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Tuyo es el Reino

Capítulo 8 - El Reino en el Olvido

En nuestro estudio bíblico hasta aquí hemos visto que el hilo de oro que corre a través de todo el Antiguo y el Nuevo Testamento es el plan de establecer el reino de Dios en la tierra, gobernado por Jesús, trayendo gloria a Dios en las alturas, y exquisita paz y felicidad para el hombre. Este fue el tema de la predicación de Cristo y la esperanza que los apóstoles y otros predicadores del primer siglo expusieron a sus oyentes.

Sin embargo, en la actualidad usted puede leer casi cualquier libro que intenta explicar el mensaje cristiano, o escuchar algún sermón que trata de definir la fe cristiana, sin encontrar la menor alusión a las cosas que la Biblia asocia con el reino de Dios. Tengo delante de mí un Manual de Instrucción para Miembros de la Iglesia Anglicana, escrito a principios de este siglo. Es un libro de más de 400 páginas señalando en detalle la historia, práctica y creencias de la Iglesia Anglicana. Hasta en su muy extenso índice de unos 600 temas no hay absolutamente referencia alguna bajo el título Reino de Dios. En el texto del libro hay tres referencias breves asociando al reino de Dios con la iglesia, pero no se da evidencia alguna para esta relación. Parece casi increíble que más de 1900 años después de su nacimiento, el verdadero tema de la predicación de Cristo es escasamente mencionado en un libro que pretende explicar el sistema de fe establecido por él. Este no es un ejemplo excepcional, pues similar descuido de este tema puede notarse en la mayoría de los libros modernos de la cristiandad. No puede discutirse que el retorno de Cristo a la tierra para establecer el reino de Dios ya no es en la actualidad el mensaje central de la iglesia que lleva su nombre.

¿Por qué y cómo ha venido a producirse este cambio?

Advertencias de los apóstoles

El apóstol Pablo fue el hombre que llevó el cristianismo a la famosa ciudad griega de Efeso. Después de permanecer tres años con ellos para establecer la comunidad de creyentes, se marchó para continuar su trabajo en otros lugares. Algunos años más tarde, en un viaje a Jerusalén, donde él sabía que sería arrestado y encarcelado, interrumpió su viaje cerca de Efeso y mandó llamar a los ancianos de aquella comunidad cristiana para darles su consejo y bendición final y prevenirlos sobre los peligros del futuro. Le dijo al entristecido grupo que ésa sería su última reunión con ellos:

«Y ahora, he aquí, yo sé que ninguno de todos vosotros, entre quienes he pasado predicando el reino de Dios, verá más mi rostro.» (Hechos 20:25)

Note que la frase «el reino de Dios» fue usada por Pablo para resumir todo lo que él les había predicado. Su siguiente comentario demuestra todo el significado con que usaba este término:

«Por tanto, yo os protesto en el día de hoy, que estoy limpio de la sangre de todos; porque no he rehuido anunciaros todo el consejo de Dios.» (Hechos 20:26-27)

Luego lanza una mirada hacia el futuro y ve las verdades que ha predicado volviéndose corrompidas, por lo que con tristeza los previene de los peligros:

«Por tanto, mirad por vosotros, y por todo el rebaño… Porque yo sé que después de mi partida entrarán en medio de vosotros lobos rapaces, que no perdonarán al rebaño. Y de vosotros mismos se levantarán hombres que hablen cosas perversas para arrastrar tras sí a los discípulos.» (Hechos 20:28-30)

Esta prevención no era la primera. Desde el principio de su asociación Pablo les había advertido constantemente sobre el peligro del error que se introduciría en la fe:

«Por tanto, velad acordándoos que por tres años, de noche y de día, no he cesado de amonestar con lágrimas a cada uno.» (v. 31)

Les advirtió que la única manera de permanecer libres del error consistía en mantenerse adheridos a Dios y a su palabra, porque sólo así podía encontrarse la salvación:

«Y ahora, hermanos, os encomiendo a Dios, y a la palabra de su gracia, que tiene poder para sobreedificaros y daros herencia con todos los santificados.» (v. 32)

Así que la prevención final de Pablo (¡y cuán ferviente y genuina debe haber sido, considerando las circunstancias!) fue para que estuvieran en guardia contra la inevitable llegada de hombres con falsas enseñanzas, para que pudieran combatir sus ideas manteniéndose apegados a Dios y la Biblia.

