Considerando el Costo

Pocas personas jamás olvidan las profundas emociones que surgieron en su corazón cuando pasaron de la muerte a una vida nueva en las aguas del bautismo. Pero a veces nos olvidamos de que la nueva vida es una vida muy diferente de la antigua, y que si regresamos a nuestras antiguas costumbres y deseos, nuestra vida eterna se pone en peligro.

La nueva vida requiere que abandonemos completamente los anteriores placeres, metas, ambiciones y asociaciones, si es probable que impidan nuestro desarrollo espiritual. Tenemos que aceptar de una manera realista las consecuencias de nuestro acto de fe. Jesús dijo:

«Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame» (Lucas 9:23).

El vacío que se crea cuando nos negamos a nosotros mismos se llena de la obediencia al mandamiento de Cristo: «Sígueme.» Mientras la palabra griega akolouthein normalmente significa simplemente seguir, a veces se usa para describir el hecho de obedecer total e incondicionalmente a un jefe o líder. Así, se usaba para describir al soldado que llevaba a cabo o seguía absolutamente las órdenes de su capitán, o la forma en que el esclavo obedecía a su amo, o la manera en que el ciudadano obedecía totalmente las leyes de su país. Este es el sentido en que Jesús usaba la palabra seguir: obediencia incondicional a sus mandamientos.

Una estimación realista

Jesús requiere que los hombres consideren prudentemente el costo de la nueva vida, para que entiendan las responsabilidades de su llamado. Ilustró este principio de una manera realista, dándole a la multitud que le seguía dos ejemplos prácticos. Primeramente describió la sabiduría del constructor quien calculó el costo de los materiales que necesitaba para edificar y terminar una torre, señalando Jesús a sus oyentes lo insensato que parecería el hombre ante sus vecinos, si intentara proceder con la construcción sin calcular el costo, y no la pudiera terminar. Su segundo ejemplo trata de un rey que sale a la guerra, pero que es suficientemente astuto para investigar acerca de la fuerza numérica del ejército opositor, de modo que si descubre que es demasiado poderoso para él, pueda enviar una embajada y negociar las condiciones de paz (Lucas 14:28-32).

Difícilmente podríamos hallar para nosotros mismos unos ejemplos más claros y directos. Pero ¿es verdad que cada uno de nosotros ha considerado de modo realista el costo de la nueva vida que llevamos? ¿O hemos perseguido la vida espiritual de una manera tan desordenada que en el juicio estaremos obligados a confesar que no hemos logrado terminar la obra que se nos encomendó, y que nunca intentamos averiguar la fuerza del enemigo que combatíamos?

Permitamos que Jesús nos ayude a comenzar a considerar el costo:

«Si alguno viene a mí, y no aborrece a su padre, y madre, y mujer, e hijos, y hermanos, y hermanas, y aun también su propia vida, no puede ser mi discípulo» (Lucas 14:26).

¡Esta es una afirmación muy dura! ¿Acaso puede uno aborrecer estas cosas de una manera tan completa? Claro que es necesario el sacrificio, pero ¿un sacrificio de esta naturaleza?

La explicación de este versículo se encuentra en el variado significado de la palabra «aborrecer» en el lenguaje bíblico. A veces implica un contraste con el amor; otras veces describe el odio en el sentido más intenso, como el odio de todo lo que es maligno y despreciable; pero también se ocupa para indicar una elección o preferencia, y es en este sentido que Jesús ocupa la palabra «aborrecer» en el presente versículo:

«Si tú prefieres a tu padre y madre más que a mí, no puedes ser mi discípulo.»

Dijo algo parecido cierta vez a los doce antes de enviarlos en una misión:

«El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí» (Mateo 10:37).

