María: Hermana de Moisés

Cuando Jocabed ya no podía ocultar a su hijo Moisés, «tomó una arquilla de juncos y la calafateó con asfalto y brea, y colocó en ella al niño y lo puso en un carrizal a la orilla del río. Y una hermana suya se puso a lo lejos, para ver lo que le acontecería» (Exodo 2:3, 4).

Esta es la humilde introducción que la Biblia nos proporciona a una muchacha que creemos ser María: no se menciona siquiera su nombre. Un capítulo posterior del libro de Exodo (15:20) nos informa que Aarón, el hermano mayor de Moisés, tenía una hermana llamada María, y parece que ella es la única hermana que tenían.

Se ha sugerido que ella tenía unos 14 o 15 años de edad en este momento. Vivió este período impresionable de su vida durante la persecución de su pueblo Israel como esclavos en Egipto. Muchos años antes, el tío abuelo de María, José, había llegado a ser el brazo derecho del Faraón de Egipto. Sin embargo, leemos en Exodo 1:8 que «se levantó en Egipto un nuevo rey,» lo cual sugiere que se había levantado una nueva dinastía, otra raza de reyes que no eran pastores y que miraban de reojo a la creciente muchedumbre de extranjeros que vivían en la tierra. El versículo continúa diciendo: «…que no conocía a José.» Era obvio que este nuevo rey no podía haber conocido personalmente a José, pero con seguridad había oído hablar de la hábil administración de José durante los siete años de hambre; este rey escogió no reconocer los beneficios que José había conferido a su país. Egipto todavía era una nación rica como resultado de la sabiduría que Dios había dado a José, pero para este Faraón, el peligro estribaba en la creciente población del pueblo judío. Intentó imponer medidas desesperadas para corregir esta situación. Varios intentos anteriores habían fracasado, y ahora Faraón había dicho: «Echad al río a todo hijo que nazca.»

Entonces, esta era la experiencia de la adolescente Miriam y su hermano de tres años de edad, Aarón, hijos de Amram y Jocabed, ambos de la tribu de Leví. Para colmo de males, ¡el nuevo hijo que había nacido a esta familia era varón! Ellos lograron esconderlo durante tres meses, y podemos suponer que durante este período mucha responsabilidad descansaba en los hombros de su hermana María, vigilándolo durante el día, además de cuidar a su hermano Aarón, y turnándose con sus padres en la noche para asegurarse de que no lloraba más de la cuenta y que ningún transeúnte lo oía. Tenía que guardar el secreto adondequiera que andaba, cuando llenaba y cargaba los cántaros de agua y hacía las demás tareas de la familia. Si revelaba el secreto, toda su familia perecería junto con su hermano menor. Aquí tenemos un excelente ejemplo de una muchacha que era capaz de refrenar su lengua (Santiago 1:26), y guardar un secreto que se le había confiado. Frecuentemente se opina que le cuesta más al sexo femenino observar la exhortación del apóstol Santiago sobre el dominio del «miembro pequeño.» Sin embargo, como hermanas en Cristo debemos apreciar el gran valor de las que son capaces de emular a María, sobre todo en la familia de la fe.

Un plan para salvar a Moisés

Pero el llorar del niño se volvía cada día más ruidoso; algo tenía que hacerse pues no podía permanecer más tiempo en la casa. ¿Era el río Nilo el lugar inevitable para el niño? Esteban menciona esto, como se registra en Hechos 7, diciendo que el niño fue «expuesto a la muerte,» usando la misma expresión que se refería a los otros niños hebreos que fueron ahogados. El plan que fue elaborado sugiere que Jocabed y María deseaban retardar la muerte del niño en espera de que Dios hiciera un milagro. Fue entregado al río Nilo colocándolo primero en una pequeña arca de juncos o papiros calafateada con asfalto y brea, la cual fue puesta entre los carrizales en el lugar cercano dondo se sabía que la princesa aparecería con sus doncellas. Ya sea por obediencia a la petición de su madre o por su propia voluntad, María tomó su posición a distancia para ver lo que ocurriría al niño. El papiro crecía hasta una altura de alrededor de tres metros, y era comúnmente usado por los egipcios para botes, debido a que lo consideraban como protección contra los cocodrilos.