La tarea de guiar la comunidad cristiana de Efeso pasó más tarde a manos de Timoteo, un joven convertido por Pablo. Este repitió a Timoteo las mismas predicciones del Espíritu Santo de que algún tiempo más tarde la verdad del evangelio sería pervertida por hombres hipócritas de conciencia endurecida:

«Pero el Espíritu dice claramente que en los postreros tiempos algunos apostatarán de la fe, escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios; por la hipocresía de mentirosos que, teniendo cauterizada la conciencia, prohibirán casarse, y mandarán abstenerse de alimentos…» (1 Timoteo 4:1-3)

Esta predicción no fue exclusiva de Pablo. Pedro advirtió a sus lectores que así como había habido falsos maestros en Israel en el pasado, así los habría en las filas de los cristianos:

«Pero hubo también falsos profetas entre el pueblo, como habrá entre vosotros falsos maestros, que introducirán encubiertamente herejías destructoras… Y muchos seguirán sus disoluciones… y por avaricia harán mercadería de vosotros con palabras fingidas.» (2 Pedro 2:1-3)

No se puede evitar el significado de estas enfáticas palabras de Dios por medio de sus apóstoles. Hombres que «apostatarían de la fe,» hablarían «cosas perversas,» veladamente introducirían «herejías destructoras,» con «palabras fingidas» e «hipocresía de mentirosos,» todo con el fin de «arrastrar tras sí a los discípulos.» Estas advertencias fueron profecías divinas de la misma manera que lo fue el vistazo que Nabucodonosor dio a la historia del mundo en su sueño, o la predicción de Daniel sobre la venida del Mesías, lo cual igualmente tendría que cumplirse.

Cuando fueron removidas la manos guiadoras de los apóstoles inspirados, estas predicciones no tardaron en cumplirse. Juan, el último sobreviviente de los doce discípulos, en sus cartas al final de su vida habla de los que estaban promulgando doctrinas erróneas, y manda a sus lectores apartarse de ellos (1 Juan 4:1-3; 2 Juan 7-8). En el último libro de la Biblia, en cartas de Jesús mismo para aquellos primeros creyentes, aprendemos de su aborrecimiento de las falsas doctrinas y prácticas malas que ya se habían introducido en su iglesia (Apocalipsis 2:14-16,20; 3:1-3).

Estas referencias muestran claramente la enseñanza explícita del Nuevo Testamento que predijo una desviación de las verdades originales enseñadas por Jesús y los apóstoles. Al trasladarnos de los tiempos apostólicos hacia los siguientes siglos, encontramos que muchas bellas y simples doctrinas fueron mutiladas hasta hacerlas irreconocibles por las manos de estos falsos maestros, incluyendo la enseñanza del reino de Dios.

Donde los registros históricos inspirados del Nuevo Testamento terminan, la crónica humana continúa. Entre muchos historiadores de la iglesia, posiblemente el más respetado por su confiabilidad es el Dr. Mosheim, cuya Historia Eclesiástica, publicada en 1755 ha llegado a ser el trabajo normativo sobre el tema. Presentaré muchas citas de Mosheim en las siguientes páginas, pero también es conveniente consultar otras autoridades independientes como el historiador Gibbon y la Enciclopedia Británica.

Los primeros seis siglos del cristianismo

El plan de la Historia Eclesiástica de Mosheim es simple y conveniente. Toma la historia de la iglesia siglo por siglo, comenzando con los días de los apóstoles, y examina en cada período varios aspectos de la vida eclesiástica. Así para un siglo dado hay un capítulo sobre los sucesos externos que afectaron a la iglesia, otro sobre las personalidades del período, otro sobre los ritos de la Iglesia, y otro sobre sus divisiones y herejías. También hay un capítulo sobre la doctrina de la iglesia de cada siglo, y con el fin de trazar la enseñanza acerca del reino de Dios, éste es el que especialmente estudiaremos.

Primero quisiera dar un resumen siglo por siglo del relato de Mosheim de las tendencias que surgieron en la iglesia durante los primeros seis siglos. Es un completo cumplimiento de las predicciones de los apóstoles de que los hombres «apostatarían de la fe,» escucharían a «espíritus engañadores» y aceptarían «falsos maestros» que traerían «herejías destructoras.»

Siglo I: Las Escrituras, regla y norma
En este siglo las enseñanzas cristianas se basaron solamente en el Antiguo Testamento asociado a los libros del Nuevo Testamento tan pronto como se escribían. Hablando de la creencia y práctica cristiana de esos primeros días, Mosheim dice:

«La regla y norma de ambos son aquellos libros que contienen la revelación que Dios hizo de su voluntad…y estos libros divinos son usualmente llamados Antiguo y Nuevo Testamentos. Los apóstoles y sus discípulos tuvieron el máximo cuidado…que estos libros sagrados estuvieran en las manos de todos los cristianos, para que fueran leídos y explicados en las reuniones de los fieles.»

