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Nuestra Esperanza para el Futuro

Después de la Muerte: ¿Qué? - Una Respuesta Bíblica

La muerte es real

No se puede evitar la realidad de la muerte. Cuando ocurre de repente, inesperadamente, como resultado de un accidente o de un ataque cardíaco, nos produce una verdadera conmoción. De igual modo, cuando alguien que está en la flor de la vida muere de cáncer o falla renal. Estas situaciones son tan comunes que todos las experimentamos. Somos abrumados por la sensación de nuestra propia impotencia: no podemos anular lo que ha sucedido. Todos los recursos humanos son ineficaces para devolver la vida a la persona muerta. El pesar de los familiares no es fácilmente consolado.

¿Cómo reacciona la gente ante el hecho de la muerte? Los jóvenes simplemente no tratan el asunto con seriedad. Si llegan a tener una sorpresa ocasional—como por ejemplo cuando un amigo muere en un accidente automovilístico—es sólo «mala suerte». La tragedia es olvidada muy pronto. Las personas de mediana edad tampoco se preocupan por contemplar la muerte. Está todavía muy lejos para que parezca un verdadero peligro: «Mejor lo enfrentamos cuando llegue». Los ancianos se dan cuenta mucho más de que enfrentan una realidad de la que no escaparán. Sus amigos y conocidos se marchan de la escena. Las fallas de su vista y oídos, el desarrollo de malestares físicos, les recuerda que el cuerpo humano finalmente perece.

¿Supervivencia?

Mucha gente se consuela con la idea de que de alguna manera sobrevivirá a la muerte. Se cree comúnmente que una misteriosa vida interior llamada «alma» sale del cuerpo y va al «cielo», donde vive en un estado de felicidad indescriptible. Pero este punto de vista no es tan confiable ni ampliamente sostenido como lo era anteriormente. Actualmente es más una esperanza piadosa que una convicción fuerte. La idea de que las «almas» de los impíos van al «infierno» para sufrir tormentos, también está siendo abandonada en la actualidad, exceptuando a la Iglesia Católica que mantiene la creencia en el infierno, purgatorio, limbo y paraíso.

Debe decirse que esta actitud popular adolece de ciertas fallas en el razonamiento: si las almas de los justos van al cielo, ¿a dónde van las almas de los injustos?

Actualmente, un creciente número de personas se han vuelto francamente pesimistas. Aceptan el hecho de que la muerte es el fin de la vida. Este razonamiento tiene consecuencias desafortunadas, pues la persona que lo sostiene está tentada fuertemente a argüir que esta vida es todo lo que tiene; tiene derecho a hacer lo que le da la gana, y no hay razón para no «comer, beber y alegrarse», porque mañana morirá. Esta forma de pensar tiene efectos serios sobre la manera de vivir, la cual puede volverse desenfrenada y egoísta, con resultados desastrosos como los que actualmente estamos viendo en la sociedad.

¿Mensajes de los muertos?

El hecho ineludible es que desde los albores de la historia, millones tras millones de seres humanos han muerto y sido enterrados. Si en realidad han sobrevivido en alguna nueva forma, esperaríamos oír de ellos alguna palabra de consuelo para los dolientes, alguna información acerca de su estado o alguna prevención para los vivos. Sin embargo, nunca escuchamos mensaje alguno de ellos; ni siquiera una palabra. ¿No es extraño? De todos modos, ¿dónde están todos estos millones?

Hay ciertas personas, llamadas «espiritistas», quienes creen en la supervivencia y afirman que reciben mensajes de los muertos. Una completa investigación revelará que son poco convincentes sus pretensiones. Hace años, el escritor de este folleto asistió a algunas sesiones espiritistas y leyó mucha de su literatura. Los supuestos mensajes de los muertos eran tan triviales y comunes que no necesitaban explicación espiritista. Las descripciones de la otra vida estaban saturadas con jardines, arroyos, árboles frutales y flores olorosas, todo esto gozado en un perezoso arrobamiento. Es completamente claro que esto no es más que un cuadro idealizado de las aspiraciones humanas. Un serio investigador de los fenómenos psíquicos, C. E. M. Joad, comentando sobre la pobre calidad de la alegada comunicación espiritista, declara vigorosamente: «¡Es evidente que si los espíritus sobreviven, sus cerebros no!»

Es verdaderamente lastimoso. Muchos hombres y mujeres viven dignamente (humanamente hablando), siendo útiles, bondadosos e inteligentes; algunos muy versados y expertos en su campo; ¿deben todos estos perderse para siempre? ¿No hay alguna forma por medio de la cual las vidas y caracteres de verdadero valor puedan ser preservados? Naturalmente esto hace surgir la pregunta: ¿cuál es el verdadero valor? Lo definiremos más tarde.

La pregunta vital

¿Cómo podemos poner en claro el problema de lo que sucede después de la muerte? ¿Dónde podemos obtener una respuesta verdadera, completamente confiable?

