Hacemos una pausa en nuestro estudio de los primeros años de la era cristiana para reflexionar sobre un tema de mucha importancia – la “manifestación de Dios”.
Por las Sagradas Escrituras se sabe que conocer a Dios – Su naturaleza, Su carácter y Su objetivo – es la llave de la salvación. El Señor Jesucristo ha manifestado esto muchas veces, aunque, sucintamente; quizás en Juan 17:3:
“Y ésta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo, a quien has enviado.”
Conocer a Cristo es, por supuesto, conocer a Dios porque Jesús dice más tarde:
“He manifestado tu nombre…” (Juan 17:6).
La Palabra de Dios dice reiterada y claramente que el nacimiento de Jesús fue diferente comparado con los de todos los otros descendientes de Adán. Todavía cuando leemos de los hechos extraordinarios de su concepción y nacimiento, se nota que los principios en que Dios trabajó en este único caso – principios de que Dios se manifiesta en hombres a través de una semilla – son los mismos en el caso de Jesús en cuanto a todos los otros hombres.
Pueden haber existido diferencias en la forma de la manifestación de Dios en Jesús; pero el modelo es el mismo.
Si el conocimiento de Dios es esencial para la salvación, los hombres no pueden conocer a Dios a menos que él se dé a conocer. El primer paso lo da el mismo Dios. ¿Cómo lo hace?
En las Escrituras se puede descubrir que Dios se apareció a los hombres como un Dios de poder y éstas explican, con palabras y hechos claros, como es Su naturaleza y Su carácter. Lo hizo en determinados momentos a diversas personas por medio de la palabra dada a los profetas o a través de sus ángeles. Dios también habló por Su Hijo, como leemos en Hebreos 1:1-4:
“…en estos postreros días nos ha hablado el Hijo, a quien nombró heredero de todo y por quien hizo el universo; el cual, siendo el resplandor de su gloria, la imagen misma de su sustancia y quien mantiene todas las cosas con la palabra de su poder, después de purificar nuestros pecados por sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas”.
Esta manifestación de Dios, revelación de sí mismo, es para que los hombres entiendan su carácter inmortal con el objetivo final de que sean revestidos con cuerpos inmortales, verdaderas manifestaciones del carácter de su Dios. Desde este punto de vista, la salvación depende de cuatro aspectos:
- De la revelación de la naturaleza, carácter y objetivo de Dios mismo.
- De la revelación por medio de Su Hijo.
- De la creencia de los hombres en esta revelación.
- Del comportamiento de cada uno de estos creyentes.
“Vi a Dios cara a cara”
En la carta de Pablo a Timoteo habla de Dios como un Dios
«a quien ninguno de los hombres ha visto ni puede ver…» (1 Timoteo 6:16).
Sin embargo, en varios pasajes del Antiguo Testamento leemos de hombres y mujeres que vieron a Dios. Por ejemplo, después de que Jacob luchó con ‘un varón, llamó al lugar de su conflicto ‘Peniel’ (que significa ‘el rostro de Dios’) diciendo:
«Ví a Dios cara a cara.» (Génesis 32:30).
En otra ocasión, después de confirmar el pacto entre Dios e Israel, Moisés, Aarón, Nadab, Abiú y setenta de los ancianos de Israel «…vieron al Dios de Israel…» (Éxodo 24:9-11). Existen expresiones similares en Jueces 13:22, donde Manoa dijo a su mujer: «Ciertamente moriremos porque hemos visto a Dios». Más tarde, el profeta Isaías dijo: «En el año en que murió el rey Uzías vi al Señor (Adonai) sentado sobre un alto trono… Entonces dije… mis ojos han visto al Rey, Jehová (YHWH) de los ejércitos» (Isaías 6:1-5).
Con estos ejemplos bíblicos nos surge una pregunta: ¿Cómo se pueden entender estas manifestaciones, aparentemente contradictorias? Si ninguno de los hombres puede ver a Dios, ¿cómo puede ser que lo hayan visto en tantas ocasiones?
Podemos encontrar una explicación en el uso de la palabra ‘Dios’ (Hebreo: elohim) en la Biblia. Obviamente, en la inmensa mayoría de casos los términos ‘Dios’ o ‘Señor’ se refieren al Creador, pero si leemos las Escrituras con la idea preconcebida de que en todos los casos el término ‘Dios’ se refiere al Creador, el Padre del Señor Jesús, se tendrán serias dificultades. Por esta razón, tenemos que poner a un lado nuestras ideas preconcebidas para poder resolver la aparente contradicción. Sólo un cuidadoso examen de su uso en el contexto proporcionará una explicación de la utilización del término ‘Dios’ según la enseñanza de las Sagradas Escrituras.
