Introducción
Esperanza es la característica peculiar del evangelio. Otros sistemas se jactan de principios morales, los cuales se espera que el juicio apruebe y el entendimiento aplique en la formación del carácter.
Pero el evangelio supera estos sistemas en su poder de producir los resultados que ellos buscan, por medio de un elemento del cual todos los esquemas de sabiduría humana están necesariamente carentes.
En teoría la moralidad puede influir en las mentes superiores; pero carece del poder de levantar al caído o desarrollar frutos morales en las mentes naturalmente estériles. Apela a la mente instruida y a la aspiración moral; por tal razón es impotente con la vasta mayoría de la humanidad.
El Evangelio es Racional
El evangelio se dirige a la naturaleza humana, no con razonamientos difíciles y dogmas muertos, sino con amor personal y promesas inspiradoras. Cargado de ternura y alegría, vence la terquedad y disipa el letargo de los corazones humanos y los eleva a la perfección moral por medio de la influencia de sus afectos y esperanzas. Se adapta exactamente a las necesidades de la naturaleza humana, presente y futura. Solamente pide ser recibido con plena fe; y entonces, al contrario de los sistemas de filosofía humanos, satisface el corazón mientras ilumina la mente y tranquiliza el espíritu que no puede encontrar descanso en ningún lugar de este mundo de ansiedades y cuidados.
Sin embargo, desarrolla estos resultados por medio de un proceso inteligente. Opera a través de las ideas que comunica a la mente. No hay nada inexplicable en su modo de operación. Su amor es un asunto de afirmaciones específicas, a ser realizadas por fe, y no una misteriosa influencia que se introduce milagrosamente en el corazón. Sus esperanzas son el producto de promesas definidas, comprendidas y creídas con firmeza, y no de éxtasis desordenados de origen incomprensible. Todas sus operaciones son efectuadas sobre principios estrictamente racionales. Diseñado para la naturaleza humana, se adapta a su constitución mental, y es poderoso en sus métodos naturales para elevar y purificar a todos los que se someten a sus enseñanzas y le dan cuidadosa atención.
La Venida de Jesús es un Elemento Esencial del Evangelio
El presente estudio se propone hacer manifiesta la verdad de que la gran esperanza del evangelio se refiere a la segunda venida corporal del Señor Jesús; que tal suceso es el objeto central que el creyente iluminado espera como el clímax del deseo, la crisis de la recompensa; y que, por consiguiente, esta verdad es una de las principales influencias por las cuales el corazón es purificado, y el creyente mismo es preparado y hecho «útil al Señor.»
Por la segunda venida del Señor Jesús se entiende el suceso que el lenguaje bíblico obviamente da a entender, es decir, el regreso del cielo a la tierra de nuestro Salvador, quien ahora está a la diestra de Dios. Es necesario admitir que Cristo estuvo realmente en la tierra entre los hombres, y que ascendió corporalmente al cielo después de la resurrección. La proposición, entonces, es que en un cierto momento descenderá del cielo tan real como cuando ascendió, y aparecerá en persona en la tierra como el mismo Señor Jesús que vivió en Judea entre judíos y romanos. Afirmo que esto es la enseñanza de la palabra de Dios, y estoy especialmente ansioso de demostrar que esta es la esencia de la verdadera esperanza cristiana.
Primero démonos cuenta de que los apóstoles declaran que hay sólo «una esperanza,» como también sólo «una fe y un bautismo.» Esta es la enseñanza de Pablo en Efesios 4:4: «Un cuerpo, y un Espíritu, como fuisteis también llamados en una misma esperanza de vuestra vocación.» Que esta esperanza es un componente esencial del evangelio, es evidente en las palabras de Pablo en Colosenses 1:5, donde hablando de «la esperanza que os está guardada en los cielos» (estando Cristo allí), dice: «De la cual ya habéis oído por la palabra verdadera del evangelio.» Todavía dice más: «Porque en esperanza fuimos salvos» (Romanos 8:24). Y solemnemente asegura a los hebreos que su salvación final depende de su adherencia a esa esperanza. Sus palabras son: «La cual casa somos nosotros, si retenemos firme hasta el fin la confianza y el gloriarnos en la esperanza» (Hebreos 3:6). Sus palabras a los colosenses son igualmente contundentes en este punto:
«Para presentaros santos y sin mancha e irreprensibles delante de él; si en verdad permanecéis fundados y firmes en la fe, y sin moveros de la esperanza del evangelio» (Colosenses 1:22,23).
