Capítulo 11:

“Yo Te He Engendrado Hoy»

(Hebros 1:5)

Ahora nos dirigimos a dos frases que encontramos en el Credo Niceno para examinar el asunto de la fe bíblica acerca del nacimiento de Jesús. el símbolo de fe dice del Hijo de Dios ‘…Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no hecho…por nuestra salvación descendió y se encarnó, se hizo hombre…’  en esta parte del símbolo encontramos dos frases: ‘engendrado’ y ‘se encarnó’, las cuales vamos a estudiar en los dos capítulos siguientes. En este capítulo enfocamos la primera. Según lo que hemos estudiado en el capítulo anterior, es tiempo de afrontar el tema del logos que se asocia con el dogma de la encarnación. 

Durante este discurso reconocemos lo que la Biblia expresa con respecto de la concepción de Jesús cuando examinamos el dogma ortodoxo que dice que el Hijo ‘es generado por toda la eternidad’. Luego seguimos con un estudio de dos declaraciones bíblicas de la carta a los Hebreos. Lo hacemos para entender el significado de la naturaleza del Hijo de Dios sin dejar de ser Hijo del Hombre. Aunque parecen ser contradictorios, nos llevarán a una conciliación de los dos aspectos de su naturaleza para que gloriemos en el conocimiento que es el Señor de Vida.

Por medio del Espíritu Santo – el poder/aliento de Dios – que actuó sobre María, ella pudo concebir a Jesús sin haber tenido relación con un hombre. De modo que José no fue el padre de Jesús. La referencia viene del evangelio de Lucas:

 “Respondiendo el ángel, le dijo: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por lo cual también el Santo Ser que va a nacer será llamado Hijo de Dios.(Lucas 1:35)

Por medio del uso que Dios hizo de Su Espíritu sobre María “por lo cual también el Santo Ser” que había de nacer de ella, fue llamado hijo de Dios. Notamos la frase “por lo cual” implica que si el Espíritu Santo no hubiera actuado sobre las entrañas de María, Jesús, el Hijo de Dios, no podría haber tenido existencia.

Sin embargo de los ortodoxos comprendemos que

“…Dios Padre es Dios conociéndose a Sí mismo; Dios Hijo es la expresión del conocimiento que Dios tiene de Sí. Por ello, la segunda persona de la Santísima Trinidad es llamado Hijo, precisamente porque es generado por toda la eternidad, engendrado en la mente divina del Padre” (Sada 2004, pág. 2).

Aquí somos conducidos a la enseñanza conocida como la ‘eterna generación’.  Se dice que la primera persona de la trinidad se caracteriza por ser engendrador, por generación espiritual, de un hijo, que es la segunda persona de la Deidad. Esta generación se realiza desde la eternidad como expresión infinita de la verdad del Padre en un Verbo o Palabra (Lacueva 1989, pág.152).

La ‘eterna generación’

Es apropiado aquí señalar brevemente como entendemos lo que opinan los trinitarios del tema del logos. Efectivamente, con respecto al primer capítulo de Juan, se dice que Juan está pensando en lo que se conoce como la preexistencia de Cristo. Por ejemplo, “Si la palabra (Verbo) estaba con Dios antes que empezara el tiempo, si la palabra es parte del esquema eterno de las cosas, esto quiere decir que Dios ha sido siempre como Jesús.” (Barclay 1995, pág. 51). Nos enseñan entonces al decir que Él es el Padre desde la eternidad, o llamarle Padre Eterno, entendemos que el Hijo es igualmente eterno, engendrado por el Padre desde la eternidad. El carácter eterno de la paternidad significa que la filiación (esto es, la descendencia, calidad o estado del Hijo) también es eterna.

El relato sobre el origen y la vida del Cristo no da ninguna razón para pensar que el Hijo existía como la segunda persona de la trinidad antes de su nacimiento. Dos veces se recalca que Jesús sería el Hijo de Dios al nacer.

“Será llamado hijo del altísimo…será llamado Hijo de Dios” (Lucas 1:31-35).

