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La Cristiandad Extraviada

Capítulo 10 - El Reino de Dios: El Instrumento Final en el Gran Esquema de la Redención Humana

Introducción

En todas las acciones de Dios hay un propósito. Todo está planeado; todo está arreglado con la máxima y exacta sabiduría para el cumplimiento de un fin predeterminado. Todos sus planes se caracterizan por un alcance ilimitadamente comprensivo, lo mismo que su propia mente, la cual toma en cuenta la infinidad de pequeñas circunstancias y remotas contingencias que nos rodean. El es sabio, no comete errores; es económico, no malgasta esfuerzos. El logra lo más posible con lo menos posible. El resultado siempre va más allá de los medios: el bien siempre sobrepasa y excede al mal.

Por consiguiente, cuando se nos llama a contemplar algún propósito declarado de Dios, se nos presenta un tema de estudio que seguramente tendrá en sí mismo una profundidad y fertilidad que deleitarán la mente que lo explore. Esto es verdad de las maravillas naturales de Dios en la creación, donde vemos todos estos principios abundantemente manifestados. ¿Cuánto más se aplicará a sus planes en relación con las criaturas inteligentes que ha formado a Su propia imagen?

El testimonio presentado en los estudios anteriores claramente demuestra el propósito de Dios de intervenir en los asuntos humanos, para destruir toda forma de gobierno humano que actualmente existe en la tierra y establecer Su propio reino visible. Demuestra que cuando el tiempo llegue, quitará el poder de las manos de los descarriados mortales que ahora lo poseen, y lo transferirá a Jesucristo y sus «llamados y elegidos y fieles» (Apocalipsis 17:14), quienes administrarán los asuntos del mundo con sabiduría y justicia. Siendo éste el propósito, nos corresponde investigar cuál es el objeto del propósito y cuál es su consumación. Para algunos, la idea de un gobierno literal de la humanidad sobre la tierra parecerá incompatible con el plan que propone restaurar la familia humana a la amistad con su Creador y exaltarla a la existencia angélica. Estos preguntarán: ¿no tendrá el Todopoderoso un propósito más elevado con la humanidad que sólo alcanzar la perfección en el gobierno de las generaciones mortales? ¿Es ésta la gloriosa salvación que residió desde la eternidad en el seno del Eterno, y que fue cantada por los profetas y confirmada por el Hijo de Dios con lágrimas y sangre? Las respuestas a estas preguntas, obtenidas de las Escrituras, disminuirán la incredulidad que ellas indican, siempre que el investigador sea concienzudo y devoto.

El reino de Dios es sólo un instrumento, otro paso en la marcha del plan benéfico de Dios, otra etapa en el cumplimiento de Su propósito «de reunir todas las cosas en Cristo» (Efesios 1:10). Solamente dura por unos mil años (Apocalipsis 20:6). ¿Qué será realizado durante este período? Pablo dice: «Preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte» (1 Corintios 15:25,26). De aquí que la misión milenial de Cristo es la de someter a todos sus enemigos, lo cual cumplirá dentro del período de los mil años. Los enemigos de los que se habla no son necesariamente enemigos personales, pues la muerte es mencionada como el último de ellos, y no es un adversario personal. En este sentido, podemos entender que la declaración de Pablo significa que Jesús deberá reinar hasta someter toda la maldad. Siendo esto así, tenemos un punto de partida en nuestro esfuerzo por entender la misión del reino de Dios. Esta es la de someter a todos los enemigos de Dios, es decir, a todo lo malo

El Reino Remediará el Mal Gobierno Actual de los Hombres

Ahora bien, los enemigos de Dios son de varias clases. La primera clase que estará sujeta al poder dominador del reino son los gobiernos de la tierra. «Desmenuzará y consumirá a todos estos reinos» (Daniel 2:44). Esta es la primera operación: romper los arreglos políticos existentes, quitar el gobierno de la humanidad de las manos de los mortales y ponerlo en las manos del Rey a quien Dios ha preparado como el gobernador totalmente sabio, justo y humano entre las naciones. Debemos admitir que esto será un gran logro, un gran enemigo sometido; porque algunos de los más grandes males que afectan el presente estado del hombre se originan en el mal gobierno. Esto es verdadero en un sentido más extenso de lo que comúnmente se comprende, aunque la verdad comienza a sospecharse y en algunos países es proclamada en alta voz. La mas cruda ilustración del asunto es visible en algunos países del mundo, donde por falta de buen gobierno, carecen de cultura. La violencia prevalece e impide el desarrollo de cualquier tipo de excelencia. Reinan los caprichos y las pasiones; el poder tiene la razón; la fuerza bruta, guiada por el instinto egoísta, está por encima de todo. La humanidad, en vez de vivir en unidad y concordia social, se divide en facciones guerreras, deshonrando el nombre de la humanidad con sus caminos. La vida humana y la posesión de la propiedad pasan por horas inciertas. «Los lugares tenebrosos de la tierra están llenos de habitaciones de violencia» (Salmos 74:20).

