Volver a la lista de publicaciones

El Origen del Mal

Tu Adversario el Diablo - Un Estudio de 1 Pedro 5:8

1. LA BIBLIA Y EL PECADO

La palabra pecado no está de moda, y aun cuando es usada, se emplea más frecuentemente en broma que en serio. Sin embargo, el hecho del pecado es ineludible. Todas las miserias del mundo surgen de él, y cada ser humano sabe que es culpable de cometer pecado en mayor o menor grado. La tentación nunca está muy lejos, y la tendencia a sucumbir a ella es a menudo casi irresistible. ¿Quién o qué cosa es responsable por esta incitación?

La respuesta normal a esta pregunta es echar la culpa a un ser sobrenatural conocido como «el diablo.» Generalmente se hace esta sugerencia sin siquiera pensar en lo que la palabra diablo realmente significa, haciéndola nada más que un refrán. Sin embargo, un asunto tan importante como el origen del pecado humano no puede ser puesto a un lado como cosa sin seriedad, por lo que en estas páginas nos proponemos investigar el tema con miras a llegar a un entendimiento correcto del mismo.

La verdad sobre el pecado

Tenemos que acudir a la Biblia para comprender la verdad sobre el pecado. Este es el libro del Creador, quien hizo al mundo y la raza humana, y quien estableció las condiciones de la existencia humana. Por lo tanto, esperaríamos encontrar en la Biblia información sobre la naturaleza del pecado y la tentación. Nuestro interés en esta fuente de información aumenta inmediatamente al descubrir que la palabra diablo aparece frecuentemente en las Escrituras. Esto nos ayudará a descubrir su significado.

El diccionario nos informa que la palabra «diablo» viene del vocablo griego diábolos, que significa «calumniador,» o «el que acusa falsamente.» Entonces, en el origen de la palabra «diablo,» no hay la menor sugerencia de un tentador, y mucho menos de un ángel caído u otro tipo de monstruo sobrenatural. Encontramos la palabra diábolos sólo en el Nuevo Testamento, donde aparece 38 veces. En 35 de estas ocasiones es vertida «diablo» y en las 3 restantes es traducida dos veces «calumniadoras» y una vez «calumniadores.» Es importante que notemos quiénes son los calumniadores referidos en estos tres casos. En uno de ellos, las ancianas de las iglesias de Creta son amonestadas a que no sean calumniadoras (Tito 2:3). En otro, son las esposas de los diáconos las que son aconsejadas en el mismo sentido (1 Timoteo 3:11), mientras que en el tercer caso se profetiza de que en los últimos días los hombres en general serán calumniadores (2 Timoteo 3:3).

Estas traducciones del vocablo diábolos, en casos donde la idea de un monstruo sobrenatural que incita a pecar es claramente inapropiada, nos sugieren que sería recomendable estudiar con cuidado los restantes 35 casos en los que diábolos es transcrito «diablo.» Al examinar estos, descubriremos que en ningún caso la sustitución de la traducción «calumniador» por «diablo» perjudicaría el sentido. En muchos casos, lo aclararía, haciendo ver que al igual que en los tres casos arriba mencionados, la palabra «diablo» no designa un monstruo malvado, sino el pecado, o alguno de los individuos u organizaciones humanas que lo practican. Cada apariencia de la palabra tiene que ser estudiada en su contexto para ver exactamente a qué o a quién se refiere. No será posible comentar en este folleto todos los pasajes, pero consideraremos los más típicos. Ciertos casos que exigen una explicación más amplia, como la tentación de Jesús, serán considerados en forma más detallada.

«Uno de vosotros es diablo»

Después que Jesús hubo alimentado milagrosamente a la multitud por medio de la multiplicación de unos cuantos panes y peces, se sirvió de este milagro como punto de partida de una lección, representándose a sí mismo como el pan de vida y afirmando que aquellos que comieran del pan que él podía darles, vivirían eternamente. Esta fue una verdad demasiado dura para la mayoría de sus oyentes y muchos, incluyendo a algunos que le habían seguido asiduamente, se apartaron de él. Entonces, Jesús se volvió tristemente hacia sus discípulos y les preguntó: «¿Queréis acaso iros también vosotros?» A lo que el apóstol Pedro respondió de inmediato: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna. Y nosotros hemos creído y conocemos que tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente» (Juan 6:68, 69).

Aun esta expresión de fe resplandeciente no confortó del todo a Jesús, ya que dijo: «¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?» (Juan 6:70). Jesús hablaba de Judas Iscariote, quien más tarde lo entregaría a sus enemigos. Judas era en verdad un diábolos, un calumniador o acusador, ya que más tarde traicionó a su Maestro con un beso. El uso de la palabra moderna «diablo» es erróneo y engañoso, ya que Judas era un hombre, no una criatura sobrenatural, y la traducción correcta de diábolos pondría esto bien en claro.

Cuando vino el momento para que Judas pusiera en movimiento su plan para guiar a los enemigos de Jesús al Señor, está escrito que el diablo puso en su corazón que entregase a su maestro (Juan 13:2). Con esto la Biblia señala las maquinaciones de la mente perversa del traidor, quien era tan desleal como para traicionar a su Señor por treinta monedas de plata.

Como Jesús había ya dicho, Judas mismo era el diablo o falso acusador de Jesús. Quien concibió la traición fue él mismo, un ser humano, no un monstruo sobrenatural. La avaricia de este hombre fue el principal motivo de su horripilante acción. Previamente, como tesorero de la compañía de Jesús, se había apropiado de los fondos de la bolsa, y ahora, quizás avivada por su desilusión ante el hecho de que Jesús no había usado sus poderes milagrosos para echar a los invasores romanos fuera de su país, su codicia había provocado el pecado que pronto lo destruiría.

«Hijo del diablo»

Otra ocasión en la cual la palabra diábolos es traducida «diablo» es la de la visita de los apóstoles Pablo y Bernabé a Pafos en la Isla de Chipre. Aquí el procónsul Sergio Paulo se interesó en sus enseñanzas, y les dio audiencia. Sin embargo, había en la ciudad un asociado del procónsul, un mago llamado Elimas o Barjesús. Aparentemente éste pensó que la doctrina de los apóstoles disminuiría su influencia con su amo, por lo que intentó contradecir las palabras de ellos, falsificándolas, «procurando apartar de la fe al procónsul.» Cuando el apóstol Pablo se dio cuenta de esto, buscó a Elimas, y fijando sus ojos en él, dijo: «¡Oh, lleno de todo engaño y de toda maldad, hijo del diablo, enemigo de toda justicia! ¿No cesarás de trastornar los caminos rectos del Señor?» (Hechos 13:10). El efecto que esta denuncia produjo en el transgresor fue tan grande que quedó ciego por un tiempo y tuvo que ser guiado de un lugar a otro. Desde luego, Elimas no era literalmente el hijo de un ser sobrenatural. De la misma manera que la frase «hijo de iniquidad» que aparece en Salmos 89:22 designa simplemente un hombre inicuo, así Pablo quería decir que Elimas era un hijo de la calumnia, es decir, un calumniador.

De modo similar, cuando los judíos buscaban a Jesús para matarlo, habiéndolo acusado falsamente, Jesús les respondió: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer» (Juan 8:44). Una vez más, los judíos no eran los hijos de un ser sobrenatural; sin embargo, eran «hijos» o participantes de una manera de pensar calumniadora.

El Apocalipsis contiene las cartas que Jesús escribió a las siete iglesias. Una de ellas fue dirigida a los miembros de la iglesia de Esmirna, una ciudad cerca de la costa oeste de Asia Menor. Jesús les avisó que su fe les traería muchas tribulaciones, diciendo: «No temas en nada lo que vas a padecer. He aquí, que el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel» (Apocalipsis 2:10). Ahora, los cristianos fueron en verdad encarcelados en Esmirna y muchas otras partes del imperio romano, pero no fueron capturados por un ser sobrenatural. Sus tribulaciones vinieron de las autoridades romanas, quienes falsamente los acusaron de llevar a cabo actividades sediciosas.

