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La Cristiandad Extraviada

Capítulo 7 - El Diablo no es un Ser Sobrenatural, Sino la Personificación del Pecado en sus Diversas Manifestaciones Entre los Hombres

Introducción

En la religión de la cristiandad, el diablo es casi más prominente que Dios mismo. Si hemos encontrado que la cristiandad está extraviada en cuanto a la naturaleza del hombre, no será sorprendente su extravío en lo referente al tema del diablo, con el cual, bíblicamente hablando, la humanidad tiene mucho que ver.

La teología de la cristiandad coloca al diablo a la par de Dios. Así como el uno se presenta para ser adorado como la fuente y encarnación de todo lo bueno, también el otro es presentado para ser temido y rechazado, como el instigador y promotor de todo lo malo. En realidad, uno es visto como el Dios bueno, y el otro como el dios malo. Es el politeísmo del paganismo en su mínima forma, la filosofía de los antiguos tomando forma en nombres y figuras tomadas de la Biblia.

El bien y el mal son considerados como entidades separadas, cada una controlada por un ser independiente. En vez de un dios de la guerra, un dios del amor, un dios del trueno, un dios del fuego, un dios del agua, etc., según la lista completa de fenómenos naturales, la teología moderna limita el gobierno del universo a dos agencias a quienes se deja respectivamente la lucha entre el bien y el mal: Dios y el diablo. Es una lucha en la que ambos miden sus fuerzas en lo que parecería ser un encuentro en condiciones de igualdad.

Ya hemos examinado lo que la Biblia enseña acerca de Dios. Es apropiado considerar ahora lo que enseña acerca del diablo; porque hay una doctrina bíblica del diablo, así como hay una doctrina bíblica acerca de Dios. No es menos importante conocer la verdad acerca del uno que conocer la verdad que se refiere al otro. La doctrina del diablo tiene tanto que ver con la verdad de Cristo, como la doctrina de Dios. Al principio, ésta puede parecer una afirmación sorprendente; pero con la debida investigación se volverá evidente desde dos puntos de vista diferentes.

El Punto de Vista Popular

Primero, el punto de vista de los teólogos, quienes ven al diablo en dimensiones desproporcionadas, ocupando la primera posición en su esquema de religión. Según este punto de vista, el diablo es la figura principal en el cuadro. Es el gran enemigo del cual nuestras almas inmortales necesitan ser liberadas. Es el tema principal de las conferencias, sermones y devocionales de muchas iglesias. Es la gran pesadilla y el gran terror; el gran cazador que con su red acciona sus mejores astucias y trampas, algunas sobrehumanas, con el fin de atrapar almas. El autor británico Alexander Cruden lo ha descrito como «el más malvado ángel, el implacable enemigo y tentador de la raza humana…mortal en su maldad, sorpresivamente astuto, poseyendo fuerzas superiores a las nuestras, teniendo un poderoso número de principados y potestades bajo su mando…Anda alrededor, lleno de ira, como león rugiente, buscando a quien tentar, traicionar, destruir y envolver en culpabilidad y maldad…En una palabra, es enemigo de Dios y del hombre y usa sus máximos esfuerzos para quitarle a Dios Su gloria, y a los hombres sus almas.»

La creencia popular le asigna al diablo algo así como omnisciencia para el mal; se dice que obra universalmente, tanto en Europa y América, como también en las otras partes del globo al mismo tiempo, ejerciendo sus artes seductoras en millones de corazones simultáneamente. También se cree que es, en cierto sentido, omnipotente, logrando sus propósitos por medio de un poder superior a la naturaleza, y que indudablemente es más exitoso que Dios en su mutua lucha por las almas humanas, puesto que el infierno, según la tradición, recibe una más grande proporción de habitantes de la tierra que la que logra encontrar el camino a la ciudad celestial.

Si esta fuera la verdad acerca del diablo, sería de principal importancia conocerla. ¿Cómo podríamos adaptar nuestra mente a nuestras exigencias espirituales si ignoráramos la primerísima relación que sostenemos al exponernos a ser asaltados y capturados por un invisible pero poderoso e incansable enemigo maligno? La negación de esta verdad (si fuera verdad) sería un error de primera magnitud y no dejaría de poner en peligro el alma así engañada a menos que fuera (nadie que crea en la Biblia puede pensarlo) un asunto sin importancia que un hombre creyera o no la verdad en cuestión. Debemos presumir que todo creyente serio reconocerá la importancia de la doctrina, y sostendrá que es de vital consecuencia comprender el peligro del cual Cristo vino a salvarlo.

El Punto de Vista Bíblico

Desde el segundo punto de vista, un entendimiento del diablo tiene la misma importancia esencial, aunque con diferente matiz y énfasis. Asumiendo por el momento que no hay tal ser como el diablo de la creencia popular, sino que el diablo es algo totalmente diferente del monstruo infernal de la cristiandad, es de igual importancia que lo entendamos, así como sería importante que aceptáramos la doctrina popular del diablo (si la consideráramos verdadera). Cómo es esto se verá de inmediato.

Nadie que tenga conocimiento de la enseñanza del Nuevo Testamento negará la necesidad de entender y creer la verdad acerca de Cristo. Santiago, hablando de sí mismo y de los que son de Cristo, dice: «El, de su voluntad, nos hizo nacer por la palabra de verdad» (Santiago 1:18). Pablo, describiendo la purificación espiritual a que están sujetos los creyentes, habla del «lavamiento del agua por la palabra» (Efesios 5:26). Cristo también dice a sus discípulos: «Vosotros estáis limpios por la palabra que os he hablado» (Juan 15:3), y a los judíos que tenían la disposición de ser sus discípulos: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). Esta verdad es llamada «la palabra verdadera del evangelio» (Colosenses 1:5), «por el cual…sois salvos» (1 Corintios 15:2).

Descendiendo de estas alusiones generales a los pormenores, encontramos que la palabra de verdad del evangelio, señalada para limpiar y salvar a los hombres, consiste en el mensaje del «reino de Dios» y de la enseñanza «acerca del Señor Jesucristo» (Hechos 28:31), en otra parte denominada «el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo» (Hechos 8:12). De esto se deduce que para que un hombre crea en el evangelio que es poder de Dios para salvación (Romanos 1:16), debe creer la verdad de Jesucristo. En vista de esto, el lector deberá valorar los siguientes testimonios:

«Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo.» (1 Juan 3:8)

«Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.» (Hebreos 2:14)

¿Sería posible creer la verdad de Cristo, siendo al mismo tiempo ignorante de la naturaleza del diablo que Cristo se manifestó para destruir junto con sus obras? Es innecesario contestar la pregunta. Fue necesario expresarla para mostrar que la doctrina del diablo está lejos de ser un asunto sin importancia, pues es una de las principales doctrinas de Cristo. Ignorarla demostraría una lamentable falta de conocimiento de los principios divinos. La doctrina del diablo no es un tema «avanzado,» sino uno de los aspectos elementales de la verdad divina. La idea de que es un tema difícil surge de la confusión proveniente de la tradición y de una traducción deficiente de las Escrituras. El hecho de que el diablo es la causa del pecado y la muerte, por sí solo, indica la importancia del asunto; porque ¿cómo puede uno tener un correcto entendimiento de las cosas divinas, siendo al mismo tiempo ignorante de algo que afecta tan enormemente la relación del hombre con Dios?

Ahora bien, me tomaré inmediatamente la libertad de afirmar que la doctrina popular de un diablo como personaje literal carece totalmente de fundamento en la verdad; más bien es un espantoso invento de la mente pagana, heredado por los modernos directamente de la mitología de los antiguos e incorporado al cristianismo por «hombres corruptos de entendimiento» (1 Timoteo 6:5), de quienes Pablo predijo que pervertirían la verdad «escuchando a espíritus engañadores y a doctrinas de demonios» (4:1). Al tomar esta posición no ignoro el aparente respaldo que las Escrituras parecen dar a la doctrina. Es más, debido a esta circunstancia se vuelve más importante aún atacar la fraudulenta idea a fin de que las mentes concienzudas, influidas por la pesadilla de la teología, puedan ver que, tal como en otras situaciones, el aparente apoyo de las Escrituras a una doctrina falsa no es apoyo real, sino que resulta de una aceptación irreflexiva de la interpretación tradicional de ciertas alusiones a poderes temporales de otra índole.

En primer lugar, existen ciertos principios generales que excluyen la posibilidad de la existencia del diablo como personaje literal. «La paga del pecado es muerte» (Romanos 6:23). «El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte» (5:12). Este es un principio eterno: muerte y pecado son inseparables. Dios es «el único que tiene inmortalidad» (1 Timoteo 6:16), y la concede a los hombres según el principio de la obediencia. En todos los casos castiga la desobediencia, que es pecado, con la muerte.

Por consiguiente, los ángeles que no conservaron su primer estado fueron echados al infierno (sepulcro) y reservados bajo cadenas de oscuridad (muerte) (Judas 6; 2 Pedro 2:4). También Adán fue sentenciado a volver al polvo (Génesis 3:19). Por la misma razón, Moisés no pudo entrar en la tierra prometida y fue condenado a muerte (Deuteronomio 32:48,52). Uza fue muerto por ingenuidad (humanamente hablando) al salvar el arca de una caída (2 Samuel 6:6,7). Asimismo, el varón de Dios que vino de Judá a Betel fue muerto por un león al regresar a comer pan con otro profeta, desobedeciendo un mandato divino bajo la sincera impresión de que al hacerlo estaba obedeciendo los mandamientos del Altísimo (1 Reyes 13:1-30).

¿Un Rebelde Inmoratal? ¡Imposible!

¡Un rebelde inmortal es imposible! En Dios está la fuente de vida (Salmos 36:9). Nadie puede burlarlo, conservando su vida y poder en rebeldía. «En su mano está el alma de todo viviente» (Job 12:10) y El quita la vida de todo el que se levanta contra El. El entrega a muerte toda desobediencia y pecado. ¿Se sugerirá que Dios ha hecho una excepción en el caso del diablo? El diablo bíblico es un pecador (1 Juan 3:8); por consiguiente, no puede ser inmortal. Dios no tiene acepción de personas, sean éstas hombres o ángeles. Dios no tiene mudanza ni sombra de variación. El es uno. El es el mismo para siempre y en todo lugar. El no actúa de un modo en la tierra y de otro modo en el sol o en otras partes de Sus dominios. Sus caminos son sabios, uniformes e invariables. Por consiguiente, la operación de Su ley que asocia la muerte con el pecado destruiría al diablo si éste fuera un individuo; «porque el diablo peca desde el principio» y tiene que haber sido mortal desde el principio.

En algunos casos, el punto de vista popular llega a aceptar este argumento hasta el extremo de admitir que el diablo no puede ser inmortal y debe morir en el transcurso del tiempo. Sin embargo, sugiere que, aunque sea mortal, debe haber existido desde la creación de la raza humana, y su carrera finalizará únicamente cuando el Hijo de Dios triunfe en la tierra. Esto, por supuesto, es más absurdo e insostenible que el punto de vista ordinario.

