En el primer capítulo de su carta a los efesios, el apóstol Pablo escribe acerca del origen, la condición, la gloria y la heredad futura de los santos, a quienes posteriormente llama «hijos de luz.» Luego, para hacer comprender a cada creyente las maravillas de su propia salvación, empieza el segundo capítulo diciendo:
«Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados.»
El mundo de la oscuridad
Sólo si nos damos cuenta de la naturaleza del mundo de los «delitos y pecados» podemos apreciar el valor del sacrificio que efectuó Cristo para redimirnos. Y debemos mirar el mundo a través de los ojos de Dios, con la ayuda de Su palabra, y no por medio de nuestros propios ojos. Si hacemos esto, entenderemos cuán desesperado es el estado de los que permanecen en este mundo, aunque entre ellos haya parientes o amigos nuestros.
Cuando Jesús vino, Juan escribió que «la luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la comprendieron» (Juan 1:5, nota marginal, Biblia de Jerusalén), y así ha sido siempre. Para ser rescatados de este mundo de oscuridad, los hombres deben hacer algo más que solamente llevar un vida de sólida moral: tienen que acercarse a Dios creyendo y con fe.
«Mas el que practica la verdad viene a la luz, para que sea manifiesto que sus obras son hechas en Dios» (Juan 3:21).
Pablo dice claramente que aquellos que están en este mundo de oscuridad andan de acuerdo a «la corriente de este mundo» (Efesios 2:2): son víctimas de la manera de pensar y vivir de su época. Esto es particularmente cierto hoy en día, cuando existen tantas opiniones «modernas» acerca de la religión, de Dios y del super-hombre, y Pablo lo subraya con una vívida metáfora, diciendo que las personas del mundo andan «conforme al príncipe de la potestad del aire»: respiran la atmósfera de los delitos y pecados de su época; están bajo la influencia del poder invisible del mal que socava sus vidas hasta que les sorprende la muerte, en la que no hay esperanza ni pensamiento. ¡Qué realista y trágico es esto en nuestros días!
Siendo nombrado juez de todos, Jesús juzgó al «príncipe» de este mundo oscuro, cuyos súbditos, dijo, «no creyeron en mí»; y Pablo describe al «príncipe de la potestad del aire» como «el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia.» Este espíritu de maldad hace que las personas desobedezcan y menosprecien a Dios, para seguir su propio camino. Este fue el pecado de Israel, y es el pecado del mundo de hoy. Dios ve todo esto, y cualquiera que no salga del mundo para venir a la luz morirá en la oscuridad, como dijo Juan el bautista:
«…el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios está sobre él» (Juan 3:36).
El mundo de la luz
Jesús vino como la luz del mundo para iluminar la oscuridad, y a sus discípulos dijo:
«Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos» (Mateo 5:16).
Así que el creyente no sólo entra a una vida nueva de compañerismo sino también a una vida llena de luz. Pero esta nueva vida tiene muchas responsabilidades y dificultades, porque puede que hayamos dejado en el mundo oscuro a muchos amigos a quienes estimamos, y otros a quienes amamos. Nuestro criterio personal en este asunto debe ser regido por la luz, no por la oscuridad. Con demasiada frecuencia formamos nuestras opiniones en base a criterios personales y no espirituales. Decir que un amigo en el mundo es un buen cristiano porque lleva una vida de sólida moral, es formar nuestra opinión desde el punto de vista del hombre y no el de Dios.
Este criterio «de la carne» es el que a veces lleva a un hermano o hermana a casarse con una persona que no comparte nuestra fe, porque tal persona supuestamente «lleva una vida tan buena como la mía.» Se olvida que una vida «buena» tiene que ser una vida de obediencia a Dios. Pablo no razona así, sino que es franco y tajante al decir:
«No os unáis en yugo desigual con los incrédulos; porque ¿qué compañerismo tiene la justicia con la injusticia? ¿Y qué comunión la luz con las tinieblas? ¿Y qué concordia Cristo con Belial? ¿O qué parte el creyente con el incrédulo?» (2 Corintios 6:14-15).
Esto parece ser una «dura palabra» (Juan 6:60), pero así es como Dios ve las cosas, revelando a sus siervos la situación de los que están en el mundo. De manera que hay mucha más razón porque los hermanos deben dejar brillar su luz bajo toda circunstancia, y más que nada al tratar de hacer amigos. El poder de la luz puede dar maravillosos resultados; Dios cuida de los suyos. Pero siempre debemos afrontar con valor las exigencias de Su llamado. Una excesiva amistad con el mundo es infidelidad con Dios. Santiago la llama «adulterio» (Santiago 4:1-5).
En la nueva vida debemos afrontar la necesidad de hacer sacrificios que a veces nos pueden costar mucho, pero ¿acaso ha sido de otra manera en cualquier otra época? Fue así desde el asesinato de Abel hasta la muerte de Cristo, y todavía sigue siendo así. Cristo perseveró por el gozo que fue puesto delante de él, y es por este mismo gozo que debemos tomar nuestra cruz y seguirlo.
El abismo entre el mundo de la oscuridad y el de la luz es ancho; la diferencia entre los dos mundos fue subrayada por Jesús cuando dijo,
«El que en él cree, no es condenado; pero el que no cree, ya ha sido condenado, porque no ha creído en el nombre del unigénito Hijo de Dios» (Juan 3:18).
No hay nada superficial en la palabra «creer»: significa unirse a Cristo, confiando en él.
El mundo de la gracia
Cuando Jehová reveló su gloria a Moisés, no lo hizo con un acto de poder, sino con una revelación de su compasión, bondad, gracia, misericordia y verdad (Exodo 34:6). Si no fuera por la bondad y gracia del Padre para con nosotros, nos habríamos quedado en este mundo de oscuridad para desaparecer en la muerte eterna. ¡Cuán fervientemente, por tanto, debemos regocijarnos de vivir bajo la misericordia y la protección benevolente del Padre, y con qué fervor debemos «…dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios» (Hechos 20:24), por el cual se sacrificó el apóstol Pablo!
En el mundo tenemos parientes, amigos y multitudes de otras personas, a quienes debemos revelar, por palabra y por hechos, este maravilloso «evangelio de la gracia de Dios,» y nunca debemos flaquear en nuestros esfuerzos para llevarlos a la fe y a la esperanza de la vida eterna. Pero al hacer esto, nunca debemos ser tan débiles como para ceder ante la influencia mundana de ellos, aunque tengan buenas intenciones, porque poco a poco apagaríamos la luz que está en nosotros, trayendo sobre nosotros mismos la severa condenación de Jesús.
Todos los días de nuestra vida deben ser días de acciones de gracias,
«porque la gracia de Dios se ha manifestado para salvación a todos los hombres, enseñándonos que, renunciando a la impiedad y a los deseos mundanos, vivamos en este siglo sobria, justa y piadosamente, aguardando la esperanza bienaventurada y la manifestación gloriosa de nuestro gran Dios y Salvador Jesucristo» (Tito 2:11-13).
Estamos viviendo en los últimos días de los gentiles, un momento histórico que debe darnos una mayor conciencia del valor inexpresable de la Verdad que tenemos, y del valor de cada momento que nos queda antes de la venida de Jesús.
~ John Marshall
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