Dentro de los círculos religiosos, el movimiento carismático está creciendo en popularidad. Anteriormente, casi sólo los pentecostales afirmaban que poseían los dones milagrosos del Espíritu Santo o que hablaban en lenguas; hoy en día, muchas sectas pretenden haber tenido experiencias similares. En ciertos grupos religiosos el requisito indispensable para ser considerado un verdadero creyente es el haber tenido una «experiencia,» y en ausencia de ésta, se razona que la verdad misma está ausente. Es más; mientras por muchos años algunas iglesias rechazaron vigorosamente y hasta ridiculizaron la idea de que se estaban produciendo milagros, actualmente han capitulado ante la tendencia popular y se han unido a las filas de los que insisten en que disponen de los milagrosos y místicos poderes del Espíritu Santo.
No dudamos de que algunas personas hayan tenido experiencias extraordinarias. Tampoco dudamos que la fe es capaz de efectuar ciertas curaciones. Si una persona cree con suficiente fuerza determinada noción, esto puede tener un efecto extraordinario sobre las emociones e incluso puede causar reacciones físicas. Esto puede pensarse y enseñarse como una manifestación de los dones del Espíritu Santo.
No existe duda de que el «nacimiento del Espíritu» es enseñado en la Biblia. El Señor mismo declaró que si una persona no es nacida del Espíritu no puede entrar en el reino de Dios (Juan 3:5-8). Sin embargo, lo que actualmente pasa por posesión del Espíritu Santo no es el nacimiento espiritual a que se refiere el Señor.
Debido a que la salvación personal está ligada a nuestro entendi miento de la verdad enseñada en la Biblia (Romanos 1:16; Efesios 4:4-6), es importante que sepamos con exactitud si lo que creemos está de acuerdo con esa verdad. ¿Ha prometido Dios realmente conceder los poderes milagrosos del Espíritu Santo en estos días?
La razón por la que fueron dados los dones del Espíritu
En el día de Pentecostés, cincuenta días después de la crucifixión del Señor Jesús, los discípulos estaban reunidos «todos unánimes» en la ciudad de Jerusalén. En cumplimiento de la promesa de Cristo, «fueron todos llenos del Espíritu Santo» (Hechos 2:1-4). El efecto fue instan táneo: «Comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen» (Hechos 2:4). La gran concurrencia de judíos reunidos de todas partes del mundo para celebrar la fiesta de Pentecostés, no solamente escuchó el evangelio proclamado, sino que lo escuchó en las lenguas nativas de aquellos países en donde cada uno había nacido.
Este fue solamente el comienzo de los milagros realizados por los discípulos. Así como se dijo de Jesús que él era «varón aprobado por Dios con las maravillas, prodigios y señales que Dios hizo por medio de él» (Hechos 2:22), así ahora de sus seguidores también fue dicho: «…testificando Dios juntamente con ellos, con señales y prodigios y diversos milagros y repartimientos del Espíritu Santo según su voluntad» (Hebreos 2:4). Los enfermos fueron sanados; los ciegos recibieron la vista; los discípulos hablaron en lenguas extranjeras sin haber tenido que aprenderlas.
Estos milagros fueron efectuados por el poder del Espíritu Santo. Ponían el sello de Dios en el testimonio de los apóstoles, demostrando que él estaba con ellos y que las doctrinas que enseñaban eran verda deras.
Tal respaldo fue necesario en esos tiempos porque la predicación del evangelio en el nombre de Cristo Jesús era una cosa nueva. El mundo pagano se opuso al evangelio porque desafiaba sus dioses. El mundo judío lo rechazó porque exigía creer que el Jesús crucificado y resucitado era el Mesías. Algunas señales divinas extraordinarias fueron necesarias para vencer el prejuicio de la época y demostrar fuera de toda duda que el cristianismo era verdadero. Los milagros realizados por los discí pulos del Señor tenían esta intención. Mostraban que el sello de Dios estaba en sus enseñanzas.
Los cristadelfianos enseñamos que el poder de efectuar milagros de sanidades y hablar en lenguas no está vigente en la actualidad. Mantenemos esto porque la Biblia enseña que los dones del Espíritu fueron otorgados como ayuda temporal. Al cumplir el propósito para el que Dios los había concedido, fueron retirados.
Cómo fueron dados los dones del Espíritu
Le rogamos, estimado lector, examinar cuidadosa y pacientemente la evidencia que ahora presentamos. Es de vital importancia que lo que creemos acerca de Dios y la Biblia esté de acuerdo con la enseñanza de las Escrituras, pues de eso depende nuestra salvación personal. Se nos ha dicho que «la fe es por el oir, y el oir, por la palabra de Dios» (Romanos 10:17), y que «sin fe es imposible agradar a Dios» (Hebreos 11:6). Nuestras emociones, nuestras creencias y hasta nuestras «experiencias» deben ser analizadas a la luz de la enseñanza de la Biblia, porque de otro modo podemos extraviarnos. La Biblia habla de la posibilidad de que algunos sean inducidos por «un poder engañoso, para que crean la mentira» (2 Tesalonicenses 2:11). En tales circunstancias, ¡cuán importante es que examinemos todo a la luz de las Escrituras!
