8 de Octubre de 2021

La carta a los Hebreos se inicia con estas palabras: 

Dios, habiendo hablado en otro tiempo muchas veces y de muchas maneras a los padres por los profetas, en estos últimos días nos ha hablado por el Hijo…

¿Te has puesto alguna vez a pensar en el hecho de que el Creador Todopoderoso, el Eterno, el Autor de todo lo que existe, el que da aliento a cada criatura, Él es el que nos ha hablado muchas veces y de muchas maneras…?

Dios habla con nosotros

Cuando alguien tiene que hablar muchas veces y de muchas maneras lo que esto sugiere es que la gente o no está escuchando o no entiende. Y lo que Hebreos anuncia es que a pesar de nuestra falta de atención o entendimiento o voluntad por oír, aún así Dios realmente quiere llegar a nosotros.

¿No te asombra que el Dios que con un soplo creó las galaxias sea también un Dios que con paciencia, persistencia, y amor trata de acercarse a tí?

Si reflexionamos sobre las palabras de este escritor dentro del contexto más amplio de la Biblia, no hay duda alguna de que Dios ha hablado de muchísimas formas. Comenzando desde el principio:

  • Habló con Adán, dándole una explicación de quién era, el ambiente en el que existía, y la forma en que debía conducirse para vivir sin límite.
  • Conversó con Caín respecto al homicidio de su hermano, invitándolo a asumir responsabilidad y arrepentirse.
  • Habló con Noé acerca acerca del estado de la tierra, comunicándole cómo evitar la destrucción que era el destino de los que se habían entregado a la violencia.
  • Habló muchas veces con Abraham acerca de muchos temas – donde viviría, como le protegería, el destino de Sodoma y Gomorra – y hasta mandó a sus ángeles a compartir con él una comida.
  • Habló con Jacob por medio del sueño de ángeles que subían y bajaban entre cielo y tierra.
  • Habló con Moisés de la zarza, revelándole su nombre.
  • Habló con el pueblo de Israel desde la columna de fuego y al sustentarlos todos los días en el desierto. 
  • Habló con Josué cuando éste miraba la tierra de Canaán preguntándose cómo podría darle un hogar allí al pueblo que tantos años lo había esperado.

Estos son unos poquísimos ejemplos de las miles de ocasiones y maneras en que Dios habló, pues Dios habla en historias, en salmos, en lamentos, en profecía, por milagros, en sueños, en visiones de gloria, en cartas, en evangelios, en símbolos, en proverbios, en parábolas y de muchas formas más.  

¡De tantas maneras Dios ha hablado, y sigue hablando! Dios habla a artistas e ingenieros, a hombres y mujeres, a adolescentes y abuelos, a gente extraña y a personas ‘normales’. Dios habla por medio de personas que se sientan a comer con prostitutas y por personas que comen langostas en el desierto. Dios ha luchado constantemente, incansablemente, permanentemente por penetrar la neblina de nuestras mentes.

¿Esto qué nos enseña?
Una de las más grandes lecciones que nacen de esta reflexión es el tremendo valor que tienen para Dios todos sus hijos e hijas. Esto debiera ser obvio, pues si no tuviéramos para Dios un valor inestimable, ¿acaso habría instituido un sistema de salvación que dependiera del sacrificio de su único Hijo? Nuestro valor, y el de todos los demás hijos y las hijas de Dios, se mide en las gotas de sangre del unigénito, inocente, misericordioso y compasivo Hijo de Dios.

Isaías 53 nos revela que éste vería el fruto de la aflicción de su alma, y que quedaría satisfecho. Dios, el supremo arquitecto, que puede ver el final desde el principio, no habría pronunciado aquellas primeras palabras creando la luz si no le hubiera parecido que todo valdría la pena al final. 

Y si Dios se está esforzando tanto para llegar a nosotros, ¿no debiéramos estar haciendo nosotros lo mismo con las personas que nos rodean?

El Reto de la Comunicación
Todos los humanos somos difíciles. Esto no debería sorprendernos. En la Biblia no hay personajes de carácter sencillo – todos son personas complicadas y multidimensionales. Pensemos en Sansón, en Acab, en David, en Moisés, en Jacob, en Judá, en Zaqueo, en Pedro, María la hermana de Lázaro, en Sara, en Raquel y Lea, en Abigaíl. Las personas con las que Dios trabaja han sido siempre así. 

Jesús nos dice que perdonemos al que peca contra nosotros continuamente, y que es indispensable perdonar sin límites. ¿Acaso Jesús no nos está llamando a hacer aquello que Dios siempre ha hecho durante toda la historia de la humanidad? ¿Y sería necesario que Jesús nos dijera esto si las personas que nos rodean no nos ofendieran constantemente? Una y otra vez, incidente tras incidente, pecado tras pecado, durante toda la historia del mundo Dios ha perdonado y lo sigue haciendo. Perdona, y nos vuelve a invitar a conversar. Lo hace con paciencia, con amor, insistentemente, permanentemente. 

En nuestra vida enfrentamos todos los días retos de comunicación con otros. En Proverbios 20:5 Salomón nos dice que “como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre; Mas el hombre entendido lo alcanzará.

Lo interesante de este proverbio es que da por sentado que ese consejo del corazón de las personas sí vale la pena buscarlo. En otras palabras, vale la pena tratar de comprender a los demás. Lamentablemente, la pereza corroe nuestros esfuerzos por hacerlo. Respecto a nuestros cónyuges, hijos, familia, amigos, compañeros de trabajo y hermanos difícilmente podríamos decir que nos esforcemos ‘muchas veces, y de muchas maneras’ por comprenderlos – más apropiado sería decir que lo hacemos ‘de vez en cuando, cuando tenemos tiempo, y casi siempre de la mismas forma’.

Una de las formas más importantes de expresar el amor hacia las demás personas es por medio del esfuerzo que hagamos por comunicarnos con ellos. Día tras día, incansablemente, estableciendo a través de los años y las décadas aquellas relaciones que sustentan nuestra vida. Y sin hacerlo con la actitud de que ‘yo soy así, y ellos me tienen que comprender a mi manera’ sino más bien adaptándonos a la personalidad de ellos.

A finales de Lucas tenemos esta parábola: 

Un hombre plantó una viña, la arrendó a labradores, y se ausentó por mucho tiempo.Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que le diesen del fruto de la viña; pero los labradores le golpearon, y le enviaron con las manos vacías.Volvió a enviar otro siervo; mas ellos a éste también, golpeado y afrentado, le enviaron con las manos vacías.Volvió a enviar un tercer siervo; mas ellos también a éste echaron fuera, herido. Entonces el señor de la viña dijo: ¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando le vean a él, le tendrán respeto. (Lucas 20:9-13)

Esta parábola la conocemos bien, pero en vez de pensar en el simbolismo de cada personaje, ¿por qué no meditamos más bien en el tono general de las últimas palabras pronunciadas por el señor de la viña?: ‘¿Qué haré? Enviaré a mi hijo amado; quizá cuando…’. Son palabras de un padre amoroso que está reflexionando dentro de sí mismo sobre cómo lograr un acercamiento con hijos alejados de él…

La forma más poderosa en que Dios ha intentado hablarnos es por medio de la vida y muerte de su amado Hijo. Con esa misma compasión, dediquémonos a amar a nuestro prójimo de esa misma forma en medio de un mundo muy dividido y conflictivo.