Lecturas:
Salmo 147; Isaías 55; Romanos 6; Lucas 22:7-23; 1 Corintios 11:23-26.
Objetivos:
- Reconocer que Dios Todopoderoso es digno de completa devoción.
- Examinar el significado de la santidad.
- Proponer las obligaciones de los santos.
- Evaluar la vida a la luz de lo que significa ser un verdadero cristiano.
Antecedentes
Digno de devoción
El propósito de Dios es revelarse en una multitud de seres glorificados, como lo indica su nombre conmemorativo, Jehová Elohim (Jehová es la transliteración castellana de la forma presente del nombre divino – Yahveh – en el texto hebreo. Elohim es una forma plural para hablar de la deidad. Es la combinación completa con la palabra EL.). Las descripciones del galardón que recibirán los fieles en el futuro reino de Dios en la tierra muestran que ellos tendrán una existencia tangible y corporal, aunque ya no estén sujetos a las debilidades de la naturaleza humana. Sus santos darán voces de júbilo… y canten aun sobre sus camas… para ejecutar venganza entre las naciones (Salmo 132:16; 149:5,7). Dios es un ser inmortal y glorioso, y está desarrollando su propósito de manera que hombres y mujeres sean llamados a vivir en su futuro reino en la tierra para compartir sus atributos, expresados en una forma corporal.
Necesitamos desarrollar su imagen mental para poder asumir la plenitud de su imagen en el reino de Dios. Todo lo que hacemos para complacer a Dios es un acto de adoración. Quizá creamos o nos hayan enseñado que la adoración tiene lugar en las ceremonias de la iglesia, con sus cantos, lecturas, exhortaciones, oraciones, con el partimiento de pan, etc. Es cierto que incluye lo anterior, pero es mucho más. La adoración no es parte de nuestra vida, es nuestra vida. Recordemos lo que dice el profeta Isaías acerca de la práctica de la adoración: “Porque este pueblo se acerca a mí con su boca y con sus labios me honra, pero su corazón está lejos de mí y su temor de mí no es más que un mandamiento de hombres que les ha sido enseñado” (Isaías 29:13).
Cualquier actividad puede transformarse en un acto de adoración cuando lo hacemos para alabar, glorificar y complacer a Dios. El apóstol Pablo explica cómo poner esta idea en práctica: Sí pues coméis o bebéis o hacéis otra cosa, hacedlo todo para la gloria a Dios (1 Corintios10:31). Hemos sido llamado por Jesús; su llamada es: “Sígueme”. Por eso, todo lo que hagamos lo hemos de hacer como si estuviéramos haciéndolo para Jesús.
Responsabilidades de los llamados
El bautismo en Cristo nos da la firme esperanza de tener vida eterna en el reino de Dios. Cuanto más creamos y apreciemos la certeza de esta esperanza, tanto más evidentes se nos presentarán nuestras responsabilidades que están relacionadas con la obligación de llevar una vida acorde con la esperanza de recibir la naturaleza de Dios (2 Pedro 1:4), y de compartir realmente su nombre (Apocalipsis 3:12) llegando a la multiforme perfección a la que Dios nos ha destinado.
Explicamos en la primera sección del estudio que el bautismo nos compromete a llevar una vida de constante crucifixión (Cada discípulo debe llevar su propia cruz y seguir a Jesús. La cruz representa un sacrificio vivo.) de los malos deseos de nuestra naturaleza (Romanos 6:6). A menos que estemos dispuestos a empeñarnos en esta lucha, el bautismo carece de significado. Solamente debe tener lugar si la persona está preparada para aceptar las responsabilidades de la nueva vida en Cristo. Después del bautismo nos comprometemos a una vida en la que vemos las cosas desde la perspectiva celestial de Dios, pensando en las cosas celestiales (es decir, espirituales) abandonando nuestra ambición mundana para esforzarnos en derrotar a nuestras tendencias carnales y, de ese modo, entrar en el reino de Dios.
Un llamamiento a la santidad
Santo, santo, santo, Jehová de los ejércitos (Isaías 6:3). El triple énfasis de este versículo es uno más en una multitud de pasajes que hacen hincapié en la santidad de Dios. ‘Santidad’, fundamentalmente significa ‘separación’, tanto separación de las cosas impías, como separación al servicio de cosas espirituales. Se nos pide ser imitadores de Dios, como sus propios hijos pequeños (Efesios 5:1). Por consiguiente, como aquel que os llamó es santo, sed también vosotros santos en toda vuestra manera de vivir; porque escrito está: Sed santos, porque yo soy santo (1 Pedro 1:15,16; Levítico 11:44).
