que no pensáis» (v.43,44).
Para estar preparados para la venida de Jesús debemos vivir cada día de acuerdo a la Palabra de Dios, buscando su reino y su gloria. Los que han de estar con Jesús en su gloria serán aquellos cuyo nombre se hallará escrito en el libro de la vida.
¿Estará su nombre allí?
~ Michael Ashton