Es Importante que Entendamos el Verdadero Evangelio
Estos testimonios deberían impresionarnos con un sentido de la importancia del asunto que se va a considerar. No es poca cosa estar equivocado sobre lo que debemos esperar. ¡Cuán desafortunado sería gastar nuestra energía espiritual esperando algo que Dios nunca ha prometido! Tal error implicaría ignorancia de la verdadera «esperanza del evangelio»; y esta «ignorancia,» según Pablo, nos lleva a ser «ajenos a la vida de Dios» (Efesios 4:18). Lo que Dios nunca ha prometido, nadie lo recibirá jamás; porque ¿cómo podrían los inútiles anhelos del hombre cambiar los inmutables propósitos del Todopoderoso, especialmente si la satisfacción de tales anhelos implica el incumplimiento de las promesas que realmente han sido dadas? «Conforme a vuestra fe os sea hecho» (Mateo 9:29). Este es un principio divino. Si un hombre desperdicia su fe en lo que no tiene fundamento en la verdad, está sembrando al viento. Sólo la fe que construye su casa sobre la roca de las garantizadas promesas de Dios, resistirá la tormenta que barrerá con «el refugio de la mentira» (Isaías 28:17).
Antes de presentar un testimonio específico sobre la venida del Señor, será de provecho ocuparnos por un momento del ministerio personal de Cristo cuando estaba aquí en la tierra. Durante su peregrinaje en la tierra de Judea, donde viajó constantemente durante tres años haciendo obras maravillosas para demostrar que su misión era divina, proclamó las cosas del reino de Dios, y afirmó su calidad de Mesías en conexión con el reino, tal como lo he demostrado en estudios anteriores. Esta proclamación tuvo el efecto de atraer muchos discípulos, haciendo que lo consideraran como el ungido rey de Israel, destinado a realizar «la redención de Israel» de manos de los romanos y todas las otras naciones, estableciendo triunfalmente el reino de Dios sobre toda la tierra. Este punto de vista sobre Cristo, creado en la mente de sus discípulos por medio de las enseñanzas de su Maestro, es condenado por millares de personas sinceras pero equivocadas. Vimos en un estudio anterior cuán inapropiada fue la condenación, y cuán escritural es el punto de vista condenado.
Cristo y los Santos Reinarán Aquí en la Tierra
Ahora deseo señalar que la enseñanza de Cristo sobre el tema tuvo un efecto posterior sobre la mente de los discípulos. Creó en ellos la expectación de que ellos mismos compartirían los regios honores de Cristo en el tiempo cuando su misión como rey fuera manifestada. Este es un hecho admitido universalmente, aunque esta expectación es tan libremente condenada por la religión popular como la primera anteriormente mencionada. Los discípulos son reprobados como «carnales» por haber buscado lo que generalmente es calificado despectivamente como un «reino temporal.» Encontraremos que hay mucha injusticia en esta imputación contra el entendimiento y juicio de los discípulos, como la hay en la que el último estudio intentaba refutar. Hubo sin duda un poco de ambición profana entre ellos, la cual trató de reprimir su divino Maestro; pero esta ambición no se mostró inventando una falsa doctrina, o pervirtiendo carnalmente alguna verdadera. Mas bien se manifestó en la forma de descuido espiritual en relación con lo que era verdadero. Les dio ideas equivocadas sobre el objetivo del reino de Dios y los principios por medio de los cuales la admisión sería garantizada; pero no les causó un entendimiento incorrecto de la naturaleza del reino mismo. Hay aquí una distinción muy importante y que puede conducir a conclusiones lamentables si se pasa por alto. Su esperanza de heredar el reino de Dios aquí en la tierra, así como su entendimiento del reinado de su Maestro, se fundaban en el testimonio profético y la expresa enseñanza del mismo Señor. En los profetas habían observado tal testimonio como el siguiente:
«Después recibirán el reino los santos del Altísimo, y poseerán el reino hasta el siglo, eternamente y para siempre.» (Daniel 7:18)
«Llegó el tiempo, y los santos recibieron el reino.» (Daniel 7:22)
«Y que el reino, y el dominio y la majestad de los reinos debajo de todo el cielo, sea dado al pueblo de los santos del Altísimo.» (Daniel 7:27)
«Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas. Exalten a Dios con sus gargantas, y espadas de dos filos en sus manos, para ejecutar venganza entre las naciones, y castigo entre los pueblos; para aprisionar a sus reyes con grillos, y a sus nobles con cadenas de hierro; para ejecutar en ellos el juicio decretado; gloria será esto para todos sus santos.» (Salmos 149:5-9)
«En lugar de tus padres [refiriéndose a Cristo] serán tus hijos [es decir, los santos, su pueblo], a quienes harás príncipes en toda la tierra.» (Salmos 45:16)
«He aquí que para justicia reinará un rey, y príncipes presidirán en juicio.» (Isaías 32:1)
«Yo mismo recogeré el remanente de mis ovejas de todas las tierras adonde las eché, y las haré volver a sus moradas; y crecerán y se multiplicarán. Y pondré sobre ellas pastores que las apacienten.» (Jeremías 23:3,4)
«Y subirán salvadores al monte de Sion para juzgar al monte de Esaú; y el reino será de Jehová.» (Abdías 21)
Ellos también notaron la enseñanza del Señor para el mismo efecto en los siguientes ejemplos: «Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá» (Mateo 24:46,47). «Y llegando el que había recibido cinco talentos, trajo otros cinco talentos, diciendo: Señor, cinco talentos me entregaste; aquí tienes, he ganado otros cinco talentos sobre ellos. Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor» (Mateo 25:20,21). «Vino el primero, diciendo: Señor, tu mina ha ganado diez minas. El le dijo: Está bien, buen siervo; por cuanto en lo poco has sido fiel, tendrás autoridad sobre diez ciudades» (Lucas 19:16,17). Otra vez Jesús dice a los principales sacerdotes y ancianos de los judíos: «El reino de Dios será quitado de vosotros, y será dado a gente que produzca los frutos de él» (Mateo 21:43).
En el tiempo en que Jesús usó las últimas palabras citadas, los principales sacerdotes y gobernantes estaban en posesión del reino de Israel, el cual habiendo sido originalmente establecido por Dios, fue llamado el reino de Dios. Ahora la mayoría de las personas pueden entender el significado de la predicción de que el reino les sería quitado. Por la historia saben que la forma de gobierno judía fue abolida, y que en cumplimiento de la predicción de Cristo, sus gobernantes fueron depuestos de sus asientos de autoridad, y miserablemente destruidos en los terribles juicios que cayeron sobre la ciudad de Jerusalén. Pero al leer la segunda parte de la cita, entonces tropiezan. «Será dado a gente que produzca los frutos de él.» La mayor parte de la gente entiende lo que fue quitado, pero ¿qué de lo que sería dado? La cosa dada tiene que ser la misma cosa que es quitada; así, el reino de Israel, que fue quitado a los principales sacerdotes y fariseos, será dado a «gente que produzca los frutos de él.» Esto es evidente en sí mismo. Lo único que requiere definición es cuál es la nación productora de frutos; Esto es fácilmente contestado. Jesús dijo a sus discípulos: «No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino» (Lucas 12:32). También añade, en respuesta a la pregunta de Pedro, «he aquí, nosotros lo hemos dejado todo, y te hemos seguido; ¿qué, pues, tendremos?»
«De cierto os digo que en la regeneración, cuando el Hijo del Hombre se siente en el trono de su gloria, vosotros que me habéis seguido también os sentaréis sobre doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel.» (Mateo 19:27,28)
De nuevo, cuando los discípulos estaban reunidos en la última cena, les dijo:
«Vosotros sois los que habéis permanecido conmigo en mis pruebas. Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino, y os sentéis en tronos juzgando a las doce tribus de Israel.» (Lucas 22:28-30)
Aquí encontramos una identificación completa de la «gente que produzca los frutos de él.» Esa nación está formada de los discípulos de nuestro Salvador, quien siendo «el heredero,» es también su cabeza. Ellos son señalados por Pedro como «linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios» (1 Pedro 2:9), coincidiendo con el testimonio de que ellos heredarían el reino de Dios que fue quitado a los fariseos, y el cual, aunque ahora en ruinas, será restaurado en gloriosa plenitud.
Cristo Mismo Confirmó la Naturaleza del Reino
Si los discípulos estuvieron tan malamente confundidos, como se ha supuesto, en su idea del reino de Cristo y la posición que ellos deberían tener en él, es impresionante que nunca leemos de alguna corrección que Cristo haya hecho de tal error. En tres ocasiones debió surgir tal corrección de haber sido necesaria.
