Panorama Bíblico

El estudio previo ha demostrado el cumplimiento de la anticipada llegada al mundo del prometido Mesías. En el Nuevo Testamento hay un reiterado énfasis en el carácter perfecto de Cristo y las ‘buenas nuevas’ del Reino de Dios venidero.

El Nuevo Testamento de 27 libros

El Nuevo Testamento comienza con cuatro relatos de la vida de Cristo llamados los evangelios. Los 28 capítulos del libro de los Hechos contienen el único relato auténtico de la difusión del cristianismo después de la ascensión de Cristo fue escrito por Lucas, medico griego. La edición más grande del Nuevo testamento la constituyen las trece epístolas de Pablo y el libro de los Hebreos. Hay otro grupo de cartas que reciben el nombre las epístolas generales. El último libro de la biblioteca es un libro de la profecía, el Apocalipsis.

El evangelio del reino de Dios y Su justicia

Fue en Palestina, la histórica tierra de Israel, donde la iglesia del Nuevo Testamento apareció por primera vez en la historia. La iglesia surgió de la vida y la obra de su Señor, Jesucristo.

Jesús predicaba que el reino de Dios estaba cerca y que los hombres podían entrar en él por medio del arrepentimiento y la fe en el evangelio (Marcos 1:14-15). El arrepentimiento que Jesús requería era por la desobediencia a la ley de Dios. El Sermón del Monte ilustra de muchas maneras como la relación del hombre con Dios y la relación de los hombres entre si pueden ser mantenidas.

En la fiesta de la Pascua, probablemente a los 33 anos, Jesús sufrió la crucifixión. Su muerte, sin embargo, no fue la muerte de un mártir. Fue una muerte salvadora, llena de vida para aquellos que ven en ella la absoluta obediencia a la ley de Dios.

En su ministerio, Jesús predijo la expansión del evangelio, pero el no planeo un programa de evangelismo antes de su muerte. Este fue dado después de su resurrección (Mateo 28:18-20).

El desarrollo de la iglesia

El comienzo del cristianismo está unido en forma inseparable a la iglesia judia. Los primeros años en la vida de la iglesia fueron años totalmente judíos. Al principio, vemos a la iglesia como un grupo de creyentes en Jerusalén. En la fiesta judía de Pentecostés, siete semana después de la crucifixión de Jesús muchos fueron bautizados como resultado de la predicación de Pedro. Esta proclamación se veía acompañada de señales y milagros y del poder del Espíritu Santo.

La salida de muchos creyentes de Jerusalén trajo como consecuencia el esparcimiento del evangelio. No menos importante es la contribución de Pablo a la iglesia universal por medio de su predicación y sus cartas a las nuevas iglesias. En un sentido general, las mismas tratan de la fe de la iglesia y la vida de la iglesia.

La iglesia, que ya esta establecida y extendida por buena parte del Imperio Romano, se siente fundamentada en la verdad por Cristo y por la predicación de los apóstoles.

Las enseñanzas de Jesús

Después de su tentación en el desierto de Judea, Jesús comenzó su ministerio de predicar el evangelio del reino de Dios (Marcos 1:14).  El vocablo ´evangelio´ significa ´la buena noticia´. Se nota también que un llamamiento de un cambio de actitud acompaña este mensaje del evangelio.  

Un discípulo es un seguidor, un creyente, y el que pone en práctica la enseñanza de otro. Jesús enlistó a muchos discípulos en su obra de predicar. De entre sus discípulos Jesús escogió a doce hombres quienes serían sus apóstoles. Un apóstol es un discípulo a quien se le ha encomendado una tarea especial, como la de salir a predicar el evangelio.

En su Sermón del Monte (Mateo 5-7), Jesús trató de hacernos ver cómo podemos servir a Dios mediante el amor. Si aceptamos la norma y el ejemplo de Jesús, llegamos a ser hijos e hijas de Dios, quien nos trata con todo el afecto y la bondad de un Padre. 

En Mateo 5:3-10, a cada persona que posee una determinada cualidad, Jesús la declara “bienaventurada”. Cada característica del discípulo va seguida de una razón que promete que nadie será un perdedor siguiendo este camino de vida. Las recompensas se hallan en la experiencia espiritual y en la relación con Dios y no en recompensas materiales. La frase clave, que abre y cierra las series, es porque de ellos es el reino de los cielos. Esto se refiere a aquellos que reconocen a Dios como Rey y que, por lo tanto, ven con antelación el cumplimiento de su propósito en sus vidas.

Es evidente que la felicidad de la cual habla Jesús es totalmente diferente de la clase de felicidad que los hombres buscan en esta vida. Por lo general la mayoría busca dinero, poder y libertad, creyendo que estas cosas les asegurarán la felicidad. El mensaje de Jesús no está dirigido a las personas que buscan complacerse a sí mismos, ni a los que son orgullosos, autosuficientes y de mente mundana. 

Las bienaventuranzas son, en realidad, las reglas de la vida y los discípulos de Jesús deben esforzarse al máximo para no sólo oír sino también hacer. Son difíciles de poner en práctica, pero Jesús dice que solamente las personas que las oyen y las guardan tendrán parte en su reino. Muchos han dicho que es imposible cumplirlas y que «el mundo no podría ser gobernado a base de los principios del Sermón del Monte”.

Pero la verdad del asunto es que son las reglas de conducta para el discípulo de Jesús, el cual, aunque esté en el mundo, lucha para no conformarse al mundo sino transformarse por medio de la renovación de su entendimiento, presentándose a Dios como sacrificio vivo (Romanos 12:1-2).

Si nosotros seguimos la maravillosa instrucción que se encuentra en las bienaventuranzas, segaremos una rica cosecha de felicidad y bendiciones, llegando a ser ejemplos a los demás en nuestra preparación para el reino de Dios.

La resurrección de Jesús garantiza la de sus seguidores

La resurrección de Cristo al tercer día después de su crucifixión es, en verdad, la principal piedra del ángulo de nuestra propia esperanza de vida eterna. 

Los apóstoles no hablaban tan tímidamente acerca de la resurrección de Cristo. Proclamaron vigorosamente que la tumba de José en la que se había puesto el cuerpo crucificado del Señor, quedó vacía al tercer día, y nadie se atrevió a contradecirlo. Relatan cómo ellos mismos se asombraron de lo que había sucedido, y cómo su incredulidad se convirtió en comprensión gloriosa cuando tuvieron que reconocer que el cadáver de Jesús no estaba allí porque había resucitado. 