La teoría de un diablo inmortal y sobrenatural, quien una vez fuera un ángel, parece posible y coherente cuando no se examina cuidadosamente; pero la idea de un diablo mortal, quien no fuera nada más que un pecador, ejerciendo su influencia sobre otros pecadores (pues se dice que tiene el poder de la muerte y la enfermedad) con el propósito, no de administrar la ley divina sino de rivalizar con la Deidad en Su relación con la raza humana, haciendo todo lo que puede por afligir y llevar a la destrucción a todos los que la Deidad está tratando de salvar, es excesivamente difícil de concebir.

Si éste es el diablo de la Biblia, ¿por qué fue necesario que Jesús muriera para lograr su destrucción? El compartió la carne y la sangre «para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo» (Hebreos 2:14). ¿Cómo destruyó al diablo por medio de su muerte? Si el diablo es un ser independiente de la humanidad, ¿qué tenía que ver la inmolación de la carne y la sangre de Cristo en el Calvario con el proceso de su destrucción? Si se trataba de un fuerte y activo personaje maligno entonces se necesitaba poder y no debilidad para vencerlo. Era necesaria la naturaleza de un ángel y no la de una «simiente de Abraham» para combatir exitosamente al poder personal de la oscuridad. Pero Jesús existió en la carne y se sometió a la muerte para destruirlo. La victoria coronó sus esfuerzos, y el diablo fue destruido. Pronto veremos en qué sentido.

Las palabras «diablo» y «Satanás» ocurren repetidamente en las Escrituras, pero no existe afirmación alguna sobre la doctrina popularmente asociada con estas palabras. Esto es importante; porque si la doctrina fuese cierta, sería razonable esperar que se expresara formalmente de la misma manera que las otras verdades.

Las doctrinas de la existencia de Dios, de Su poder creador, de Su relación en el universo, no solamente están implicadas en los nombres personales por medio de los cuales El se describe, sino que son expresamente expuestas. «Yo soy Dios, y no hay otro Dios, y nada hay semejante a mí» (Isaías 46:9). «¿A qué, pues, me haréis semejante o me compararéis? dice el Santo. Levantad en alto vuestros ojos, y mirad quién creó estas cosas» (Isaías 40:25,26). «Dios está en el cielo» (Eclesiastés 5:2). «Tú has conocido mi sentarme y mi levantarme; has entendido desde lejos mis pensamientos. Has escudriñado mi andar y mi reposo, y todos mis caminos te son conocidos. Pues aún no está la palabra en mi lengua, y he aquí, oh Jehová, tú la sabes toda. Detrás y delante me rodeaste, y sobre mí pusiste tu mano. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí; alto es, no lo puedo comprender. ¿A dónde me iré de tu Espíritu? ¿Y a dónde huiré de tu presencia?» (Salmos 139:2-7).

Estas y otras muchas declaraciones semejantes afirman la realidad de la gloriosa existencia de Dios, Sus atributos y poder. Pero no hay información alguna en el caso del diablo. La teoría popular de su origen y su relación con Dios y el hombre es bastante definida, y hay algunas cosas que veremos en las Escrituras, que parecen apoyar la teoría. Esto se debe principalmente al poeta inglés John Milton, cuyo obra El Paraíso Perdido ha hecho más que todas las otras influencias para dar forma y cuerpo a la tradición del diablo. Su poesía ha unido una cantidad de temas bíblicos que no tienen ninguna relación unos con otros, pero que parecen formar una estructura admirablemente consistente cuando las partes no son examinadas cuidadosamente.

La Tentación de Eva

La narración de la tentación en el jardín de Edén es una de estas partes. Según Milton y la idea general sobre el tema, el diablo sobrenatural tomó la forma de una serpiente y se convirtió en el tentador de Eva. Absolutamente nada hay en la Biblia que justifique esta idea. La narración presenta como tentador a la serpiente natural «astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho» (Génesis 3:1). La criatura fue dotada del don del habla (sin duda, especialmente con el fin de que realizara su parte en poner a prueba a nuestros primeros padres). Poseyendo este poder, la serpiente razonó sobre la prohibición que Dios había puesto sobre «el árbol que está en medio del huerto,» llegando, de lo que vio y oyó, a la conclusión de que la muerte no sería el resultado de comer, pues dijo: «No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:4,5).

Decir que un diablo sobrenatural puso esto en la cabeza de la serpiente es ir más allá de lo que afirman las Escrituras. Es poner algo que no está allí. La narración reconoce el papel de la serpiente en la transacción como agente natural; y la sentencia posteriormente dictada contra ella descansa sobre la misma base: «Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu pecho andarás, y polvo comerás todos los días de tu vida» (Génesis 3:14).

Si la serpiente hubiera sido sólo un instrumento pasivo e irresponsable en las manos del poder infernal, es difícil considerar apropiado y justo un decreto que acumula toda la culpa y descarga todas las consecuencias sobre ella, en vez de castigar al individuo que supuestamente había instigado su crimen. Sugerir que la serpiente era Satán en forma de reptil es ir de nuevo más allá de lo que afirman las Escrituras y entrar en una región donde una presunción o afirmación es tan buena como la otra. La idea es rechazada por la sentencia que condenó a la serpiente a comer polvo todos los días de su vida. Pablo evidentemente no aceptaba nada que implicara algo más que la serpiente en la transacción. En 2 Corintios 11:3 escribe: «Temo que como la serpiente con su astucia engañó a Eva…»

Algunas personas ven una gran dificultad en el hecho de que la serpiente haya hablado; pero seguramente se encontrará más difícil que una serpiente hable bajo inspiración satánica que por facultades conferidas divinamente para determinado propósito. Si «una muda bestia de carga, hablando con voz de hombre, refrenó la locura» de Balaam (2 Pedro 2:16), ¿por qué una serpiente no podría expresar sus pensamientos cuando fuese necesario para probar la fidelidad de Adán y Eva? ¿De qué otra manera podrían haber sido puestos a prueba? Sus mentes infantiles y carentes de experiencia jamás habrían concebido por sí solas la idea de desobedecer.

La sugerencia tenía que venir del exterior y solamente podía provenir de alguna de las formas vivientes que los rodeaban. Si se pregunta por qué fue necesaria la tentación, debe contestarse que la obligación de obedecer nunca es tan palpable para la conciencia como cuando se presenta una tentación contradictoria. La obediencia que no puede resistir la fuerza de la tentación es débil y está próxima a morir. La prueba fortalece la fe y hace que sea manifiesta. He aquí la razón de la prueba que la humanidad está pasando.

¿Un Angel Caído?

Se cree comúnmente que el diablo fue una vez un poderoso arcángel y que fue expulsado del cielo a causa de su orgullo, después de lo cual aplicó sus energías angélicas a oponerse a Dios en todos Sus propósitos y acciones, haciendo tanto mal cuanto puede en el universo, y siendo ayudado por una hueste de ángeles simpatizantes que fueron también lanzados con él al infierno. Este punto de vista supone tener cierto grado de respaldo en la Biblia. Veamos todos los textos que supuestamente le dan apoyo. El caso de los ángeles caídos es frecuentemente utilizado:

«Si Dios no perdonó a los ángeles que pecaron, sino que arrojándolos al infierno los entregó a prisiones de oscuridad, para ser reservados al juicio…» (2 Pedro 2:4)

«Y a los ángeles que no guardaron su dignidad, sino que abandonaron su propia morada, los ha guardado bajo oscuridad, en prisiones eternas, para el juicio del gran día.» (Judas 6)

Esta es toda la información que tenemos sobre el incidente. Es insuficiente y oscura; pero, aun así, apunta en una dirección muy diferente y hacia un suceso distinto del que indica la tradición popular. No habla de ángeles expulsados del cielo e involucrados en expediciones salvajes en contra de los intereses de la humanidad y de la autoridad divina, dondequiera que su capricho los conduzca. Al contrario, se refiere a ángeles desobedientes (no necesariamente en los cielos) que fueron degradados de su posición y confinados en la tumba hasta el día del juicio. Habla de ellos como en custodia «en prisiones de oscuridad,» una metáfora altamente expresiva de la oscuridad de la prisión de la muerte en la cual están sujetos y de la cual saldrán para ser juzgados cuando los santos tomen su lugar en el juicio (1 Corintios 6:3). El tiempo y lugar de su caída es asunto de especulación.

De todas maneras, se verá que la alusión bíblica a los ángeles caídos no aporta respaldo alguno a la idea de que hubo «una rebelión en el cielo» bajo el liderazgo de «Satanás,» resultando en la expulsión de los rebeldes, y el establecimiento en el universo de un gran antagonismo contra Dios, teniendo su centro y gobierno en el infierno del credo popular. Los superficiales creyentes en los antecedentes miltónicos del «Príncipe de las Tinieblas,» citan Apocalipsis 12:7-9 en respaldo de la idea:

«Después hubo una gran batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles luchaban contra el dragón; y luchaban el dragón y sus ángeles; pero no prevalecieron, ni se halló ya lugar para ellos en el cielo. Y fue lanzado fuera el gran dragón, la serpiente antigua, que se llama diablo y Satanás, el cual engaña al mundo entero; fue arrojado a la tierra, y sus ángeles fueron arrojados con él.»

Seguramente que aquellos que citan esto para probar una rebelión en los cielos antes de Adán, deben vacilar un poco cuando se les señala que este texto describe algo que iba a suceder después de los días de Juan. Las cosas vistas por Juan en el Apocalipsis se referían a eventos posteriores a su tiempo. Esto es evidente en Apocalipsis 4:1: «Sube acá, y yo te mostraré las cosas que sucederán después de estas.» Por consiguiente, resulta absurdo citar cualquiera de estas descripciones para aplicarlas a un evento que se alega haber ocurrido antes de la creación del mundo.

En segundo lugar, lo que Juan vio no fueron cosas reales, sino señales o símbolos de las cosas reales. Esto es evidente en la estructura general del Apocalipsis. Las siete iglesias de Asia son representadas por siete candeleros, y Cristo por un cordero de siete cuernos; la totalidad de los redimidos son simbolizados por cuatro bestias llenas de ojos; una ciudad imperial por una mujer, etc. Siendo esto así, es inadmisible considerar que el relato de la «batalla en el cielo» es literal, lo cual debe hacerse para que el punto de vista popular pueda ser mantenido. La misma naturaleza de la escena descrita vuelve imposible una interpretación literal. Basta leer el capítulo entero para darse cuenta de esto.

¡Una mujer vestida del sol, con la luna debajo de sus pies, es amenazada por un dragón con siete cabezas y diez cuernos, el cual con su cola arrastra la tercera parte de las estrellas del cielo! La mujer da a luz un hijo a quien el dragón espera devorar. El niño es arrebatado al cielo, a donde es aparentemente seguido por el dragón, puesto que encontramos al dragón envuelto en una guerra contra Miguel y sus ángeles en el cielo. La guerra termina con el triunfo de Miguel. El dragón es expulsado, cae a la tierra, persigue a la mujer, y no pudiendo atraparla, lanza de sus venenosas mandíbulas un río de agua para arrastrarla; pero la tierra se abre, el agua se hunde dentro de la grieta, y la mujer se salva.