¿Confiaremos en nuestros propios sentimientos o «intuición»? ¿Cómo sabremos que estamos en lo correcto? ¿Cómo esperaremos que otras personas acepten nuestro punto de vista basándose en nuestra propia autoridad? ¿Cómo puede un hombre o una mujer, en cualquier parte, darnos la respuesta? De todos modos, ¿cómo la saben ellos? ¿Aceptaremos el criterio de líderes religiosos, ya sean individuos, concilios o sínodos? ¿Qué saben ellos? ¿Qué hemos de pensar cuando líderes religiosos prominentes no están de acuerdo sobre importantes asuntos? Un obispo prominente ha declarado que Cristo no se levantó literalmente de los muertos. Otros declaran que la resurrección es uno de los fundamentos de la fe cristiana. ¿A quién creeremos? ¿y por qué?

Estas preguntas, cuando son sinceramente enfrentadas, nos llevan a esta conclusión inevitable: la opinión de un ser humano, por sí misma, no tiene mayor valor que la de cualquier otro. En otras palabras, el pensamiento humano no puede darnos la respuesta.

De esto surge una conclusión muy importante: puesto que ninguna mente humana puede pronunciarse con autoridad sobre lo que sucede después de la muerte, claramente necesitamos una autoridad externa superior a la humanidad, es decir, una autoridad sobrehumana.

La respuesta

La clase de autoridad que necesitamos existe entre nosotros. Es la Biblia, la cual declara de principio a fin que es un mensaje para la raza humana, procedente de Dios, el Creador de los cielos, la tierra y la humanidad.

Los escritores de la Biblia nunca pretenden hablar en su propio nombre, sino solamente «la palabra de Jehová.» «He puesto mis palabras en tu boca,» dice Dios al profeta Jeremías (1:9). Jesús aceptaba los escritos de «la ley y los profetas» (nuestro Antiguo Testamento) como palabra de Dios. El mismo declaró que las palabras que hablaba eran palabras de Dios. Los apóstoles dijeron lo mismo: Pablo afirmó que «toda la Escritura es inspirada por Dios», usando un término que significa «soplo de Dios». El «soplo» (o espíritu) de Dios está en lo que fue escrito; así que lo que dice la Escritura, es verdad. Los primeros creyentes en Cristo, aquellos que conocieron personalmente a los apóstoles, aceptaron el Antiguo y el Nuevo Testamento como la verdadera y confiable palabra de Dios. Por siglos la enseñanza de la Biblia ha sido el fundamento de la fe cristiana.

Observemos lo que la Biblia contiene. Registra cómo la raza humana llegó a existir y explica en términos claros por qué existen el mal, el sufrimiento y la muerte. Nos dice positivamente qué sucede después de la muerte. También revela la nueva clase de vida que puede ser nuestra si solamente ponemos atención a su mensaje.

No hay otro libro en el mundo que nos proporcione esto. De hecho, no existe ningún libro que nos muestre tantas señales de que no ha sido producido por mente humana, sino por la mente de Dios. Hace más de 100 años Henry Rogers escribió un valioso libro titulado EL ORIGEN SOBREHUMANO DE LA BIBLIA DEDUCIDO DE SI MISMA. En él escribió: «La Biblia no es la clase de libro que un hombre habría querido escribir si hubiera podido, ni podría haber escrito aunque hubiera querido.»

La razón es que es un mensaje de Dios para nosotros. Por eso merece nuestra sincera atención.

La Biblia y nosotros

Es sumamente importante que entendamos lo que la Biblia tiene que decir acerca de nosotros, nuestro origen y nuestra naturaleza. Es el único relato autorizado sobre cómo llegamos a existir.

El libro de Génesis se refiere a nuestro origen. Nos dice claramente que el hombre es un ser creado. Es decir, el hombre depende de un Creador para su propia vida. No fue responsable de su propio origen. He aquí como sucedió:

«Jehová Dios formó al hombre del polvo de la tierra, y sopló en su nariz aliento de vida, y fue el hombre un ser viviente.» (Génesis 2:7)

Nótese el bajo origen del hombre: del suelo. Génesis nos dice también (6:17; 7:22) que los animales también comparten el «espíritu de vida» con la humanidad. Pero es la expresión «ser viviente,» en hebreo «alma viviente» (ver 1 Corintios 15:45) la que reclama nuestra atención y nos enseña la condición primera y esencial para entender la Biblia:

Debemos entender los términos bíblicos en su propio sentido y no en el nuestro.

Para muchas personas, la palabra alma sugiere la idea de algún espíritu dentro del hombre, el cual sobrevive a la muerte del cuerpo. Pero de ninguna manera es usada así en Génesis, donde la palabra traducida alma se refiere también a los animales.

(NOTA DEL TRADUCTOR: En Génesis 2:7 la palabra hebrea original, «nefesh», ha sido traducida de dos maneras en las versiones Reina-Valera: La versión de 1909, conocida como Antigua Versión, traduce alma. La de 1960 traduce ser. La misma palabra hebrea, «nefesh», se tradujo seres en ambas revisiones, en Génesis 1:21, 24.)