Siglo II: Eliminada la bella sencillez
Al comienzo de este siglo la enseñanza primitiva [original] de la primera iglesia fue mantenida. Mosheim reporta:

«El sistema cristiano, como hasta aquí fue enseñado, preservó su bella sencillez original… Los maestros públicos no inculcaron otras doctrinas más que aquellas que están contenidas en lo que comúnmente se llama el Credo de los Apóstoles.»

Pero pronto esta simple labor cedió el lugar a un método filosófico complicado:

«Esta venerable simplicidad no tuvo, verdaderamente, larga duración; su belleza fue gradualmente eliminada por el esfuerzo laborioso de la sabiduría humana y las oscuras sutilidades de una ciencia imaginaria.»

Mosheim sigue explicando que la filosofía alteró «la sencillez de la religión cristiana» y de allí produjo:

«Nada sino perplejidad y confusión, ante las cuales casi desapareció el genuino cristianismo.»

Por consiguiente, unos 150 años después del ministerio de Jesús, el simple mensaje de su evangelio estaba ya siendo olvidado.

Siglo III: La sabiduría celestial sujeta a la filosofía
En este siglo se aceleró el distanciamiento de las enseñanzas originales de Cristo y los apóstoles, principalmente por la importación de ideas promulgadas primero por la filosofía griega. Aquí conocemos a hombres como Orígenes, a quien la iglesia actual reverencia como uno de sus padres. De este siglo escribe Mosheim:

Los doctores cristianos que se habían dedicado al estudio de las letras y la filosofía, pronto abandonaron los caminos frecuentados y se aventuraron dentro de las extrañas desviaciones de la imaginación. Ellos consideraron como noble y gloriosa su tarea de sujetar en cierta medida las doctrinas de la sabiduría celestial a los preceptos de su filosofía… Orígenes fue el cabecilla de esta tribu especuladora. Este gran hombre, seducido por los encantos de la filosofía platónica, la colocó la piedra angular de la religión.»

En otras palabras, ¡si su filosofía humana pensaba que la enseñanza de Dios era razonable, ellos la aceptaban! Si no, ¡la alteraban!

Siglo IV: Ficciones vanas y ritos paganos
Durante este período el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio Romano con Constantino como el primer emperador cristiano. Libre como estaba ahora de la persecución, y bajo la protección del emperador mismo, la iglesia tuvo grandes oportunidades de desarrollo, las cuales explotó totalmente, pero a expensas de la pureza de la fe original. La obsesión por la filosofía dio sus frutos en este siglo, y muchos conceptos paganos fueron introducidos como incentivo para que los idólatras se volvieran cristianos. La descripción de Mosheim vuelve triste la lectura:

«Aquellas vanas ficciones, que habían sido adoptadas por la mayoría de los doctores cristianos antes del tiempo de Constantino, debido a su apego a la filosofía platónica y las opiniones populares, ahora eran confirmadas, ampliadas y embellecidas de varias maneras.»

«Una enorme carga de supersticiones diferentes, gradualmente sustituyeron a la verdadera religión y genuina piedad…un absurdo deseo de imitar los ritos paganos, y de mezclarlos con la adoración cristiana…todo contribuyó a establecer el reino de la superstición sobre las ruinas del cristianismo.»

«Las doctrinas del cristianismo no tuvieron un mejor destino que las Sagradas Escrituras de donde provenían. Orígenes fue el gran modelo a quien los más eminentes doctores cristianos seguían en sus explicaciones de las verdades del evangelio, las cuales fueron, como consecuencia, explicadas según las reglas de la filosofía platónica, tal como había sido corregida y modificada por aquel padre erudito.»

Siglo V: Nubes de superstición
Según Mosheim la sencillez del cristianismo original llegó a ser casi un motivo de burla para los seguidores de las nuevas ideas en el siglo V, y el ritmo de los cambios fue incrementado:

«La sagrada y venerable sencillez de los tiempos primitivos… parecía poco menos que rústica e ignorante a los sutiles doctores de esta edad ambigua.»

«Si antes de este tiempo, el lustre de la religión fue nublado con la superstición, y sus divinos preceptos adulterados con una mezcla de invenciones humanas, este mal, en vez de disminuir, se incrementaba diariamente.»