¿Son mejores las naciones semidesarrolladas? En algunos casos son peores. La ignorancia y los intereses de clases crean e imponen leyes que violan la justicia y multiplican los males de la opresión. Las inciertas barbaridades de la vida africana son preferibles, en algunos casos, a las fuertes tiranías de los gobiernos asiáticos. En el primer caso, los atentados contra la propiedad pueden ser enfrentados con éxito, hombre contra hombre, tribu contra tribu; pero el individuo no tiene oportunidad contra la opresión organizada. En Europa, las cosas son un poco más decentes, pero no muy superiores a pesar de su decencia. Hay orden en ciertos casos, pero no el orden necesario para el bienestar de la población. Es el orden de la represión férrea, la fuerza militar del despotismo en todo lo que se refiere a la vida privada, con la consecuente atrofia del intelecto, degradación de la vida moral y debilitamiento de la empresa de la población. [Nota del traductor: Estas palabras reflejan la situación que existía en Europa cuando fueron escritas en el año 1862.] ¿No encontraremos mal gobierno en nuestro propio y favorecido país? [Nota del traductor: se trata de Gran Bretaña, patria del escritor] Algunos dirán que no, pero la mente iluminada dará una respuesta diferente ¿No hay usurpación de clases? ¿No existe el monopolio de la tierra? ¿No banquetean unos pocos a costa del hambre y el gemido de millones? ¿No se practica el brutalismo contra las masas por medio del exceso de trabajo y la miseria perpetuos? Hay más males de los que un cuello acostumbrado al yugo puede soportar. Hay más infelicidad, miseria y crimen de lo que puede darse cuenta la gente decente, próspera y absorta en sus asuntos personales. En gran parte, como muchos comienzan a ver, el mal proviene de un sistema que mantiene la riqueza del país en unas pocas manos, privando a la mayoría de la oportunidad de lograr el verdadero objetivo y gozo de la vida. La ley es también administrada en forma demagógica y a un alto costo, haciendo a un lado el verdadero objetivo de la justicia. Estos males no pueden ser remediados en la era actual. Son el resultado inevitable del gobierno de humanos falibles e impotentes. Desaparecerán solamente cuando sean aplicados los medios adecuados provistos por el reino de Dios. Evaluando el mundo del gobierno humano en conjunto, vemos la enormidad del primer enemigo que el reino de Dios tendrá que someter. La subyugación de los poderes existentes será su primer logro, resultando en que «los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo» (Apocalipsis 11:15). Un solo gobierno tomará el lugar de muchos: Dios reinará por medio de Cristo, en vez del hombre mortal. «Jehová será rey sobre toda la tierra. En aquel día Jehová será uno, y uno su nombre» (Zacarías 14:9). El resultado será la curación de todos los males antes mencionados. Países incultos, tanto asiáticos como europeos, vendrán todos a estar bajo el dominio de su «vara de hierro,» la cual romperá en pedazos al opresor. Todas las instituciones y prácticas hostiles caerán delante del vigor que destruirá los reinos. Los delitos individuales serán restringidos, y la conducta individual regulada, por el indomable poder que rompe dinastías. Un absolutismo universal, manejado con sabiduría y humanidad, gobernará en general y en particular. No habrá nada demasiado extenso para su mirada, ni nada demasiado pequeño para su conocimiento. Así conocerá por primera vez el mundo la bendición del verdadero gobierno:

«Juzgará a los afligidos del pueblo, salvará a los hijos del menesteroso, y aplastará al opresor. Te temerán mientras duren el sol y la luna, de generación en generación. Descenderá como la lluvia sobre la hierba cortada; como el rocío que destila sobre la tierra. Florecerá en sus días justicia, y muchedumbre de paz, hasta que no haya luna. Dominará de mar a mar, y desde el río hasta los confines de la tierra. Ante él se postrarán los moradores del desierto, y sus enemigos lamerán el polvo. Los reyes de Tarsis y de las costas traerán presentes; los reyes de Sabá y de Seba ofrecerán dones. Todos los reyes se postrarán delante de él; todas las naciones le servirán. Porque él librará al menesteroso que clamare, y al afligido que no tuviere quien le socorra. Tendrá misericordia del pobre y del menesteroso, y salvará la vida de los pobres. De engaño y de violencia redimirá sus almas, y la sangre de ellos será preciosa ante sus ojos…Será su nombre para siempre, se perpetuará su nombre mientras dure el sol. Benditas serán en él todas las naciones; lo llamarán bienaventurado.» (Salmos 72:4-14,17)

