Primera parte:
Estudios de la cultura del antiguo Oriente Medio
El reino de Israel, en su totalidad, fue establecido alrededor del año 1000 a.C. El reino del norte, llamado Israel, fue atacado y sus moradores llevados cautivos a Asiria en el año 721 a.C. El reino del sur, Judá, que había permanecido leal a la casa de David, tuvo una historia más larga. Sin embargo, en 586 a.C., también fue llevado al exilio en Babilonia.
En 539 a.C. Ciro, rey de Persia, conquistó Babilonia y permitió que aquellos que deseaban volver a Jerusalén lo hicieran.
En los años 334 y 323 a.C. Alejandro, el joven rey macedonio, conquistó todas las tierras al este de Grecia hasta la India y hasta Egipto al sur.
Según este periodo de unos seiscientos años sabemos que los judíos no vivían en un vacío. Por eso imaginamos la influencia de las creencias y el modo de vivir de aquellas naciones durante su exilio. Quizás el hecho que impresiona al que se acerca al estudio de este tema, es la sorprendente universalidad y antigüedad de la demonología, de la creencia en la existencia de los demonios o espíritus malignos y los consecuentes recursos de cantos y formulas u otras practicas mágicas. Hay cosas que nacen en el pasado y han desaparecido desde hace largo tiempo de la faz de la tierra, pero hay otras cuyos escritos pueden ser seguidos y encontrados en lo que seria comparativamente tiempos modernos y no sorprende en nada que todavía estén floreciendo.
El ambiente egipcio
De los acontecimientos suscitados durante los cuarenta años en el desierto narrados en Éxodo, Números y Deuteronomio hay evidencia de la manera en que la cultura egipcia se había filtrado en la vida de los israelitas.
En la antigüedad hubo culturas e imperios en íntimo contacto con la divinidad que eran guiados y regidos por iniciados y escuelas de sacerdotes-magos. Buscando hacer luz sobre la cuestión de los demonios creemos interesante volver en este punto a Egipto. Miramos a Egipto porque es la civilización más conocida, gracias, entre otras cosas, a que muchas de sus creencias han llegado hasta nuestros días inscritos en los muros de sus formidables construcciones.
En el Antiguo Egipto el poder mágico recibe el nombre de heka. Se trata de una fuerza universal presente desde antes de la creación. El término heka se empleaba para definir los textos o pronunciamientos mágicos que se inscribían en los amuletos y representaba el poder de la magia. Como dios asociado a los poderes mágicos y sortilegios es la personificación de la magia divina que produce la vida, el poder mágico del sol y el poder de la palabra. Sus sacerdotes eran médicos-magos y tenían escuelas sacerdotales en Heliópolis, Menfis y Esna. También era un dios de la fertilidad de los campos. En los Textos de los Sarcófagos aparece como dios primordial.
La vida cotidiana de los hombres en el Antiguo Egipto estaba plenamente influida por las concepciones de tipo mágico. Egipto estaba estructurado como una sociedad en la que los seres vivos dependían de los magos para poder mantener en una relación de armonía con todo aquello que en cada momento concreto los dioses deseaban.
En el caso de la medicina, la relación con los poderes mágicos era especialmente apreciable por los hombres. Los egipcios pensaban que, cuando una persona enfermaba, la causa radicaba en fuerzas espirituales de tipo negativo, que influían tanto en su cuerpo como en su espíritu.
“Las influencias demoníacas eran responsables de las enfermedades y en general de lo malo de los hombres, de modo que era misión esencial del mago-sanador la de saber identificar con claridad el poder demoníaco que actuaba en cada caso concreto, tarea en la que le resultaba necesario contar con la ayuda de alguna divinidad que le pudiera ayudar.”
Por eso, la enfermedad era la demostración física de una posesión del cuerpo del paciente por agentes sobrenaturales: enemigos que tienen acceso a un poder mágico, un dios enojado, algún difunto descontento, etc. Es por ello que médicos y encantadores trabajaban en forma conjunta: primero era el encantador y luego el médico.