Evidentemente, según el anuncio del ángel Gabriel, el Hijo de Dios no existía antes de su nacimiento. Debemos tomar nota del tiempo futuro en el anuncio – “será grande”. Si Jesús ya existía físicamente cuando el ángel le dijo estas palabras a María, eso implicaría que Él ya era grande. Sin embargo, la crítica está dirigida hacia nosotros porque opinamos así. Los trinitarios explican que es el resultado de nuestro mal entendimiento y de la confusión que tenemos entre dos actos, la ‘generación orgánica’ y la ‘generación espiritual’. Se usan también otros términos para aclarar esta idea, y nos es útil incluir los dos actos aquí:

  • Lo orgánico con lo espiritual
  • La transeúnte (que reside temporalmente) con lo inmanente (que es inherente a un ser o propio de su naturaleza)
  • Lo temporal con lo eterno

Para captar mejor el significado de estos supuestos dos actos de la generación, escuchamos el razonamiento de Lacueva (1998, págs. 152-153):

“…la generación orgánica es un acto necesariamente transeúnte, en los dos sentidos que esta palabra tiene:

(a) porque un hijo orgánico sale de los padres, ya que tiene su propia naturaleza, específicamente semejante, pero distinta numéricamente (no sólo es una persona distinta, sino un hombre distinto de su padre);

(b) el acto de la generación es algo transitorio, en que una causa produce efecto y este efecto puede seguir existiendo después que haya desaparecido la causa: una vez engendrado, el hijo existe, se sobrevive, aunque el padre deje de existir; una vez nacido, puede sobrevivir a la muerte de la madre.

En cambio, en Dios, la generación del Hijo es un acto inmanente, en los dos sentidos que tiene esta palabra:

(a) porque el Hijo de Dios – según su eterna naturaleza divina – permanece en el seno del Padre (Juan 1:18) que lo engendra; no es un efecto exterior a una causa, sino un ‘concepto’ sustancial, personal, dentro de la mente del padre que lo piensa y lo expresa;

(b) porque el Hijo de Dios es tan eterno como el Padre, precisamente porque, mientras el Padre tenga una mente activa, engendrará un logos que exprese su actividad mental de un modo exhaustivo. Así, una mente eternamente en acto engendra un logos eterno.”

Por consiguiente respondemos. La Palabra de Dios refleja su propósito, el cual ha sido declarado en todo el Antiguo Testamento.  La Palabra Divina es Dios mismo alcanzando al hombre con la fuerza, el dinamismo de una voluntad de salvación. Hasta qué punto es cierto, se muestra en hechos 13:27, donde se habla de Jesús en paralelo a las palabras de los profetas del Antiguo Testamento:

“[los judíos] no conociendo a Jesús, ni las palabras de los profetas”.

Cuando nació Cristo, toda la Palabra de Dios se expresó en la persona de Jesucristo. Logos puede referirse estrictamente al pensamiento interior que se expresa exteriormente en palabras y otra forma de comunicación. En el principio, Dios tenía este ‘logos’. Este propósito singular estaba centrado en Cristo pero no quiere decir que Cristo existió como una persona, la Segunda Persona de la Trinidad.  Jesús era el pivote central del evangelio, que Dios:

“…había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras: evangelio que se refiere a su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje (creado por procreación) de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos.” (Romanos 1:1-4)

Aconseja Trenchard (1976, pág. 74), aunque trinitario:

“No es necesario adoptar la idea de orígenes sobre la ‘generación eterna’ del hijo – que no pasa de ser un concepto teológico, que no se base sobre ninguna declaración bíblica – sino sólo recordar que los términos humanos han de entenderse dentro de la revelación sobre la Deidad que se nos ofrece en la totalidad de las sagradas escrituras.”

Léon-Dufour (1997, pág. 97) subraya la misma reacción y añade una interpretación de Juan 1:1

“estaba junto a Dios”: “Es dudoso que pueda leerse en este texto, a pesar de que así lo hacen muchos padres griegos, la generación eterna del Hijo; se trata de su misión, la que Jesús proclama más tarde cuando diga: “Yo he salido del Padre” (Juan 16:27).”.

Dos puntos de vista diferentes

Para Arrio:

“Solamente puede ser admitido un único engendrado, que es el Padre; si el Verbo fuese también, se seguiría de aquí la destrucción de la unicidad divina porque tendríamos dos engendrados, sin principio, dos dioses en el sentido estricto. Luego el Padre es anterior al Verbo y hubo un tiempo en el que el Verbo no existía. El Verbo comenzó a existir cuando fue engendrado.”. (Ibáñez 1979, pág.72).