El hecho es que se trata de una magnífica alegoría, con un profundo significado político, el cual la historia posterior ha verificado con la más precisa exactitud. Este no es el lugar apropiado para ahondar sobre el tema. Es suficiente, por el momento, mostrar que Apocalipsis 12 no apoya la idea de un diablo personal. Las personas que se refieren a este texto en busca de apoyo para un personaje llamado diablo, también citan Isaías 14:12-15 y Ezequiel 28:11-15. Pero estos pasajes tienen tanto menor relación que Apocalipsis 12 con el asunto. En ambos casos, si el lector lee el capítulo entero encontrará que el personaje al que se refiere es un potentado terrenal: en un caso el rey de Babilonia y en el otro, el príncipe de Tiro.

El Diablo Ausente del Antiguo Testamento

Es digno de enfatizar que en el trato divino con la nación judía, tal como se describe en la historia bíblica o en los escritos de los profetas, está totalmente ausente la idea del diablo tradicional. En todas las exhortaciones de Dios para su pueblo, el llamamiento es dirigido a ellos mismos. No hay reconocimiento de alguna agencia diabólica o influencia oculta. ¿Cómo podemos explicar esto? Si la influencia satánica del tipo reconocido por la tradición popular fuese un hecho, con seguridad sería tomada en cuenta en los procedimientos divinos destinados a remediar la desobediencia del pueblo. ¿Sería justo cargar la responsabilidad de la sugestión diabólica sobre la pobre y acorralada naturaleza humana? La influencia diabólica necesariamente reduciría la responsabilidad humana en razón de su poder. Pero nunca se toma en cuenta la existencia de tal influencia en las extensas relaciones de Dios con Su nación escogida. Esta es una de las más fuertes evidencias de que se trata de una ficción.

¿Qué el el Diablo Realmente?

Si no existe tal diablo como el de la creencia popular, ocupado en cazar almas y engañar con incansable e irrefrenable actividad para contrarrestar los benéficos designios de Dios, entonces, ¿qué entenderemos por «el diablo» tantas veces mencionado en la Biblia? Esta es la pregunta que ahora demanda una respuesta. Una demanda que enfrentaremos con hechos que demostrarán la imposibilidad de la existencia del diablo de la superstición popular.

Primero veamos las palabras diablo y Satanás en sus idiomas originales. Diablo es griego; Satanás es hebreo, y griego solamente por adopción. Diablo solamente aparece en el Nuevo Testamento; Satanás se encuentra en ambas partes de la Biblia. Carece de sentido buscar en un diccionario de la lengua española el significado exacto de los términos tal como se empleaban en la lengua original. El español era desconocido en el tiempo en que esas palabras fueron escritas. Un diccionario de español solamente da el significado de las palabras tal como actualmente se entienden. No hay duda de que el diccionario favorece el punto de vista popular del asunto, definiendo que el diablo es «un ángel caído, el enemigo de Dios y del hombre.» Pero esto no tiene más valor que las afirmaciones que uno puede oír en las reuniones sociales sobre el tema. La cuestión definitiva es si la doctrina conocida (y registrada en los diccionarios) es verdadera. Esto solamente puede establecerse consultando las fuentes de información originales.

La Palabra Satanás

«Satanás» es una variante de la palabra hebrea satán. Cruden (quien creía en el diablo popular) la define como sigue: «Satán es simplemente una palabra hebrea, y significa adversario, enemigo, acusador.»

Si Satanás es «simplemente una palabra hebrea que significa adversario,» etc., obviamente no contiene en sí misma el ser malvado que representa en el lenguaje corriente. Esta conclusión es confirmada por la Biblia hebrea. El primer lugar donde aparece es en Números 22:22:

«Y la ira de Dios se encendió porque él [Balaam] iba; y el ángel de Jehová se puso en el camino por adversario [Hebreo, satán] suyo.»

La siguiente vez ocurre en el mismo capítulo, versículo 32:

«Y el ángel de Jehová le dijo: ¿Por qué has azotado tu asna estas tres veces? He aquí yo he salido para resistirte [hebreo, como satán tuyo].

En este caso, Satanás era un ángel santo. Entendiendo que la palabra Satán solamente significa adversario en sentido general, podemos ver cómo esto puede ser; pero entendiéndolo como el ser malo de la creencia popular, sería un asunto diferente. Los siguientes son otros casos en los que la palabra es traducida «adversario» y «enemigo» en la versión Reina-Valera de 1960 de las Escrituras:

«No venga [David] con nosotros a la batalla, no sea que en la batalla se nos vuelva enemigo [satán].» (1 Samuel 29:4)

«David entonces dijo: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia, para que hoy me seáis adversarios [satán]? (2 Samuel 19:22)

«Ahora Jehová mi Dios me ha dado paz por todas partes; pues ni hay adversarios [satán], ni mal que temer.» (1 Reyes 5:4)

«Y Jehová suscitó un adversario [satán] a Salomón: Adad edomita, de sangre real, el cual estaba en Edom.» (1 Reyes 11:14)

«Dios también levantó por adversario [satán] contra Salomón a Rezón hijo de Eliada, el cual había huido de su amo Hadad-ezer, rey de Soba. Y fue adversario [satán] de Israel todos los días de Salomón.» (1 Reyes 11:23,25)

En estos casos, los traductores han traducido correctamente la palabra satán, eliminando por este medio el concepto de interferencia diabólica que seguramente habría surgido si la palabra hubiera sido vertida «satanás» en vez de «adversario.» Sin embargo, en unos pocos casos más no han traducido la palabra, sino que solamente la han transferido al castellano en su forma hebrea, ocultando su significado original y proporcionando respaldo a la teoría satánica popular.

Satanás en el Libro de Job

Un ejemplo notable de esto se encuentra en la narración de la prueba de Job. Aquí, un «Satán» o adversario juega un papel prominente y, por supuesto, el lector común piensa en la criatura denominada diablo, Lucifer, Príncipe de las Tinieblas, etc. Ve el monstruo con cuernos, pezuñas, cola, ojos rojos y llameante cetro, cada vez que encuentra en el relato la palabra Satanás. Su vívida imaginación agregará el sonido de las cadenas, el silbido del fuego y del humo, y el resto de accesorios generales de la dignidad satánica, de acuerdo al concepto popular. Esto es debido únicamente al uso incorrecto de la palabra, herencia de los pasados días de obscurantismo. Si el lector usa la palabra «adversario» en vez de «satanás,» como puede verse en algunas versiones de la Biblia, estará leyendo el verdadero significado original, escapando así del satanismo popular.

Pero podría preguntarse quién fue el adversario que resultó ser tan terrible para Job, ejerciendo tal poder contra él. Todo lo que se puede decir al respecto es que no hay información sobre quién fue en particular. Su título indica que era un enemigo de Job, probablemente un enemigo de los hijos de Dios en general, un individuo poderoso, malvado y arrogante, cuya envidia y malicia igualaban la autoridad que parece haber ejercido. Es imposible decir quién era realmente. Pero podemos decir lo que no era. No era el monstruo sulfúrico y cornudo de la superstición popular, puesto que no venía del «infierno» para asistir a la asamblea de los hijos de Dios, sino «de rodear la tierra y de andar por ella.» No era el diablo de la teología popular, quien es tan temeroso de la influencia espiritual que huye cuando le presentan la Biblia o cuando el piadoso cae de rodillas; puesto que entró con arrogancia ante el fulgor de la divina presencia, en medio de una multitud de adoradores.

Tampoco era el malvado a quien se representa en estado de alerta atrapando almas inmortales, y arrastrándolas a su llameante agujero, puesto que había puesto sus ojos en las riquezas de Job y finalmente hizo que su malicia envidiosa afectara al cuerpo de Job. Probablemente fue un poderoso magnate de la época-un profeso compañero de los hijos de Dios-pero un envidioso y despreciable malvado que miró a Job con malos ojos y pensó efectuar su ruina.

Pero, diría usted, ¿qué hay de las calamidades y enfermedad que cayeron sobre Job? ¿Estaba en poder de un hombre mortal controlarlas? La respuesta es que fueron obras de Dios y no del adversario. «Tú me incitaste contra él para que lo arruinara sin causa» (Job 2:3). Este es el lenguaje con el que Dios describe la participación de Satán en el asunto. Fue Dios quien infligió las calamidades ante la instigación del adversario. He aquí el pensamiento de Job respecto de su situación: «¡Oh, vosotros mis amigos, tened compasión de mí, tened compasión de mí! Porque la mano de Dios me ha tocado» (19:21). El narrador, en la conclusión del libro, dice: «Y vinieron a él todos sus hermanos…y se condolieron de él, y le consolaron de todo aquel mal que Jehová había traído sobre él» (42:11). Aunque el adversario hubiese ejercido realmente el poder que afligió a Job, eso no aportaría mayor prueba de que fuera un agente sobrenatural, como tampoco los milagros hechos por Moisés probaron que él era más que un hombre. Dios puede delegar poderes milagrosos aun en manos de hombres mortales.

Los otros tres casos en los que la palabra satán no es traducida sino vertida «Satanás» son los siguientes:

«Pero Satanás se levantó contra Israel, e incitó a David a que hiciese censo de Israel» (1 Crónicas 21:1).

«Pon sobre él al impío, y Satanás esté a su diestra» (Salmos 109:6).

«Me mostró al sumo sacerdote Josué, el cual estaba delante del ángel de Jehová, y Satanás estaba a su mano derecha para acusarle. Y dijo Jehová a Satanás: Jehová te reprenda, oh Satanás; Jehová que ha escogido a Jerusalén te reprenda» (Zacarías 3:1,2).

Con relación al primero, el Satanás o adversario referido parece haber sido Dios, puesto que leemos en 2 Samuel 24:1: «Volvió a encenderse la ira de Jehová contra Israel, e incitó a David contra ellos a que dijese: Vé, haz un censo de Israel y de Judá.» Tal como hemos visto, el ángel de Dios fue un Satán [adversario] para Balaam, y en este caso, Dios resultó ser un Satán o adversario para Israel. Movido, indudablemente, por la perversidad general del pueblo, El impulsó a David a que hiciera algo que resultó en un desastre para la nación.

En el segundo caso (Salmos 109:6), es evidente que Satán es sinónimo de la expresión «hombre malvado» que aparece en la primera parte del versículo. La segunda parte es una repetición de la primera en otra forma como es caso frecuente en las Escrituras hebreas. Ejemplos: «Lavó en el vino su vestido, y en la sangre de uvas su manto» (Génesis 49:11); «Porque no dejarás mi alma en el Seol, ni permitirás que tu santo vea corrupción» (Salmos 16:10).

Según el mismo principio, el hombre malvado que estaba siendo objeto de las imprecaciones de David era un Satanás a su diestra; pero por supuesto, no era el Satanás de la creencia popular.