El mundo moderno ha llegado a conocer bien a los así llamados «evangelistas,» hombres, mujeres y hasta niños, que afirman poseer dones milagrosos. Su principal recurso es generalmente una personalidad carismática, cuidadosamente preparada para el propósito del momento, y realzada por un bien preparado ambiente musical y de oratoria. El escritor de este artículo ha visto personalmente a una niña de diez años de edad afirmar que poseía el don de Dios y el poder de realizar milagros, atrayendo una corriente de personas engañadas que desfilaban para ser bendecidas por ella mientras tocaba su corneta.
Su audiencia imaginaba estar presenciando el poder del Espíritu Santo, pero en realidad, a la luz de la enseñanza bíblica, era obvio que estaban siendo movidos por un «poder engañoso, para que crean la mentira.»
Esto es evidente cuando se considera la forma en que los dones del Espíritu Santo eran concedidos en los tiempos apostólicos. En primer lugar, el que los recibía debía poseer un correcto entendimiento de la verdad; y en segundo lugar, los dones milagrosos eran concedidos únicamente por la imposición de manos de los apóstoles. La Biblia relata: «…por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo» (Hechos 8:18).
Esta evidencia es importante. Muestra que sólo los apóstoles tenían el poder de otorgar a otros los dones del Espíritu Santo. Esto está revelado claramente en un incidente registrado en Hechos 8. El evangelista Felipe fue enviado por Dios a Samaria a predicar el evangelio, y cuando «anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres» (Hechos 8:12). Su predicación fue acompañada de «las señales y grandes milagros» (Hechos 8:13) que él hacía. Pero el texto bíblico claramente muestra que aunque Felipe podía realizar milagros, no podía conceder a otros los dones del Espíritu Santo. Los apóstoles tuvieron que viajar desde Jerusalén a Samaria para que los creyentes «recibiesen el Espíritu Santo» (Hechos 8:15), porque solamente «por la imposición de las manos de los apóstoles se daba el Espíritu Santo» (Hechos 8:17, 18).
Este hecho debe ser considerado cuidadosamente. Hechos 8 muestra claramente que:
- Los creyentes eran bautizados en agua cuando entendían la enseñanza apostólica del reino de Dios y el nombre de Jesucristo;
- Aunque habían sido bautizados, no recibieron los dones del Espíritu Santo;
- Aunque fueron instruidos y bautizados por Felipe, quien realizaba milagros al mismo tiempo, él no podía concederles el don del Espíritu Santo;
- Fue necesaria la presencia física de los apóstoles para hacerlo.
Siendo éste el caso, ¿qué sucedió cuando el último apóstol murió? No quedando nadie capaz de trasmitir los dones del Espíritu Santo, éstos cesaron gradualmente, de modo que es completamente falsa la afirmación de los predicadores modernos que proclaman tener estos dones.
Otros pasajes de la Biblia que muestran que el Espíritu Santo fue impartido por la imposición de las manos de los apóstoles son los siguientes:
«Y habiéndoles impuesto Pablo las manos, vino sobre ellos el Espíritu Santo; y hablaban en lenguas, y profetizaban.» (Hechos 19:6)
«Te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos.» (Pablo a Timoteo en 2 Timoteo 1:6)
¿Qué de Cornelio?
Hubo una excepción a la norma señalada anteriormente. Cuando a Cornelio, el primer gentil (no judío) convertido, le fue enseñada la verdad en Cristo, el Espíritu Santo le fue concedido directamente de Dios, sin que los apóstoles le impusieran las manos (Hechos 10:45-48).
¿Por qué en este caso se hizo a un lado la regla general? Porque Cornelio era un gentil, y antes de ese tiempo la verdad de Cristo había sido predicada solamente a los judíos. Los apóstoles no creían correcto proclamar el evangelio a los gentiles en iguales términos que a los judíos, y tenían que aprender a no discriminar entre las dos clases de personas. Pedro abundó en claridad sobre esto cuando en su predicación a Cornelio proclamó:
«En verdad comprendo que Dios no hace acepción de personas, sino que en toda nación se agrada del que le teme y hace justicia.» (Hechos 10:34, 35)
Esta verdad fue confirmada en forma indiscutible al conceder Dios a Cornelio el Espíritu Santo, tal como Pedro testificó ante sus compañeros hermanos en Jerusalén (Hechos 11:13-17).