La conclusión es clara: Génesis nos dice que por origen y naturaleza el hombre fue creado un ser viviente. De hecho, el hombre tiene más grande poder mental que el animal; pero básicamente la naturaleza de ambos es la misma.

Llega la muerte

El problema de cómo la vida humana podía llegar a su final es tratado en los primeros capítulos de Génesis. Dios le dijo a Adán que si desobedecía el mandamiento que había recibido, moriría. Adán desobedeció y el siguiente juicio fue pronunciado sobre él:

«Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.» (3:19)

El texto bíblico es asombrosamente claro. La muerte no es una puerta que se abre a una nueva vida. Es solamente el castigo de la desobediencia. El hombre retorna al polvo. En el relato de Génesis sobre el diluvio, cuando «se corrompió la tierra delante de Dios, y estaba la tierra llena de violencia» (6:11, 12), vinieron las aguas del juicio, y tanto hombres como animales perecieron del mismo modo:

«Murió toda carne que se mueve sobre la tierra, así de aves como de ganado y de bestias… y todo hombre. Todo lo que tenía aliento de espíritu de vida en sus narices… murió.» (7:21, 22)

Hombres y animales

La Biblia compara frecuentemente la naturaleza del hombre a la de los animales. Hablando de ambos, el salmista declara:

«Les quitas el hálito, dejan de ser, y vuelven al polvo» (104:29).

El escritor de Eclesiastés es completamente categórico. Quiere que los hombres vean:

«que ellos mismos son semejantes a las bestias. Porque lo que sucede a los hijos de los hombres, y lo que sucede a las bestias, un mismo suceso es: como mueren los unos, así mueren los otros, y una misma respiración tienen todos… Todo va a un mismo lugar; todo es hecho del polvo, y todo volverá al mismo polvo.» (3:18-20)

Los hombres y los animales tienen por naturaleza el mismo destino: todos retornan al polvo. Algunos pueden objetar que el versículo siguiente da un sentido diferente:

«¿Quién sabe que el espíritu de los hijos de los hombres sube arriba, y que el espíritu del animal desciende abajo a la tierra?» (3:21)

Pero en realidad, ¿quién puede detectar alguna diferencia? A propósito, la palabra traducida «espíritu» aquí, es la misma que se traduce «respiración» en el versículo 19. Esto demuestra que en este pasaje, el sentido de «espíritu» es la vida que resulta de la respiración. La vida termina cuando la respiración se detiene.

Así que el «alma» puede morir. Hablando del juicio que Dios trajo sobre los orgullosos egipcios por medio de las diez plagas, el salmista dice: «No eximió la vida [«nefesh»,alma] de ellos de la muerte, sino que entregó su vida a la mortandad» (Salmos 78:50).

Dios declara dos veces por medio de Ezequiel: «El alma que pecare, esa morirá» (Ezequiel 18:4,20).

En su petición final a Dios, Sansón implora: «Muera yo [«nefesh»] con los filisteos» (Jueces 16:30). Una traducción literal diría: «Muera mi alma con los filisteos.»

Por consiguiente, el alma es la persona misma, el ser viviente. Cuando él perece, su alma o vida perece con él.

El hombre a imagen de Dios

¿Quiere decir esto que los hombres no son mejores que los animales? De ninguna manera, porque Génesis 1:27 nos dice que el hombre fue hecho «a imagen de Dios.» En otras palabras, la naturaleza física de la humanidad es exactamente como la de los animales; pero el hombre tiene una mente superior, capaz de entender y responder a Dios. El salmista tiene este comentario muy valioso:

«El hombre que está en honra y no entiende, semejante es a las bestias que perecen.» (Salmos 49:20)

Así que el entendimiento representa la diferencia entre el hombre y los animales. Cuando preguntamos, «¿Qué es lo que el hombre debe entender?», el Nuevo Testamento viene poderosamente en nuestra ayuda, como veremos.

En vista de la evidencia bíblica que se ha examinado hasta aquí, no es ninguna sorpresa aprender que los muertos descansan, completamente inconscientes, en el sepulcro. El salmista nos dice que no confiemos en príncipes o en hombres, porque

«sale su aliento, y vuelve a la tierra; en ese mismo día perecen sus pensamientos.» (Salmos 146:4)

David ruega que Dios lo libre:

«Porque en la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?» (Salmos 6:5)

El Salmo 115 dice lo mismo:

«No alabarán los muertos a JAH, ni cuantos descienden al silencio.» (115:17)

El escritor de Eclesiastés es más enfático:

«Porque los que viven saben que han de morir; pero los muertos nada saben… También su amor y su odio y su envidia fenecieron ya… Todo lo que te viniere a la mano para hacer, hazlo según tus fuerzas; porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría» (9:5-10).

El lugar de los muertos es descrito correctamente en estos enfáticos pasajes como «en esta tierra» (el polvo de la tierra de que fue hecho el hombre), «en el Seol» (el sepulcro) y en «el silencio».