En el caso de Josué, el sumo sacerdote, la actividad en la que «Satanás» se oponía a él fue tan altamente simbólica (como cualquiera puede verlo leyendo los primeros cuatro capítulos de Zacarías), que no podemos suponer que Satanás, el adversario, fuera un individuo, sino la representación de la clase de antagonistas contra quienes Josué tenía que contender. La naturaleza de éstos puede deducirse de lo siguiente:

«Entonces se levantaron Jesúa hijo de Josadac y sus hermanos los sacerdotes, y Zorobabel hijo de Salatiel y sus hermanos, y edificaron el altar del Dios de Israel, para ofrecer sobre él holocaustos, como está escrito en la ley de Moisés varón de Dios…Oyendo los enemigos de Judá y de Benjamín que los venidos de la cautividad edificaban el templo de Jehová Dios de Israel, vinieron a Zorobabel y a los jefes de casas paternas, y les dijeron: Edificaremos con vosotros…Zorobabel, Jesúa, y los demás jefes de casas paternas de Israel dijeron: No nos conviene edificar con vosotros casa a nuestro Dios, sino que nosotros solos la edificaremos a Jehová Dios de Israel, como nos mandó el rey Ciro, rey de Persia. Pero el pueblo de la tierra intimidó al pueblo de Judá, y lo atemorizó para que no edificara. Sobornaron además contra ellos a los consejeros para frustrar sus propósitos, todo el tiempo de Ciro rey de Persia y hasta el reinado de Darío rey de Persia.» (Esdras 3:2; 4:1-5)

El adversario visto por Zacarías en esta ocasión junto a Josué, representa esta clase de oposición al trabajo en el cual Josué estaba involucrado. Aquellos que insisten que el Satanás popular estaba envuelto en el asunto, tienen que probar primero la existencia de tal ser, para que el pasaje de Zacarías pueda ayudarlos; porque «Satanás» solamente significa adversario y no proporciona mayor respaldo a su teoría que la palabra «mentiroso» o «enemigo.»

La palabra hebrea «satán» fue adoptada por el idioma griego; de aquí que la encontremos en el Nuevo Testamento en la forma Satanás, como la mayoría de los lectores bien saben, debido a que fue escrito en griego. Es aquí donde la palabra es más celosamente apreciada como un sinónimo del popular «ángel del abismo.» La gente piensa que aunque no pueda demostrar la existencia del diablo por medio del Antiguo Testamento, con seguridad pueden encontrar mucho más evidencia en el Nuevo. Sin embargo, una consideración cuidadosa del asunto demostrará que es aquí donde están totalmente equivocados. En el Nuevo Testamento, Satanás no tiene más identidad que la que conocemos del Antiguo Testamento. Esto será rápidamente comprendido por una mente que carezca de prejuicios.

En primer lugar, si Satanás fuera el diablo popular, entonces se volvería muy curiosa la siguiente declaración, dirigida por Jesús a la iglesia de Pérgamo:

«Yo conozco tus obras, y dónde moras, donde está el trono de Satanás; pero retienes mi nombre, y no has negado mi fe, ni aun en los días en que Antipas mi testigo fiel fue muerto entre vosotros, donde mora Satanás.» (Apocalipsis 2:13)

De acuerdo con esto, en los días del apóstol Juan, la residencia de Satanás estaba ubicada en Pérgamo, en Asia Menor. La realidad es que los enemigos de la verdad eran notablemente numerosos, enérgicos y poderosos en aquella ciudad, dedicándose a una exitosa y arrollante persecución de los que profesaban el nombre de Cristo. Esto logró para tal lugar la temible distinción que Jesús le da de «trono de Satanás [el adversario]» y de «morada de Satanás [el adversario].» Esto podemos entenderlo: si el diablo popular es en realidad Satanás, entonces somos invitados a contemplar la idea de que el diablo había abandonado el infierno en aquellos días para establecer su residencia en la saludable ciudad de Pérgamo, desde donde despachaba sus atareados emisarios a recorrer el globo entero.

El Apostol Pedro como Satanás

Jesús en cierta ocasión llamó «Satanás» a Pedro:

«Pero el, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres» (Mateo 16:23; Marcos 8:33).

Entendiendo que «Satanás» significa «adversario,» podemos comprender este incidente. Pedro protestaba contra el sacrificio de Cristo. De aquí que él tomara la actitud de un enemigo, pues de no morir Jesús, se habría frustrado el propósito de su manifestación: las Escrituras se habrían vuelto una falsificación, Dios habría sido deshonrado y se habría impedido la salvación. Por consiguiente, al oponerse a la muerte de Cristo, Pedro era Satanás en el sentido bíblico. Este es el sentido que Cristo verdaderamente define: «Tú (Pedro) te complaces no con las cosas de Dios, sino con las de los hombres.» Estar en el lado de los hombres, en contra de Dios, equivale a ser Satanás. Pedro estaba, por el momento, en esta posición. Se había vuelto parte del gran adversario-la mente carnal-como colectivamente se ejemplifica en el mundo que está bajo el maligno (1 Juan 5:19); la amistad del cual es enemistad con Dios (Santiago 4:4). Por esta razón, Jesús le manda apartarse de su presencia.

Pero ¿qué hay acerca del diablo popular? ¿Era Pedro realmente Satanás en el sentido popular? Verdaderamente lo era si el entendimiento popular de la palabra es correcta, pues Jesús dijo que lo era. Sin embargo, Pedro no era un ángel caído sino un hombre que llegó a ser un prominente destacado apóstol de Cristo. Por consiguiente, la interpretación tradicional es un equivocado y ridículo invento del cual nosotros nos hemos librado, reconociendo el hecho de que Pedro era, por el momento, un Satanás bíblico, de lo que más tarde se volvió por medio de su «conversión» (Lucas 22:32).

Entregados a Satanás

Pablo dice: «De los cuales son Himeneo y Alejandro, a quienes entregué a Satanás para que aprendan a no blasfemar» (1 Timoteo 1:20). Esto también demuestra que el Satanás del Nuevo Testamento no es el Satanás popular: porque nadie ha oído jamás de un Satanás popular empleado por los maestros cristianos para corregir las tendencias blasfemas de los réprobos. Se presume que la influencia de tal Satanás tendría un efecto contrario. En concordancia con esto, los esfuerzos clericales están dirigidos generalmente a alejar de él a los pecadores. En las oraciones y reuniones pentecostales de avivamiento, en las cuales la religión tradicionalista es llevada a su máxima y más consistente expresión, el clamor es «¡Fuera Satanás!» Estas oraciones son proferidas con especial vehemencia sobre algún pecador endurecido que pudiera haber sido poseído.

El entendimiento correcto de la práctica apostólica de «entregar a Satanás» puede ser deducido de 1 Corintios 5:3-5:

«Ciertamente yo, como ausente en cuerpo, pero presente en espíritu, ya como presente he juzgado al que tal cosa ha hecho. En el nombre de nuestro Señor Jesucristo, reunidos vosotros y mi espíritu, con el poder de nuestro Señor Jesucristo, el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.»

El significado de esto es simplemente la expulsión del ofensor de la comunidad de creyentes. Esto es evidente en el versículo anterior al que hemos citado: «Vosotros estáis envanecidos. ¿No debierais más bien haberos lamentado, para que fuese quitado de en medio de vosotros el que cometió tal acción?» También en la frase final: «Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros» (v. 13). Esta fue la recomendación apostólica en todos los casos de pecadores obstinados:

«Al hombre que cause divisiones, después de una y otra amonestación deséchalo.» (Tito 3:10)

«Pero os ordenamos, hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que os apartéis de todo hermano que ande desordenadamente…Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo, y no os juntéis con él.» (2 Tesalonicenses 3:6,14)

«Mas os ruego, hermanos, que os fijéis en los que causan divisiones y tropiezos en contra de la doctrina que vosotros habéis aprendido, y que os apartéis de ellos.» (Romanos 16:17)

Expulsar de la congregación a algún transgresor impenitente equivalía a entregarlo al adversario, o Satanás, porque estaba siendo devuelto al mundo, el cual es el gran adversario de Dios. El objeto de este acto disciplinario era la corrección del transgresor: «No os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis como enemigo, sino amonestadle como a hermano» (2 Tesalonicenses 3:14,15). En este sentido, expulsando a Himeneo y Alejandro, Pablo esperaba hacerlos volver a la razón y frenar su rebeldía. Ellos estaban en la iglesia, hablando contra Pablo y los otros, y contra cosas que no entendían. Por medio de la fuerte medida de la excomunión el apóstol esperaba enseñarles una lección que no podrían entender dentro del compañerismo mientras siguieran siendo aceptados como miembros de la iglesia. Habiendo sido «entregado a Satanás» (el adversario), era probable que un hombre reflexionara sobre su situación. El objeto de esto, en la recomendación a los corintios era la «destrucción de la carne,» esto es, la extirpación de la mente carnal de entre la iglesia; ya que el apóstol dice inmediatamente después: «¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa? Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois… Quitad, pues, a ese perverso de entre vosotros» (1 Corintios 5:6,7,13).

En esta forma los hermanos esperaban preservar en pureza la fe y práctica del Espíritu, resultando en la salvación de la iglesia en su totalidad. Todo esto es comprensible. Pero si el Satanás del Nuevo Testamento fuera el Satanás popular, entonces todo el asunto se volvería una confusión impenetrable. Significaría que el diablo infernal hacía su papel en los arreglos de los apóstoles para salvar a los hombres; un papel que, dicho sea de paso, nunca es llamado a realizar actualmente.

Adversarios de Pablo

«Por lo cual quisimos ir a vosotros, yo Pablo ciertamente una y otra vez; pero Satanás nos estorbó» (1 Tesalonicenses 2:18). ¿Quiénes obstruyeron el viaje de Pablo? Los enemigos de la verdad. En varias ocasiones vigilaron las puertas de la ciudad donde estaba para interceptarlo y matarlo, y solamente los eludió con su habilidad. Satanás, adversario, es el nombre que se les da en general a todos ellos. Pero cuando se trata de alguien en particular, Pablo menciona los nombres: «Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras» (2 Timoteo 4:14). «Y de la manera que Janes y Jambres resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad; hombres corruptos de entendimiento, réprobos en cuanto a la fe» (2 Timoteo 3:8). «Y su palabra carcomerá como gangrena; de los cuales son Himeneo y Fileto» (2 Timoteo 2:17). El diablo popular no tenía parte en la oposición que Pablo encontró en estos hombres. ¿Quién ha leído alguna vez que un monstruo malvado haya detenido al apóstol en el camino, amenazándolo con dardos y terrores del abismo? Si el Satanás del Nuevo Testamento fuera el Satanás popular, esto es lo que debería haberle sucedido.