En este ensayo mostraremos que Dios permitió a otros seres hablar como si fueran el propio Dios mientras éstos estaban comprometidos en su trabajo, incluso utilizando directamente su Nombre. Para describir este principio aplicamos el término ‘la manifestación de Dios’. Obviamente, esto conlleva implicaciones importantes si se consideran pasajes que hablan de Cristo como Dios.
El principio de la manifestación de nuestro Dios Todopoderoso
En las circunstancias actuales, debido a la naturaleza del hombre, es imposible seguir el carácter de Dios. Por eso, la Biblia nos muestra que el sacrificio de Jesús, Su Hijo, era necesario. Pero, antes de considerar este hecho tan importante para nosotros, observemos algunas manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento.
De la gran cantidad de personas que surgieron de la familia de Noé y sus hijos después del Diluvio, Dios escogió a un hombre para manifestarse. Éste fue Abraham. Fue Jehová (YHWH), cuyo nombre revela Su carácter de misericordia y justicia, quien habló con Abram:
“Pero Jehová había dicho a Abram…” (Génesis 12:1);
y era Jehová en cuyo nombre Abram llamó:
“…y allí Abram invocó el nombre de Jehová” (Génesis 13:4).
En este aspecto de la revelación del nombre de Dios a Abram, identificamos un problema en Éxodo 6:3, donde dice Jehová:
“Y aparecí a Abraham, a Isaac y a Jacob como Dios Omnipotente, mas no me di a conocer a ellos en mi nombre Jehová”.
Éste es el único pasaje que hace suponer que Abraham no conocía el nombre de Dios, mientras que existen otros muchos en los que Abraham aplica el nombre de Dios.
En el comentario de la Biblia editada por Nacar-Colunga se encuentra la siguiente explicación de Éxodo 6:3:
“En este pasaje vemos una muestra del progreso de la revelación en orden a la naturaleza de Dios. A los patriarcas se les reveló Dios como El-Sadai; fue a Moisés al primero que se mostró como Yavé. No quiere esto decir que este nombre fuera desconocido antes, pues la madre de Moisés se llamaba Jocabed, ‘Yahvé es su gloria’ (Éxodo 6:20; Números 26:59);
pero su significado era desconocido hasta la revelación hecha a Moisés (Éxodo 34:68)”.
La versión Reina-Valera de 1995 da otra explicación:
“Según Génesis 4:26, el nombre divino Jehová era ya conocido antes de Moisés. Este pasaje se refiere al momento en que Dios lo estableció como el nombre con el cual mantendría su especial relación con Israel. Véase Éxodo 3:15”,
Otra autoridad (Martin, 1955) dice que se puede entender esta frase en el hebreo como ‘una interrogación elíptica’, es decir, una pregunta que requiere respuesta afirmativa. Así la frase sería: mas, ¿no me di a conocer a ellos en mi nombre Jehová?
Según lo que se lee de Abraham, parece cierto que entendía el carácter de Jehová según lo que dijo, por ejemplo, en Génesis 13. Ciertamente comprendía el significado del nombre de Dios para mostrar la fe. Ahora consideremos el Dios de Abraham revelado a Moisés.
Cuando llegamos al tiempo del Éxodo, Israel había dejado de entender y creer en un Dios de misericordia y juicio. Es interesante notar que, a lo largo de los capítulos 1 y 2 de este libro, el nombre YHWH no se menciona. Durante la cautividad, Israel lloró y gimió pero no con la convicción real de una Deidad salvadora. No obstante, Dios oyó su lamento y, de nuevo, en el contexto de la salvación, reveló su nombre a Israel a través de Moisés. Puesto que Israel se había olvidado del nombre de Dios, el Dios que se revela a ellos es independiente del que se había revelado a Abraham. Israel deseaba verse libre de la esclavitud, pero la salvación siempre depende de que Dios se revele primero a los hombres.
Dios, entonces, se reveló a Israel a través de Moisés por medio de la zarza que no se consumía. Es notable que la primera revelación de YHWH a Moisés a través del Ángel fue,
“Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob…” (Éxodo 3:6).
Es una declaración muy importante y debe ser entendida por una mente bien instruida en las Escrituras. El Señor Jesús nos enseña su significado:
“Pero respecto a la resurrección de los muertos, ¿no habéis leído lo que os dijo Dios, cuando habló: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos sino de vivos” (Mateo 22:31, 32).