El sueño de la muerte

Daniel proporciona una declaración sobresaliente sobre este tema. Es especialmente significativa debido al uso que se hace de la misma idea en el Nuevo Testamento. Su profecía contiene esta referencia a los sucesos en «los últimos días», cuando Dios mostrará su poder en la tierra una vez más en un «tiempo de angustia, cual nunca fue desde que hubo gente hasta entonces.»

«Muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua.» (Daniel 12:1, 2)

Que esta declaración se refiere en parte a los siervos fieles de Dios, se deduce claramente de la afirmación de que ellos recibirán «vida eterna.» Pero obsérvese dónde estarán ellos hasta recibir este galardón: «en el polvo de la tierra»; un testimonio que concuerda completamente con lo que hasta ahora hemos visto.

En este punto algunos lectores pueden decir: «Hasta aquí usted ha citado solamente el Antiguo Testamento. ¿No es el Nuevo Testamento una nueva revelación de Jesús y del evangelio? ¿No dice algo completamente diferente?

Jesús, los apóstoles y el Antiguo Testamento

Para responder a esta duda es esencial entender cuál fue la actitud de Jesús y de sus apóstoles referente a las Escrituras que ahora conocemos como el Antiguo Testamento.

Un hecho es claro y totalmente irrefutable: ellos aceptaban lo que estaba escrito «en la ley de Moisés, en los profetas y en los salmos» (Lucas 24:44) como la palabra inspirada de Dios. Lo citaban constantemente en apoyo de su predicación. Nunca contradijeron o arrojaron dudas sobre algún pasaje del Antiguo Testamento. Al contrario, procuraban buscar y extraer el verdadero significado de lo que estaba escrito. Se esperaría que los escritos del Nuevo Testamento concordaran en sus enseñanzas con el Antiguo, y así resulta. He aquí unos cuantos ejemplos.

Había habido una tragedia en Galilea. Los soldados romanos habían matado una cantidad de judíos en una disputa religiosa. Ciertos judíos vinieron a decírselo a Jesús. Su respuesta es muy significativa:

«¿Pensáis que estos galileos, porque padecieron tales cosas, eran más pecadores que todos los galileos? Os digo: No; antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente.» (Lucas 13 1-3)

Según la Biblia, «perecer» significa exactamente lo que nosotros entendemos: dejar de existir sin sugerencia alguna de supervivencia. No se puede evitar la enseñanza de Jesús: Toda la humanidad perecerá, a menos que se arrepienta. Esto es exactamente lo que se dice en el Salmo 49: el hombre es como las bestias que perecen, a menos que entienda. Aquí tenemos la primera insinuación de la respuesta a nuestra pregunta: «¿Qué es lo que el hombre debe entender?» Esto tiene que ver con el arrepentimiento.

Jesús también concordaba con Daniel, quien había declarado que «muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados» (12:2). El Evangelio de Juan registra sus palabras así:

«Vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación.» (Juan 5:28, 29)

(Los «todos» de Jesús son los mismos «muchos» de Daniel: significa todos los que han oído la voz del hijo de Dios, como se lee en el versículo 25).

Observe dónde están los muertos: «en los sepulcros» (según Daniel, «duermen en el polvo de la tierra); ellos «saldrán» por medio de la resurrección (según Daniel «serán despertados»). Saldrán, ya sea para vida o para juicio. La armonía entre Jesús y Daniel es completa; el Señor está respaldando la enseñanza del Antiguo Testamento sobre este tan importante asunto del lugar, estado y destino de los muertos.

Los apóstoles defendieron la misma enseñanza. Escribiendo a los creyentes de Efeso, Pablo les dice que antes de que llegaran a creer en Jesús, estaban «sin Cristo,… sin esperanza y sin Dios en el mundo» (Efesios 2:12). A los creyentes romanos les dice que «todos que sin ley han pecado, sin ley también perecerán» (Romanos 2:12). Estas son afirmaciones contundentes. Simplemente nos dicen que si no tenemos relación con Dios por medio de Cristo (de la manera que El lo requiere), estamos «sin esperanza» y pereceremos. ¡Cuán precioso debe ser el entendimiento que puede salvarnos de tal suerte!

El apóstol Santiago dice a sus lectores que no hagan afirmaciones muy seguras de lo que harán en el futuro, porque no saben lo que sucederá en el mañana. El apóstol agrega:

«¿Que es vuestra vida? Ciertamente es neblina que se aparece por un poco de tiempo, y luego se desvanece.» (4:14)

La afirmación de Daniel de que los muertos «duermen en el polvo de la tierra» es repetida por el apóstol Pablo. Los creyentes en Tesalónica se lamentaban de la muerte de algunos que habían creído en Cristo. Pablo les dice:

«Tampoco queremos, hermanos, que ignoréis acerca de los que duermen para que no os entristezcáis como los otros que no tienen esperanza… Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero.» (1 Tesalonicenses 4:13,16)

Observe Ud. lo que este pasaje está diciendo: los creyentes que han muerto en Cristo «duermen»; los que no creen «no tienen esperanza»; Cristo personalmente descenderá de los cielos (observe en el versículo 16 la palabra mismo); los creyentes muertos resucitarán de la tumba.