Satanás en Judas y Ananías

«Y después del bocado, Satanás entró en él [Judas Iscariote]» (Juan 13:27). Las intenciones antagónicas o satánicas de Judas contra Jesús surgieron inmediatamente después que Jesús le dio un bocado de pan mojado en el tazón de la mesa, según la práctica oriental. ¿Por qué? Porque el entregarle a Judas el bocado lo marcó como el hombre que sería el traidor. Jesús había dicho: «Uno de vosotros me va a entregar» (v. 21). La afirmación produjo una dolorosa e inquietante curiosidad entre los discípulos, quienes comenzaron a preguntar a quién se refería Jesús. En respuesta a la pregunta de Juan, Jesús dijo: «A quien yo diere el pan mojado, aquél es. Y mojando el pan, lo dio a Judas Iscariote hijo de Simón. Y después del bocado Satanás entro en él…Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió.» No es de extrañar que Judas, tan abiertamente identificado, dejara de vacilar con respecto a sus malvadas intenciones. Sus traidoras inclinaciones llegaron a una decisión fatal. Esto es lo que significa la frase, «Satanás entró en él,» dando a entender que el adversario se levantó dentro de El mismo. Si el Satanás de esta ocasión fuera el popular Satanás, se presentaría una dura interrogación: ¿Por qué fue castigado Judas por el pecado del diablo? «Bueno le fuera a ese hombre no haber nacido,» dijo Jesús, mostrando que la culpa de la traición contra Cristo estaba siendo cargada sobre Judas mismo.

Hay otro caso en el que la acción pecaminosa del corazón humano es descrita como la inspiración de Satanás (Hechos 5:3). Ananías y Safira llegaron ante la presencia de los apóstoles con una mentira en sus labios. Pedro dice: «Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?» El significado de Satanás llenando su corazón surge en la siguiente frase: «¿Por qué pusiste esto en tu corazón?» (versículo 4); también en las palabras de Pedro dirigidas a Safira, quien entró tres horas después de Ananías. Pedro le dijo: «¿Por qué convinisteis en tentar al Espíritu del Señor?» (versículo 9). La acción satánica en este caso consistió en el voluntario acuerdo entre el esposo y la esposa. Pero aunque no hubiéramos sido informados de que la mentira de Ananías se debía a un pacto con su esposa, por motivos egoístas, para presentar un valor menor de su propiedad, no habríamos tenido dificultad en entender que el Satanás que llenó su corazón fue el espíritu de la carne, el cual es el gran Satanás o adversario, moviéndolo a la particular forma de actuación señalada en el reclamo de Pedro. Santiago define el proceso del pecado como sigue: «Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido…da a luz la muerte» (Santiago 1:14,15). De aquí que la acción de los malos deseos en la mente es la acción del Satanás, o adversario, del Nuevo Testamento: los deseos de la carne, de donde proceden todos los pecados. Esto es declarado de varias maneras en las Escrituras, y concuerda con la experiencia de cada hombre. Los siguientes son ejemplos:

«Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios [éste fue el pecado de Ananías], las blasfemias.» (Mateo 15:19)
«Los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden.» (Romanos 8:7)

«Manifiestas son las obras de la carne, que son: adulterio fornicación, inmundicia, lascivia, idolatría, hechicerías, enemistades, pleitos, celos, iras, contiendas, disensiones, herejías, envidias, homicidios, borracheras, orgías, y cosas semejantes a estas.» (Gálatas 5:19-21)

«Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo.» (1 Juan 2:16)

Entonces, el gran Satanás o adversario al cual todo hombre tiene que temer, y el cual lo inclina siempre hacia un comportamiento opuesto a la sabiduría y a la piedad, es la tendencia del simple instinto animal que trata de actuar por su propia cuenta. Esta tendencia es el espíritu o inclinación de la carne, que debe ser reprimida cuidadosamente por el hombre que desea mantenerse alejado del camino de maldad. La sola verdad, la cual es la expresión y el poder del Espíritu, lo habilitará para lograrlo. Si se rinde a la carne, caminará en la senda de la muerte. «Si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis» (Romanos 8:13).

El objetivo de enviar el evangelio a los gentiles por medio de Pablo era «que se conviertan de las tinieblas a la luz, y de la potestad de Satanás a Dios» (Hechos 26:18). Ignorancia, o tinieblas, es el gran poder del adversario oculto dentro de nosotros; porque cuando un hombre es ignorante de la voluntad de Dios, la carne tiene el poder de dominarlo. Los gentiles están apartados de Dios «por la ignorancia que en ellos hay» (Efesios 4:18). El entendimiento, logrado por la atención a la Palabra, crea un nuevo hombre interior, quien en el transcurso del tiempo, mata al viejo hombre, «que está viciado conforme a los deseos engañosos» (Efesios 4:22), o, por lo menos, lo domina, a fin de que el nuevo hombre no sea eliminado (1 Corintios 9:27). Si se introduce la idea del activo, conspirador, e inteligente diablo popular, el cuadro completo se cambia y se envuelve en una perpleja confusión. Pero no puede ser introducido. Nuestra experiencia lo prohíbe.

Véanse los hechos: los hombres están propensos al mal en proporción al poder relativo de su naturaleza animal. Algunos hombres son naturalmente amigables, intelectuales, benevolentes y correctos. No pueden ser de otro modo en las circunstancias y organización de que disponen. Otros, al contrario, son naturalmente ásperos, rudos, brutos, torpes, viles y egoístas, debido al poder de la ignorancia y una organización inferior que les impide ascender a la nobleza natural. Jesús reconoce este hecho en la parábola del sembrador. La semilla cae en diferentes clases de suelo. Uno es considerado «buena tierra.» En ésta la semilla crece bien y lleva mucho fruto. En su explicación de la parábola, Jesús define la buena tierra como un «corazón bueno y recto» (Lucas 8:15). Esto concuerda exactamente con la experiencia. Sólo cierta clase de mente es influida por la palabra de verdad. Hay personas en quienes la predicación de la Palabra es un esfuerzo perdido. Jesús los llama «cerdos» y dice: «No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos» (Mateo 7:6). Ahora, en vista del hecho de que el bien y el mal, en sentido moral, están determinados por la organización y la educación, ¿qué lugar queda para el Satanás de la creencia popular, cuya influencia se atribuye a un orden espiritual, y cuyo poder se cree que es ejercido sobre todos, sin distinción de educación, condición o raza?

Esta explicación general incluye a todos los otros ejemplos en los cuales la palabra «Satanás» es usada en el Nuevo Testamento. Todos podrán solucionarse leyendo «Satanás» como «el adversario» y considerando las circunstancias bajo las que la palabra es usada. Algunas veces se encontrará que «Satanás» es una persona, otras veces, las autoridades, y también la carne. En realidad, cualquier cosa que haga las veces de adversario es, según las Escrituras, «Satanás.» Este nunca es el poder sobrenatural de la creencia popular.

El Diablo

Ahora debemos pasar a considerar la palabra «diablo.» Esta es la palabra más particularmente asociada, en la mente popular, con la tradición de un ser sobrenatural y maligno. El creyente tradicionalista, dando lugar a la doctrina bíblica del satanismo aquí expresada, está inclinado a unir la palabra «diablo» con la idea de que aquí, de cualquier manera, su querida teoría está a salvo; que bajo el amplio refugio de este término teológico mundialmente renombrado, la personalidad de este archirebelde del universo está a salvo de las flechas de la crítica. Podemos deshacernos rápidamente de esta ilusión señalando el hecho de que «diablo» en muchos instancias es intercambiable o se usa paralelamente con «Satanás»; por consiguiente ambos se mantienen o se caen. Pero como esto, aunque lógico, puede no ser completamente convincente para las personas a las cuales intenta llegar este estudio, investigaremos esta parte del tema por separado y por sus propios méritos.

En primer lugar, con respecto a la palabra «diablo,» observemos el comentario de Cruden:

«Esta palabra viene del griego diabolos, que significa un calumniador o acusador.»

Parkhurst dice:

«La palabra original diabolos viene de diabebola, la media voz del tiempo pasado de diaballo, que se compone de dia, a través; y ballo, lanzar; significando, por consiguiente, traspasar, atravesar (con un dardo u otra arma blanca). De aquí que en sentido figurado significa dañar o herir con una acusación o reporte falso.»

Parkhurst define diabolos como un sustantivo que significa «acusador, calumniador,» y lo ilustra con 1 Timoteo 3:11 y 2 Timoteo 3:3, donde el lector puede darse cuenta por medio de un examen de los pasajes, que se está aplicando a seres humanos.

De esto puede percibirse que la palabra «diablo,» entendida correctamente, es un término general y no un nombre propio. Se trata de una palabra que puede ser utilizada en cualquier caso en que se produce una calumnia, acusación o falso testimonio. De la misma manera que Jesús llamó a Pedro «Satanás,» también llamó «diablo» a Judas: «¿No os he escogido yo a vosotros los doce, y uno de vosotros es diablo?» (Juan 6:70). Judas resultó ser mentiroso, traidor, calumniador y, por consiguiente, diablo. Pablo, en 1 Timoteo 3:11 pide a las esposas de los diáconos no ser diablas. Su exhortación, sin embargo, no aparece en esta forma en nuestra versión castellana de la Biblia. La traducción dice: «Las mujeres asimismo sean honestas, no calumniadoras [diabolous].» Esta es una forma plural de la palabra comúnmente traducida diablo, la cual debería ser traducida uniformemente dondequiera que se encuentre. Ya sea «diablos» o «diablo,» en todo caso se refiere a un calumniador. La misma observación se aplica a 2 Timoteo 3:2,3: «Porque habrá hombres amadores de sí mismos…sin afecto natural, implacables, calumniadores [diaboloi]»; También a Tito 2:3: «Las ancianas asimismo sean reverentes en su porte; no calumniadoras [diabolous].»

Jesús aplica el término diablo a las autoridades perseguidoras del estado romano. Dice en su carta, por medio de Juan, a la iglesia de Esmirna: «He aquí el diablo echará a algunos de vosotros en la cárcel» (Apocalipsis 2:10). Las autoridades paganas eran los acusadores y cazadores de los primeros cristianos, en un intento por destruir la secta en su totalidad. En el mismo libro, el poder del mundo, organizado políticamente sobre la base del pecado (introducido bajo el símbolo de un dragón con siete cabezas y diez cuernos), es llamado «la serpiente antigua, que es el diablo y Satanás.» En estas situaciones, el entendimiento popular de la palabra «diablo» está excluido totalmente, ilustrando su uso y significado como término general.

Sin embargo, hay un amplio uso del término en el Nuevo Testamento que, mientras superficialmente favorece el punto de vista popular, es aún más directamente destructivo para tal criterio que los casos arriba citados. Es el que personifica el gran principio que radica en el fondo de la ruptura entre Dios y el hombre, como fundamentalmente el acusador y lanzador de dardos, el calumniador de Dios y el destructor de la humanidad. En primer lugar, permitamos que esta personificación sea demostrada. La evidencia de ella comienza poderosamente en Hebreos 2:14, donde leemos:

«Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él [Jesús] también participó de lo mismo, para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo.»

Si el diablo al que aquí se refiere fuera el diablo popular, o un diablo sobrenatural de cualquier clase, encontraríamos varias contradicciones absurdas en este pasaje.

En primer lugar, cubrirse con la debilidad de la carne y la sangre sería una extraña forma de prepararse para pelear contra un poderoso diablo, quien, según imaginaríamos, sería combatido con mayor éxito utilizando la armadura del poder angélico, que Pablo expresamente dice que Jesús no poseía: «Pero vemos a aquel que fue hecho un poco menor que los ángeles, a Jesús…» (Hebreos 2:9).