Siglo VI: Mezcla diversa de invenciones humanas
Como los comentarios de Mosheim se están volviendo ahora redundantes, concluiremos nuestro breve repaso del desarrollo de la doctrina cristiana después de su observación sobre este siglo:

«Cuando los ministros de la iglesia se apartaron de la antigua sencillez de la adoración religiosa, y mancharon la pureza original de la divina verdad con una mezcla diversa de invenciones humanas, se volvió difícil poner límites a esta creciente corrupción. Los abusos se multiplicaron diariamente, y la superstición extrajo de su terrible fecundidad un increíble número de absurdos, que fueron agregados a la doctrina de Cristo y los apóstoles.»

Cumplimiento de las predicciones inspiradas

Estos extractos no son sino unos pocos ejemplos de tantos similares de la pluma de Mosheim, y demuestran la exactitud de las predicciones de los escritores inspirados del primer siglo. Los «lobos rapaces» vinieron, los «hombres que hablen cosas perversas» se levantaron, los «falsos maestros» produjeron «herejías destructoras,» y muchos apostataron de la fe que originalmente se predicaba. La historia registra que unos pocos grupos de cristianos sinceros y devotos permanecieron leales a la fe primitiva y simple que primero fue enseñada por Cristo y sus discípulos, pero con el tiempo la vasta mayoría de conversos ingresaron a una iglesia contaminada por el pensamiento especulativo humano mezclado con ideas y prácticas paganas que atraían a los idólatras; una iglesia que se había vuelto rica y dictatorial, y cuyo mensaje tenía poca semejanza con el verdadero evangelio del reino de Dios.

Un reino literal descontado
Es innecesario decir que la doctrina del regreso de Cristo a la tierra para gobernar sobre un reino de Dios literal fue una de las creencias originales que pronto fueron sometidas al profundo análisis filosófico de hombres como Orígenes, quienes trataban de medir todo con la regla platónica. El resultado es descrito por escritores antiguos e historiadores modernos quienes relatan cómo le fue a la doctrina del milenio a través de los años.

Sin duda los cristianos originales esperaban que el reino fuera establecido al regreso de Cristo en cumplimiento de las promesas a Abraham y David. La Enciclopedia Británica dice:

«La fe en la cercanía de la segunda venida de Cristo y el establecimiento de su reino de gloria en la tierra era indudablemente un tema predominante en la Iglesia Cristiana primitiva.» (14ª Edición; artículo: Milenio)

En el mismo artículo leemos que los padres de los primeros siglos de la Iglesia creían en el venidero milenio «simplemente porque era una parte de la tradición de la Iglesia,» y que eran «pronunciados milenaristas, sosteniendo los mismos detalles de las expectaciones cristianas primitivas.»

Uno de estos tempranos padres fue Ireneo, obispo de la iglesia de Lyons en el año 177, un hombre que había conversado con alguno que podía aún recordar haberse reunido con el apóstol Juan. El habla de Dios trayendo «a los justos el tiempo del reino,» y del cumplimiento a Abraham de «la promesa de la herencia,» en «el cual reino, dice el Señor, muchos vendrán del este y del oeste, y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob.»

Más o menos por el mismo tiempo vivió Justino Mártir a quien se describe como «una valiosa autoridad sobre la vida de la iglesia cristiana a mediados del segundo siglo» (la misma obra, artículo: Justino Mártir). En su diálogo con Trifón se refiere al reino de Cristo de mil años, y dice que todos aquellos cristianos que fueran verdaderamente ortodoxos conocerían su reino, cuando Jerusalén sería reconstruida, adornada y agrandada. También veía el cumplimiento de la promesa a Abraham como la esperanza cristiana:

«Nosotros, juntamente con Abraham poseeremos la tierra santa, y recibiremos en ella una eterna herencia, siendo hijos de Abraham por la misma fe.»

Así que es evidente que las creencias de los primeros cristianos en lo que se refiere al reino de Dios eran las mismas que ya hemos considerado en este libro, y es grato encontrar una confirmación independiente de que nuestra exposición ha sido correcta.

«Gradualmente lanzadas al olvido del pasado»
Ya hemos visto en el testimonio de Mosheim que la doctrina de la iglesia en general, sufrió un drástico cambio por la adopción de ideas paganas, y los registros nos dicen que las enseñanzas acerca del reino de Dios no escaparon a los ataques. Hablando de la creencia en el retorno literal de Jesús para establecer el reino de Dios, la Enciclopedia Británica en su artículo sobre el milenio continúa:

«Después de mediados del siglo II estas expectaciones fueron gradualmente lanzadas al olvido del pasado. Sin embargo, no habrían desaparecido si las circunstancias no se hubieran alterado y no hubiera surgido una nueva actitud mental. El espíritu de especulación filosófica y teológica, y la reflexión ética, que comenzó a extenderse en las iglesias, no sabía qué hacer con las viejas esperanzas del futuro… Estos sueños extravagantes del glorioso reino de Cristo comenzaban a perturbar la forma de organización que la iglesia consideraba conveniente introducir.»

