No se le ocurriría a ninguna novia, por muy enamorada que estuviera, subir a la carrera el pasillo de la iglesia en el día de su boda. De la misma manera ninguna soltera, por muy enamorada que esté, debe comprometerse en matrimonio en forma apresurada. El comprometerse no es una manera de asegurarse un novio que de otra manera podría escaparse. Cuando nos comprometemos, estamos respondiendo afirmativamente a la pregunta, «¿Irás tú con este hombre,?» o «¿Es ésta la mujer a quien estoy dispuesto a amar y sostener, y la mujer que deseara que fuera la madre de mis hijos?»
Del noviazgo al matrimonio
¿Por qué debe haber un período de noviazgo antes del matrimonio? ¿Por qué no casarse inmediatamente? ¿Por qué perder tiempo esperando varios meses? En Inglaterra, el veinte por ciento de la actual generación ha respondido a estas interrogantes a su propia manera. Simplemente evitan todas las formalidades, tanto el noviazgo como el matrimonio mismo, conviviendo con la persona preferida del momento. En los países latinos esto se conoce como «acompañarse,» aunque en algunos casos los «compañeros de vida» de los países latinos forman una unión más estable que las parejas de otros países que simplemente cohabitan.
La cohabitación y sus consecuencias sugiere una respuesta a la pregunta, «¿Por qué debe haber un período de noviazgo antes de casarse?» No hay ninguna seguridad en la mera cohabitación. En tal arreglo no hay ningún compromiso de abstenerse de relaciones con otras personas, ninguna promesa de formar una unión permanente. Si aparece otra persona más atractiva, si un miembro de la pareja simplemente se cansa del compañero del momento, si la vida se vuelve difícil o si sucede un discusión fuerte, es fácil deshacer tal alianza.
Cristo y su novia son totalmente diferentes: él murió por ella y ella desea vivir únicamente para él. El noviazgo es el período de preparación para tal forma de vida. Cualquier amorío o interés anterior debe olvidarse porque ya son ajenos al nuevo compromiso. Ya no se nos permite «enamorar» a otro miembro del sexo opuesto o pasar momentos íntimos con él o ella. De la misma manera que un soldado dedica su vida para servir a su patria, regimiento, batallón y compañeros, nosotros al comprometernos en matrimonio estamos dedicando nuestra vida entera a la persona con quien hemos prometido casarnos.
Ajustes mutuos
Desde el momento que formalizamos nuestro compromiso matrimonial, nuestros pensamientos se concentran en la preparación para la boda. Discutimos los propósitos y detalles de la vida matrimonial, cualquier modificación que tendremos que efectuar en nuestros hábitos y modos de vida, y las implicaciones de que ambos esposos trabajemos o que sólo el esposo salga a trabajar. Todo esto debe realizarse simultánea y armoniosamente con nuestra vida en la Verdad. Nuestro compromiso matrimonial debe estar sujeto a nuestra lealtad a Cristo. Pertenecemos a él antes, después y más allá de lo que pertenecemos el uno al otro.
A medida que nos preparamos para formar un hogar, también debemos preparar en el hogar un lugar para Jesús. Más aún, si consultamos todos nuestros arreglos con Dios por medio de la oración, buscando su dirección y bendición, El nos ayudará a formar un verdadero hogar. Sigue siendo válido el viejo dicho:
Cristo es la Cabeza de este hogar,
El huésped invisible en cada comida,
El testigo silencioso de cada conversación.
Si nosotros hacemos de estos principios nuestra forma de vivir durante el noviazgo seremos ricamente bendecidos.
La vasta mayoría de las personas del mundo que se casan hoy en día ya sostuvieron relaciones sexuales con una o más personas. En otras palabras, cuando se casan no hay ninguna consumación única y gozosa del matrimonio. En su lugar, existe el temor furtivo e inexpresado de que la promiscuidad continúe aún después del matrimonio.
Aun cuando nos hemos comprometido en matrimonio, no estamos en libertad de complacernos sexualmente. El matrimonio es un pacto o alianza dentro de la cual la unión física es una expresión de amor total dentro de lazos permanentes, y en el debido tiempo puede que el hombre y su mujer produzcan hijos. Si recordamos estas cosas, no pondremos en peligro esta felicidad perfecta, permitiendo que nuestro amor y la expresión de nuestra atracción física nos lleven prematuramente al territorio del matrimonio mismo, tierra en la cual aún no hemos entrado.
En el mundo que nos rodea, donde la promiscuidad se considera normal, todo matrimonio está amenazado por el creciente peligro de que en el transcurso de alguna relación anterior, uno de los cónyuges pueda haber contraído el SIDA. Si no hay castidad tanto antes como después del matrimonio, no puede haber seguridad de que uno de los esposos no contamine al otro. Cuán sabia es, entonces, la decisión del discípulo fiel que vive correctamente y escoge a su pareja dentro de los lazos de la hermandad!
Arreglos para la boda
Al escoger quién dirigirá el servicio de matrimonio, le será a los novios de gran ayuda elegir a un hermano que esté dispuesto a dedicar bastante tiempo antes de la boda hablando con ellos sobre todos los aspectos de la vida marital: la pareja misma, los padres, el hogar, el trabajo, el manejo del dinero, la forma de resolver problemas y desacuerdos, la vida de la iglesia, la hospitalidad, Cristo como centro de hogar, el uso del tiempo libre, la necesidad de que los esposos aparten tiempo para cultivar su relación personal, la procreación y educación de los hijos, y otras muchas cosas. Lo más indicado es elegir para este propósito a una pareja de hermanos confiables que les hablarán sincera y francamente y en forma confidencial.
Tomaremos sabias decisiones acerca del día de la boda si imaginamos que Cristo está haciendo los arreglos para nosotros. En ese caso, el servicio será una acto de adoración, y no solamente un espectáculo ostentoso, teniendo a Jesús como principal invitado, sin que haya en la ceremonia nada que lo haga sentirse incómodo.
Toda novia desea embellecerse para aquel día, y todo esposo desea verla hermosamente ataviada. Pero una belleza modesta y un atavío moderado son más hermosos que la mera elegancia mundana. ¿Cómo nos vestiríamos si Cristo fuera el esposo?
Hoy en día no es poco común que el costo de una boda alcance cifras elevadas. Tampoco es raro endeudarse. Pero después de cierto punto la extravagancia sustituye a la gozosa moderación, y nosotros no debemos llegar hasta allí ni desear hacerlo. Un matrimonio sólido no consiste en el exceso de efímero materialismo o en la abundancia de regalos costosos, como tampoco un hogar está constituido por los adornos de la casa.
Debe reservarse un lugar de honor para Cristo en la recepción. ¿Desearía Cristo que hubiera música popular? ¿O que se sirvieran bebidas alcohólicas? Una vez más, si tomamos la sabia decisión de escoger a nuestra pareja de entre los hermanos de la iglesia, nuestra boda será tanto un día para Jesús como un día para nosotros mismos.
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