Los Males Sociales También Serán Eliminados

Pero puede que sobreviva otro enemigo aun cuando los de índole política sean destruidos. Las clases sociales, la ignorancia y depravación de la gente continuarán siendo una gran maldición bajo los mejores arreglos políticos. Los hombres están tratando de curar esto por medio de varias agencias: obras educacionales, movimientos de premios honoríficos, sociedades temperantes, sociedades misioneras, ejércitos de salvación, misiones del hogar, etc., instrumentos con los que los reformadores esperan mejorar el mundo y realizar el milenio. La idea es vana. La regeneración del mundo está más allá de la capacidad humana para lograrla. Un beneficio parcial resultará, sin duda, de las actividades educacionales y reformadoras del presente siglo. El conocimiento se extiende; pero eso no significa necesariamente progreso. La moralidad y la religión no están progresando con la educación. Los más precavidos de los reformadores públicos, que anteriormente eran más optimistas, admiten actualmente que aunque se esté volviendo más ingenioso, el mundo todavía no está mejorando. Los hechos justifican la creencia. Duros y carnales principios crecen con mayor habilidad en la medida en que el conocimiento aumenta. La falta de seriedad se ha generalizado; el escepticismo está leudando la sociedad con alarmante progreso; en vez de estarnos acercando al milenio estamos, por lo que parece, entrando a una época en la que las exigencias del egoísmo y la competencia comercial harán desaparecer el sentido moral y disminuirán todos los deseos generosos de la gente; una época cuando la moral será practicada solamente con el propósito de mantenerse en el lado correcto de la ley, y la religión será profesada con miras de atraer más clientes.

Pero otro y diferente es el punto de vista que se nos muestra cuando volvemos a las Escrituras y contemplamos la venida del reino de Dios:

«Porque la tierra será llena del conocimiento de la gloria de Jehová, como las aguas cubren el mar.» (Habacuc 2:14)

La Ley Divina Emanará de Jerusalén

Cuando la tierra sea llena del conocimiento de la gloria de Jehová, es indudable que se habrán desvanecido la ignorancia y el barbarismo. Pero ¿cómo se logrará prácticamente este resultado? La maquinaria del reino de Dios es la respuesta. Cuando los gobiernos de la tierra hayan sido suprimidos y la autoridad divina se haya establecido con mano firme en todas partes del globo, será muy fácil educar y liberar a los «pueblos, naciones y lenguas» quienes rendirán homenaje al León de la tribu de Judá. Esto se hará por medio de un proceso que proporciona placer y honor a los gobernantes de la época, mientras confiere beneficio a los súbditos. El centro de las actividades será Jerusalén, como lo fue en el caso del evangelio en el primer siglo. «En aquel tiempo,» dice Jeremías en el capítulo 3:17, «llamarán a Jerusalén: Trono de Jehová, y todas las naciones vendrán a ella en el nombre de Jehová en Jerusalén; ni andarán más tras la dureza de su malvado corazón.» Aquí se nos muestra que las naciones se apartarán de la maldad como resultado de su sujeción a Jerusalén cuando ésta esté ocupada como el trono de Jehová. ¿Cuál es la relación entre las dos cosas? ¿Cómo resulta la una de la otra? La respuesta es, porque de Jerusalén emanará una enseñanza y una ley, las cuales divinamente administradas desarrollarán una reforma intelectual, moral y social. Esto es evidente por el siguiente testimonio:

«Y vendrán muchos pueblos y dirán: Venid, y subamos al monte de Jehová, a la casa del Dios de Jacob; y nos enseñará sus caminos, y caminaremos por sus sendas. Porque de Sion saldrá la ley, y de Jerusalén la palabra de Jehová. Y juzgará entre las naciones, y reprenderá a muchos pueblos; y volverán sus espadas en rejas de arado, y sus lanzas en hoces; no alzará espada nación contra nación, ni se adiestrarán más para la guerra.» (Isaías 2:3,4)

Jerusalén, una vez más el centro desde el que irradiará la divina instrucción, lo será por segunda vez en una escala más grande y con resultados más gloriosos:

«Y Jehová de los ejércitos hará en este monte a todos los pueblos banquete de manjares suculentos, banquete de vinos refinados, de gruesos tuétanos y de vinos purificados. Y destruirá en este monte la cubierta con que están cubiertos todos los pueblos, y el velo que envuelve a todas las naciones. Destruirá a la muerte para siempre; y enjugará Jehová el Señor toda lágrima de todos los rostros; y quitará la afrenta de su pueblo de toda la tierra; porque Jehová lo ha dicho. Y se dirá en aquel día: He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es Jehová a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación.» (Isaías 25:6-9)

La fiesta será preparada en el monte de Sion. Esta será la razón por la que las naciones se reunirán allí para compartirla. Sin embargo, no se reunirán todas al mismo tiempo. «Dios no es Dios de confusión,» dice Pablo. Congregar la población del mundo entero en una región tan pequeña seguramente produciría confusión. El testimonio profético muestra que será un peregrinaje anual de todas partes de la tierra, en el cual todas las naciones tomarán su turno. Será periódico y tendrá lugar en cada caso una vez en el año, como se deduce de Zacarías 14:16,17:

«Y todos los que sobrevivieren de las naciones que vinieron contra Jerusalén, subirán de año en año para adorar al Rey, a Jehová de los ejércitos, y a celebrar la fiesta de los tabernáculos. Y acontecerá que los de las familias de la tierra que no subieren a Jerusalén para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos, no vendrá sobre ellos lluvia.»

