Preciosas y grandísimas promesas

Lectura: Hechos 26

En nuestra lectura del Nuevo Testamento encontramos a Pablo defendiendo su fe delante de Agripa, habiendo sido forzado a apelar al César. El acusado por los judíos de ser: “Una plaga… promotor de sediciones… y cabecilla de la secta de los nazarenos. Intentó también profanar el templo” (Hechos 24:5, 6), él toma una postura, como un seguidor de Jesucristo, con base en las promesas de Israel.

“Y ahora, por la esperanza de la promesa que hizo Dios a nuestros padres soy llamado a juicio; promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los judíos” (Hechos 26:6,7).

Ya tenemos una lección importante y una exhortación presentada delante de nosotros. El foco, de fe del apóstol, estaba centrado en las promesas de los padres de Israel. Entonces, nos preguntamos, ¿si tenemos este mismo foco, cuándo nos afrontamos con desafíos en nuestras vidas?

La importancia que estas promesas deberían tener en nuestras vidas, es revelada por Pedro.

“Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que habéis alcanzado, por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo… Como todas las cosas que pertenecen a la vida y a la piedad nos han sido dadas por su divino poder, mediante el conocimiento de aquel que nos llamó por su gloria y excelencia, por medio de las cuales nos ha dado preciosas y grandísimas promesas, para que por ellas llegaseis a ser participantes de la naturaleza divina, habiendo huido de la corrupción que hay en el mundo a causa de la concupiscencia” (2 Pedro 1:1, 3,4).

Nuestra fe, por consiguiente, debería ser “preciosa” para nosotros; ya que las promesas que las engendran, han sido dadas por Dios, y son diseñadas para dejarnos, por la gracia de Dios librarnos del mundo y corrupción, y compartir Su gloria.

Es fácil fingir un respeto insincero en nuestra creencia respecto a las promesas de Israel, solo adorando de labio. Necesitamos meditar en ellas regularmente, a fin de que tengamos un conocimiento cabal y la comprensión de lo prometido. Sólo, de este modo, ellas nos pueden motivar a una vida piadosa, y manifestar a Dios en nuestras vidas ahora, y aspirar, por Su misericordia, ser una parte del cumplimiento de esas promesas en la edad futura. Entonces, Cristo será Rey en Jerusalén, una ciudad en paz. Los santos serán gobernantes sobre Israel y las naciones, asegurando que Israel será el centro de una comunidad de naciones en el Milenio, enseñando a otras naciones la forma de rectitud y paz. Los mandamientos de Dios serán guardados y Su Nombre honrado.

Con mucha naturaleza, y sin mucha explicación, Pablo procede a asociar las promesas de Israel con la esperanza de resurrección. ¡Qué! ¿Se juzga entre vosotros cosa increíble que Dios resucite a los muertos?” (Hechos 26:8), él pregunta a Agripa. Para esos que comprendieron las promesas hecha a los padres, la conexión de pensamiento fue obvia. Las promesas dependieron de la resurrección.

“Alza ahora tus ojos, y mira desde el lugar donde estás hacia el norte y el sur, y a el oriente y a el occidente. Porque toda la tierra que ves, la daré a ti y a tu descendencia para siempre” (Génesis 13:15).

Abram no podía recibir en herencia la tierra para siempre, a menos que, el fuera levantado de los muertos, porque Dios, le dijo después bien claro a él, que él iría a sus padres en paz, en su vejez (vea Génesis 15:15). Abram creyó en la resurrección, aun cuando la aplicación de lógica humana para las circunstancias de su vida, habrían concluido otra cosa. Él no tenía un heredero. Él fue un hombre viejo, y Sarai también. ¿Cómo podría cumplirse la promesa de una simiente? Y, si esa promesa no pudiese cumplirse, ¿por qué él debería creer en una resurrección futura? La procreación de una simiente fue un proceso normal, natural, y Abram creyó!

“(como está escrito: Te he puesto por padre de muchas gentes) delante de Dios, a quien creyó, el cual da vida a los muertos, y llama las cosas que no son, como si fuesen. El creyó en esperanza contra esperanza, para llegar a ser padre de muchas gentes, conforme a lo que se le había dicho: Así será tu descendencia… Tampoco dudó, por incredulidad, de la promesa de Dios, sino que se fortaleció en fe, dando gloria a Dios, plenamente convencido de que era también poderoso para hacer todo lo que había prometido” (Romanos 4:17,18,20,21).

