El cuerpo único, el cual es la iglesia de Cristo, depende de la cabeza para su sustento: él es su pan de vida, y ningún miembro del cuerpo puede vivir sin ese pan. Jesús aclaró bien esto cuando dijo:
«Trabajad, no por la comida que perece, sino por la comida que a vida eterna permanece, la cual el Hijo del Hombre os dará» (Juan 6:27).
Si uno no recibe regularmente esta comida, se debilitará y morirá espiritualmente.
Cuando trataba de explicar su enseñanza a los judíos, Jesús hizo un contraste entre el pan de vida que Dios había provisto en él, y el maná que comieron los hijos de Israel en el desierto. Aunque el maná fue provisto milagrosamente, no tenía un efecto duradero; sus beneficios eran sólo temporales. Pero el pan de Cristo es una comida vivificante que provee beneficios duraderos:
«Este es el pan que descendió del cielo; no como vuestros padres comieron el maná, y murieron; el que come de este pan, vivirá eternamente» (Juan 6:58).
Jesús dio sustancia y permanencia a esta enseñanza espiritual acerca de sí mismo como pan de vida, por medio de la institución del pan y vino como emblemas de su cuerpo y sangre. Así que podía decir:
«De cierto, de cierto os digo: si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero» (Juan 6:53-54).
Difícilmente podría haber enseñanza más importante que ésta, ni exhortación más fuerte a cada miembro del cuerpo a que se asegure de que el cuerpo y la sangre de Jesús, además de la Palabra espiritual de Dios, sean una parte constante de su dieta espiritual. Hoy día nos es difícil entender que algunos de los discípulos que escucharon a Jesús quedaron atónitos al oír esta enseñanza. Fue para ellos un concepto tan duro que «muchos de sus discípulos volvieron atrás, y ya no andaban con él» (Juan 6:60, 66). En el caso de ellos, tenían una excusa, ya que Jesús todavía no había muerto como «el Cordero de Dios» para que pudieran entender el significado de sus palabras.
Aun los doce encontraron que era una palabra dura de comprender, pero ellos tenían más fe en Jesús que la mayoría que lo dejó, porque cuando Jesús preguntó tristemente:
«¿Queréis acaso iros también vosotros?» Simón Pedro respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna» (Juan 6:67-68).
Jesús sigue siendo el único en quien los miembros del cuerpo pueden confiar, y por medio de quien tienen acceso al Padre.
El Servicio Recordatorio
Tenemos razón cuando describimos cada ocasión en la que nos alimentamos de la carne y sangre de Jesús como un Servicio Recordatorio, porque está arraigado en otro Servicio Recordatorio: la fiesta de la Pascua; pero uno no debe perder de vista el significado más profundo que señaló el apóstol Pablo:
«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan» (1 Corintios 10:16-17).
Participación, comunión y compartir son traducciones de una misma palabra griega, koinonia. ¡Tan importante es nuestra participación que nunca debemos perder una de estas comidas!
Como los primeros discípulos que se reunieron el primer día de la semana para partir el pan (Hechos 20:7), nosotros nos reunimos para compartir «la participación de sus padecimientos», para meditar en el amor divino, para buscar fuerza y consuelo, y para contemplar nuestra propia vida en su debida perspectiva espiritual. A menos que hagamos esto continuamente, nuestra fuerza espiritual puede decaer.
Nuestro servicio recordatorio del Nuevo Pacto surgió del servicio recordatorio del Antiguo Pacto, el cual empezó con la Pascua del Israel natural:
«Y este día os será en memoria, y lo celebraréis como fiesta solemne para Jehová durante vuestras generaciones; por estatuto perpetuo lo celebraréis» (Exodo 12:14).
El estatuto nuestro es un compromiso que debemos cumplir hasta que Cristo venga.
Es interesante notar la manera en que se originó el estatuto del Nuevo Pacto para el Israel espiritual. Jesús, junto con los doce, estaba en Jerusalén en la última semana de su ministerio para celebrar la fiesta de la Pascua. Se nos dice:
«Llegó el día de los panes sin levadura, en el cual era necesario sacrificar el cordero de la pascua. Y Jesús envió a Pedro y a Juan, diciendo: «Id, preparadnos la pascua para que la comamos» (Lucas 22:7-8).