«Luego llegó Simón Pedro tras él, y entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino enrollado en un lugar aparte. Entonces entró también el otro discípulo, que había venido primero al sepulcro: y vio, y creyó» (Juan 20:6-8).

Jesús fue crucificado como una ofrenda por el pecado de una vez por todas. El Padre dio a su Hijo Unigénito para que muriera por nosotros en la cruz. Y la mano del que le quitaba la vida no fue detenida. Y se completó con la gloriosa resurrección del Hijo de Dios en la mañana del tercer día.

En Salmos 16:8-11, tenemos una profecía directa acerca del Mesías: “…Porque no dejarás mi alma en el Seol, Ni permitirás que tu santo vea corrupción…»

Podríamos preguntar: «¿De quién dice el profeta esto; de sí mismo, o de algún otro?» Y no quedamos en duda en cuanto a la respuesta, porque se da claramente en el discurso de Pedro en el día de Pentecostés (Hechos 2:30-32). El apóstol dice que David, el autor del salmo, «murió y fue sepultado, y su sepulcro está con nosotros hasta el día de hoy.» Pero siendo David un profeta inspirado por Dios, predijo la resurrección de Cristo. Fue éste quien no sería dejado en el sepulcro. Fue la carne de él la que no vería corrupción. Fue al Cristo al que Dios resucitaría para que se sentara en el trono de David. Y esto ya se había cumplido: «A este Jesús resucitó Dios, de lo cual todos somos testigos» (Hechos 2:32).

Los apóstoles gozaron del privilegio de tener la compañía de Jesús durante cuarenta días después de su resurrección, y podían citar esta experiencia personal como evidencia de la verdad de su mensaje. Jesús se había presentado «vivo con muchas pruebas indubitables» (Hechos 1:3). Algunas de estas pruebas fueron descritas en los evangelios para generaciones posteriores. Parece claro que el Señor estaba deseoso de demostrarles que su resurrección fue una experiencia corporal (Lucas 24:39-43).

La naturaleza física de Jesús había sido transformada. Era el mismo Jesús. Comió y bebió delante de ellos. Aquí no se trataba de un «fantasma,» sino de un cuerpo glorificado que no podía más morir, siendo igual a los ángeles (Lucas 20:36). Y fue en Jesucristo que se cumplió por primera vez la Escritura que dice: «Y cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: Sorbida es la muerte en victoria» (1 Corintios 15:54).

La totalidad de 1 Corintios 15 merece ser estudiada atentamente en relación con la importancia fundamental de la resurrección de Cristo. Recordamos la promesa: No todos dormiremos; pero todos seremos transformados, en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trompeta» (v. 51). Este cambio de naturaleza será la victoria final sobre el pecado y la muerte para todos los que tienen por la gracia de Dios el privilegio de participar de él. 

La predicación del evangelio

Los Cristadelfianos han enseñado siempre que el regreso de Jesucristo a la tierra es vital para el cumplimiento del propósito de Dios. Un recuento de las referencias a este magno evento en el Nuevo Testamento mostró que se menciona un total de ¡318 veces! 

Jesús habló mucho del reino de Dios y de su Segunda Venida. El testimonio de los apóstoles es igualmente claro. Ellos fueron claramente enseñados por el Señor resucitado, quien, durante los cuarenta días anteriores a su ascensión a los cielos, los instruyó acerca del reino de Dios y la restauración del reino de Israel (Hechos 1:3,6). El principal tema de sus apariciones después de su resurrección fue que todas las promesas del Antiguo Testamento hallarían en él su cumplimiento (Lucas 24:27). En el momento de su ascensión del monte de los Olivos, cuando desaparecía entre las nubes, Dios envió sus ángeles a explicar:

«Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.« (Hechos 1:11)  De ningún modo se podrá argüir que la Biblia habla de la presencia del Señor, como dando a entender que será invisible. El Nuevo Testamento también habla en muchas ocasiones acerca de la manifestación de Jesucristo, usando una palabra que significa aparición o revelación (por ejemplo, 2 Timoteo 4:1). De hecho, la presencia (griego, parousia) del Señor en ningún momento implica una venida invisible y viene a ser una expresión muy apropiada para describir su advenimiento. 

El reino de Dios

En muchas ocasiones, Dios ha prometido que El establecerá un gobierno mundial en la tierra. Lo que el hombre siempre ha fallado en lograr, Dios lo va a realizar. El rey será un descendiente de Abraham y David (vea Mateo 1:1). Gobernará desde Jerusalén en el trono de David (Lucas 1:31-33). Su reino será de justicia y rectitud, comprendiendo instrucción divina, adoración en el templo y el ejercicio de la autoridad real para establecer la paz en la tierra (Apocalipsis 11:15-18).

El día y la hora

Cualquier intento de demostrar que Jesús estaba equivocado sobre el tiempo de su venida está condenado al fracaso. El afirmó claramente, más de una vez, que no sabía cuándo vendría: 

«Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.» (Marcos 13:32).

Los apóstoles también reconocieron que no sabían el tiempo exacto del gran suceso que estaban esperando. Pedro previene respecto de gente que se burlaría, como muchos lo han hecho, de «la promesa de su advenimiento» (2 Pedro 3:4). Los denuncia por su falta de fe, diciendo que «ignoran voluntariamente» la verdad, creyendo lo que quieren creer a pesar de las evidencias. 

Habría señales generales─que Pablo llama «tiempos y ocasiones»─que ayudarían a los creyentes a mantenerse preparados. Así el apóstol continúa:

«…el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche

Israel – La nación que sirve de señal

Hay una gran señal que remueve cualquier duda sobre el inminente regreso del Señor. La nación de Israel ocupa de nuevo la tierra prometida por Dios. A través de las edades, la historia de la nación judía ha sido una señal de la realización de los propósitos de Dios. Los judíos fueron llamados como pueblo especial, debido a las grandes promesas que habían sido hechas a sus padres. A ellos les fue dado el derecho de ocupar la tierra que ahora conocemos como Israel (Palestina), bajo la condición de su fiel obediencia a Dios. Ellos eran el pueblo cuyos reyes ocuparon el trono del reino de Dios en la tierra.