Es evidente que hasta este punto, nuestra investigación no ha producido evidencia de que la palabra diábolos describa un ser sobrenatural maligno. Sin embargo, falta examinar otros pasajes más.

2. SATANAS

Se supone comúnmente que el término Satanás es un sinónimo de diablo y que las dos palabras describen exactamente al mismo ser. Siguiendo nuestra práctica acostumbrada, pondremos a prueba esta opinión considerando la palabra original usada en la Biblia y estudiando los pasajes en los que aparece.

Primeramente, encontramos que la palabra «Satanás» ocurre en los dos testamentos de la Biblia, 19 veces en el Antiguo y 36 en el Nuevo. Originalmente es una palabra hebrea, satán, que ha sido introducida sin traducir en la Biblia castellana. No es un nombre propio, sino una palabra común y corriente que significa simplemente «enemigo» o «adversario,» y en sí no indica en lo más mínimo un tentador sobrenatural.

La palabra hebrea satán no siempre aparece en las Escrituras en la forma «Satanás.» En catorce ocasiones en el Antiguo Testamento es traducida «adversario,» «enemigo,» «los que calumnian,» «acusar» o «resistir.» Una consideración de algunas de estas ocurrencias ilustrará el significado fundamental de la palabra.

El Rey David como Satán

Cuando David huyó del envidioso rey Saúl para salvar su vida, encontró refugio entre los filisteos, a cuyo paladín, Goliat, había matado previamente. Naturalmente, algunos de los filisteos desconfiaban de él, y cuando hubo guerra contra Israel, ellos se quejaron al príncipe Aquis, diciendo: «Despide a este hombre para que se vuelva al lugar que le señalaste, y no venga con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos vuelva enemigo» (1 Samuel 29:4). Aquí la palabra hebrea traducida «enemigo» es satán. De esta manera, el hombre que en otra parte se describe como un varón conforme al corazón de Jehová (1 Samuel 13:14; Hechos 13:22) es descrito como un satán, no porque era un ser malvado sobrenatural, sino simplemente porque era un posible enemigo de los filisteos.

¿Un ángel fiel como Satanás?

Un caso interesante del uso de la palabra satán en el texto original de la Biblia, aparece en relación con la travesía de los israelitas por el desierto cuando se dirigían a la tierra de Canaán. Las naciones vecinas de Canaán tenían miedo del avance de los israelitas, y el rey Balac de Moab buscaba alguien que los maldijera. Para este propósito trató de alquilar los servicios de un mago, Balaam (Números capítulo 22).

En un principio, Dios le prohibió a Balaam acercarse a Balac. Pero cuando los mensajeros de Balac vinieron por segunda vez con mayores presentes que antes, y Dios se fijó de que Balaam quería ir, le dio permiso de acompañarlos. Ansioso de recibir la recompensa prometida por Balac, Balaam se levantó temprano al día siguiente, ensilló su asna, y emprendió la marcha. Sin embargo, un ángel del Señor, invisible a Balaam, se puso en el camino por adversario (hebreo satán) suyo, con una espada desenvainada en su mano (Números 22:22). El asna vio al ángel, y salió del camino, yéndose por el campo. Balaam azotó al asna para hacerla volver al camino, el cual pasaba entre dos viñas con paredes a ambos lados. Una vez más el ángel se interpuso en el camino y una vez más el asna intentó evitar al ángel. Apretó el pie de Balaam contra la pared, y su dueño la volvió a azotar. Imposibilitada de pasar a causa del ángel, el asna se echó en el suelo, por lo que fue duramente golpeada. Entonces le fue dada al animal la capacidad de hablar y «refrenó la locura del profeta» (2 Pedro 2:16).

Finalmente Balaam vio al ángel, quien después de reprender a Balaam por haber maltratado su asna, le permitió continuar su viaje hacia Moab. Sin embargo, cuando Balaam llegó al país, no pudo maldecir a los israelitas, sino que los bendijo, ante la gran sorpresa de los moabitas.

En este caso un ángel del Señor, ejecutando fielmente las órdenes de Dios, es llamado un satán, no porque era una criatura malvada, sino sencillamente porque fue un adversario al mago Balaam.

El apóstol Pedro como Satanás

Cuando Jesús recorría Israel realizando extraordinarias proezas de curaciones, había mucha especulación sobre quién era, y cierto día él preguntó a sus discípulos qué era lo que la gente decía de él. Ellos respondieron que algunos decían que era Juan el Bautista, y otros que era el profeta Elías o Jeremías, u otro profeta. Jesús entonces les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís que soy yo?» Inmediatamente Pedro respondió: «¡Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente!» Jesús le dijo a Pedro que ningún hombre le había revelado eso, sino que había sido una revelación directa de Dios. Jesús añadió que la iglesia de Dios sería fundada sobre la declaración del apóstol y que Pedro recibiría las llaves del reino de los cielos.

Jesús sabía que a pesar de ser el Hijo del Dios viviente, dentro de poco tiempo tendría que afrontar el suplicio de la cruz, y empezó a preparar a sus discípulos para su ausencia. Les dijo que tenía que ir a Jerusalén y que sería maltratado por los principales sacerdotes, quienes al final lo matarían. También les dijo que al tercer día resucitaría de entre los muertos. Estas declaraciones eran algo que sus discípulos no podían entender ni creer. ¿Cómo podía un hombre capaz de sanar a tantas personas, y aun resucitar a los muertos, dejar que lo matasen?

Como era su costumbre, el apóstol Pedro expresó inmediatamente su opinión: «Señor, ten compasión de ti; en ninguna manera esto te acontezca.» Inmediatamente el Señor respondió a Pedro: «¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo 16:23). O como lo expresa otra versión de la Biblia, «Tú no ves las cosas como las ve Dios, sino como las ven los hombres» (versión Dios Habla Hoy).

Aquí hay un sorpresa para el apóstol. Primeramente su Señor le había dicho que las llaves del reino de los cielos le serán confiadas; y ahora le dice que es Satanás. Si nosotros suponemos que el término Satanás se refiere a un tentador sobrenatural, el pasaje es incomprensible. Pero si le damos su significado fundamental de «adversario,» entonces lo entendemos claramente. Pedro fue en verdad un adversario para Jesús en aquella ocasión, ya que si Jesús le hubiese hecho caso, habría intentado evitar la cruz. Entonces todo el propósito de su existencia se habría frustrado, ya que si no hubiera entregado su vida, no habría habido salvación para los hombres.

Un aguijón en la carne

Además de aplicarse a individuos, el término satán es también usado acerca de estados del cuerpo o del espíritu. Un notable ejemplo es el del apóstol Pablo. El había sido fuertemente criticado por los miembros de la iglesia de Corinto, y para defenderse de sus ataques, les habló de una maravillosa visión que Dios le había revelado en la cual «oyó palabras inefables que no le es dado al hombre expresar.» Sin embargo, no se le permitió jactarse de su experiencia, y él dice que para que no se vanagloriase «me fue dado un aguijón en mi carne, un mensajero de Satanás que me abofetee» (2 Corintios 12:2-7).

La palabra «de» no aparece en el texto original de la frase «mensajero de Satanás,» y la expresión realmente significa «un mensajero, un adversario.» Aparentemente, el aguijón en la carne del apóstol Pablo era alguna enfermedad o dolencia. No la podemos identificar precisamente, pero en otro pasaje también el apóstol habla de una debilidad física de que padecía (Gálatas 4:13). La palabra que se usa es asthenia, que significaba una afección paralítica. Tal vez influyó en el habla del apóstol, ya que con respecto a su enfermedad o dolencia, sus enemigos corintios decían: «la presencia corporal [de Pablo] es débil, y su palabra menospreciable» (1 Corintios 2:3; 2 Corintios 10:10). Sea lo que fuese, el aguijón en su carne era claramente un obstáculo y un adversario para él, obstruyendo y dificultando su tarea de predicar el evangelio. De manera que en este caso, el término «Satanás» es usado para describir una enfermedad física del apóstol.