Vemos entonces el resultado de esta forma de pensar. En la mente de Arrio,

“Dios no fue siempre Padre; existió un tiempo en el que todavía no era Padre; y, por tanto, Dios existió solo. Cuando le agrado crearnos, hizo antes un ser llamado Verbo, Sabiduría, Hijo, para, gracias a Él, producirnos a nosotros.”

Por eso se deduce que sólo el Hijo (el Verbo) fue creado inmediatamente por el Padre. Dado que todas las cosas fueron hechas por el Verbo, se deduce que el Espíritu Santo es hechura del Verbo, criatura superior a todas las otras cosas ya que se encuentra en el ámbito de la Trinidad, pero inferior al Hijo’. (Ibáñez 1979, págs.72-73).

El arrianismo estaba destinado a sobrevivir durante varios siglos, como forma de cristianismo de algunos pueblos germánicos. La acción de misionera del obispo Úlfilas, ordenado por Eusebio de Nicomedia, y su traducción de la Biblia gótico, fue decisiva para la conversión de los godos al arrianismo y su extensión a otros pueblos barbáricos.

Dentro del Concilio Ecuménico de Constantinopla (381 d.C.), se dejan intactas las declaraciones realizadas en el Concilio de Nicea, como son:

‘…creador del cielo y de la tierra, unigénito antes de todos los siglos, Dios de Dios, Luz de Luz, de la misma sustancia del Padre’.

La gran importancia del Concilio de Constantinopla se basa más bien en los nuevos enunciados sobre el Espíritu Santo.  Así, se agregan las siguientes implicaciones:

‘Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los profetas.’

De esa forma el Concilio condena las aberraciones de los arrianos.

Recordamos que el Dios de Filón es absolutamente trascendente y puesto que lo concibe como un ser impasible. Notamos aquí la influencia platónica. Siendo impasible entonces, la relación entre Dios y el mundo requiere otros seres intermedios.  Aquí precisamente, según Filón tenemos el principal de estos seres: es el logos o verbo, que fue creado por Dios antes de la creación del mundo. Según González (1992, pág. 44) Filón incorpora a su doctrina del logos ciertos elementos estoicos, de modo que identifica también al logos con la razón que constituye la estructura de todas las cosas. A fin de explicar estas dos funciones del logos, Filón introduce la distinción entre el verbo interior y el verbo pronunciado. La distinción es la misma que existe entre la palabra pensada y la palabra proferida. El verbo interior corresponde al mundo de las ideas, mientras que el verbo exterior corresponde a la razón que sirve de la estructura a este mundo material. El logos de Filón es un ser distinto e inferior a Dios. 

Buscando otra expresión de la persona de Cristo

(Referencia: Hermano Len Richardson (1990) Balancing the Book – A Study of Biblical Paradoxes)

Hay dos referencias bíblicas de la persona de Cristo que vamos a considerar:

«Hecho tanto superior a los ángeles» (Hebreos 1:4).

«Le hiciste un poco menor que los ángeles» (Hebreos 2:7).

Estos dos versículos resumen los argumentos acerca de la persona de nuestro Señor que han atormentado y dividido a la iglesia cristiana durante siglos. Desde los primeros ‘concilios’ de la Iglesia Católica, los obispos propusieron una declaración en la doctrina de la Trinidad que sólo sirve para confundir más el tema. Cualquier esfuerzo por «definir» la relación de Dios el Padre con su Hijo Jesucristo está cargado de dificultades, y casi inevitablemente lleva a una disputa continua. Aun cuando es posible aceptar los hechos bíblicos básicos sobre su nacimiento milagroso, el vocabulario humano es incapaz de expresar todo lo que eso significa, o de definir en términos precisos la relación del Hijo de Dios sin dejar de ser Hijo del Hombre, y que ahora es el Señor de Vida.

Los dos versículos citados (Hebreos 1:45 y 2:7), aunque parecen ser contradictorios, nos llevarán a una conciliación de los dos aspectos de su naturaleza.