El caso de Cornelio es claramente excepcional, siendo concebido como un testimonio para mostrar que Dios había abierto el poder salvador del evangelio a los gentiles de la misma manera que a los judíos. Tal como Pablo explicó más tarde, fue un testimonio de que de allí en adelante, en la predicación del evangelio, los gentiles recibirían el mismo trato que los judíos (véase Hechos 15:7-9).
Por consiguiente, no puede insistirse en el ejemplo de Cornelio para apoyar la concesión de los dones del Espíritu Santo en ausencia de los apóstoles, porque de allí en adelante eran concedidos a los bautizados, solamente cuando un apóstol les imponía las manos para tal propósito (Hechos 19:6).
Predicción del retiro de los dones del Espíritu Santo
En vista de que los dones del Espíritu Santo eran impartidos solamente por la imposición de las manos de los apóstoles, es obvio que con la muerte del último de ellos (Juan) los dones del Espíritu cesarían gradualmente de manifestarse. Esto es efectivamente lo que ocurrió. Los apóstoles enseñaron que ese sería el caso. Hablando de la concesión de los dones del Espíritu Santo, Pedro afirmó:
«Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos, y para todos los que están lejos; para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.» (Hechos 2:39)
La promesa de los dones del Espíritu Santo se hace aquí a tres clases de personas:
- «Vosotros,» o sea aquellos judíos que oían la palabra que Pedro predicaba ese día en Jerusalén;
- «Los que están lejos,» o sea aquellos que no estaban presentes en Jerusalén, pero que posteriormente escucharían el evangelio, predicado en sus pueblos natales, incluyendo los gentiles;
- «Vuestros hijos,» o sea la generación siguiente a la era apostólica.
La declaración de Pedro en el día de Pentecostés limitaba la concesión de los dones del Espíritu Santo a los creyentes: «Para cuantos el Señor nuestro Dios llamare.» Los que actualmente sostienen que poseen este poder y sin embargo siguen enseñando doctrinas opuestas al mensaje básico de la Biblia, no pueden poseer el genuino don de Dios. La influencia que verdaderamente poseen es la de la mente sobre la materia, y no la de Dios; tampoco es milagrosa en el sentido bíblico del término.
Por otra parte, Pedro limitaba el alcance de la promesa, diciendo: «Porque para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos.» Eso se refiere, obviamente, a un período de tiempo. Las palabras de Pedro dan a entender que la promesa estaba limitada a sus oyentes y a la siguiente generación.
¿Por qué Pedro limitaría así el período durante el cual serían otorgados los dones del Espíritu Santo? Porque él se daba cuenta de que al morir los apóstoles, el instrumento de Dios para la comunicación de los dones ya no estaría disponible y, por consiguiente, éstos cesarían de manifestarse. La afirmación de Pedro fue confirmada por Pablo, quien escribió detalladamente sobre este tema, dedicándole tres capítulos de su primera epístola a los corintios (capítulos 12, 13 y 14). En el capítulo 12 enumeró los diferentes dones, se refirió a la forma en que eran manifestados por los miembros de la comunidad, habló de la importancia de los dones, y concluyó diciendo: «Procurad, pues, los dones mejores. Mas yo os muestro un camino aun más excelente» (1 Corintios 12:31).
Estas palabras forman el prefacio de uno de los capítulos más hermosos de la Biblia: el maravilloso discurso de Pablo sobre el amor (1 Corintios 13). Comienza declarando que el amor es el más grande poder del bien, superando ampliamente a los dones del Espíritu. La manifesta ción de fe, esperanza y amor del creyente demuestra que en él mora la palabra espiritual de Dios. Por otra parte, los dones del Espíritu tales como el poder de realizar milagros, hablar en lenguas y sanar, eran como «metal que resuena, o címbalo que retiñe» en ausencia de las otras tres virtudes, mientras que de las tres, el amor es la virtud más perdurable de todas. Pablo contrasta la influencia y permanencia del amor con los dones del Espíritu, los cuales, declara, sólo eran manifestaciones temporales del poder divino, que pronto serían quitadas. Así él escribió:
«El amor nunca deja de ser; pero las profecías [refirién dose al don de la profecía] se acabarán, y cesarán las lenguas [es decir, el don de hablarlas], y la ciencia [el don de conocimiento] acabará.» (1 Corintios 13:8)
Pablo predijo claramente que los dones del Espíritu serían quitados, y enseñó que los creyentes no debían exagerar su importancia. Al contrario, debían tratar de desarrollar fe, esperanza y amor, virtudes que ganarían para ellos una herencia eterna en el reino de Dios.
