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“Si vivimos por el Espíritu…”

El concepto del Espíritu en el Antiguo Testamento

La doctrina del Espíritu en el Antiguo Testamento no dice nada de la supuesta “segunda persona de la trinidad”. Dado que Dios es espíritu, sus actividades en la historia se presentan, ya sea a través de ángeles (mensajeros) o de su Espíritu. El poder creativo de Dios fue ejercido a través de su Espíritu (Génesis 1:2). La palabra hebrea usada para Espíritu también significa «aliento» o «viento».

El Espíritu de Dios:

  • dotó a los hombres de dones especiales, tales como sabiduría, entendimiento y oficios (Éxodo 31:3).
  • dio a los jueces de Israel sabiduría y victoria en la batalla (Jueces 3:10). 
  • otorgó a Sansón una fuerza extraordinaria (Jueces 14:6).
  • capacitó al rey de Israel para el liderazgo (1 Samuel 16:13).

Además de dar a los hombres fortaleza y sabiduría divina, el Espíritu era la fuente del mensaje profético (Miqueas 3:8). Miqueas puntualiza que los falsos profetas estaban alejados del Espíritu del Señor. Los falsos profetas predecían de sus propios espíritus y no tenían visión del Señor (Ezequiel 13:3). Desde los primeros días de Israel, el Espíritu estaba relacionado con la función de profetizar (1 Samuel 10:6, 9). Los verdaderos profetas proclamaron la palabra del Señor que llegó a ellos, posiblemente, a través de la actividad del Espíritu de Dios. 

Hacia el final del período de los profetas, Joel predijo que en los últimos días Dios derramaría su Espíritu sobre toda carne, capacitando a su pueblo para profetizar. Parece que el Espíritu haría que la palabra de Dios fuera conocida por su pueblo a través de sueños y visiones (Joel 2:28). El concepto del papel del Espíritu Santo en la actividad de profecía se encuentra establecido en 2 Pedro 1:21. La verdadera profecía no se originó en la voluntad o en la mente de los hombres sino que “los hombres santos hablaron la palabra de Dios siendo inspirados por el Espíritu Santo”. El Espíritu no sólo revelaba la Palabra de Dios sino que hacía realidad lo que se predecía.

Hay tres funciones importantes del Espíritu de Dios en el Antiguo Testamento:

  1. El poder de Dios en relación con la existencia física, incluyendo la creación y la dádiva de vida. 
  2. Dios capacita a los líderes políticos de Israel para el desempeño de su tarea.
  3. Dios instruye a los profetas para que hablen la palabra del Señor.

“Espíritu” – una expresión bíblica

Si se revisa con detenimiento la Biblia, se notará que existen una serie de versículos en donde el término Espíritu/espíritu es empleado para referirse a Dios, a su Hijo, a seres celestiales, así como también a los seres humanos y sus características, estados o actividades.  Por ejemplo, en los pasajes que siguen, alude o representa:

  • a Dios (1 Timoteo 4:1; Hebreos 10:29);
  • a Jesús (1 Corintios 15:45);
  • a los ángeles (Hebreos 1:7, 14);
  • a una persona, un estado de ánimo, una voluntad, un carácter, una emoción, un corazón (Mateo 5:3; Marcos 8:12; Lucas 1:47);
  • a los pensamientos carnales (1 Corintios 2:11-12; Efesios 2:2);
  • al aliento de vida (Mateo 27:50; Juan 19:30);
  • a los maestros falsos (1 Timoteo 4:1; 1 Juan 4:1);
  • a una enfermedad (Marcos 3:11; Mateo 10:1);
  • al poder (Lucas 1:35);
  • a la Palabra de Dios (Juan 6:63); y,
  • a un fantasma (Lucas 24:37, 39).

Existen pasajes en donde espíritu y Espíritu Santo son sinónimos (Lucas 3:22; 4:1; Juan 1:32,33; Hechos 2:4). En cambio, en Romanos 8:16, la palabra espíritu tiene dos sentidos diferentes.

El “Espíritu Santo” según la doctrina de la “Trinidad”

La doctrina de la Trinidad sostiene que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son un solo Dios en TRES PERSONAS DISTINTAS. Se viene enseñando que el Espíritu Santo es una persona divina desde que se convocó el Concilio de Constantinopla en el año 381 d.C. el cual declaró explícitamente que el Espíritu Santo era Dios igual al Padre y al Hijo como recita en el Credo: «Creo en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria». Sin embargo, en los primeros 381 años de la Era Cristiana la iglesia no había formulado el dogma Trinitario tal como se conoce hoy, y es probable que ni Jesús ni sus apóstoles lo hubieran manifestado de esa manera, ya que Cristo mismo reconoció que sólo Su Padre es el único Dios verdadero (Juan 17:3).

¿Pero, cuál es el nombre de la “Persona” Espíritu Santo? El nombre identifica a un individuo y su ascendencia. Sin nombre un individuo no es nada, no existe. Por eso sabemos que Dios mismo se dio a conocer y reveló Su nombre personal— “Yahweh (Salmo 83:18; Isaías 42:8). De igual manera, el Hijo de Dios tiene su nombre propio, el cual es Jesús (Lucas 1:31). Pero cuando hablamos del Espíritu Santo nos vemos en problemas al tratar de descubrir su supuesto nombre personal. Uno puede leer desde el Génesis hasta el Apocalipsis y no hallará el nombre del Espíritu Santo. 