Este peregrinaje anual será acompañado de muchas bendiciones. Para cada uno será una liberación anual de la rutina de la vida común (rutina que al mismo tiempo será mucho menos laboriosa, tanto por la duración como por la clase de ocupación, que las actuales formas de vida), y un refrigerio anual tanto físico por medio del viaje, como espiritual por la contemplación de las razones del viaje y por la verdadera instrucción recibida en «la ciudad del gran Rey.» Para la nación entera será una sujeción anual a las cadenas de felicidad y de alegre lealtad que unirá a todas las gentes al trono de David, ocupado por su ilustre Hijo, Jesús de Nazaret, Hijo de Dios y Rey de los Judíos. Esta época gloriosa en la historia del mundo encuentra su prefiguración en Salmos 102:13-22:

«Te levantarás y tendrás misericordia de Sion, porque es tiempo de tener misericordia de ella, porque el plazo ha llegado. Porque tus siervos aman sus piedras, y del polvo de ella tienen compasión. Entonces las naciones temerán el nombre de Jehová, y todos los reyes de la tierra tu gloria; por cuanto Jehová habrá edificado a Sion, y en su gloria será visto; habrá considerado la oración de los desvalidos, y no habrá desechado el ruego de ellos. Se escribirá esto para la generación venidera; y el pueblo que está por nacer alabará a JAH, porque miró desde lo alto de su santuario; Jehová miró desde los cielos a la tierra, para oir el gemido de los presos, para soltar a los sentenciados a muerte; para que se publique en Sion el nombre de Jehová, y su alabanza en Jerusalén, cuando los pueblos y los reinos se congreguen en uno para servir a Jehová.»

Es de esta manera que la tierra será llena del conocimiento de Jehová como las aguas cubren el mar, y así se cumplirá la petición, «Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra.» Entonces por primera vez será cumplido el cántico profético de los ángeles, cantado en el nacimiento de aquél que realizará su cumplimiento, «¡Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!»

La Muerte Será Suprimida

«Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte.» La muerte continuará durante la fase preliminar de mil años del reino, no entre los gobernantes, Jesús y los santos, los cuales serán inmortales, sino entre las naciones súbditas que continuarán como ahora, descendientes mortales de Adán. «El niño morirá de cien años» (Isaías 65:20). La muerte puede ocurrir a los cien años; pero aún entonces un hombre será considerado un niño. En lo que se refiere a un anciano, el término nunca será aplicado al que no haya cumplido sus centurias, como en la antigüedad. A causa de la seguridad de la vida y de la estabilidad del nuevo orden de cosas en las manos de Cristo y sus hermanos, las casas que ellos (Israel) construirán serán habitadas; las viñas que ellos plantarán darán el fruto que ellos mismos comerán (Isaías 65:20,22). No sucederá lo que frecuentemente ha ocurrido en tiempos pasados, que la obra de sus manos ha sido gozada por otros, tal como Moisés les predijo: «Edificarás casa, y no habitarás en ella; plantarás viña y no la disfrutarás» (Deuteronomio 28:30). Como los días de un árbol (que florece por siglos) serán los días del pueblo de Jehová; ellos disfrutarán de la obra de sus manos.

Pero mayor bendición habrá para los gobernantes de Israel y las demás naciones; porque ellos nunca más morirán (Lucas 20:36), y heredarán la tierra para siempre. Finalmente la muerte será abolida en toda la tierra. Pero su subyugación será lo último en el orden: todos los demás enemigos serán eliminados primero, y luego los más grandes y formidables serán removidos para siempre. ¿En base a qué principio? Considerando que todos los salvados en esta y en la pasada dispensación serán admitidos en la vida eterna a la venida del Señor Jesucristo, y asociados con él en el gobierno del mundo, ¿sobre qué base serán tratados los súbditos mortales del reino del Mesías, como para admitirlos en el glorioso don de la inmortalidad? Llegamos a la respuesta en Apocalipsis 20. Citaremos completamente la parte del capítulo que se relaciona con este tema (versículos 7-15):

«Cuando los mil años se cumplan, Satanás será suelto de su prisión, y saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra, a Gog y a Magog, a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada; y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió. Y el diablo que los engañaba fue lanzado en el lago de fuego y azufre, donde estaban la bestia y el falso profeta; y serán atormentados día y noche por los siglos de los siglos. Y vi un gran trono blanco y al que estaba sentado en él, de delante del cual huyeron la tierra y el cielo, y ningún lugar se encontró para ellos. Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie ante Dios; y los libros fueron abiertos, y otro libro fue abierto, el cual es el libro de la vida; y fueron juzgados los muertos por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras. Y el mar entregó los muertos que había en él; y la muerte y el Hades entregaron los muertos que había en ellos; y fueron juzgados cada uno según sus obras. Y la muerte y el Hades fueron lanzados al lago de fuego. Esta es la muerte segunda. Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.»

Aquí se predice una insurrección al final del milenio, a la que se permite reunir fuerzas y manifestarse, y la cual será sumariamente suprimida por la ira del divino juicio en la ciudad amada, Jerusalén. Esto será seguido por un juicio general. ¿Quiénes serán llamados a este juicio? No pueden ser los santos que han estado asociados en el gobierno con Cristo durante los anteriores mil años, y quienes al comienzo de su reino recibieron la bienvenida como «buenos y fieles siervos» en su gozo. Estos ya fueron juzgados. Aparecieron delante del trono de juicio en su venida, rindieron su cuenta, y fueron tratados con justicia.