Se nota que Jesús no utiliza el tiempo pasado y no dice: “Yo era el Dios de Abraham…”, sino el presente. Este presente, “yo soy”, presupone que ese Dios era el Dios de Abraham en el pasado y será el Dios de Abraham en el futuro, cuando Él lo resucite de la muerte. Así las palabras de Dios a Moisés, “Yo soy el Dios de Abraham…” deben entenderse para aceptar la idea de que Dios será el Dios de Abraham en la resurrección futura. Esta revelación a Moisés une la vida pasada de Abraham con la existencia eterna de Dios y el alcance de un futuro inmortal.
Si tuviésemos alguna duda acerca del significado del nombre divino, Dios da un símbolo visual a los hombres por medio de la zarza que no se consumía. Moisés la vio de lejos y, cuando se acercó, continuó quemándose. Se estaba quemando la primera vez que la vio, continuó quemándose cuando habló el Ángel y parece que siguió quemándose posteriormente. Y, además de esta prueba, también YHWH habló: “Ehyeh asher ehyeh”, “yo soy el que soy”, a veces traducida “yo seré quién seré”.
Nos ayuda a entender claramente que Dios actuó en el pasado, como en la vida de Abraham, cuando Él hizo promesas. Esta vida pasada de Abraham existe en Él, así como el hecho de que Dios resucitará a los santos muertos “hacia él” en el futuro. Este trabajo futuro de Dios que se manifiesta en varios santos también se muestra por Jesús implícito en las palabras “Yo soy el Dios de Abraham…” pera, dice Jesús, “todos viven hacia él”.
Llegamos a la segunda revelación de Dios a Moisés en el monte Sinaí. Esta fue dado cuando Moisés suplicó:
“te ruego que me muestres tu camino, para que te conozca y halle gracia en tus ojos… Te ruego que me muestres tu gloria” (Éxodo 33:13, 18).
Puede ser que esa gloria, el Nombre y la Palabra estén estrechamente unidos; sin embargo, hay distinciones entre las tres cosas. Sugiero que se podrían definir como:
- El NOMBRE de DIOS es su carácter expresado en palabras.
- La GLORIA de DIOS es ese carácter cuando se manifestó a los hombres.
- La PALABRA de DIOS son los medios por los que el carácter de Dios se revela a los hombres.
La gloria de Dios se suele mostrar por medio de hechos milagrosos y palabras. Sin embargo, cuando Dios se manifiesta para salvar a los hombres de la muerte, el medio es la Palabra.
La primera petición de Moisés era:
“te ruego que me muestres tu camino, para que te conozca…” (Éxodo 33:13).
La respuesta de Dios era que el Ángel de la Presencia iría con ellos y guiaría a la nación. Pero Moisés quería algo más – una manifestación del carácter de Dios – y se presentó con palabras. La bondad de YHWH se declaró en términos de misericordia y clemencia (Éxodo 33:19).
El carácter que se proclama de Dios fue:
(1) justicia para el malo y
(2) misericordia hacia los que le aman.
Sin embargo, el equilibrio de su carácter se desplazaba balanceándose hacia el lado de la misericordia. Por ejemplo, se dice en Deuteronomio 7:9:
“Conoce pues, que Jehová tu Dios es Dios, Dios fiel, que guarda el pacto y la misericordia a los que le aman y guardan sus mandamientos, hasta mil generaciones”.
Estos dos aspectos forman un carácter de bondad absoluta (Éxodo 33:19); incluso sus juicios son esencialmente buenos. Éste es el carácter equilibrado que se reveló a los hombres para que vivieran como el carácter de Jehová. Moisés recibió esta revelación de la gloria divina lleno de gracia y verdad para que él, a su vez, pudiera reflejarla a Israel por sí mismo.
En una ocasión se manifestó un poder físico, una bondad tan grande que, durante un breve momento, Moisés se transfiguró en la imagen de la gloria de la futura resurrección. Pero ese poder físico del brillo de su cara disminuyó en poco tiempo; eran más importantes las palabras de Dios. Moisés escribió esas maravillosas palabras reveladas para nosotros. Esa manifestación de YHWH se puede ver en la lectura de la Biblia. Aparece la historia de las manifestaciones de Dios a los hombres y, sobre todo, la manifestación por medio de su Hijo Jesucristo. Nos da la preciosa oportunidad de creer en la bondad de Dios, de aprender, aceptar y reflejar su carácter en la vida y esperar la gracia de Dios en la vida eterna por la resurrección.
La manifestación de Dios por medio de los ángeles
El contexto del pasaje citado anteriormente en Jueces 13 muestra que fue ‘el ángel de Jehová’ quién se le apareció a Manoa y su esposa. «Entonces conoció Manoa que era el ángel de Jehová» (v.21). Por tanto, era él a quien llamaron ‘Dios’.