Ante esta dificultad los Trinitarios sostienen que el nombre del Espíritu Santo es “Consolador” (Juan 14-16), pero esto no es posible ya que  este adjetivo “consolador” denota la función del Espíritu Santo, la cual es consolar a los creyentes. Es como querer decir que el nombre del Hijo de Dios es “Salvador” o “Creador” el del Padre. Jamás se afirma en la Biblia que el Espíritu Santo se llama “Consolador”, y esto sólo se encuentra en la mente de los Trinitarios. Por tanto, si el Espíritu Santo no tiene su nombre personal es lógico concluir que no es una persona sino alguna otra cosa.

Un calidoscopio del entendimiento del significado del Espíritu Santo

Del punto de vista Wikipedia

En la teología cristiana, el Espíritu Santo, o equivalentes como son, entre otros, Espíritu de Dios, Espíritu de verdad o Paráclito (del griego parakletos: aquel que es invocado) es una expresión bíblica que se refiere a una compleja noción teológica a través de la cual se describe una «realidad espiritual» suprema, que ha sufrido múltiples interpretaciones en las diferentes confesiones cristianas y escuelas teológicas

Del punto de vista católico romano

La devoción al Espíritu Santo es una de las más excelsas y preciosas entre todas las que puede practicar el cristiano. Él es Dios, es el Santificador. Él ha de alumbrarnos, vivificarnos, guiarnos, fortalecernos, abrasarnos con el fuego del amor divino. Él nos hace santos apóstoles.  

Yo me abandono sin reservas a vuestras divinas operaciones, y quiero ser siempre dócil a vuestras santas inspiraciones. ¡Oh Santo Espíritu! Dignaos formarme con María y en María, según el modelo de vuestro amado Jesús.

Del punto de vista Pentecostal

El estudio de la persona y de la obra del Espíritu Santo debe ser necesariamente, para el cristiano devoto, una cuestión de vital interés. Estudiar lo concerniente al Espíritu Santo es estudiar lo concerniente a aquella actividad de Dios por medio de la cual Él se mueve para comunicarse a sí mismo y para ministrar a aquellos que le pertenecen. El Espíritu Santo es aquella persona de la santa trinidad cuyo oficio es tocar sobre el creyente y servir como el canal divino que provee comunión personal. El conocimiento de Dios por parte del creyente no puede nunca ser completo si no conoce la tercera persona de la Deidad

El Espíritu Santo es el poder de Dios

Según Lucas 1:35 comprendemos que el Espíritu Santo es el poder de Dios. Consecuentemente, lo que el Espíritu Santo hace es poner en evidencia lo que el mismo Dios está realizando. Por ejemplo, el Consolador, el Espíritu Santo… “el os enseñará todas las cosas”  (Juan 14:26) simplemente significa: “Dios les enseñará todas las cosas por medio de su divino poder.”  

De manera semejante, aunque las Escrituras no pueden, literalmente hablando, “decir” algo, está escrito: “Porque la Escritura dice a Faraón…” (Romanos 9:17). Dios es quien dijo esto y su escritor, guiado por el poder del Espíritu Santo, con plena seguridad lo registró. En esta cita existe una fusión: se dice que el Espíritu Santo habla, da testimonio y consuela, cuando en realidad es Dios quien habla, da testimonio y consuela por medio de su poder: el mismo Espíritu Santo. 

Se puede demostrar que el Espíritu Santo es un poder por medio de una comparación cuidadosa de los pasajes siguientes:

Génesis 1:1-2: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra… y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas…”  

Pero otras referencias sobre la creación atribuyen el trabajo al poder de Dios. Considérense las expresiones:

“Yo hice la tierra, el hombre y las bestias que están sobre la faz de la tierra, con mi gran poder…” (Jeremías 27:5)

“El es el que hizo la tierra con su poder…” (Jeremías 51:15; compárese 10:12)

“Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento…” (hebreo ruach, espíritu) de su boca. (Salmo 33:6) 

Este último es comprensible si el Espíritu Santo es un poder. Pero el lenguaje es inapropiado si el Espíritu Santo fuese, en realidad, un personaje poderoso, omnipotente y omnisciente dentro de la Deidad.

El Espíritu, Dios en acción

Es importante recordar que para realizar un estudio de la Biblia, es decir un tema específico que se quiera analizar, siempre se debe considerar todos los registros bíblicos relacionados sobre el mismo. Si es posible usar concordancia bíblica para una mejor guía. A veces resulta muy práctico anotar los textos que vienen al caso. Así que según el tema del “santo espíritu”, lo encontramos mencionado solamente tres veces en el Antiguo Testamento. La primera vez está en el Salmo 51:10-12:

“¡Crea en mí, Dios, un corazón limpio, renueva un espíritu recto dentro de mí! No me eches de delante de ti y no quites de mí tu santo espíritu. Devuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente.”

Vemos los hechos bíblicos acerca del rey David que intervienen en el estudio:

  • David está muy arrepentido y pidiendo perdón a Dios por el pecado que había cometido. 
  • Debemos de recordar lo que paso con David y Betsabé en 2 Samuel 11-12.
  • David, momentos después, reconoce lo que había hecho (2 Samuel 12:13) y se arrepiente. 
  • Las consecuencias de ese pecado vinieron a él y tuvo que rendir cuenta por su pecado (2 Samuel 12:14).