¿Podemos penetrar en la mente de estas dos mujeres cuando juntas trabajaban para salvar al que amaban? No se menciona a Amram en este incidente, y es un estímulo para las hermanas saber que las mujeres son frecuentemente usadas por Dios en momentos críticos y peligrosos en el servicio y, algunas veces, en la salvación de otros. Podemos pensar en Rahab, Débora, la viuda de Sarepta, María y Marta, y Lidia. Jocabed debe de haber confiado en María, para dejarla a cargo del niño, y la joven, aunque temerosa, estaba preparada para esperar con paciencia y observar. Esta puede ser una lección para algunas de nuestras activas adolescentes, quienes a veces quieren hacer cosas espectaculares. Unicamente de manera vaga podemos imaginar como su corazón debe de haber ansiado hacer algo cuando oía el llanto del hambriento niño; sin embargo, se mantuvo silenciosa en su puesto. Estamos seguros de que ella oraba tal como su madre le había enseñado, confiando que Dios haría algo. Aquí tenemos una profunda lección. Cuando tengamos problemas que ningún corazón humano pueda resolver, oremos y esperemos pacientemente a fin de que logremos una solución similarmente maravillosa. La pequeña arca resultó ser un arca de salvación. La que pudo haber llevado su preciosa carga a una muerte segura, se convirtió en un pequeño santuario. Recordemos la exhortación de Ezequiel de que «aunque les he arrojado lejos…les seré por un pequeño santuario» (11:16). Podemos tener estos «santuarios» con Dios en la cocina, o en la oficina, o dondequiera que nuestros corazones puedan estar en dificultad, y necesitemos la ayuda y fortaleza que sólo Dios puede darnos.

Temor y esperanza

La princesa egipcia llegó a la orilla del río; vio la pequeña arca e hizo traerla para su inspección. Imagine el temor de María mientras observaba. Difícilmente esperaría que esta hija del rey asesino tendría compasión de un niño hebreo. El período de espera de María no había sido malgastado. Se había preparado para entrar en acción tan pronto como la oportunidad llegara, tanto de palabra como de hecho. «¿Iré a llamarte una nodriza de la hebreas, para que te críe este niño?» La hija de Faraón dijo: «Vé.» Esta palabra era todo lo que María necesitaba. Con alegría corrió a traer a su madre. Esta vez le tocaba a María tener confianza en su madre. La muchacha sabía que su madre no le fallaría, y juntas regresaron rápidamente a una situación mucho más feliz que la de unas horas antes. A Jocabed se le pagó un salario por criar a su propio hijo, y se piensa que ella lo conservó consigo hasta la edad de doce años, antes de ser llevado al palacio. A esa edad se suponía que un muchacho hebreo debía tener un buen conocimiento de su fe. La princesa llamó al niño Moisés, diciendo: «Porque de las aguas lo saqué.»

En esta breve historia de final feliz relatada en Exodo, tenemos un cuadro maravilloso de dos mujeres trabajando juntas en amor. Una mujer adulta y otra más joven, cada una confiando en la otra; seguramente una lección para nuestra «familia real» en el sentido de que grupos de todas las edades pueden trabajar juntos en armonía. Siempre hay tareas para los jóvenes, y otros trabajos para los «no tan jóvenes»: ninguno de los dos grupos puede prescindir del otro. María fue usada indudablemente por Dios para preservar la vida de su hermano, Moisés, quien más tarde llegó a ser el «redentor» de su pueblo. Aún está en el futuro el tiempo en que esperamos se nos permita ayudar en la gran redención del mundo; mientras tanto, podemos observar las palabras de Jesús: «En cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis.»