La primera fue cuando la madre de los hijos de Zebedeo vino con sus dos hijos, Santiago y Juan, diciendo: «Ordena que en tu reino se sienten estos dos hijos míos, el uno a tu derecha, y el otro a tu izquierda» (Mateo 20:21). Tomando en cuenta el punto de vista popular, éste era el momento de expresar la condenación de la mal dirigida ambición carnal y terrenal que supuestamente indicaba la petición. Sin ninguna duda, el Salvador, quien no tardaba en corregir los conceptos equivocados de sus discípulos y en amonestarlos con severidad, lo habría hecho si la solicitud hubiera sido realmente de tal naturaleza que lo ameritara. Pero, ¡cuán diferente es su respuesta! ¡Ninguna palabra de censura! ¡Ni el mas leve susurro que implicara amonestación! Más bien, una directa e ilustrativa confirmación de la idea incorporada en el fondo de la petición de la madre. «No sabéis lo que pedís,» respondió, «…el sentaros a mi derecha y a mi izquierda, no es mío darlo, sino a aquellos para quienes está preparado por mi Padre» (Mateo 20:22,23). Por consiguiente, en vez de declarar inadmisible su pedido, él deja constancia de que la posición solicitada será dada a aquellos para quienes está preparada.
La segunda ocasión ocurre después de la resurrección. Jesús se juntó con dos de sus discípulos que caminaban hacia la villa de Emaús (Lucas 24:13), pero veló sus ojos para que no lo reconocieran. Ellos conversaron con él sobre el tema de su propia muerte. En el curso de la conversación, uno de ellos, expresando el punto de vista generalmente compartido por los discípulos, dijo: «Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel» (Lucas 24:21). Aquí había otra oportunidad de explicar su equivocación, de haberla habido; pero de nuevo encontramos una total ausencia de cualquier impresión de tal naturaleza. El los amonestó, pero no se refirió a lo que ellos creían, sino a lo que no creían. «¡Oh insensatos,» exclamó, «y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria?» (Lucas 24:25,26). El les reprochó por no entender sus sufrimientos, no por creer en su gloria real.
La tercera ocasión fue inmediatamente anterior a la ascensión. Se señala en Hechos 1:6, que cuando Jesús y sus discípulos se reunieron, éstos le preguntaron, diciendo: «Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» Ellos habían tenido sus ojos abiertos al hecho y necesidad de sus sufrimientos; pero viendo que estos se habían cumplido y que había resucitado glorioso de entre los muertos, evidentemente pensaron que al fin había llegado el tiempo cuando su acariciada esperanza de la restauración nacional bajo el Mesías sería realizada. Así que le preguntaron si él haría posibles sus deseos en aquel tiempo.
Es un hecho notable, que esta pregunta fue hecha después de que Cristo había hablado a los discípulos «durante cuarenta días acerca del reino de Dios» (Hechos 1:3). Este hecho sugiere que la pregunta estaba basada en las enseñanzas recibidas durante ese tiempo. De todos modos, ¿cómo fue recibida la pregunta? ¿Con desaprobación y amonestación? No; antes bien, como en el caso anterior, con una respuesta confirmatoria: «No os toca a vosotros saber los tiempos o las sazones, que el Padre puso en su sola potestad» (Hechos 1:7). Esto equivalió a afirmar que «tiempos y sazones» habían sido señalados para el suceso contemplado en su pregunta. Es decir, que el suceso denominado «la restauración de Israel» realmente sucedería en el transcurso del tiempo, pero que no les correspondía saber cuándo. Cuán inapropiada habría sido tal respuesta, de haber estado equivocada su suposición sobre el hecho de la restauración.
El Error de los Discípulos
La realidad es que no había ninguna duda sobre el suceso en sí. Jesús los había estado instruyendo durante cuarenta días sobre el tema. La inquietud de los discípulos se relacionaba solamente con el tiempo del suceso, y la respuesta del Señor estuvo limitada a la misma inquietud. Ellos supusieron que el evento ocurriría entonces. «Ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente» (Lucas 19:11). Este fue un error peculiar de los primeros tiempos. Ellos no erraron en creer que Dios establecería su reino en la tierra, y que Cristo se manifestaría visiblemente como el «rey sobre toda la tierra» (Zacarías 14:9), puesto que estas cosas habían sido testificadas abundantemente en los profetas y proclamadas por el mismo Jesús. Su error residía en la suposición de que serían cumplidas en sus propios días.
Los modernos han ido exactamente al otro extremo. Ellos no esperan de ningún modo el reino de Dios. Magnifican el sacrificio de Jesús hasta proporciones contrarias a la Escritura, y omiten totalmente su reinado. Excluyen el reino de Dios, ignorándolo y no creyendo en nada referente a él; mientras que la muerte de Cristo domina y ensangrienta todas las doctrinas de su sistema religioso. Los discípulos sólo vieron al rey en Cristo, y esperaron su manifestación en su propio tiempo; los modernos sólo ven el sacrificio, y consideran cumplida su misión en la salvación de supuestas almas inmortales en el momento de morir.
