El apóstol Pablo lo expresa de este modo: «Entre tanto que voy, ocúpate en la lectura…» Aunque esto bien pudo haberse referido a la lectura de las Escrituras, el aviso es ciertamente válido aun en la actualidad. Estamos viviendo en una era de libros, revistas y periódicos que las prensas lanzan en grandes cantidades, pero que son leídos cada vez menos. Entre nosotros mismos, algunos son ávidos lectores, otros difícilmente se ocupan de la lectura, y entre estos extremos encontramos una amplia variedad de hábitos de lectura. La verdadera pregunta que debemos hacernos es: ¿Estamos leyendo la Biblia?
Esta parece ser una pregunta impertinente, aunque se tema que la lectura diaria, sistemática y regular no está tan extendida entre nosotros como lo estaba en los días cuando había menos tiempo disponible. Sabemos lo que sucede a nuestros cuerpos si no contamos con una alimentación regular y completa; pero parece que pensamos que una lectura casual e intermitente de las Escrituras puede ser suficiente para nuestras necesidades espirituales. Esto no es adecuado, y si hemos estado descuidados y negligentes, ahora es el momento de enmendarnos.
Permítanos hacer unas cuantas preguntas. ¿Cuándo debemos leer? Sin ninguna duda el mejor momento del día es tan temprano como sea posible en la mañana. La mente está fresca y libre de los problemas del día, y lo que leemos puede ser recordado y meditado durante el día. Dejar las lecturas hasta entrada la noche, cuando la mente está cansada, o peor aún leer en la cama como recurso para dormir, puede llegar a carecer de utilidad. Hacer las lecturas como una tarea fastidiosa está muy lejos de la actitud del profeta Jeremías cuando decía: «Fueron halladas tus palabras, y yo las comí; y tu palabra me fue por gozo y por alegría de mi corazón.»
¿Cómo debemos leer? Sin lugar a dudas, la mejor manera es leer en voz alta. Para aquellos que viven solos quizá esto no sea posible; pero para el resto de nosotros vale la pena hacerlo. Para comenzar, la lectura es más cuidadosa y no existe la tendencia a pasar textos por alto. Segundo, el mismo acto de leer en voz alta nos obliga a intentar formas expresivas que nos ayudan en nuestro entendimiento. En el caso de la familia, los niños pueden ser incluidos en la lectura familiar y muchos niños ansían la oportunidad de hacer su propia contribución. Cuando nos hacemos mutuamente visitas sociales es una gran lástima que no seamos invitados a compartir las lecturas bíblicas.
¿Qué versión vamos a leer? La versión Reina-Valera de 1960 es la más leída entre nosotros y es la versión que usamos en nuestros servicios públicos de adoración. Algunos pueden encontrar su lenguaje antiguo bastante difícil. En tal caso un diccionario bíblico puede ser de valiosa ayuda. Algunas de las versiones más recientes deben ser leídas con precaución debido a algunas inexactitudes en su traducción.
Otra idea que se ha considerado muy útil es el uso de cintas grabadas. Muchos de nosotros tenemos algún tipo de grabadora y es una buena idea que grabemos nuestras propias lecturas o hagamos uso de copias realizadas para el público. Esto es particularmente útil para los que viven solos o para los que padecen de problemas visuales. No se amilane por la tarea de leer un libro completo de una sola vez. La Epístola a los Hebreos o tres de las epístolas más cortas, pueden grabarse en un lado de un cassette de noventa minutos de duración.
Después de haber establecido un hábito regular de lectura bíblica podemos comenzar a pensar en otras lecturas. En todo caso, las obras de la verdad deben ser nuestra primera elección. Ningún hogar está completo sin una buena selección de estas, y nuestro conocimiento y apreciación de la verdad son muy pobres si no las hemos tomado en cuenta. Los libros carecen de valor si no son leídos. El escritor de este ensayo tiene la regla de nunca colocar un libro nuevo en el estante sin antes haberlo leído, por supuesto exceptuando los libros de referencia.
Después de los libros siguen las revistas. Hay mucha lectura buena en las revistas que circulan entre nosotros y debemos leerlas. Se teme que hayan más revistas vendidas que leídas y no muchas son vendidas. La mayoría de nosotros encontramos tiempo para leer periódicos o las revistas semanales y mensuales, algunas de las cuales son de dudoso valor y de ningún modo pueden contribuir a nuestro bienestar espiritual. ¿Por qué no deshacernos de ellas? Esto no significa que debamos abandonar totalmente las lecturas seculares. Las bibliotecas públicas pueden proveernos de lecturas buenas, útiles y beneficiosas si las usamos con cuidado y cautela y nunca dejamos que tomen el lugar que debe ocupar la palabra de vida en nuestra propias vidas.
¿Por qué leemos? Esta es la pregunta vital. Podemos leer por entretenimiento o diversión, teniendo sed de conocimiento sobre un tema particular, o solamente para pasar el tiempo. Mi pregunta es diferente. ¿Por qué leemos las Escrituras? Los judíos leían el Antiguo Testamento con extremo cuidado. Eran expertos en el texto y conocían las palabras pero fallaban completamente en descubrir el mensaje. Jesús les dijo: «Escudriñad las Escrituras; porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna; y ellas son las que dan testimonio de mí» (Juan 5:39). Ellos leían solamente por información y no por guía. A menos que nuestra lectura sea con el objeto de que la palabra influya en nuestras vidas, encontraremos que nuestras lecturas carecen igualmente de provecho.
Quizá podamos estar interesados en un libro de la Biblia en particular. Podemos estar volviéndonos expertos en el entendimiento de la profecía de Oseas hasta llegar a sentir que realmente conocemos al profeta. Si éste es el caso habremos cometido un error. Nosotros leemos y estudiamos no para investigar cómo era el profeta, sino cómo es Dios. De la misma manera, leemos los evangelios no solamente para saber qué hizo y dijo Jesús, sino para ver en él la revelación de su Padre. Si es así nuestra lectura, entonces será para nuestro provecho eterno.
Traducido del inglés por Nehmías Chávez Zelaya
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