Definiendo nuestra posición
La Biblia es clara. Solamente existen dos opciones: Dios o el mundo. Seguir a uno es negar al otro y no es posible ser neutral caminando entre los dos.
«Ninguno puede servir a dos señores» (Mateo 6:24).
Podemos pretender que tenemos una fe que nos salva mientras aún estamos gozando de los placeres del mundo; pero sólo estaremos engañándonos nosotros mismos. No podemos engañar a Dios.
«No os engañéis; Dios no puede ser burlado: pues todo lo que el hombre sembrare, eso también segará. Porque el que siembra para su carne, de la carne segará corrupción; mas el que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna» (Gálatas 6:7, 8).
Engañándose a sí mismo
Algunas personas aseguran que sus corazones son rectos; pero no siempre se puede notar lo mismo respecto de lo que hablan o hacen. Estas personas se engañan a sí mismas. El Señor Jesús dice: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mateo 12:34). Y en otro lugar dice: «Por sus frutos los conoceréis» (Mateo 7:20).
Considere a José. Habría sido muy fácil sucumbir a la seducción de la esposa de Potifar; sin embargo, él la rechazó aun cuando fue enviado injustamente a la cárcel a causa de ello. El creía que después de todo, Dios estaría siempre con él, y su fe fue revelada por su conducta. Observe a Ananías y Safira. Si ellos realmente creyeran que el Señor había concedido a Pedro el don del Espíritu para gobernar a la iglesia, ¿habrían entonces mentido a Dios? Sus acciones revelaron la clase de personas que verdaderamente eran.
O considere a Noé y Abraham como ejemplos. Cuando se les pidió construir el arca o sacrificar a Isaac, ¿cuánta fe habrían manifestado si hubiesen dicho: «Bien, sí, yo creo; pero por ahora no puedo cumplir lo que me pides»? ¿Qué habría mostrado su falta de acción? Sin ninguna duda, habría indicado que realmente ellos no creían en sus corazones lo que Dios había dicho.
Dios conoce nuestros corazones ¡y nosotros también podemos hacerlo! Nuestras palabras y acciones revelan la condición de nuestros corazones. Dios espera que nos examinemos a nosotros mismos y hagamos que las intenciones y motivos de nuestros corazones se conformen a Su voluntad.
Escogiendo obedecer
Para ser verdaderos hijos de Dios, debemos definir nuestra situación. Hay tres opciones delante de nosotros. Podemos decidirnos por la justicia y la vida; podemos optar francamente por lo que sea nuestro deseo; o podemos no hacer nada, vacilantes y sin rumbo fijo, teniendo miedo de tomar una decisión. Cualquiera de las dos últimas opciones conduce a la muerte.
Visto de este modo, es fácil darse cuenta de cuál es el camino más sensato. Pero cuando salimos a nuestro trabajo diario, o a la escuela o a pasar el rato con nuestros amigos, las cosas no siguen siendo tan claras. Se vuelve muy fácil posponer la decisión de hacer lo correcto. Parece tan atractivo ir con la corriente del mundo.
Si realmente deseamos vida eterna, el único camino es comprometernos a servir a Dios. Esto significa abandonar las normas del mundo y luchar con toda sinceridad por seguir las enseñanzas de Cristo. Significa hacer saber a todos que las actividades que no son de acuerdo a la moralidad bíblica, tampoco son aceptables para nuestras vidas. Significa exponernos personalmente al disgusto y a la burla de muchos. Significa escoger la obediencia con plena conciencia, sin tomar en cuenta lo que puedan pensar quienes nos observan.
Ganancia y pérdida
El convertirnos en verdaderos discípulos de Cristo involucra cierto sacrificio. Abandonamos muchas actividades que naturalmente gozaríamos. Perdemos bastante tiempo libre a causa de las obligaciones que asumimos. Algunos tienen que renunciar a sus amistades, y a veces a sus parientes. Algunos tienen que renunciar a sus propias vidas.
¿Vale la pena?
«Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo y lo tengo por basura…» (Filipenses 3:7-9).
Esta fue la evaluación del apóstol Pablo.
El había perdido mucho: poder, prestigio, riqueza. Pertenecía a la más alta clase social de su cultura. Cambió esto por incalculables penurias: azotes, prisiones, apedreamiento, naufragio y finalmente muerte. Pero la forma en que habla hace abundantemente claro que él se daba cuenta de que había conseguido la mejor parte.
¿Cuánto daría la gente por tener la seguridad que Dios ofrece al discípulo? ¿Cuánto costaría no tener miedo a la muerte? ¿Cuánto vale poder orar al Creador del Universo sobre nuestros problemas y lograr Su ayuda para resolverlos? ¿Cuánto vale tener la garantía de que nuestras necesidades básicas serán siempre satisfechas? (Mateo 6:31-33).
La elección es nuestra. El costo es este: la transformación de nuestra vida. Nuestro rumbo en la vida debe ser cambiado. En vez de buscar nuestra propia comodidad y placer debemos buscar la manera de complacer a Dios. La recompensa es esta: vida que nunca terminará. Aun en esta vida, los beneficios son superiores a las desventajas, aunque a veces encontremos difícil apreciar esto. Finalmente, el beneficio infinito llegará cuando se nos dé vida eterna, libre de todo el sufrimiento y corrupción actuales. Si estamos dispuestos a pagar el precio, la promesa es garantizada de un modo muchísimo más seguro que cualquier otra garantía que podamos recibir. La garantía la dio Dios cuando levantó a Jesús de los muertos (Hechos 17:31).
Valentía
Decidirse por Cristo requiere valor. Cualquiera que diga que esto es fácil no entiende el costo ni el compromiso. Requiere valor decir a la gente que nos rodea: «Renuncio a todo lo que puedan ofrecer y rechazo conformarme al modo de vida de Uds.» Requiere valor, también, seguir adelante cuando nos vemos a nosotros mismos vacilantes en nuestra resolución.
Por más que luchemos para hacer lo correcto, siempre cometeremos faltas. Entonces tenemos que confiar en el perdón de nuestros pecados. Dios nos ha prometido que El nos perdonará si seguimos sinceramente su camino. El ha sellado su promesa con el nacimiento, vida, muerte, resurrección y glorificación de Jesucristo (Romanos 5:6-11).
El camino de Dios no es fácil, pero su oferta es grandiosa. Nos toca a nosotros hacer la elección correcta y tomar partido por la Verdad. Nunca estaremos solos. Nuestro precursor, Jesucristo, ha pasado por todo y ha triunfado. El nos ayudará también a triunfar.
Traducido por Nehemías Chávez Zelaya
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