Algo similar sucede en Génesis 32:30, en la lucha de Jacob, pues el profeta Oseas escribe:
«Venció al ángel y prevaleció; lloró y le rogó; en Bet-el le halló, y allí habló con nosotros. Mas Jehová es Dios de los ejércitos; Jehová es su nombre» (Oseas 12:3-5).
En la última parte de este pasaje, Oseas se refiere al Dios de Bet-el. Este es el lugar donde Jacob hizo el voto para servir a
«…Jehová, el Dios de Abraham… el Dios de Isaac» (Génesis 28:13).
Sin embargo, este mismo personaje se llama «el ángel de Dios» en Génesis 31:11. Por tanto, estas citas de las Escrituras dan una pista de como es que podemos resolver la contradicción aparente entre el hecho de si Dios ha sido visto por los hombres o no lo ha sido.
Hay referencias que apoyan las alusiones al «ángel de Jehová» (recuerde, cuando se utiliza el nombre personal de Dios como ‘Jehová’, o Yahvéh, y cuando aparece el nombre de Dios, se refiere a ‘Dios’). Los testimonios siguientes corroboran esta idea:
- El ángel y Agar (Génesis 16:7-8, 13-14):
«Y la halló el ángel de Jehová junto a una fuente […]. Entonces llamó el nombre de Jehová que con ella hablaba: Tú eres Dios que ve; porque dijo: ¿No he visto también aquí al que me ve?»
- Los ángeles y Abraham (Génesis 18:1-2,13,16-17, 21-22,33; 19:1,12,15)
«Le apareció Jehová en el valle de Mamre […]. Y alzó sus ojos y miró, y he aquí tres varones que estaban junto a él […]. Entonces Jehová dijo a Abraham […]; y los varones se levantaron de allí[…]. Y Jehová dijo […]. Y Jehová se fue, luego que acabó de hablar a Abraham[…]. Los ángeles daban prisa a Lot…».
Mucho se puede aprender de esta historia. Los tres visitantes parecían hombres (comparamos con Hebreos 13:2). La narración aclara que por lo menos dos de los tres eran los ángeles que siguieron hacia Sodoma, mientras que el tercero, como portavoz, era superior y se llamaba expresamente ‘Jehová’. Abraham reconoce su estado superior y le imploró que destruyera a Sodoma. Este ‘primero de los tres’ puede haber sido un arcángel (el único mencionado en la Biblia es Miguel). Teniendo en cuenta los pasajes que explican que nadie puede ver a Dios, no puede ser el único Dios Todopoderoso. Por consiguiente, podemos concluir que es totalmente insostenible cualquier sugerencia de que estos tres eran ‘personas de la Trinidad’ o que el portador del Nombre era Jesús.
En los ejemplos siguientes se puede entender claramente que ‘Dios’, ‘Jehová’ y ‘ángel’ se usan casi indistintamente:
- Jacob (Génesis 48:15-16):
«Y bendijo a José, diciendo: El Dios en cuya presencia anduvieron mis padres Abraham e Isaac, el Dios que me mantiene desde que yo soy hasta este día, el Ángel que me liberta de todo mal, bendiga a estos jóvenes…».
- Moisés (Éxodo 3:2, 6, 16):
«Y se le apareció el Ángel de Jehová en una llama de fuego […]. Y dijo: Yo soy el Dios de tu padre, Dios de Abraham, Dios de Isaac y Dios de Jacob… Ve y reúne a los ancianos de Israel y diles: Jehová, el Dios de vuestros padres, el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob se me apareció…».
- Los diez mandamientos (Éxodo 19:17,20; 20:1-2; Hechos 7:38):
«Y descendió Jehová sobre el monte Sinaí, sobre la cumbre del monte; y llamó Jehová a Moisés a la cumbre del monte, y Moisés subió… «Y habló Dios todas estas palabras, diciendo: Yo soy Jehová tu Dios, que te saqué de la tierra de Egipto…» «Este es aquel Moisés que estuvo en la congregación en el desierto con el ángel que le hablaba en el monte Sinaí, y con nuestros padres…».
- Israel (Éxodo 13:18,21; 14:19, 24; Jueces 2:1; Isaías 63:9-10, 14):
«Mas hizo Dios que el pueblo rodease por el camino del desierto del Mar Rojo… Y Jehová iba delante de ellos de día en una columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en una columna de fuego para alumbrarles… «Y el ángel de Dios que iba delante del campamento de Israel, se apartó e iba en pos de ellos… » «Jehová miró el campamento de los egipcios desde la columna de fuego y nube… El ángel de Jehová subió de Gilgal a Boquim, y dijo: Yo os saqué de Egipto, y os introduje en la tierra de la cual había jurado a vuestros padres…» «En la angustia de ellos él estaba angustiado y el ángel de su faz los salvó… Mas ellos fueron rebeldes e hicieron enojar su santo espíritu… El Espíritu de Jehová los pastoreó como a una bestia que desciende al valle; así pastoreaste a tu pueblo, para conseguir un glorioso nombre».
