Lea Juan 6:22-45

La alimentación de las 5,000 personas genera un interés particular, ya que es el único milagro realizado durante el ministerio del Señor que consta en los cuatro libros del Evangelio. En este estudio consideraremos el acontecimiento en si y lo que siguió, que proveyó a nuestro Señor de la audiencia en Capernaúm, a quienes él habló acerca del “pan de vida”.

Se notan las palabras solemnes del Señor (v. 25):

“De cierto, de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis.”

La provisión en el monte no había sido poca: habían comido hasta saciarse. El Señor no menciona los pescados que también había proveído en el monte sino que, con su sabia prudencia, dirige su atención al pan. Como sus palabras de amonestación indican, sus oidores estuvieron más interesados en satisfacer las necesidades del cuerpo antes que ver el profundo significado del notable milagro presenciado.

El pan – la comida en general –

El pan ocupaba un lugar importante en la dieta de los judíos del siglo I, mucho más que ahora en los países desarrollados del siglo XXI.

Apunte la información de las siguientes referencias.

Génesis 3:19

 

 

Deuteronomio 8:3

 

Salmo 80:5

 

 

Salmo 104:15

 

 

Salmo 105:16

 

 

Jesús, el Hijo del Hombre, nos puede proveer del “pan de vida”; el Padre, Dios, colocó Su sello en él (v. 27). Aquí el Señor llama la atención hacia los dos aspectos de su persona:

  • Él es el Hijo del Hombre, poniendo énfasis en su humanidad. (“Hijo de Hombre” fue un título Mesiánico – Mateo 26:63-64 comparado con Daniel 7:13-14).
  • Pero él también se refiere al Padre, su Padre, indicando su origen celestial.

Es el Padre el que le ha “sellado”, siendo la forma más alta de aprobación para alguien. El versículo 27 está lleno de verdad espiritual. La facultad anunciada sería un alarde hueco si Dios ciertamente no hubiera investido a Su hijo con tal autoridad y tales poderes.

Hasta cierto punto, los oidores del Señor responden a su invitación para involucrarse en las obras que complacen a Dios: “¿Qué debemos hacer para poner en práctica las obras de Dios?” (v. 28). La respuesta es simple: “…que creáis en el que él ha enviado” (v. 29). Aquí podemos ver un contraste entre las obras de la ley y las de la fe, que en todo momento deberían notarse en nuestro comportamiento. La fe en el que Dios ha enviado es esencial. Es ésta fe la que evidencia la importancia de nuestra actitud hacia el Señor Jesús.

“…creáis en el que él ha enviado.” (Juan 6:29)Aquí Juan usa el verbo “enviar” (griego: apostélo). El sustantivo correspondiente a, apostolos, es fácilmente identificado como “apóstol,” “un enviado.” El Señor fue “un enviado por Dios.” En Hebreos 3:1, la palabra “apóstol” es aplicada al Señor Jesús:

“Por tanto, hermanos santos, participantes del llamamiento celestial, considerad al apóstol y sumo sacerdote de nuestra profesión, Cristo Jesús”.

Hay numerosas reiteraciones en el evangelio de Juan sobre el concepto fundamental: El Hijo de Dios no vino por propia iniciativa sino por la voluntad del Padre (Hebreos 10:9).

[Hay dos verbos griegos para la palabra “enviar”, apostélo y pémpo. El primero se presenta extensamente en el Evangelio de Juan: el Padre enviando al Hijo de Dios, (por ejemplo, 3:17; 5:37). Lo mismo se aplica al segundo: (4:34; 5:23,24, etc.). Ambos verbos indican la iniciativa de Dios.]

En el caso de los oyentes judíos del Señor, cuando ellos se vieron desafiados a tener fe en él, requirieron una señal:

“¿Qué señal, pues, haces tú, para que veamos, y te creamos? ¿Qué obra haces?” (v. 30).

Hay una evidente mala intención en esta petición: ya habían sido testigos de la alimentación de los 5,000 y ellos mismos habían sido alimentados. Pero esta es una característica del incrédulo: nunca está satisfecho. A pesar de todas las pruebas de autoridad que el Señor había dado, los escribas y los fariseos pidieron más señales (Mateo 12:38; Marcos 8:11; Lucas 11:16). Sus interrogadores entonces mencionan el hecho en que se dio el maná en el desierto y lo califican como “el pan del cielo.”

 

¿Qué señal, pues, haces tú?

La pregunta del v. 30 revela lo superficial de su pensamiento porque ¿qué nueva señal esperaban más allá de la alimentación de una multitud con recursos insignificantes? Pero ¿cómo podían ellos pedir “una señal” cuando muchos de ellos mismos apenas un día antes habían presenciado una “señal” como nunca había sido concedida a los hombres; cuando después de presenciarla, se motivaron y pretendieron hacerlo rey; cuando le habían seguido de una parte del lago a otra. Pese a todas estas cosas exigían una “señal”.

La referencia al “maná en el desierto” (v. 31) da la clave de como funcionaban sus mentes. Probablemente estaban pensando que aquella provisión era superior a la que Jesús les había dado, quizás en razón de su cantidad. Su concepto de señal parece haber estado limitado a la reproducción de la experiencia de los israelitas en el desierto. En realidad esperaban que el Mesías hiciera cosas mucho más impresionantes que Moisés. Insinuando la inferioridad del milagro de Cristo, de los panes, con respecto a los de Moisés, querían decir: “Cuando Moisés reclamaba la confianza de los padres, ‘El les dio pan del cielo a comer’ no solo para unos miles de personas, sino para cientos de miles, y no una sola vez, sino diariamente durante su viaje por el desierto”.

Estaban buscando el pan del cielo en el lugar equivocado. No era un maná nuevo, era aquel que vino del cielo para dar vida, no solamente a Israel sino “al mundo” (v. 33). Esto lleva a Jesús a decir:

“Yo soy el pan de vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás.” (Juan 6:35)

 

El maná

El regalo de maná del cielo en el Antiguo Testamento (Exodo 16:13-36) es muy importante como parte del contexto de este pasaje del Evangelio de Juan.