Parece casi inconcebible que lo que para una anterior generación había sido una sólida esperanza, basada totalmente en las Escrituras, fuera considerado ahora como un «sueño extravagante» que no tenía cabida en la nueva teología. Una figura prominente de esta reinterpretación de las creencias sobre el reino fue Orígenes en el siglo III. Mosheim dice de esta época:

«Mucho antes de este período, había prevalecido la opinión de que Cristo vendría a reinar mil años entre los hombres… Esta opinión… hasta aquí no había encontrado oposición… Pero en este siglo su credibilidad comenzó a declinar principalmente por la influencia y autoridad de Orígenes, quien se le opuso con mucho vigor, porque era incompatible con algunos de sus sentimientos predilectos.»

Note la razón por la que Orígenes rechazaba la doctrina del reino de Cristo en la tierra. No era porque fuera considerada antibíblica, o porque nunca hubiera sido parte del cristianismo original, sino ¡porque no coincidía con sus nuevas ideas!

De este modo se llegó a la batalla doctrinal. Algunos permanecieron leales a la predicación de Jesús y los apóstoles en este asunto: hasta el nombre de Lactancio, tutor en el siglo IV del hijo del emperador Constantino, fue incluido entre los milenaristas. Pero las nuevas ideas lograron prevalecer. En su libro Declinación y caída del Imperio Romano, Gibbon describe cómo la fe original perdió terreno:

«La antigua y popular doctrina del milenio estaba íntimamente conectada a la segunda venida de Cristo. La seguridad de un milenio fue cuidadosamente inculcada por una sucesión de padres, desde Justino Mártir e Ireneo, quien conversó con los discípulos inmediatos de los apóstoles, hasta Lactancio quien fue preceptor del hijo de Constantino… Parece haber sido el sentimiento reinante entre los creyentes ortodoxos… Pero cuando el edificio de la iglesia quedó casi completo, el soporte temporal fue hecho a un lado. La doctrina del reino de Cristo en la tierra fue primero tratada como una profunda alegoría, posteriormente llegó a ser considerada como una opinión dudosa e inútil, y al final fue rechazada como la absurda invención de la herejía y el fanatismo.» (Capítulo 15)

Parece casi imposible entender cómo un aspecto tan fundamental de la enseñanza de Cristo pudo ser descartado por su profesos seguidores. Pero tal es el resultado cuando los hombres se guían por sus propios pensamientos, en vez de confiar en la palabra de Dios.

El reino alterno

Pero estos cristianos del siglo IV aún tenían los evangelios, los cuales contienen innumerables e indelebles alusiones al reino de Dios. Si de acuerdo a las nuevas ideas el reino no se refería más al reino de Cristo a su regreso, entonces ¿qué pusieron en su lugar?

¡El reino de Dios era la iglesia misma! Esta fue la idea revolucionaria de Agustín de Hipona a comienzos del siglo V. (Este Agustín no debe ser confundido con el hombre de quien más o menos un siglo más tarde se cree que fundó la iglesia en Inglaterra.) Hablando de la creencia original en el milenio la Enciclopedia Británica continúa:

«Este estado de cosas, sin embargo, gradualmente desapareció después del fin del siglo IV. El cambio fue el resultado de…la nueva idea de la iglesia diseñada por Agustín en base a la alterada situación política de la iglesia. Agustín fue el primero que se atrevió a enseñar que la iglesia católica, en su forma empírica, era el reino de Cristo, que el milenio había comenzado con la aparición de Cristo y por consiguiente era un hecho consumado. Con esta doctrina de Agustín el viejo milenarismo, aunque no completamente extirpado, fue por lo menos eliminado de la teología oficial.»

Así comenzó la creencia oficial de la iglesia de que el reino de Dios no es un reino literal que será establecido al regreso de Jesús, sino que es y siempre ha sido la iglesia sobre la cual se considera que Jesús debe reinar. Confío que aparte de la clara enseñanza bíblica del reino que hemos considerado en capítulos anteriores, nuestro breve vistazo a la forma en que la iglesia se desenvolvió después del primer siglo lo ha convencido de que esto no es correcto. Es un sistema que deliberadamente introdujo la filosofía griega, creencias paganas y ritos paganos en el cristianismo original, y que más tarde se involucró en un dominio tiránico sobre las mentes y cuerpos de los hombres llegando hasta la intriga y el asesinato para lograr sus propósitos. ¿Es éste el reino de Cristo en la tierra, que produce gloria a Dios en las alturas y paz, gozo y felicidad a la humanidad?