Los derechos de los israelitas quedaron suspendidos cuando, después de siglos de indiferencia, no sólo rehusaron aceptar al Señor Jesús como su Mesías sino que también se involucraron, junto con los romanos, en la consumación de su muerte por crucifixión. Debido a ese rechazo, Jerusalén fue destruida. Durante los siglos posteriores, los judíos vagaron por toda la tierra como un pueblo sin territorio, odiados y perseguidos en casi todos los lugares a donde fueron, justamente como la Escritura había dicho que ocurriría.

Pero la Escritura también predice un futuro mejor para esta nación-señal, no porque ellos cambiarían su conducta para merecer mejor tratamiento, sino porque Dios tendría piedad de su situación y actuaría para redimirlos. El se acordaría las promesas hechas a los padres de la nación y actuaría para vindicar su gran nombre. En el tiempo del fin ellos sería traídos de las naciones y establecidos una vez más en su propia tierra: ¡la tierra prometida! Por esto dijeron los profetas:

Isaías: «El remanente volverá…y los redimidos de Jehová volverán, y vendrán a Sion con alegría.» (10:21; 35:10)

Jeremías: «El que esparció a Israel lo reunirá.» (31:10)

Ezequiel: «Yo os recogeré de los pueblos, y os congregaré de las tierras…y habitarán en su tierra…y habitarán en ella seguros.» (11:17; 28:25,26)

Zacarías: «Los traeré y habitarán en medio de Jerusalén.» (8:8)

Así sucedió. Después de cerca de dos mil años de dispersión y maltrato, en 1948 nació el Estado de Israel por decreto de las Naciones Unidas, y en 1967 la ciudad entera de Jerusalén volvió a ser posesión de los judíos. Había tomado todo ese tiempo para que se cumplieran las palabras de Jesús:

«Caerán a filo de espada, y serán llevados cautivos a todas las naciones; y Jerusalén será hollada por los gentiles, hasta que los tiempos de los gentiles se cumplan (Lucas 21:24)

Todo indica que los tiempos de los Gentiles están llegando rápidamente a su conclusión y que el tiempo del Reino de Dios está de nuevo muy cercano. La asociación de tiempos angustiosos y el retorno de los judíos elimina toda duda. Muy pronto el Rey Jesús regresará a Jerusalén como gobernante del mundo, reinando así sobre Israel y sobre todas las naciones. De todos los signos visibles de los tiempos dados por Jesús y los profetas, el restablecimiento de Israel, la nación-señal, es el testimonio más claro de que el fin está próximo.

La predicación del evangelio

Los Cristadelfianos han enseñado siempre que el regreso de Jesucristo a la tierra es vital para el cumplimiento del propósito de Dios. Un recuento de las referencias a este magno evento en el Nuevo Testamento mostró que se menciona un total de ¡318 veces! 

Jesús habló mucho del reino de Dios y de su Segunda Venida. El testimonio de los apóstoles es igualmente claro. Ellos fueron claramente enseñados por el Señor resucitado, quien, durante los cuarenta días anteriores a su ascensión a los cielos, los instruyó acerca del reino de Dios y la restauración del reino de Israel (Hechos 1:3,6). El principal tema de sus apariciones después de su resurrección fue que todas las promesas del Antiguo Testamento hallarían en él su cumplimiento (Lucas 24:27). En el momento de su ascensión del monte de los Olivos, cuando desaparecía entre las nubes, Dios envió sus ángeles a explicar:

«Varones galileos, ¿por qué estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.« (Hechos 1:11)  De ningún modo se podrá argüir que la Biblia habla de la presencia del Señor, como dando a entender que será invisible. El Nuevo Testamento también habla en muchas ocasiones acerca de la manifestación de Jesucristo, usando una palabra que significa aparición o revelación (por ejemplo, 2 Timoteo 4:1). De hecho, la presencia (griego, parousia) del Señor en ningún momento implica una venida invisible y viene a ser una expresión muy apropiada para describir su advenimiento. 

El reino de Dios

En muchas ocasiones, Dios ha prometido que El establecerá un gobierno mundial en la tierra. Lo que el hombre siempre ha fallado en lograr, Dios lo va a realizar. El rey será un descendiente de Abraham y David (vea Mateo 1:1). Gobernará desde Jerusalén en el trono de David (Lucas 1:31-33). Su reino será de justicia y rectitud, comprendiendo instrucción divina, adoración en el templo y el ejercicio de la autoridad real para establecer la paz en la tierra (Apocalipsis 11:15-18).

El día y la hora

Cualquier intento de demostrar que Jesús estaba equivocado sobre el tiempo de su venida está condenado al fracaso. El afirmó claramente, más de una vez, que no sabía cuándo vendría: 

«Pero de aquel día y de la hora nadie sabe, ni aun los ángeles que están en el cielo, ni el Hijo, sino el Padre.» (Marcos 13:32).

Los apóstoles también reconocieron que no sabían el tiempo exacto del gran suceso que estaban esperando. Pedro previene respecto de gente que se burlaría, como muchos lo han hecho, de «la promesa de su advenimiento» (2 Pedro 3:4). Los denuncia por su falta de fe, diciendo que «ignoran voluntariamente» la verdad, creyendo lo que quieren creer a pesar de las evidencias. 

Habría señales generales─que Pablo llama «tiempos y ocasiones»─que ayudarían a los creyentes a mantenerse preparados. Así el apóstol continúa:

«…el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche

El Reino de Dios

Las citas anteriores nos ayudan a entender que el reino de Dios ya existió en el pasado, siendo el mismo reino de Israel. Entonces la promesa que Dios hizo en el pacto, diciendo: «yo confirmaré su trono eternamente» quiere decir que bajo el reinado de Jesucristo, el mismo reino de Dios volverá a existir y permanecerá eternamente.

El reino de Dios ayer y mañana

Podemos estar seguros de que Dios cumplirá Su promesa, pero hay una consideración: ¿existe el reino de Dios hoy día? La respuesta es que no. El pueblo de Israel desobedeció a Jehová y por eso el reino fue derrocado. Salmos 89:38-45 contiene una profecía de este incidente. Sin embargo, el pasaje más sobresaliente es Ezequiel 21:25-27:

   «Y tú, profano e impío príncipe de Israel, cuyo día ha llegado ya, el tiempo de la consumación de la maldad, así ha dicho Jehová el Señor: Depón la tiara, quita la corona; esto no será más así; sea exaltado lo bajo, y humillado lo alto. A ruina, a ruina, a ruina lo reduciré, y esto no será más, hasta que venga aquel cuyo es el derecho, y yo se lo entregaré.»