La expresión en hebreo significa ¿Qué es esto? (Éxodo 16:15). Es esa pregunta de dónde proviene el nombre de la sustancia. El maná fue el principal alimento de los israelitas durante los cuarenta años de peregrinación por el desierto. En señal de desprecio, los mismos israelitas llamaron al maná “pan liviano” (Números 21:5). El apóstol Pablo lo denominó “alimento espiritual” (1 Corintios10:3) por su origen divino y por su significado como un prototipo del Cristo.
Jesús se identificó como “el verdadero pan del cielo… el pan de vida” (Juan 6:25–69). También prometió que «el que venciere» se alimentará de este “maná escondido”, la misma vida espiritual del Redentor (Apocalipsis 2:17).

Todo israelita tenía que buscar el maná cada mañana, en cantidad suficiente, tomándose simplemente el trabajo de recoger esta dádiva enviada desde lo Alto. De la misma manera, todo creyente busca en Cristo su alimento diariamente antes de realizar cualquier actividad.

Realice una descripción del maná según lo que indican los textos citados (Éxodo 16; Números 11):
Forma

 

Color

 

Sabor

 

Características

 

Preparación

 

¿Qué más?

 

Una prefiguración

No pasemos por alto el hecho de que son los judíos los que primero se refieren al “pan del cielo,” indicando con esto que la alimentación de la multitud les había recordado la provisión del maná en el pasado. Además, como hemos visto, Jesús había dirigido su atención al pan. Es este el tema que el Señor lo desarrolla.

Él les recuerda que el maná no fue dado por Moisés sino por su Padre. Luego él evoca el pasado hasta llegar al presente:

“mas mi Padre os da el verdadero pan del cielo” y “el verdadero pan… da vida al mundo” (vs. 32-33).

Hasta este punto nos hemos enfocado sobre lo que ocurre en sus experiencias y dejaremos atrás el tema del maná. El origen de este pan vivificador es claro: viene del cielo. Ahora se establece un contraste vital con el maná. Jesús habla acerca de “el pan verdadero.” El contraste no está entre lo verdadero y lo falso sino entre la imagen y la realidad. El maná fue una prefiguración de la verdad y el incorruptible pan que el Señor puede proveer. Aquí es necesario referirse a dos situaciones: como la mujer en el pozo, en respuesta al reclamo del Señor, pidió el agua de vida (Juan 4:15), ahora también los judíos piden el pan vivificador mencionado por el Señor.

En cuanto al concepto de “descender del cielo,” los judíos mismo habían dado la llave cuando hablaron del maná descendido del cielo (Juan 6:31). Supieron a fondo que el maná literalmente no había descendido del cielo sino que su origen fue sobrenatural, concedido por el Señor Dios en respuesta a las necesidades de sus antepasados.

El Señor había usado el mismo modismo bíblico cuando preguntó a los judíos: “El bautismo de Juan, ¿de dónde era? ¿del cielo, ó de los hombres?” (Mateo 21:25). En el griego, “del cielo” se traduce ek ouranou, la expresión de toda importancia que rastreamos en el Nuevo Testamento y tiene sus raíces en el Antiguo Testamento (LXX). En contra de eso está eks anthrõpõn, “el hombre.”

La anterior expresión establece el origen celestial del bautismo de Juan. Afirmar que el bautismo literalmente no descendió del cielo es cuestionar lo obvio. El proceso entero en el cual Juan estaba involucrado fue puesto en movimiento por la palabra de Dios que vino a él en el desierto. Deberíamos notar como Lucas se refiere al hecho de que Dios envió Su palabra a Juan con su predicación de “el bautismo del arrepentimiento” (Lucas 3:3).

La llave para entender conceptos bíblicos es tomar nota de ellos en otros contextos en donde el significado no represente ninguna dificultad. Esto tiene una aplicación especial para el concepto que ahora estamos trabajando.

 

Enviar y descender

Jesús declara frecuentemente que él ha sido “enviado por Dios”. Juan el Bautista también fue “enviado por Dios”, lo que no significa que él pre-existió a su nacimiento (Juan 1:6). Los profetas en general son “enviados” por Dios (Jueces 6:8; Miqueas 6:4), y los mismos discípulos han de ser “enviados” así como fue “enviado” Jesús (Juan 17:18).

“Viniendo del cielo” no implica una existencia previa, más aún, que “la carne de Jesús que es el pan que descendió del cielo” bajó literalmente del cielo (Juan 6:50, 51). Nicodemo reconoció que Jesús había “venido de Dios” (Juan 3:2), pero no pensó de él como alguien pre-existente. Igualmente, cuando los judíos hablaron del profeta “que había de venir al mundo” (Juan 6:14; Deuteronomio 18:15-18), no quisieron decir que él estuvo vivo antes de su nacimiento. Santiago 1:17 afirma que “toda buena dádiva desciende de lo alto, del Padre de las luces”. “Desciende del cielo” es la misma manera gráfica de Jesús y de los judíos de describir el origen divino, el cual ciertamente perteneció a Jesús a través de la virgen María.

La siguiente referencia y otras parecidas se tergiversan para apoyar la errónea idea de que Jesús existió físicamente en el cielo antes de su nacimiento en la tierra.

“El pan de Dios es aquel que descendió del cielo y da vida al mundo… He descendido del cielo” (Juan 6:33, 38).

Sin embargo, se deben tener en cuenta los siguientes puntos :

