En este capítulo completaremos el plan de Dios para la tierra y el hombre. En las páginas anteriores hemos trazado el desarrollo gradual de su propósito desde los lejanos días de la creación del hombre y el huerto del Edén. Vimos cómo el pecado entró en el mundo, y las trágicas consecuencias de la transgresión humana. Pero también vimos aparecer el primer rayo de luz cuando a Eva se le prometió que tendría un hijo quien finalmente destruiría el pecado y la muerte.
Echamos un vistazo a las promesas de Dios que proclamaron a Abraham que uno de sus descendientes traería bendición a todos los pueblos del mundo. Luego consideramos la promesa hecha a David en el sentido de que uno de sus hijos sería rey como él mismo, pero sobre un reino mucho más glorioso que el de David. Posteriormente notamos que el tema de la venida de este gobernante fue ampliamente desarrollado por los profetas del Antiguo Testamento, y que cuando Jesús nació fue saludado como el largamente esperado Mesías. El futuro reino de Dios fue el enfoque de la predicación de Cristo, quien habiendo hecho posibles el perdón y la vida eterna para sus seguidores por medio del sacrificio de su vida, fue al cielo para esperar el tiempo de su regreso para establecer el reino.
Después de estudiar las señales establecidas por Dios para el retorno de Jesús, notamos que éstas indican que la tierra parece ahora lista para su regreso. Seguidamente examinamos los pasajes que explicaban cuál será la gran obra de Jesús al resucitar a sus seguidores muertos, juntar a los vivos y recompensar a los fieles con vida eterna. Vimos que con ayuda de éstos limpiará la tierra del malvado legado del gobierno humano. Finalmente retornamos a algunas de aquellas agradables visiones del mundo venidero en las que los profetas describen la bendición del futuro reino de Cristo, lo que consideramos en forma detallada en el capítulo 2.
Ahora llegamos al punto culminante, cuando los años de preparación dan paso a los siglos eternos de cumplimiento.
Al final de sus mil años de gobierno Jesús reinará sobre un mundo transformado. El reino de los hombres, que a su regreso se tambaleaba al borde de su propia destrucción, habrá dado paso al perfecto gobierno del reino de Dios.
Los males de la guerra, hambre, enfermedad, opresión e injusticia, que fueron la herencia del pecado, serán sólo un recuerdo lejano en la mente de las personas privilegiadas y felices, quienes bajo la sabia conducción de Cristo y de sus inmortales asistentes, se habrán vuelto a Dios en servicio amoroso y obediente. La profecía pronunciada en el momento del nacimiento de Jesús finalmente será una realidad, pues debido al hecho de haber dado «gloria a Dios en las alturas» habrá «en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres.»
Pero por muy agradable y feliz que sea este tiempo, esta fase del reino de Dios no es la culminación del plan de Dios para la tierra. El pecado, aunque mucho menos prominente, todavía existirá. La muerte, aunque será un suceso relativamente raro, todavía existirá. Así, aun durante el milenio la tierra todavía no habrá alcanzado una condición que posibilite la morada del puro y santo Creador entre los hombres en perfecto compañerismo. El cumplimiento de este propósito original tiene que esperar un acontecimiento posterior: la completa remoción del pecado y la muerte de la faz de nuestro planeta.
En el libro de Apocalipsis aprendemos que durante el milenio el poder del pecado estará restringido. Como vimos en el capítulo 9 del presente estudio, la Biblia usa una serpiente como símbolo del pecado, porque en Edén la serpiente fue el instrumento para introducir el pecado en el mundo. Manteniendo esta simbología, Apocalipsis afirma que la serpiente será atada con una cadena durante los mil años del gobierno de Cristo, simbolizando así el hecho de que en este período el poder del pecado será reducido aunque no completamente destruido (Apocalipsis 20:2).
Pero al final del milenio esta restricción sobre el pecado será removida, y un espíritu de rebelión surgirá en el mundo. Esta será la prueba final de lealtad para los habitantes mortales del reino de Dios. ¿Permanecerán fieles al Dios que los ha bendecido con su inagotable liberalidad durante los anteriores mil años, o escucharán los argumentos aparentemente razonables de quienes olvidando los horrores del antiguo reino de los hombres, piensan que pueden crear un mundo mejor por sus propios esfuerzos.
