Eva no cuidó la verdad
La impresión personal de Eva de que el árbol del conocimiento del bien y del mal, siendo agradable a la vista, era también bueno para comer, surgió sin duda del hecho de que Dios había creado así todos los otros árboles del huerto (Génesis 2:9). También era un árbol que podía hacer sabia a una persona, en el sentido de que lo más sabio que se podía hacer con él era evitarlo totalmente.
Cuando Eva, quien naturalmente se inclinó por una verdad a medias, aceptó la versión de la serpiente sobre lo que Dios había dicho, ella cambió «la verdad de Dios por la mentira» (Romanos 1:25). La entera verdad acerca del árbol fue lo que Dios realmente dijo:
«Mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás» (Génesis 2: 17).
Por consiguiente, lo que Eva creyó afectó todas las cosas, y las consecuencias fueron terribles: ella persuadió a su esposo a imitarla, así que
«el pecado entró en el mundo por un hombre, y por el pecado la muerte, así la muerte pasó a todos los hombres, por cuanto todos pecaron» (Romanos 5:12).
Entonces, tener cuidado de la verdad es de vital importancia. Las consecuencias de fallar en mantener la verdad de Dios son tanto morales como intelectuales, tal como Pablo lo expresa en amplio detalle en Romanos, capítulo 1. Si el hombre prefiere alguna otra clase de verdad distinta de la que Dios ha revelado, entonces no es ninguna verdad, sino «insensatez» y «tinieblas.» Lo que es peor, se vuelve cada vez más difícil distinguir la verdad del error o lo correcto de lo indebido. Pablo expresa que «Dios los entregó a una mente reprobada,» es decir a una mente carente de juicio. Inevitablemente, la forma de vida de un hombre cambia cuando cambia su doctrina. Hay una «doctrina que es conforme a la piedad» (1 Timoteo 6:3), y la piedad puede ser lograda únicamente aceptando la totalidad de las palabras de nuestro Señor Jesucristo (véanse los siguientes versículos de 1 Timoteo capítulo 6 para conocer el resultado de hacer lo contrario).
Jesús dijo: «Conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres» (Juan 8:32). La libertad de la cual habla el Señor es evidentemente libertad del pecado y sus consecuencias, o lo que es lo mismo, el perdón de los pecados. Porque «todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado» y nadie puede ser libre «si mi palabra no halla cabida en vosotros» (Juan 8:34,37). Así que el perdón, la salvación, la comunión con Dios y la verdad van juntas. Medias verdades acerca de Dios y su propósito en Cristo no proporcionan salvación.
Debemos tener cuidado de la verdad. Al usar esta expresión damos a entender la entera verdad y nada más que la verdad. La verdad consta de los principios divinos que juntos forman la completa enseñanza de Dios, constituyendo una unidad indisoluble. Esta es la razón por la que los cristadelfianos nos hemos esforzado siempre por mantener nuestra fe distintiva, aunque esto nos ha separado de todas las otras comunidades religiosas, aun de aquellas con las que tenemos algunas creencias comunes, como por ejemplo el regreso de Cristo a la tierra. También es la razón por la que en estos días, en que se predica tanto sobre que las doctrinas son de poca importancia comparadas con el espíritu de paz y amistad entre iglesias y denominaciones, para nosotros es importante estar seguros de nuestra fe y convencidos de su fundamento bíblico. No se trata solamente de preferir nuestros propios puntos de vista a los de las demás comunidades. Es simplemente que si Dios ha establecido una verdad salvadora debemos creer en ella y mantenernos dentro de lo que El ha declarado.
Consideremos lo que pasaría si nos volviéramos indiferentes para con algunas de nuestras doctrinas distintivas:
Nuestra creencia en la unidad de Dios y la persona de Cristo es única, y está bien fundada en las Escrituras. ¿Qué diferencia habría si el Señor Jesús fuera en realidad Dios Hijo, preexistente, habiendo venido al mundo despojándose de su inmortalidad y tomando forma humana? Entonces Cristo no sería verdaderamente de la raza de Adán ni su sacrificio sería la ofrenda de un verdadero representante de nuestra clase, «semejante a sus hermanos» (Hebreos 2:17), perfecto entre los pecadores por haber vencido al pecado, aunque Dios «cargó en él el pecado de todos nosotros» (Isaías 53:6).
El habría sido un sacrificio sustitutivo, y el bautismo en su muerte no sería lo que era para Pablo, una muerte con Jesús para que podamos ser resucitados juntamente con él. Su muerte sería un pago, ¿hecho a quién? ¿a Dios el Padre? ¡Eso jamás! «Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su hijo unigénito…» (Juan 3:16).
¡Y si el diablo fuera un ser celestial caído, con ángeles a sus órdenes y las almas de los malos en su poder! No solamente la responsabilidad por el pecado dejaría de estar donde las Escrituras la sitúan (es decir, con nosotros mismos). La batalla no sería tampoco entre nuestra voluntad y la de Dios. La victoria del Señor habría sido el triunfo de su divino poder sobre las fuerzas cósmicas de Satán. En vez de esto, fue la destrucción del poder de la muerte en uno cuyo amor por su Padre era tan profundo y su entendimiento del temor de Dios tan vivo, que aunque era de carne y sangre pudo clamar: «no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lucas 22:42), y pudo ser salvado de la muerte por su temor a Dios (Hebreos 5:7).
Si el hombre tiene un alma inmortal, ¿de qué entonces es salvado? ¿y por qué medio? ¿Qué importancia tendría la resurrección de los muertos a la venida del Señor? Y si «este mismo Jesús» no vendrá de nuevo, ¿cuándo van a comparecer sus santos, vivos y muertos, ante su tribunal? Si todas las promesas del Antiguo Testamento son espirituales en vez de literales, ¿por qué Dios las dio en esa forma y envió a su Hijo para confirmarlas y sellarlas con su sangre (Romanos 15:8)?
Hay infinidad de problemas una vez que perdemos la unidad de la verdad. Es más, no hay verdad si trocamos uno de sus elementos básicos en mentira. Si tienen razón los que afirman ser dirigidos por un Espíritu Santo personal para llegar a una verdad que permite a los hombres hacer caso omiso de lo que la Biblia enseña, entonces la verdad ya no existe en ninguna parte; solamente existen las impresiones personales que no pueden ser la verdad redentora que hace libres a los hombres.
Este es el tiempo predicho, cuando los seductores están obrando, yendo de mal en peor, y la gente tiene comezón de oír (2 Timoteo 4.3). Las iglesias ortodoxas, particularmente la Anglicana y hasta cierto punto la Católica, tienen ministros que dudan del nacimiento virginal o de la resurrección de Jesús. Para algunos parece más atractivo escuchar a los que nos piden hacer a un lado las doctrinas cristadelfianas para lograr una cooperación más estrecha con otras denominaciones, alegando que «nadie tiene el monopolio de la verdad.»
Sin embargo, continuemos siguiendo la verdad y nada más que la verdad, porque sólo ella puede mantenernos en el camino de la vida.
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