  1. Los trinitarios toman estas palabras en forma literal a fin de probar su creencia. Sin embargo, si hemos de tomarlas literalmente, esto puede determinar que de algún modo Jesús bajó realmente como una persona. No solo que la Biblia no dice absolutamente nada de esto sino que el hecho acerca de que Jesús fue concebido como un bebé en el vientre de María pierde todo significado. Juan 6:60 describe la enseñanza acerca del maná diciendo, “¿quién lo puede aceptar?” (es decir, necesitamos entender que se está usando lenguaje figurado).
  2. En Juan 6, Jesús explica que el maná era una figura de a él. El maná fue enviado por Dios y esto debe interpretarse en el sentido de que Dios era responsable de crearlo en la tierra; no bajó volando desde el trono de Dios en el cielo. De modo que la venida de Cristo desde el cielo se ha de entender de igual manera; él fue creado en la tierra por medio de la acción del Espíritu Santo en el vientre de María (Lucas 1:35).
  3. Jesús dice que “el pan que yo daré es mi carne” (Juan 6:51). Los trinitarios afirman que fue la parte ‘Dios’ de Jesús lo que descendió del cielo. Pero Jesús dice que el pan que descendió del cielo fue su “carne”. Asimismo, Jesús relaciona el pan del cielo consigo mismo como el “Hijo del Hombre” (Juan 6:53), no como ‘Dios el Hijo’.
  4. En este mismo pasaje de Juan 6 hay abundantes datos que evidencian que Jesús no fue igual a Dios. La frase “me envió el Padre viviente” (Juan 6:57) difícilmente es la ‘co-eternidad’ de la cual hablan los trinitarios.
  5. Debe preguntarse: ¿Cuándo y cómo Jesús ‘descendió’ del cielo? Los trinitarios usan estos versículos de Juan 6 para ‘probar’ que Jesús descendió del cielo para su nacimiento. Pero Jesús se describe a sí mismo como “aquel que descendió del cielo” (vs. 33, 50), como si fuera un proceso en marcha. Hablando del don de Dios recibido, Cristo dijo: “Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo” (Biblia de Jerusalén). Al mismo tiempo que expresaba estas palabras, el ya había ‘descendido’ en el sentido de que había sido enviado por Dios.

Debido a esto también podía hablar en tiempo pasado: “Yo soy el pan vivo que descendió del cielo” (v. 51). Pero él también habla acerca de ‘descender’ como el pan del cielo en la forma de su muerte en la cruz: “El pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo” (v. 51).

De modo que aquí tenemos a Jesús hablando de que ya “descendió” del cielo, de que está en proceso de ‘descender’, y de que aún tenía que ‘descender’ por su muerte en la cruz. Tan sólo este hecho debería probar que ese ‘descenso’ se refiere a Dios manifestándose a sí mismo, y no sólo al nacimiento de Cristo. Esto queda claramente demostrado en todas las referencias del Antiguo Testamento acerca de que Dios ‘descendería’, las cuales tienen este mismo significado. Es decir, Dios vio la aflicción de su pueblo en Egipto y ‘descendió’ para salvarlos por medio de Moisés. Él ha visto nuestra servidumbre al pecado y ha ‘descendido’ o se ha manifestado a sí mismo, enviando a Jesús como el equivalente de Moisés, para sacarnos de esa servidumbre.

“Yo soy el pan de vida” – Juan 6:35, 48 –

El v. 35 registra el primero de los grandes “Yo soy” de Jesús, y los versículos siguientes (35–51) son una extensión del comentario al respecto. Es una respuesta directa a la demanda de pan realizada por la gente, porque era necesario que entendieran que Jesús estaba hablando de pan espiritual y no físico.

El significado de la frase “pan de vida” es el de un pan que da vida, pero ese pan sólo lo pueden obtener aquellos que creen en Jesús, una condición que no habían cumplido sus oyentes (v. 36). Si la misión de Jesús dependía de la fe del pueblo, ¿no sugiere esto un fracaso? El v. 37 da la respuesta. El resultado final está en las manos del Padre. “El que a mí viene” muestra un énfasis en la respuesta individual. La firme declaración “jamás lo echaré fuera” debe entenderse como una promesa de que Jesús lo preservará. No hay posibilidad de un desacuerdo entre el Padre y el Hijo como muestran los vs. 38-39. Lo que el Padre da, el Hijo lo recibirá: …”que yo no pierda nada”.

El pan sostiene la vida. Pero ¿qué es la vida? ¿Es mera existencia física? La Biblia dice que sí. Pero la nueva vida a la que alude el Cristo es diferente. Es la nueva relación que tenemos con Dios. Esa relación solo es posible por medio de Jesucristo. Sin Cristo hay existencia pero no vida. En Jesús tenemos el “alimento” que da vida.

Aunque las palabras «Yo soy» pueden no ser profundas por sí mismas, la manera en que se formulan en Juan a veces provoca una reacción extraña en aquellos a los que hablaba Jesús. Por eso concluimos que una lectura cuidadosa del Evangelio de Juan revela que Jesús usa «Yo soy» de tres maneras distintas:

  1. La frase con un predicado:
    Juan 6:35 «Yo soy el pan de vida».
    Juan 6:41 «Yo soy el pan que descendió del cielo».
    Juan 8:12 «Yo soy la luz del mundo».
    Juan 10:7 «Yo soy la puerta de las ovejas».
  2. La frase con un predicado implicado y traducida generalmente por «el»:
    Juan 4:26 «Yo soy, el que habla contigo».
  3. La frase que tiene un sentido gramatical absoluto:
    Juan 8:58 «…antes que Abraham fuese, yo soy».
    Juan 13:19 «… creáis que yo soy».

Sin duda alguna, estas afirmaciones tienen la finalidad de dirigir a los oyentes hacia las solemnes declaraciones del nombre divino de Jehová formuladas a Moisés y a los profetas del Antiguo Testamento. Por eso nos referimos otra vez a la manifestación de un ángel a Moisés en una llama de fuego en medio de una zarza (Éxodo 3). En esta frase, en el tiempo presente, tenemos una afirmación de la constancia, la fidelidad y la permanencia del Dios que adoramos.

Las cuatro afirmaciones “he descendido del cielo”, “el pan que desciende del cielo”, “el pan vivo que descendió del cielo” y “el pan que descendió del cielo” (Juan 6:38, 50, 51, 58) significan que Jesús viene con una misión, con un mensaje y con la autoridad de Dios.

Se nota una sucesión:

v. 26 pan

v. 32 pan del cielo

v. 33 pan de Dios

vs. 35, 48 pan de vida

v. 51 Yo soy el pan vivo

 

Las murmuraciones en contra

Cuando el Señor oyó las murmuraciones en contra suya (Juan 6:43) declaró que fue Dios el que trajo hombres para él:

“Ninguno puede venir a mí, si el Padre que me envió no le trajere” (v. 44).

Una vez más Jesús pone en claro que él es el mediador entre Dios y los hombres. Las Sagradas Escrituras son precisas en el hecho de que la creación y todo lo que contiene es de Dios:

“¿O quién le dio a él primero, para que le fuese recompensado? Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén” (Romanos 11:35-36).