Ananías y Safira

Cuando la fe cristiana se estableció en Palestina, los creyentes inicialmente compartían sus posesiones y tenían todos sus bienes en común. Sin embargo, dos miembros de la comunidad, Ananías y Safira, quisieron aprovecharse de ambos mundos; y habiendo vendido sus posesiones, trajeron a los apóstoles sólo parte del producto de la venta, pretendiendo que lo estaban dando todo. El apóstol Pedro habló primeramente con Ananías, diciendo: «¿Por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo y sustrajeses del precio de la heredad? Reteniéndola, ¿no se te quedaba a ti? y vendida, ¿no estaba en tu poder? ¿Por qué pusiste esto en tu corazón? No has mentido a los hombres sino a Dios.» En ese momento Ananías cayó muerto en el suelo .

Más tarde, su mujer Safira, ignorando lo que había acontecido, entró en la habitación y contó la versión que había tramado con su marido; a lo cual el apóstol dijo: «¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor? He aquí a la puerta los pies de los que han sepultado a tu marido.» Inmediatamente Safira también cayó muerta (Hechos 5:1-11).

Aquí vemos el engaño y la avaricia en el pensamiento de estas dos personas, lo cual los llevó a la muerte. Se habían convertido en adversarios de la verdad, porque querían que se les estimara generosos, y sin embargo querían quedarse con sus riquezas.

Entregado a Satanás

Otro interesante ejemplo del uso de la palabra Satanás ocurre en la sentencia del apóstol Pablo en contra de un miembro de la iglesia de Corinto, culpable de fornicación. Pablo escribe: «En el nombre de nuestro Señor Jesucristo…el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús» (1 Corintios 5:4-5).

Si Satanás es realmente un tentador inmortal, no parece tener sentido entregarle un pecador para disciplina de modo que éste se arrepienta. En este caso, Satanás representa simplemente el mundo no cristiano, que es enemigo de la fe cristiana, y en el que el pecador iría a parar al ser expulsado de la congregación. La esperanza de Pablo es que la ingrata sorpresa de encontrarse una vez más en el mundo de donde había salido, induzca al pecador a que se arrepienta.

Satanás pisoteado

Escribiendo para consolar a los creyentes romanos que prontamente iban a ser sujetados a una amarga persecución por sus compatriotas paganos, Pablo dice: «El Dios de paz aplastará en breve a Satanás bajo vuestros pies» (Romanos 16:20). ¿Cómo puede una criatura inmortal ser aplastada bajo pies humanos? Sin embargo, al ver la destrucción del paganismo en el imperio romano, la cual tuvo lugar posteriormente, entendemos fácilmente el sentido de las palabras del apóstol.

De modo que si cambiamos la palabra «Satanás» por «adversario» en los pasajes donde aparece, se podrá interpretar cada vez de acuerdo a su contexto, sin que sea necesario recurrir a la idea de un agente inmortal del mal.

3. «SATANES» HUMANOS Y ANIMALES

En esta sección, analizaremos ciertos pasajes del Antiguo Testamento que comúnmente son considerados como evidencia de la existencia de un ángel caído como agente del mal. Los describiremos en el orden en que aparecen en la Biblia.

La serpiente en el huerto de Edén

Aunque el término «diablo» no ocurre en el relato de la tentación de Adán y Eva, muchas personas creen que un ángel malvado les habló a través de la serpiente, la cual tentó a nuestros primeros padres y los hizo pecar, incitándoles a comer de la fruta prohibida. Pero el texto de Génesis no da ninguna indicación de un tentador inmortal. El hecho de que la serpiente habló tampoco apoya esta idea. Cuando tratábamos el significado de la palabra satán, nos referimos al asna a la cual le fue dada temporalmente el habla para reprender a Balaam. Si un asna pudo ser dotada del habla, una habilidad similar pudo también haber sido dada a la serpiente. Génesis capítulo 3 no menciona la existencia de un monstruo sobrehumano de maldad. La idea tiene que haberse formulado anteriormente en la mente del lector de la Biblia, porque no se encuentra en el texto bíblico. El relato simplemente dice que la serpiente era la más astuta de los animales que Dios había creado y que ella habló con Eva.

El Satanás del libro de Job

El libro de Job es la historia de un hombre temeroso de Dios que mantuvo su integridad a pesar de las adversidades que sufrió. Se nos relata que los hijos de Dios vinieron a presentarse delante del Señor. Estos evidentemente eran ciudadanos del lugar, que solían reunirse para adorar a Dios. Entre ellos vino un individuo descrito como Satanás, o un adversario, como muchas Biblias correctamente traducen la palabra hebrea satán. Dios le preguntó de donde venía, y él respondió que venía de vagar por el mundo. Entonces la conversación se volvió a considerar a Job. Dios lo señaló como un hombre recto y justo. Pero el adversario de Job expresó la opinión de que éste servía a Dios sólo porque Dios le había bendecido con una numerosa familia y muchas riquezas; y que si Job perdiera su familia y sus bienes, su punto de vista cambiaría y blasfemaría a Dios. Dios aceptó el reto y puso a prueba a Job. Su ganado fue robado y sus sirvientes e hijos fueron muertos, pero a pesar de todo, Job no criticó a Dios. Entonces Satanás sugirió que si la salud de Job fuera quebrantada, él se volvería y blasfemaría contra su Hacedor. Este nuevo desafío también fue aceptado por Jehová, quien hirió a Job con úlceras supurantes en todo el cuerpo, por lo que se sentó en cenizas y buscó alivio rascándose con un tiesto. Aun así, no injurió a Dios.

Estos hechos son narrados en los dos primeros capítulos del libro, donde la palabra satán ocurre catorce veces. El resto del libro está dedicado a discusiones sobre el problema de los sufrimientos de Job. Este discute con sus tres amigos Elifaz, Bildad y Zofar, con la intervención posterior de Eliú, y la demostración final de la maravillosa fuerza del Todopoderoso.

La palabra satán en el libro de Job es la que, como ya vimos, frecuentemente se traduce «adversario» y casi siempre se refiere a seres humanos. Nada en este libro nos sugiere que el satán era un ángel caído o tentador inmortal. Aparentemente no era diferente en apariencia de los demás hombres que vinieron con él ante la presencia de Jehová. El poder con que Job fue afligido provenía de Dios, ya que éste dijo a Satanás: «Tú me incitaste contra él [Job] para que lo arruinara sin causa» (Job 2:3). Al final del libro se comenta que los amigos y familiares de Job «le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él.» Parece que Satanás era simplemente algún enemigo humano de Job, probablemente un vecino envidioso de él. La idea de un tentador sobrenatural solamente se encuentra en el libro de Job si es puesta allí por el prejuicio del lector.

Satanás a la diestra

El siguiente pasaje ocurre en los Salmos:

«Oh Dios de mi alabanza, no calles; porque boca de impío y boca de engañador se han abierto contra mí; han hablado de mí con lengua mentirosa…En pago de mi amor me han sido adversarios [satán]; mas yo oraba. Me devuelven mal por bien, y odio por amor. Pon sobre él al impío, y Satanás [satán] esté a su diestra. Cuando fuere juzgado, salga culpable; y su oración sea para pecado.» (Salmos 109:1-7)

En este pasaje, debemos tomar en cuenta el hecho de que la primera vez que aparece la palabra satán, ha sido traducida «adversarios»; pero la segunda vez ha sido transcrita, sin traducir, en la forma «Satanás.» No hay ninguna justificación para este cambio. Aquellos que le devolvían mal por bien eran satanes o adversarios para el salmista. Era meramente justo que cuando el adversario fuera llevado a juicio a su vez, también tuviera a su lado un adversario, en este caso un adversario justo, para exponer sus delitos y asegurar su castigo de la misma manera en que él perseguía a otros.