El salmo 51 revela la gracia liberadora de Dios ante el pecado del hombre. Esta referencia nos informa del sentido amplio de la palabra “espíritu”. 

  • El rey David sintió muy alejado de Dios por eso le pidió “un espíritu recto” (v.10) que no ceda a la tentación. 
  • David suplicó a Dios que “no quites de mí tu santo espíritu” (v.11) porque quiso continuar como uno de los profetas de Jehová autorizado a proclamar su Palabra (2 Pedro 1:21  “porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana,  sino que los santos  hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo.”)
  • David quiso hacer revivir el gozo de ser un hombre de buena voluntad dispuesto de servir a su Dios. Por eso le pidió a Dios: “Devuélveme el gozo de tu salvación y espíritu noble me sustente” (v.12).

La palabra “espíritu” en la Biblia tiene algunos significados diferentes. En ambos Testamentos describe la energía de Dios dirigida a la creación y a la inspiración. Es Dios en acción y una extensión de Su personalidad. A donde sea que el espíritu esté trabajando, reconocemos la presencia operacional de Dios. En el Salmo 51, David desea tener “la verdad en [su] ser más íntimo” y la capacidad para conocer la sabiduría (v.6). La obra del Espíritu de Dios en David produciría este deseable efecto. 

¿Porque David identifica la capacidad de Dios que le había dado para hablar como un profeta el “santo espíritu” cuando el término no había usado antes en el Antiguo Testamento? David dio cuenta de la gravedad de su pecado y la santidad de Dios. Pidió al santo Dios para ser usado en su gran propósito para con el mundo. Dios respondió graciosamente a su suplica. Cuando David habla de “tu santo espíritu” pensaba en el poder de Dios dirigido a la humanidad para realizar la santidad. Comprendía que Dios es santo y todo lo que hace es santo. La única manera para llegar a la santidad es por medio de Dios.

La segunda vez que encontramos la referencia al “santo espíritu” está en Isaías 63:9-12:

“En toda angustia de ellos él fue angustiado, y el ángel de su faz los salvó; en su amor y en su clemencia los redimió, los trajo y los levantó todos los días de la antigüedad. Mas ellos fueron rebeldes  e hicieron enojar su santo espíritu;  por lo cual se les volvió enemigo y él mismo peleó contra ellos. Sin embargo, se acordaron de aquellos tiempos antiguos, de Moisés y de su pueblo, diciendo: «¿Dónde está el que los hizo subir del mar con el pastor de su rebaño? ¿dónde el que puso en medio de él su santo espíritu, el que los guio por la diestra de Moisés con el brazo de su gloria, el que dividió las aguas delante de ellos, haciéndose así un nombre eterno?”

La referencia de los vs.10–14 es a la rebelión de Israel luego de la experiencia del desierto, por la cual fueron castigados pero no desechados. Por amor a sus anteriores misericordias, el Señor continuó guiándolos. A continuación, vemos el corazón de Dios. Verdaderamente, Su ira ha de ser considerada seriamente; sin embargo, Su ira no es lo último que se menciona. La ira y el amor de Dios son dos aspectos del mismo carácter. Ambos son resaltados a lo largo de la Biblia. En esta referencia, la ira y la misericordia son reveladas como elementos de Su naturaleza divina. Ambos fueron mostrados cuando Él actuó para la redención de Israel. Dios es siempre fiel a Sus promesas. David fue consolado grandemente con esa idea cuando confesó sus pecados al Señor (Salmo 51). La referencia de Isaías 63 describe la actitud de Dios para con Israel a lo largo de su historia. Su “amor” y “misericordia” han sido constantes para con ellos. Hay un triste resumen en el versículo 10 que dice: “Mas ellos fueron rebeldes”. La historia de Israel estuvo marcada por la rebelión contra su santo Dios, e “hicieron enojar su santo espíritu” (v.10). 

El Espíritu de Dios es ciertamente no sólo un poder abstracto. Puesto que es Dios en acción, es muy personal. Es la extensión de Dios. El espíritu de Dios es su personalidad extendida a Su creación. Puede ser resistido por seres humanos pecaminosos. Así la rebelión de Israel causó un entristecimiento al espíritu de Dios (Isaías 63:10). 

En el mismo contexto aprendemos que el “ángel de Su presencia” estaba activamente comprometido en la salvación del pueblo de Dios (Isaías 63:9). Es el “ángel de Jehová” que iba delante de los israelitas de día en una columna de nube y de noche en una columna de fuego” (Éxodo 13:20). Hay evidencia aquí que los ángeles están envueltos en la mediación de la actividad espiritual de Dios en los asuntos humanos. Isaías 63:11-14 menciona los días de la gloria de Israel, diciendo: “Pero se acordó de los días antiguos, de Moisés” (v.11). Se acordaron de su rescate de Egipto al dividir el Mar Rojo (v.12). También se acordaron de la guía y los actos salvadores de Dios en el desierto (por ejemplo, al proveerles el maná, conducirlos con una nube en el día y una columna de fuego en la noche). Por medio de estos actos divinos, Dios hizo para sí un “nombre perpetuo” (Éxodo 14:16–29).

