Ayer hicimos planes. Ayer tuvimos intenciones. Hoy, ese ayer se ha desvanecido y en su lugar se ha levantado ante nosotros otro horizonte – un horizonte impredecible, bajo suspenso… Temerosos nos preguntamos – y todo esto ¿en qué va a terminar?
Cuando el telón se abre sobre nuestro mundo en Génesis 1 todo despega super bien. Dios se presenta como un Dios de orden, creando un espacio en el que todas las cosas tienen su lugar, su papel, su propósito. El único Dios Todopoderoso formó de la nada un universo de belleza, armonía y abundancia.
Ya no habrá muerte ni llanto
Pero si de Génesis saltamos directamente al final del libro, en Apocalipsis 21 leemos:
«¡Aquí, entre los seres humanos, está la morada de Dios! Él acampará en medio de ellos, y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios. Él les enjugará toda lágrima de los ojos. Ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento ni dolor, porque las primeras cosas han dejado de existir… Al que tenga sed le daré a beber gratuitamente de la fuente del agua de la vida. El que salga vencedor heredará todo esto, y yo seré su Dios y él será mi hijo.
¡Qué emocionante contar con un futuro en el que Dios morará entre nosotros, donde beberemos libremente agua de vida!
Pero a la vez nos preguntamos – ¿Qué pasó..? ¿Cómo es que de la armonía y belleza sembrada al principio de todo se produjo esta cosecha de lágrimas, muerte, llanto y dolor…?
La Biblia es la historia de como la humanidad transita el camino de la inocencia al conocimiento, del conocimiento al fracaso, del fracaso a la redención, y de la redención a nueva vida.
Esa es también nuestra historia personal.
La Biblia ha persistido al centro de los hogares de incontables millares durante más de 3000 años porque al leerla, universalmente reconocemos en el centro de nuestro ser que es Verdad. No sólo “verdad” en el sentido de ser históricamente verídica, de referirse a lugares y personas que realmente existieron, de resumir una serie de “doctrinas” correctas – sino Verdad en un sentido mucho más total, que abarca esas cosas y muchísimo más. La Biblia es Verdad en que trata las realidades más profundas de nuestra existencia como sólo podría hacerlo el inventor, creador y autor de la vida misma.
Y una de las verdades que con los años aprendemos a aceptar es que la experiencia, sabiduría y madurez se ganan con lágrimas y sudor. No hay otra manera. Con los años eventualmente reconocemos que las cosas que realmente tienen valor profundo – la paciencia, el amor, la tolerancia, la humildad, la mansedumbre, la generosidad – son características que se revelan y purifican solamente bajo el fuego de la prueba.
El consuelo de la Biblia es que reconoce plena y francamente las duras realidades de nuestra existencia, y nos asegura que no son permanentes. No nos sorprendamos que la vida es difícil y la injusticia nuestra compañera constante, pues el acontecimiento central del texto – ¡el centro de la historia misma! – es el homicidio cruel de la única persona perfectamente amorosa y justa que ha vivido.
Pero la justicia de Dios no permitió que aquel hombre permaneciera muerto, y se levantó de la tumba a una nueva vida sin límites. Y la gracia de Dios nos permite asirnos de él para también salvarnos.
Todo esto, ¿en qué va a terminar…? Terminará en mundo sin lágrimas, sin llanto, sin lamento, sin dolor. Un mundo en el que Dios camina diariamente entre nosotros.
Confiemos en que todo esto tiene un propósito, y que manteniéndonos firmes, al final de los tiempos todo lo comprenderemos.
Kevin H