En estas referencias varía el estilo del discurso, pero sólo se menciona un personaje: unas veces ‘Jehová’, otras ‘Dios’, y en otras ‘el ángel de Jehová’ (o de ‘Dios’). Es evidente que Jehová los condujo en todos los casos, pero se manifestó en el ‘ángel de su faz’ (como lo llama Isaías). El ángel está vestido con autoridad divina como se indica en la siguiente referencia:
- Promesa (Éxodo 23:20-23):
«He aquí yo envío mi Ángel delante de ti para que te guarde en el camino, y te introduzca en el lugar que yo he preparado. Guárdate delante de él, y oye su voz; no le seas rebelde; porque él no perdonará vuestra rebelión, porque mi nombre está en él. Pero si en verdad oyeres su voz e hicieres todo lo que te dijere, seré enemigo de tus enemigos, y afligiré a los que te afligieren. Porque mi Ángel irá delante de ti, y te llevará a la tierra del amorreo».
Nótese aquí la equivalencia: ¡cuando Israel oyó la voz de este ángel, ellos oían a Dios que hablaba! Evidentemente, el ángel era un mensajero divino con todo poder para hablar y actuar en nombre de Dios (un ‘plenipotenciario’). Él habló en nombre de Dios, y ese nombre es el que llevó. Quizás era el mismo ángel que se le apareció a Josué en la cita siguiente:
- Josué (Josué 5:13; 6:2):
«Estando Josué cerca de Jericó, alzó sus ojos y vio un varón que estaba delante de él, el cual tenía una espada desenvainada en su mano […]. Como Príncipe del ejército de Jehová he venido ahora […]. Mas Jehová dijo a Josué: Mira, yo he entregado en tu mano a Jericó …»
- Gedeón (Jueces 6:12, 13, 16, 22):
«Y el ángel de Jehová se le apareció, y le dijo: Jehová está contigo, varón esforzado y valiente. Y Gedeón respondió: Ah, señor mío, si Jehová está con nosotros, ¿por qué nos ha sobrevenido todo esto?[…]. Jehová le dijo […]. Viendo entonces Gedeón, que era el ángel de Jehová, dijo: Ah, Señor Jehová, que he visto al ángel de Jehová cara a cara».
Con ello queda claro para el lector que siempre que se lee que ‘Dios’ o ‘Jehová’ apareció a los hombres, lo hacía por medio del ángel en que se manifestaba. Estos seres celestiales reciben toda la autoridad y los poderes necesarios para poder ser los portavoces del propio Dios.
Estas reflexiones podrían hacer suponer que ese importante papel de mensajeros inmortales de Dios (ángel significa ‘mensajero’ en hebreo) se reservaría sólo para los ángeles, ya que son
«…espíritus ministradores, enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación» (Hebreos 1:14).
Pero no es así. Más bien al contrario, ya que Dios, en ciertas circunstancias, ha creído conveniente escoger a hombres para que realicen un trabajo similar.
La Manifestación de Dios a través de los hombres
Dios no sólo se manifestó por medio de ángeles. En Israel había jueces que, como representantes de Dios, estaban encargados de los casos de su pueblo para actuar con imparcialidad, liberando al inocente y condenando al culpable. Al ser nombrados por Dios, no debe ser extraño que se les llame ‘Dios’ (es decir ‘elohim’). Obsérvense las siguientes referencias:
«Y si el siervo dijere: Yo amo a mi señor, a mi mujer y a mis hijos, no saldrá libre; entonces su amo lo llevará ante los jueces [elohim] [«…su amo le llevará ante Dios…» La Biblia de Jerusalén]» (Éxodo 21:5-6).
«…el dueño de la casa será presentado a los jueces [elohim] [«…se llevará ante Dios…» La Biblia de Jerusalén] (Éxodo 22:8-9).
«No injuriarás a los jueces…[«No blasfemarás contra Dios» La Biblia de Jerusalén»] (Éxodo 22:28).
Un caso especial de lo que se está aludiendo es el del propio Moisés. Existían cientos, e incluso miles, de gobernantes para juzgar los casos más sencillos, pero Moisés se encargó de los más difíciles (de acuerdo con lo que su suegro dijo en Éxodo 18:24). Moisés era el principal portavoz de Israel, así como el profeta de Dios y, por consiguiente, supremo entre ‘los elohim’ de Israel.