De acuerdo a la enseñanza de Pablo, los dones del Espíritu ya no están disponibles en la actualidad. De otro modo, ¿por qué habría enseñado Pablo que estos dones se acabarían? ¿No es obvio que, como la Biblia enseña, estos dones cesarían, de modo que los fenómenos que se proclaman actualmente como dones del Espíritu no lo son? De otro modo la Biblia resultaría ser falsa.
El propósito básico de la concesión del Espíritu Santo era guiar a los apóstoles a «toda la verdad,» a «saber las cosas que habrán de venir» y a recordar todo lo dicho por Jesús (Juan 14:26; 16:13). Por tales medios, la revelación de Dios para el hombre sería completada tal como lo está en la Biblia. Así la Biblia concluye con una prevención contra el que «añadiere a estas cosas» escritas en ella (Apocalipsis 22:18).
Respuesta a una objeción
Exponiendo el tema de los dones del Espíritu, Pablo manifiesta: «En parte conocemos, y en parte profetizamos» (1 Corintios 13:9). El apóstol se refería a la manera en que diferentes dones del Espíritu eran manifestados por diferentes miembros de una congregación. Algunos tenían el don de conocimiento por el Espíritu, y otros el don de profecía. La congregación dependía de estos hombres espirituales para la guía divina y la revelación, porque en aquel tiempo la Biblia no había sido completada. Por consiguiente, cada uno aportaba una parte para beneficio de todo el cuerpo.
Pablo predijo que tal estado de cosas no continuaría, y que cuando la completa revelación de Dios se diera a conocer al hombre por medio del poder del Espíritu Santo, este poder sería quitado. Así escribió:
«Cuando venga lo perfecto, entonces lo que es en parte se acabará.» (1 Corintios 13:10)
¿Qué se da a entender por «lo perfecto»? Algunos sostienen que esto se refiere a la perfección de la naturaleza humana, la inmortalidad, la cual será concedida a los justos en la venida de Cristo (1 Corintios 15:23, 53), y, por consiguiente, los dones del Espíritu continuarían hasta entonces. Pero tal interpretación significaría que el Espíritu Santo sería quitado al venir Cristo, lo cual no es el caso. Al contrario, se manifestará con más grande poder.
La palabra griega teleios, traducida «perfecto» en este versículo, significa «completo,» «terminado» o «acabado.» Otra forma de la misma palabra ocurre en Juan 17:4, donde es traducida «acabado.» Ocurre de nuevo en 1 Corintios 2:6 donde Pablo declara que él enseñó las más profundas cosas de la sabiduría divina a «los que han alcanzado madurez,» o sea los que tienen madurez en el entendimiento espiritual. En Efesios 4:11, 12 escribió:
«El mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo.»
Según el Nuevo Testamento Interlineal Griego-Español de Francisco Lacueva, la palabra traducida «perfeccionar» significa literalmente «equipar» (ver nota al margen). También la versión Reina-Valera Actualizada traduce, «…a fin de capacitar a los santos para la obra del ministerio.» «Perfeccionar a los santos» es algo que tiene lugar ahora y no algo que se espera en el futuro. Son perfeccionados, llevados a la madurez en el entendimiento, y «enteramente preparados» (2 Timoteo 3:17) para la predicación por medio de la revelación completa de Dios en la Biblia. Hasta los tiempos apostólicos existía solamente el Antiguo Testamento, pero posteriormente la revelación de Dios fue completada o perfeccionada a medida que los libros del Nuevo Testamento fueron escritos y preservados. Esto fue logrado por medio de los escritos inspirados de hombres del primer siglo, dotados de Espíritu Santo: apóstoles como Pablo y Juan, evangelistas como Lucas, pastores y maestros como Santiago y Judas. Por medio del ministerio de tales hombres la revelación final de Dios fue incorporada en la Biblia. Habiendo llegado la completa o perfecta revelación de Dios, aquello que fue manifestado en parte (el poder del Espíritu Santo) se acabó (1 Corintios 13:10). Los apóstoles abandonaron la escena y nadie quedó con capacidad de trasmitir a otros el Espíritu Santo.
Sin embargo, permanece la Biblia completa, la cual apropiadamente provee todo lo necesario, a fin de equipar completamente a los creyentes para la obra de servir a Dios. Esta es una obra del Espíritu Santo actuando por medio de los hombres que la escribieron (Hebreos 1:1; 2 Pedro 1:21).