El ambiente mesopotámico
“Cierta noción de la antigüedad de la demonología y prácticas de magia puede ser recogida en la literatura de Babilonia y Asiria. De ciertos textos cuneiformes que son descritos como una religión de misterio, magia y brujería. Es mas, estos textos “religiosos”, junto con una gran cantidad de inscripciones talismánicas en cilindros y amuletos, prueban la presencia de una excesiva riqueza en demonología. Bajo los dioses mayores y menores, había un vasto ejército de espíritus, algunos buenos y beneficiosos, otros maliciosos.”
La antigüedad e importancia de esta religión secreta, con su magia y cantos para los buenos espíritus o demonios malignos puede ser recogida por el hecho de que por orden del Rey Asurbanipal (668-631 a.C.), sus escribas hicieron varias copias de un gran compendio de trabajos mágicos del cual un ejemplar ha sido preservado en su antigüedad por una escuela sacerdotal de Erech en Caldea. Este compendio consiste de tres libros, el primero de los cuales cuyo contenido está dedicado con formulas o cantos, conjuros e imprecaciones contra los espíritus malignos. Estos libros cuneiformes, debemos recordar, están actualmente escritos en tablillas de arcillas, y cada
Una de las demonologías mas notable, es aquella presentada en el Avesta, el sagrado libro de religión de Zoroastro, profeta de la religión persa y fundador del zoroastrismo. Se cree que fue sacerdote y que desde la juventud empezó a recibir las revelaciones de Ahura Mazda (‘Señor del conocimiento’). Opuesto contra el buen dios Ahura Mazda con su jerarquía de santos espíritus, está alineado el reino oscuro de los demonios bajo Anro Mainyus (o Ahriman), el cruel Espíritu Maligno, el Demonio de Demonios y el cual está en guerra constante contra Ahura Mazda y sus fieles siervos como Zoroastro. La religión de Zoroastro estaba muy avivada. En su forma más primitiva el zoroastrismo enseñó un dualismo en el que se había imaginado una lucha eterna entre los poderes de la luz representados y los poderes de las tinieblas.
Para el hombre mesopotámico, los demonios eran seres pertenecientes a otro mundo con funciones a menudo mal definidas pero siempre negativas. En el origen del mundo eran prisioneros del gran dios Anu, que solo los usaba como mensajeros o como instrumentos para desatar su ira con venganza y castigos. Los demonios se manifiestan durante la noche en forma de vientos, de seres monstruosos híbridos o también con aspecto atractivo para confundir a su víctima, poseerla y arrebatarle la razón.
Los seres híbridos o mixtos que aparecen en la representaciones figurativas son, por ejemplo: centauro, dragón, pez cabra, pez león, serpiente dragón, hombre león… Los nombres de demonios, dioses menores y genios que aparecen en los textos son: Asakku, Lahmu, lama, Lamashtu, Pazuzu, Usmu…
Los médicos mesopotámicos estaban ligados estrechamente a la casta sacerdotal. La concepción de la enfermedad se debía a shértu que significa pecado, cólera de los dioses o castigo. El diagnóstico se efectuaba por medio de un interrogatorio exhaustivo, lo que permitía determinar cuál era la falta que había cometido el enfermo y, por lo tanto, la enfermedad que padecía. En otras situaciones, la astrología ocupaba un lugar importante así como el análisis del hígado o hepatopatía para buscar señales específicas.
Los médicos se dividían en áreas específicas de acuerdo con su casta: a) los sacerdotes encargados del diagnóstico mediante la adivinación y el interrogatorio ritual, b) los dedicados al tratamiento por medio de exorcismos y c) los laicos, que eran los cirujanos y barberos.