«Y él hablará por ti al pueblo; él te será a ti en lugar de boca, y tú serás para él en lugar de Dios» (Éxodo 4:16).
«Jehová dijo a Moisés: Mira, te he constituido dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta» (Éxodo 7:1).
Existen otros ejemplos que refuerzan la situación especial de Moisés frente a su pueblo, como se puede descubrir en las siguientes referencias en las que se observa como Moisés utiliza frases que se asocian al Dios verdadero:
«Y Jehová enviará contra ti la maldición […] a causa de la maldad de tus obras por las cuales me habrás dejado» (Deuteronomio 28:20).
«Moisés, pues, llamó a todo Israel, y les dijo:[…] os he traído cuarenta años en el desierto; vuestros vestidos no se han envejecido […] para que supierais que yo soy Jehová vuestro Dios» (Deuteronomio 29:2-6).
«Si obedeciereis cuidadosamente a mis mandamientos que os prescribo […],yo daré la lluvia de vuestra tierra a su tiempo,[…]. Daré también hierba en el campo para tus ganados […]. Guardaos, pues que vuestro corazón no se infatúe […] y se encienda el furor de Jehová sobre vosotros, y se cierre los cielos, y no haya lluvia, ni la tierra dé su fruto…» (Deuteronomio 11:13-17).
El ‘Yo’ de los versículos 14 y 15 anteriores presenta una anomalía. Según estos versículos, parece que se deja entrever que Moisés es el que tiene el poder de dar la lluvia. Esta circunstancia ha sido interpretada de diversas formas. Por ejemplo, en la Biblia de Jerusalén existe una explicación: ‘El texto introduce, bruscamente, una exhortación directa a Dios’. En la versión griega (LXX) aparece la frase cambiada: ‘Él dará…’. Sin embargo, es fácil aceptar lo que
Moisés dijo si entendemos el principio de ‘la manifestación de Dios’.
La denominación de los jueces de Israel como ‘elohim’ recibió confirmación de los labios de Jesús cuando condenó a los dirigentes del juicio que se produjo contra él, como se ve a continuación. Para ello citó el Salmo 82 y aclaró el principio anteriormente indicado:
«Le respondieron los judíos, diciendo: Por buena obra no te apedreamos, sino por la blasfemia; porque tú, siendo hombre, te haces Dios. Jesús les respondió: ¿No está escrito en vuestra ley [Salmo 82:6]:
Yo dije, dioses sois? Si llamó dioses a aquellos a quienes vino la palabra de Dios (y la Escritura no puede ser quebrantada) ¿al que el Padre santificó y envió al mundo, vosotros decís: Tú blasfemas, porque dije: Hijo de Dios soy?» (Juan 10:33-36).
El Salmo 82 hace un cuadro de ‘dioses’ malos (elohim), es decir, jueces de Israel reprobados por su abandono a pobres y necesitados (por ejemplo, Mateo 23:4, 23 y Marco 12:40). El reproche viene de alguien que se llama ‘elohim’ (versículo 1) y en el último versículo se ruega «Levántate, oh Dios [elohim], juzga la tierra» porque la quieren heredar «todas las naciones». Otros pasajes muestran que este juez y heredero es el propio Jesús (Salmo 2:7-8; 72:1-8; Isaías 9:6-7, 11:1-4; Apocalipsis 19:11-16). Este asunto lleva a otra fase en la que se descubre un aspecto crucial del gran objetivo de Dios para con los hombres.
La manifestación de Dios por medio de Jesús
Ningún conocedor del Nuevo Testamento pondrá en duda el hecho de que se presenta a Jesús de Nazaret como la mayor manifestación del Dios de Israel. Algunos pasajes lo confirman:
«Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad»(Juan 1:14).
En griego, el término ‘habitar’ significa ‘plantar su tienda’, por lo que se alude a la presencia de Jehová en el campamento transportable que llevaban los hebreos durante su marcha por el desierto.
«A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Juan 1:18).
«Jesús clamó y dijo: El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me envió; y el que me ve, ve al que me envió» (Juan 12:44-45).
«Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras» (Juan 14:8-10).
«Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando al mundo…» (2 Corintios 5:18-19).
«E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad: Dios fue manifestado en carne, justificado en el Espíritu, visto de los ángeles, predicado a los gentiles, creído en el mundo, recibido arriba en gloria» (1 Timoteo 3:16).
