Cuando Dios creó al hombre – y lo vio solo – pensó para sí mismo «no es bueno que el hombre esté solo» y creó a la mujer.
Hubo por parte de Dios indicaciones hacia el hombre y su mujer acerca de los animales de los cuales cuidarían y sobre el huerto del Edén, lugar donde vivían. Pero también hubieron advertencias: «De todo árbol de huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque ciertamente morirás» (Génesis 2:16,17).
Cuidémonos de los malos consejeros
Estando sola Eva, la serpiente (que es descrita como muy astuta) habla con ella acerca de la advertencia que Dios les había dado y le dio su punto de vista:
«No morirás, si no que sabe Dios que el día que comáis de el serán abiertos vuestros ojos y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:4-5)
¿Y que pasó con Eva al oír esto? Escuchó la opinión de la serpiente y sus ojos vieron que el árbol era agradable y codiciable para alcanzar sabiduría y tomó y comió y le dio también a Adán quien comió así como ella, dejando a un lado la advertencia de Dios sobre las consecuencias lo que pasaría.
Fue una elección muy triste y todo el desenlace que provocó no solo fue la sentencia de muerte sino también el nacimiento del sufrimiento, los dolores y la enemistad.
Tal parece que no siempre los consejos, comentarios o puntos de vista – aunque suenen buenos – son convenientes, y mucho menos si estos están separados de las leyes que Dios nos ha dado a todos.
Debemos cuidarnos de los malos consejeros o de aquellos a quienes acudimos para recibir una guía cuando nos sentimos solos, angustiados o no sabemos qué hacer – pues siempre hay cosas que necesitamos resolver y recurrimos a alguien para pedir consejos.
Un consejo es una recomendación o exhortación, y su función es de darnos luz – una guía – en diferentes circunstancias y así ayudarnos a salir de X situación. Pero hay personas que en lugar de ayudarnos nos hunden más. Estos son los que producen malos consejos y Dios nos dice que nos alejemos de ellos, en las palabras de Pablo «si no que en efecto os escribí que no anduvierais en compañía de ninguno que, llamándose hermano, fuere fornicario, o avaro, o idólatra, o maldiciente, o borracho, o ladrón, con el tal, ni siquiera comáis…» (1 Corintios 5:11)
Ver lo que ven nuestros ojos y no más allá, escuchar lo que suena agradable o que nos favorece en el momento, nos hace que olvidemos las leyes de Dios y que es a Él a quien debemos de orar para pedirle guía antes de tomar cualquier decisión.
Podemos tener el mejor amigo del mundo, pero nuestro verdadero refugio, consolador y consejero es Dios, quien siempre nos ofrece incondicionalmente su ayuda, y debemos de considerar el olvidar nuestros propios intereses y nuestro amor propio, ser obedientes y mansos para poder escuchar los consejos que Dios nos brinda muchísimas veces a través de otras personas. Y el amor que Dios nos tiene ha sido expresado desde el inicio de los tiempos en la creación misma que hizo todo lo que necesitamos para poder vivir tranquila y pacíficamente. Pero la más alta expresión de su amor para con nosotros se manifestó en la provisión de poder alcanzar la vida eterna a través de su amado hijo Nuestro Señor Jesucristo.
Oigamos atentamente los buenos consejos de Dios y todo el amor que nos tiene, y no olvidemos la advertencia de Santiago:
«¡Oh almas adulteras! ¿No sabéis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? Cualquiera pues que quisiera ser amigo del mundo se constituye enemigo de Dios.» (Santiago 4:4)
Consideremos estas palabras de Pablo:
«Por nada estéis afanosos si no sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego con acción de gracias. Y la paz de Dios que sobrepasa todo entendimiento guarde vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesus.» (Filipenses 4:6-7)
Una de las grandes necesidades humanas es la paz interior. Esta clase de paz no es la externa, si no la interna. Podemos estar en un ambiente tranquilo, apacible, y sin embargo, no tenemos paz. Es como estar en medio de un grupo de personas y aun así nos sentimos solos.
La paz interior que Dios nos ofrece, por el contrario en medio de una gran confusión o situaciones de adversidad, puede mantenernos en calma. La paz, habla la Biblia, es espiritual, algo que nuestro mundo actual no nos puede ofrecer.
Jesús vino para ofrecernos paz total a todos los hombres. “La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tengan miedo. (Juan 14:27)
Tanta confusión corre a través de la historia hasta hoy en día, haciendo muy difícil dejar a un lado todos los rumores que escuchamos en nuestro entorno; y si hablamos con nuestro vecino o compañero de trabajo, no son distintos los rumores, y nos trae aflicción de espíritu.
Pero nosotros debemos de tener presente en todo momento que Dios es nuestra guarda, nuestro consejero, el único que puede brindarnos un futuro mejor – en su reino – el cual debemos de saber esperar pacientemente y con firme Fe porque lo ha prometido.
-Lorena