En los versículos 20 y 29 de este mismo salmo, la palabra hebrea satán ha sido traducida «los que me calumnian.» El salmista obviamente está hablando de sus enemigos humanos, por lo que se puede ver una vez más que el uso de la palabra satán en la Biblia no implica en lo más mínimo que se esté hablando de un ángel caído o un monstruo sobrenatural.

Lucero

La profecía de Isaías incluye un pasaje que según muchos, indica que el diablo es un ser angelical que fue expulsado del cielo y va por el mundo corrompiendo a la humanidad. Sus palabras son:

«¡Cómo caíste del cielo, Oh Lucero, hijo de la mañana! Cortado fuiste por tierra, tú que debilitabas a las naciones. Tú que decías en tu corazón: Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono, y en el monte del testimonio me sentaré, a los lados del norte. Sobre las alturas de las nubes subiré y seré semejante al Altísimo. Mas tú derribado eres hasta el Seol, a los lados del abismo. Se inclinarán hacia ti los que te vean, te contemplarán, diciendo: ¿Es éste aquel varón que hacía temblar la tierra, que trastornaba los reinos; que puso el mundo como un desierto, que asoló sus ciudades, que a sus presos nunca abrió la cárcel?» (Isaías 14:12-17)

La primera cosa que notamos en este pasaje es que no hay la menor sugerencia de que se trate de un tentador de hombres. Es cuestión de la ambición desmedida de quienquiera esté siendo representado. En segundo lugar, este individuo no es descrito como un ángel caído, sino como «el varón que hacía temblar la tierra.»

El problema se resuelve cuando examinamos el contexto del capítulo. Los versículos 4 a 6 dicen:

«Pronunciarás este proverbio contra el rey de Babilonia, y dirás: ¡Cómo paró el opresor, cómo acabó la ciudad codiciosa de oro! Quebrantó Jehová el báculo de los impíos, el cetro de los señores, el que hería a los pueblos con furor, con llaga permanente, el que se enseñoreaba de las naciones con ira, y las perseguía con crueldad.»

Lucero no era un ángel caído sino simplemente el rey de Babilonia, un hombre ambicioso de reinar como un dios, pero que fue derrotado por sus enemigos y arrojado en el polvo.

Este es el único versículo en la Biblia donde aparece el término Lucero (o Lucifer). Se deriva de una palabra hebrea que significa «brillar» y designa el planeta Venus, conocido como la estrella de la mañana. Entonces, es una palabra apropiada para describir irónicamente al ambicioso y vanaglorioso monarca de Babilonia.

El querubín ungido

Un ejemplo algo similar al anterior ocurre en la profecía de Ezequiel. A cierto personaje se le dice lo siguiente:

«En Edén, en el huerto de Dios estuviste; de toda piedra preciosa era tu vestidura; de cornerina, topacio, jaspe, crisólito, berilo y ónice; de zafiro, carbunclo, esmeralda y oro…Tú, querubín grande, protector, yo te puse en el santo monte de Dios, allí estuviste; en medio de las piedras de fuego te paseabas. Perfecto eras en todos tus caminos desde el día en que fuiste creado, hasta que se halló en ti maldad…Se enalteció tu corazón a causa de tu hermosura, corrompiste tu sabiduría a causa de tu esplendor» (Ezequiel 28:13-17).

Los términos diablo y Satanás no son mencionados en este pasaje, pero algunos piensan que las palabras citadas se refieren a tal criatura. Sin embargo, esta idea es insostenible cuando descubrimos en el contexto que el personaje a quien se dirigen estas palabras es el orgulloso príncipe de Tiro, quien se jactaba de su poder y riquezas, y quien es descrito como «un hombre y no dios» (versículo 2). El pasaje citado arriba es simplemente una descripción metafórica de la gloria y el orgullo de este rey.

Josué el sumo sacerdote

El último pasaje que es necesario considerar en el Antiguo Testamento, ocurre en la profecía de Zacarías. Josué el sumo sacerdote es representado delante del ángel del Señor, con «Satanás» a su mano derecha para resistirlo. Satanás es reprendido por el Señor. A Josué, que está vestido de vestiduras viles, se le dice que sus pecados le son perdonados. Sus ropas viles le son quitadas y en su lugar le dan ropa de gala y ponen en su cabeza una mitra (Zacarías 3:1-5).

Esta escena es parte de una visión simbólica y su explicación debe buscarse en los sucesos que ocurrían en aquellos días. Josué era el sumo sacerdote durante el período en el que el templo judío fue reconstruido, después del regreso de los judíos de Babilonia. Este proyecto fue resistido por los gobernadores locales que eran dirigidos por un hombre llamado Tatnai, y sólo fue después de muchas peticiones y averiguaciones que el Rey de Persia, en aquellos tiempos señor de Palestina, dio permiso para que la obra fuera acabada (Esdras 5:7). La visión fue una predicción del curso de la historia. Tatnai era un satán o adversario para los judíos, ya que se oponía a sus labores. Sin embargo, fue reprendido por Dios, y su oposición se desmoronó. Eventualmente Josué vio la terminación de la obra de reconstruir el templo, una bendición simbolizada por su cambio de ropa y la colocación de la mitra en su cabeza. Una vez más, no hay aquí ninguna alusión a un Satanás inmortal, sino solamente a un adversario humano.

4. LA VERDAD SOBRE EL PECADO

Nuestra investigación bíblica ha revelado que los términos diablo y Satanás no se refieren a un tentador inmortal. Sin embargo, hay pasajes en los cuales estas palabras se refieren a ciertos personajes en particular, y consideraremos estos en breve.

Sin embargo, antes de comenzar, sería aconsejable dirigir nuestra atención a la clara enseñanza de las Escrituras sobre el pecado; sobre la razón por la que el hombre peca; y sobre el medio de la eventual eliminación y destrucción del pecado.

Cada individuo es su propio diablo

La Biblia nos da una definición sencilla del pecado. Dice que «el pecado es infracción de la ley» (1 Juan 3:4). Naturalmente, la ley a la que se refiere es la ley de Dios. Respecto a esto, todos somos culpables, ya que «no hay justo, ni aun uno» (Romanos 3:10). ¿Pero qué es lo que nos hace pecar? Una vez más, son las Escrituras las que nos responden. El Señor Jesús explicó cierta vez a sus discípulos:

«Porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos, los adulterios, las fornicaciones, los homicidios, los hurtos, las avaricias, las maldades, el engaño, la lascivia, la envidia, la maledicencia, la soberbia, la insensatez.» (Marcos 7:21-22)

Y el apóstol Santiago escribe:

«Cuando alguno es tentado, no diga que es tentado de parte de Dios; porque Dios no puede ser tentado por el mal, ni él tienta a nadie; sino que cada uno es tentado cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado; y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte.» (Santiago 1:13-15)

Nosotros sabemos por experiencia propia con qué exactitud estos versículos describen la tentación y el proceso que nos lleva al pecado. A menos que rechacemos inmediatamente el impulso de hacer el mal, nos encontramos rápidamente deslizándonos hacia el pecado. Nuestro propio corazón provee la incitación, y en este sentido, cada persona lleva dentro de sí su propio diablo (calumniador de Dios) y Satanás (adversario de Dios). Heredamos esta naturaleza de Adán y Eva, quienes fueron los primeros pecadores. Las Escrituras describen esta situación de la siguiente manera:

«Por tanto, como el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron…por la transgresión de uno vino la condenación a todos los hombres…por la desobediencia de un hombre los muchos fueron constituidos pecadores.» (Romanos 5:12, 18, 19)

Como Adán, aunque no en la misma manera, «todos pecaron y están destituidos de la gloria de Dios» (Romanos 3:23). En este sentido el diablo, el cual calumnia la rectitud de Dios y le deniega obediencia, es la personificación de la tendencia a pecar que existe en el corazón y mente de cada ser humano.
La veracidad de este hecho es indicada por el apóstol Pablo en su carta a los cristianos de Efeso. En uno de los pasajes en que describe la conducta de ellos antes de haber creído en Cristo, Pablo les dice que antes de hacerse cristianos, eran movidos por «el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.» Y en el siguiente versículo les aclara que este «espíritu» o modo de pensar lo constituían «los deseos de nuestra carne…la voluntad de la carne y de los pensamientos» (Efesios 2:2-3).