La revelación de Dios al hombre se terminó cuando Juan, el último de los apóstoles, transcribió el Apocalipsis. Sólo él quedaba de aquella pequeña compañía de hombres (los apóstoles) que tenían el poder de trasmitir a otros los dones del Espíritu Santo. Con su muerte, algún tiempo después del año 96 de nuestra era, los dones del Espíritu Santo manifestados por los creyentes disminuyeron y finalmente cesaron. No quedó nadie para trasmitirlos a la nueva generación de discípulos. Las palabras de Pedro en el día de Pentecostés se habían cumplido, ya que los dones del Espíritu Santo habían sido manifestados por los que aceptaron el evangelio en su día, y por sus hijos. Ahora los dones cesaron, como Pablo había predicho. Los creyentes tenían la revelación total de Dios en la Biblia y asimilando su mensaje podían desarrollar las virtudes de fe, esperanza y amor que Pablo enseñaba como «un camino aun más excelente» para agradar al Padre.
Lenguas pentecostales
Los apóstoles fueron ungidos con el Espíritu Santo en el día de Pentecostés, e inmediatamente comenzaron a proclamar el evangelio en el nombre de Cristo. Para sorpresa de la multitud que había venido de todas partes del mundo, se escuchó la proclamación en los diferentes idiomas de sus países de origen. Explicando este milagro, Pedro llamó la atención sobre la profecía de Joel capítulo 2 donde el profeta, prediciendo el derramamiento del Espíritu de Dios, lo compara con la lluvia:
«Porque [Dios] os ha dado la primera lluvia a su tiempo, y hará descender sobre vosotros lluvia temprana y tardía como al principio.» (Joel 2:23)
La «lluvia temprana» que el profeta predijo que descendería, fue la manifestación del Espíritu Santo en los tiempos apostólicos, tal como se muestra en la aplicación que Pedro hace de este capítulo a la predicación en el día de Pentecostés (Hechos 2:16). El profeta habla también de una «lluvia tardía» además de la lluvia temprana. En otras palabras, predijo dos derramamientos de Espíritu: uno en la primera venida del Señor, y otro en su segunda venida. Entre estos dos derramamientos habría de existir un período de «sequía» en lo que a los dones del Espíritu se refiere.
Ese período de sequía comenzó con la muerte de los apóstoles y el consiguiente cese de los dones del Espíritu Santo, y continúa hasta el presente.
Al regreso del Señor Jesús a la tierra, el poder del Espíritu Santo será de nuevo manifiesto, y en mayor grado que en el primer siglo. Resultará en la resurrección de los muertos y un cambio de naturaleza para aquellos que han vivido de acuerdo a los preceptos de Cristo, «porque es necesario que esto corruptible se vista de incorrupción, y esto mortal se vista de inmortalidad» (1 Corintios 15:53). Entonces se cumplirán las palabras del Señor Jesús: «El que no naciere del agua y del Espíritu, no puede entrar en el reino de Dios» (Juan 3:5).
Así que la «lluvia tardía,» el derramamiento del Espíritu en los postreros días, será más grande que el de la época apostólica, cuando fue dado moderadamente. Por medio del Espíritu será derramado juicio sobre el mundo de los impíos, y a todos los que estén dispuestos a escuchar les será predicado «el evangelio eterno» (Apocalipsis 14:6-8; 2 Tesalonicenses 1:7-10). Los fieles del Señor, resucitados e inmortales, cooperarán en ese trabajo de juzgar y predicar (Salmos 149:4-9).
Siendo tal el caso, la enseñanza de Pablo de que el Espíritu Santo sería quitado (1 Corintios 13:10) no puede referirse al futuro (cuando será derramado en mayor grado que antes), y por consiguiente debe referirse al pasado.
Por lo menos nueve dones diferentes
Parece que los apóstoles no solamente tenían el poder de trasmitir a los creyentes los dones del Espíritu Santo, sino que también sólo ellos manifestaban todos los diversos dones, mientras otros creyentes recibían solamente uno (véase 1 Timoteo 4:14). En 1 Corintios 12, Pablo enumera nueve dones diferentes, incluyendo sanidades, milagros, lenguas extranjeras, la interpretación de lenguas, y especialmente el discerni miento de espíritus.
Este último don sugiere que algunos estaban diciendo falsamente que poseían el poder del Espíritu Santo, y probablemente hasta fundaban su pretensión en «milagros» de sanidad; mientras en realidad no estaban en posesión del Espíritu. Sin embargo, su pretensión sería mostrada como falsa por otros que poseían el don que los habilitaba para distinguir falsos milagros de los verdaderos.
Esto impedía que se levantaran hombres que engañaran a otros con doctrinas falsas, imitando los dones del Espíritu. Juan advirtió:
«Probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.» (1 Juan 4:1)
El don de discernimiento de espíritus impedía que surgieran charlatanes y farsantes pretendiendo ejercer poderes que no poseían. Refrenaba a los que con sus poderes carismáticos e hipnóticos ejercían influencia sobre otros, haciéndolos imaginar que tales cosas eran una manifestación del poder del Espíritu. También diferenciaba entre la llamada «fe» que sanaba debido a una mera excitación mental, y los milagros genuinos que los apóstoles realizaban (Hechos 3:7, 8).