La Supremacía de Jesús

El tenor de la carta a los Hebreos es una exposición de la supremacía de todas las cosas en Cristo. Con respecto a la Ley de Moisés, Cristo es un mejor «Sumo Sacerdote». Es un «pacto» establecido en «promesas mejores». Trae una «esperanza mejor». Su sangre habla de «cosas mejores». Cristo ha abierto un nuevo y mejor «camino» hacia Dios. Por eso en el primer capítulo, el escritor establece la preeminencia de Cristo, incluso sobre los ángeles.

«Hecho tanto superior a los ángeles, cuanto heredó más excelente nombre que ellos» (Hebreos 1:4).

El escritor sigue con varias citas de las escrituras del Antiguo Testamento para mostrar entonces que el «Mesías», de quien se habla proféticamente, llegaría a ser Señor de todos. La primera de estas citas proviene de Salmos 2:

«Porque ¿a cuál de los ángeles dijo Dios jamás: ¿Mi hijo eres tú, Yo te he engendrado hoy?» (Hebreos 1:5).

Entonces cita Salmos 45, otra vez una profecía del Mesías:

«Tu trono, oh Dios, por el siglo del siglo […]. Has amado la justicia, y aborrecido la maldad, por lo cual te ungió Dios, el Dios tuyo, con óleo de alegría más que a tus compañeros» (Hebreos 1:8).

Estas palabras se dirigen «al Hijo» a quien se atribuye el nombre de Dios, aunque nosotros notamos que es «Tu Dios» (el Eterno Padre) quien ha ungido al Hijo así y le ha dado preeminencia, «sobre tus compañeros».

La tercera cita es de Salmos 102:25, en la que el Salmista aplica a Jesús las palabras que claramente se usaron originalmente para describir la naturaleza eterna de Dios mismo.

«Tú, oh Señor, en el principio fundaste la tierra…» (Hebreos 1:10).

Esto está en armonía con otros ejemplos de los propios atributos y títulos del Señor que en el Nuevo Testamento, se aplican a Jesucristo, su Hijo. Porque él «heredó más excelente nombre» que los ángeles (Hebreos 1:4), dice el escritor de Hebreos. Ellos son «espíritus ministradores» (Hebreos 1:14) aun cuando él es el Hijo de Dios no podemos ni debemos tratar de minimizar la importancia de la persona de Jesucristo en el plan de Dios. Negar su deidad no es negar su divinidad. Su herencia divina como el Hijo de Dios, que lo hace único y supremo en toda la creación, se encuentra por todas partes como se ilustra en los siguientes pasajes:

«Porque ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo que por amor a vosotros se hizo pobre, siendo rico, para que vosotros con su pobreza fueseis ricos» (2 Corintios 8:9).

«Él es la imagen del Dios invisible, el primogénito de toda la creación… y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia; él que es el principio, el primogénito de entre los muertos, para que en todo tenga la preeminencia» (Colosenses 1:15-18).

«Porque tal sumo sacerdote nos convenía: santo, inocente, sin mancha, apartado de los pecadores, y hecho más sublime que los cielos» (Hebreos 7:26).

Hay muchas referencias similares que exaltan la gloria del Hijo de Dios, y dan énfasis a lo que está escrito en Hebreos 1, que Jesucristo es mejor que los ángeles. ¿Por qué entonces el mismo escritor en la misma Epístola dice:

«Le hiciste un poco menor que los ángeles» (Hebreos 2:7)?

La humanidad de Jesús

Quizás tenemos una indicación al dilema en Hebreos 1:3-4. En estos versículos aprendemos que la gloria del Hijo fue hecho posible por medio de la Cruz.

«El cual, siendo el resplandor de su gloria, y la imagen misma de su sustancia, y quien sustenta todas las cosas con la palabra de su poder, habiendo efectuado la purificación de nuestros pecados por medio de sí mismo, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, hecho tanto superior a los ángeles…»

Es después de su sufrimiento y crucifixión, y por su resurrección gloriosa y ascensión, que él llegó a ser Señor de todos, bajo Dios su Padre.

«¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria”? les preguntó Jesús a sus queridos discípulos después de su resurrección (Lucas 24:26).

Para ser el Redentor y Salvador de hombres, era necesario que Jesús llevara su naturaleza humana. Este es el argumento de Hebreos 2. No eran los ángeles los que necesitaban la redención, sino la humanidad,

«Por lo cual debía ser en todo semejante a sus hermanos…» (Hebreos 2:17).