Un reino de gracia

Posiblemente conscientes de lo inadecuado de la sugerencia de que la iglesia establecida es el reino de Dios, muchos expresan la idea de que se trata de un reino de gracia en el corazón de los que creen en Jesús. En sus motivos, pensamientos y acciones, tal corazón está bajo el control del Salvador, quien reina allí como rey. Al preguntarle cuál es el apoyo bíblico para esta creencia, el interrogado usualmente se refiere a las palabras de Jesús: «El reino de Dios esta entre vosotros.»

Es una de las grandes tragedias de los religiosos modernos hacer que la gente tome pasajes aislados de la Biblia y los use para construir un edificio completo de fe y creencia, a menudo en oposición a la enseñanza general de la Biblia. Este concepto particular del reino es un ejemplo sobresaliente de esta práctica.

En vez de considerar la frase aisladamente veamos todo el pasaje tal como lo registra Lucas:

«Preguntado por los fariseos, cuándo había de venir el reino de Dios, les respondió y dijo: El reino de Dios no vendrá con advertencia, ni dirán: Helo aquí, o helo allí; porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros. Y dijo a sus discípulos: Tiempo vendrá cuando desearéis ver uno de los días del Hijo del Hombre, y no lo veréis. Y os dirán: Helo aquí, o helo allí. No vayáis, ni los sigáis. Porque como el relámpago que al fulgurar resplandece desde un extremo del cielo hasta el otro, así también será el Hijo del Hombre en su día. Pero primero es necesario que padezca mucho, y sea desechado por esta generación.» (Lucas 17:20-25)

Con todo el pasaje delante de nosotros tenemos mejor capacidad para entender su significado. En primer lugar notemos a quiénes habla Jesús: inicialmente fue a los fariseos, quienes veían a Jesús como enemigo y rival; luego habló a sus propios discípulos.

El primer pensamiento que viene a la mente al considerar este incidente es: ¿Por qué los fariseos necesitaban hacer la pregunta? Si un reino espiritual de gracia fuera la enseñanza de Cristo cuando andaba predicando el reino de Dios—y ya hemos visto que el reino fue el verdadero tema de su mensaje—entonces ninguno de ellos, ni aun lo fariseos, habría estado buscando señales visibles de su venida, puesto que vendría en diferentes momentos a personas diferentes. La pregunta habría sido entonces innecesaria. Así que el mismo hecho de que se hiciera la pregunta nos proporciona un punto de vista de lo que Jesús estaba diciendo acerca del reino—o dicho de otra manera, qué era lo que no estaba diciendo.

¿Eran los fariseos el reino de Dios?
El segundo pensamiento es sugerido por la palabra fariseos. Todo lector de los evangelios conoce la clase de hombres que eran. Ellos consideraban a Jesús como un rival en su posición de poder y estima en asuntos religiosos. A causa de esto raramente hacían preguntas para ganar información; más bien las hacían para intentar entrampar o confundir a Cristo y reducir su posición ante los ojos de la gente ordinaria que lo escuchaba con avidez. Hay muchos ejemplos de esto en los cuatro evangelios. Así que la pregunta fue realmente un reto burlador para Jesús. «Tú has estado hablando todo este tiempo acerca del reino de Dios—¿alguna vez vendrá?» Cuando era enfrentado por los hombres de esta manera, Jesús nunca daba una respuesta directa. Como él había dicho previamente a sus discípulos, aquellos que no querían ver la verdad acerca del reino de Dios permanecerían ciegos en lo que al reino se refería:

«A vosotros os es dado saber el misterio del reino de Dios; mas a los que están fuera, por parábolas todas las cosas; para que viendo, vean y no perciban; y oyendo, oigan y no entiendan…» (Marcos 4:11-12)

Podemos estar seguros de que los fariseos entraban en la categoría de aquellos que estaban «fuera» del alcance del mensaje de Cristo, y la réplica de Cristo podía tener la intención de ser una especie de parábola, para esconder antes que aclarar. ¿No deberíamos, por consiguiente, investigar su significado escondido, así como en las otras parábolas de Cristo, en vez de tomar su significado superficial?

