Al comienzo de Jueces 19 no había rey político en Israel y el pueblo tampoco reconocía el liderazgo de Dios. La horrible historia que nos relata este capítulo nos muestra cuán lejos estaba el pueblo de las amorosas instrucciones de Dios.
Gabaa, un pueblo que había olvidado a Dios
En Israel, los levitas eran los sacerdotes, guías y líderes religiosos del pueblo. Jueces 19 comienza con la historia de un levita y su concubina; ella era reconocida como su compañera legal, pero no con el mismo estatus que una esposa. El capítulo nos relata que aquella concubina del levita no era una persona con moral, pues le fue infiel con otro hombre. Después de esto, ella huyó a la casa de su padre en Belén de Judá.
A pesar de tal situación, el levita la quería de vuelta y fue a buscarla a la ciudad de Belén.
Al llegar, el padre de la concubina lo recibió con una actitud hospitalaria y tras haber pasado unos momentos muy agradables, el levita y su concubina se prepararon para regresar a casa.
Siendo ya tarde, llegaron a Jerusalén, lugar donde en este tiempo habitaban los cananeos. El levita no quiso quedarse en aquel lugar, pues no quería asociarse con aquellos que él consideraba como malvados paganos. Por tanto se dirigieron a Gabaa, un pueblo perteneciente a la tribu de Benjamín, sin saber que este lugar era aún peor.
En aquel entonces no había hoteles para hospedarse, por lo que dependían de la cortesía y hospitalidad de los habitantes para alojarse en algún lugar. Al no haber quien los hospedase, el levita se preparó para dormir en la plaza del mercado. ¡Esta historia no halaga la hospitalidad de la gente en Gabaa!
Más tarde, un anciano que regresaba de su trabajo los encontró y los acogió. Solo una persona de todo el pueblo pudo ser amable con ellos.
Y las cosas se ponen aún peor.
¡Esa noche los hombres de la ciudad se reunieron alrededor de la casa del anciano y quisieron al levita para poder tener sexo con él! El anciano salió y estaba dispuesto a darles a estos hombres horribles a su propia hija y a la concubina del levita para que «hicieran con ellas lo que era bueno ante sus ojos». Esto obviamente significaba: “haz lo que quieras con estas mujeres”. Finalmente, el levita tomó a su concubina, se la dio a los hombres y entró sano y salvo a la casa, dejándola a ella fuera.
Las acciones de aquellos hombres pervertidos son impactantes, pero la indiferencia del levita es casi peor; duerme toda la noche y al despertar no se da cuenta de inmediato que su concubina está muerta delante de la puerta de la casa. Esta situación es trágicamente cruel y muestra el triste estado de cómo la gente se había olvidado de adorar y amar a Dios, prefiriendo amarse más a sí mismos.
Al regresar a su tierra, el levita la dividió horriblemente en 12 pedazos y los envió a todas las tribus de Israel para exigir justicia sobre los hombres de Gabaa y la tribu de Benjamín. Era una forma grotesca de enviar un mensaje de que se debía hacer algo con los hombres de Gabaa; esto funcionó, pero aun así fue un acto terrible.
El pueblo de Gabaa y Benjamín decidió apoyar a los violadores ocultándolos, por lo que las demás tribus de Israel se unieron y decidieron ejecutar a los hombres que violaron y asesinaron a la concubina del levita. Todos menos 600 hombres de Benjamín fueron asesinados (Jueces 20:47–48).
Al leer estos hechos inmorales de estos capítulos de Jueces, podemos sentirnos alentados por el hecho de que las Escrituras claramente condenan estas actividades. Crímenes como este sobre la concubina del levita son resultado de cuando se desprecia la ley de Dios. Pasan cosas terribles cuando cada uno hace lo que le parece.
Este período oscuro de la historia de Israel pronto conduciría a la demanda de un rey israelita. Esto ayudó un poco a la nación a seguir a Dios. Sin embargo, también mostró la necesidad de un Rey y Mesías perfecto: Jesucristo.