Existen matices dependiendo de la traducción de «…Dios se manifestó por medio de la carne…» (La Biblia de Jerusalén dice:
«Él se manifestó por medio de la carne»). Varios testigos lo ponen en neutro.
«(porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)» (1 Juan 1:2).
El pasaje de Juan 14:8-10, anteriormente citado, da una información particular. Obviamente, no se debe confundir al Padre con el Hijo. Es claro que, en la mayoría de los hijos, se puede ver la imagen de sus padres. Esto también ocurre con el Hijo de Dios, como lo demuestran los siguientes versículos:
«…la luz del evangelio de la gloria de Cristo, el cual es la imagen de Dios» (2 Corintios 4:4).
«El es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda creación» (Colosenses 1:15).
«el cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia…» (Hebreos 1:3).
¿Cuál es esta ‘gloria’ que Cristo irradió? Aparte del brillo de Jesús durante su transfiguración (Mateo17:2), Jesús nunca se mostró ‘glorioso’ en sentido físico (aparte de su aparición a Saulo–Hechos 9:3-9, 26:12-13). Los discípulos daban testimonio de la apariencia normal de Jesús en la tierra que, a la vez, era una exhibición de la gloria del Padre (Juan 1:14, 2:11). Es decir, Jesús era una manifestación perfecta de Dios en todos los aspectos.
La última parte de Juan 14:8-10 (citado anteriormente) muestra el paralelismo entre Jesús y las manifestaciones de Dios que se han considerado. Se trata de las palabras del Padre expresadas por intermedio de un agente. También son los hechos del Padre a través de ese agente. Repetidamente, Jesús clarifica categóricamente su situación de subordinación:
«No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve hacer al Padre[…]. No puedo yo hacer nada por mí mismo […]. Las mismas obras que hago dan testimonio de mí, que el Padre me ha enviado» (Juan 5:19,30,36).
«…Mi doctrina no es mía, sino de aquel que me envió. El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta» (Juan 7:16-17).
«Porque yo no he hablado por mi propia cuenta; el Padre que me envió, él me dio mandamiento de lo que he de decir, y de lo que he de hablar[…]. Así pues, lo que yo hablo, lo hablo como el Padre me lo ha dicho» (Juan 12:49-50 y también 14:10 y 17:8).
Por tanto, con Jesús no aparece un fenómeno nuevo o diferente de la manifestación de Dios, sino que con Jesús se produce una extensión de lo que Dios había hecho previamente con los ángeles. Es decir, Él aplicó el mismo principio a través de un hombre muy especial, el hijo de la Virgen María que, singularmente, también era ‘el Hijo de Dios’ (aunque, temporalmente, fue hecho «un poco menor que los ángeles», Hebreos 2:5-9).
Cuando escuchamos las palabras de Cristo (o, mejor dicho, cuando las leemos en las páginas de la Biblia), estamos escuchando las palabras de Dios; cuando obedecemos los mandamientos de Cristo, son los mandamientos de Dios a través de Cristo los que estamos siguiendo.
El proceso de revelación del Antiguo Testamento se desarrolla de forma lógica; en el caso de Jesús no se debe confundir al agente con la fuente. Jesús cumplió la voluntad de su Padre como el ángel de Jehová cumplió lo que Dios le había encargado hacer. De estos hechos tampoco asumimos una igualdad entre el Padre y el Hijo como se infería de la manifestación angélica de la Deidad.
Pero el proceso de la manifestación de Dios no acaba aquí. El objetivo de Dios es tener multitud de hijos, para ser glorificados junto con su primogénito.
La manifestación de Dios a través de los creyentes
Hemos examinado algunas de las numerosas referencias que se encuentran en la Biblia acerca de la manifestación de Dios a través de los ángeles y los jueces de Israel. Con razón incluimos como profetas a los portavoces y representantes de Dios en la tierra. Sus palabras estaban capacitadas para efectuar cualquier mandato de Dios. Hemos visto que la manifestación más grande del poder y autoridad de Dios ha sido (y siempre será ahora) por medio de su estimado Hijo, Jesucristo. Pero Jesús es el primogénito de muchos hijos e hijas de Dios (Hebreos 2:10; 2 Corintios 6:17-18). Ellos también van a ser hechos a su semejanza y serán herederos, con él, del reino de Dios en la tierra (1 Juan 3:2; Efesios 3:6; 2 Timoteo 2:11-12).
