Velad y Orad

¿Existe algún vigilante nocturno que duerma? Si consideramos la palabra «vigilante» solamente como título o nombre, la respuesta es sí. Pero si nos referimos al trabajo que suponemos que debe hacer un vigilante, la respuesta es no. El que vigila no puede darse el lujo de dormir. Estaría fallando en su responsabilidad y pondría en peligro tanto su propia seguridad como la de sus compañeros. Un vigilante debe vigilar.

¿Existe algún discípulo que no ora? Si consideramos la palabra «discípulo» como simple distintivo de un oficio, la respuesta es sí. Pero si tomamos en cuenta la confianza en la oración que el Maestro mostraba, y que cada discípulo también debe manifestar, la respuesta es no. Un discípulo que no ora, no está imitando a su Señor. Un discípulo que no ora, no es un discípulo. Un discípulo que ora solamente para guardar las apariencias, solamente está fingiendo ser un discípulo. El vigilante debe estar atento y despierto; el discípulo debe considerar la oración constante como vital para la salvación.

El vigilante está atento a la mañana, esperando el amanecer del gran día de Cristo y tratando de prepararse para su venida.

¿Cómo puede un vigilante velar y orar al mismo tiempo? ¿Descuidará su vigilancia mientras ora? ¿Descuidará sus oraciones mientras vigila? Ninguna de las dos cosas. La vigilancia es una actitud mental. Es un vivo anhelo por el regreso del Señor y un intenso deseo de servirlo. El fervor del vigilante proviene de su dependencia de Dios y Su palabra (Hechos 40:32) y de su constante comunión con su Padre por medio de Cristo el Salvador. Velar y orar son dos actividades interdependientes, que se apoyan una a la otra, y ambas son parte del amor por su venida (2 Timoteo 4:8).

¿Debemos contentarnos con estar atentos a las señales de los tiempos? En otras palabras, ¿es todo el trabajo del vigilante estar atento a las señales? ¡No! Una atención adecuada a estas señales es parte esencial de la formación del verdadero vigilante; pero debemos recordar que es posible estar tan preocupados con las señales como para olvidar que es al Señor a quien esperamos y no solamente las señales de su venida. Los fariseos estaban continuamente buscando y preguntando por señales, y se consideraban a sí mismos como intérpretes expertos. Pero a pesar de su vigilancia, no reconocieron al Mesías cuando vino. Debemos estar verdaderamente atentos a la venida de Cristo, pero cuidemos de no perdernos en especulaciones humanas acerca de las cosas divinas. Los verdaderos vigilantes están bien informados y sus corazones son rectos: «Hemos hallado a aquel de quien escribió Moisés en la ley, así como los profetas» (Juan 1:45). Los vigilantes de Dios prestan atención a la palabra de Dios y a su crecimiento espiritual en Cristo.

Los vigilantes se preparan para la venida de Cristo:

«Con mi alma te he deseado en la noche, y en tanto que me dure el espíritu dentro de mí, madrugaré a buscarte» (Isaías 26:9).

Los vigilantes meditan en Dios, Sus maravillas, obras y promesas, y en la seguridad de Su verdad. Los vigilantes son los recordadores de Dios:

«Los que os acordáis de Jehová, no reposéis» (Isaías 62:6).

Los vigilantes se sientan diariamente a las puertas de la sabiduría:

«Velando a mis puertas cada día» (Proverbios 8:34).

Los vigilantes leen diariamente la palabra de Dios y mientras leen, meditan y oran. La oración es la comunión del vigilante con Dios en el nombre del Señor Jesucristo. Sin la oración, fallará inevitablemente el vigilante. Pero la oración no sustituye la necesidad de guiarse por la palabra de Dios. La oración obra por medio de la fe y la fe viene de la palabra de Dios.

La oración es el refuerzo del vigilante. Es la línea vital de comunicación con Dios por medio de Jesucristo. Es un sistema de sostenimiento de vida activado por la fe en Dios a través de Jesucristo nuestro Señor. Debemos comenzar y terminar el día con una oración:

«De mañana me presentaré delante de ti, y esperaré» (Salmos 5:3).

La oración proporciona la ocasión para confesar los pecados y pedir la ayuda de Dios.

«En ti hay perdón para que seas reverenciado. Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; en su palabra he esperado. Mi alma espera a Jehová más que los centinelas a la mañana» (Salmos 130:4-6; ver también Daniel 9:4-20).

Las oraciones nos dan acceso a los ilimitados servicios de Cristo, nuestro Abogado, Mediador y Sumo Sacerdote.

«Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad. Si decimos que no hemos pecado, le hacemos a él mentiroso, y su palabra no está con nosotros. Hijitos míos, estas cosas os escribo para que no pequéis; y si alguno hubiere pecado, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 1:9-2:1; ver también Hebreos 2:17,18; 4:16 y 6:18,20).

Por medio de la oración evitamos rendirnos en nuestra carrera hacia el reino.

«También les refirió Jesús una parábola sobre la necesidad de orar siempre y no desmayar» (Lucas 18:1).

La oración es una ayuda eficaz contra la tentación. «Velad y orad para que no entréis en tentación; el espíritu a la verdad está dispuesto, pero la carne es débil» (Marcos 14:38). La oración requiere persistencia. «Orando en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia…» (Efesios 6:18).

La oración siempre es escuchada, a menos que deliberadamente demos lugar al pecado en nuestras vidas. «Tú oyes la oración» (Salmos 65:2). «Si en mi corazón hubiese yo mirado a la iniquidad, el Señor no me habría escuchado. Mas ciertamente me escuchó Dios; atendió a la voz de mi súplica» (Salmos 66:18,19). La oración nos ayuda a velar. «Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre» (Lucas 21:36; ver también Colosenses 4:2).

¡Que la oración proteja la fe que nos ha sido encomendada! (1 Corintios 15:13).

HERMANOS, ES HORA DE VELAR Y ORAR.

Traducido del inglés por Nehemías Chávez Zelaya

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¡Atienda a sus Hijos!
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