Estas son enseñanzas básicas encontradas en todo el Nuevo Testamento. Son verdades fundamentales del evangelio.

La resurrección de los muertos

Para los que creen en la supervivencia después de la muerte por medio de un alma o espíritu inmortal, siempre ha sido muy duro comprender por qué el Nuevo Testamento pone tanto énfasis en la resurrección de los muertos.

Que el Nuevo Testamento enseña la resurrección, está libre de toda duda. Jesús asume que esto es verdad, cuando dice a los judíos que no solamente inviten a sus amigos ricos a un banquete, esperando ser invitados por ellos a su vez. También deben invitar a los necesitados, lo cual les será recompensado «en la resurrección de los justos» (Lucas 14:14). Los fieles muertos serán levantados de sus tumbas, y en ese momento recibirán su recompensa.

El apóstol Pablo dedica un capítulo entero a la seguridad de que los muertos serán levantados. Muestra especial interés en demostrar que si Cristo no resucitó de los muertos, entonces nadie más podrá hacerlo. En tal caso, «también los que durmieron en Cristo perecieron» (1 Corintios 15:18). (Observe lo que esto implica: si en este caso aun los creyentes en Cristo «perecieron», con mucha más razón perecerán los que no creyeron.)

Pero no existe duda alguna sobre esto, dice Pablo. Cristo realmente resucitó de los muertos (vea la impresionante lista de testigos oculares en los versículos 3-8 de este capitulo); de este modo Cristo «primicias de los que durmieron es hecho.» En esto concuerdan Pablo y Daniel.

En el resto de este capítulo, Pablo declara que para los fieles muertos habrá un cambio de naturaleza después de su resurrección: «La carne y la sangre no pueden heredar el reino de Dios.» Nuestra naturaleza actual es mortal y corruptible; pero cuando los muertos sean resucitados, deberán ser «transformados»: «Porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad.» Así se cumplirá la palabra: «Sorbida es la muerte en victoria» (50-54).

Hemos llegado a la clara verdad bíblica de que la recompensa de los justos no consiste en una existencia espiritual en algún otro lugar. Consiste en la seguridad de recibir en la resurrección un cuerpo incorruptible que no podrá corromperse y perecer como ocurre con nosotros actualmente, pues nunca más estará sujeto a la muerte. La razón de esto es muy importante: Dios tiene para los fieles un trabajo que hacer en el futuro.

Los que logren resucitar de la tumba andarán por el mundo como personas reales y tangibles, empeñados en la práctica tarea de iluminar a las naciones del mundo sobre las verdades de Dios, las cuales han sido ignoradas o pervertidas por muchos siglos. Este será el propósito del gobierno de Cristo sobre las naciones a su regreso, tal como la Biblia dice que lo hará.

Sin embargo…

Sin embargo, ¿no hay algunos pasajes en el Nuevo Testamento que apoyan la idea de la supervivencia después de la muerte?

Efectivamente, hay algunos pasajes, verdaderamente muy pocos, citados en tal sentido. Pero cuando se les examina cuidadosamente, se encuentra que están en armonía total con las enseñanzas del resto de la Biblia. Veamos algunos de los más conocidos.

INFIERNO

En el Antiguo Testamento de la versión Reina-Valera de 1960 no aparece el término infierno. En su lugar se emplea la palabra hebrea Seol, que simplemente indica el lugar de los muertos, es decir, el sepulcro, en pasajes como los siguientes:

(Jacob lamenta la pérdida de su hijo José): «Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol.» (Génesis 37:35; véase la nota en el margen inferior de la página bíblica)

«En la muerte no hay memoria de ti; en el Seol, ¿quién te alabará?» (Salmos 6:5)

«Porque en el Seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo, ni ciencia, ni sabiduría.» (Eclesiastés 9:10)

(Una profecía acerca de Cristo): «No dejaras mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción.» (Salmos 16:10)

Este último pasaje es citado por el apóstol Pedro en Hechos 2:31, usando el término griego «Hades» que significa lo mismo que el hebreo «Seol»: sepulcro.

GEHENA

Hay en el Nuevo Testamento una muy interesante palabra traducida «infierno» en la versión de 1960. Su equivalente griego es «Gehena». Esta palabra griega es dejada sin traducción en la versión de 1909, conocida como Antigua Versión.

Gehena era un lugar situado fuera de la ciudad de Jerusalén. Es muy valiosa la explicación que encontramos en el Léxico Griego-Inglés del Nuevo Testamento, escrito por Grimm y Thayer:

«Gehena…el valle de lamentación…es el nombre de un valle al suroeste de Jerusalén, así llamado por el llanto de los niños que eran lanzados al interior de los brazos ardientes de Moloc, un ídolo con forma de toro. Los judíos aborrecieron el lugar después de que estos horribles sacrificios fueron abolidos por el rey Josías (2 Reyes 23:10), al grado de no solamente lanzar allí toda clase de basura, sino también los cadáveres de los animales y de criminales insepultos. En vista de que siempre debía haber fuego para consumir los cadáveres a fin de que el aire no se contaminara con la putrefacción, sucedió que el lugar fue denominado ‘Gehena de fuego’.»