Jesús siempre hablaba en serio, y nunca desperdiciaba las palabras. Siempre tenemos que poner a él en el primer lugar. No nos pide que amemos menos a nuestra familia, sino que le amemos más a él. Pero si algún miembro de la familia de un creyente se pone entre el creyente y Jesús e impide que verdaderamente siga a Jesús, no debe de haber duda en cuanto a dónde está su lealtad. El dedicarse más a la familia que a Cristo significa la muerte, mientras el dedicarse más a Cristo que a la familia significa la vida eterna.

¿Verdad que este proceso de considerar el costo no es muy cómodo? Pero uno tiene que enfrentarse con las realidades espirituales, porque si lo hace, descubrirá que ningún sacrificio que se hace por Jesús se hace en vano, sino que solamente es el precio de la gloria eterna. No podemos aspirar a gozar al mismo tiempo de lo mejor de la vida natural y de la espiritual.

Crisis espirituales

Hay momentos en que a uno se le presenta una crisis espiritual. Por ejemplo, puede que una invitación de hacerse miembro de alguna organización como los masones nos parezca atrayente. Nos ofrece la oportunidad de hacer buenas obras, y promete ayudarnos a superarnos; la invitación parece que no tiene nada de malo. O por otro lado, puede que la vida de uno sea cómoda y próspera, y que uno se lleve muy bien con sus colegas profesionales, cuando de repente sucede una crisis internacional. Se impone el servicio militar obligatorio, y uno está obligado a confesar que es objetor de conciencia. ¿Le es fácil o difícil hacer esta confesión? O posiblemente tenga uno que decidir si se va a casar o no con una persona que no comparte su fe. O puede que unos problemas se desarrollen tan gradual e inexorablemente entre un hombre y su esposa que al fin se le ocurre a uno de ellos, o a los dos, la idea asombrosa de divorciarse.

Estas crisis y otras parecidas tienen tremendas consecuencias emocionales. Y con demasiada frecuencia se considera que son crisis personales que tienen poco que ver con Jesús o la familia de la fe. Nunca se cometió error más grande. Ninguno asunto de esta naturaleza puede separarnos de Jesús y su mandamiento de que le sigamos. Cada uno de estos problemas pone a prueba la calidad de nuestra obediencia a él. Y cada uno de ellos es parte del proceso de estimar el costo.

Por ejemplo, considere la franc-masonería. Sin siquiera tomar en cuenta lo que los masones creen y los ritos que practican, ¿cómo es posible que un hermano que está diligentemente ocupado en la obra de Jesús en la familia de la fe (como debe ser) y en la predicación del evangelio de una u otra manera (como debe ser), realmente considere la posibilidad de ser miembro activo de esta logia u otra? Puede uno servir con éxito a dos maestros? Jesús opinaba de que no, «porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro» (Mateo 6:24). Es una cuestión de preferencia. Hay algunos que servían en la logia de los franc-masones pero renunciaron para servir a un Maestro superior. Puede que tomar en cuenta el costo sea realmente una cuestión de vida o muerte. En los países donde se reconoce la libertad de conciencia del individuo, las restricciones impuestas a los objetores de conciencia no han sido muy severas; un cambio de empleo, a veces la encarcelación, poco más que eso. Pero para un joven hermano alemán durante la segunda guerra mundial, el asunto era mucho más serio. El se enfrentó firmemente a la situación, sin murmurar, y tomó en cuenta el costo. ¿Acaso no había dicho su Señor:

«El que pierde su vida por causa de mí, la hallará» (Mateo 10:39)?

Para este valeroso joven hermano no podía haber componenda. Fue Jesús mismo quien dijo:

«Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían para que yo no fuera entregado a los judíos; pero mi reino no es de aquí» (Juan 18:36).

Los seguidores de Jesús habían de usar armas muy diferentes de las del mundo: el «bordón» de la paz en su predicación, y «la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios» (Marcos 6:8, Efesios 6:17). Esta fue la lección que Jesús enseñó a sus discípulos cuando el impulsivo Pedro tomó una espada y cortó la oreja del siervo del sumo sacerdote. Jesús le dijo:

«Vuelve tu espada a su lugar; porque todos los que tomen espada, a espada perecerán» (Mateo 26:52).