En las tres ocasiones donde está mencionado el “santo espíritu” en el Antiguo Testamento se refiere a:

  • Dios obrando por medio de un profeta o
  • Dios obrando por medio de un ángel.

Observamos también en las tres referencias el contraste dentro de la santidad de Jehová y la maldad de la gente. Dios siempre es Santo. Todo lo que hace es por Su Espíritu. Pero cuando Su propósito tiene la intención específica cumplir la santidad o cuando está considerado al lado de la santidad de Dios pues es denominado “Santo Espíritu”. 

De esta información bíblica es satisfecha si definimos el Espíritu como Dios en acción efectiva, Dios en comunicación, Su poder y personalidad extendiendo sus influencias para contactarse con su creación en una variedad de formas. 

El Espíritu en el Nuevo Testamento

En el Nuevo Testamento están alrededor de 90 referencias al Espíritu Santo. Está la historia del nacimiento del Hijo de Dios, de las vidas de sus seguidores y la manera en que Dios ayuda a individuos “vivir por el espíritu”. 

Un problema es que al Espíritu Santo no se le da un nombre propio distintivo en las Escrituras. A Dios (el Padre) se le conoce por una diversidad de denominaciones en el Antiguo Testamento; a Jesús (el Hijo) se le llama Jesús, Cristo y Logos (entre otros); sin embargo, al Espíritu Santo se le refiere únicamente con términos descriptivos. Aun la frase “Espíritu Santo” significa sencillamente “el Espíritu que es santo (griego: hagios)”. No hay nada distintivo acerca de la frase, porque Dios también es un Espíritu que es santo.

Según al Trinitario ortodoxo, el Espíritu Santo es un tercer miembro de la Deidad eterna, coigual y coeterno con el Padre y el Hijo. Esta “Persona” o “distinción” en la Deidad, sin embargo, no tiene nombre personal. El uso acostumbrado pero arbitrario del pronombre “El” para el Espíritu nos ha condicionado a pensar en una tercera persona. Una muy diferente impresión se crea si traducimos espíritu como “lo” o “ello.”

Si uno rastrea a través de los diccionarios estándares de la Biblia, es obvia que noventa y nueve por ciento de la información bíblica es satisfecha si definimos el Espíritu como: Dios en acción efectiva, Dios en comunicación, Su poder y personalidad extendiendo sus influencias para contactarse con su creación en una variedad de formas. La evidencia restante podría ser empujada en la dirección de una creencia en “una tercera persona de la Trinidad”, ¿pero está esto justificado? ¿Es el Espíritu alguna otra cosa que la energía de Dios, que inspira a los seres humanos para llevar a cabo extraordinarias hazañas de valor, invistiéndolos a ellos con habilidades artísticas o de poderes milagrosos, y especialmente que comunica verdades bíblicas? 

La palabra “espíritu” en la Biblia tiene algunos significados diferentes, todos relacionados, sin embargo, a la idea básica del poder invisible y la mente. En ambos Testamentos “Espíritu Santo” describe la energía de Dios dirigida a la creación y a la inspiración. Es Dios en acción y una extensión de Su personalidad (como hemos visto por medio de sus ángeles). A donde sea que el Espíritu esté trabajando, reconocemos la presencia operacional de Dios como hemos descubierto en el Salmo 51 y la profecía de Isaías 63. 

Hay una estrecha conexión en el Salmos 33:6 entre el Espíritu de Dios y su actividad creativa: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento [Hebreo ruach; LXX pneuma] de su boca.” El hecho de que “espíritu” y “aliento” son las traducciones de las mismas palabras Hebrea y Griega, nos indican el significado original de espíritu como el poder creativo de Dios, la energía detrás de Su declaración.

Hay claras diferencias entre lo que la Biblia dice acerca del Padre y del Hijo y de lo que dice acerca del Espíritu. Dios y Cristo son obviamente individuos separados dignos de recibir adoración. El Padre en Su capacidad como creador, el Hijo Jesús como instrumento y agente en la salvación de la humanidad. No obstante el Espíritu Santo no tiene un nombre personal. ¿Por qué es que en ningún texto de la Escritura es el Espíritu Santo adorado u orado? Ni una vez el Espíritu Santo envía saludos a las iglesias. Cuando los Apóstoles escribieron a sus iglesias, los saludos son siempre enviados por dos personas, el Padre y el Hijo. Es muy extraordinario que Pablo pudiera omitir mencionar constantemente a la tercera persona de la Trinidad, si él creyó que ésta existía.

La información bíblica es explicada adecuadamente pensando del Espíritu como la mente, corazón y personalidad de Dios y de Cristo extendida a su creación. El Espíritu tiene personalidad porque refleja las personas del Padre y del Hijo. Espíritu Santo es otra forma de hablar del Padre y del Hijo en acción, enseñando, guiando e inspirando a la Iglesia. No vemos necesidad de afirmar la existencia de una tercera persona, separada y distinta de Dios y Su Hijo. 