Para que él, explique el escritor, pudiera llegar a ser

«fiel sumo sacerdote en lo que a Dios se refiere, para expiar los pecados del pueblo».

Aunque él era de hecho, y en cada sentido, el Hijo de Dios, «el heredero de todo» (Hebreos 1:2), sin embargo todavía era «un poco menor que los ángeles […] a causa del padecimiento de la muerte» (Hebreos 2:7-9).

Las palabras están tomadas de Salmos 8 en el cual el poeta del Antiguo Testamento ve el gran panorama del propósito de Dios en la Creación. El «hombre» debía tener domino sobre todas las cosas que el Señor había hecho (la referencia en Salmos 8:6 es al decreto divino originalmente hecho en Génesis 1:26). Adán estropeó la «imagen» divina, y por eso estas promesas se cumplirían en un nuevo hombre que Dios habría de proveer, y en quien se harían «todas las cosas» para finalmente reflejar la gloria del Creador.

Sin embargo, para efectuar esta liberación y salvación para la raza humana, el Hijo de hombre tendría que morir; y sólo por su conquista de la muerte, y su retomo en gloria, se habría cumplido el propósito original de Dios, y

«todas las cosas le sean sujetas» (Hebreos 2:8).

Esa era la razón por la cual Jesús el Hijo de Dios fue hecho

«un poco menor que los ángeles»,

y vino como un hombre, nacido de María por el poder del Espíritu Santo.

Como Hijo de Dios, Jesucristo era único. Pero como Hijo del Hombre, él compartió nuestra naturaleza y

«fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado» (Hebreos 4:15).

Hay una referencia encantadora a esto en la carta de Pablo a los Filipenses en la cual insta a los cristianos a que intenten desarrollar la mente y carácter de su Señor que, aunque él era el Hijo de Dios por nacimiento,

«el cual siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres; y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de la cruz» (Filipenses 2:6-11).

En estas palabras maravillosas nosotros vemos al Señor Jesús hecho

«un poco menor que los ángeles […] a causa del padecimiento de la muerte».

Pero en lo que sigue en la cita de Filipenses lo vemos que fue «hecho superior a los ángeles».  Pablo sigue:

«Por consiguiente Dios lo levantó a las alturas, y dio en él el nombre sobre todos los nombres que al nombre de Jesús cada rodilla debe arquear, – en cielo, en tierra, y en las profundidades – y cada lengua confiesa, Jesucristo es Señor, a la gloria de Dios el Padre» (Filipenses 2:9).

Que Jesús fuese hecho «un poco menor que los ángeles» es causa de gran agradecimiento, porque por haber sido «hecho semejante a los hombres» puede ser nuestro Salvador y Redentor, nuestro Intercesor y Socorro. Porque él superó la debilidad humana y soportó el sufrimiento de la Cruz, ha sido exaltado y glorificado, para que él sea ahora superior a los ángeles. Un día regresará a la tierra para que «todo [le sea] sujetado bajo sus pies». Luego todo será sujeto a la voluntad del Padre, y por eso Jesús será adorado como la cabeza y primogénito de la Creación nueva de Dios.

Un resumen

Las declaraciones divinas a María y José contenían las noticias más transcendentales. Un niño había de nacer con un grandioso destino. El Mesías no era un ser eterno, co-igual con el Padre, sino una persona humana para ser revelada a la hora señalada. No sólo reinaría en el trono de David para siempre, sino que también ‘salvaría a su pueblo de sus pecados’.

El origen del niño se recalca claramente en la Biblia. María había de ser la madre, pero José no había de ser el padre.  El niño sería concebido porque “el poder del Altísimo”. “el Espíritu Santo”, se aplicaría a María para llevar a cabo la maravilla.

Es muy claro que Jesús es el Hijo de Dios en virtud de haber sido engendrado divinamente en aquel momento en la historia del mundo. Rechazamos, sin embargo, lo que muchos de los Padres de la Iglesia exponen ante el público: el dogma de la ‘generación eterna’. El hijo llegó a ser cuando fue concebido según lo que leemos en los evangelios de Mateo y Lucas. No es un caso de un ser generado por toda eternidad.  Y así “una virgen concebirá” y su hijo será llamado “Hijo de Dios”. Esta es la clara enseñanza bíblica acerca del nacimiento virginal de Cristo.

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