Esta misma verdad de que el pecado es un producto del corazón humano, y no de la incitación de un monstruo sobrenatural, también se enfatiza frecuentemente en el Antiguo Testamento. Por ejemplo, en las primeras páginas del libro de Génesis, leemos:

«Y vio Jehová que la maldad de los hombres era mucha en la tierra, y que todo designio de los pensamientos del corazón de ellos era de continuo solamente el mal.» (Génesis 6:5)

De modo similar, Dios dice en Génesis 8:21 que:

«…el intento del corazón del hombre es malo desde su juventud,»

y el profeta Jeremías testifica:

«Engañoso es el corazón más que todas las cosas, y perverso; ¿quién lo conocerá?» (Jeremías 17:9)

En el capítulo anterior de Jeremías, Dios denuncia la mala conducta del pueblo de Israel, pero es muy significativo que no echa la culpa a un supuesto tentador inmortal, sino que responsabiliza a los israelitas mismos por su desobediencia, diciéndoles:

«…y vosotros habéis hecho peor que vuestros padres; porque he aquí que vosotros camináis cada uno tras la imaginación de su malvado corazón, no oyéndome a mí.» (Jeremías 16:12)

Según los pasajes arriba citados, vemos claramente que la enseñanza bíblica es que el pecado que comete el hombre se origina completamente en su propio corazón perverso; no hay la menor sugerencia de que un tentador inmortal induzca al hombre en el pecado.

«El imperio de la muerte»

Cuando el pecado entró en el mundo la muerte vino con él, ya que la paga del pecado es la muerte; y el pecado y la muerte reinan hasta ahora (Romanos 6:23; 5:21). Una comparación entre dos pasajes del Nuevo Testamento nos muestra la relación entre el diablo y el pecado. En un pasaje citado anteriormente, el apóstol Santiago dice que «el pecado…da a luz la muerte.» Pero en la carta a los Hebreos leemos que el diablo tiene el imperio de la muerte, es decir, causa la muerte (Hebreos 2:14). En este y en otros muchos casos, el diablo es simplemente un nombre que se pone a la pecaminosidad humana, personificándola para dramatizar su influencia sobre nosotros.

«Vida eterna»

Según la justicia divina, el pecado debe ser castigado por la muerte. Todos somos pecadores, y por lo tanto todos merecemos morir. Sin embargo, no fue la intención de Dios que las generaciones nacieran y perecieran de esta manera vana a través de los siglos. La creación habría sido un fracaso si éste hubiera sido el caso; Dios hizo la tierra para su gloria, y decretó que al menos algunos miembros de la raza humana habitaran en ella eternamente en el reino de Dios. Hablando del monte Sion en Jerusalén, el salmista David dijo: «Allí envía Jehová bendición y vida eterna» (Salmos 133:3). ¿Cómo fue eliminado el obstáculo del pecado y la muerte? La explicación bíblica sobre cómo esto se logró está estrechamente ligada con el tema del diablo.

Jesús el Salvador

Quien hizo posible que los pecadores humanos se arrepientan y vivan eternamente fue Jesús de Nazaret. El era tanto Hijo de Dios como Hijo del Hombre. Era Hijo de Dios porque nació de la intervención del Espíritu Santo de Dios en la virgen María, e Hijo del Hombre porque María fue su madre. Esto significa que era miembro de la raza humana y podía experimentar los mismos sentimientos que todo hombre.

Las Escrituras afirman claramente este aspecto de la humanidad de Jesús. Escribiendo sobre la relación que existe entre Dios y los creyentes a través de la mediación de Jesús, la epístola a los Hebreos dice: «No tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza» (Hebreos 4:15). La misma epístola dice que «en los días de su carne» Jesús ofreció a Dios «ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas» (Hebreos 5:7). La cruz que él tuvo que soportar fue un horrible suplicio, ya que rogó: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa» (Mateo 26:39). Sin embargo, no fue posible; y Jesús tuvo que sufrir la horrorosa tortura y degradación de la crucifixión.

«Vivo por los siglos de los siglos»

¿Qué se consiguió con esta terrible experiencia y por qué fue necesaria? Una vez más, la epístola a los Hebreos nos da la respuesta:

«Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante todos la vida sujetos a servidumbre» (Hebreos 2:14-15).

Si nosotros creemos que el diablo es un tentador inmortal, este versículo es incomprensible, ya que ¿cómo puede ser destruida una criatura que nunca muere? Además, ¿cómo fue posible que Jesús destruyera tal criatura por medio de su propia muerte? Sin embargo, cuando nos damos cuenta de que el diablo representa la naturaleza humana pecaminosa, no es difícil comprender este pasaje. Aunque Jesús fue tentado como cualquier otro hombre, hubo una vital diferencia entre él y nosotros: él nunca se rindió ante la tentación. Durante toda su vida guardó los mandamientos de Dios, y la cruz, cuando vino, fue la culminación de una vida perfecta. Jesús no hizo pecado, sino que fue «santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores» (1 Pedro 2:22; Hebreos 7:26).

Por primera y única vez en la historia, el pecado fue vencido con éxito. Jesús destruyó el pecado, es decir, al diablo, en sí mismo, y a consecuencia de esto, el poder de la muerte sobre él fue también destruido. Aunque murió, fue resucitado de entre los muertos y recibió vida eterna; y pudo decir: «Yo soy el que vivo por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 1:18).

El pecado vencido

Sin embargo, la muerte y resurrección de Jesús tienen un significado mucho más transcendental que sólo lo que significan para él, por muy profundo que sea, ya que lo que había hecho para sí mismo, lo podía hacer para otros. Venciendo al diablo, es decir, la tendencia humana a pecar, Jesús abrió el camino por el cual los pecados de los hombres podrían ser perdonados. Por lo tanto, los hombres pueden tener esperanza ahora de vida eterna a pesar de sus pecados. Dios está dispuesto a aceptar el sacrificio sin mancha de nuestro Señor como un medio de perdón para aquellos que toman su nombre. El Mesías fue llamado Jesús (salvador) porque vino a salvar al mundo de las consecuencias del pecado. Según la epístola a los Hebreos, «se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado» (Hebreos 9:26), una declaración que concuerda con la ya mencionada, según la cual Jesús vino «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.» Y Juan afirma: «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). En estos casos, el diablo es simplemente la pecaminosidad humana.

El evangelio

Sin embargo, la obra de Jesús no está aún completa. Los hombres siguen siendo «hijos de desobediencia» (Efesios 2:2) o, como otra epístola lo expresa, «hijos del diablo» (1 Juan 3:10), lo que viene a significar la misma cosa. La salvación en esta infeliz situación no es automática. Depende de que nosotros aprovechemos de la obra de Jesús. El evangelio que él proclamó nos dice que en él, podemos «estar firmes contra las asechanzas del diablo» (Efesios 6:11). También nos declara que Jesús vendrá otra vez a establecer en la tierra el reino de Dios, el cual reemplazará todos los reinos humanos, con su diabólica y satánica oposición a Dios, estos términos haciendo referencia a la calumniosa y antagónica actitud que tomaron hacia la voluntad del Creador. Como resultado, «los reinos del mundo [vendrán] a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y él reinará por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 11:15).