Dios atrae a los hombres para que vengan a él y a Su Hijo de diferentes formas, y el testimonio de la naturaleza, los milagros, la profecía cumplida a cabalidad, las circunstancias únicas del nacimiento de Jesús son de Dios. Sin él nada tendría existencia (Juan 1:3). Nuestras metas más nobles y nuestros deseos se derivan de Dios. Nehemías comprendió esto cuando él nos informa del caritativo propósito que Dios había puesto en su corazón (Nehemías 2:12; 7:5). Este tipo de hombres que por el Padre van al Hijo de Dios es para permitirle al Hijo levantar a sus seguidores en el día final.

 

La unión entre el Padre y el Hijo

La unión entre el Padre y el Hijo se ve asombrosamente en Juan 6:45:

“Escrito está en los profetas: Y serán todos enseñados por Dios. Así que, todo aquel que oyó al Padre, y aprendió de él, viene a mí”

La cita del Señor está en Isaías 54:13, un capítulo que habla de la futura gloria de Jerusalén. Allí el rey será indudablemente el Señor Jesús. Sus seguidores estarán ayudándole en su gobierno (Isaías 32:1). Los seguidores del Señor están siendo recogidos y preparados en esta época actual y cuando ellos dan testimonio de que el Padre ha dado al Hijo, están de este modo siendo enseñados por Dios.

El Señor mismo declaró a los once: “El que no me ama, no guarda mis palabras; y la palabra que habéis oído no es mía, sino del Padre que me envió” (Juan 14:24). Así que la respuesta al llamado de Dios no puede ser separada de nuestra respuesta a la enseñanza de Cristo y su persona. Deberíamos notar que no es suficiente solo oír; debemos aprender.

Muchos oyeron las palabras del Señor en la sinagoga pero, por su actitud, no aprendían y de esa forma estaban muriendo en su ignorancia y en sus pecados.

En el siguiente versículo (v. 46) aparece una expresión desconectada pero que nos subraya eficazmente la forma de ver a Dios a través de su Hijo, que es el mediador de nosotros. Lo que se afirma aquí se toma del pensamiento de Juan 1:18:

“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno de el Padre, él le ha dado a conocer.”

La imagen de Dios fue tan personificada en el histórico Jesús de Nazaret que contemplarlo a él, con ojos de fe, resultó lo mismo que ver al Padre (Juan 14:9).

 

Comer y beber

En la sección que abarcan los versículos 47 al 51, el gran tema de vida eterna continúa (v. 27) y su relación con la fe es reafirmada: “El que cree en mí, tiene vida eterna” (v. 47). Pero ¿cómo se manifiesta esa fe? Otra vez el Señor declara que él es el pan de vida y procede a demostrar como eso es cierto. Sus oidores estaban muy orgullosos de sus orígenes y la Pascua recientemente celebrada, recordando las experiencias de sus antepasados en el desierto, los estimulaba. El aparecimiento del maná fue un acontecimiento bastante significativo. Ciertamente fue dado por Dios pero quienes lo comieron con el pasar del tiempo murieron (v. 49).

Pero ahora, en su tiempo, Jesús les habla del otro “maná.” Este también había descendido del cielo y los hombres que lo comieran no morirían. Sin embargo, la muerte física es la experiencia común de los seguidores del Señor, pero no es el final; así pues el énfasis en la resurrección.

El Señor pensó que su significado no debería estar perdido. En sus palabras, las mismas verdades fundamentales son afirmadas y reafirmadas. Una vez más él declara ser el pan vivo que ha descendido del cielo, superior al maná dado en el desierto, porque si un hombre come de este pan vivirá para siempre. Hay una sorprendente declaración adicional al final de este versículo:

“Y el pan que yo daré es mi carne, la cual yo daré por la vida del mundo.”

Podemos imaginar con facilidad el asombro inicial de sus oyentes. El término “carne” fue inesperado, pero se derivó directamente de la declaración de que Jesús fue el pan del cielo. Su persona fue humana, auténticamente carne y sangre.

La reacción de su audiencia fue predecible: las verdades pronunciadas fueron simples, en un sentido, pero dieron la apariencia de ser ultrajantes. Esa percepción de afrenta se ve en el siguiente versículo: “Entonces los judíos contendían entre sí, diciendo: ¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Estaban confrontando un dilema que no se resolvía fácilmente sino a través del ejercicio de fe y paciencia.

¡El Señor no se detuvo allí sino que se indignó mucho más declarando que no solamente deben comer su carne, sino que también beber su sangre! (v. 53). Ninguna frase fue tan eficaz para turbarles la razón a los judíos ortodoxos que este pronunciamiento. Superficialmente pareció contradecir el mandamiento solemne dado a los hijos de Israel:

“Estatuto perpetuo por vuestras edades; en todas vuestras moradas, ningún sebo ni ninguna sangre comeréis.” (Levítico 3:17).

Notemos también la siguiente severa instrucción:

«Si cualquier hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que habitan entre ellos, come alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que coma sangre, y la eliminaré de su pueblo, porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas (personas), pues la misma sangre es la que hace expiación por la persona. (Levítico 17:10-11)

El dilema de los judíos es obvio: ¡Este hombre de Nazaret no solamente les estaba diciendo que bebieran sangre, y no cualquier sangre sino sangre humana y encima de eso la de él! A la vez, habla de sí mismo, insistentemente, como el pan que ha descendido del cielo.

El simbolismo del pan es complejo, pero muestra claramente que Jesús es el que satisface nuestras necesidades más profundas.

“Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Si no coméis la carne del Hijo del Hombre y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. 54El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el día final.” (Juan 6:53-54)

Esta es la palabra más dura que hasta ahora haya pronunciado en sus oídos. Ellos preguntaron cómo sería posible comer su carne. El contestó con gran solemnidad: “Es indispensable”. Pero aun aquí el oyente pensador podría hallar algo que suavizara la dureza. El dice que ellos no sólo tienen que “comer su carne” sino también “beber su sangre”, lo que no podría sino sugerir la idea de su muerte.