El Israel natural fue llamado de Egipto por el bautismo en el Mar Rojo para ser “gente santa” (Éxodo 19:6). Del mismo modo, tras nuestro bautismo, los miembros del Israel espiritual reciben un “llamamiento santo” (2 Timoteo 1:9). Después del bautismo nos volvemos para “servir a la… santificación” (Romanos 6:19,22).
Así como la santidad es una parte tan esencial de Dios, así también ha de ser una preocupación fundamental de quienes tratan de ser “imitadores de Dios”. Lo hacemos “para que participemos de su santidad” cuando se nos garantice su naturaleza (Hechos 12:10; 2 Pedro 1:4). Por tanto, sin santidad en esta vida un creyente no puede “ver al Señor” (Hechos 12:14), es decir, no podrá en realidad ver a Dios y relacionarse con Él personalmente en el reino si no ha demostrado santidad en esta vida.
Que se nos haya dado tan gran esperanza significa que debemos separarnos del mundo que nos rodea. Por lo tanto, no deberemos vivir nuestra “separación” como una imposición. Dada la naturaleza de este excelso llamamiento y esperanza, nuestra separación de un mundo dominado por principios carnales, tiene que vivirse con naturalidad. Si somos conscientes de los mandamientos de Dios y comenzamos a obedecerlos en el bautismo, deberíamos comprometernos a vivir una vida de obediencia a ellos.
El mandamiento más grande
Un maestro de la ley vino a Jesús con lo que era una pregunta legítima, a juzgar por la respuesta que recibió (Mateo 22:34-40; Marcos 12:28-34). En cierto sentido, la contestación que le dio no contenía nada nuevo; era un pasaje de las Escrituras que aquel maestro conocía muy bien.
Jesús le dijo: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu mente”. Este es el primer y gran mandamiento. Y el segundo es semejante: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. De estos dos mandamientos dependen toda la ley y los Profetas.
Jesús colocó el amor a Dios en el corazón de la ley; el amor a nuestro prójimo surgirá como su consecuencia natural. Si tratamos de colocar el amor al prójimo en primer lugar, o peor aún, olvidar del todo el amor a Dios, naufragaremos en nuestra vida, y dejaremos de amar al prójimo como debiéramos. Por otro lado, si decimos que amamos a Dios y no amamos al prójimo, somos unos hipócritas (1 Juan 4:20).
Según Mateo, el mandamiento del amor tiene importancia para interpretar todos los mandamientos (La Ley y Los Profetas). Estos dichos no están afirmando que el mandamiento del amor es el que vale y los otros no, sino que el amor a Dios y al prójimo es la clara voluntad de Dios y que es la raíz que sustenta todos los demás mandamientos.
Cumpliendo los mandamientos en la adoración
Agradar a Dios es el principal propósito de nuestra vida. Por eso tenemos que descubrir cómo hacerlo.
¿Cuán significativa es la adoración?
Ahora consideramos la responsabilidad hacia el “amar a Dios”. Como ´santificados´, debemos participar juntos en la adoración a Dios. La definición del vocablo, según el Diccionario Salamanca, es: (1) Dar culto a un ser o un objeto al que se le atribuye carácter divino. (2) Sentir un gran cariño o afición por una persona, un animal o una cosa. Con respecto a las necesidades de los miembros que se reúnen para la adoración, la definición requiere una nueva consideración que exprese su dimensión teológica esencial y también relacione su práctica con las preocupaciones, los intereses y las necesidades de los participantes. Se propone (Martin, pág.11): La adoración es la celebración dramática de Dios en su dignidad suprema, de manera que su ´dignidad´ se convierta en la norma de inspiración del vivir humano.
Según esta definición, la declaración propuesta coloca a Dios en el centro de la adoración. No se practica la adoración para ´sentirse mejor´. El objetivo principal de la adoración es Dios. Un encuentro con Él puede ser doloroso e incluir una llamada al sacrificio, la consagración y la abnegación. El amor de Dios expresado en la cruz y la resurrección, en el sufrimiento y la victoria de Cristo, no es un concepto insignificante. Sólo se puede celebrar con reverencia y maravilla. Según Martin (pág.13), El genio distintivo de la adoración con los fieles está en la revelación y la respuesta:
- Dios habla y nosotros respondemos.