Al creer en el evangelio, arrepentirse sinceramente y aceptar la salvación de Jesús, el creyente debe ser bautizado por inmersión en agua para la remisión de sus pecados. Sale del agua una nueva criatura, y entra a una nueva vida basada en la del Señor. Entonces se requiere de él que se despoje «del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos» (Efesios 4:22) o, en otras palabras, se exige que luche contra el pecado hacia el cual está inclinada su naturaleza humana. Esto, como ya hemos visto, significa combatir el diablo de la Biblia. En sus intentos, el creyente no saldrá enteramente victorioso, ya que todavía es humano y tiene todas las tendencias humanas; pero si resiste a estos impulsos, ellos se apartarán de él. Aunque sucumba al pecado ocasionalmente por la flaqueza de la carne, puede pedir perdón a Dios en el nombre de Jesús, quien habiendo experimentado la naturaleza humana, conoce todas sus debilidades. En las palabras del Padre Nuestro, el Salvador no meterá al creyente en tentación, sino que lo librará del mal.

La destrucción del diablo

La culminación se producirá cuando Jesús regrese a la tierra, ya que en el juicio aquellos que sean aprobados serán librados del pecado y recibirán vida eterna en un cuerpo glorioso semejante al de Jesús (Filipenses 3:20-21). Para ellos también, el diablo será destruido por el Señor. Entrarán con él en el reino de Dios; y así el reino se extenderá hasta llenar toda la tierra, y todo gobierno humano será abolido. Finalmente, toda oposición a Dios, sea individual o nacional, simbolizada como el diablo y Satanás, será completa y absolutamente destruida.

5. DEMONIOS Y ESPIRITUS MALIGNOS

La palabra griega daimón (plural daimonia), generalmente traducida «demonio,» ocurre junto con dos otras palabras derivadas de ella, 77 veces en el Nuevo Testamento. No tiene ningún vínculo con la palabra diábolos, aunque es apropiado describir a los endemoniados (enfermos) como «oprimidos por el diablo» (Hechos 10:38). Las palabras derivadas de daimón son daimonion y daimonzomai. Antes de considerar cómo son usadas estas palabras en la Biblia, lo más aconsejable es que intentemos averiguar cuál era el significado de ellas para los griegos, en cuyo idioma fue escrito el Nuevo Testamento.

Creencias griegas

Hay una abundante literatura que revela las creencias de los griegos sobre este tema. Según ellos, la palabra daimón describía el «espíritu» humano de una persona fallecida, ascendida al rango de un dios. Para los griegos, los daimonia no eran los dioses primordiales o celestiales; de hecho, estos no intervenían directamente en asuntos terrenales, sino que confiaban la dirección de las actividades humanas a los daimonia. En esta circunstancia, no es sorprendente que los daimonia fueran objetos de reverencia en el pensamiento de los hombres, con una mezcla de esperanza religiosa, miedo, dependencia, y adoración. Se creía que ellos eran los distribuidores de los beneficios o castigos de los grandes dioses a la humanidad. Los griegos creían además que estos espíritus de muertos podían tomar posesión de seres humanos y aun de ídolos inánimes, y que por medio de ciertos encantos y hechizos podían ser expulsados de aquellos de los cuales habían tomado posesión.

Los romanos tenían las mismas creencias que los griegos, y aun entre los judíos, siempre dispuestos a adoptar las falsas opiniones religiosas de las naciones vecinas, muchos llegaron a creer en los daimonia. Esta creencia de aquellos que vivían en el tiempo de Jesús servirá para introducirnos al uso de la palabra demonio en las Escrituras.

Beelzebú o Baal-zebub

En muchas ocasiones, Jesús curó a aquellos que estaban «oprimidos por el diablo.» Por consiguiente, cuando los maestros religiosos querían desacreditarlo ante los ojos de la gente, decían: «Por Beelzebú, príncipe de los demonios, echa fuera los demonios,» a lo cual Jesús respondió: «Pues si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿vuestros hijos por quién los echan?…Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros» (Lucas 11:15-20).

Beelzebú o Baal-zebub era un ídolo de los filisteos. Su nombre probablemente significa «Señor de las moscas.» El rey Ocozías de Israel mandó mensajeros al templo de Baal-zebub cierta vez, preguntando si él se repondría de un accidente que había tenido, lo cual indica que aun en esa época tan temprana de la historia de Israel, los judíos ya habían aceptado la demonología de las naciones vecinas. La preferencia de Ocozías por Baal-zebub antes que por Dios, el Creador, lo llevó a su muerte (2 Reyes 1:2-4).

Vale la pena mencionar que, aunque Beelzebú era meramente un ídolo impotente, Jesús no afirmó este hecho sino que se sirvió de las ideas de sus adversarios para ridiculizarlos. El no reconocía realmente la existencia de un dios viviente llamado Beelzebú, como tampoco aceptaba la idea de que existieran demonios que realmente pudieran tomar posesión de seres humanos.

La locura

¿Entonces, qué quieren decir las Escrituras cuando hablan de la posesión de demonios o de echar fuera demonios? En uno de sus más notables discursos, Jesús se describió a sí mismo como el buen pastor, y dijo que él entregaría su vida por las ovejas, añadiendo la sorprendente afirmación de que no sólo tenía poder para entregar su vida sino que también tenía poder para recibirla otra vez. Esta declaración dividió a los judíos: «Muchos de ellos decían: Demonio tiene, y está fuera de sí; ¿por qué le oís? Decían otros: Estas palabras no son de endemoniado. ¿Puede acaso el demonio abrir los ojos de los ciegos?» (Juan 10:14-21).

En el momento en que Jesús fue acusado de echar fuera a los demonios en nombre de Beelzebú, estaba rodeado de una muchedumbre tan numerosa que no tenía el tiempo ni el lugar para comer. Sus amigos, queriendo protegerlo, fueron a sacarlo de la muchedumbre, diciendo: «Está fuera de sí» (Marcos 3:21). En el lenguaje de aquellos tiempos, bien podrían haber dicho: «Tiene demonio.»

Estos dos pasajes indican que a lo que la gente de los días de Jesús llamaba posesión demoníaca, nosotros llamaríamos locura. Esto está confirmado por el ejemplo de una curación de Jesús. Cuando él fue a la tierra de los gadarenos, vino a su encuentro un hombre que estaba «endemoniado.» No usaba ropa ni vivía en una casa, sino que moraba entre los sepulcros. Los intentos de atarlo con cadenas y grillos habían resultado inútiles, porque en su furor rompía las cadenas y volvía al desierto. Jesús «mandaba al espíritu inmundo que saliese del hombre.» Cuando los habitantes de la ciudad oyeron lo que había sucedido, fueron a verlo con sus propios ojos, y encontraron al loco sentado a los pies de Jesús, «vestido y en su cabal juicio» (Lucas 8:26-35). Vemos claramente de que anteriormente no se había considerado que estaba en sus cabales, y que Jesús simplemente curó la locura de la que padecía.

La epilepsia

Un caso en el cual se da una descripción casi médica de una enfermedad curada por Jesús es citado por el evangelista Marcos. Un hombre vino al Señor y le dijo: «Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo, el cual, dondequiera que le toma, le sacude; y echa espumarajos, y cruje los dientes, y se va secando; y dije a tus discípulos que lo echasen fuera, y no pudieron.» Jesús pidió que le trajeran al muchacho. «Y cuando el espíritu vio a Jesús, sacudió con violencia al muchacho, quien cayendo en tierra se revolcaba, echando espumarajos. Jesús preguntó al padre: ¿Cuánto tiempo hace que le sucede esto? Y él dijo: Desde niño, y muchas veces le echa en el fuego y en el agua, para matarle; pero si puedes hacer algo, ten misericordia de nosotros, y ayúdanos. Jesús le dijo: Si puedes creer, al que cree todo le es posible. E inmediatamente el padre del muchacho clamó y dijo: Creo; ayuda mi incredulidad.»

La multitud se agolpó para ver lo que pasaría, y Jesús dijo: «Espíritu mudo y sordo, yo te mando, sal de él, y no entres más en él. Entonces el espíritu, clamando y sacudiéndole con violencia, salió, y él quedó como muerto, de modo que muchos decían : Está muerto. Pero Jesús, tomándole de la mano le enderezó; y se levantó» (Marcos 9:17-27).