En segundo lugar, es más extraño todavía que para destruir al diablo Jesús haya tenido que someterse a la muerte. Uno pensaría que para vencer y destruir a un monstruo maligno, serían necesarios una vida inextinguible y un poder invencible. Indudablemente así habría sido, si el diablo de la Biblia fuera tal monstruo espiritual.

En tercer lugar, ahora el diablo debería estar muerto o destruido, puesto que Jesús murió hace más de diecinueve siglos con el propósito de destruirlo. Entonces, ¿cómo sucede que el diablo es representado por los clérigos como vivo y más ocupado que nunca en el trabajo de cazar almas con sus trampas y redes y exportarlas hasta sus siniestros dominios?

En cuarto lugar, ¡qué extraordinaria proposición la de que el diablo popular tiene el «poder de la muerte»! Solamente podría aceptarse esto en el supuesto de que el diablo actuara como el policía de Dios: pero esto no cuadra con el punto de vista miltónico y popular de que Dios y el diablo son enemigos implacables, deleitándose el último en contrariar al primero hasta el extremo de su poder. ¿Quién hizo mortal a Adán? ¿Quien castiga la infracción de la ley divina? Es El que dice: «Yo hago morir y yo hago vivir» (Deuteronomio 32:39). Dios, y no el diablo, es quien reina. Dios mismo retribuye y hace cumplir su propia ley; no un arcángel hostil que se presume está en eterna enemistad con El.

Juan dice: «Para esto apareció el Hijo de Dios, para deshacer las obras del diablo» (1 Juan 3:8). ¿Logrará Jesús el propósito de su manifestación? Si es así (¿quién podrá negarlo?), ¿no logrará él la destrucción de todo lo que hace el diablo de la Biblia? ¿No destruirá todo su trabajo? En tal caso, se deduce que si el diablo de la Biblia fuera un diablo espiritual con un llameante infierno lleno de almas malditas, entonces Cristo habría eliminado su infierno, liberado sus torcidos cautivos y abolido al mismo diablo. Si el diablo bíblico fuera el diablo popular y los seres humanos fueran almas inmortales, entonces indudablemente todos los seres humanos se salvarían; porque Cristo vino para destruir al diablo y a todas sus obras. Pero no existe un diablo sobrenatural y no hay almas inmortales. El diablo que Cristo vino a destruir es el pecado. Si alguien duda de esto, reconsidere las palabras de Pablo, anteriormente citadas. ¿Qué logró Cristo en su muerte? Que los siguientes testimonios contesten:

«Se presentó una vez para siempre por el sacrificio de sí mismo para quitar de en medio el pecado.» (Hebreos 9:26)

«Cristo murió por nuestros pecados, conforme a las Escrituras.» (1 Corintios 15:3)

«El herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados.» (Isaías 53:5)

«Llevó él mismo nuestros pecados en su cuerpo sobre el madero.» (1 Pedro 2:24)

«El apareció para quitar nuestros pecados.» (1 Juan 3:5)

Cristo, por medio de su muerte, quitó «el pecado del mundo» (Juan 1:29). En este sentido, destruyó el diablo de la Biblia. Ciertamente no destruyó al diablo popular en su muerte, pues se supone que tal diablo aún está en libertad. Pero en su propia persona como representante de la humanidad, Jesús extinguió el poder del pecado entregándose hasta las últimas consecuencias, escapando entonces por medio de la resurrección, por el poder de su propia santidad, para vivir eternamente. «Dios, enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado y a causa del pecado, condenó el pecado en la carne» (Romanos 8:3). Entonces, el pecado en la carne es el diablo destruido por Jesús en su muerte. Este es el diablo que tiene el poder de la muerte; porque el pecado y sólo el pecado es el que causa la muerte a los hombres. ¿Duda de esto alguien? Entonces que lea los siguientes testimonios:

«El pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte.» (Romanos 5:12)

«La muerte entró por un hombre.» (1 Corintios 15:21)

«La paga del pecado es muerte.» (Romanos 6:23)

«El pecado reinó para muerte.» (Romanos 5:21)

«El pecado…da a luz la muerte.» (Santiago 1:15)

«El aguijón de la muerte es el pecado.» (1 Corintios 15:56)

Teniendo en mente el hecho de que la muerte fue decretada divinamente en el jardín de Edén, a causa de la transgresión de Adán, se vuelve fácil entender el lenguaje que reconoce y personifica al pecado como el poder de la muerte. Las anteriores declaraciones expresan la verdad literal en forma metonímica. En realidad, la muerte, como consecuencia del pecado, es causada, producida e infligida por Dios; mas como el pecado o transgresión es el hecho o principio que mueve a Dios a infligirlo, el pecado es, entonces, apropiadamente considerado como la primera causa en el asunto. Esto es comprensible para el más pequeño intelecto: pero ¿qué tiene que ver un diablo sobrenatural con esto? Está excluido. No hay lugar para él.

Si se le hiciera entrar en el arreglo, el resultado sería cambiar la situación moral, alterar el esquema de salvación, y producir confusión. Porque si el poder de la muerte residiera en un poder personal, separado e independiente del hombre y no en la pecaminosidad misma del hombre, entonces las operaciones de Cristo serían transferidas de la arena del conflicto moral al de la lucha física, y el esquema total de la divina interposición por su medio, sería degradada al nivel de las mitologías paganas en las cuales los dioses, buenos y malos, son mostrados en una lucha física y asesina para lograr sus varias finalidades. De este modo, Dios sería bajado de su posición suprema y colocado en el mismo plano con las fuerzas de su propia creación.

Pero el objetante puede decir: Cierto, el pecado es la causa de la muerte; pero ¿quién provoca el pecado? ¿No es aquí donde el diablo de la creencia popular tiene su trabajo? Nada puede estar más directamente enfrentado con una respuesta bíblica: «Cada uno es tentado, cuando de su propia concupiscencia es atraído y seducido. Entonces la concupiscencia, después que ha concebido, da a luz el pecado, y el pecado, siendo consumado, da a luz la muerte» (Santiago 1:14,15). Esto concuerda con la experiencia del hombre mismo: el pecado tiene su origen en inclinaciones naturales incontroladas del corazón humano. En su conjunto, estas inclinaciones son llamadas por Pablo «otra ley en mis miembros, que se rebela contra la ley de mi mente.» Cada hombre es consciente de la existencia de esta ley, cuyos impulsos, incontrolados, lo llevarían más allá de las restricciones de la sabiduría divina. El mundo obedece esta ley, y «está bajo el maligno.» No tiene experiencia con la otra ley, la cual es implantada por la palabra de verdad. «Todo lo que hay en el mundo» es definido por Juan como «los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida» (1 Juan 2:16).

Una nueva ley es introducida cuando un hombre viene a la luz de la verdad y llega de este modo a darse cuenta de la voluntad de Dios en lo que se refiere al estado de su mente y la naturaleza de sus acciones. Esto es denominado «el Espíritu,» porque las ideas sobre las que se basa han sido reveladas por el Espíritu, por medio de hombres inspirados. «Las palabras que yo os he hablado,» dice Jesús, «son espíritu y son vida» (Juan 6:63). De aquí que la lucha que se establece en la mente de un hombre por la introducción de la verdad es una lucha entre dos principios: los deseos de la carne y los mandamientos del Espíritu. Esto es descrito por Pablo en las siguientes palabras: «El deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne; y éstos se oponen entre si» (Gálatas 5:17). También dice: «Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne» (versículo 16). En otro lugar dice: «No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias» (Romanos 6:12). Estos principios son traídos a nuestra atención en los siguientes extractos de su carta a la congregación de los romanos:

«Porque los que son de la carne piensan en las cosas de la carne; pero los que son del Espíritu, en las cosas del Espíritu. Porque el ocuparse de la carne es muerte, pero el ocuparse del Espíritu es vida y paz. Por cuanto los designios de la carne son enemistad contra Dios; porque no se sujetan a la ley de Dios, ni tampoco pueden; y los que viven según la carne no pueden agradar a Dios. Mas vosotros no vivís según la carne, sino según el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios mora en vosotros. Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, no es de él…Así que, hermanos, deudores somos, no a la carne, para que vivamos conforme a la carne; porque si vivís conforme a la carne, moriréis; mas si por el Espíritu hacéis morir las obras de la carne, viviréis. Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.» (Romanos 8:5-9,12-14)

En vista de estas declaraciones de la Escritura, la sugerencia de que el trabajo del diablo es inducir pecado, no tiene lugar. Es ociosa, falsa y malévola. Hace que un hombre se descuide y piense que estará bien si el diablo lo deja solo. No hay más diablo que las propias inclinaciones del hombre, las cuales tienden a actividades ilegítimas. Estas son el origen del pecado, y el pecado es la causa de la muerte. Juntos constituyen el diablo. «El que practica el pecado es del diablo» (1 Juan 3:8).

El Diablo es la Personificación del Pecado

Pero puede que alguno se pregunte por qué un asunto tan simple es oscurecido por medio de la personificación. No puede darse otra explicación que el hecho de que es una de las peculiaridades de la Biblia utilizar imágenes cuando los principios involucrados son demasiado sutiles para una fácil expresión literal. El mundo, el cual es tan sólo una asociación de personas, es personificado: «Si fuerais del mundo, el mundo amaría lo suyo» (Juan 15:19).

Las riquezas son personificadas:

«Ninguno puede servir a dos señores…No podéis servir a Dios y a las riquezas.» (Mateo 6:24)

El pecado es personificado:

«Todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado.» (Juan 8:34)

«El pecado reinó para muerte.» (Romanos 5:21)

«¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?…Y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.» (Romanos 6:16,18)

El Espíritu es personificado:

«Cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta.» (Juan 16:13)

La sabiduría es personificada:

«Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría, y que obtiene la inteligencia…Mas preciosa es que las piedras preciosas; y todo lo que puedes desear, no se puede comparar a ella. Largura de días está en su mano derecha; en su izquierda, riquezas y honra.» (Proverbios 3: 13,15,16)

«La sabiduría edificó su casa, labró sus siete columnas.» (Proverbios 9:1)

La nación de Israel es personificada:

«Aún te edificaré, y serás edificada, oh virgen de Israel; todavía serás adornada con tus panderos.» (Jeremías 31:4)

«Escuchando, he oído a Efraín que se lamentaba: Me azotaste, y fui castigado como novillo indómito; conviérteme, y seré convertido, porque tú eres Jehová mi Dios.» (Jeremías 31:18)

El pueblo de Cristo es personificado:

«Hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto.» (Efesios 4:13)

«Vosotros, pues, sois el cuerpo de Cristo.» (1 Corintios 12:27)

«Cristo es cabeza de la iglesia, la cual es su cuerpo, y él es su Salvador.» (Efesios 5:23)

«Y él es la cabeza del cuerpo que es la iglesia…Cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia.» (Colosenses 1:18,24)

«Os he desposado con un solo esposo, para presentaros como una virgen pura a Cristo.» (2 Corintios 11:2)

«Han llegado las bodas del Cordero, y su esposa se ha preparado.» (Apocalipsis 19:7)