El Error Corregido
El error de los discípulos fue corregido en su debido tiempo. El suceso de la crucifixión de Cristo y su consiguiente resurrección y ascensión, completó su falta de conocimiento permitiéndoles ver que las glorias prometidas de la era futura no eran alcanzables por el hombre mortal sin una intervención sacrificial, una experiencia de muerte para cada hombre, por medio de la cual había de «llevar muchos hijos a la gloria» (Hebreos 2:10). Pero esta adición a su conocimiento no apartó su atención de estas glorias. Por otra parte, la muerte de Cristo, alejada de su propia perspectiva, carece de atractivo; su interés e importancia surgen de su conexión con el glorioso resultado obtenido. Por consiguiente, en vez de silenciar el reino en su mente, solamente intensificó su apreciación por él, mostrándoles su valor en la grandeza del sacrificio necesario para asegurarlo. Proporcionó fervor a su denuedo, llevándoles a desear intensamente la consumación de «la gloria que será revelada.» Ellos entonces dijeron: «Señor, restaurarás el reino a Israel en este tiempo?» Es evidente que no tenían la idea de que Cristo los abandonaba de nuevo. Habían olvidado las muchas parábolas en las cuales él les había enseñado su próxima partida hacia «un país lejano» de donde regresaría más tarde para pedir cuenta a sus siervos (Lucas 19:12; Mateo 25:14). Sólo un sentimiento predominaba en sus mentes: el deseo de que el reino de Dios apareciera inmediatamente.
Por consiguiente, cuando «fue alzado, y le recibió una nube que le ocultó de sus ojos,» ellos se quedaron «con los ojos puestos en el cielo,» evidentemente maravillados del suceso inesperado e inexplicable. ¡Cristo había sido separado de ellos de nuevo! Ellos fueron completamente incapaces de entender esta nueva desilusión. Su esperanza había sido levantada hasta el más alto nivel por un compañerismo de cuarenta días, y la tristeza que los había invadido durante el encarcelamiento de su Maestro en la tumba, había sido borrada por una dulce comunión en las cosas concernientes al reino de Dios. Ahora, de nuevo, su Señor y Maestro, su mejor amigo, su esperanza y salvación, aquel en quien se concentraba todo su afecto y ferviente deseo, los había dejado. ¿Qué harían? Habían sido de nuevo lanzados al mundo, de nuevo a la perplejidad. Pero esta vez el alivio estaba a la mano:
«Se pusieron junto a ellos dos varones con vestiduras blancas, los cuales también les dijeron: Varones galileos, ¿por que estáis mirando al cielo? Este mismo Jesús, que ha sido tomado de vosotros al cielo, así vendrá como le habéis visto ir al cielo.» (Hechos 1:10,11)
Aquí comienza el testimonio específico en apoyo del tema de este estudio. Los discípulos fueron confortados en su perplejidad por la seguridad de que Jesús vendría de nuevo; Este fue el bálsamo administrado a sus espíritus turbados; la esperanza por medio de la cual se resignaron a la ausencia de su Señor y Maestro. De aquel día en adelante, se volvió la doctrina central alrededor de la cual se movían todas sus enseñanzas, la característica esencialmente distintiva y constantemente prominente de las buenas nuevas que ellos proclamaban.
Jesús mismo les había enseñado repetidamente la doctrina de su regreso, aun antes de su crucifixión. La parábola del hombre noble (Lucas 19:11-27) fue dicha con este propósito, pues se dice que él la usó «por cuanto estaba cerca de Jerusalén, y ellos pensaban que el reino de Dios se manifestaría inmediatamente.» Su enseñanza es muy clara:
«Un hombre noble se fue a un país lejano, para recibir un reino y volver. Y llamando a diez siervos suyos, les dio diez minas, y les dijo: Negociad entre tanto que vengo…Aconteció que vuelto él, después de recibir el reino, mandó llamar ante él a aquellos siervos.» (Lucas 19:12-15)
En esta forma, los discípulos fueron informados de que Jesús sería llevado al cielo para realizar una labor de preparación y ser investido con poder, para más tarde retornar a la tierra y entonces juzgar a sus siervos, premiándolos con el gobierno de diez ciudades o con la ignominia de un vergonzoso rechazo, según sus méritos (léase el resto de la parábola). Esta fue una ampliación de su otra declaración: «Te será recompensado en la resurrección de los justos» (Lucas 14:14), una resurrección que se lleva a cabo hasta cuando «el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo» (1 Tesalonicenses 4:16). La parábola de las diez vírgenes tiene el mismo propósito. El esposo ausente sustituye al Cristo ascendido, y las vírgenes esperando, a los que «esperan su venida.» Además de otras parábolas con la misma intención, Jesús había dicho claramente: «Vendrán días cuando el esposo les será quitado [a los discípulos]» (Mateo 9:15). También lo había asegurado sin figuras: «Si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí mismo» (Juan 14:3).