La característica más importante de esta sociedad, que dejó huella perecedera, fue el Código de Hammurabi, el cual trata de las sanciones que merecen los ciudadanos dedicados al cuidado de la salud que por negligencia o impericia cometieran una falta que pusiera en peligro la vida de un enfermo o que lo llevara a la muerte. Este código se escribió 18 siglos a.C. y fue el modelo de las múltiples legislaciones que más tarde originaron la idea de responsabilidad médica técnica.
Para el año 2000 a.C, hacen su aparición los persas. Sus creencias religiosas estaban ceñidas a lo descrito en los libros sagrados del Avesta, en especial en el Vendidad. Sus dioses principales eran las fuerzas de la naturaleza y los celebrantes se denominaban magi (sacerdotes del fuego), a quienes después sería revelada la llegada de Zoroastro, el profeta que daría origen a la religión persa 500 años a.C.
Según los persas, el estado mágico se obtiene mediante el sacrificio del haoma (dador de vida) e implica una lucha entre el espíritu del bien y la fuente de todos los males (enfermedad, oscuridad y muerte), elementos contrarios que luchan por el poder del mundo. La enfermedad se debía a los demonios y dioses ofendidos.
En la terapéutica, las creencias sobrenaturales se mezclaban con observaciones empíricas en formas complejas. Las enfermedades, al ser producidas por los demonios, sólo podían ser eliminadas con la ayuda de los seres celestes. El uso de laxantes y purgantes era común debido a que los demonios salían a través de los orificios naturales. La cura de la enfermedad comenzaba con conjuros, donde podía participar el enfermo confesando sus pecados; el punto culminante ocurría cuando el médico entraba en trance y luchaba contra los demonios para finalmente devolverlos a su morada.
Al igual que en los egipcios, la pureza física y espiritual era equivalente al bien y a la salud. Para mantener sano el cuerpo debían eliminarse, con regularidad, los humores, no sólo las heces y orina, sino también los esputos, erupciones y secreciones cutáneas.
El ambiente griego
Los griegos, como todos los demás pueblos, sentían angustia por los problemas cuyos orígenes no entendían. Situaciones como el nacimiento, la muerte y el crecimiento de las cosechas no se comprendían bien y para intervenir en ellas se recurría a múltiples prácticas religiosas y se mezclaban las ideas populares con la mitología para atribuir a las fuerzas de la naturaleza el más alto poder divino.
La actividad divina regía sus creencias por lo que también se contaba con un dios para cada una de ellas; por ende, la mayoría de los dioses y héroes del panteón griego tuvieron relación con la salud y la enfermedad. Uno de los más importantes fue Quirón, donador de salud, a quien se le atribuyó un amplio conocimiento de las plantas medicinales.
Entre sus discípulos sobresalió Asclepio, considerado por los griegos dios de la medicina (Esculapio latino). Su culto se inició el año 900 a.C y se realizaba en palacetes con grandes áreas llenas de vegetación y agua e instalaciones múltiples dedicadas al restablecimiento de la salud por medio del reposo y el relajamiento. Las curaciones se iniciaban con baños purificadores, dietas y sueño terapéutico para que, una vez concluidas, los pacientes se encontraran sanos. El factor más importante era la fe de los enfermos, su confianza ciega en el poder del dios y sus sacerdotes, reforzada en un ambiente de tranquilidad, paz y armonía. Según la leyenda, durante su vida en la tierra, Asclepio contrajo matrimonio con Epione, hija de Mérope, rey de Cos, vínculo del que nacieron varios hijos. De ellos, la más famosa fue Hygia, diosa de la medicina de cuyo nombre se derivan palabras como higiene e higienista.
La independencia de la enfermedad de las ideas míticas se va incrementando; aunque persiste el influjo divino. Se considera que la entidad viviente tiene su propia naturaleza y se desarrolla por medio del impulso vital o thymós, repartido en todo el organismo y conservado gracias a factores externos como el agua y el aire a través de su influjo en los movimientos, de los fluidos orgánicos que pueden perderse por las heridas o por evaporación, e identificado con la respiración.