Pero para los judíos es repugnante beber sangre. Usó intencionadamente una fraseología que iba a ofender a los oyentes insinceros y melindrosos. Así puso a prueba y reveló los caracteres y motivos de los hombres. La Ley dice:

“Si cualquier hombre de la casa de Israel, o de los extranjeros que habitan entre ellos, come alguna sangre, yo pondré mi rostro contra la persona que coma sangre, y la eliminaré de su pueblo, 11porque la vida de la carne en la sangre está, y yo os la he dado para hacer expiación sobre el altar por vuestras almas, pues la misma sangre es la que hace expiación por la persona.” (Levítico 17:10-11; Génesis 9:4; Deuteronomio 15:23)

Sin embargo Jesús había dicho cuatro veces (vs. 53-56) que la verdadera vida viene de comer su carne y beber su sangre. La carne de Jesús era Su completa humanidad. En Su carne y sangre el pecado fue vencido. En Su carne y sangre la justicia salió triunfante. En Su resurrección, carne y sangre llegaron a ser trasformadas en la naturaleza divina. Cuando Jesús dijo que tenemos que comer Su carne y beber Su sangre quería decir que tenemos que recibir Su vida en lo más íntimo de la nuestra. Es con razón que Pablo dice a los filipenses: “Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús.” (Filipenses 2:5).

Hemos visto como se ofendieron los judíos al oír al Señor afirmar que una de las condiciones para obtener la vida eterna era comer su carne y beber su sangre (Juan 6:53-56). Pero el Señor reconoce aquí, como invariablemente lo hace, que él no actúa en forma independiente. Todo es derivado de su Padre: “Como me envió el Padre viviente, y yo vivo por el Padre, asimismo el que me come, él también vivirá por mí” (v. 57).

“El Padre viviente.” Que elocuente es esta simple declaración, profundamente verdadera. Aquí vemos un contraste entre los “ídolos mudos” de los cuales hubieron muchos en el mundo Griego Romano y el Dios viviente (1 Corintios 8:5-6). El Dios de la Biblia es “el manantial de la vida” (Salmo 36:9), y Jesús había llegado a ser una fuente de vida porque su Padre le había otorgado esa autoridad. Así es y fue que el que coma del Hijo de Dios deriva vida para si mismo: “Porque como el Padre tiene vida en sí mismo, así también ha dado al Hijo el tener vida en sí mismo” (Juan 5:26).

La sección de Juan 6 en estudio concluye con el Señor revirtiéndose en la figura del pan: “Este es el pan que descendió del cielo (griego: eks ouranou): no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente” (v. 58). Por lo tanto, la sección concluye de la misma manera como comenzó: con la declaración de superioridad del Señor sobre el maná en el desierto.

Ya hemos visto en el versículo 24 que el Señor está en Capernaúm. Ahora se nos dice que él está en “la sinagoga” en Capernaúm (v. 59). ¿Por qué esta pausa en el libro y este detalle? Puede ser que el Señor da a su audiencia tiempo para asimilar sus palabras. Quizá, también, el volumen del ruido causado por la disensión obliga al Señor a hacer una pausa. Juan, quien ha estado oyendo atentamente hasta ahora, en este punto menciona que están en la sinagoga de Capernaúm. Recordándonos así del trasfondo terrenal de las palabras de vida eterna.

Así es que probablemente cuando el ruido disminuyó, el Señor continúa dando a sus seguidores una prueba más. “¿Esto os ofende? ¿Pues qué, si viereis al Hijo del Hombre subir adonde estaba primero?” (v. 62; compárelo con capitulo 3:31). Notamos que en el mismo versículo el Señor se refiere a sí mismo como “el Hijo del Hombre,” asegurando otra vez su esencia humana.
Él entonces da una declaración que es la llave para la comprensión de su enseñanza:

“El espíritu es el que da vida; la carne para nada aprovecha; las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida” (v. 63).

Anteriormente se nos dice que Dios es “espíritu” (vea Juan 4:24). Y en este lugar, el espíritu hablando a través de Jesús, provee las palabras que traen vida. El propósito entero del Señor Jesús, aquí como en otras partes, es brindar la enseñanza que conduce a la vida eterna.

 

La reacción de la gente

¿Qué pasó después de recibir estas enseñanzas de Jesús?

Juan 6:60. “Al oir esto, muchos de sus discípulos dijeron: Dura es esta palabra; ¿quién la puede oir?”

Juan 6:66. “Desde entonces muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él.”

Las protestas de muchos de los discípulos (vs. 60- 61) muestran que la palabra “discípulo” es usada aquí en un sentido general para los seguidores marginales de Jesús. No eran verdaderos creyentes porque les resultaba duro aceptar aquella doctrina (v. 60).

Durante sus enseñanzas, Jesús puso a prueba y reveló los caracteres y motivos de los hombres. La aparente dureza y oscuridad de sus dichos sirvieron para librarle de aquellos seguidores que no tenían un espíritu dispuesto a aprender y que no estaban decididos a mirar más allá de la superficialidad de las cosas.

Es cierto que unas personas rechazaron la Palabra de Dios. Es como los pedazos de pan que cayeron sobre la tierra durante la alimentación de los cinco mil. Hay que digerir completamente las enseñanzas de Jesús. Su ministerio resultó en vergüenza, rechazo y muerte. Su carne fue dada para la vida del mundo. Descubrimos el paralelismo dentro de Juan 6 y el Salmo 78.