¿Quiere decir esto que Dios olvidaría su promesa? En ninguna manera. Léase el versículo 27 otra vez. Contiene la palabra «hasta.» El reino de Dios ha sido derrocado hasta que venga aquel que tiene el derecho de gobernarlo. ¿Quién tiene este derecho? La respuesta es: Jesucristo.

El reino de Dios será gobernado por Jesús

Entonces, cuando Jesús regrese de los cielos, Dios le entregará el reino para siempre. Esto es confirmado por los siguientes pasajes, entre otros:  «Cuando el Hijo del Hombre venga en su gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria.» (Mateo 25:31)

También pensemos una vez más en Lucas 1:33: «…y reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.»

Lo que hará Jesús al regresar a la tierra

La Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, está llena de información sobre la obra que realizará Jesús cuando regrese a la tierra. Consideremos los siguientes pasajes:

   «Pero yo he puesto mi rey sobre Sion, mi santo monte. Yo publicaré el decreto; Jehová me ha dicho: Mi hijo eres tú; yo te engendré hoy. Pídeme, y te daré por herencia las naciones, y como posesión tuya los confines de la tierra. Los quebrantarás con vara de hierro; como vasija de alfarero los desmenuzarás. Ahora, pues, oh reyes, sed prudentes; admitid amonestación, jueces de la tierra. Servid a Jehová con temor.» (Salmos 2:6-11)

   «Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra…Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán.» (Salmos 72:8, 11)

   «Lo dilatado de su imperio y la paz no tendrán límite, sobre el trono de David y sobre su reino, disponiéndolo y confirmándolo en juicio y en justicia desde ahora y para siempre.» (Isaías 9:7) (Salmos 132:17, 18)(Isaías 2:4)(Isaías 11:3, 4)(Ezequiel 37:22-24)(Daniel 2:44)

El trono

Cuando Jesús venga nuevamente a la tierra para sentarse en el trono de su padre David, no se sentará sobre el mismo trono físico, es decir, la misma silla. Cuando la Biblia dice «trono» en este sentido, quiere decir el puesto o cargo de rey. Cuando Salomón sucedió a su padre David, la Biblia dice: «Y se sentó Salomón en el trono de David su padre…» (1 Reyes 2:12)

   «¡Bendito el reino de nuestro padre David que viene! ¡Hosanna en las alturas!» (Marcos 11:10)

La Segunda Venida de Jesucristo

1. Jesús regresará a la tierra tal como lo prometieron los ángeles cuando él ascendió al cielo (Hechos 1:11).

2. Resucitará de entre los muertos a todos los que han sabido de él. «Esta es la primera resurrección» (Apocalipsis 20:5).

3. Los que sean hallados fieles (incluyendo a los que hayan muerto y los que estén vivos cuando él regrese—1 Tesalonicenses 4: 15-17) se unirán con Cristo para reinar en la tierra en nombre de Dios (Apocalipsis 5:10).

Señales de su regreso

¿Cómo sabremos cuando Cristo esté por venir? Una vez más, las palabras mismas de Jesús nos sirven de guía. Poco antes de su crucifixión, sus discípulos le preguntaron cómo sabría la gente cuándo iba a regresar a la tierra. (Jesús ya había informado a sus discípulos acerca de su muerte, resurrección y ascensión.) «Maestro, ¿cuándo será esto? ¿Y qué señal habrá cuando estas cosas estén para suceder?», preguntaron ellos (Lucas 21:7)..

Si su regreso iba a ser precedido por condiciones de paz en todas partes del mundo, esta era una oportunidad para informar a sus discípulos de que se prepararan. Pero él no habló de paz. En su lugar advirtió a sus discípulos: «Mirad que no seáis engañados» porque sabía que habría rumores contradictorios, aun entre los creyentes, acerca de las condiciones que habrían de indicar su regreso.

Pero las palabras de Jesús son claras: «… y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas. Entonces verán al Hijo del Hombre, que vendrá en una nube con poder y gran gloria» (Lucas 21:25-27).

Esta no es una descripción de condiciones de paz, sino precisamente de lo opuesto. Podría ser una descripción de nuestros propios días. Mucha gente hoy día está llena de expectación de las cosas que sucederán en la tierra. Como ya hemos visto, esa es una de las razones por las cuales tantas personas esperaron ansiosamente el año 2000. Esperaban que proveyera el Nuevo Comienzo que la tierra tanto necesita.

Si Jesús dice que su venida será precedida por guerra, conflictos y desesperanza general, y no por condiciones de paz, podemos prepararnos cuando veamos que esas condiciones se están desarrollando.

La enseñanza bíblica referente al juicio

Frecuentemente las Escrituras hablan de “el día del juicio” (2 Pedro 2:9; 3:7), un tiempo en que aquellos a los cuales se les ha dado el conocimiento de Dios recibirán su galardón. Todos estos deben comparecer “ante el tribunal de Cristo” (Romanos 14:10); “Es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo” (2 Corintios 5:10) para recibir una recompensa en forma corporal.

Las parábolas ayudan un tanto a suplir los detalles. La de los talentos lo comparan con el regreso de un señor, el cual convoca a sus siervos para determinar en qué forma usaron el dinero que les había dejado (Mateo 25:14-29). La parábola de los pescadores compara el llamado del evangelio con una red que reúne toda clase de gente; entonces los hombres se sentaron (compárese con la presencia en el juicio) y separaron los peces buenos de los malos. La interpretación es clara: “Así será al fin del siglo: saldrán los ángeles, y apartarán a los malos de entre los justos” (Mateo 13:47-50).

Tema complementario: La Estructura de la Biblia

Mucho daño se ha causado con los intentos de interpretar la Biblia espiritualizándose en lugar de aceptarla literalmente. Sin embargo hay unos cuantos pasajes de las Escrituras que se han de tomar espiritualmente.  Entonces la cuestión que se plantea es ésta: ¿Cómo puede saber cuáles pasajes se han de interpretar literalmente y cuáles espiritualmente? 

Toda lengua tiene sus modismos o expresiones idiomáticas. Uno de los problemas más complejos del aprendizaje de una lengua es el asunto de los modismos. Vamos a prestar atención al uso del lenguaje figurado.  Escogemos unas figuras muy comunes: la metáfora, el símil y el tipo.