Juicio Final y Segunda Muerte

Entonces, ¿quiénes serán juzgados al final de los mil años? Obviamente aquellos que hayan vivido durante los mil años. Los súbditos del reino del Mesías serán colocados bajo un sistema diferente del que se aplica a nosotros, y sin duda será de tal naturaleza como para necesitar del ejercicio de la fe, a pesar de la manifestación visible del poder divino entre ellos, puesto que «sin fe es imposible agradar a Dios.» Sea como fuere, el resultado de su juicio será que muchos de ellos serán encontrados inscritos en el «libro de la vida» y recibirán vida eterna.

¿Que sucederá al resto? La respuesta es: «Y el que no se halló inscrito en el libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.» Este lago de fuego es uno de los símbolos empleados en el Apocalipsis. El Apocalipsis está lleno de símbolos. Es una profecía revelada por símbolos, tal como su desarrollo lo demuestra. Los hechos proféticos que se trata de comunicar son presentados en símbolos y una insinuación ocasional de interpretación es mostrada para permitir a «sus siervos» descifrar los símbolos empleados. La pista indicada en este caso es ésta (capítulo 20:14): «Esta es la segunda muerte;» o para hacer el asunto más seguro (Apocalipsis 21:8): «Todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre, que es la muerte segunda.» Aquí el lago de fuego nos es presentado como un símbolo que significa la segunda muerte.

¿Qué es la segunda muerte? «Segunda» implica una primera. No podemos concebir una segunda muerte sin la anterior, la primera. ¿Dónde buscaremos la primera muerte? Obviamente en el «accidente de la vida» que sobreviene a todo viviente: «Está establecido para los hombres que mueran una sola vez.» Un hombre malo muere en el curso natural de los sucesos; pero si está sujeto a juicio, será levantado de nuevo y restaurado a la vida para su castigo. ¿Qué sigue al juicio? La condenación: pocos o muchos azotes. ¿Y después de los azotes? Muerte por segunda vez; pero una muerte diferente de la primera, puesto que es directamente infligida por divina disposición, consignando a sus víctimas al olvido del que no habrá resurrección. Es una muerte que borra todo vestigio de su ser dentro de la creación de Dios. «Aquel día que vendrá,» dice Malaquías (capítulo 4:1), «los abrasará y no les dejará ni raíz ni rama.» David declara que «los enemigos de Jehová como la grasa de los carneros serán consumidos; se disiparán como el humo» (Salmos 37:20).

Un lago de fuego es el símbolo más apropiado para tal fatalidad. El único concepto que podemos tener de tal cosa es proporcionado por los crisoles de hierro fundido que se ven en las fundiciones. Si se lanzara un animal en uno de estos hornos, ¿cuál sería el resultado? Aniquilación instantánea. Ningún vestigio de la sustancia de la criatura sobreviviría a la acción del elemento destructivo. Destrucción completa, inmediata e irreversible es la idea sugerida por un lago de fuego. También resulta apropiado este símbolo para simbolizar la segunda muerte, que destruirá con doble destrucción hasta «alma y cuerpo» (Mateo 10:28).

Cuando todos los que no han sido encontrados inscritos en el libro de la vida son lanzados al lago de fuego, ¿qué queda sino el cumplimiento de la declaración de Pablo de que «sorbida es la muerte en victoria?» Todo lo que es pecador y, por consiguiente, mortal, es destruido, y la muerte es literalmente destruida con ellos, puesto que no habrá quedado nada que devorar. Siendo destruida la muerte, ¿cuál es el cuadro resultante? Una población de seres inmortales, rescatados por la intervención de Dios del pecado y la muerte que actualmente maldicen nuestro planeta. Con estas consideraciones en nuestra mente, serán apreciados completamente los siguientes testimonios:

«La ira de Jehová contra los que hacen mal, para cortar de la tierra la memoria de ellos.» (Salmos 34:16)

«Sean avergonzados los impíos, estén mudos en el Seol.» (Salmos 31:17)

«Porque los malignos serán destruidos, pero los que esperan en Jehová, ellos heredarán la tierra. Pues de aquí a poco no existirá el malo; observarás su lugar y no estará allí. Pero los mansos heredarán la tierra, y se recrearán con abundancia de paz.» (Salmos 37:9-11)

«Espera en Jehová, y guarda su camino, y él te exaltará para heredar la tierra; cuando sean destruidos los pecadores, lo verás.» (Salmos 37:34)

«Sean consumidos de la tierra los pecadores, y los impíos dejen de ser.» (Salmos 104:35)

«Porque los rectos habitarán la tierra, y los perfectos permanecerán en ella, mas los impíos serán cortados de la tierra, y los prevaricadores serán de ella desarraigados.» (Proverbios 2:21,22)

«Como pasa el torbellino, así el malo no permanece; mas el justo permanece para siempre…El justo no será removido jamás; pero los impíos no habitarán la tierra.» (Proverbios 10:25,30)

«Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.» (Mateo 5:5)

Se ha sugerido la idea de que aunque los habitantes súbditos del reino no serán inmortales, los obedientes entre ellos pueden seguir viviendo hasta el fin de los mil años y entonces ser inmortalizados. Esta idea supone que la escena del juicio de Apocalipsis 20:11-15 es al comienzo y no al final de los mil años. Aunque esto fuera cierto, no removería las objeciones generales a la idea de que no habrá muerte durante los mil años.