Salmo 78 Juan 6
vs. 7, 32 las obras de Dios vs. 28-29 …las obras de Dios
vs. 8-9 ni cuyo espíritu fue fiel para con Dios…volvieron las espaldas en el día de la batalla. v. 66 …muchos de sus discípulos volvieron atrás y ya no andaban con él.
v. 11 …se olvidaron de sus obras y de sus maravillas v. 26 …me buscáis, no porque habéis visto las señales,
vs. 18-19 …pidiendo comida a su gusto…¿Podrá poner mesa en el desierto? vs. 30-31 ….¿Qué señal, pues, haces tú …Nuestros padres comieron el maná en el desierto
v. 20 …¿Podrá dar también pan? ¿Dispondrá carne para su pueblo?». vs. 35,52 …Yo soy el pan de vida… ¿Cómo puede este darnos a comer su carne?
v. 22 …no le habían creído ni habían confiado en su salvación. v. 36 …aunque me habéis visto, no creéis
v. 23 …abrió las puertas de los cielos v. 33 …es aquel que descendió del cielo
vs. 24-25 …maná…les dio trigo de los cielos. vs. 31-32 Maná…el verdadero pan del cielo
v. 29 …Comieron y se saciaron; v. 26 …porque comisteis y os saciasteis
v. 31 …cuando vino sobre ellos el furor de Dios, v. 49 Vuestros padres…murieron.
vs. 36-37 …con su lengua le mentían…sus corazones no eran rectos con él v. 34 …Señor, danos siempre este pan.
v. 39 Se acordó de que eran carne, soplo que va y no vuelve. v. 63…la carne para nada aprovecha. Las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida.
v. 41 Y volvían, y tentaban a Dios, y provocaban al Santo de Israel. v. 66 …muchos de sus discípulos se volvieron atrás
vs. 56-72 Una parábola David escogido e Israel rechazado v. 69…el Hijo del Dios viviente.

La conmemoración

Las palabras dichas en la sinagoga aparentemente están indicando la necesidad de comer la carne y beber la sangre de nuestro Señor, mirando hacia el establecimiento del partimiento del pan. Esta es la conmemoración del sacrificio humano que hizo el Señor, no olvidando que estamos participando de los símbolos de carne y hueso. El Señor resucitado fue carne y hueso. No hay mención de sangre, pues la sangre fue derramada indicando la capitulación de la vida. En el caso del Señor, como en el nuestro, la vida estaba en la sangre. Sin embargo, por las asociaciones de su muerte, su sangre fue “preciosa,” como Pedro tan conmovedoramente brindó testimonio (1 Pedro 1:19).

Este mismo pasaje habla “como de cordero sin mancha” y establece un enlace con la Pascua. Esto necesita ser explorado ya que nos ayuda a entender algunas de las palabras más difíciles de Juan 6. Recordemos que Juan es el único de los cuatro evangelistas que escribe que fue la época de la Pascua (Juan 6:4). La primera Pascua fue asociada con la liberación de los israelitas en Egipto. Ellos recibieron la orden de escoger un cordero sin mancha (Éxodo 12:5). Notamos que se les dijo que “comerán la carne” (Éxodo 12: 8), palabras que anticipan lo que dice Juan 6:53:

“Si no coméis la carne del Hijo del Hombre…”

Sin embargo, en el libro de Éxodo no se menciona el hecho de beber la sangre del cordero. Sirvió para otro propósito, siendo rociada en los dos postes del costado y el dintel de cada morada, aseguró que el ángel de muerte no pase por ese grupo familiar. Salvados así, por la misericordia de Dios, la liberación de los israelitas fue una muerte temporal, pues murieron en el desierto. El primer cordero de la Pascua no fue sacrificado para dar vida eterna: la vida estaba en la sangre y a los Israelitas se les prohibió estrictamente beberla. Así la liberación por la Pascua fue solo un símbolo asociado con la muerte del Señor. En este sacrificio, en cambio, podemos beber la sangre del Señor Jesús y tener acceso a la vida eterna, que se relaciona con ella. Otra vez recurrimos a Hebreos 10 y notamos la mención de la sangre del Señor (v. 19) y su carne (en v. 20).

Todo esto presenta un trasfondo en las palabras de Jesús registradas en Juan 6. La misma vida de nuestro Señor debe pasar a ser parte de nosotros, de otra manera pereceremos. Nadie entendió las verdades enunciadas en la sinagoga de Capernaúm mejor que Pablo. Él mismo se refiere al sacrificio de nuestro Señor con lo que sucedió en Egipto cuando declara: “Porque Cristo, nuestro Cordero pascual, ya ha sido sacrificado” (1 Corintios 5:7). Si alguien fue sustentado por el Señor fue precisamente Pablo, para quién vivir fue Cristo (Filipenses 1:21). Nuestra esperanza es comprender, en nuestra parte final, el concepto del pan del cielo, mirando los registros de los primeros libros del Evangelio.

 

Una paradoja

A pesar de que el mismo Pedro reconoció valerosamente que tuvo dificultad para entender el significado de lo que el Señor dijo, el propio apóstol admitió que Jesús habló palabras de vida eterna (v. 68). A los que acogen la enseñanza del Señor y se esfuerzan en hacerle su forma de vida, se los puede considerar que “no son engendrados de sangre, ni de voluntad de carne, ni de voluntad de varón, sino de Dios” (Juan 1:13).

Precisamente la declaración del Señor en v. 63, haciendo la distinción entre espíritu y carne, contiene una paradoja: aquí hay un maestro que ha manifestado que a menos que nosotros comamos su carne y bebamos su sangre, hallaremos esperanza de vida. Ahora él declara que la carne no beneficia en nada. ¿Cómo resolvemos esta paradoja?

Primero notamos que “la carne” denota nuestra naturaleza humana y lo que la caracteriza. Así leemos: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne…” (Génesis 6:3). Pero la carne es una característica permanente de nuestra persona. La carne y la sangre no pueden heredar inmortalidad (vea las palabras de Pablo en 1 Corintios 15:50), pero después de que el Señor resucitó de entre los muertos y quiso demostrar la realidad de su resurrección, él dijo a los apóstoles: “Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo” (Lucas 24:39). Percibimos de esto que la carne del Señor había sobrevivido a la experiencia de la muerte y fue así una característica permanente en él.

Ahora revisemos la gran profecía que habló de la resurrección del Señor. El Salmista predijo: “Se alegró por tanto mi corazón, y se gozó mi alma; Mi carne también reposará confiadamente” (Salmo 16:9, vea también v. 10). El pasaje contiene una anticipación notable de la naturaleza de la resurrección del Señor. Aunque la carne del Señor fue físicamente idéntica a la nuestra, hubo una diferencia fundamental entre Jesús y nosotros. Fue esta distinción la que le permitió decir que comiendo su carne y bebiendo su sangre los hombres tienen acceso a la vida eterna: “Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Fue el único caso en que tenemos una persona adulta, mortal que no se volvió impura por la transgresión. De Hebreos 10:5, 7 aprendemos: “Sacrificio y ofrenda no quisiste; Mas me preparaste cuerpo…” y diciendo luego: “He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad…” En esa voluntad somos santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez y para siempre” (vs. 5, 8, 10). El pasaje va al corazón de la expiación. La palabra “voluntad” nos recuerda Getsemaní con su angustia: “Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú” (Mateo 26:39). Fue así, por la obediencia total a la voluntad del Padre (vea Filipenses 2:8) que el Señor llegó a ser un sacrificio para los pecados.