La Fiesta de la Pascua
Antes de sacrificar una oveja, era necesario que los sacerdotes confirmaran que no tenía defecto. Para esto, la oveja era llevada a ellos con dos o tres días de anticipación. Dios el Padre y Pilato el juez confirmaron el carácter sin defecto de Jesús, antes que fuera sacrificado como «Cordero de Dios» (ver Mateo 3:17, Lucas 23:13-15). En el día de la fiesta, se nombraba a una persona para inmolar el cordero, y la sangre era rociada y derramada sobre el altar por un sacerdote. Pedro escribió de los elegidos que son santificados «para obedecer y ser rociados con la sangre de Jesucristo» (1 Pedro 1:2).
Durante la inmolación del animal, la remoción por los sacerdotes de las partes prescritas y la cocción del animal muerto que era devuelto a su dueño para este propósito, se tomaba toda precaución para no romper ni un solo hueso. Acerca de la crucifixión de Jesús, Juan escribe:
«Porque estas cosas sucedieron para que se cumpliese la Escritura: No será quebrado hueso suyo» (Juan 19:36).
Jesús dio instrucciones a Pedro y a Juan sobre dónde preparar la fiesta, y la primera tarea de ellos, a menos que hubiera sido hecha por el dueño de la casa, era la de verificar que no quedara ninguna clase de levadura en la casa: durante siete días, se habría de comer solamente pan sin levadura. Pablo escribe de la siguiente manera acerca de la relevancia espiritual de esta ordenanza:
«Limpiaos, pues, de la vieja levadura, para que seáis nueva masa, sin levadura como sois; porque nuestra pascua, que es Cristo, ya fue sacrificada por nosotros. Así que celebremos la fiesta, no con la vieja levadura, ni con la levadura de malicia y de maldad, sino con panes sin levadura, de sinceridad y de verdad» (1 Corintios 5:7-8).
La forma simbólica en que Pablo se refiere a la levadura y a los panes sin levadura, nos indica que no estamos bajo la obligación de usar ni la una ni la otra clase de pan en nuestra cena recordatoria. Es decisión de cada congregación.
El Pan y el Vino
La cena seguía un orden prescrito y duraba de tres a cuatro horas. En esta noche, todo judío tenía que tomar cuatro copas de vino «aunque tuviera que pedir limosna para comprarlo» (Mishná). A cada uno de los presentes a la mesa se le proveía una copa individual llena de vino, y la ceremonia se iniciaba al tomar esta copa después de pronunciar la bendición.
Después del lavamiento de manos, se partía el pan. En el día de reposo, se ponían dos panes en la mesa en memoria de la doble medida de maná que se recogía en el desierto en la noche del viernes. En la noche de la Pascua, se ponían tres panes en la mesa. El pan de en medio se partía en dos, y la parte más grande era puesta a un lado para comerse al final de la cena. La parte menor se dividía entre los presentes y se comía para simbolizar «el pan de aflicción, que nuestros padres comieron en la tierra de Egipto.» Acerca de Jesús, Pablo escribió:
«Ahora me gozo en lo que padezco por vosotros, y cumplo en mi carne lo que falta de las aflicciones de Cristo por su cuerpo, que es la iglesia» (Colosenses 1:24).
Jesús, por su parte, dijo efectivamente: Cuando partan el pan de aquí en adelante, háganlo no en memoria de la esclavitud, sino «en memoria de mí» (Lucas 22:19).
De acuerdo a Exodo 13:8, el padre contaba a su hijo, o el anfitrión exponía a sus invitados, la razón de la fiesta, después de lo cual se hacía un recital de la primera parte del Alel (Salmos 113 y 114). Entonces se tomaba la segunda copa de vino, llamada la «copa de Agadá» o «Proclamación». Refiriéndose a esta copa, Pablo dijo: «Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga» (1 Corintios 11:26). Así que la narración o proclamación de los acontecimientos de Egipto cedió el paso a la narración o proclamación de los acontecimientos del sacrificio de Cristo.
Luego había un segundo lavamiento de manos antes de la cena, y fue probablemente en este momento que Jesús, «sabiendo que el Padre le había dado todas las cosas en las manos» (Juan 13:3) se arrodilló, para lavar no las manos de sus discípulos, sino sus pies, diciendo:
«Ejemplo os he dado, para que como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:15).
El Bocado
La cena propiamente dicha empezaba con una especie de aperitivo llamado haroseth, que estaba compuesto de higos, nueces, dátiles, granadas, manzanas, almendras, canela y jengibre. Cuando estaba bien revuelta, tenía una apariencia como de barro, que recordaba a los que lo comían, el barro con que sus antepasados hacían ladrillos. La corteza de la canela les recordaba la paja que tenían que mezclar con el barro.