La Muerte Seguirá Existiendo Durante los Mil Años

La obra de inmortalizar a la humanidad es señalada como una cosecha en su forma final. Siendo esto así, la analogía requiere que la cosecha sea de la misma naturaleza que las primicias, Cristo y sus hermanos. Ellos son una muestra del total. ¿Acaso son producidas las primicias bajo el principio de seguir viviendo hasta el tiempo del cambio a la inmortalidad?

Cristo fue el primero de los frutos maduros de la cosecha viva que Dios se propone levantar para Su gloria en la tierra (1 Corintios 15:23; véase la prefiguración en Levítico 23:10-20, en la presentación de la primera espiga, la cual coincide con el tiempo de la ascensión de Cristo). El resto de la cosecha debe ser levantado en la misma forma. Cristo logró la vida eterna por fe y obediencia (Filipenses 2:9; Hebreos 5:7). Sus hermanos de la dispensación actual la obtienen de la misma manera por medio de él. No continúan viviendo hasta el final de los tiempos de los gentiles, sino que mueren como los otros hombres. El principio observado en el proceso de su desarrollo lo requiere así. Este principio es la fe, que es la confianza en la promesa de Dios. Si en el momento en que un hombre cree en el evangelio, su vida mortal fuera asegurada hasta la venida de Jesucristo y el cambio a la incorruptibilidad, el principio de fe, por el cual un hombre honra a Dios creyendo «en esperanza contra esperanza,» sería destruido; porque todo el mundo vería que había ventaja en el camino del evangelio, congregándose no por lo que Dios haya prometido, sino porque perciben un provecho presente de creer. Por consiguiente, es absolutamente necesario para el ejercicio de la fe, que no haya por el momento diferencia aparente entre los que sirven a Dios y los que no lo hacen, sino que esta diferencia sólo sea percibida en el día de la recompensa (Malaquías 3:18).

Lo que es cierto de los llamados en el tiempo de los gentiles es verdadero de los llamados en la era milenial. Es necesario que no sigan viviendo hasta el final de su propia dispensación, puesto que la fe será tan necesaria para ellos como para nosotros. Si ellos no murieran como los otros hombres, no habría espacio para la fe y ellos serían una excepción frente a Abraham y todos los que antes han muerto. No serían de la misma cosecha. Sería una cosecha totalmente diferente realizada bajo un principio diferente. Aunque los hombres vivirán más tiempo que ahora, la muerte continuará indiscriminadamente, tal como la ley de la fe lo exige, hasta el triunfo final definitivo, cuando el gran enemigo será destruido para siempre y cada habitante de la redimida tierra podrá decir: «¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? ¿Dónde, oh sepulcro, tu victoria?»

Existe esta diferencia entre la introducción de la muerte y la introducción de la resurrección a la vida: la muerte pasa inmediatamente sobre todos los hombres; mientras que en la resurrección hay un orden gradual de desarrollo, marcado por tres etapas. Pablo establece este orden en los siguientes términos: «Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte» (1 Corintios 15:23-26).

Aquí tenemos las «primicias» y dos veces «luego,» definiendo el orden en el cual las personas serán resucitadas. Hay una resurrección en «el fin»; porque el fin es introducido expresamente en relación con el orden de la resurrección. Y no solamente eso, pues Pablo pone como resultado del reino de Cristo el colocar a sus enemigos debajo de sus pies, incluyendo la muerte que él sitúa en último lugar.

Resurrección al Final de los Mil Años

Que esta destrucción de la muerte implica resurrección, se ilustra en el caso de «los que son de Cristo, en su venida.» La muerte en este caso es «sorbida [destruida] en victoria» cuando son levantados de los muertos para ya no ver corrupción. La naturaleza del caso demanda que haya resurrección al final de los mil años; porque cuando Cristo viene solamente son inmortalizados los que le pertenecen. Si el resto no es inmortalizado, debe morir como Abraham y todos los santos, puesto que morir es parte de su naturaleza mortal. Y muriendo en fe ¿cómo recibirán la promesa si no resucitan? ¿Y cuándo resucitarán si no al fin de la dispensación milenial, donde Pablo sitúa la resurrección? La figura que compara los 144,000 a las «primicias» exige que éstos sean seguidos de una cosecha en la resurrección de todos los que vienen a la madurez espiritual dentro de la época, pero que físicamente caen en el sueño de la muerte de la misma manera que los padres.