…y finalmente

Jesús dijo a los doce: “¿Queréis acaso iros también vosotros?”

Le respondió Simón Pedro: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna.”

¿A dónde vamos, hermanos? Es mejor escoger el estar siempre al lado del Señor, ¿verdad?

 

Digresión número 1: El partimiento de pan

Se usa con el sentido de la celebración de Cena del Señor en Hechos 2:42, 46; en memoria del Señor como El lo dejó establecido antes de Su partida. (Mateo 26:26; Marcos 14:22, Lucas 22:19-20, 1 Corintios 11:24)

La reunión semanal para participar en el partimiento de pan y vino es el centro de nuestra expresión de compañerismo en Cristo Jesús. Es fundamentalmente un acto de recordación. Nada mágico sucede como resultado de su realización. Se lo puede considerar como el equivalente de la fiesta de la Pascua bajo la Ley de Moisés (Lucas 22:15; 1 Corintios 5:7, 8). Este fue un medio para recordar la gran liberación de Egipto que Dios realizó por medio de Moisés en el mar Rojo.

  • El pan representa el cuerpo de Cristo, que fue ofrecido en la cruz.
  • El vino representa su sangre (1 Corintios 11:23-27).
  • El pan y el vino no se convierten físicamente en el cuerpo y la sangre de Jesús. Cuando Jesús dijo “esto es mi cuerpo” (Mateo 26:26), el Mesías estaba diciendo que esto representa a su cuerpo.
  • El pan nos habla de la victoria de Cristo, quien participó de nuestra naturaleza
  • El vino nos habla de la ofrenda completa y libre de su vida. Esta copa de sufrimiento y muerte llega a ser la copa de gozo y salvación para nosotros. (Hebreos 10:7-10)

Cuando los hermanos participan de un pan esto demuestra la unidad entre ellos, en idéntica forma como el cuerpo de Cristo. La copa nos indica la relación existente entre el Cristo y la vid verdadera. Somos muchos los pámpanos pero todos pertenecemos a una misma rama. El creyente toma parte de este hecho de recordar que es uno con Cristo y sus hermanos. Hermandad es unidad.

El servicio del partimiento del pan nos transporta al pasado, a nuestra salvación del pecado por medio de Cristo, que fue hecha posible en la cruz y con la cual estamos relacionados a través del bautismo. Cumplir este mandamiento debería ser algo que espontáneamente quisiéramos hacer.

El partimiento del pan nos transporta al futuro también porque Jesús habló del reino de Dios venidero (Lucas 22:14-30).

Si tenemos una verdadera relación personal con Cristo, desearemos recordar su sacrificio, como él lo ha pedido, y, por consiguiente, esforzarnos por mantener en la memoria la gran salvación que Él logró. Tomar los emblemas del sufrimiento y sacrificio de Cristo es el más alto honor que un hombre o mujer puede tener.

Los Cristadelfianos tenemos, como la base de nuestro compañerismo, una fe común y una manera de vivir común. Por eso no ofrecemos el pan y el vino a cualquier persona. La hermandad no es una hermandad en general sino que tiene un significado mucho más precioso.

 

Digresión número 2: Pasajes bíblicos del Evangelio de Juan que dan lugar a la idea de la ‘pre-existencia’ personal de Jesucristo en el cielo.

Frases con respecto a su origen paterno

“De él procedo…”, “he salido…” Juan 7:29; 8:14, 42; 13:3; 16:27, 28, 30; 17:8.

“Pero tú Belén Efrata, tan pequeña entre las familias de Judá, de ti ha de salir el que será Señor en Israel; sus orígenes se remontan al inicio de los tiempos, a los días de la eternidad.” Miqueas 5:2

En contraste con los gobernantes aprovechadores de Israel (3:1–4), el Mesías me saldrá (eso es para ventaja de Dios, no para la suya propia). La referencia velada a las raíces históricas del Mesías, mediante las alusiones a Isaí (Padre de David, era de la tribu de Judá y vivía en Belén – 1 Samuel 16:1 -). Se revela al fin del versículo: cuyo origen es antiguo, “desde los días de la eternidad”. Días de la eternidad también puede traducirse “desde tiempos antiguos”, lo cual lo referiría a los tiempos de Isaí. En hebreo, “desde los días de la eternidad” significa desde “los tiempos más remotos” cuando se usa con referencia a algún evento histórico. En cambio, cuando se usa en relación con Dios, que existía antes de la creación, eternidad es una traducción apropiada. La adición de días muestra que esta es una referencia histórica.

Estas referencias son del nacimiento y el origen de Cristo, no de su ‘pre-existencia’ personal en el cielo.

Frases con respecto al encargo profético de un individuo

“…enviar…” Juan 3:17; 4:34; 5:36; 6:29; 8:18; 12:44;14:24

“Yo envío mi mensajero para que prepare el camino delante de mí…” Malaquías 3:1.

“Me dijo: Hijo de Hombre, yo te envío a los hijos de Israel…” Ezequiel 2:3.

“Me dijo Jehová: No digas: “Soy un muchacho”, porque a todo lo que te envíe irás, y dirás todo lo que te mande.” Jeremías 1:7.

“Hubo un hombre enviado por Dios, el cual se llamaba Juan…” Juan 1:6.

Los profetas son enviados por Dios. Por eso, no se puede inferir la ‘pre-existencia’ personal de Cristo con el uso de la palabra ‘enviar’.