El muchacho era obviamente un epiléptico, y no podría existir una mejor descripción de los síntomas de la epilepsia en ninguna literatura. En el relato del Evangelio de Mateo sobre este incidente, el enfermo es descrito como un «lunático» en la Biblia castellana, pero algunas traducciones de la Biblia, como por ejemplo la Revised Standard Version en inglés, dicen simplemente que era un epiléptico (Mateo 17:14-18).

La mudez

Después que Jesús hubo resucitado a la hija de Jairo y curado a dos hombres de ceguera, le trajeron a un mudo (Mateo 9:33), diciendo que tenía un demonio. Jesús expulsó al demonio y el mudo pudo hablar. Así, una enfermedad que hoy no asociamos con la posesión demoníaca, era considerada como tal en los tiempos del Nuevo Testamento.

La ceguera

En otra ocasión, un hombre que era ciego y mudo fue llevado a Jesús (Mateo 12:22). Se suponía que estaba poseído por un demonio. Pero cuando el Salvador lo sanó de sus defectos físicos, habló y vio.

La curación

La expresión usada en el último ejemplo mencionado para describir la acción de Jesús, «sanó,» viene del vocablo latín sanare, el cual indica recuperación de salud o restitución de la misma, y no el echar fuera demonios. Es una palabra usada a menudo para describir la acción de Jesús en dichos casos, en cumplimiento de la profecía del Antiguo Testamento: «El mismo tomó nuestras enfermedades y llevó nuestras dolencias» (Isaías 53:4; Mateo 8:17). Cuando Juan el Bautista, languideciendo en prisión, comenzaba a perder su fe en la misión de Jesús y le envió mensajeros rogándole que lo alentara, Jesús replicó curando a muchas personas de sus enfermedades, plagas y espíritus inmundos; y a muchos que eran ciegos les dio la vista. Entonces envió a Juan un mensaje, diciendo: «Id, haced saber a Juan lo que habéis visto y oído: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio» (Lucas 7:19-23). Aquí no hay ninguna referencia a «echar fuera espíritus» y esto indica que esos «poseídos» simplemente estaban afligidos por enfermedades del cuerpo y de la mente.

El apóstol Pablo dio su veredicto sobre la inexistencia de los demonios al escribir su primera carta a los corintios. Ciertos cristianos de Corinto iban a festivales consagrados a dioses paganos, los cuales eran en los ojos de sus adoradores, daimonia o «espíritus de difuntos.» Para justificar sus acciones, estos cristianos argumentaban: «Un ídolo o demonio no es nada en absoluto, como todos sabemos, y nuestra conciencia no es ofendida cuando vamos a tales festivales.» A lo cual el apóstol respondió: «¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios» (1 Corintios 10:18-22). Aquí el apóstol concuerda que los demonios no son nada, y que existen solamente en la imaginación de los devotos.

Está claro por lo tanto que los demonios no tienen existencia real y que cuando Jesús hablaba de echarlos fuera, estaba simplemente hablando en términos que para aquellos que lo oían, eran expresiones familiares.

Los demonios en el Antiguo Testamento

Dos palabras hebreas son traducidas «demonio» en el Antiguo Testamento. La primera, sairim, aparece dos veces y significa «peludo» o «cabrito.» Estos eran supuestos dioses de la selva, seres mitológicos que según se suponía, vivían en el desierto. Eran adorados por los idólatras egipcios. El primer pasaje contiene una advertencia a los israelitas cuando estaban errando en el desierto, que no deberían adorar a los demonios como era la costumbre egipcia (Levítico 17:7). El segundo pasaje dice que cuando el rey Roboam estableció el Reino de Israel, introdujo un nuevo sistema religioso que incluía la adoración de ídolos en la forma de «los demonios y los becerros que él había hecho» (2 Crónicas 11:15). Otra vez se trata de la adopción de supersticiones egipcias.

La otra palabra traducida «demonio» en el Antiguo Testamento es shedim, la cual significa «destructor.» Es usada para los falsos dioses o ídolos, la adoración de los cuales corrompía el pensamiento de la gente. El primer pasaje (Deuteronomio 32:17) nos dice cómo los israelitas en el desierto sacrificaron a estos ídolos y no a Dios, mientras que el segundo nos relata que llegaron al extremo de sacrificar a sus hijos a ellos (Salmos 106:37). Por supuesto, estos ídolos, como los demás dioses falsos que se mencionan en el Antiguo Testamento, son imaginarios y no tienen existencia real.

Como ya vimos en el caso del vocablo «diablo,» la palabra «demonio,» sea en el Nuevo Testamento donde corresponde a daimón y sus derivados, o sea en el Antiguo, donde corresponde a sairim (peludo) y shedim (destructor), no tiene nada que ver con un malvado ser sobrenatural y los demonios no existen en la realidad.

6. LA TENTACION DE JESUS

Ya hemos mencionado que hay pasajes en el Nuevo Testamento que personifican al pecado bajo el nombre de diablo o Satanás, y estos textos serán considerados en la presente sección.

La tentación de Jesús está descrita por los evangelistas Mateo, Marcos, y Lucas, en pasajes que se complementan unos a otros. Brevemente, los hechos son estos. Inmediatamente después de su bautismo, Jesús sintió una fuerte necesidad de estar a solas para prepararse para su misión. Por consiguiente, fue al desierto y pasó 40 días en ayuno. Al final de este tiempo, durante el cual él estuvo con animales salvajes y fue cuidado por los ángeles, tenía hambre. Las siguientes palabras describen las tres tentaciones que experimentó:

  1. «Entonces el diablo le dijo: Si eres Hijo de Dios, dí a esta piedra que se convierta en pan.» (Lucas 4:3)
  2. «Y le llevó el diablo a un alto monte, y le mostró en un momento todos los reinos de la tierra. Y le dijo el diablo: A ti te daré toda esta potestad, y la gloria de ellos…Si tú postrado me adorares, todos serán tuyos.» (Lucas 4:5-7)
  3. «Y le llevó a Jerusalén, y le puso sobre el pináculo del templo, y le dijo: Si eres Hijo de Dios, échate de aquí abajo, porque escrito está: A sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden.» (Lucas 4:9-10)

Jesús desechó todas estas sugerencias y quedó libre de pecado

Lucas llama al agente de la tentación «el diablo.» Marcos lo llama Satanás. Ya hemos notado que «diablo» significa un calumniador o acusador, y que «Satanás» significa un adversario. Hemos visto además que de acuerdo a la Biblia, la tentación realmente surge del propio corazón del hombre. Si aplicamos estos conocimientos a la tentación de Jesús, el caso queda aclarado. Cuando el Señor fue al desierto, estaba lleno del Espíritu Santo y tenía poder ilimitado. No había necesidad de que lo tentara otra persona, fuera mortal o inmortal. Su hambre le sugeriría que convirtiera las piedras en pan. La conciencia de poseer gran poder le induciría a que se apoderara de los reinos del mundo, sabiendo que de todas formas estos ya le habían sido prometidos (Salmos 2:6-8). Su conocimiento de que era el Hijo de Dios le incitaría a presumir de la protección de su Padre. Todas estas ideas fueron rechazadas, y las fieras salvajes de la tentación fueron alejadas; los impulsos que denigraban a Dios, y que eran un adversario a Su propósito, fueron completamente vencidos.

Muchas personas encuentran difícil la idea de que Jesús fuera tentado por pensamientos surgidos de sí mismo, considerando que este concepto es una calumnia para Nuestro Señor. Sin embargo, tal idea está completamente de acuerdo con lo que las Escrituras nos dicen sobre Jesús: que aunque era el Hijo de Dios, participó de la misma naturaleza que nosotros, y fue «tentado en todo según nuestra semejanza» (Hebreos 2:14; 4:15). El hecho de que bajo estas circunstancias, Jesús se mantuvo «sin pecado» es lo que lo hace un perfecto modelo para nosotros. Lejos de ser una calumnia, la idea de que Jesús fue tentado por los pensamientos de su propio corazón, pone en la debida perspectiva su maravillosa hazaña y su gloriosa victoria sobre la carne.