El asiento de la vida estaba en el pecho y el diafragma (idea introducida por los egipcios) con lo que se reforzaba la teoría neumática de la vida y la enfermedad.
Durante esta época se produjeron algunos cambios relevantes. Se dio cada vez más importancia a los métodos empíricos y se utilizaron diversas plantas, lo que llevó a mezclar el conocimiento real de sus propiedades con ideas mágicas. La medicina se transformó y sin abandonar las ideas tradicionales sobre la enfermedad como derivación del pecado y producto del castigo de los dioses, dio entrada al empirismo y la desmitificación; es decir, la enfermedad y el estado de salud ya no serían estrictamente una donación de los dioses sino el resultado de causas estrictamente naturales.
La influencia de Hipócritas
Hacia el año 400 a.C. el médico más importante en la isla de Cos era un hombre llamado Hipócrates. Tenía una manera de ver las cosas que era nueva para los griegos, pues creía que lo que había que hacer era tratar al paciente, y no preocuparse del demonio que hubiera o dejara de haber dentro de él. Hipócrates no fue el primero en pensar así, pues las viejas civilizaciones de Babilonia y Egipto tuvieron muchos médicos que defendían esta actitud, y dice la leyenda que Hipócrates estudió en Egipto. Pero es la obra de Hipócrates la que ha sobrevivido y su nombre el que se recuerda.
Hipócrates fundó una escuela que pervivió durante siglos. Los doctores de esta tradición utilizaban el sentido común al tratar a los pacientes. Carecían de medicinas, instrumental y teorías modernas pero tenían sentido común y buenas dotes de observación.
Los discípulos de Hipócrates estaban convencidos de la importancia de la limpieza tanto en el paciente como en ellos mismos, los médicos. Eran partidarios de que el enfermo gozara de aire fresco, de un entorno agradable y tranquilo y de una dieta equilibrada a base de alimentos sencillos. Se atenían a reglas de sentido común para cortar hemorragias, limpiar y tratar las heridas, reducir fracturas e intervenciones análogas, evitando cualquier extremo y prescindiendo de ritos mágicos.
Los escritos de toda la escuela hipocrática están reunidos, sin distinción de autores, en el Corpus Hippocraticum, y es imposible saber a ciencia cierta quién escribió cada parte y cuándo. La más conocida es un juramento que tenían que prestar todos los médicos de la escuela para ingresar en la profesión y que, por defender los ideales más altos de la práctica médica, sigue utilizándose hoy como guía profesional: en algunos lugares los estudiantes de Medicina lo pronuncian al licenciarse. Sin embargo, el «Juramento hipocrático» no fue escrito por Hipócrates; la hipótesis más verosímil es que entró en uso hacia el año 200 d. C., seis siglos después de Hipócrates.
De entre los escritos hipocráticos hay un tratado que figura entre los más antiguos del Corpus y que muy probablemente es del propio Hipócrates. Se titula «Sobre el mal sagrado» y versa sobre la epilepsia.
Este tratado mantiene con vehemencia la inutilidad de atribuir la enfermedad a los demonios. Cada enfermedad tiene su causa natural y compete al médico descubrirla. Conocida la causa, puede hallarse el remedio. Y esto es incluso cierto —así lo afirma el tratado— para ese mal misterioso y aterrador que se llama epilepsia. No es de ningún modo un mal sagrado sino una enfermedad como cualquier otra.
Lo que en resumidas cuentas defiende el tratado es que la idea de causa y efecto se aplica también a las cosas vivientes, entre ellas el hombre. Como el mundo de lo vivo es tan complejo, puede que no sea fácil detectar las relaciones de causa y efecto; pero al final puede y debe hacerse.
La Medicina tuvo que luchar durante muchos siglos contra la creencia común en demonios y malos espíritus y contra el uso de ritos y conjuros mágicos con fines terapéuticos. Pero las ideas de Hipócrates no cayeron jamás en el olvido.