La realidad de las cosas lo demanda así. «A quien se haya dado mucho, mucho se le demandará.» Los creyentes del primer siglo gozaron del privilegio de los dones del Espíritu y de la compañía de personas que habían conocido al Señor. A ellos se les exigió probar su fidelidad en el hurto de sus bienes, en prisión, y en el madero del verdugo. En estos últimos días nosotros no tenemos una visión abierta o un testimonio del Espíritu en su maravilloso y activo poder. Pero tenemos la evidencia escrita e histórica de las obras de Dios en el pasado. Habiendo recibido menos que nuestros hermanos de la antigüedad, nosotros no somos llamados, como ellos, a la prisión y a la muerte, sino que tenemos libertad y paz para manifestar nuestro amor. En la era venidera, privilegios tales como el de no haber caído en la misma suerte de los hombres mortales serán gozados por los pueblos, naciones y lenguas que se regocijarán en el gobierno de Cristo y los santos. Entonces, en lugar de que su llamado justifique exención de la muerte, más bien se requiere que su fe y obediencia sea desarrollada y probada por la presencia de la muerte hasta que el tiempo de su destrucción cuando llegue «el último enemigo,» en la resurrección y glorificación de todos los que obtengan la aprobación de Dios en esa bendita era.

La realización de sacrificios en esa época (Zacarías 14:21; Malaquías 3:4; Isaías 60:7; Ezequiel 44:29,30), implica la idea de que la muerte aún opera entre los que los ofrecen. La existencia del sacerdocio (los santos son sacerdotes y reyes) conduce a la misma conclusión, puesto que el sacerdocio surge de la existencia del pecado, y el pecado trae la muerte. Si no hubiera muerte, esto implicaría la ausencia de pecado, lo cual excluiría del oficio del sacerdocio las ofrendas por el pecado. Pero la muerte continúa hasta su destrucción en «el fin.»

Hay un reconocimiento expreso de la existencia de la muerte en la descripción de Ezequiel del servicio del templo en la era futura. Así, respecto de cierta orden de sacerdotes se dice: «No se acercarán a hombre muerto para contaminarse» (Ezequiel 44:25). En la selección de esposas se les prohíbe casarse con «viuda ni repudiada»; pero pueden tomar una «viuda que fuere viuda de sacerdote» (versículo 22). De aquí se deduce que la muerte ocurre con frecuencia durante ese tiempo.

No puede sugerirse que la muerte en estos casos ocurra por rebeldía, puesto que toda la gente será justa (Isaías 40:21). La muerte prevalece en forma general, de donde surge la necesidad de resurrección al final de los mil años. ¿De qué otra manera podrían los muertos altamente responsables de aquella época ser tratados según sus obras? Los viejos pertenecen a esa época (Isaías 65:20), con bastón en sus manos a causa de la edad avanzada (Zacarías 8:4), lo cual implica muerte al fin de su término natural sin ninguna idea de castigo judicial. Los niños mueren a los cien años (Isaías 65:20). El momento del juicio para los que entonces estén a prueba para vida eterna será cuando los mil años expiren. Los muertos, pequeños y grandes, vienen multitudinariamente o, como diríamos, universalmente, tal como los tiempos de conocimiento universal lo requerirán. El mar entrega sus muertos; la muerte y el Hades entregan los muertos que hay en ellos, y son juzgados, cada uno según sus obras (Apocalipsis 20:12,13). Todos los que no se encuentran inscritos en el libro de la vida son entregados a la segunda muerte (versículo 15). Podemos entender, según este principio, cómo es que el lanzamiento al lago de fuego de los rechazados será el lanzamiento de la muerte y el Hades (el sepulcro) al mismo lugar. Con los rechazados perecerá por siempre de la tierra todo vestigio de muerte y sepulcro.

Esta resurrección al final del milenio es mencionada en relación con la resurrección de las primicias, aquellos que «vivieron y reinaron con Cristo mil años» y quienes, por consiguiente, son levantados al comienzo de ese período. Juan, viéndolos entronizados después de su resurrección, dice: «Pero los otros muertos no volvieron a vivir hasta que se cumplieron mil años» (Apocalipsis 20:5).

Algunos piensan que la idea de una resurrección al final del milenio está excluida por la siguiente declaración: «Bienaventurado y santo el que tiene parte en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene potestad sobre éstos, sino que serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años» (versículo 6). Piensan que esto significa que todos los que se levantan al final de los mil años son malditos. Sin embargo, un examen cuidadoso del versículo demostrará que la declaración se refiere exclusivamente a todos aquellos que son levantados y aprobados cuando Cristo viene, y de ninguna manera a los que se levantan en la tercera y última instancia.

Algunos interpretan esta «primera resurrección» como la resurrección de las primicias. No cabe duda que los que son levantados en tal momento son «primicias para Dios y para el Cordero»; pero esta no es una traducción de las palabras de Juan. Juan escribió h— anastasis he prote («la primera resurrección»). De cualquier manera que esto se entienda, implica otra resurrección aparte de ésta. Entendida como la resurrección de más alto grado, indica que hay otra de menor rango. «Resurrección de las primicias» implicaría la resurrección de la cosecha. Una primera en el orden necesitaría otra u otras en el mismo orden. Así que ninguna interpretación o modificación de la frase puede evitar la conclusión de que Juan contemplaba otra resurrección además de la representada delante de sus ojos en la entronizada multitud de los santos aceptados.