La Segunda Venida en la Enseñanza de los Apóstoles
Pero ellos no podían entender la sencilla lección, pues Cristo estaba con ellos, y no esperaban que los abandonara. Ellos no podían ver lo que su regreso podía significar, cuando no sabían nada de su partida; pero cuando los días llegaron de que el esposo les fue quitado, «entonces recordaron sus palabras.» El anuncio de los ángeles reviviría, sin duda, las muchas lecciones que Jesús mismo les había enseñado de su propuesta partida y su intención de regresar para establecer el reino. Desde entonces la segunda venida del Señor se volvió su acariciada esperanza, el gran suceso que ellos esperaban para su salvación. Fue lo que ellos predicaron y sobre lo que escribieron, lo que esperaban y por lo que oraron, la piedra fundamental del sistema de fe que ellos promulgaban.
Por supuesto, este sistema no trató de excluir, sino que incluía y necesitaba la doctrina del sacrificio de Cristo por el pecado, y la necesidad de arrepentimiento y regeneración personal; la segunda venida del Señor era buena noticia solamente para aquellos que lo amaban y estaban preparados para reunirse con él y aptos para estar con él. Aun así, fue la gran doctrina de la cual dependían las demás. Encontramos a Pedro enseñando en uno de sus primeros sermones después de la ascensión de Cristo:
«Y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo.» (Hechos 3:20,21)
El mismo apóstol, escribiendo a los ancianos entre «los expatriados de la dispersión,» repitió la doctrina en el siguiente contexto: »
Ruego a los ancianos que están entre vosotros, yo anciano también con ellos, y testigo de los padecimientos de Cristo, que soy también participante de la gloria que será revelada. Apacentad la grey de Dios…y cuando aparezca el príncipe de los pastores, vosotros recibiréis la corona incorruptible de gloria.» (1 Pedro 5:1-4)
Entonces, en lo que se refiere a los primeros discípulos de nuestro Señor, está plenamente demostrado que la segunda venida era su gran esperanza, en realidad, su única esperanza; pues, ¿qué otra esperanza podían tener? Ellos amaban entrañablemente a su Maestro y sabían que su retorno sería su propia liberación de las imperfecciones de un cuerpo pecaminoso, y de las aflicciones de hombres malvados; no solamente esto, sino también el establecimiento en la tierra de «gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.» ¿A qué otro suceso podían mirar con cristiana esperanza más que la venida de Cristo?
¿A qué otro evento podían mirar con alguna esperanza? Ningún suceso de su vida tenía promesa para ellos; y ¿qué había en la muerte sino un puente luminoso hacia la resurrección? Para ellos no tenía nada del engaño con que las modernas predicaciones la han adornado. Ellos no reconocían «una gloria inmediata tras una muerte inmediata.» Para ellos la muerte, en vez de ser «vestíbulo del éxtasis,» era la «puerta de la corrupción.» Era la esclavitud de aquella mortalidad hereditaria, de la cual Cristo había venido a liberarlos; el desolador sueño sepulcral en el cual dormirían profundamente hasta el regreso de su Maestro, quien los despertaría a una resurrección incorruptible, cuando dirían: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Donde, oh sepulcro, tu victoria?»
Su esperanza no era la muerte, sino el regreso del Señor, al cual inevitablemente estaban dirigidas sus esperanzas personales y temores, y todas sus expectaciones referentes al cumplimiento de las promesas de Dios. Ahora bien, de la misma manera que a los apóstoles, ocurrió a aquellos que más tarde se convirtieron a la fe cristiana. El evangelio predicado portaba las mismas esperanzas que llenaban los corazones de los predicadores. Habiendo ofrecido la inmortalidad como base, el sacrificio de Cristo como el medio presentado para el ejercicio de la fe, y el reino prometido como la herencia en la cual la inmortalidad sería disfrutada, todo esto los llevó naturalmente a la idea de que la venida de Cristo era el magno evento a realizarse. Porque todas las promesas contenidas en el mensaje señalaban la «revelación de Jesucristo» como el tiempo del cumplimiento. ¿Deseaba Pablo alcanzar la resurrección de entre los muertos? (Filipenses 3:11). El esperaba estar incluido entre «los que son de Cristo, en su venida» (1 Corintios 15:23). ¿Ansiaba él la «corona de justicia» que recibiría del «Señor, juez justo»? (2 Timoteo 4:8). El no esperaba esto, sino hasta «en su manifestación y en su reino» (4:1), refiriéndose a «aquel día» en el versículo 8.