La metáfora compara dos cosas identificando a una con la otra, es decir tiene por base alguna semejanza entre dos objetos o hechos. Generalmente una de las partes de la metáfora se reconoce fácilmente y se emplea para clarificar a la otra, ya que esta última no se entiende tan fácilmente.

Durante el Sermón del Monte, los discípulos le acercaron a Jesús y les enseñaba: «Vosotros sois la sal de la tierra.» (Mateo 5:13). En esta figura se dice que una cosa es otra, a la cual es semejante. Los dos nombres de las cosas comparadas siempre se mencionan y están unidas por el verbo SER en una de sus formas. Por eso, como la sal cumple la función de dar sabor a la comida, los discípulos de Jesús han de tener una influencia similar en el mundo. 

 El símil compara una cosa con otra para dar idea viva y eficaz de una de ellas. Esta figura procede de la palabra latina ‘similis’ que significa semejante o parecido a otro. Generalmente se vale de expresiones tales como ‘tal como’, ‘como’, ‘de la misma manera que’ o ‘así como’. Por ejemplo, Jesucristo anuncia las persecuciones venideras para los discípulos durante la predicación del evangelio: «Yo os envío como ovejas en medio de lobos…» (Mateo 10:16)

Se está comparando:

  • a los discípulos con las ovejas
  • a los perseguidores con los lobos.

Un tipo es una representación o sea una ilustración divinamente ordenada para prefigurar aclara enseñar alguna verdad de las Escrituras. La palabra ‘tipo’ proviene del griego ‘tupos’ que significa ‘efecto de golpe’, ‘impresión’. En la versión R-V 95 se traduce ‘señal’ y ‘lugar’ (Juan 20:25), ‘figura’ (Hechos 7:43; Romanos 5:14), ‘ejemplo’ (1 Corintios 10:6 11), ‘modelo’ (Hechos 8:5), ‘forma’ (Romanos 6:17), ‘terminos’ (Hechos 23:25).  Por estos ejemplos tenemos una mayor comprensión de lo que encierra la palabra. 

Clasificación de los tipos:

  • Personas que en su vida y en sus experiencias son ilustraciones de algún gran principio o verdad de la redención. (Por ejemplo: Adán en Romanos 5:14)
  • Eventos las experiencias de Israel, su liberación de la servidumbre egipcia, su viaje en el desierto y su conquista de Canaán. (1 Corintios 10:11)
  • Cosas inanimadas como el velo del templo (Hebreos 10:20) o la serpiente de bronce (Juan 3:14-16)
  • Ritos y ceremonias en la vida de los israelitas como las ofrendas y los sacrificios, el sacerdocio levítico, el tabernáculo y sus enseres, la Pascua y las demás fiestas (Levítico)

El tipo divinamente señalado es el Cordero pascual basado en Éxodo 12. A Juan el Bautista le fue revelado que Jesucristo era el Cordero de Dios y este título no se le da a ningún otro (Juan 1:29). ¿Aceptamos a Cristo Jesús, al cordero pascual, como nuestro Redentor?

Tema complementario: Jesús en toda la Biblia

La resurrección de Jesús de la muerte es el hecho central de la historia cristiana. Sobre ella, la Iglesia está construida; sin ella, no existiría hoy la Iglesia cristiana.

Jesús en los Evangelios

Cuando Jesús murió los discípulos de Cristo no entendieron que la muerte de Jesús ofrecía la más grande esperanza. En Lucas 24 encontramos a dos discípulos que sabían que la tumba estaba vacía, pero seguían sin advertir la resurrección de Jesús porque estaban muy tristes. Encontraron a Jesús en el camino a Emaús.

Después que los dos discípulos dijeron a Jesús que estaban tristes y confundidos, Él les contestó abriendo las Escrituras y las aplicó a su ministerio. Desde la simiente prometida en el Génesis 3:15, a través del siervo sufriente en Isaías 53, al que traspasaron en Zacarías 12:10 y el ángel del pacto en Malaquías 3.1, Jesús vuelve a referir a estos discípulos al Antiguo Testamento. Cristo es el hilo que atraviesa todas las Escrituras, el tema central que las enlaza. 

Jesús en los Hechos

El día de Pentecostés era un festival importante en la religión judía, conocido también como “fiesta de las semanas”. La fiesta celebraba la cosecha del trigo y cierta tradición judía también la asociaba con la entrega de la ley y la renovación del pacto. En el libro de los Hechos capítulo 2, leemos que Jerusalén estaba colmada de visitantes judíos del extranjero. 

Durante aquella fiesta Pedro ilustra su interpretación de la resurrección de Jesús con un argumento basado en un pasaje del Salmo 16:8–11. La parte crucial de las citas está en Hechos 2: 27, porque no dejarás mi alma en el Hades, ni permitirás que tu Santo vea corrupción. 

La pregunta que hizo Pedro fue: ¿De quién se habla aquí? 

Presumiblemente, la respuesta del auditorio sería: “David mismo”, a lo cual la objeción de Pedro era imposible de responder: Nuestro padre David murió y fue sepultado y su sepulcro está entre nosotros hasta el día de hoy. Al contrario, Pedro argumentó que David, quien siendo profeta estaba hablando del Mesías que no se quedaría en una tumba sino que sería resucitado.

El resultado de la predicación fue realmente asombroso. La iglesia creció de 120 a más de 3.000. 

Jesús en las cartas

En los primeros versículos de 1 Corintios 15 leemos del evangelio y la certeza de la resurrección de Cristo. De primera importancia era la muerte de Cristo por nuestros pecados, hecho que era cierto porque el Antiguo Testamento hablaba de la obra del Mesías (Isaías. 53). La sepultura y la resurrección del Mesías al tercer día también eran el tema del Antiguo Testamento (Salmos 16:8–11, citado por Pedro en Pentecostés; Hechos 2:24–28). Este pasaje del Antiguo Testamento naturalmente se confirmaba con la resurrección de Cristo, que muchas personas que aún vivían podían corroborar. Pedro, luego los 12 apóstoles, 500 cristianos a quienes se apareció al mismo tiempo, Jacobo el hermano del Señor, luego todos los apóstoles y finalmente Pablo, como a un último en llegar, en el camino a Damasco, todos lo vieron (Hechos 9:3–5). La intervención de la gracia de Dios había hecho de Pablo un apóstol.