Hay de hecho apoyo bíblico por una “trinidad” de Padre, Hijo y creyentes quienes están unidos y vinculados por el Espíritu Santo. Así Juan informa a Jesús como orando, “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros…Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad” (Juan 17:21,23). El Espíritu Santo, el Espíritu de verdad, es la mente del creador hecha graciosamente disponible a la humanidad sufriente. El acceso al Espíritu Santo es hallado en las palabras de Jesús, que son “espíritu y son vida” (Juan 6:63). Los Cristianos poseen el ungimiento que les enseña la verdadera doctrina y los posibilita a permanecer en unión con Cristo (1 Juan 2:27). 

El espíritu de Dios es Su santa inteligencia, carácter y disposición, el exponente de los planes y propósitos de Su corazón. A través del Espíritu somos invitados a participar en esa gama de actividad divina, viniendo a ser “santos como Dios es santo,” y estar enterados de su consejo secreto que El anhela compartir con nosotros. La intimidad del Señor es para aquellos que le temen, y él les hará conocer Su pacto” (Salmo 25:14). Por medio de recibir el Espíritu, que es equivalente a “Haber recibido el conocimiento de la verdad” (Hebreos 10:26), ganamos acceso a la personalidad divina extendida a nosotros.

 Un breve repaso de lo que el autor de este folleto confiesa

  • En los días antes de que Cristo fuese revelado a los hombres, la obra del Espíritu Santo consistió en presentar la salvación de Dios a los hombres y demostrar por medio de milagros Su poder y autoridad para cumplir Sus Promesas. Así, Jehová, a través del Espíritu Santo, fue manifestado a los hombres, quienes oyeron y vieron Su poder.
  • El deseo de Dios fue enviar, por medio del Espíritu Santo, Su palabra de salvación a Su Hijo, Jesucristo. El trabajo de Jesús consistió en recibir y hablar aquella palabra a los hombres por medio del poder del Espíritu Santo. La tarea de los hombres fue escuchar y creer aquella palabra.
  • Durante todo el Antiguo Testamento y los Evangelios no hubo necesidad del don del Espíritu Santo para ser salvos. Aquellas personas quienes vieron los milagros de Jesús no fueron instruidas de la necesidad de permitir la obra oculta del Espíritu Santo en sus mentes antes de creer y ser salvos.
  • La promesa del Espíritu Santo de Jesús en Juan 14 – 16 fue para capacitar a los apóstoles a fin de continuar y cumplir la misma obra que el Mesías hizo mientras estuvo en la tierra. Por eso trajeron la palabra de salvación a los hombres en el primer siglo.
  • Los apóstoles hablaron la palabra de Dios e hicieron milagros en forma extraordinaria. No existe ninguna otra manifestación del Espíritu Santo en el libro de los Hechos.
  • El Espíritu Santo les dio a los apóstoles el poder para escribir lo que ellos mismos y Jesús dijeron e hicieron.
  • No ha existido un derramamiento de milagros o revelación adicional de la palabra desde la época apostólica. Las Escrituras anuncian otro derramamiento del Espíritu Santo en la época del futuro Reino de Dios en la Tierra.
  • El Espíritu del Cristo es lo que fue hablado por Cristo. Fue enviado a los apóstoles y enseñó acerca de Él.
  • Una persona que tiene el Espíritu de Cristo manifiesta un cambio de actitud. Su vida es dirigida por las enseñanzas del Cristo que constan en las Escrituras dadas por el Espíritu Santo
  • Poseer el Espíritu de Cristo es tener la mente influenciada por el entendimiento y aceptación de la predicación concerniente al Cristo crucificado.
  • Tener a Cristo en el corazón es el resultado de la fe en las enseñanzas de Jesús registradas en la Biblia. La persona que posee esta característica es recibida por Dios y es invitada a formar parte de Su familia.
  • Los ángeles, espíritus ministradores de Dios, son enviados para servicio a favor de los que serán herederos de la salvación.
  • Oramos a Dios y le agradecemos por darnos la comida para fortalecer nuestros cuerpos físicos. Sin embargo, debemos trabajar para recibirla. El mismo proceso se cumple para recibir la fortaleza espiritual
  • La Palabra de Dios y el conocimiento de la voluntad de Dios es lo que fortalece al hombre interior. No existe ninguna fuerza misteriosa que penetre directamente en nuestros corazones. Por Su gracia, nos ha dado el medio por lo cual podemos ser fuertes espiritualmente.
  • Cuando entendemos el significado de la vida y sacrificio de Jesucristo y permitimos que influya en nuestras vidas demostramos que Cristo vive en nuestros corazones.
  • La Palabra de Dios no solamente nos instruye, sino que también imparte una fuerza moral.
  • Hombres y mujeres son guiados desde su interior por medio del apoyo y la disciplina de la Palabra.  A través de la constante lectura y meditación de la Palabra los hombres de fe nunca están sin la dirección divina.

El verdadero poder de la palabra de Dios

El Espíritu de Dios se refiere no sólo a su mente/disposición sino también al poder con el cual expresa esos pensamientos; por lo tanto, podemos estar confiados de que su palabra/espíritu no es tan sólo una declaración de su mente: hay también un poder dinámico en esa palabra

Con una verdadera apreciación de ese poder deberíamos estar ansiosos de utilizarlo; cualquier sentimiento de turbación en relación con esto se eliminaría con el sólo conocimiento de que la obediencia a la palabra de Dios nos dará el poder que necesitamos para librarnos rápidamente de las pequeñeces de esta vida y avanzar hacia la salvación. Con mucha experiencia en esto, Pablo escribió:

“Porque no me avergüenzo del evangelio [la palabra], porque es poder de Dios para salvación” (Romanos 1:16).