Frases con respecto a la liberación

(a) “…descendió del cielo…” Juan 3:13; 6:33, 38, 41, 42, 50, 51, 58

“Nadie subió al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del Hombre, que está en el cielo.” Juan 3:13. Las palabras ‘subir’ y ‘descender’ se encuentran en la misma frase. Por eso se dice que es una prueba de la ‘pre-existencia’ de Cristo. Nuestra respuesta es que “esto no es así.”. El texto nos enseña que, según lo anunciado por Moisés, Jesucristo es un profeta y libertador enviado por Dios. (Vea la página adjunta. Juan 3:1-21) Después de considerar las referencias de los acontecimientos en el desierto, no es una sorpresa encontrar una alusión al ‘nombre’ en Juan 3:18. El pueblo no creía en el nombre compartido por el Padre, el Hijo y también el Ángel de la presencia de Jehová.

(b) “…El que viene de arriba…” Juan 3:31;

Moisés fue invitado a subir el monte y permanecer allí por un período de cuarenta días y cuarenta noches (Éxodo 24:18). Posteriormente descendió del Monte con el testimonio y con la autoridad sobre todo Israel (Éxodo 31:18; 32:15). Asimismo Jesús vino de arriba con un testimonio (Juan 3:32). Testificaron lo que habían oído y visto (Éxodo 24:10). Cuando Moisés descendió del monte, el pueblo ya había construido el becerro de oro que representaba al ‘dios’ que les había sacado de Egipto (Éxodo 32:4, 8). De la misma forma vino Cristo para dar testimonio del Dios verdadero (Juan 3:33) pero fue rechazado por gran parte de su pueblo. Después de lo que había pasado con el becerro de oro, Moisés tuvo que subir el monte otra vez para pedir el perdón (Éxodo 32:30). Jesucristo subió al cielo luego de su resurrección para presentar su ‘expiación’ por los pecados del pueblo (Hebreos 2:17) o la ‘propiciación’ de nuestros pecados (Juan 20:17; Hebreos 9:23; 1 Juan 2:2; 4:10)

De estas referencias aprendemos sobre la gracia de Dios. En el Antiguo Testamento aparece de manera muy clara. Está manifestada en la obra de Jesucristo relatada en el Nuevo Testamento.

Frases con respecto a profecía cumplida

“He venido al mundo…” Juan 1:10; 3:19; 6:14; 9:39; 10:36; 11:27; 12:46; 16:28; 18:37.

“Entonces aquellos hombres, al ver la señal que Jesús había hecho, dijeron: Verdaderamente este es el Profeta que había de venir al mundo.” Juan 6:14.

Jesucristo vino al mundo en un momento clave en la historia de la humanidad. El Mesías estuvo ‘fuera’ del mundo antes de su nacimiento. Sin embargo, encontramos muchas profecías acerca del Mesías venidero en el Antiguo Testamento.

Aquí, la importancia está en el cumplimiento de las profecías no del dogma de la ‘pre-existencia’ personal de Cristo en el cielo.

La enseñanza que las palabras de Jesucristo son espíritu y son vida.

Reacciones a las enseñanzas de Jesucristo

“…¿Pues qué, si vierais al Hijo de Hombre subir a donde estaba primero?” Juan 6:62

Aquí encontramos la reacción de los discípulos a la enseñanza y obra de Jesús. Los pasajes (vs. 60, 61) muestran que la palabra “discípulo” es usada aquí en un sentido general para los seguidores marginales de Jesús. No eran verdaderos creyentes porque les resultaba duro aceptar aquella enseñanza (v. 60). Ni siquiera podían imaginar que alguien la aceptara. Jesús sabía cuál era su verdadera posición y procedió a aconsejarlos. Sabía que el dicho sobre la carne les había perturbado. La afirmación sobre el Hijo del Hombre ascendiendo (v. 62) implicaba que en ello habría una causa aun mayor para escandalizarse por la forma en que el Hijo del Hombre ascendería al cielo, ya que sería precedida por sufrimiento y muerte.

Pero no dice ‘al cielo’ sino ‘adonde estaba primero’. En el mismo capítulo leemos que Jesús subió a un monte y sobre la alimentación de los 5000 (6:1-15). En aquella ocasión los seguidores “…iban a venir para apoderarse de él y hacerlo rey…” (6:15). Uno o dos días más tarde Jesús dijo: “…de cierto os digo que me buscáis, no porque habéis visto las señales, sino porque comisteis el pan y os saciasteis.” (Juan 6:26).

La enseñanza no está en el dogma de la ‘pre-existencia’ personal de Jesucristo en el cielo. Es el mensaje del Señor que da vida, no la comida que perece. (Juan 6:26-27)

En todos los casos no se puede hallar el dogma de la ‘pre-existencia’ de la persona de Cristo en el cielo. Es mucho más instructivo para nuestros estudios bíblicos investigar los ‘tipos’ que vienen del Antiguo Testamento.

 

Desarrollo del estudio

  1. ¿Por qué la gente buscaba a Jesús? (vs. 22-26)
  2. ¿Qué significa trabajar por la comida? (vs. 27-29)
  3. ¿Cuál es la comida que perece y la que no perece? (v. 27)
  4. ¿Qué deben hacer las personas para poner en práctica las obras de Dios (vs. 28-29)
  5. ¿Quién es el pan que descendió del cielo? (vs. 32-35)
  6. ¿Por qué la gente pide a Jesús que les dé siempre este pan? (v. 34)
  7. ¿Por qué razón las personas no aceptaron que Jesús es el pan que descendió del cielo para dar vida eterna? (vs. 30, 41, 52)
  8. ¿De qué manera Jesús dio su carne para que la humanidad pudiera tener vida? (v. 51)
  9. ¿Qué significa comer la carne y beber la sangre de Jesús? (vs. 53-57)
  10. ¿Cómo podemos comer el pan de vida? (vs. 40, 47-51)
  11. ¿Qué bendiciones se obtienen al comer el pan de vida (vs. 39, 40, 47, 51, 54, 56, 57)
  12. Desde el punto de vista de Jesús, ¿por qué las personas no podían creer en Él (vs. 36-39, 44)
  13. Explica con tus propias palabras lo que entiendes del versículo 37.
Capítulo anterior: Discurso 3 - La autoridad del Hijo de Dios (Juan 5:19-47)

Continúa leyendo: Discurso 5 – La presencia de Jesús (Juan 7:1-52)
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