La palabra griega Gehena es usada 12 veces en el Nuevo Testamento, incluyendo 11 veces por Jesús mismo. He aquí un caso:

«Si tu ojo te fuere ocasión de caer, sácalo; mejor te es entrar en el reino de Dios con un ojo, que teniendo dos ojos ser echado al infierno [Gehena], donde el gusano de ellos no muere, y el fuego nunca se apaga» (Marcos 9:47, 48; léase todo el pasaje).

Lo que Jesús quiere decir es lo siguiente: Si hay algo Ud. está haciendo con su mano, o algún lugar adonde va con sus pies, o algo que están viendo sus ojos, que pueda impedir su entrada en el reino de Dios, deje de hacerlo; de otra manera terminará siendo destruido con los malos en la muerte.

El gusano y el fuego son agentes que simbolizan la destrucción. No son eternos, pero continúan su trabajo hasta que todo es consumido. Por consiguiente Gehena viene a ser un símbolo del castigo de los malos en el último día.

Se encontrará que todas las demás referencias al Gehena contienen la misma idea.

EL ALMA

Los pasajes del Antiguo Testamento que ya fueron citados demostraron que «alma» significa la persona y su misma vida. El alma puede pecar y morir.

Jesús nos dice algo muy significativo. Después de explicar a sus discípulos que todo aquel que tenga la intención de ser uno de sus siervos fieles debe negarse a sí mismo, tomar su cruz y seguirle, agrega:

«Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará. Porque ¿qué aprovechará al hombre, si ganare todo el mundo, y perdiere su alma? ¿O qué recompensa dará el hombre por su alma?» (Mateo 16:25,26).

El lector podría pensar que en este pasaje se han utilizado dos palabras distintas: vida y alma. En realidad no es así. En el texto griego encontramos la misma palabra [«psiqué»], que otras versiones traducen ‘vida’ en los cuatro casos.

Otro pasaje frecuentemente citado es: «No temáis a los que matan el cuerpo, mas el alma no pueden matar…» Esto parece muy impresionante; pero la segunda parte del texto dice: «… temed más bien a aquel [es decir, Dios] que puede destruir el alma y el cuerpo en el infierno [Gehena]» (Mateo 10:28).

Entonces, el alma sí puede ser destruida. Lo que Jesús trata de explicar no es difícil de entender: Si un siervo fiel muere, volverá a obtener su vida en la resurrección de los muertos, tal como hemos visto. Pero el siervo infiel será totalmente destruido en la muerte, en el juicio simbolizado por la Gehena. Su alma o vida perecerá con él.

EL RICO Y LAZARO

Si el lector no está familiarizado con este pasaje (Lucas 16:19-31), se le recomienda estudiarlo cuidadosamente antes de continuar.

El mendigo Lázaro muere y es «llevado por los ángeles al seno de Abraham.» El rico muere, pero cuando está «en el Hades, en tormentos,» puede ver «de lejos» a Lázaro en el seno de Abraham. Entonces ruega a Abraham que envíe a Lázaro «para que moje la punta de su dedo en agua y refresque mi lengua…» Pero su petición es rechazada: el que antes fuera rico debe sufrir su castigo. Además, dice Abraham, «una gran sima está puesta entre nosotros y vosotros,» de modo que no es posible pasar de un lado al otro. El hombre rico pide entonces a Abraham que envíe a Lázaro a prevenir a sus cinco hermanos, a fin de que no sufran el mismo destino que él. Esta solicitud también es rechazada, en términos que consideraremos posteriormente.

Hay algunas características en esta narración que hacen imposible tomarla literalmente:

  • El seno de Abraham como el lugar de los justos después de la muerte, idea que el resto de la Biblia desconoce totalmente.
  • La conversación entre Abraham, que goza de felicidad sublime, y el rico en el infierno.
  • La idea de que alguien pudiera ser enviado con agua de un lugar a otro para «refrescar la lengua» de un atormentado.

La convicción de que ésta no es una descripción literal del estado de los muertos, sino una especie de parábola o narración simbólica, se vuelve una realidad cuando nos damos cuenta de que todos estos detalles eran parte de la tradición de los fariseos de entonces, tal como Josefo, el historiador judío del primer siglo, lo demuestra en su Discurso sobre el Hades. Jesús estaba empleando algunas ideas de sus oponentes para confundirlos.

Sin embargo, en los últimos versos del pasaje es donde surge la posición real de Jesús. Cuando el rico pide a Abraham que envíe a Lázaro a prevenir a sus hermanos, Abraham replica: «A Moisés y a los profetas tienen; óiganlos.» Entonces el hombre rico dice: «No, padre Abraham; pero si alguno fuere a ellos de entre los muertos, se arrepentirán.» Abraham responde: «Si no oyen a Moisés y a los profetas, tampoco se persuadirán aunque alguno se levantare de los muertos.»