La prueba más convincente de que Jesús no se estaba refiriendo al reino de Dios como a un interior espíritu de gracia, reside en los caracteres de los hombres a quienes se dijo «el reino de Dios está entre vosotros.» ¿Reinaría Jesús en el corazón de los fariseos? La pregunta no necesita hacerse. Esto es lo que Jesús dijo que estaba en estos hombres obstinados y malvados:

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque limpiáis lo de fuera del vaso y del plato, pero por dentro estáis llenos de robo y de injusticia.» (Mateo 23:25)

«¡Ay de vosotros, escribas y fariseos, hipócritas! porque sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera, a la verdad, se muestran hermosos, mas por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia. Así también vosotros por fuera, a la verdad, os mostráis justos a los hombres, pero por dentro estáis llenos de hipocresía e iniquidad.» (Mateo 23:27-28)

Así que según el juicio de Cristo, los fariseos tenían corazones malvados «entre» ellos—ciertamente no tenían el reino de Dios en ningún sentido posible.

¿Qué dio entonces a entender?

«El reino de Dios ha llegado a vosotros»
Primero, un comentario sobre dos de las palabras que usó Jesús: «El reino de Dios no vendrá con advertencia.» La palabra original traducida aquí como «advertencia» es única en el Nuevo Testamento, así que no podemos aplicar el método normal para obtener una idea del significado comparando cómo la palabra es usada en el resto de la Biblia. Pero se usa una palabra relacionada, y ésta tiene el significado de examinar cuidadosamente algo o alguno. Se usa para describir el cuidadoso escrutinio que hacían de Jesús los fariseos para ver si encontraban algo censurable (Marcos 3:2; Lucas 6:7; 14:1; etc.), o la cuidadosa vigilancia puesta a las puertas de Damasco para impedir que Pablo saliera de la ciudad sin ser observado (Hechos 9:24). La traducción de Weymouth subraya la idea:

«El reino de Dios no viene de tal forma que pueda observarlo con precisión.» (Nuevo Testamento en Lenguaje Moderno)

La palabra traducida «entre» no es frecuente en la Biblia, aunque su raíz es a menudo usada y traducida por palabras familiares como en, dentro, entre, con, por, para, etc. Algunas versiones prefieren en medio de en su traducción.

Entonces, ¿en que sentido el reino de Dios estaba entre los fariseos? Dejemos que la Biblia se interprete a sí misma. Mientras Jesús viajaba por todo el país predicando el evangelio, enviaba a los discípulos a las ciudades de los alrededores para que por medio de sus milagros de sanidad y su predicación, los habitantes estuvieran preparados para la visita de Jesús mismo. El instruyó a los discípulos así:

«Sanad a los enfermos que en ella haya, y decidles: Se ha acercado a vosotros el reino de Dios.» (Lucas 10:9)

Cuando el mismo Jesús hacía tales milagros se decía que el reino de Dios había llegado:

«Mas si por el dedo de Dios echo yo fuera los demonios, ciertamente el reino de Dios ha llegado a vosotros.» (Lucas 11:20)

Es completamente fácil ver la forma en que Jesús usaba estas palabras. El reino de Dios se había acercado a ellos, o estaba entre ellos, en el sentido de que la gente había recibido la oportunidad de escuchar y aceptar la enseñanza al respecto, había sido testigo del gran poder por medio del cual el reino habría de ser establecido (Pablo llama a los milagros «los poderes del siglo venidero» (Hebreos 6:5), y sobre todo tenían entre ellos a quien era la encarnación de todo lo que el reino representaba, y quien sería su futuro rey.

Retornando a la confrontación entre Jesús y los fariseos, podemos ver que él estaba replicando a su hostilidad diciendo en efecto: «No hay necesidad de que ustedes busquen cuidadosa y asiduamente el reino de Dios. Si solamente tuvieran ojos para ver sabrían que yo, quien estoy aquí entre ustedes, soy el largamente prometido gobernante del futuro reino, y quien por medio de la predicación y milagros lo ha acercado a ustedes para su aceptación. Pero como ustedes han estado tan obsesionados con una observación crítica y un examen meticuloso de mí, han fallado en ver quién realmente soy.» En verdad, fue una respuesta enigmática, pero ese era su estilo con los fariseos cuando ellos trataban de entramparlo. Nosotros ciertamente no debemos interpretar las palabra de Cristo de modo que contradigan el resto de su predicación o el resto de la Escritura.