La natural inclinación al mal que un hombre abandona al llegar a ser de Cristo, así como su nueva condición mental desarrollada en la verdad, son personificadas:

«Habiéndoos despojado del viejo hombre con sus hechos.» (Colosenses 3:9)

«En cuanto a la pasada manera de vivir, despojaos del viejo hombre, que está viciado conforme a los deseos engañosos…y vestíos del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la verdad.» (Efesios 4:22,24)

«Nuestro viejo hombre fue crucificado.» (Romanos 6:6)

El espíritu de desobediencia que mora en el mundo es personificado:

«En los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia, entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos.» Efesios 2:2,3)

«Ahora es el juicio de este mundo; ahora el príncipe de este mundo será echado fuera. Y yo, si fuere levantado de la tierra, a todos atraeré a mí mismo. Y decía esto dando a entender de qué muerte iba a morir.» (Juan 12:31-33)

Estos ejemplos de personificación constituyen una respuesta a la pregunta por qué el pecado en forma abstracta debía ser personificado. Demuestran, primero, que muchos principios y cosas efectivamente son personificados en la Biblia; y segundo, que esto es de gran provecho. El poner una cubierta metafórica a las abstracciones les da una realidad en el discurso, de la cual carecen si se presentan en su lenguaje preciso y literal. Hay cierta vitalidad en tal estilo de expresión, el cual falta en expresiones que se apegan estrictamente a los hechos y a las convenciones gramaticales. Esta vitalidad y expresividad es una característica de toda la Biblia, y pertenece al estilo de los idiomas orientales en general. Por supuesto que está sujeto al abuso, como cualquier otro bien; pero su efectividad es indiscutible. El tema que estamos analizando ilustra este hecho. El pecado es el gran calumniador de Dios al negar Su supremacía, sabiduría y bondad, y es el gran motivo de acusación contra el hombre aun hasta la muerte. Es muy apropiado, entonces, llamarlo el acusador, el calumniador, el mentiroso. Esto se hace en la palabra diablo; pero cuando la palabra no es traducida, sino solamente castellanizada, el lector, educado con los prejuicios teológicos tradicionales, es incapaz de comprender esto.

Hay un aspecto histórico en la cuestión, que generalmente tiende a volver el asunto difícil de entender. Nos referimos a los incidentes relacionados con la introducción del pecado en el mundo, en la contemplación del cual veremos una peculiar idoneidad en la personificación del pecado en la palabra diablo. El pecado de Adán no fue espontáneo: fue sugerido por su esposa. Aun de parte de ésta, la desobediencia no fue autosugerida. Ella actuó por instigación de una tercera parte. ¿Quién fue? La respuesta es, en las palabras del relato bíblico: «La serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho» (Génesis 3:1). La serpiente natural, más observadora que otros animales, y dotada en aquel tiempo con el poder de expresar sus pensamientos, razonó sobre la prohibición que Dios había puesto sobre el árbol que estaba en medio del huerto. Concluyendo, de todo lo que vio y oyó, que la muerte no sería el resultado de comer el fruto, dijo: «No moriréis; sino que sabe Dios que el día que comáis de él, serán abiertos vuestros ojos, y seréis como Dios, sabiendo el bien y el mal» (Génesis 3:4,5).

De este modo la serpiente se volvió difamadora y calumniadora de Dios, al afirmar que lo que Dios había dicho no era verdad. Así se volvió un diablo, y no solamente un diablo, sino el diablo, puesto que ella originó la calumnia por la cual, creyéndola, nuestros primeros padres desobedecieron el mandamiento divino e introdujeron el pecado y la muerte en el mundo. Por consiguiente, ella fue el símbolo natural de todo lo que resultó de su mentira. «La serpiente antigua, que es el diablo y Satanás» es la descripción simbólica del mundo en su totalidad política en el tiempo cuando Cristo lo convierta en «los reinos de nuestro Dios y de su Cristo» (Apocalipsis 20:2; 11:15). Siendo la serpiente la originadora de la mentira que condujo a la desobediencia, puede decirse que los frutos de tal desobediencia son «sus obras.»

La serpiente misma del relato hace mucho que murió, en el curso de la naturaleza; pero los frutos de su obra permanecen, y el principio de la desobediencia permanece vivo. La idea introducida por ella en la mente de nuestros primeros padres ha germinado en la producción de generaciones de serpientes humanas. La humanidad ha venido a ser la encarnación de la idea de la serpiente, puesto que los humanos son todos calumniadores de Dios al no creer sus promesas ni obedecer sus mandamientos. De aquí que Jesús podía decir de los fariseos: ¡Serpientes… ¿Cómo escaparéis de la condenación del infierno?» (Mateo 23:33); también: «Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. El ha sido homicida desde el principio [porque trajo la muerte sobre la humanidad incitando a Adán y Eva a la desobediencia], y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira» (Juan 8:44). Todos los que están en el primer Adán son «hijos del diablo,» porque descienden de una paternidad contaminada por la serpiente diablo. Su mortalidad es la evidencia de esto, cualesquiera que sean sus cualidades morales, puesto que la mortalidad es el fruto de la vanidad de la serpiente operando en Adán para desobediencia. Pero aquellos que bajo la fe en las promesas de Dios, son introducidos en el «segundo Adán» (quien en su muerte destruyó las cadenas del diablo al eliminar el pecado) son libertados de la familia del diablo y vienen a ser hijos de Dios.

Los hijos son como los padres; semejante produce semejante; los «hijos del diablo» tienen que ser diablos; de aquí que el mundo de la naturaleza humana en su totalidad es considerado como diablo, porque es la encarnación del principio diabólico. Aquel principio se originó en un agente real; por tal razón el principio retiene la personalidad del originador en el discurso común por razón de conveniencia. Así por un proceso verdaderamente natural, el principio abstracto que reside en el fondo de la miseria y mortalidad humana se vuelve una personificación. Por esto, que Jesús destruya al diablo y a sus obras significa que quita el pecado del mundo, lo que resultará finalmente en la abolición de la naturaleza humana heredada de Adán y la absorción de la muerte en victoria. Será la supresión del actual orden prevaleciente de cosas y el establecimiento de uno nuevo en el cual la justicia y la paz reinarán triunfantes, y el conocimiento de Dios cubrirá la tierra como las aguas cubren el mar.

La Tentación de Jesús

La tentación de Jesús es frecuentemente citada en oposición a estas conclusiones. Se supone que ésta revela definitivamente la personalidad real y el poder del diablo de la Biblia. La principal característica señalada en la narración es el hecho de que el tentador es llamado «diablo.» Sin embargo, esto no prueba nada. Si Judas pudo ser un diablo aunque era hombre (Juan 6:70), ¿por qué no podía ser el tentador de Jesús un hombre? El hecho de que se le llama diablo no significa nada. Pero, ¿qué hay de llevar a Jesús hasta el pináculo del templo? ¿No es necesario algo más que poder humano para llevar un hombre por el aire hasta la cumbre de una torre? Si esto fuera lo que literalmente sucedió, sería, sin duda, algo difícil de explicar; pero no fue así. El pináculo del templo, tal como nos informa Josefo, era un atrio o paseo elevado, el cual por un lado dominaba el fondo del valle de Josafat hasta una profundidad de 70 metros y ofrecía la posibilidad de auto-destrucción que el tentador le pidió a Jesús que caprichosamente desafiara, a base de una promesa de protección divina de las inevitables consecuencias. A este atrio, sin duda, subió el tentador con Jesús, haciéndole la vana propuesta sugerida por las circunstancias. El objetante señalará entonces el viaje de Cristo a «un monte muy alto,» desde el cual el diablo «le mostró en un momento todos los reinos de la tierra.» Es obvio que esto debe ser tomado en un sentido limitado; porque el hecho de ascender a un monte para ver todo lo que tenía que ser presenciado, muestra que el campo de visión estaba en proporción con la altitud. El territorio visto sería Judea y sus provincias vecinas. La oferta de poder estaría relacionado con éstas. Si se va a sostener que a Cristo le fueron mostrados de manera absoluta y milagrosa «todos los reinos del mundo,» ¿por qué el tentador habría tenido que ascender a una elevación para mostrárselos? Esto no habría servido de ayuda para ver todos los reinos de la tierra. Si hubiera habido algo sobrenatural de por medio, de ningún modo habría sido necesario ascender a una colina.

Pero ¿quién era el diablo que de este modo se preocupaba en apartar a Jesús del camino de la obediencia? La respuesta es que es imposible decir con seguridad quién era. Como en el caso del Satanás de Job, solamente podemos afirmar lo que seguramente no era. Varias posibilidades son sugeridas por las circunstancias de la tentación de acuerdo a la manera en que son contempladas.

Ya sean falsas o verdaderas estas sugerencias, la tentación no proporciona verdadero respaldo a la teoría popular que se trata de probar. En realidad, no hay verdadero respaldo para tal teoría en ninguna parte de la Biblia. El respaldo es solamente aparente. Es tan sólo una apariencia, cuya principal fuerza reside en el hecho de la existencia de una teoría sobre un espíritu llamado diablo, de origen pagano y enseñada a la gente desde los días de su infancia. Las palabras de la Biblia y las teorías paganas han sido unidas a la fuerza. Considerado superficialmente, el resultado es sorprendente e impresionante y tiende a sugerir la existencia de un diablo real. Sin embargo, es tan sólo una trampa y un engaño de la más malvada calidad.

Los Demonios

No sería sabio finalizar el tema sin decir unas pocas palabras sobre los «demonios,» en los cuales el lector posiblemente ve alguna evidencia furtiva de un diablo sobrenatural. En lo que al Antiguo Testamento se refiere, la palabra es encontrada sólo cuatro veces, en Levítico 17:7, Deuteronomio 32:17, 2 Crónicas 11:15 y Salmos 106:37. El lector solamente tendrá que leer estos pasajes para ver que, hasta donde concierne al Antiguo Testamento, la palabra demonio en el uso bíblico, se aplica en forma diferente al punto de vista popular. Por ejemplo:

«Sacrificaron a los demonios, y no a Dios; a dioses que no habían conocido, a nuevos dioses venidos de cerca, que no habían temido vuestros padres.» (Deuteronomio 32:17)

Aquí los demonios a los que sacrificaba Israel eran ídolos paganos. Esto se comprende mejor en Salmos 106:35-38:

«Se mezclaron con las naciones, y aprendieron sus obras, y sirvieron a sus ídolos, los cuales fueron causa de su ruina. Sacrificaron sus hijos y sus hijas a los demonios, y derramaron la sangre inocente, la sangre de sus hijos y de sus hijas, que ofrecieron en sacrificio a los ídolos de Canaán.»

Es innecesario decir que los ídolos de Canaán eran trozos inánimes de madera y piedra, y que por consiguiente, su designación como «demonios» demuestra que el uso de la palabra en el Antiguo Testamento no respalda la idea de que los demonios son seres personales, de naturaleza maligna, ayudando, encubriendo y sirviendo al gran diablo en sus obras de maldad y daño.