Considerando que el destino de los creyentes es ser reyes y sacerdotes en el futuro Reino de Dios, podríamos esperar razonablemente que también, con Jesús, proclamaran el gran Nombre de Dios y el poder de su exaltación. Esto es, exactamente, lo que se reseña en las Escrituras, y se manifiesta en dos fases distintas. La primera es de la época apostólica y, en parte, anticipadora de la segunda. Corresponde al momento en que se concedió poder milagroso para realizar señales y maravillas a los apóstoles de Jesús, para confirmar la verdad y autenticidad de sus enseñanzas (Marcos 16:20). A aquellos les había gustado
«la buena palabra de Dios y los poderes del siglo venidero» (Hebreos 6:4-5).
Pero la utilización completa de estos mismos poderes se reserva para la segunda fase, la mayor, el futuro Reino de Dios. A continuación se citan algunos pasajes para indicar cada periodo. Hay que observar, en particular, que las palabras y los hechos de los profetas y apóstoles del futuro Reino de Dios en la tierra son tanto de Jesús como de su Padre. ¿Por qué es así? Porque a Jesús
«Dios también le exaltó hasta lo sumo, y le dio un nombre, que es sobre todo nombre…» (Filipenses 2:9-10)
y
«por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud» (Colosenses 1:19).
En la época de los apóstoles leemos:
«El que a vosotros oye, a mí me oye; y el que a vosotros desecha, a mí me desecha; y el que me desecha a mí, desecha al que me envió» (Lucas 10:16).
«Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios» (2 Corintios 5:20).
«…soy embajador en cadenas…» (Efesios 6:20).
Aprendemos de la época del Reino venidero:
«…en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel» (Mateo 19:28).
«Él le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades» (Lucas 19:17).
«mas los que fueren tenidos por dignos de alcanzar aquel siglo y la resurrección de entre los muertos, ni se casan ni se dan en casamiento. Porque no pueden ya más morir, pues son iguales a los ángeles, y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección» (Lucas 20:35-36).
«¿O no sabéis que los santos han de juzgar al mundo?… ¿O no sabéis que hemos de juzgar a los ángeles?…» (1 Corintios 6:2-3).
«Si sufrimos, también reinaremos con él…» (2 Timoteo 2:12).
«Porque no sujetó a los ángeles el mundo venidero, acerca del cual estamos hablando […]; pero todavía no vemos que todas las cosas le sean sujetas. Pero vemos […] a Jesús, coronado de gloria y de honra […]. Porque convenía a aquel por cuya causa son todas las cosas, y por quien todas las cosas subsisten, que habiendo de llevar muchos hijos a la gloria, perfeccionase por aflicciones al autor de la salvación de ellos» (Hebreos 2:5, 8-10).
Según lo que hemos leído, los verdaderos creyentes participarán con Jesucristo en el Reino de Dios (Apocalipsis 2:26-27; 3:21). También recibirán el honor de juzgar al mundo en lugar de hacerlo los ángeles. Su noble tarea será enseñar la ley de Dios a todas las naciones para guiarlas en la verdad religiosa y la conducta virtuosa. En todos los sentidos, se manifestarán como los gobernantes, pastores y maestros escogidos por Dios. Teniendo en ellos la sabiduría y poder de Dios (los milagros del siglo primero fueron un ejemplo), bajo la dirección de Cristo, llevarán al mundo entero bajo el mando de Dios. El apóstol Pablo dice:
«Luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios 15:28).
De esta manera se realiza el gran objetivo de Dios como creador del mundo, el objetivo que se expresa en su nombre YAHWEH ELOHIM («El que será poderoso»).
Un resumen
El Dios Todopoderoso se reveló a sí mismo y leemos de las varias manifestaciones de Dios en el Antiguo Testamento. Es cuando llegamos al Nuevo Testamento que vemos la manifestación suprema de Dios en Su Hijo, Jesucristo. Desde este punto de vista podemos leer con confianza que
“Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo.” (2 Corintios 5:19).
El Dios que se mostró a Moisés y al pueblo de Israel se reveló a través de la revelación bíblica como un Dios para todas las gentes, épocas y culturas. Dios se presentó ante el pueblo de Israel con las palabras “Yo soy Jehová tu Dios”. Podemos aplicar este principio de la manifestación de Dios a nuestro estudio presente. Hemos visto que, al principio, Dios revistió a sus agentes con su propio Nombre, fueran ángeles o hombres. De esa forma eran capaces de hablar en el Nombre de Dios para llevar el mensaje divino con propiedad, aunque no fueran el Omnipotente. Este principio se aplica en el caso particular de Jesús, la manifestación preeminente del Padre:
«por cuanto agradó al Padre que en él habitase toda plenitud» (Colosenses 1:19).
Jesucristo es el Hijo de Dios. Por eso hemos visto:
“su gloria, gloria como la del unigénito del Padre.”
(Juan 1:14)