No volvemos a leer de María sino hasta que Israel ha cruzado el Mar Rojo; las Escrituras guardan un silencio de alrededor de ochenta años sobre ella. Durante este período su tristeza se ha convertido en gozo al ver a su hermano Moisés sacando al pueblo de la esclavitud de Egipto. Ella debe de haberse sentido orgullosa y justificablemente feliz habiéndose visto anteriormente envuelta en la protección de su hermano para este propósito. La ansiedad llegó cuando todos se enfrentaron al Mar Rojo, con sus enemigos no muy lejos a sus espaldas. ¿Habrá recordado ella el tiempo cuando años antes estuvo en otra extensión de agua, es decir, el río Nilo? ¿Salvaría Dios a su gran pueblo ahora así como había salvado entonces al pequeño hermano de María?

Moisés dijo al pueblo: «No temáis; estad firmes, y ved la salvación que Jehová hará hoy con vosotros.» Sí, María había estado quieta frente al río Nilo, pero ahora ella era mucho mayor, y esta extensión de agua era mucho más grande. A Moisés le fue dicho que extendiese su mano sobre el mar…»y las aguas quedaron divididas.» ¡Otro momento de orgullo para ella!

Canto de victoria

¡Dios ha realizado una gran obra! Israel cruzó el mar Rojo como en tierra seca, y sus enemigos fueron destruidos cuando las aguas se volvieron sobre ellos. Moisés dirigió a Israel en un canto de victoria, y María, aunque tenía unos 95 años de edad, tomó un pandero en su mano y dirigió a las mujeres de Israel en el canto y la danza, diciendo:

«Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; Ha echado en el mar al caballo y al jinete.» (Exodo 15:21)

La humilde María, quien había estado dispuesta a esperar junto al Río Nilo, y luego a la orilla del Mar Rojo, una vez más se levanta en acción. Parecía tener recursos que la habilitaban para esperar pacientemente, estar alerta y lista.

En este incidente se habla de ella como «profetisa.» El significado de profeta y, presumiblemente, profetisa, es «uno que habla en nombre de Dios.» Podemos pensar en otras profetisas, como Débora, Hulda y la anciana Ana de los tiempos del Nuevo Testamento. A pesar de su posición exaltada no se sintió demasiado orgullosa ni digna para cantar y danzar delante del Señor. Pienso que algunas veces dudamos en mostrar nuestra emoción cuando bien pudiera ser para la edificación espiritual de otros. El rey David es un ejemplo brillante de esto cuando danzó delante del Señor por el puro gozo de que el arca había sido traída de regreso a Jerusalén; él mostró a todo Israel como deberían regocijarse. Pero hubo una nota sombría: a su regreso una mujer menospreció sus entusiastas acciones. Este hombre santo debe de haberse sentido desanimado: sus recuerdos de un día maravilloso se habían nublado. ¡Hermanas, pongamos atención!

Más anciana, pero menos sabia

María debe de haber sido grandemente respetada por Israel debido a su cercana relación con Moisés, su líder, y Aarón, quien más tarde llegaría a ser el sumo sacerdote de ellos. Tan elevada posición estaba muy por encima de la que tuviera la humilde adolescente que estuvo en el Nilo. Nos preguntamos si este gran ascenso en su posición tuvo alguna relación con el penoso cuadro al que ahora nos tenemos que volver, tal como está registrado en Números 12. Ella era, para ese entonces, una mujer mucho más anciana. Había sido testigo de la maravilla visión en el monte Sinaí, e Israel estaba ahora acampado en algún lugar lejos de allí. «María y Aarón hablaron contra Moisés a causa de la mujer cusita que había tomado.» (Algunos comentaristas piensan que ésta puede haber sido Séfora.) «Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?» Aarón había actuado como profeta para Moisés (Exodo 4:16), y María era profetisa. Así que ellos estaban en lo cierto; Dios había hablado a través de ellos. Pero Dios quedó muy disgustado con su actitud. El pidió que los tres se separaran de la congregación; luego una columna de nube, la cual era la manifestación de Dios, se situó a la puerta del tabernáculo. Dios les dijo que El hablaría a los profetas en visiones y sueños, pero con Moisés hablaría «cara a cara.»