- Dios actúa y nosotros aceptamos y damos.
- Dios da y nosotros recibimos.
Principios y prácticas en la adoración con los fieles
La adoración implica una respuesta humana desde el punto de vista del ofrendar a Dios. El adorador es un participante activo. La ofrenda del hombre a Dios es sacrificio.
Ahora es el momento oportuno para recordar algunos de los ´deberes´ que encontramos en el folleto Viviendo la Verdad publicado por los Cristadelfianos:
- Debo amar al Señor mi Dios con todo mi corazón…
- Debo poner en mi vida el servicio a Dios en primer lugar…
- Debo tener el constante deseo de hacer la obra del Señor…
- Debo temer a Aquel que destruirá completamente a los desobedientes y a los infieles…
- Debo asistir fielmente cada semana al Partimiento del Pan, que es un recordatorio del sacrificio de Jesús…
- Debo llegar temprano a las reuniones de la iglesia para ayudar en las actividades…
- Debo saludar a todos mis hermanos de una manera cálida, alegre y amistosa…
- Debo prestar toda mi atención con mente vigilante a todos los servicios de la iglesia….
- Cuando se me pida algo en la reunión debo hacerla humildemente…
- Debo contribuir generosamente a la colecta. Estoy dando al Señor…
- Debo dedicar mucho esfuerzo y cuidado a los preparativos para mis deberes en la iglesia…
El Partimiento del Pan
Obedecer con constancia al mandato de Cristo sobre el partimiento del pan y del vino en memoria de su sacrificio es vital. “Haced esto en memoria de mí”, fue el mandato de Jesús (Lucas 22:19). Fue su deseo que sus seguidores hicieran esto continuamente hasta su segunda venida, cuando Jesús compartirá de nuevo el pan y el vino con ellos (1 Corintios 11:26; Lucas 22:16-18). El Señor Jesús le dio a Pablo una revelación específica concerniente al partimiento del pan exactamente como lo hizo también respecto al tema de la resurrección (1 Corintios 11:23, compárese 15:3); el partimiento del pan (La Cena del Señor) es importante.
El pan representa el cuerpo de Cristo, que fue ofrecido en la cruz, y el vino representa su sangre (1 Corintios 11:23-27). Cuando Jesús dijo “esto es mi cuerpo” (Mateo. 26:26) debemos entender que ‘esto representa, esto es (un símbolo de) mi cuerpo’.
Los primeros creyentes al parecer participaron frecuentemente en el servicio del partimiento del pan (Hechos 2:42,46) probablemente una vez a la semana (Hechos 20:7). Si verdaderamente amamos a Cristo, obedeceremos sus mandamientos (Juan 15:11-14). Si tenemos una verdadera relación personal con él, desearemos recordar su sacrificio, como él lo ha pedido, y por consiguiente, esforzarnos en el recordatorio de la gran salvación que él logró. Un período de silenciosa reflexión sobre sus sufrimientos en la cruz hará que nuestras propias pruebas palidezcan en significado en comparación con las de nuestro Señor.
El partimiento del pan es fundamentalmente un servicio de recordación y compañerismo; nada mágico sucede como resultado de su realización. En este sentido es el equivalente de la fiesta de la Pascua bajo la ley de Moisés (Lucas 22:15; 1 Corintios 5:7,8). Dicha festividad fue un medio para recordar la gran liberación de Egipto la cual Dios realizó por medio de Moisés en el Mar Rojo. El servicio del partimiento del pan nos transporta al pasado, a nuestra salvación del pecado por medio de Cristo, que fue hecha posible en la cruz y con la que estamos relacionados por medio del bautismo. Cumplir este mandamiento debería, por lo tanto, ser algo que espontáneamente querríamos hacer.
¿Cómo aprovechamos las oportunidades de adorar con los fieles?
Para contestar esta pregunta, examinamos el consejo perspicaz de un artículo del hermano Harry Whittaker de la necesidad de una preparación sana. (Resumido por el hermano Gavin Melles de Costa Rica en el estudio El Cuerpo de Cristo – El modelo apostólico y la actualidad de un artículo del hermano Harry Whittaker (difunto).)