Un verdadero entendimiento combinaría todas estas ideas, y señalaría la resurrección que tiene lugar en la venida de Cristo como la que excederá en bendiciones a todas las otras. Introducirá a todos los que tienen parte en ella al más alto honor disponible para los mortales, el honor de conducir a la humanidad de sus miserias actuales a las bendiciones prometidas en Abraham. Como Cristo será siempre la cabeza de su pueblo en la era sin fin, así los santos que gobiernen la edad milenial ocuparán siempre una posición de gloria y dignidad sobre la multitud redimida que por sus medios entrará a la vida eterna al final de los mil años.

Los primeros cuatro versículos de Apocalipsis 21 introducen la bendición de la tierra después del milenio, cuando la muerte es abolida. «El mar ya no existía más» indica esto, ya sea que se tome simbólica o literalmente. Existirán el océano literal y las «muchas aguas» de naciones durante los mil años. Después de los mil años, no hay más mar de naciones, porque existe entonces una sola nación y es el inmortalizado y multitudinario Israel de Dios.

Pero aun suponiendo que estos versículos fueran escritos para describir lo que tiene lugar al comienzo de los mil años, no podrían ser usados para apoyar la idea de que no habrá resurrección al final de los mil años. La proclamación «ya no habrá muerte» (Apocalipsis 21:4) solamente podría ser entendida en este caso como una indicación de que la abolición de la muerte sería el último efecto del gobierno humano de la nueva Jerusalén. Los casos citados de muerte durante el milenio, y sobre todo, la muerte total de miríadas al final (Apocalipsis 20:8,9) anularía el significado absoluto que buscaría añadirle el argumento en cuestión. En ese caso equivaldría a la proclamación de los ángeles en el nacimiento de Cristo: «En la tierra paz, buena voluntad para con los hombres,» lo que considerado directamente parecería indicar que la paz iba a comenzar inmediatamente con el nacimiento de Cristo. Sin embargo, tal como la experiencia nos lo ha enseñado, solamente significa que la paz vendría a la tierra al final por medio del Libertador nacido entonces en Belén. Las palabras de los gloriosos versículos claramente se refieren a un tiempo cuando «las primeras cosas» del pecado y el dolor habrán pasado para siempre de la faz de la tierra.

Cristo Entrega el Reino a su Padre

Debemos notar otra característica del cambio que tiene lugar al final, indicado por Pablo en las siguientes palabras:

«Luego el fin, cuando [Cristo] entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte…Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos.» (1 Corintios 15:24-28)

De aquí aprendemos que al final de los mil años, Cristo abdicará a la posición de soberanía absoluta que ocupa en la tierra durante ese período. Parecería como si, al cumplir su misión de redimir al mundo entero, el mismo Dios es manifestado (sin mediador) como el único y eterno Gobernador. La idea puede ser comprendida a la luz de la declaración de Pablo de que «Cristo es la cabeza de todo varón, y Dios la cabeza de Cristo.» Durante los mil años el mando de Cristo será la institución del día. Después de eso, será el mando del Padre el que se manifestará en alguna forma especial. El mando del Padre es el hecho ahora, aunque está en el trasfondo. El estado de cosas en la tierra no admite su manifestación ni aun su reconocimiento. Durante los mil años, la jefatura del Padre será un hecho visible en la jefatura de Cristo. Pero al final de los mil años, el mando del Padre será ejercido directamente.

Por consiguiente, parece que el cambio que tendrá lugar entonces será más un cambio en el aspecto de las cosas tal como parecen a los hombres que en lo que son en realidad. Aunque no será más el gobernante supremo de la tierra, Cristo continuará en su peculiar preeminencia como Príncipe de los «muchos hijos» de quienes fue el instrumento para llevarlos a la gloria. Dios será «todo en todos.» Será manifestado como el poder, soporte y constituyente de todo, Alfa y Omega, principio y fin, el solo Todopoderoso. El ya no obrará por interposición. Ya no tratará con el hombre por intermediación. Establecerá directa comunicación con sus hijos perfeccionados, y el mundo, libertado del pecado y la muerte, se convertirá en una provincia feliz, leal y glorificadora, en el dominio universal que se extiende hasta los más lejanos límites del espacio, reflejando la sabiduría y bondad del Altísimo. El plan divino de redención se habrá entonces consumado, y los glorificados habitantes de la tierra en santa gratitud-exaltado empleo-y en una eternidad de felicidad ininterrumpida reposando sobre ellos, realizarán la perfección, gloria y satisfacción de la vida tal como existe en Dios.

Podrá verse que el reino de mil años es solamente un período de transición entre las épocas puramente animal y puramente espiritual. Mezclará los elementos de ambos. Exhibirá la perfección de las edades eternas en el Señor Jesús y los santos, quienes serán inmortales e incorruptibles, y la imperfección de la era humana en la población mortal que constituirán los súbditos de su gobierno. Ambos coexistirán durante mil años y constituirán un estado de cosas tan superior a la presente dispensación, como será inferior a las épocas de gloria posteriores. El reino de Dios nos conducirá por un puente de mil años, desde la era defectuosa del pecado y la muerte hasta la era de restauración en el seno de la Deidad, en justicia y vida eternas.

~ Robert Roberts

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