El pensamiento de los antiguos se nota en los términos que usamos hoy en día. Pensaban que un hombre podía salirse de lo común si estaba protegido por algún espíritu personal o ángel de la guarda. Los griegos llamaban a esos espíritus daimon, que sabemos es la raíz de la palabra “demonio”. Y de alguien que trabaja infatigablemente seguimos diciendo hoy que trabaja “como un demonio”.
La palabra «entusiasta», por seguir con los ejemplos, proviene de otra palabra griega que significa “poseído por un dios”; de alguien que realiza una gran obra se dice que está “inspirado”, término que proviene de un verbo latino que significa «tomar aire», es decir meter dentro de uno un espíritu invisible; y la palabra “genio” se deriva de la versión latina del término griego daimon.
Como es lógico, se creía que estos espíritus y demonios trabajaban tanto para el mal como para el bien de los hombres. Cuando un hombre enfermaba, los antiguos decían que estaba poseído por un espíritu maligno y la idea parecía especialmente certera cuando el afectado hacía y decía cosas incoherentes. Como nadie actuaría así por propia voluntad, la gente lo atribuía al “demonio que llevaba dentro”. Por eso las sociedades primitivas trataban a veces al enfermo mental con sumo respeto y cuidado. El loco era alguien que había sido tocado por el dedo de un ser sobrenatural (y hoy seguimos utilizando la palabra «tocado» para describir a un individuo que parece no estar en sus cabales).
La epilepsia, que hoy sabemos que es un trastorno del cerebro, era atribuida también a la acción de un espíritu. La persona que lo sufre pierde de vez en cuando el control de su cuerpo durante algunos minutos, cayéndose al suelo, mostrando convulsiones, etc. Después recuerda muy poco de lo ocurrido. Antiguamente la gente estaba convencida de que veía entrar un demonio en el cuerpo de la persona afectada y que era él el que lo agitaba; los griegos llamaban por eso el “mal sagrado” a la epilepsia.
El ambiente hebreo
La mayor parte del conocimiento que se tiene de la medicina hebrea durante el primer milenio y antes de Cristo proviene del Antiguo Testamento de la Biblia. Se encuentra en el Levítico, tercer libro del Pentateuco. En él se citan varias leyes y rituales relacionados con la salud, tales como el aislamiento de personas infectadas (Levítico 13:45-46), lavarse tras manipular cuerpos difuntos (Números 19:11-19) y el entierro de los excrementos lejos de las viviendas (Deuteronomio 23:12-13). Los mandatos incluyen profilaxis y supresión de epidemias, supresión de enfermedades venéreas y prostitución, cuidado de la piel, baños, alimentación, vivienda y ropas, regulación del trabajo, sexualidad, disciplina, etc. Muchos de estos mandatos tienen una base racional, tales como el descanso del Sabbat, la circuncisión, leyes relativas a la alimentación (prohibición de la sangre y del cerdo), medidas relativas a la menstruación, parturientas y enfermos de gonorrea, aislamiento de leprosos, e higiene del hogar.
En Levítico 10:10 se establecen dos pares de contrastes: lo santo y lo profano, … lo impuro y lo puro. El segundo par es realmente una subdivisión de lo profano. Para el israelita la realidad estaba dividida en lo santo (es decir, Dios mismo y cualquier cosa consagrada a él o estrechamente asociada con él) y lo profano (común; es decir, cualquier otra cosa). Es importante observar que lo opuesto a santo no era “profano”, sino común. La palabra (traducida aquí como “profano”) básicamente significa ordinario, diario, el estado normal de las cosas en el mundo en que vivimos. Esta última categoría estaba, entonces, compuesta por aquello que era limpio e inmundo.