Por lo tanto, el estudio bíblico y su aplicación en nuestra vida es un proceso dinámico. Esto no tiene relación con el enfoque frío y académico de los teólogos como tampoco con el ‘cristianismo’ conformista de muchas iglesias cuando citan brevemente algunos pasajes, pero no hacen esfuerzo alguno por entenderlos y aplicarlos. 

“La palabra de Dios es viva y eficaz”; “La palabra de su poder [de Dios]” (Hebreos 1:3; 4:12). “La palabra de Dios… actúa en vosotros los creyentes” (1 Tesalonicenses 2:13). Por medio de la palabra, Dios actúa siempre en forma real en la mente de los verdaderos creyentes

Por consiguiente, el evangelio que aprendemos es el verdadero poder de Dios; si lo permitimos puede obrar en nuestras vidas para transformarnos en unos auténticos hijos de Dios, mostrando, hasta cierto grado, el espíritu/mente de Dios en esta vida, preparándola para el cambio a la naturaleza espiritual de Dios, lo que ocurrirá al regreso de Cristo (2 Pedro 1:4). La predicación de Pablo fue “con demostración del Espíritu y de poder” (1 Corintios 2:4).

Entonces, ¿Tenemos el Espíritu? ¿Somos guiados por el Espíritu? Podemos responder “Sí”, pero no en el sentido de los autores mencionados anteriormente. 

“El respondió y dijo: Escrito está: No solo de pan vivirá el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios”. (Mateo 4:4).

“Mas a todos los que lo recibieron, a quienes creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Estos no nacieron de sangre, ni por voluntad de carne, ni por voluntad de varón, sino de Dios”. (Juan 1:12-13).

“Él, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad, para que seamos primicias de sus criaturas”. (Santiago 1:18).

 “El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.” (Juan 6:63)

“pues habéis renacido, no de simiente corruptible, sino de incorruptible, por la palabra de Dios que vive y permanece para siempre.” (1 Pedro 1:23).

“Pero persiste tú en lo que has aprendido y te persuadiste, sabiendo de quién has aprendido y que desde la niñez has sabido las Sagradas Escrituras, las cuales te pueden hacer sabio para la salvación por la fe que es en Cristo Jesús. Toda la Escritura es inspirada por Dios y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto, enteramente preparado para toda buena obra”. (2 Timoteo 3:14-17).

La salvación depende de la asimilación de la mente a las ideas y principios divinos que se manifiestan en las Sagradas Escrituras (Roberts, R. Introducción del Compañero de la Biblia – Tablas de Lecturas Diarias.). Este proceso empieza con la creencia del evangelio y continúa durante toda la vida, desarrollándose a su perfección con la diligencia infatigable del individuo. La mente humana está por naturaleza lejos de Dios y todos sus principios y no puede asimilarse de repente a la mente divina:

“por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios, porque no se sujetan a la Ley de Dios, ni tampoco pueden”. (Romanos 8:7).

“Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura; y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente.” (1 Corintios 2:14).

Es un proceso que se desarrolla gradualmente y que se realiza con la aplicación asidua del individuo al medio que el Señor ha proveído para este efecto: la expresión de la mente de Dios en Su Palabra, las Escrituras de Verdad. El estado de la mente en conformidad con la intención del Espíritu manifestada en las Escrituras crece solamente con una comunión diaria con la mente de Dios.

“Moraré en medio de los israelitas, y seré su Dios”

El tabernáculo en el desierto

Éxodo 25:8 “Me erigirán un santuario, y habitaré en medio de ellos.”

Fiel a sus promesas de Éxodo 6:6-8, Jehová liberó a Su pueblo de Egipto y los “adoptó” como su especial tesoro (Éxodo 19-24; Romanos 9:4). Ahora estaba a punto de cumplir el resto de sus promesas descendiendo al campamento de Israel para habitar en medio de su pueblo (Éxodo 25-40).

En la historia del libro de Éxodo recordamos cuatro cosas. Todo el libro gira alrededor de cuatro acontecimientos de gran importancia. 

  • La primera de ellas es la Pascua. Los capítulos uno al catorce nos llevan y hallan su punto culminante en este gran acontecimiento. 
  • El segundo suceso es el del pueblo de Israel cruzando el Mar Rojo, que se describe en el capítulo catorce. 
  • El tercer acontecimiento es la entrega de la ley en Sinaí y 
  • El cuarto la construcción del tabernáculo en medio del campamento de Israel. Estos cuatro sucesos resumen el libro de Éxodo.

Los dos primeros sucesos están íntimamente relacionados y lo mismo sucede con los otros dos. La Pascua y el Mar Rojo son dos aspectos de una misma verdad: la liberación del pueblo de Israel, que se encontraba esclavo en Egipto. Una imagen de algo muy importante en la experiencia cristiana, lo que llamamos conversión o regeneración, la liberación de una persona de la esclavitud del mundo.

Los otros dos acontecimientos también están relacionados entre sí. La entrega de la ley y la construcción del tabernáculo son acontecimientos totalmente inseparables. Recordemos que a Moisés le fue dado el plano del tabernáculo cuando estuvo en el monte con Dios, al mismo tiempo que le fue entregada la ley. Es preciso que comprendamos por qué estos dos sucesos, la ley y el tabernáculo, están intrincadamente unidos.