Las lenguas: el don menos importante
Disertando sobre los dones del Espíritu, el apóstol señaló que algunos poseían mayor valor que otros (1 Corintios 12:31). Enseñó que «mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas» (1 Corintios 14:5), y explicó que «el que profetiza habla a los hombres para edificación, exhortación y consolación» (1 Corintios 14:3).
El don de hablar en lenguas fue otorgado para que el cristianismo pudiera proclamarse en lugares remotos, tal como verdaderamente ocurrió (Marcos 16:15; Colosenses 1:23). Las «lenguas» que se hablaban eran lenguas extranjeras, puesto que «cada uno les oía [a los apóstoles] hablar en su propia lengua» (Hechos 2:6). Las personas que presenciaron este milagro quedaron maravilladas:
«Mirad, ¿no son galileos todos estos que hablan? ¿Cómo, pues, les oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?» (Hechos 2:7, 8)
Actualmente existen personas que afirman «hablar en lenguas» y balbucean una jerigonza sin sentido como demostración de este poder. ¡Pero ese no es el don del que se habla en la Biblia!
Algunos religiosos pentecostales pretenden que el don de lenguas no se refiere a idiomas extranjeros. Pero esta afirmación no es válida frente al testimonio citado en Hechos 2:6-11.
En las primeras congregaciones había algunos que se jactaban de poseer este don, pero sin ningún provecho. Oraban y hablaban en lenguas extranjeras solamente para demostrar su capacidad para hacerlo, aun cuando nadie se beneficiaba de tal acción. El apóstol condenó esta práctica:
«Prefiero hablar cinco palabras con mi entendimiento, para enseñar también a otros, que diez mil palabras en lengua desconocida.» (1 Corintios 14:19)
Sin embargo, en desafío del precepto apostólico, algunos actualmente pretenden falsamente poseer los dones del Espíritu Santo, balbuceando emocionalmente una jerigonza incomprensible y nada edificante. Pablo condenó tal práctica, aun de parte de los que verdaderamente tenían el don, porque traía confusión a la congregación y ridículo a la verdad:
«Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos?» (1 Corintios 14:23)
Si usted asiste a una reunión pentecostal en la que se afirma que los dones del Espíritu son manifestados, observará cuán acertadas son las palabras de Pablo. Una jerigonza ininteligible es presentada como «hablar en lenguas.» Un desenfrenado paroxismo de emocionalismo entremezclado con gritos histéricos de «Aleluya» se interpreta como la influencia del Espíritu. Pero la reacción de un espectador neutral es exactamente como la describe Pablo. ¿Dónde están las sobrias palabras y la influencia de la verdad en tal exhibicionismo? No es una manifestación del Espíritu sino la sola excitación de la carne. Por otra parte, Pablo enseñó:
«Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado.» (1 Corintios 14:24)
La proclamación de la verdad convencerá al incrédulo, haciendo que haga su propio examen judicial; al ser revelado «lo oculto de su corazón» se verá inducido a aceptar el camino de la salvación de Cristo, adorando de este modo a Dios (1 Corintios 14:25).
En los días de los apóstoles, el don del Espíritu era necesario para poder profetizar, porque la revelación completa de Dios no había sido dada. Actualmente, sin embargo, los dones del Espíritu no son necesarios para tal propósito, porque todos pueden profetizar en el sentido de tomar de la Biblia ese mensaje de consuelo y edificación que ella misma proporciona. El Nuevo Testamento habla de
«…la revelación del misterio que se ha mantenido oculto desde tiempos eternos, pero que ha sido manifestado ahora, y que…se ha dado a conocer a todas las gentes para que obedezcan a la fe.» (Romanos 16:25, 26)
La moderna «sanidad divina» no es milagrosa
Los cristadelfianos no niegan que se han efectuado algunas curaciones en el contexto de la moderna «sanidad divina.» Pero este fenómeno es totalmente diferente de los dones milagrosos del Espíritu Santo manifestados en los primeros años de la era cristiana. Muchos médicos reconocen la necesidad de la «fe» en curas efectivas, porque se dan cuenta del poder de la mente sobre la materia. Sin embargo, según el concepto de ellos, la «fe» no significa necesariamente reconocer a Dios en verdad (véase Romanos 10:17). Más bien manifiesta completa confianza en el que efectúa la curación, ya sea médico o religioso. Teniendo suficiente «fe» de esta clase, las curas «milagrosas» no son imposibles; pero tal fe no es un testimonio del poder de Dios, sino de la credulidad del paciente.