. El resumen se llama El Domingo:
“En varias formas y de diversas maneras, el pueblo de Israel aprendió de la ley que sus vidas pertenecían a Dios. La ley del sábado, el rito de circuncisión, el diezmo y los sacrificios, todo les enseñaba que debían mucho a Dios y que Él querría que el pueblo le sirviera de modo específico. Estas leyes y ritos podían convertirse en aburridas tradiciones pero, por otra parte, la rutina o la necesidad de aprovechar cuidadosamente el tiempo disponible en el servicio a Dios puede ser un hábito muy positivo; así debe ser en nuestra preparación para el domingo, una valiosa oportunidad que no debemos desaprovechar. A continuación, presento una lista de sugerencias basadas en principios bíblicos:
- El domingo empieza el sábado. El hecho de que para los judíos el día empezaba a las 6 p.m. del día anterior debe enseñarnos que la noche del sábado es un buen tiempo para preparar para el encuentro del día siguiente.
- Madrugar. El levantarse tarde y tener que correr como loco para preparase es un acto de desprecio a la importancia del día.
- Oración personal. El hecho de que el domingo oímos muchas oraciones no significa que uno mismo puede olvidar su propia oración personal de madrugada.
- Llegar tarde. Por lo menos cinco (mejor diez) minutos antes de que comience el culto es buena hora de llegar. Llegar siempre tarde es para los demás un comentario sobre la importancia que Ud. le da a la adoración.
- Himnos y oraciones. Fijarse en lo que uno oye (oraciones) y canta (himnos) es imprescindible. Las lecturas también tienen que seguirse con atención. Distraerse es un insulto a Dios.
- Concentración. Especialmente al llegar al momento del partimiento de pan y vino. Lo que ha de llenar nuestra mente es el sacrificio de Cristo y no qué vamos a comer más tarde u otro tema cotidiano irrelevante.
- La conversación, acabada la Cena del Señor. Por sus palabras será juzgado. Una vez terminada la reunión, la conversación que se entabla es un buen termómetro del pensamiento de la persona. ¿De qué se habla? ¿De las Escrituras o solamente de mi enfermedad, de las vacaciones, o peor todavía, se cuentan chistes? Trate de incluir en la conversación algo relacionada con la exhortación.
- Alrededor de la mesa. A la hora de la comida, la cabeza espiritual de la familia tiene que vigilar que la conversación no caiga en trivialidades.
- Tiempo libre. Después del almuerzo, ¿cómo pasa el resto de la tarde? ¿Viendo de la televisión, oyendo la radio, leyendo, durmiendo? Por lo menos, intente reducir al mínimo dichas distracciones el domingo.
- La conferencia pública. Si el hecho de que el domingo es el único tiempo de la semana libre de que dispone se convierte en una excusa para ausentarse de la conferencia pública, está gravemente equivocado.
«En resumen, el domingo es un día que debemos aprovechar al máximo y muchos de nosotros, por nuestra conducta, despreciamos abiertamente la importancia de la ocasión. Sin duda alguna, los mismos principios se han de aplicar a las otras reuniones semanales. En un espíritu humilde de auto examen, reconoceremos la calidad de nuestro amor hacia Dios y nuestro Señor Jesucristo.”
Puntos de reflexión
El carácter del Todopoderoso
Lea el Himno de la Sabiduría de Dios en Romanos 11:33-36 y llene los espacios en el resumen de carácter abajo.
¿Qué significa ´sacrificio vivo´?
El carácter sin igual de Dios lo hace digno de su completa devoción. En Romanos 12:1, Pablo dice que convertirse en un ´sacrificio vivo´ es un acto racional (Lea también Lucas 14:26-27).
Escriba sobre cada dibujo de la cruz una cosa que usted haya sacrificado en su vida nueva en Cristo. (Se usaban cuatro tipos de cruces: 1. La cruz del poste vertical. 2. La cruz latina, con el palo transversal a una altura de 2/3 del poste vertical; 3. La cruz con el travesaño en el extremo superior del poste vertical; 4 La cruz en forma de X.)
El Señor se complace en los que lo adoran y confían en su amor (Salmo 147:11).
Entréguense por completo a Dios (Romanos 6:13)
Consideremos la siguiente pregunta íntima:
¿Hay algún parte de mi vida que no le haya entregado a Dios?
Ser amigos de Dios… (Salmo 25:14)