Está en el Sinaí el momento en que se entrega la ley. Pero ¿en qué consiste la ley? Es sencillamente una imagen de la santidad de Dios, es decir, del carácter de Dios. Es el hecho de que Dios es inmutable, que tiene un carácter inflexible. Por eso es por lo que la ley y la entrega de dicha ley es un tiempo de terror. Porque no hay nada más terrible para los seres humanos que tener que afrontar el hecho de que Dios es completamente inmutable y que nada va a hacerle cambiar. Esto es un maravilloso consuelo para nosotros cuando pensamos acerca de su amor y su gracia, pero nos asusta pensar en su santidad, su ira y su furia. La ley es el nivel absoluto e irrevocable de la personalidad de Dios, que es lo que descubrimos cuando nos encontramos con la experiencia del Señorío de Su Hijo, Jesucristo.

¿Nos tomamos realmente en serio lo que Dios dice acerca de sí mismo? Escuchen: «Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto. (Mateo5:48) ¿Nos tomamos en serio estas palabras? ¿Cómo puedo yo ser perfecto? La respuesta que tiene Dios a esa pregunta es el tabernáculo, el ritual del sacrificio relacionado con él. Por eso es por lo que en el monte, sí, en el mismo monte en el que dio la ley es la revelación de su carácter, se dio su tabernáculo, su provisión para venir a morar en el hombre, porque Dios habitó en su pueblo por medio del tabernáculo.

En el campamento de Israel estaban todas las tribus colocadas en perfecto orden y en el centro mismo se encontraba el tabernáculo. Sobre él y sobre todo el campamento estaba situada la gran nube de día y la columna de fuego por la noche. Si una persona entrase en el campamento de Israel, tendría que pasar por fuerza entre todas las tribus, entrase por donde entrase, y encontrar por fin el camino hasta el centro del campamento, donde estaban los levitas. Al continuar entre ellos, llegaría hasta el tabernáculo.

¿Qué nos enseña todo esto? Que Dios es santo y solo puede habitar entre el pueblo bajo las más rígidas condiciones. El problema con el tabernáculo era que solo se permitía al pueblo presentarse ante Dios de una manera representativa, pero, de hecho, ellos estaban excluidos de su presencia. El pueblo común no podía nunca llegar ante su presencia, solo lo podía hacer el sumo sacerdote, que temía por su vida, y solo una vez al año, eso era todo. Esa es la restricción de estos rituales del Antiguo Testamento.

Como vemos, el problema que encontramos en el Antiguo Testamento y los santos de aquellos días no era la ley y no había nada de malo en ella. La ley es algo positivo, según nos dice Pablo. La ley era perfectamente buena y lo sigue siendo. El problema tenía que ver con el tabernáculo y el sistema de los sacrificios, que no eran suficientemente completos ni reales. No eran más que sombras, solo imágenes y no podían realmente hacer nada. Por eso es por lo que, al llegar al libro de Hebreos, todo el libro está dedicado a enseñarnos que la ley de Dios sigue siendo inmutable, pero el enfoque es totalmente diferente, porque venimos ante el que es lo contrario de la figura, la realidad, que simbolizan todas estas sombras. En Hebreos leemos: «tenemos plena confianza para entrar al lugar santísimo (Hebreos 10:19) sin el menor temor, porque mediante la sangre de Jesús y su gracia, Dios ha eliminado todo lo que separa y nos ha acercado a sí mismo.

Todo el libro de Éxodo pretende grabar en nosotros, al leerlo, esa gran verdad del Nuevo Testamento, la gloria que representa vivir con Dios mismo en medio de nuestra vida y de lo que nos exige la verdad, las responsabilidades que representan y los privilegios que nos permiten disfrutar. La gran necesidad que tenemos es la de caminar descansando solo en la obra acabada del Señor Jesucristo.

Éxodo 29:45 “Yo habitaré entre los hijos de Israel y seré su Dios.

Punto de reflexión

La presencia de Jehová es condicional. Depende de la obediencia de Su pueblo.

La dedicación del Templo (1 Reyes 8:1-9:9)

1Reyes 6:13 “Habitaré en medio de los hijos de Israel y no abandonaré a mi pueblo Israel»

El relato sobre el proyecto de construcción del rey Salomón llega a su punto culminante en la descripción de la dedicación del nuevo edificio. Es significativo que este gran acontecimiento coincidió con la fiesta de los tabernáculos, ocasión recordaba a los israelitas que en otra época habían sido peregrinos. Ahora la dedicación simbolizaba la transición de la morada de Jehová desde el tabernáculo, habitación de un pueblo nómada, hasta una casa permanente para El, en medio de un pueblo sedentario.

El traslado del arca desde la tienda de Jerusalén hasta el templo fue el primer acto de las ceremonias. El arca simbolizaba la presencia de Dios. Contenía las tablas de la Ley y así constituía la seguridad visible del pacto de Dios con Su pueblo.

Cuando los levitas instalaron el arca en el lugar santísimo, la nube de la gloria llenó en templo. Así Dios puso su sello de aprobación en el templo y lo santificó con su presencia. La morada de Dios entre los hijos de Israel, se refiere a aquellos símbolos de su presencia en el templo, los cuales eran las señales visibles de su relación espiritual con aquel pueblo.