En memoria de la amarga persecución egipcia, cada invitado tomaba dos porciones de pan, entre las cuales ponía una hierba amarga. Luego metía el pan en el «haroset» y se lo comía. El plato se pasaba alrededor de la mesa cuantas veces eran necesarias para que cada uno metiera su propio «bocado» en el plato.
Basándonos en los relatos de Mateo, Marcos y Juan, podemos reconstruir lo que pasó en la cena presidida por Jesús. Judas debe de haber estado sentado lo suficientemente cerca de Jesús para que éste metiera su bocado en el plato al mismo tiempo que Judas, y así identificara al que le iba a traicionar. Mateo y Marcos escriben que Jesús dijo:
«El que mete la mano conmigo en el plato, éste me va a traicionar» (Mateo 26:23, Marcos 14:20).
Juan cuenta un detalle adicional:
«A quien yo diere el pan mojado, aquel es» (Juan 13:26).
Así que Jesús no sólo metió su pan en el plato al mismo tiempo que Judas, sino que se lo ofreció como «pacto de pan», un símbolo de amistad, dándole a Judas una última oportunidad de arrepentirse del mal que planeaba, la traición de su Señor.
Pero Judas no sería movido de su resolución, y se cumpliría la profecía del salmista:
«El que come pan conmigo, levantó contra mí su calcañar» (Salmo 41:9, Juan 13:18).
Jesús reconoció la resolución que había tomado Judas, y le dijo:
«Lo que vas a hacer, hazlo más pronto (Juan 13:27).
La Copa de Bendición
Juan escribe acerca de Judas:
«Cuando él, pues, hubo tomado el bocado, luego salió; y era ya de noche» (Juan 13:30).
Esto significa que no estaba presente ni para la principal comida de la Pascua, ni para la institución del nuevo pacto, simbolizado por el pan que se comía después de la comida, y la tercera copa de vino, la cual se llamaba «la copa de bendición» porque la bendición que se hacía después de la comida se pronunciaba sobre ella. Posiblemente fue a esta copa que se refería Pablo cuando escribió:
«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo?» (1 Corintios 10:16).
El relato de Lucas da a entender que Judas sí estaba presente cuando se partió el pan y se tomó el vino (Lucas 22:17-19). Se pueden reconciliar los dos relatos si se presume que durante el servicio, que incluía cuatro copas de vino y varios partimientos de pan, Jesús se refirió a la relación entre estas cosas y el sacrificio que él haría. En este caso, Judas habría estado presente cuando Jesús se refirió a estos emblemas anteriormente.
La salida de Judas para cumplir su misión traicionera llevó a Jesús a decir:
«Ahora es glorificado el Hijo del Hombre, y Dios es glorificado en él (Juan 13:31)
Muy pronto, después del servicio dedicado al antiguo pacto, él mismo sufriría literalmente el sacrificio representado por los emblemas que iba a entregar a los restantes discípulos en símbolo del nuevo pacto. Acerca del pan, Jesús dijo:
«Tomad, comed; esto es mi cuerpo» (Mateo 26:26).
Y del vino dijo:
«Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada» (Marcos 14:24).
El Himno Final
Al final del servicio, se acostumbraba recitar o cantar el Alel (Salmos 115 a 118) y el Gran Alel (Salmo 136), y tomar la cuarta copa de vino. Mateo escribe: «Y cuando hubieron cantado el himno, salieron al monte de los Olivos» (Mateo 26:30). El himno probablemente fue uno de los salmos Alel.
Junto con los once, Jesús se dirigió al huerto de Getsemaní a esperar la venida de Judas, «y con él mucha gente con espadas y palos, de parte de los principales sacerdotes y de los escribas y de los ancianos» (Marcos 14:43). Entonces empezó el proceso que resultaría en la crucifixión, y que traería sobre los hombres principales de los judíos, y sobre el pueblo y sus hijos no solamente «toda la sangre justa que se ha derramado sobre la tierra, desde la sangre de Abel el justo hasta la sangre de Zacarías hijo de Berequías…» (Mateo 23:35), sino también la sangre del hijo unigénito de Dios. Nadie podía eliminar la fiesta conmemorativa que Jesús dejó para todas las generaciones de sus discípulos.
Cuán vital es, entonces, que cada uno de nosotros se decida a no perder ninguna oportunidad de partir el pan y tomar el vino para conmemorar a Cristo, nuestra Pascua, y recordar ese momento cuando dijo:
«No beberé más de este fruto de la vid, hasta aquel día en que lo beba nuevo con vosotros en el reino de mi Padre» (Mateo 26:29).
~ John Marshall
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