Sólo Dios es santo por definición, pero ciertas personas y cosas podían ser hechas santas (santificadas) por medio de los rituales apropiados. A la inversa, las acciones o contactos erróneos podían profanar lo santo. Generalmente hablando, el pecado, la debilidad y varias anormalidades profanaban lo santo y contaminaban lo limpio. En la dirección opuesta, el principal trabajo de la sangre de los sacrificios era purificar lo inmundo y santificar lo común. El estado de ser común/limpio era lo normal, mientras que la santidad y la inmundicia eran los estados “anormales” en direcciones opuestas (como Nadab y Abihú). Aunque se habla del pecado y la inmundicia no está mencionada la supuesta influencia de los demonios.
´”Para los hebreos, el concepto de contagio, no representaba un traslado del espíritu maligno del enfermo al sano, sino un signo de impureza espiritual por haber estado en contacto con el enfermo castigado por Dios. El concepto de contagio tiene un carácter simbólico y religioso: el alejamiento de todo lo que contamina al hombre y encarna la idea de pecado… Hay varias citas en el Antiguo Testamento que relacionan de una u otra forma el pecado con la enfermedad: «El hijo de David y Betsabé enfermó gravemente y murió a causa del pecado de adulterio de sus padres». «Los hermanos Moisés, Marķa y Aarón, que fueron castigados con una enfermedad de la piel por murmurar contra Moisés» (Números).”
Los médicos, según el Antiguo Testamento, debían pertenecer a la tribu sacerdotal de los Levitas y, bien porque el diagnóstico se basase exclusivamente en la inspección o por otras razones de componente religioso, no podían tratar a los enfermos en habitaciones oscuras o al anochecer o en días nublados, así como tampoco si tenían insuficiencias visuales. Generalmente, entre los hebreos los médicos eran tenidos en gran estima. El diagnóstico de las enfermedades se basaba, sobre todo, en la inspección.
Era tarea del sacerdote enseñar y mantener estas distinciones para que la gente común pudiera estar en un estado de limpieza normal, o ser restaurada rápidamente a este estado cuando se hacían inmundos a través de los eventos de la vida diaria en la casa o en el campo. Este propósito general se expresa brevemente al final de toda esta sección (Levítico 11 – 15). Esto cae en lo que hemos visto que parece ser la preocupación principal de Levítico como un todo; es decir, que Dios pueda continuar morando en medio de su pueblo que es impuro.
En resumen…
Los sistemas de la demonología judíos deben naturalmente mucho a las influencias extranjeras, aunque en las leyes de sanidad encontradas en el Pentateuco no se menciona los demonios. Los Caldeos, Iraníes y Griegos atribuían las causas de las enfermedades a la influencia de demonios malévolos. Estas enfermedades se atacaban mediante conjuros, danzas, efectos mágicos, hechizos y talismanes, entre otros medios; torturando al cuerpo del paciente para expulsar el malévolo espíritu causante de la enfermedad.
Debido al sistema teocrático predominante en Asiria y Babilonia, la medicina tenía gran influencia de la demonología y prácticas mágicas. Basados en su creencia de que el hígado se consideraba el asiento del alma se dedicaron especialmente al estudio de este órgano para descifrar las intenciones de los dioses. Igualmente se dedicaron al estudio de los sueños.
La medicina griega se basaba en magia y hechizos. Homero consideraba que Apolo era el Dios de la curación. Después Asclepio suplantó a Apolo y los sacerdotes curaban en los templos. En el siglo VI a.C. se identificó el cerebro como asiento fisiológico del entendimiento. El filósofo Empédoccles aseveró que la enfermedad era el desequilibrio entre la perfecta armonía de los cuatro elementos: fuego, aire, tierra y agua. Posteriormente surge Hipócrates, quién es considerado el fundador de la medicina. En esta época se impusieron valores éticos a los médicos, las mismas que continúan vigentes hoy día.
La medicina Palestina tuvo mucha influencia en la medicina mesopotámica. La enfermedad se entendía como la cólera de Dios. El sacerdocio instituyó las normas higiénicas. Ya se tomaba interés en la prevención de enfermedades. La circuncisión era la única practica quirúrgica.