Los judíos, quienes habían acusado a Pablo, deberían haber sido conscientes de las promesas a sus padres, de las cuales ellos estaban tan orgullosos, y que de hecho enseñaban resurrección. La resurrección está incrustada en la promesa primerísima en las Sagradas Escrituras. Dios había dicho a la serpiente:

“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; ésta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar” (Génisis 3:15).

Estamos familiarizados con la diferencia entre la herida en la cabeza (que es mortal) y la menos hiriente que es en el calcañar. Profetizando de la crucifixión, Isaías escribe:

“Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

Y continúa demostrando el propósito de Dios.

“Con todo eso, Jehová quiso quebrantarlo, sujetándole a padecimiento. Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días, y la voluntad de Jehová será en su mano prosperada” (Isaías 53:10).

Entonces, cuando recordamos el sacrificio de Cristo, también nos vemos más allá de él. Vemos la resurrección de Cristo, y le vemos como primicias de los muertos. Así las promesas a los padres, las cuáles son para nosotros también, como los creyentes bautizados en Cristo, deberían ser en extremo preciosos sobre todo, y nos lleva a una fe inquebrantable respecto a la resurrección de los muertos, sean cuales sean las circunstancias de nuestras vidas.

Sin embargo, hay un acertijo detrás de la declaración de Pablo a Agripa. Pero la solución nos provee de otra exhortación convincente. Dice, una “promesa cuyo cumplimiento esperan que han de alcanzar nuestras doce tribus, sirviendo constantemente a Dios de día y de noche. Por esta esperanza, oh rey Agripa, soy acusado por los judíos” (Hechos 26:7). Pero las doce tribus en general, no fueron siervos listos para Dios, viviendo en la anticipación fiel del cumplimiento de las promesas, ya sea en el día de Pablo, o en algún otro tiempo. Más adelante, Pablo, el apóstol para los gentiles, hubo cumplido con sus obligaciones en enseñar primero, a los judíos, y cuando desecharon el mensaje del evangelio, él se volvió hacia los gentiles.

“Entonces Pablo y Bernabé, hablando con denuedo, dijeron: A vosotros a la verdad era necesario que se os hablase primero la palabra de Dios; mas puesto que la desecháis, y no os juzgáis dignos de la vida eterna, he aquí, nos volvemos a los gentiles” (Hechos 13:46).

También, algunos meses después de hablarle a Agripa, habiendo llegado en Roma y tratando, sin éxito, predicar el evangelio de la resurrección a los judíos en esa ciudad, él los reprendió según las palabras de Isaías.

“Porque el corazón de este pueblo se ha engrosado, Y con los oídos oyeron pesadamente, Y sus ojos han cerrado, Para que no vean con los ojos, Y oigan con los oídos, Y entiendan de corazón, Y se conviertan, Y yo los sane” (Hechos 28:27).

¿Hay una contradicción aquí? No, pero más bien las Sagradas Escrituras señalan una lección, que sólo un remanente será salvo.

Esto ha sido cierto en cada generación. En los días del justo Ezequías fue sólo un remanente el que fue fiel y que debiese finalmente ser redimido. “Porque de Jerusalén saldrá un remanente, y de el monte de Sion los que se salven. El celo de Jehová de los ejércitos hará esto.” Josías quizá fue el más gran, reformando el reino de Judá después de los días de David. Aún, dentro de los 30 años de su reformación, Ezequiel bosqueja las abominaciones absolutas que los ancianos de Israel ejecutaron, aun en el templo (vea Ezequiel 8). A Josías se le había dicho que la apostasía de Judá había ya sido muy arraigada para evitar que la nación fuera a cautividad. ¡Así Ezequiel fue movido a gritar a Dios a como esa cautividad surgió amenazadoramente ““¡Ah, Señor Jehová! ¿Destruirás del todo al remanente de Israel?” (Ezequiel 11:13)].

Esto nos trae de regreso a considerar nuestra posición a la luz de los versículos con la que empezamos en Hechos 26. Debemos enfocar la atención en las promesas a Israel. Deben ser preciosos para nosotros. Debemos ver en ellas la esperanza segura de resurrección. Pero debemos al mismo tiempo, darnos cuenta de que sólo un remanente será fiel. Esto puede ser cierto aun dentro de la iglesia, Jesús mismo expuso la pregunta, “Pero cuando venga el Hijo del Hombre,

¿hallará fe en la tierra?” (Lucas 18:8). La exhortación para nosotros por consiguiente debe: “Mantengamos firme… la profesión de nuestra esperanza, porque fiel es el que prometió” (Hebreos 10:23), hasta su venida

~ Hermano Richard Mellows – Caerphilly iglesia, Gales

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