¿No fueron éstas las esperanzas comunicadas por el evangelio a todos los que lo abrazaron? Resurrección a vida eterna y herencia en el reino de Dios, es la salvación ofrecida a todos los hijos de Adán sin distinción de época o condición. Si un hombre recibe aquella promesa de salvación en el sentido de creerla, entonces «descansará en esperanza.» ¿En esperanza de qué? Del cumplimiento de la promesa. El puede trabajar con gran devoción en la obra de prepararse, ocupándose en su salvación con temor y temblor; puede seguir la justicia con dedicación, cuidando la vida moral con entusiasmo; puede ocuparse en la prosecución de cualquier trabajo benevolente, y obtener placer en presentar el evangelio a sus vecinos. No solamente puede hacerlo, sino que debe hacerlo, si va a ser un siervo acepto cuando el Señor venga a pedirle cuentas de su mayordomía. Pero, ¿cuál es el sentimiento más íntimo de su naturaleza, si él sigue siendo un verdadero hombre? Esperanza, o mejor dicho, constante y ansioso deseo por la salvación que él predica a otros. Cansado de sus propias imperfecciones y faltas como un ser humano perecedero, anhela la inmortalidad prometida; afligido por la perversión e injusticia prevalecientes, presentadas a su alrededor en forma política y social, anhela ser testigo y participante de la perfección del reino de Dios.
Como «lo que se espera» no puede ser obtenido sino hasta la venida del Señor, ¿no está claro que la venida será la máxima esperanza en su mente? No importa si no es probable que ocurra durante su vida; porque, sea que viva o muera, será el tiempo de su liberación, e igualmente importante como un asunto de contemplación futura, mil años antes del evento, como para un cristiano contemporáneo con el evento.
El Evangelio Distorsionado por la Idea de la Inmortalidad del Alma
Es solamente el dogma popular de la inmortalidad del alma, que envuelve la creencia en un estado de muerte consciente en el cual los destinos espirituales están sellados, el que distorsiona la armonía de las enseñanzas del Nuevo Testamento sobre este punto. Si los cristianos al morir son realmente transportados al cielo para gozar del galardón en la presencia del Salvador, entonces la doctrina de su retorno a la tierra no tiene para ellos ningún interés práctico, puesto que su salvación es totalmente independiente de ella. Mueren y son salvos, según la enseñanza común; supuestamente van al cielo y ven a Cristo; por consiguiente, su atención está concentrada naturalmente en la muerte como el gran suceso revelador, y apartado de la venida de Cristo, la cual ven como una especie de doctrina innecesaria y hasta cuestionable. De hecho, la gran mayoría de la gente religiosa va hasta el extremo de rechazarla totalmente, como una inspiración carnal, e interpretan todas las referencias en el Nuevo Testamento con el significado de la llegada de la muerte.
¡Qué terrible perversión! ¡Qué fatal incredulidad! Es el fruto natural del árbol corrupto en el cual crece. Si la creencia popular sobre el estado de la muerte fuera correcta, entonces la negación de la venida de Cristo, la resurrección y el reino sería el resultado lógico, y la gente tradicionalista que va hasta aquel extremo solamente estaría razonando en forma coherente. Pero si se retira la doctrina de la inmortalidad del alma, la raíz de todos los males en sentido teológico, entonces la armonía es restaurada. Vemos a los justos muertos durmiendo en corrupción, y percibimos la necesidad de la venida del Redentor a despertarlos a la incorruptibilidad y la vida, y la importancia esencial de tal suceso como el objeto de esperanza durante sus vidas mortales.
