Nuestro crecimiento espiritual es una larga y tortuosa odisea, por lo que no debiera sorprendernos que la Biblia frecuentemente describa este proceso intangible utilizando relatos de viajes reales, casi como una metáfora a la inversa… Los ejemplos más conocidos son los de Abraham, quien salió de Ur de los caldeos hacia la “Tierra Prometida”, y el pueblo de Israel en su camino desde Egipto a la misma tierra de Canaán. Otro gran ejemplo que tal vez no se nos hubiera ocurrido es el de Noé, cuyo viaje fue un poco distinto – entró al arca para luego salir un año después a un mundo muy diferente a aquel del que había partido.
“Busquen y hallarán”
Un viaje menos conocido es el del eunuco etíope. Este hombre africano había recorrido 2,000 kilómetros desde su patria en Etiopía en peregrinaje al templo de Dios en Jerusalén. Cuando el historiador Lucas nos lo presenta en el capítulo 8 de los Hechos de los Apóstoles, ya va de regreso a su tierra, lamentablemente sin haber logrado saciar la profunda sed que tenía en su alma.
En su camino iba leyendo, sin alcanzar a comprender, Isaías 53:
Como oveja a la muerte fue llevado;
Y como cordero mudo delante del que lo trasquila,
Así no abrió su boca.
En su humillación no se le hizo justicia;
Mas su generación, ¿quién la contará?
Porque fue quitada de la tierra su vida.
En el capítulo anterior el profeta Isaías había dicho: “todos los confines de la tierra verán la salvación de Dios nuestro” y este extranjero de un país tan lejano anhelaba ser parte de esa salvación. Pero no alcanzaba a comprender cómo lograrlo, pues al continuar la lectura en el capítulo 53 las palabras se le volvían indescifrables, y durante su estadía en Jerusalén nadie se las había podido explicar.
Pero sin saberlo nuestro protagonista, el ángel del Señor le había mandado a Felipe el evangelista a esperar al lado de la carretera, ¡en el exacto lugar por el que etíope iría pasando al leer en voz alta estas palabras!
Al escuchar Felipe la lectura de aquella profecía se le habrá saltado el corazón en el pecho… ¿Aún este hombre del interior de África había venido a Jerusalén a buscar la salvación…? ¿Aún éste extranjero buscaba refugio en la esperanza de Israel..?
Felipe inmediatamente se le acercó a preguntarle: “¿Entiendes lo que lees…?”
El eunuco le invitó a que se subiera con él al carro y Felipe le expuso el evangelio, las buenas nuevas de la vida, muerte y resurrección del Hijo de Dios, y del establecimiento de su reino universal. Tras escuchar estas palabras de salvación, el etíope, conmovido, le suplicó a Felipe que lo bautizara de inmediato en un riachuelo por el que pasaban.
Levantándose de aquellas aguas de vida, continuó gozoso su camino.
Estos ejemplos nos desafían a que reflexionemos sobre nuestro propio camino. En esta vida tan indescriptiblemente amplia y maravillosa, con todas sus posibilidades infinitas, ¿estamos parados sin movernos, o nos levantamos cada día con el propósito de dar un paso más hacia adelante, para crecer?
“Busquen y hallarán”, nos dijo Cristo. A la persona que busca, Dios no permitirá que siga perdida.
Pero es necesario buscar. Es necesario pedir. Es necesario tocar a la puerta. Dios nos dará con generosidad y amor las cosas que persistentemente buscamos. “Si ustedes, siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos” continúa Jesús, “¡cuánto más su Padre que está en los cielos dará cosas buenas a los que le piden!”.
Así que tú, en tu propia odisea, sigue el ejemplo de aquel etíope: Lee. Pregunta. Medita en las respuestas. Entiende lo que lees, y reflexiona sobre lo que debes hacer.
Si no comprendes, o si no estás seguro de lo que debes hacer, no te preocupes, pues nunca estás solo. Dios sabe qué buscas y te ayudará.
El autor de la Carta a los Hebreos celebra la fe de Abraham porque salió de su tierra sin saber adónde iba. El destino al que Dios nos conduce excede nuestra imaginación, así que no te preocupes tanto por esa parte. Nuestra tarea de hoy es simplemente dar un paso más.