El mundo religioso presenta el espectáculo de sectas antagónicas que se acusan entre sí de ser apóstatas, aunque ambas sectas pretenden realizar curas «milagrosas.» Es obvio que Dios no puede estar con ambos bandos. Hasta las mismas sectas declaran esto. ¿Quién es entonces responsable por los milagros? La respuesta es que no son milagros divinos en lo absoluto, sino una manifestación del poder de la mente sobre la materia.
También debe entenderse que por cada cura «auténtica» así realizada, hay muchos millares que fallan en su curación, y quienes se hunden en la desesperación, y, a menudo, en total falta de fe, resultando finalmente en incredulidad.
No negamos que algunas curas puedan realizarse, porque una profunda emoción como el miedo, el placer o el terror puede producir una fuerte reacción física para bien o para mal. Puede hacer que el cabello se torne blanco, inducir sudor o palpitaciones del corazón, quitar el dolor, o aun provocar la muerte. El temor puede producir tal reacción física, que los animales a punto de ser sacrificados para alimento deben ser pacificados o, de otro modo, su temor afectará adversamente la calidad de la carne.
La ciencia aún permanece ignorante de la extensión de tales influencias sicológicas; pero reconoce que pueden jugar un gran papel en efectuar algunas curas. Veamos el hipnotismo, por ejemplo. Ha sido usado con algún éxito en ciertos desórdenes nerviosos y, como es bien conocido, puede inducir a las personas a realizar toda clase de acciones extrañas, hasta volverse insensibles al dolor mientras se encuentran hipnotizadas.
Similares reacciones sicológicas pueden ser inducidas por el dramático estímulo de una reunión emocional pentecostal o carismática en la que una masiva histeria se fomenta deliberadamente. Bajo la influencia del canto entusiasta o de la oratoria exaltada, las emociones de los feligreses son arrastradas hasta desarrollar un alto nivel de excitación, y los participantes pueden encontrarse en afinidad con el orador aunque frecuentemente ignoran el significado de la predicación. Por tales medios son liberados de sus inhibiciones, y su mente puede volverse tan excitada hasta sobreponerse al dolor y lograr pequeñas «curas» temporales. Sin embargo, la reacción posterior es frecuentemente mala.
No obstante, tales reuniones están diseñadas para inducir el sentimiento de bienestar en los feligreses. Ellos sienten que han «recibido» algo, y para explicarlo acuden a la teología y sostienen que han sentido el poder del Espíritu Santo.
Nosotros negamos esto y mantenemos que tal emocionalismo procede de la carne y no de Dios, y que los pretendidos «milagros» no son genuinos. No ponemos en tela de juicio la sinceridad de los que sostienen poseer los «dones de Espíritu» pero llamamos la atención sobre la enseñanza de la Biblia, que demuestra que estos no se manifiestan en la actualidad.
La Biblia previene contra falsas pretensiones
Aun en los días apostólicos, cuando los milagros eran realizados fuera de toda duda, la Biblia prevenía a los verdaderos seguidores de Cristo a fin de que tuvieran cuidado para no ser engañados por la falsedad, aun cuando ésta tuviera apariencia de milagro. Al respecto Juan escribió:
«No creáis a todo espíritu, sino probad los espíritus si son de Dios; porque muchos falsos profetas han salido por el mundo.» (1 Juan 4:1)
Un ejemplo de lo que esto significa se ve en al Antiguo Testamento. A Moisés se le pidió presentarse ante Faraón con algunas señales milagrosas que autenticaran el mensaje procedente de Dios y su situación como líder de Israel. Pero los magos de Egipto imitaron esos milagros en tal forma como para inducir a los demás a creer que ellos también podían realizarlos (Exodo 8:18-21). Pablo cita este incidente para prevenir a los verdaderos cristianos a que no se dejen engañar de la misma manera por aquellos que falsamente afirmen tener dones del Espíritu Santo. Hablando de algunos que, según él, «llevan cautivas a las mujercillas cargadas de pecados» y que «siempre están aprendiendo, y nunca pueden llegar al conocimiento de la verdad,» escribe:
«De la manera que Janes y Jambres [los magos de Egipto] resistieron a Moisés, así también éstos resisten a la verdad.» (2 Timoteo 3:8)
Janes y Jambres resistieron a Moisés imitando los dones del Espíritu que él poseía, y Pablo hace la prevención para que los cristianos no se extravíen de la misma manera, abrazando falsas enseñanzas, confiados de que el predicador posee el Espíritu Santo.