La Segunda Venida en las Epistolas
Me he esforzado en demostrar que la segunda venida de Cristo fue la esperanza de los cristianos convertidos por medio de la predicación de los apóstoles. Ahora voy a reforzar los argumentos presentados citando una cantidad de pasajes de las epístolas dirigidas a ellos y en las cuales la doctrina es establecida con una sencillez que convencerá a cualquier mente inteligente:
«Porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo.» (Tito 2:11-13)
«Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo; el cual transformará el cuerpo de la humillación nuestra, para que sea semejante al cuerpo de la gloria suya, por el poder con el cual puede también sujetar a sí mismo todas las cosas.» (Filipenses 3:20,21)
«Cristo fue ofrecido una sola vez para llevar los pecados de muchos; y aparecerá por segunda vez, sin relación con el pecado, para salvar a los que le esperan.» (Hebreos 9:28)
«Cuando Cristo, vuestra vida, se manifieste, entonces vosotros también seréis manifestados con él en gloria.» (Colosenses 3:4)
«Aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.» (1 Juan 3:2)
«Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero, y esperar de los cielos a su Hijo, al cual resucitó de los muertos.» (1 Tesalonicenses 1:9,10)
«Nada os falta en ningún don, esperando la manifestación de nuestro Señor Jesucristo.» (1 Corintios 1:7)
«Por tanto, hermanos, tened paciencia hasta la venida del Señor…afirmad vuestros corazones; porque la venida del Señor se acerca.» (Santiago 5:7,8)
«Para que sometida a prueba vuestra fe, mucho más preciosa que el oro, el cual aunque perecedero se prueba con fuego, sea hallada en alabanza, gloria y honra cuando sea manifestado Jesucristo…Por tanto, ceñid los lomos de vuestro entendimiento, sed sobrios, y esperad por completo en la gracia que se os traerá cuando Jesucristo sea manifestado.» (1 Pedro 1:7-13)
«Y ahora, hijitos, permaneced en él, para que cuando se manifieste, tengamos confianza, para que en su venida no nos alejemos de él avergonzados.» (1 Juan 2:28)
«Porque es justo delante de Dios pagar con tribulación a los que os atribulan, y a vosotros que sois atribulados, daros reposo con nosotros, cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de su poder.» (2 Tesalonicenses 1:6,7)
«Te encarezco delante de Dios y del Señor Jesucristo, que juzgará a los vivos y a los muertos en su manifestación y en su reino…Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo a mí, sino también a los que aman su venida.» (2 Timoteo 4:1-8)
Resulta innecesario cualquier comentario sobre estos testimonios elocuentes. Su escrupulosa claridad no deja lugar para discusión. Demuestran que la esperanza de los primeros cristianos fue diferente de la de los religiosos modernos, y que hacían de la venida del Señor un asunto de interés personal. Jesús mismo los había exhortado a estar vigilantes: «He aquí, yo vengo como ladrón. Bienaventurado el que vela» (Apocalipsis 16:15). También había dicho:
«Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día…Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre.» (Lucas 21, 34-36)
La Incredulidad del Mundo
Ahora bien, en el mundo que en la actualidad se denomina cristiano, no vemos nunca esta ansiedad sobre la segunda venida de Cristo. Existe una indiferencia universal respecto de este evento. Esto nos hace recordar la declaración en la parábola, que «tardándose el esposo, cabecearon todas y se durmieron.» Muy pocos se preocupan por la venida del esposo; muy pocos creen en su venida. Cuando hablan del suceso, su lenguaje es prácticamente el de los burladores de los cuales escribió Pedro: «¿Dónde está la promesa de su advenimiento? Porque desde el día en que los padres durmieron, todas las cosas permanecen así como desde el principio de la creación» (2 Pedro 3:4). Pero el día vendrá cuando esta apatía será rudamente eliminada. «Como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra» (Lucas 21:35).
¿Cómo es que esos hombres están tan ciegos ante la doctrina evidente del Nuevo Testamento? Debido a que, bajo la guía de una teoría falsa, creen que la muerte determina la situación eterna de cada persona para bien o mal, mientras en realidad la muerte no determina nada de esto. Solamente nos lleva a la oscuridad y al silencio hasta la venida de Cristo. Ese será el gran momento decisivo «en el día en que Dios juzgará por Jesucristo los secretos de los hombres» (Romanos 2:16). Benditos los que están preparados para su llegada. Felices aquellos que «aguardan la manifestación gloriosa»; tres veces felices «los que aman su venida;» porque solamente a ellos «aparecerá por segunda vez para salvar a los que le esperan.»
Estimado lector: arrepiéntete de tus mundanas insensateces. Escucha el buen mensaje que te manifiesta la Biblia. Aprende la verdad en sus olvidadas páginas, y dejando atrás tus errores y desatención, da obediencia a los requerimientos celestiales. Entonces aguarda con esperanza la venida del Hijo del Hombre para que puedas ser de él en el día cuando reúna a sus santos.
~ Robert Roberts