Jesús en el último libro

El libro de Apocalipsis termina con una exhortación urgente: “Ven, Señor Jesús”. En un mundo de problemas, persecución, maldad e inmoralidad, Cristo nos llama a permanecer en nuestra fe. Nuestros esfuerzos por mejorar nuestro mundo son importantes, pero sus resultados no pueden compararse con la transformación que Jesucristo traerá consigo cuando vuelva. Solo Él controla la historia humana, perdona el pecado y volverá a crear la tierra y traerá paz duradera.

Tema complementario: Las Parábolas de Jesús

La Biblia es un libro judío, y cuando la leemos y tratamos de entenderla, debemos tomar en cuenta la cultura judía antigua, que era muy diferente de nuestra cultura moderna. Pero en la Biblia, ¡qué diferencia! Para expresar sus principios, los maestros judíos usaban parábolas. La mayoría de personas tenían poca instrucción formal, y el lenguaje que tenía más sentido para ellas era el de las parábolas. Para demostrarlo, basta pensar en las parábolas de Jesús, que son «cuadros vivos.» Nos traen mensajes en una forma fácil de recordar. Jesús casi siempre enseñó por medio de las parábolas.

La parábola es un símil extendido. Es presentada bajo la forma de una narración. Relata hechos naturales o acontecimientos posibles siempre con el objeto de aclarar o ilustrar una o varias verdades importantes. Por eso, parábola significa una historia puesta al lado de un tema o una verdad para comparación e ilustración. Jesús era un verdadero maestro en el arte de la parábola se aplica a las comunicaciones divinas. Con frecuencia sus parábolas comienzan con palabras como: «El reino de Dios es semejante a…» o, «Un hombre tenía dos hijos…»

Jesús explica en Mateo 13:10-17 que hay dos usos de la parábola:

  • Para revelar la verdad a los que están preparados para recibirla: «Bienaventurados vuestros ojos, porque ven; y vuestros oídos, porque oyen.» (v.16)
  • Para esconder la verdad de los que no quieren saberla: «Porque viendo no ven, y oyendo no oyen ni entienden.» (v.13)

Cuando se trata de darle una interpretación a las parábolas hay que tomar cuidado. No tenemos que encontrar un significado especial hasta en los más mínimos detalles. Al proceder así a menudo destruyen la lección principal.  La parábola es una ilustración, y así como una ilustración que usamos para aclara algo que estamos tratando de comunicar tiene un significado principal. Hay que descubrir el significado básico de la parábola y aceptarlo.

Hacemos una investigación

Varias verdades aclaran las tres parábolas en Lucas 15 donde encontramos: 

  • La parábola de la oveja perdida.
  • La parábola de la moneda perdida.
  • La parábola del hijo pródigo.

Jesús les enseñan del perdón; lo que el Salvador hizo para la humanidad; lo que el Padre siente para la gente. Las tres parábolas son una unidad  con algo más añadida. Nos presentan con aspectos diferentes de la redención.

  • La oveja — perdida por su propia voluntad.
  • La moneda — perdida por el hecho de otra persona.
  • El hijo No.1 — perdido por su propia voluntad.
  • El hijo No.2 — perdido por el orgullo.

Nuestro compañerismo con Dios y Cristo y otros creyentes no solamente depende de nuestro común asentimiento a las verdades doctrinales que comprende la ‘una fe’. Nuestro modo de vida debe estar de acuerdo con los principios expresados en ellos.

«Dios es luz, no hay ningunas tinieblas en él. Si decimos que tenemos comunión con él, y andamos en tinieblas, mentimos y no practicamos la verdad; pero si andamos en luz, como él está en luz, tenemos comunión unos con otros, y la sangre de Jesucristo su hijo nos limpia de todo pecado.» (1 Juan 1:5-7)

Tema complementario: El infierno

El concepto popular acerca del infierno es el de un lugar de castigo para las ‘almas inmortales’ de los inicuos inmediatamente después de la muerte, o el lugar de tormento para aquellos que sean rechazados en el juicio. Nuestra convicción es que la Biblia enseña que el infierno es el sepulcro adonde van todos los hombres cuando mueren.

La palabra original hebrea ‘Sheol’ traducida como infierno significa ‘un lugar cubierto’. Infierno es la versión castellanizada de la palabra latina ‘Infernus’ que significa ‘lo que yace debajo’, ‘la región inferior’; de modo que cuando leemos acerca del ‘infierno’ no estamos leyendo una palabra que haya sido traducida correctamente. 

En verdad, algunas versiones modernas de la Biblia casi no usan la palabra ‘infierno’, traduciéndola más apropiadamente como ‘sepulcro’ o transliterándola. 

En vista de que el ‘infierno’ es el sepulcro, se ha de esperar que los justos serán salvos de él por medio de su resurrección a vida eterna. De modo que es completamente posible entrar al ‘infierno’ o sepulcro, y después salir de él por medio de la resurrección. El ejemplo supremo es el de Jesús, cuya “alma no fue dejada en el Hades, ni su carne vio corrupción” (Hechos 2:31) porque resucitó.

  Uno de los principios de Dios es que el castigo es la muerte (Romanos 6:23; 8:13; Santiago 1:15). Ya hemos mostrado que la muerte es un estado de completa inconsciencia. El pecado produce una total destrucción, no un tormento eterno (Mateo 21:41; 22:7; Marcos 12:9). Es en este sentido que el castigo del pecado es ‘eterno’, en que no habrá fin para su muerte. Permanecer muerto para siempre es un castigo eterno.

Tema complementario: El Bautismo

Varias veces en estudios anteriores hemos mencionado la importancia vital del bautismo; es el primer paso de obediencia al mensaje del evangelio. Hebreos 6:2 habla del bautismo como una de las doctrinas más básicas. 

Por, tanto Jesús claramente mandó a sus seguidores: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio [que está contenido en las promesas de Abraham (Gálatas 3:8)] a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado será salvo” (Marcos 16:15,16). 

El bautismo no es una extra opcional en la vida cristiana: es un pre-requisito vital para la salvación. Esto no significa que el acto de bautismo solamente, nos va a salvar. Esto debe ser seguido por una vida de continua obediencia a la palabra de Dios. 

Somos “bautizados en Cristo” (Gálatas 3:27), en su nombre y en el del Padre (Hechos 19:5; 8:16; Mateo 28:19). Por el bautismo en él nos volvemos un pueblo llamado del nombre de Cristo, exactamente como Israel fue descrito como teniendo el nombre de Dios (2 Cr. 7:14).

