Pongamos en vigor un poco de imaginación
Imaginamos el siguiente escenario:
Está sentado en el cine enfrente de una pantalla inmensa. El espectáculo es la historia de su vida. Cada detalle, no importa que sea tan pequeño e insignificante, está listo para ser proyectado. El teatro está lleno y el público espera con anticipación. Oirá todo lo que ha dicho en la vida, incluso las cosas que profirió bajo su respiración. De hecho especial ensayará cada uno de sus pensamientos.
¿Se siente incómodo ahora? No querría a nadie saber estas cosas sobre su vida.
Pero alguien, sí, sabe todo. Dios omnipotente tiene cada detalle de la película:
“porque nada hay encubierto que no haya de descubrirse, ni oculto que no haya de saberse. Por tanto, todo lo que habéis dicho en tinieblas, a la luz se oirá; y lo que habéis hablado al oído en los aposentos, se proclamará en las azoteas.” (Lucas 12:2-3)
Algo dicho en “tinieblas”
Al contemplar las multitudes que le seguían para oírle, Jesús advirtió a sus discípulos que se cuidaran de la hipocresía, es decir, aparentar bondad cuando sus corazones se hallan lejos de Dios. Es una trascripción del vocablo griego hypokriteis, que significaba actor o protagonista en el teatro griego. Los actores solían ponerse diferentes máscaras conforme al papel que desempeñaban. De ahí que hipócrita llegara a designar a la persona que oculta la realidad tras una “máscara” de apariencias.
Jesús comparó la hipocresía con la levadura: empieza como algo pequeño, se esparce y con el tiempo infecta toda la masa. Los judíos reconocían la levadura como un cuadro de impureza (Éxodo 12:15–20; 1 Corintios 5:6–8; Gálatas 5:9). Pero la hipocresía está destinada al fracaso debido a que a su tiempo Dios revelará todas las cosas (Lucas 12:2–3), y Él es el Juez final.
Los fariseos no podían mantener sus actitudes ocultas para siempre. Su egoísmo crecería como levadura y muy pronto quedarían expuestos a lo que en verdad eran: impostores hambrientos de poder, líderes religiosos sin devoción. Es fácil enojarse ante la evidente hipocresía de los fariseos, pero nosotros debemos resistir la tentación de simular respetabilidad cuando nuestros corazones están lejos de Dios.
En Lucas 12 están “cosas escondidas” que nadie puede ver. Por ejemplo:
- Lo que habéis dicho en tinieblas (v.3)
- Y él pensaba dentro de sí (v.17)
- No os angustiéis por vuestra vida (v.22)
- Buscad más bien el reino de Dios (v.31)
- Sed semejantes a hombres que aguarden a que su señor regrese (v.36)
Hay cosas en esta lista que no queremos que sean conocidas por nadie pero sabemos que Dios desenmascarará todo.
Regresamos al escenario
Hay una manera que podemos evitar el evento terrible de esta exhibición publica de nuestra vida. Podemos pedir a Dios que destruya la película. Es por medio de nuestra fe en la muerte y resurrección de Jesús que recibimos el perdón de nuestros pecados. Esto es por qué hablamos sobre perdón. El perdón es nuestra necesidad más grande. Pero hablamos de dos caras de la moneda:
— Perdonar y ser perdonado —
Lo que espera el Dios Omnipotente
Espera de Sus hijos lo siguiente:
“Entonces se le acercó Pedro y le dijo: Señor, ¿cuántas veces perdonaré a mi hermano que peque contra mí? ¿Hasta siete? Jesús le dijo: No te digo hasta siete, sino aun hasta setenta veces siete.” (Mateo 18:21-35)
Siguiendo el patrón judío un tanto legalista, Pedro le pregunta a Jesús si el perdón tenía ciertos límites. Pedro está dispuesto a perdonar siete veces, debido a que los rabíes judíos decían que tres veces era suficiente. El apóstol estaba bien enterado de los requisitos de la ley al respecto del perdón. Aunque los diez mandamientos no enseñan explícitamente del perdón de los pecados de “mis hermanos contra mí”, la evidencia del perdón se puede ver en cada sacrificio ofrecido en el templo en el Monte Sion. La oración de Salomón durante la dedicación del primer templo es un ejemplo maravilloso de la calidad del perdón del Señor.
“Escucha la oración con que tu siervo ora en este lugar. Asimismo escucha el ruego de tu siervo y de tu pueblo Israel, cuando en este lugar hagan oración. Escucha desde los cielos, desde el lugar de tu morada; escucha y perdona.” (2 Crónicas 6:21)
Sabía de sobra que la ley y los profetas tanto como la tradición judía requerían el perdón de parte del miembro del pacto de Dios con Su pueblo. Era un deber perdonar al ofensor. Para Pedro la cuestión no era si se debía perdonar o no, sino ¡hasta que punto llegaba el requisito del perdón!
Pedro emplea el número clásico entre los judíos que simbolizaba “lo completo”, el número siete. Significa que el perdón debía ser “satisfactoriamente completo”. ¡La respuesta de Jesús es sorprendente para Pedro! Jesús no puso límite al perdón, por cuanto el verdadero perdón procede de un corazón de amor y el amor no guarda rencor 1 Corintios 13:4-5).
La parábola que sigue comienza con las palabras “Por lo cual…” (Mateo 18:23). Quiere que se entienda bien que la parábola que va a contar responde a la situación planteada por Pedro respecto al perdón.
La lección de la parábola es obvia. El rey pudo perdonar la deuda del siervo de diez mil talentos que estaban fuera del alcance de los sueños más locos de las personas ordinarias. En contraste cien denarios no es una cantidad insignificante (el pago de 100 días laborables), pero es una pequeña fracción, ¡uno en 600.000 de la primera suma! Por lo tanto, a la luz de la incalculable gracia de Dios hacia nosotros, es absurdo, tanto como malvado, el que rehusemos perdonar a otros. Perdonamos porque hemos sido perdonados por Dios, y ninguna ofensa en contra de nosotros puede compararse remotamente con la cantidad incalculable de perdón con que hemos sido perdonados.
El perdón es condicional
Este fue el mensaje de la oración en Mateo 6 y esa parábola nos recuerda de la manera que los pecados eran descritos como “deudas” en el Padrenuestro. Dios ha perdonado gratuitamente nuestras deudas; de ahí que nosotros también debamos perdonar.
“Por tanto, si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; pero si no perdonáis sus ofensas a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.” (Mateo 6:14-15)
Por el hecho de que Dios ha perdonado todos nuestros pecados, no debiéramos negarle el perdón a nadie. Cuando no perdonamos, nos estamos poniendo al margen y por encima de la ley del amor de Cristo. Pablo explica:
“Antes sed bondadosos unos con otros, misericordiosos, perdonándoos unos a otros, como Dios también os perdonó a vosotros en Cristo.” (Efesios 4:32)
Punto de reflexión: El perdón es condicional
***¿Qué hacemos? Aquí están unos pasos hacia el perdón:
l. Confrontar la rabia interior, la vergüenza, la herida. La persona puede estar deprimida sin saber por qué, hasta que descubre la causa, oculta por muchos años o sólo por horas.
2. Reconocer la fuente de la herida, y descubrir el por qué.
3. Elegir perdonar. Aunque haya base para la ira y la venganza, no se elige eso, sino perdonar.
4. Buscar una nueva forma de pensar sobre esa persona que nos ha hecho mal. Cuando lo hacemos, por lo general descubrimos que es un ser vulnerable, probablemente con heridas.