En el servicio de dedicación, Salomón fue un siervo de Dios que representaba la nación elegida. Su sublime oración manifiesta tanto su amplia comprensión de la naturaleza divina, como su propia profundidad espiritual. Alabó a Jehová atribuyéndolo incomparable majestad e infinita gracia. Reconoció también que, aunque la presencia divina residiría en el templo, Dios no se limitaría a él:

«Pero  ¿es verdad que Dios habitará sobre la tierra?  Si los cielos, y los cielos de los cielos,  no te pueden contener;  ¿cuánto menos esta Casa que yo he edificado? (1 Reyes 8:27)

Le suplicó a Jehová que atendiera las oraciones de los extranjeros en el templo, para que volviesen a sus tierras a divulgar allí el conocimiento del verdadero Dios (1 Reyes 8:38-43).

Todavía no hemos considerado la palabra de Dios a Salomón que se encuentra incrustada en el relato de 1 Reyes 6:11–13. Dice que esta palabra tiene que ver con este templo que tú edificas, pero no tiene ninguna otra referencia al templo. ¿Cuál es su propósito entonces? El carácter condicional de la promesa de Dios a David, ya aclarado por David en 1 Reyes 2:4, lo declara ahora Dios mismo en palabras relacionadas con el proyecto de la construcción del templo. 

Dios habitará en medio de los hijos de Israel si Salomón camina en los estatutos de Dios y obedece sus mandamientos. En otras palabras, la edificación de un templo no garantizará la presencia de Dios en me dio de su pueblo. A Dios no se le puede domesticar y guardar en una caja, no importa cuán magnífica sea la caja. Su presencia depende de la obediencia y ahora específicamente de la obediencia de Salomón. Aunque estos versículos no alcanzan a criticar la construcción del templo, lo que sí hacen es poner el proyecto en perspectiva al poner énfasis en el tema de mayor importancia: la obediencia.

El obrero que Dios escoge

Isaías 66:1-2: Jehová ha dicho: “El cielo es mi trono y la tierra el estrado de mis pies. ¿Dónde está la casa que me habréis de edificar? ¿Dónde el lugar de mi reposo? Mi mano hizo todas estas cosas, así todas ellas llegaron a ser”, dice Jehová. “Pero yo miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu y que tiembla a mi palabra.” 

El capítulo 66 vuelve a trazar hacia atrás los temas del capítulo 65. Después de haber presentado la descripción que hace el Señor de los que habían escogido su propio camino (vs. 1–6), Isaías escribió acerca de un futuro glorioso (vs.7–14). A continuación, habló del juicio de los que practicaban la idolatría (vs.15–17) y luego terminó con el llamado del Señor a todas las naciones (vs.18–21). La conclusión general de bendición de Dios para los fieles y Su juicio sobre los transgresores dan fin a la profecía de Isaías (vs.22–24).

Estos versículos no constituyen una protesta contra la reconstrucción del templo, como lo han sugerido algunos, puesto que fue Dios quien lo ordenó (Hageo 1:2–11). Más bien es un reproche a la práctica eclesiástica estéril, espíritu que habría de erigir muros humanos alrededor de Dios.  Observamos la actitud de pureza que Dios espera de nosotros, como en Lucas 18:13, desde el momento en que el hombre no sólo es pequeño sino pecador. 

Nadie había de pensar que Dios, el Creador del “cielo” y de la “tierra”, podía ser confinado a una “casa” (v.1). Ciertamente, Dios estaba presente en el templo, como lo está en la asamblea de los cristianos (1 Corintios 3:16; 6:19–20). No obstante, Dios habita todos los cielos y toda la tierra. En Hechos 7, hallamos una declaración similar hecha por Esteban en el v.48 y su cita de Isaías en los versículos 49 y 50.

Dios no usará simplemente a cualquiera para edificar Su casa. No puede hacerlo. Es el Dios justo que creó todas las cosas. La casa que está construyendo es de tal naturaleza que recibe no solo la mano de obra de los trabajadores, sino también el carácter de ellos. La actitud, la obediencia y la humildad de ellos se convierten en parte de la edificación misma.

Dios dijo: “… pero miraré a aquel que es pobre y humilde de espíritu, y que tiembla a mi palabra” (v.2). El verdadero santuario de Dios es el corazón humano que es “pobre y humilde”. 

Pablo recogió esta idea en su exhortación a los cristianos de Colosas, cuando dijo:

“La palabra de Cristo more en abundancia en vosotros, enseñándoos y exhortándoos unos a otros en toda sabiduría, cantando con gracia en vuestros corazones al Señor con salmos e himnos y cánticos espirituales.” (Colosenses 3:16).

Jesús, “el hombre a quien Dios mira”,  dijo: “Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres.” (Juan 8:31–32). La persona pobre y humilde “tiembla a [Su] palabra” (Isaías 66:2), le tiene suma reverencia. No añade ni quita de lo que Dios ha dicho que se haga; busca obedecerle con todo su corazón.

Punto de reflexión

La casa que está construyendo es de tal naturaleza que recibe no solo la mano de obra de los trabajadores, sino también el carácter de ellos. La actitud, la obediencia y la humildad de ellos se convierten en parte de la edificación misma.

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