Los primeros cristianos obedecieron el mandato de Cristo de viajar predicando el evangelio y bautizando; el libro de los Hechos contiene el registro de esto. Una prueba de la vital importancia del bautismo se encuentra en la manera como este registro enfatiza que la gente fue inmediatamente bautizada después de entender y aceptar el evangelio (Hechos 8:12,36-39; 9:18; 10:47; 16:15).

Hechos 8:26-40 registra que un oficial etíope estudiaba su Biblia mientras iba en un carruaje a través del desierto. El encontró a Felipe quien le explicó extensamente el evangelio, incluyendo el requisito del bautismo. Humanamente hablando, debe haber parecido imposible obedecer el mandato de bautizarse en aquel desierto sin agua. Sin embargo Dios no daría un mandato que Él sabía que alguna gente no podría obedecer. “Yendo por el camino, llegaron a cierta agua”, es decir, un oasis donde el bautismo fue posible (Hechos 8:36). Este incidente contesta la sugerencia carente de base de que el bautismo por inmersión era solamente para realizarse en áreas donde había agua abundante y accesible. Dios siempre proporcionará una forma realista para obedecer sus mandamientos.

¿Cómo debe ser nuestro bautismo?

La palabra griega ‘baptizo’, que se traduce bautizo en la versión Reina-Valera, no significa rociar; significa lavar completamente o sumergir en un liquido. También se usa refiriéndose a un trozo de tela que se tiñe de un color a otro, ‘bautizándolo’ o sumergiéndolo en un tinte. Para cambiar el color de la tela, es evidente que tuvo que ser sumergida completamente en el líquido, en vez de rociar el líquido sobre la tela 

¿Qué significa el bautismo?

Una de las razones para el bautismo por inmersión es que yendo bajo el agua simboliza nuestro descenso a la tumba, asociándonos con la muerte de Cristo, e indicando nuestra ‘muerte’ a nuestra previa vida de pecado e ignorancia. La salida del agua nos conecta con la resurrección de Cristo, relacionándonos con la esperanza de resurrección a vida eterna a su regreso, como también vivir ahora una nueva vida espiritualmente triunfante sobre el pecado a causa de la victoria de Cristo lograda por su muerte y su resurrección.

Tema complementario: La vida cristiana

El bautismo nos da la esperanza segura de tener vida eterna en el reino de Dios. Cuanto más creemos y apreciamos la certeza de esta esperanza más evidente se vuelve que trae ciertas responsabilidades sobre nosotros. Estas giran en torno a vivir una vida apropiada para alguien que tiene la esperanza de recibir la naturaleza de Dios (2 Pedro 1:4), de realmente compartir su nombre (Apocalipsis 3:12) llegando a la perfección en toda forma.

Después del bautismo estamos comprometidos a llevar una vida de constante crucificación de los malos deseos de nuestra naturaleza (Romanos 6:6). A menos que estemos dispuestos a tratar de hacer esto, el bautismo carece de significado. Solamente debe tener lugar cuando una persona está preparada para aceptar las responsabilidades de la nueva vida que deberá seguir.

A través de todas nuestras vidas debemos mantenernos cerca de esa palabra por medio de la lectura y estudio frecuente de la Biblia. Un estudio cuidadoso de la Palabra conduce a una persona a darse cuenta de la necesidad del bautismo, y por consiguiente a realizar tal acto. Este proceso de permitir que la Palabra influya en nuestras acciones y dirija nuestras vidas debe continuar. 

Otra práctica vital a desarrollarse es la de la oración. Habiéndonos recordado que “hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre, el cual se dio a sí mismo en rescate por todos”, Pablo termina explicando el resultado práctico de entender la obra de Cristo: “Quiero, pues, que los hombres oren en todo lugar… sin ira ni contienda” (1 Timoteo 2:5-8). 

Al mismo tiempo que la oración y la lectura bíblica, la obediencia continua al mandato de Cristo sobre partir el pan y beber el vino en memoria de su sacrificio es vital. “Haced esto en memoria de mí”, fue el mandato de Jesús (Lucas 22:19). El partimiento del pan es fundamentalmente un servicio de recordación; nada mágico sucede como resultado de su realización. El pan representa el cuerpo de Cristo y el vino la sangre derramada. Fue el deseo de Jesús que sus seguidores hicieran esto continuamente hasta su segunda venida, cuando Jesús compartirá de nuevo el pan y el vino con ellos (1 Corintios 11:26; Lucas 22:16-18). El Señor Jesús le dio a Pablo una revelación específica concerniente al partimiento del pan exactamente como él lo hizo referente a la  resurrección (1 Corintios 11:23, compárese 15:3).

Una de las grandes tentaciones que surgen al conocer la verdad de Dios es volverse espiritualmente egoísta. Podemos estar tan satisfechos con nuestra propia relación personal con Dios, tan absortos en nuestro propio estudio bíblico personal y nuestra espiritualidad, que podemos descuidar compartir estas cosas con otros, tanto con nuestros compañeros creyentes como con el mundo que nos rodea. La palabra de Dios y el verdadero evangelio que en ella se encuentra es comparada con una luz o lámpara brillando en la oscuridad (Salmo 119:105; Proverbios 4:18). Hay que predicar la Palabra.

Hasta aquí, en este estudio hemos hablado de nuestras responsabilidades personales. Sin embargo, tenemos el deber de reunirnos con otros para compartir nuestra esperanza. 

Estamos viviendo en los últimos días antes de la venida de Cristo; para vencer las muchas pruebas complejas que nos asaltan en estos tiempos necesitamos asociarnos con aquellos que están en la misma posición: “No dejando de congregarnos… sino exhortándonos; y tanto más, cuanto veis que aquel día [de la segunda venida] se acerca” (Hebreos 10:25). 

Los creyentes deberían por tanto hacer todo esfuerzo para hacer contacto con cada uno de los otros por medio de cartas y viajando para reunirse con ellos para compartir el estudio de la Biblia, el partimiento del pan y las actividades de predicación.

Tema complementario: La formación de la iglesia

Mientras tanto, los nuevos cristianos se dedicaban de todo corazón a reunirse, para aprender lo que los apóstoles tenían que enseñarles y para orar juntos. Sus comidas en común sin duda incluían el acto de la comunión que Jesús les había enseñado a practicar en la Última Cena.