Palabras de Cristo a los discípulos

Habiendo replicado a los fariseos, Jesús se vuelve a sus discípulos y con ellos habla claramente sobre su futura venida a establecer el reino de Dios. Primero tendría que sufrir y morir, luego se separaría de ellos, y ellos ansiarían su regreso. El dice que su futura venida será tan obvia para ellos y el mundo como su papel actual debió haberlo sido para los fariseos. Esto parece ser el significado del siguiente pasaje, en una moderna paráfrasis del texto de Lucas:

«Más tarde habló de nuevo de esto con sus discípulos. El tiempo viene cuando ansiarán que esté con ustedes aun por un solo día, pero no estaré aquí, dijo. Informes llegarán a ustedes de que he regresado y que estoy en este o en otro lugar. No los crean ni vayan a buscarme. Porque cuando regrese lo sabrán sin ninguna duda. Será tan evidente como el relámpago que brilla a través de los cielos. Pero primero debo sufrir terriblemente y ser rechazado por toda esta nación. » (Lucas 17:22-25, El Nuevo Testamento Viviente)

Así Jesús explicó a sus discípulos que ellos no tendrían que buscar cuidadosamente la venida del reino. Cuando finalmente viniera sería obvia para todos.

Así que cuando consideramos la frase «el reino de Dios está entre vosotros» en su contexto, y en asociación con todas las otras enseñanzas de Jesús, tales como las que hemos examinado en el capítulo 7, no existe apoyo para la idea de que el reino predicado por Jesús es un reino de gracia en el corazón de los hombres. Serio daño resultará si basamos nuestras creencias en un solo versículo de la Escritura. Cuando tal creencia puede ser sostenida solamente tomando las palabras fuera de su contexto e interpretándolas de manera contraria a la enseñanza bíblica total, el resultado puede ser un desastre personal—sin hablar de la deshonra a Dios en el manejo descuidado de su palabra.

Al mismo tiempo es completamente evidente que hay un sentido en el que Dios puede morar y efectivamente mora en los corazones de hombres y mujeres. Hay muchas alusiones a la gloriosa verdad de que Dios y Cristo moran en los corazones de aquellos que los aman y les son fieles. Uno de los temas de las epístolas es el templo espiritual de Dios edificado sobre Cristo, en el cual Dios mora en un sentido espiritual ahora, y morará en una sentido mayor en el futuro. Entonces será dicho que estará «el tabernáculo de Dios con los hombres, y él morará con ellos» (Apocalipsis 21:3). Pero ésta es una figura bíblica diferente del reino de Dios. El reina sobre el reino, pero mora en su templo.

Resumen

Después de considerar en el capítulo 7 la enseñanza de Jesús y sus apóstoles acerca del reino de Dios, y notar la diferencia entre su mensaje original y la enseñanza del cristianismo organizado de la actualidad, expuse la pregunta de cómo había llegado a realizarse el cambio.

En el comienzo de este capítulo vimos las predicciones de los apóstoles en el sentido de que después de su muerte la fe original sería corrompida desde dentro y fuera de la joven iglesia.

Con la ayuda de historiadores serios hemos examinado la historia de la iglesia durante los siguientes siglos. Concerniente a la iglesia en general hemos aprendido que desde la segunda mitad del segundo siglo gradualmente se apartó de la primitiva simplicidad de la fe y comenzó a incorporar ideas de la filosofía griega. Más tarde esto se volvió una política deliberada para atraer conversos del paganismo. Finalmente las nuevas ideas se impusieron tan completamente que los pocos que aún se aferraban a la fe original fueron vistos como objetos de desprecio y burla, y hasta de persecución.

La doctrina clara del Nuevo Testamento del retorno de Cristo a establecer el reino de Dios en la tierra fue un blanco especial de estos ataques. Mientras generalmente se adhirió a ella durante los primeros trescientos años, más tarde fue vista como una alegoría y finalmente fue considerada como una herejía.

En el siglo IV se dijo que el reino de Dios había llegado con el reino de Cristo sobre su iglesia, a pesar del hecho de que la iglesia por esta época era corrupta en la práctica y extraviada en la doctrina.

En tiempos más recientes se ha dicho que el reino de Dios se manifiesta cuando un corazón está sintonizado con la mente divina y Dios reina supremo en la vida de la persona. Vimos el único pasaje bíblico que sugiere esto y encontramos que la frase «el reino de Dios está entre vosotros» fue dirigido a los fariseos hipócritas a quienes Cristo ciertamente no consideraba como hijos de Dios, sino al contrario. Vimos que Jesús usó la palabra entre en el sentido de estar en medio de ellos, siendo él el centro y la encarnación de todo lo que el reino de Dios representaba.

«Preguntad por las sendas antiguas»
Cuando hace mucho tiempo Israel se apartó de la verdadera adoración de Dios, recibió esta súplica de Dios de retornar a él:

«Así dijo Jehová: Paraos en los caminos, y mirad, y preguntad por las sendas antiguas, cuál sea el buen camino, y andad por él, y hallaréis descanso para vuestra alma.» (Jeremías 6:16)

Cuál sería la advertencia que Dios haría a las iglesias de hoy?

~ Peter J. Southgate

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