Poco tiempo después se cumplió de manera impresionante este dicho. Jesús resucitó de los muertos a Lázaro, el verdadero Lázaro, hermano de Marta y María. El milagro creó sensación entre el pueblo; pero, lejos de «persuadirse,» los líderes de los judíos solamente se volvieron más resueltos a matar a Jesús. Muy poco después de eso Jesús mismo resucitó de los muertos. A pesar de la poderosa evidencia de los testigos, las autoridades judías estaban determinadas a negar su resurrección y a rechazar su pretensión de ser el Hijo de Dios. No aceptaron realmente las enseñanzas de sus propias Escrituras, «Moisés y los profetas,» y no aceptaron la pretensión de Jesús de ser el esperado Mesías.

Este es el sentido completo de la parábola del rico y Lázaro. Demuestra perfectamente la idea que Jesús quería enseñar. No tiene nada que enseñarnos acerca del estado de los muertos. Debemos ver la evidencia bíblica en su totalidad.

EL LADRON EN LA CRUZ

El relato se encuentra en Lucas 23:39-43. Jesús cuelga de la cruz. Uno de los dos ladrones crucificados con él confiesa que está siendo condenado con justicia; pero «éste [Jesús] ningún mal hizo.» Luego, volviéndose a Jesús, le dice: «Acuérdate de mí cuando vengas en tu reino» (23:42).

Esta es una petición asombrosa. Veamos lo que implica:

  1. Para el ladrón, Jesús era un rey.
  2. El ladrón esperaba que Jesús sobreviviera a la crucifixión.
  3. En algún tiempo futuro, Jesús vendría en su reino.
  4. En aquel tiempo, Jesús podría acordarse de él y devolverle la vida.

Todo esto concuerda totalmente con las enseñanzas del Nuevo Testamento. Veamos ahora la respuesta de Jesús.

Una traducción literal del texto griego nos dice:

«DE CIERTO TE DIGO HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO»

Esta es, en realidad, la forma en que las letras griegas aparecen en los manuscritos más antiguos: todas son mayúsculas; las palabras no están separadas; no hay puntuación.

¿Cómo se puede entender la respuesta de Jesús?

¿Así?

«De cierto te digo, [que] hoy estarás conmigo en el paraíso».

¿O así?

«De cierto te digo hoy, [que] estarás conmigo en el paraíso».

(NOTA DEL TRADUCTOR: La palabra «que» que encontramos en la versión Reina-Valera no existe en el texto griego original. El traductor la introduce (según su propio criterio) para completar el significado del texto.)

Gramaticalmente, ambas formas son posibles. La conjunción «que» puede ser introducida en ambas posiciones. Sin embargo, esto producirá diferencia en el significado de la respuesta de Jesús. Pero examinemos otras consideraciones.

  1. Jesús estaba usando la palabra «hoy» de una manera muy conocida en el idioma hebreo del Antiguo Testamento para reforzar una afirmación. He aquí tres ejemplos tomados de un solo capítulo:»Yo pongo hoy por testigos al cielo y a la tierra… Aprende pues, hoy, y reflexiona en tu corazón… Guarda sus estatutos y sus mandamientos, los cuales yo te mando hoy…» (Deuteronomio 4:26, 39, 40)Declarar algo «hoy» equivalía a hacer una afirmación solemne con plena seguridad de su certeza. Expresiones similares ocurren 42 veces solamente en el libro de Deuteronomio. Así que Jesús estaba usando una forma hebrea muy conocida para subrayar la seriedad de sus palabras: «Te digo hoy…» El ladrón podía estar seguro de que lo que Jesús estaba prometiendo, realmente tenía que suceder.
  2. ¿A dónde fue Jesús en ese día? No fue a la gloria en los cielos, sino que fue a la tumba, tal como él mismo había profetizado a los escribas y fariseos: «Estará el Hijo del Hombre en el corazón de la tierra tres días y tres noches» (Mateo 12:40). «Corazón» es un modismo hebreo para expresar «en medio.» Jesús estaba dando a entender que estaría en el sepulcro.
  3. ¿Que debemos entender por «paraíso»? Una vez más debemos cuidar de que nuestro entendimiento surja de la Biblia misma y no de las tradiciones humanas. La palabra «paraíso» viene del idioma persa y significa simplemente un jardín, parque o arboleda. En el Antiguo Testamento es traducida bosque, huerto y paraíso (Nehemías 2:8; Eclesiastés 2:5; Cantares 4:13), refiriéndose en los tres casos a lugares terrenales. Describiendo el futuro reino de Dios en la tierra, Isaías declara que llegará el tiempo en que «consolará Jehová a Sion…cambiará su desierto en paraíso, y su soledad en huerto de Jehová» (51:3).La profecía de Isaías se refiere a la futura prosperidad y fertilidad de la tierra prometida. Así, pues, el «paraíso» de la Biblia es el nuevo reino de paz y gozo que Cristo establecerá cuando regrese a la tierra para establecer su reino, tal como esperaba el ladrón. Entendido de esta manera, el pasaje concuerda completamente con la enseñanza de toda la Biblia.El pequeño número de otros pasajes que algunas veces son utilizados para apoyar la idea de la supervivencia del alma después de la muerte, se encontrarán, después de un cuidadoso examen, totalmente acordes con el resto de la Escritura.