Estos primeros cristianos compartían voluntariamente todas sus posesiones y tenían todo en común. Cuando uno de ellos estaba necesitado, otros vendían sus bienes o tierras para ayudarlo. Era una comunidad solícita y fraternal, factor importante en su crecimiento.

Crecía la iglesia y también la administración. Los apóstoles, por tanto, pidieron a la iglesia que escogiera a siete hombres buenos para hacerse cargo de tales asuntos, en particular la distribución de fondos para las viudas pobres. Esteban, uno de los hombres escogidos, era además un sobresaliente predicador y obraba milagros. Poseía una amplia visión y comprendió que la época de la Ley y de los ritos del culto en el templo había pasado. Jesús había traído la salvación y una nueva moral trascendente que no dependía de los rituales.

Hasta ese momento, los seguidores de Jesús habían permanecido en Jerusalén, excepto aquellos convertidos en Pentecostés, que habían regresado a sus hogares llevando consigo las buenas nuevas. Después del asesinato de Esteban, la persecución obligó a la mayoría de los cristianos a abandonar la ciudad y solo los apóstoles se quedaron. Judíos y samaritanos se odiaban desde hacía cientos de años. Pero Jesús había predicado en Samaria y había dicho a sus discípulos que también lo hicieran allí. La alegría desbordó la ciudad cuando oyó que el tan esperado Mesías había llegado y supo de los asombrosos milagros que realizaba Felipe.

Tras predicar a grandes multitudes en Samaria, Felipe fue ordenado por Dios acudir en ayuda de una persona que cruzaba el camino del desierto hacia Egipto. Se trataba de un funcionario etíope de alto rango. Al aproximarse Felipe a su carruaje, descubrió que estaba leyendo de un rollo del Antiguo Testamento. El etíope se convirtió y fue bautizado; luego continuó alegre su camino de regreso a África, portando con él las buenas nuevas de Jesús. Uno de los principales enemigos de la nueva fe cristiana era un brillante y joven maestro llamado Saulo. En Hechos 9 leemos de su conversión.

Hasta ese momento, el evangelio había sido predicado a los judíos, los samaritanos y a los gentiles que habían adoptado la fe judía. Muchos no judíos admiraban las elevadas pautas de la religión judía y adoraban al Dios de Israel.  Es difícil imaginar cuán grande era el abismo entre los judíos y los gentiles en ese tiempo. Los buenos judíos mantenían tan poco contacto con los gentiles como les fuera posible.  Pronto debieron aprender a derribar estos prejuicios. Cornelio era un centurión romano, consignado en el cuartel general de Cesarea. Era un buen hombre, temeroso de Dios. Cuando Pedro vio que Dios había aceptado a estos gentiles estuvo la certeza de que debía bautizarlos. Así los creyentes gentiles se convirtieron en parte de la iglesia cristiana.

Tema complementario: Las aplicaciones personales

Las enseñanzas de Jesús

Las Bienaventuranzas encontramos en Mateo 5:1-16. Son condiciones que traen bendición, es decir, felicidad, favor con Dios y paz espiritual. Estas bienaventuranzas nos dicen quiénes son las personas que encuentran favor con Dios: la clase de persona que Dios aprueba. Los discípulos eran representantes (o embajadores) de Jesús, y su obra era demostrar a los demás cómo debe ser una persona, si desea participar en el reino de Dios en la tierra. Nosotros tenemos que convertirnos en esa clase de persona.

¡El Señor vendrá!

En estos últimos momentos del gobierno humano, las potencias de los cielos serán conmovidas y los corazones de los hombres desfallecerán por el temor. Las naciones se envolverán en una batalla alrededor de Jerusalén. ¡Entonces el Señor vendrá! Inesperadamente, de repente, con gran poder y gloria, trayendo salvación para aquellos que fielmente lo han esperado y se han preparado para este evento central en su vida. Pero traerá juicio para todos aquellos que voluntariamente hicieron caso omiso de las fieles promesas y la invitación misericordiosa de Dios (2 Tesalonicenses 1:7-10).

Por consiguiente, es vital que creamos lo que la Biblia tan claramente promete. No podemos simplemente «esperar y ver,» puesto que Jesús viene a salvar a los que desde ahora creen, no a convencer a aquellos que han tenido clara evidencia, pero ningún interés por las cosas de Dios.

Cuando el Señor hablaba a sus seguidores sobre su regreso a la tierra, enfocaba su atención más en las consecuencias de su venida que en el orden de los sucesos mismos. Actualmente no podemos saber con seguridad cuándo vendrá Jesús. Pero sabemos con perfecta claridad que cuando venga nos llamará a cuentas, y nos preguntará cómo habremos pasado nuestra vida en la víspera de su regreso:

El reino venidero de Dios en la tierra transformará la experiencia humana. Tenemos que aprender a vivir ahora en armonía con nuestro Creador. ¡El Señor está cerca! El examen de nuestras vidas es un asunto urgente y de actualidad para nosotros, de manera que estemos preparados para la venida del Rey.

«Mirad que nadie os engañe…No os turbéis…Mirad por vosotros mismos…Es necesario que el evangelio sea predicado… No os preocupéis… El que persevere hasta el fin… Huyan… Orad… Se levantarán falsos Cristos y falsos profetas… Mirad… Erguíos y levantad vuestra cabeza… Mirad también por vosotros mismos… Velad… Estad preparados» (Mateo 24; Marcos 13; Lucas 21).

El Reino de Dios en la Tierra

David reinó en Israel. El reino de Dios existió anteriormente en Israel. Cuando sea restaurado con Cristo el Rey, el futuro reino de Dios también estará en la tierra. Su centro estará en Israel y se extenderá a todos los rincones de la tierra. Esto es lo que los profetas y apóstoles creyeron y predicaron. Esto es lo que nosotros también debemos creer y predicar. El establecimiento del reino de Dios en la tierra es la esperanza de los fieles siervos de Dios.

¿Cómo nos afectan hoy estas cosas? Dos versículos bastan para contestar esta pregunta:

   «Buscad primeramente el reino de Dios…» (Mateo 6:33)

   «Si sufrimos, también reinaremos con él…» (2 Timoteo 2:12)

Tenemos que dedicarnos de lleno a conocer y hacer la voluntad de Dios para que cuando venga su Hijo, nos encuentre aptos para reinar con él sobre la tierra.

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