Tenemos un solo «Príncipe y Salvador,» y no podemos obedecer a otro.

Una decisión difícil

Una de las crisis emocionales más difíciles que pueden producirse en la vida de uno tiene tanto más fuerza porque ocurre cuando uno está joven y todas sus emociones son muy intensas. ¿Qué puede hacer uno cuando se siente enamorado de una persona que no tiene interés en la Verdad? ¿Dejó uno bien claro desde el principio que uno estaba comprometido con Jesucristo y la Verdad? ¿O se había creado una separación entre Jesús y la vida «privada» de uno? ¿Se acuerda Ud. de lo que Jesús dijo acerca del que amaba más a otra persona que a él?

Sólo hay dos formas de existencia ante Dios: la carne y el espíritu, las tinieblas y la luz, la muerte y la vida. Los incrédulos caminan «siguiendo la corriente de este mundo…el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia…haciendo la voluntad de la carne,» y son «por naturaleza hijos de ira» (Efesios 2:2-3).

Esta es una verdad con que tenemos que enfrentarnos con valentía. Por bondadoso que sea, en el sentido mundano de la palabra, por manso o amoroso que parezca, el incrédulo es desobediente a Dios, y quien juzga estas cosas es Dios, no nosotros mismos. Por esto es que Pablo escribe:

«No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo? ¿Y qué acuerdo hay entre el templo de Dios y los ídolos? Porque vosotros sois el templo del Dios viviente» (2 Corintios 6:14-16).

¿Le duele a Ud. esto? ¿Encuentra Ud. de repente que el considerar el costo es más duro de lo que Ud. suponía? ¿Cree Ud. que puede establecer sus propias condiciones para entrar en el reino de Dios? En realidad, es duro tomar en cuenta el costo, e implica hacer sacrificios. Frecuentemente se puede evitar mucha angustia si uno demuestra claramente desde un principio que nada ni nadie tiene más importancia que Jesús en la vida de uno.

¿Y qué de los problemas enmarañados en que a veces se encuentra un matrimonio? Una vez más, existe la tendencia de considerar que tales problemas son un asunto puramente personal, y que no le importan a Jesús. ¿Cómo es posible cometer un error tan grande? Si los dos cónyuges son hijos de Dios, entonces importan a Dios, y él se preocupa por ellos.

¿Será un problema de temperamentos incompatibles? Entonces uno de los cónyuges, o ambos, no han cumplido su voto de obediencia al Padre; no han permitido que su carácter se transforme por la influencia del espíritu y la palabra de Dios. ¿Por qué no hacen un nuevo comienzo, teniendo los ojos puestos no sólo en el costo, sino también en la gloria? Si el problema es más serio, entonces pueden ayudar la oración, y también la ayuda de otros hermanos compasivos, de ser posible desde que el problema comienza, porque así como Pablo lo dijo, somos «todos miembros los unos de los otros» (Romanos 12:5).

Tenga en cuenta el costo. El matrimonio es más que la unión de la carne: el esposo es la imagen de Cristo, y la esposa es la imagen de la iglesia (Efesios 5:22-23). ¿Puede ser Cristo separado de su iglesia, aun en sentido figurado, sin que el resultado sea un desastre espiritual?

Todos tenemos la culpa en este gran asunto de lealtad al Padre y a Jesús, en el grado en que dejamos de considerar sincera y deliberadamente el costo de nuestro discipulado, así como lo hizo Jesús y así como también lo hizo el apóstol Pablo, quien pudo escribir:

«Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo…a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos…si en alguna manera llegase a la resurrección de los muertos» (Filipenses 3:8-11).

En el sacrificio hay tristeza y sufrimiento, pero también hay gozo: la gloria que ha resultado del sacrificio es Jesús, y él es nuestra esperanza de gloria en el reino.

~ John Marshall

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