Pero es al Nuevo Testamento al que los creyentes tradicionalistas señalarán como la gran fortaleza de sus creencias. Allá iremos, pero lo encontraremos tan inadecuado como el Antiguo para respaldar el credo popular. En primer lugar, el uso que hace Pablo de la palabra en el mismo sentido que el Antiguo Testamento, sugiere que repudiaba el punto de vista pagano de que los demonios tenían una existencia real. El dice: «Lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes con los demonios. No podéis beber la copa del Señor y la copa de los demonios; no podéis participar de la mesa del Señor, y de la mesa de los demonios» (1 Corintios 10: 20,21). Aquí es manifiesto que «demonios» se aplica a los ídolos de la adoración pagana. Primero, porque los sacrificios de los gentiles eran ofrecidos en los santuarios de los falsos dioses de su propia superstición. Segundo, por las palabras anteriores de Pablo en el mismo capitulo: «¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos?» (versículo 19). Esto es conclusivo. Pablo aplica la palabra «demonios» a los ídolos, de los cuales también dice: «Sabemos que un ídolo nada es en el mundo» (1 Corintios 8:4). Así, pues, la palabra «demonios,» tal como es usada por Pablo, no presta respaldo al punto de vista popular.

Daimon era el nombre que daban los griegos a los seres imaginarios que, según ellos, existían en el aire y actuaban como mediadores entre Dios y el hombre, para bien o mal. Estos seres imaginarios pertenecen a la mitología y no tienen lugar en el sistema de la verdad. Citamos las siguientes observaciones sobre el tema, del Léxico Griego de Parkhurst, como explicación del origen de la idea:

«DAIMONION, de daimon, una deidad, un dios, o más exactamente, un poder o supuesta inteligencia en los cielos o el aire. La palabra es generalmente usada en este sentido por la Septuaginta, que la usa en Isaías 65:11 para las fuerzas o poderes destructores de los cielos en truenos, rayos, tormentas, etc.; en Deuteronomio 32:17 y Salmos 106:37 para los poderes de los genios de la naturaleza. En lo que se refiere al demonio del mediodía, Salmos 91:6, podemos estar seguros de que los traductores de la Septuaginta no intentan señalar un demonio, sino una perniciosa ráfaga de aire (compárese Isaías 28:2 en la Biblia hebrea). Así que de este y de los anteriores pasajes citados, podemos saber con seguridad lo que daban a entender, cuando en su traducción de Salmos 96:5, dicen, «Todos los dioses de los gentiles son daimonia (es decir, no demonios, sino poderes de la inteligencia imaginaria de la naturaleza material). Las palabras de Platón en Sympos son muy expresivas: ‘Un demonio es un ser intermedio entre Dios y los mortales.’ Si Ud. le pregunta qué quiere dar a entender por ‘un ser intermedio,’ él mismo le dirá: ‘Ningún hombre puede tener acceso directo a Dios, sino que todas las relaciones entre dioses y hombres se desarrollan por medio de los demonios.’ ¿Desea usted conocer los pormenores? Los demonios llevan las súplicas y oraciones de los hombres a los dioses, y también llevan los mandatos y recompensas de devoción de los dioses a los hombres. Además de esos demonios originales, mediadores materiales o la inteligencia que reside en ellos, a quienes Apuleo llama una clase superior de demonios, quienes siempre estaban libres de las molestias del cuerpo, orden del cual Platón supone se nombraban guardianes de los hombres, además de estos, digo, los paganos reconocen otra clase de demonios a la que llaman ‘las almas de los hombres, deificadas o canonizadas después de la muerte.’ Así Hesíodo, uno de los más antiguos escritores paganos, describiendo la feliz raza de hombres que vivieron en la primera edad de oro del mundo, dice que ‘después de la muerte esta generación fue ascendida, por la voluntad del dios Júpiter, para ser demonios, guardianes de hombres mortales y observadores de sus obras buenas y malas, vestidos de aire, siempre caminando alrededor de la tierra, dadores de riquezas; y éste es el real honor de que gozan.’ Platón concuerda con Hesíodo, diciendo que ‘él y muchos otros poetas hablan excelentemente al afirmar que cuando los buenos hombres mueren, alcanzan gran honor y dignidad, y se convierten en demonios.’ El mismo Platón sostiene en otro lugar que ‘todos los que murieron en guerra valientemente, pertenecen a la generación dorada de Hesíodo, y son hechos demonios, y debemos servir y adorar por siempre sus sepulcros como sepulcros de demonios. Lo mismo también decretamos,’ dice Platón, ‘siempre que mueren aquellos que fueron excelentemente buenos en vida, ya sea que mueren de vejez o de alguna otra manera.’ Según Plutarco, Tomo I, página 958, Edición Xylander, existía una opinión muy antigua de que había ciertos demonios malignos y malvados que envidiaban a los hombres buenos y procuraban perturbarlos y estorbarlos en su búsqueda de la virtud, para que no permanecieran firmes en la bondad e incorruptos, y obtuvieran, después de muertos, mejor suerte que la que gozaban los mismos demonios.»

En vista del origen pagano de esta «doctrina de demonios,» uno naturalmente se extraña de que la idea de los demonios aparezca tan extensamente entretejida con los relatos del evangelio, recibiendo aparente sanción tanto de Cristo como de sus discípulos. Esto sólo puede ser explicado según un principio: la teoría griega de que la locura, los desórdenes epilépticos y las obstrucciones de los sentidos (como distintos de las enfermedades ordinarias), se debían a posesiones demoníacas, había existido muchos siglos antes del tiempo de Cristo y había circulado por todo el mundo con el idioma griego, el cual en aquellos días se había vuelto universal. Esta idea necesariamente se imprimió en el lenguaje común de la época, proporcionando una nomenclatura para cierta clase de desórdenes que se volvió corriente y convencional y usada inconscientemente por todas las clases sociales, sin que necesariamente creyeran la doctrina pagana de demonios. Visto superficialmente, el uso de este lenguaje parecería implicar tal creencia; pero en realidad sólo era usado por la fuerza de la costumbre universal, sin ninguna referencia a la superstición que la originó. Tenemos una ilustración de esto en nuestra palabra «lunático,» que se originó en la idea de que la locura era el resultado de la influencia de la luna, pero que actualmente nadie usa para expresar tal idea. El mismo principio se presenta en las palabras «hechizar,» «duende,» «dragón,» «rey de la maldad,» «baile de San Vito,» etc., todas las cuales son usadas libremente sin que la persona que las usa pueda ser acusada de creer las ficciones que originalmente representaban.

El hecho de que Cristo haya usado este lenguaje popular no significa que creía los engaños populares. En cierto caso él aparentemente reconoce al dios de los filisteos, cuando fue acusado de echar fuera demonios por el poder de Beelzebú: «Decís que por Beelzebú echo yo fuera los demonios. Pues si yo echo fuera los demonios por Beelzebú, ¿vuestros hijos por quién los echan?» (Lucas 11:18,19). Beelzebú significa dios de las moscas, un dios adorado por los filisteos de Ecrón (1 Reyes 1:6), y Cristo, usando el nombre, no se preocupa del hecho de que Beelzebú era una ficción pagana; más bien parece asumir, para ilustrar su argumento, que Beelzebú era una realidad. Sólo estaba conformándose al lenguaje de sus oponentes. Pero esto con mucha más razón podría ser tomado como una prueba de su creencia en Beelzebú, si se considera que su acomodación al lenguaje popular sobre los demonios sanciona la existencia de los demonios de la creencia popular.

La expulsión de demonios de que se habla en el Nuevo Testamento no fue ni más ni menos que la curación de ataques de epilepsia y desórdenes mentales, como distintos de las enfermedades corporales. Cualquiera puede convencerse de esto leyendo con atención la narración y considerando de cerca los síntomas, tal como se describen:

«Señor, ten misericordia de mi hijo, que es lunático, y padece muchísimo; porque muchas veces cae en el fuego, y muchas en el agua. Y lo he traído a tus discípulos, pero no le han podido sanar…Y reprendió Jesús al demonio, el cual salió del muchacho.» (Mateo 17:15-18)

De aquí se deduce que la supuesta posesión demoníaca era simplemente demencia o epilepsia. La eliminación de la influencia maléfica que trastornaba las facultades del muchacho se describe como la expulsión de un demonio.

«Entonces fue traído a él un endemoniado, ciego y mudo; y le sanó, de tal manera que el ciego y mudo veía y hablaba.» (Mateo 12:22)

«Y respondiendo uno de la multitud, dijo: Maestro, traje a ti mi hijo, que tiene un espíritu mudo.» (Marcos 9:17)

No existe ningún caso de posesión demoníaca mencionado en el Nuevo Testamento que no tenga paralelo en cientos de situaciones de la experiencia médica del tiempo presente. Los síntomas son precisamente idénticos (lágrimas, espumarajos de la boca, gritos, fuerza anormal, etc.). Actualmente no hay exclamaciones acerca del Mesías, porque no hay excitación popular sobre su venida que pueda reflejarse en los enfermos mentales en forma aberrante, como la hubo en los días de Jesús, cuando toda la comunidad judía estaba impregnada de una intensa expectación del Mesías, y agitada por las maravillosas obras de Cristo.

La transferencia de los demonios a los cerdos es solamente un caso en el que Cristo vindicó la ley, la cual prohibía la crianza de cerdos, actuando bajo la sugerencia del lunático de transferir la influencia aberrante a los cerdos, causando la destrucción de éstos. La afirmación de que los demonios pidieron o gritaron esto o aquello, debe ser interpretada a la luz del hecho evidente de que fue la persona poseída quien habló y no el abstracto trastorno. Las insanas afirmaciones se debían a la influencia enloquecedora, y por consiguiente, es una forma permisiva de lenguaje decir que la locura (llamada en la frase popular de estos tiempos, demonio o demonios) les hablaba. Pero al juzgar la teoría de la posesión, debemos distinguir cuidadosamente entre las auténticas declaraciones de la verdad, y las formas rudas populares del lenguaje que solamente envuelven un aspecto, y no la esencia de la verdad.

No es necesario decir más sobre el asunto: se ha dicho lo suficiente para demostrar la equivocada e infundada naturaleza del punto de vista popular y proporcionar una clave para la explicación de todos los textos bíblicos que parecen favorecer estas ideas. Este resultado, si se ha logrado con éxito, bastará para el presente ensayo. La doctrina de un diablo real, o de demonios, es una corrupción espiritual. Es en sí misma un espíritu maligno del cual el hombre debe deshacerse antes de que pueda estar mentalmente «vestido y en su juicio cabal» (Marcos 5:15). Oculta las brillantes características de toda la verdad divina, de la mirada de todos los que le están sujetos. Es compañera de la inmortalidad del alma, a la cual, con otras fábulas de invención pagana, los hombres se han vuelto de acuerdo a la predicción de Pablo (2 Timoteo 4:3,4); y aceptándolas han rechazado necesariamente la verdad proclamada por todos los siervos de Dios, desde Enoc hasta Pablo.

~ Robert Roberts

Lealo de nuevo:
Capítulo 8 – El Reino de Dios Aun no Existe, Pero Será Establecido Visiblemente en la Tierra en un Día Futuro
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