 

¿Por qué tan extendida?
Bien podría preguntarse: si la supervivencia del alma o espíritu después de la muerte no es enseñada en la Biblia, ¿cómo ha llegado a ser tan extensamente creída entre la gente religiosa?

La explicación es simple. La idea de la supervivencia era común en todas las religiones paganas de la antigüedad. Reflejaba una común ansiedad de la mente humana, el deseo de vivir para siempre. Sin embargo, el rechazo de esta creencia falsa fue un rasgo distintivo del cristianismo del primer siglo.

Los primeros cristianos comprendían la naturaleza perecedera de la humanidad. Esperaban la nueva vida prometida por el evangelio, no en el momento de su muerte personal sino al regreso de Cristo, cuando los fieles santos serían resucitados de sus tumbas. A medida que el tiempo avanzaba, ocurrieron en el mundo romano «conversiones en masa» de antiguas naciones paganas. Muchos convertidos inevitablemente conservaron consigo sus ideas paganas. Más tarde, los líderes de la Iglesia Cristiana buscaron armonizar sus enseñanzas con las ideas de los filósofos griegos. Entre éstos últimos era común la idea de la inmortalidad del alma.

No obstante, dondequiera que haya habido un intento serio de descubrir lo que la Biblia realmente enseña, también ha habido un retorno a las creencias de los primeros cristianos. Tal retorno ocurrió durante la Reforma en Europa durante los siglos XVI y XVII. En tiempos más recientes, la verdad ha sido reconocida abiertamente por distinguidos teólogos.

En 1897, B. F. Westcott, Profesor de Teología de la Universidad de Cambridge, comentando sobre 2 Timoteo 1:10, escribió:

«El punto central de nuestro credo… no es la inmortalidad del alma, sino la resurrección del cuerpo. Nuestro Salvador trajo a la luz la vida y la incorrupción (no la inmortalidad)… Con esta verdad en la mente, podemos ver la fuerza de las palabras de Pablo: «El Señor Jesucristo, el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra» (Filipenses 3:20,21)» (Algunas Lecciones de la Versión revisada del Nuevo Testamento, página 192).

En 1924 El obispo Gore (de Londres) escribió:

«Creo… que, en la doctrina de la naturaleza humana, la idea de que el alma del hombre es en su esencia incorruptible y, por consiguiente, inmortal… se deriva de la filosofía griega y no de la Escritura.» (El Espíritu Santo y la Iglesia, página 288, nota al pie de la página).

Consternada por la extensión del ateísmo en los años de la guerra, la Iglesia de Inglaterra estableció una comisión bajo la presidencia del obispo de Rochester. Miembros de muchas comunidades religiosas tomaron parte. El reporte, Hacia la Conversión de Inglaterra, publicado en 1945, contiene en la página 23 el siguiente párrafo:

«La idea de la indestructibilidad inherente del alma humana (o conciencia) debe su origen a los griegos, y no a las fuentes bíblicas. El tema central del Nuevo Testamento es la vida eterna, no para todos y cada uno, sino para los creyentes en Cristo que hayan resucitado de los muertos.»

Estas son afirmaciones verdaderamente asombrosas. Todo lo que hemos estado buscando en las Escrituras se confirma aquí. Los hombres y las mujeres no sobreviven automáticamente a la muerte. Por naturaleza todos perecen en el sepulcro. Los que lleguen a obtener vida eterna lo lograrán como resultado de la resurrección de la tumba, a la venida de Cristo.

El mensaje vital

En nuestro breve resumen de la enseñanza de la Biblia sobre el importante tema de la muerte obtenemos una conclusión clara: el mensaje que contiene es vital para nosotros, pues si no lo tomamos en cuenta pereceremos. Esta es la razón por la que el mensaje de la Biblia es llamado «el evangelio,» es decir, «las buenas nuevas.» Pablo demuestra lo esencial que es este mensaje al recordar a sus lectores en Corinto

«el evangelio que os he predicado… por el cual asimismo, si retenéis la palabra que os he predicado, sois salvos…» (1 Corintios 15:1-2)

A los romanos escribió:

«No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree…» (Romanos 1:16)

¡Cuánto necesita nuestra raza perecedera estas «buenas nuevas»! Maravillosa cosa es que este mensaje de vida aún existe entre nosotros, pues aquí está, en las páginas de la Biblia y en las mismas palabras de Jesús y sus apóstoles. Hagámonos el propósito de conocer estas «palabras de vida» mientras aún tenemos la oportunidad, ya que es nuestro propio futuro el que está en juego.

~ Fred Pearce

Traducido por Nehemías Chávez Zelaya

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