Ante el momento que vivimos es imposible no pensar en la pascua de Israel en Egipto.
Si no has leído Exodo 12, leelo ahorita. Y si en este momento estás encerrado en tu casa y tienes tiempo, lee Éxodo a partir del capítulo 1.
¿En qué casa queremos refugiarnos?
Se nos ha llamado a refugiarnos en nuestras casas de una muerte invisible que anda por las calles. Así como lo hicieron las plagas en Egipto hace 3500 años, en cuestión de pocos meses ésta ha derribado a tantos dioses de este mundo: las grandes empresas están colapsando, los mercados están en picada, el deporte se ha suspendido. ¿La belleza de qué sirve cuando ya ni nos vemos? ¿La ropa de marca, las joyas y todos los símbolos de riqueza en este momento a quién le importan? Aquellas personas que antes nos parecían tan altas y fuertes ahora son simplemente figuritas insignificantemente pequeñas en nuestras pantallas – si es que siquiera las vemos o les hacemos caso.
Dentro de nuestras casas, con puertas cerradas, tratamos de proteger nuestras vidas y las vidas de las personas que más amamos. Somos Noé dentro del arca, Rahab en su hogar en el muro de Jericó – haciendo todo lo posible por salvarnos con nuestras familias. Somos el pueblo de Israel, reunidos tras puertas cerradas, pidiendo a Dios que la mortandad no entre tras nosotros.
En este momento de crisis recordemos que en aquella noche Dios había dicho a su pueblo que para salvarse no sólo era indispensable estar dentro de sus casas – su verdadera protección no era la puerta cerrada sino el haber pintado los postes y el dintel de sus puertas con la sangre del cordero perfecto.
En Apocalipsis Juan habla del “cordero que fue inmolado desde el principio del mundo” (Apocalipsis 13:8). A lo que esta frase se refiere es que aún desde antes que Dios pronunciara las palabras “sea la luz” en Génesis 1 toda la creación, toda la historia, apuntaba al Cristo que vendría. Cristo no vino como una reacción posterior de Dios a un propósito frustrado por el pecado de Adán – Cristo siempre fue el fin y el propósito de la creación. Y a través de los milenios Dios puso muchas señales y marcadores apuntando claramente a él.
Las plagas en Egipto se dieron para conducir al pueblo de Dios a la salvación que les esperaba por delante. La plaga que ahorita vivimos nosotros en este tiempo no sabemos con certeza por qué está sucediendo o como ubicarla dentro de los planes de Dios para el mundo. Lo que sí sabemos es que hoy, en este momento, la plaga nos ha encerrado en nuestras casas.
Y este es el momento para reflexionar si estamos en la “casa” en la que realmente nos salvaremos…no sólo de esta muerte, sino de todas. Pues si por la gracia de Dios escapamos de este momento y volvemos a salir a la calle a retomar nuestras tareas y ocupaciones, tarde o temprano la muerte nos encontrará.
Tarde o temprano la muerte nos encontrará… a menos que nos hayamos refugiado en la casa protegida por la sangre del sacrificio del cordero perfecto de Dios. Obviamente ya no nos referimos a una “casa” en el sentido literal y físico, sino, como dice el escritor de Hebreos, a la “casa de Dios” que es la familia de Dios, a los hijos e hijas que se han unido a Él bajo la protección de la sangre del cordero (Hebreos 3).
En la pascua tenemos uno de los presagios más claros del verdadero cordero que vendría para salvación de todo el mundo. En este momento, en nuestro momento, la única pregunta que importa es esta: ¿Estoy dentro de la casa de Dios?