Matrimonio Bajo Presión

Capítulo 18

¿Qué ha salido mal? El sueño parece haberse hecho pedazos. La armonía pacífica y reconfortante está en discordia y provoca angustia. ¿Puede recapturarse nuestra felicidad? Casi siempre se puede.

¿Inesperado?

¿Realmente esperábamos la perfección? Después de todo dos pecadores han llegado a ser marido y mujer y eso provee un terreno fértil para fallar en algunos aspectos en un momento u otro. No existe esposo perfecto o esposa perfecta. Siempre ha sido así desde que Adán y Eva pecaron.

Tenemos que llegar a conocernos como somos y progresar desde este entendimiento. Hay perdón y fortaleza en el Señor Jesucristo. Él es compasivo y totalmente comprensivo. Si siempre confiamos en él y tratamos de seguir su modelo él nos ayudará en los momentos de debilidad. Estas no son palabras vacías; son verdaderamente poderosas.

El matrimonio debe basarse en Cristo como fundamento y modelo. Debe ser apoyado diariamente por medio de la oración y la lectura conjunta de la Biblia. No hay mejor receta para el éxito. El éxito no llega simplemente por ‘tener la química correcta’: es el fruto de sembrar la semilla correcta.

Fuentes De Problemas

Los problemas pueden llegar de fuera del matrimonio: terceras personas, circunstancias adversas, la atracción del mundo, por ejemplo. O de dentro del matrimonio: por ejemplo, enfermedad, egoísmo, desacuerdo en cuanto a opiniones o decisiones, sensibilidad o falta de ella, desilusiones.

Es obvio que es mejor enfrentar los problemas del mismo lado de la mesa, permaneciendo juntos, lado a lado, con un propósito común. Confronten el problema, y no uno al otro. Recuerden que el matrimonio es más grande y más importante que cualquiera de ustedes solo o ambos juntos.

Las circunstancias adversas de la vida llegarán estemos o no casados, pero a veces vienen en una dosis doble o con mayor intensidad cuando estamos casados. Los problemas son mejor tratados cuando los enfrentamos con la ayuda de Dios. Examinen el problema juntos, vean de qué trata, qué pasos deben tomarse para mejorar la situación y qué pasará probablemente si no se logra algún cambio. Conversen sobre el problema juntos. No entierren sus cabezas en la arena esperando que el problema desaparezca. Quizás ocurra, pero es más probable que no desaparezca.

Sin embargo, reconozcan las trivialidades tal como son, y no dejen que les roben su felicidad. No peleen por meras bagatelas.

Las Discusiones

Algunas veces la ofensa surge por el uso de ciertas palabras. Las palabras pueden ser instrumentos útiles, pero algunas veces se convierten en armas. El viejo adagio, “palos y piedras pueden romper mis huesos, pero las palabras nunca me harán daño”, simplemente no es cierto. Las más profundas heridas y el resentimiento más duradero pueden venir de las palabras. La implicación de una palabra o el tono de voz en que se dice puede hacer que vaya más lejos de lo propuesto. Las palabras salen a chorros de la lengua, esa bestia indomable mencionada por Santiago en su epístola.

Un matrimonio cristiano estable y satisfactorio necesita a Cristo en el centro, y la palabra de Dios y la oración como su necesario sustento.

El remedio más rápido para una discusión es decir “lo siento”. Con frecuencia la respuesta inmediata es “yo también tengo culpa”. Si la disculpa no es aceptada, el problema puede volverse realmente inmanejable. Debemos aprender a aceptar las disculpas incondicional y amablemente, tal como esperamos que haga nuestro Dios cuando nos arrepentimos. Usen la disculpa como un escalón hacia un mejor entendimiento mutuo. Siéntense juntos confortablemente, cerca y relajados, y vuelvan a hablar de la situación con el fin de enderezar las cosas.

“Sea vuestra palabra siempre con gracia, sazonada con sal.” Colosenses 4:6

Determinen en su propio corazón esforzarse por la buena armonía y no simplemente salirse con la suya o humillar a su cónyuge, degradando de este modo su valioso matrimonio.

El Temor

Pero el problema puede ser más que sólo palabras. Puede haber surgido un desacuerdo profundo que amenaza la armonía del matrimonio. Recuerden que en tales circunstancias ustedes pueden volverse temerosos, nerviosos, o irrazonables; o tal vez traten de encontrar a alguien más a quien culpar (quizá a su cónyuge), despreocupándose el uno del otro. Aprendan a orar en todo tiempo; esto siempre ayuda y lleva nuestra pena a Dios. Aprendan a abrazarse uno a otro mientras discuten lo que hay que hacer. Véanse ambos a los ojos. Efectúen todos los pasos que puedan tan pronto como sea posible.

Si uno de los cónyuges dificulta la reconciliación poniendo mala cara, sumergiéndose en el silencio, tirando las puertas, gritando o montando en cólera, solamente agrandará el problema. Por justificados que nos consideremos, poner gasolina al fuego no ayuda a resolver los problemas. No tiene sentido y hace más difícil lograr una solución. Tampoco vamos a amenazar a nuestro cónyuge con lágrimas fingidas, amenazas de abandono o usando medios físicos. La violencia de parte de cualquiera de los cónyuges es totalmente reprensible.

Escríbalo

No todos los problemas tienen solución; tal es el caso de las enfermedades crónicas, por ejemplo. Algunos problemas son complejos y necesitan de una comprensión adecuada. Ustedes puede encontrar útil sentarse juntos con una hoja de papel dividida bajo dos encabezamientos: “Cosas que podemos cambiar”, y “Cosas que no podemos cambiar.” Usted podrá entonces encontrar la mejor manera de cambiar lo cambiable, y de manejar lo que no es posible cambiar. Pero debe decirse que algunos de los ‘incambiables’ desaparecen por medio de la oración, o se vuelven menores en la medida en que tratamos de manejarlos.

Es en tales momentos en los que se verá quiénes son sus verdaderos amigos. Hable con ellos y escuche sus consejos. Si necesitan hablar con una pareja de más edad, escójala cuidadosamente; la gente mayor no siempre es sabia. Busquen personas estables, sensibles, espirituales y comprensivas. La mayoría de problemas ya han sido enfrentados y resueltos por otros. El consejo de ellos puede ser invaluable.

Cuidado Con El Éxito

La prosperidad y el bienestar son engañosos. Parece haber menos necesidad de Dios. Los problemas están lejos mientras gozamos el aroma de la libertad y el éxito. Las señales de precaución son ignoradas porque no parecen ser justificadas.

Precisamente estas condiciones fueron la ruina de Israel y el camino a la infelicidad para Salomón. “Soberbia, saciedad de pan, y abundancia de ociosidad” los llevaron a la ruina (Ezequiel 16:49). La primera pregunta que debemos hacer cuando llega el éxito en nuestro camino es: “Qué daré a Dios por todos sus beneficios.” Todo lo que tenemos es de él y nosotros no somos más que sus mayordomos. Convierta Ud. el éxito en fruto espiritual, evitando la complacencia y el placer meramente mundano. Manténgase en el camino de la disciplina y cuando lleguen los hijos, ponga los pies de ellos en él y protéjalos de tener ‘todo lo que quieran.’ Debemos responder al éxito con gratitud, alabanza y servicio abnegado.

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