Satanás cayendo del cielo

En cierta ocasión, Jesús envió a 70 de sus discípulos con poder para hacer milagros. Ellos volvieron gozosos, porque aun los «demonios» les eran sujetos, por lo que habían podido curar enfermedades como la locura y la epilepsia. Jesús respondiendo les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo» (Lucas 10:18).

Las enfermedades a las que estamos sujetos los seres humanos son una consecuencia de nuestra naturaleza pecaminosa y mortal, que a veces se representa en las Escrituras como «Satanás.» En este caso, entonces, Jesús ve el éxito de sus discípulos como una victoria sobre el pecado, simbolizado por el término Satanás. Otro caso claro de esto se encuentra en Lucas 13, donde Jesús dijo que una mujer jorobada había sido atada por Satanás desde hacía dieciocho años. Una vez más, el «Satanás» en este caso es obviamente nuestra naturaleza humana corrompida y sujeta a toda clase de flaquezas y enfermedades (Lucas 13:10-16).

Los ángeles que pecaron

En el penúltimo libro de la Biblia, la Epístola de Judas, ocurren las siguientes palabras: «Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, [Dios] los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día» (Judas 6). Palabras similares ocurren en 2 Pedro 2:4. Los dos pasajes se refieren al mismo incidente, y son el relato del castigo que Dios, en tiempos pasados, mandó sobre ciertos seres humanos sin fe. Entre los demás ejemplos citados en los dos libros figuran las personas impías que perecieron en el diluvio en los días de Noé, los habitantes de Sodoma y Gomorra, y los israelitas desobedientes que perecieron en el desierto durante el viaje de Egipto a Canaán. En medio de estos incidentes, se menciona el caso de los «ángeles» caídos. Por lo tanto, debe suponerse que estos ángeles, o «agentes,» como la palabra significa, eran también seres humanos. La información dada no nos permite identificar con total seguridad el incidente referido, pero parece que los «ángeles» eran Coré, Datán, y Abiram y su compañía, quienes a pesar de ser príncipes de la congregación de Israel, se rebelaron contra Moisés, y así degradaron su cargo. La tierra abrió su boca y los tragó en la oscuridad. Ellos aún están ahí, reservados hasta el día del juicio. Vale la pena observar que las palabras originales que frecuentemente se traducen «ángel» en nuestra Biblia (malaj en el Antiguo Testamento y aggelos en el Nuevo) claramente se refieren a seres humanos más de 100 veces en toda la Biblia.

La misma epístola de Judas habla del arcángel Miguel que contendía con el diablo por el cuerpo de Moisés, pero no profirió juicio de maldición contra él, sino que le dijo: «El Señor te reprenda» (Judas 9). Aquí, una vez más, el escritor debe de haber tenido seres humanos en mente. Miguel representa a Moisés, quien continuamente luchaba con el adversario, o calumniador (el pecado) por el bien del grupo de personas (el pueblo de Israel) de quienes él era guía (1 Corintios 10:2). Siempre estaba dispuesto a ponerse a un lado y dejar que Dios mismo decidiera el castigo. Por ejemplo, cuando Coré y sus compañeros se rebelaron, Moisés dijo: «Mañana mostrará Jehová quién es suyo, y quién es santo» (Números 16:5).

Miguel

Un pasaje digno de consideración aparece en el libro de Apocalipsis. Se lee así:

«Después hubo una gran batalla en el cielo; Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.» (Apocalipsis 12:7-9)

A primera vista, este pasaje parece sugerir que un ser llamado el diablo literalmente estuvo por un tiempo en el cielo; pero cuando el libro de Apocalipsis, el cual se describe a sí mismo como un libro de símbolos, es leído enteramente, vemos que esta interpretación no puede ser mantenida. Al comienzo del libro, en el primer versículo, se nos dice claramente que trata de cosas «que deben suceder pronto.» El libro fue escrito aproximadamente 100 años después de Cristo, varios miles de años después de que Adán y Eva fueran tentados y pecaran en el Edén. Por lo tanto, el pasaje no puede referirse a la introducción del pecado en el mundo. Probablemente simboliza la victoria de los apóstoles que lograron establecer la iglesia del primer siglo a pesar de la oposición de los enemigos del evangelio, los judíos y los romanos.

La serpiente antigua

Símbolos parecidos son usados al final del libro del Apocalipsis:

«Vi a un ángel que descendía del cielo, con la llave del abismo, y una gran cadena en la mano. Y prendió al dragón, la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás, y lo ató por mil años. Y lo arrojó al abismo, y lo encerró, y puso su sello sobre él, para que no engañase más a las naciones, hasta que fuesen cumplidos mil años.» (Apocalipsis 20:1-3)

Aunque el paganismo fue derrocado cuando Constantino el Grande estableció el cristianismo como la religión del estado del Imperio Romano, la influencia pagana ha persistido en el mundo, y ahora el llamado cristianismo mundial tiene poco en común con el cristianismo original, a no ser el nombre. Su conducta calumnia a Dios y obra como un adversario de Su voluntad. De aquí que debe ser removido. Apocalipsis 20:4 nos dice que aquellos que hayan sido siervos fieles de Jesús vivirán y reinarán con él por mil años. Jesús volverá en poder y gran gloria y derrocará todos los reinos actuales de la tierra, ya que son antagónicos a Dios. Perderán su poderío y serán sujetos al Nuevo Orden establecido por el Señor. Los términos «serpiente antigua,» «diablo» y «Satanás» son símbolos del pecado humano y su oposición a Dios.

El resultado de nuestro estudio del uso de las palabras diablo, demonio y Satanás en las Escrituras nos muestra claramente que no incluye ninguna enseñanza concerniente a un tentador inmortal. De hecho, la idea proviene de los tiempos cuando el hombre era dominado por supersticiones y regido por sus emociones y temores, antes que por la razón y la luz de la Palabra de Dios.

Por el contrario, la Biblia nos dice que al morir en la cruz, Jesús destruyó al diablo, es decir, al pecado, el cual tenía el poder de la muerte (Hebreos 2:14-15). En aquel tiempo, esa destrucción benefició a Jesús solamente, pero su sacrificio nos mostró el camino de la vida, por el cual aquellos que se convierten en siervos de Dios por su obediencia al Padre, pueden vencer las diabólicas y satánicas influencias pecadoras en ellos mismos. Por fe en el evangelio, por el bautismo, y por su imitación de la vida del Señor, ellos pueden prepararse para la segunda venida. Entonces serán llamados al juicio, siendo resucitados de entre los muertos, si han muerto antes de la venida del Señor. Allí el Salvador les dará vida eterna, transformará sus cuerpos para que sean semejantes a su cuerpo glorioso (Filipenses 3:21) y los librará para siempre del pecado y la muerte. Entonces Jesús destruirá para ellos al diablo como ya lo hizo para sí mismo, y los librará de la posibilidad de pecar.

~ F. E. Mitchell

Lealo de nuevo:
El Diablo y Satanás: La Realidad Bíblica
Ir al capítulo....

Quedate un tiempo con nosotros y comenzarás a entender lo que Dios quiere comunicarnos en su palabra. Y si tienes preguntas o comentarios, escríbenos a preguntas@labiblia.com

Los Cristadelfianos somos una comunidad mundial de estudiantes de la Biblia. Si quieres saber más acerca de nosotros y nuestras enseñanzas, por favor toma unos momentos para conocer www.labiblia.com o si tienes preguntas mándanos un correo a preguntas@labiblia.com. Tenemos un muy amplio surtido de información acerca de las verdaderas enseñanzas de la Biblia.
©Labiblia.com 2024. Derechos Reservados.