Una persona no puede poseer los dones del Espíritu Santo mientras falla en el entendimiento correcto de la verdad bíblica. Lo más esencial para la salvación es un verdadero entendimiento del evangelio. La verdad debe ser establecida por medio de la enseñanza de la Biblia, no por la pretensión de algunos que dicen poseer poderes sobrenaturales. El poder del Espíritu Santo fue dado solamente a aquellos que creían en la verdad y la abrazaban de la manera correcta (Hechos 2:38, 39). La verdad bíblica no es compatible con la creencia en el alma inmortal, el trinitarianismo, y la recompensa de los justos en el cielo. Al contrario, estas doctrinas no son enseñadas en ninguna parte de la Biblia. Así que los que las adoptan o enseñan están en error. Siendo falsas estas ideas, los que las respaldan no pueden tener los dones del Espíritu Santo, no importa cuánto lo proclamen. Hubieron algunos, aun en los días de los apóstoles, quienes falsamente pretendieron poseer el Espíritu Santo, debido a ciertos poderes carismáticos que manifestaban. Hechos 19:13 afirma:
«Algunos de los judíos, exorcistas ambulantes, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre los que tenían espíritus malos, diciendo: Os conjuro por Jesús, el que predica Pablo.»
Esto es hecho actualmente por falsos religiosos que sostienen poseer el Espíritu Santo. Puede que sean sinceros, pero con seguridad se engañan a sí mismos.
Un caso de estos recientemente llamó la atención. Una prominente personalidad de la televisión sostuvo haber hablado en lenguas. No entendía lo que decía, pero alguien más lo interpretó como un dialecto chino, aunque dijo que él tampoco lo podía entender. ¿Hablaría un Dios de sabiduría y orden de este modo? Nuestro personaje no se daba cuenta de que si hablaba por el Espíritu Santo, sus afirmaciones serían tan inspiradas como las de la Biblia (véase Hebreos 1:1) y, sin embargo, ¡no entendía lo que decía, ni podía recordar qué mensaje había proclamado! Esto a pesar del hecho de que la concesión del Espíritu Santo fue establecida, según Jesús, para que enseñara todas las cosas y recordara a sus discípulos todo lo que él les había dicho (Juan 14:26).
Aquel hombre pareció totalmente sincero; pero estaba tristemente equivocado. Dios es un Dios de orden, no de confusión (1 Corintios 14:33) y hablaría sencilla y simplemente a cualqlhabuiera a quien él deseara dictar un mensaje.
El espíritu que debemos manifestar
Aunque el poder de efectuar milagros no está disponible en la actualidad, existe lo que es llamado «el Espíritu» en la Biblia y que nosotros sí debemos manifestar. Por su ayuda podemos hablar a otros para «edificación, exhortación y consolación» (1 Corintios 14:3), y nos ayudará a caminar en la senda de la verdad y la paz. Pablo enseñó:
«Andad en el Espíritu, y no satisfagáis los deseos de la carne…El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley.» (Gálatas 5:16, 22, 23)
¿Cuál es ese Espíritu?
No es el poder de efectuar milagros. No es una emanación celestial que nos impulsa a actuar fuera de nuestra propia voluntad. No es algo que se puede obtener sin ninguna conciencia o esfuerzo de nuestra parte.
La Biblia claramente muestra lo que es. Jesús enseñó: «Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida» (Juan 6:63). El Espíritu, por consiguiente, comprende el poder de la verdad predicada por el Señor Jesús. Si caminamos de acuerdo a esta verdad, no satisfaremos los deseos de la carne, sino que manifestaremos los frutos del Espíritu: «…amor, gozo, paz…» También los apóstoles enseñaron que el Espíritu disponible hoy día es el poder de la verdad en el creyente. Ellos declararon:
«El Espíritu es la verdad.» (1 Juan 5:6)
«La espada del Espíritu, que es la palabra de Dios.» (Efesios 6:17)
Un entendimiento de la enseñanza de la Biblia comprende el tema del Espíritu en la forma en que está disponible actualmente. Tal entendimiento puede ser la más poderosa influencia en nuestras vidas. Es denominado «Espíritu» porque vino de Dios al hombre por medio del Espíritu de Dios (Hebreos 1:1; Nehemías 9:20). Por su medio el hombre puede vencer el poder del pecado y finalmente la muerte. Por su medio puede desarrollar la fe (Romanos 10:17), y obtener la victoria sobre sí mismo y sobre el mundo (1 Juan 5:4). La verdad de Dios revelada en la Biblia es el medio señalado por El para la santificación de sus siervos (Juan 17:17; 15:3). Puede cambiar el punto de vista de una persona, creando en ella la mente de Cristo, y ésta, manifestándose en su vida, la hará aceptable a Cristo en su venida.
Para tal fin, los cristadelfianos le exhortamos, estimado lector, a entregarse al estudio de la Biblia, porque entendiendo y aceptando su mensaje puede tener la esperanza de recibir la vida eterna cuando venga el Señor Jesucristo a reinar en la tierra (Hechos 1:11; Apocalipsis 5:9, 10).
Traducido del inglés por Nehemías Chávez Zelaya