Durante los tres años de la predicación de Jesús la Escritura nos dice que su método de enseñanza era por medio de parábolas, y si alguien quería saber más del asunto o tener más clara la enseñanza solo tenía que preguntarle a Jesús.
Sin embargo, las autoridades religiosas del momento eran muy orgullosos y no le preguntaban…
Consideremos la famosa parábola del sembrador, en Marcos 4:
«He aquí, el sembrador salió a sembrar; y al sembrar, aconteció que una parte cayó junto al camino, y vinieron las aves del cielo y la comieron. Otra parte cayó en pedregales, donde no tenía mucha tierra; y brotó pronto, porque no tenía profundidad de tierra. Pero salido el sol, se quemó; y porque no tenía raíz, se secó. Otra parte cayó entre espinos; y los espinos crecieron y la ahogaron, y no dio fruto. Pero otra parte cayó en buena tierra, y dio fruto, pues brotó y creció, y produjo a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.
El que tiene oídos para oír, oiga.»
Seamos la buena tierra
Siguiendo la lectura, Marcos no dice que cuando estuvo solo los que estaban cerca de él con los 12 le preguntaron sobre la parábola.
Nos damos cuenta que sus discípulos eran un grupo de seguidores, aparte de los 12 apóstoles, que estaban con Jesús. Estos discípulos eran personas deseosas de aprender. A ellos les explicaba lo que no entendían. A estos les dice que «a vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; más a los que están fuera, por parábolas todas las cosas».
Cuando Jesús explica la parábola del sembrador TODOS nosotros nos identificamos con la buena tierra.
Puede ser cómodo si nos restringimos a una sola cosecha, pero recordemos que las cosechas en la tierra son cíclicas y si queremos que la parábola tenga vigencia práctica en nuestras vidas debemos vernos como tierras que son sembradas diariamente con la palabra.
Esta es la explicación que da Jesús:
«El sembrador es el que siembra la palabra. Y éstos son los de junto al camino: en quienes se siembra la palabra, pero después que la oyen, en seguida viene Satanás, y quita la palabra que se sembró en sus corazones. Estos son asimismo los que fueron sembrados en pedregales: los que cuando han oído la palabra, al momento la reciben con gozo; pero no tienen raíz en sí, sino que son de corta duración, porque cuando viene la tribulación o la persecución por causa de la palabra, luego tropiezan. Estos son los que fueron sembrados entre espinos: los que oyen la palabra, pero los afanes de este siglo, y el engaño de las riquezas, y las codicias de otras cosas, entran y ahogan la palabra, y se hace infructuosa. Y éstos son los que fueron sembrados en buena tierra: los que oyen la palabra y la reciben, y dan fruto a treinta, a sesenta, y a ciento por uno.» (Marcos 4:14-20).
Es muy útil para nosotros considerarnos tierras que diariamente deben ser cosechadas. Es muy probable que la semilla de algún día caiga en una tierra no preparada y haya sido infructuosa, porque los afanes de la vida o los intereses particulares la contaminaron.
La calidad de la tierra depende de nosotros. Debemos ser tierra buena, y para ello hay que trabajar duro todos los días y abundar en buenas cosechas diarias. En la vida real existen buenas y malas cosechas pero no debemos decepcionarnos, pidámosle al Padre que nos ayude a lograr buenas cosechas diarias, que demos frutos al treinta, al sesenta y al ciento por uno.
Manuel F