Cuando la nube se retiró, María se había vuelto leprosa, tan blanca como la nieve. Podemos deducir de las palabras de Aarón (Números 12:12) que era un estado avanzado de lepra con su carne parcialmente consumida; una figura miserable, repugnante e impura. El nombre de María fue mencionado primero, de modo que parecería que ella incitó a Aarón en este reto a la autoridad de Moisés. Dios consideró que esta crítica de María era una falta seria, y es una advertencia para nosotras para que apoyemos a los hermanos en su trabajo para el Señor, en vez de criticarlos. Estamos agradecidas de que Dios nos ha permitido conocer las debilidades de algunas de estas mujeres notables de la antigüedad a fin de que no perdamos el ánimo cuando dejamos de alcanzar las normas a las cuales hemos sido llamadas. Aarón mostró amor fraternal rogando a Moisés por María; ella fue curada tras haber sido expulsada del campamento por siete días, e Israel no se movió en su jornada sin ella. Esto demostró en qué alta estima seguía siendo considerada.

Celo y amor

Esta crítica de parte de María estaba relacionada con el matrimonio de Moisés con la mujer cusita o etíope. Josefo describe en forma detallada la conquista de una ciudad etíope y a una princesa etíope con la que Moisés se casó durante su período como «príncipe» en Egipto. Parece probable que ella y no Séfora fuera el origen del descontento de María y Aarón. María bien pudo haberse vuelto demasiado posesiva con su hermano y resentirse porque fuera atendido por un mujer extranjera. Cuán sutil es, a veces, el pensamiento de una mujer, y con qué frecuencia manifiesta celo donde el amor abunda; Maria puede haberse resentido por alguna posibilidad de desafío a su elevada posición. Toda la Escritura existe para nuestra amonestación; hemos sido elevados en nuestra posición y sacados de las tinieblas de Egipto para ser «profetas» y «profetisas» de la gloria venidera; hemos sido transformados de hijos de Adán en hijos de Dios. Recordemos que esta elevada posición no se debe a nuestra propia justicia. De hecho, «por la misericordia de Jehová no hemos sido consumidos» por lepra o cualquier otra causa. Deberíamos estar siempre conscientes de nuestro origen humilde. Si no fuera por la gracia de Dios aún estaríamos en el «río de la muerte» (tanto el Nilo como el Mar Rojo representan la muerte para muchos), y no tendríamos la esperanza de poder tomar «del agua de la vida gratuitamente» (Apocalipsis 22:17).

La única otra mención que tenemos de María es sobre su muerte. Esta ocurrió después de 38 de los 40 años en que Israel anduvo errante en el desierto. La Escritura solamente establece (Números 20) que María murió y fue enterrada en Cades. El historiador Josefo nos informa que «Moisés lloró por María por espacio de 30 días, honrándola con un costoso funeral público en el que tomó parte todo el pueblo.» Según el mismo escritor su sepulcro estaba en la cumbre de una colina llamada Sin, que pudo estar en las cercanías de Cades, aunque una tradición posterior lo sitúa no lejos de Petra. Moisés debe de haber sentido esta gran brecha en el pequeño círculo familiar. María era una mujer bastante anciana, de cerca de 130 años o más de edad. Ella había acompañado a Moisés en todo el camino desde Egipto y, aparte de una ocasión registrada, parece que desempeñó fielmente sus deberes de hermana.

Fue justamente después de la muerte de ella que Moisés desobedeció a Dios golpeando la roca para obtener agua, cuando él y Aarón dijeron: «¡Oíd ahora, rebeldes! ¿Os hemos de hacer salir aguas de esta peña?» Ella fue, por consiguiente, librada de la agonía mental que este incidente le podría haber causado, y también de escuchar el castigo de Dios sobre ellos, que ninguno vería la tierra prometida.

Ni María ni sus dos hermanos realmente vieron la «tierra prometida»; pero ellos caminaron incansablemente hacia ella, proporcionando liderazgo espiritual muy práctico a los que fueron con ellos. El aprecio de Dios por María como uno de los líderes de Israel fue expresado por el profeta Miqueas (6:4), diciendo a Israel:

«Yo te hice subir de la tierra de Egipto, y de la casa de servidumbre te redimí; y envié delante de tí a Moisés, a Aarón y a María.»

Traducido por Nehem ías Chávez Zelaya

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