Parece que el liberado poder del pecado hará que los rebeldes tengan muchos seguidores, pues Apocalipsis describe cómo después de su liberación, la serpiente
«saldrá a engañar a las naciones que están en los cuatro ángulos de la tierra… a fin de reunirlos para la batalla; el número de los cuales es como la arena del mar. Y subieron sobre la anchura de la tierra, y rodearon el campamento de los santos y la ciudad amada» (Apocalipsis 20:8-9).
Inevitablemente esta insurrecci ón estará condenada a fallar. Las sencillas palabra de la Escritura describen la total aniquilación de los rebeldes:
«Y de Dios descendió fuego del cielo, y los consumió» (Apocalipsis 20:9).
Este mismo capítulo continúa describiendo la remoción total del pecado y la muerte. Al final del milenio aquellos que han vivido durante ese período serán juzgados en un tribunal similar al que mil años antes había determinado el destino eterno de los que habían vivido bajo el gobierno humano.
Tras la resurrección de algunos que pudieran haber muerto, los fieles recibirán vida eterna y serán reunidos con los que fueron hechos inmortales al comienzo del milenio. Entre tanto los infieles serán castigados con la muerte. De este modo, al final de estos eventos no quedará gente mortal en la tierra. El pecado y sus consecuencias habrán sido eliminados, y todos se deleitarán en la perfección de la naturaleza divina, experimentando la plenitud del poder y amor de su Creador (Apocalipsis 20:10-15).
Con la completa remoción del pecado, el magnífico esquema para la redención del hombre será finalmente completado, y no habrá nada que detenga el perfecto e ininterrumpido compañerismo entre Dios y el hombre. Así el reino de Dios entrará a su etapa final y permanente. En otro pasaje clave de su primera carta a los corintios, Pablo resume el proceso por el cual esta perfecta unidad habrá se logrará. En un amplio recorrido sobre la enseñanza bíblica, describe la entrada del pecado en el mundo, trayendo la muerte a todos aquellos que están «en Adán.» Señala el medio de redención en Cristo explicando que primero Jesús obtuvo vida eterna, y luego sus seguidores serán bendecidos del mismo modo a su regreso. Se refiere al reinado de Jesús en el reino de Dios, en cuyo tiempo dominará a todos los poderes y por último hasta la muerte misma. Luego Pablo explica que el único poder que no se sujetará a Jesús es Dios mismo. Finalmente, Jesús presentará el perfeccionado reino a Dios, para que habite en él por toda la eternidad. Aun el Hijo se sujetará al gobierno universal del Padre. El pasaje recompensará un estudio serio y cuidadoso, puesto que resume la totalidad del propósito de Dios en relación con su reino:
«Porque así como en Adán todos mueren, también en Cristo todos serán vivificados. Pero cada uno en su debido orden: Cristo, las primicias; luego los que son de Cristo, en su venida. Luego el fin, cuando entregue el reino al Dios y Padre, cuando haya suprimido todo dominio, toda autoridad y potencia. Porque preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies. Y el postrer enemigo que será destruido es la muerte. Porque todas las cosas las sujetó debajo de sus pies. Y cuando dice que todas las cosas han sido sujetadas a él, claramente se exceptúa aquel que sujetó a él todas las cosas. Pero luego que todas las cosas le estén sujetas, entonces también el Hijo mismo se sujetará al que le sujetó a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos» (1 Corintios 15:22-28).
Las delicias del tiempo perfecto cuando Dios será «todo en todos» están más allá del alcance de nuestro presente entendimiento; tampoco podemos imaginar las habilidades, sentimientos y oportunidades que se abrirán para todos los que estén unidos eternamente al gran Creador del universo. Acorde con nuestro entendimiento limitado, la Escritura describe este tiempo como la ausencia de las enfermedades presentes, en vez de intentar describir un estado para el cual no tenemos experiencia a la que podamos referirnos, como tampoco palabras adecuadas para describirlo:
«Y oí una gran voz del cielo que decía: He aquí el tabernáculo de Dios con los hombres, y el morará con ellos; y ellos serán su pueblo, y Dios mismo estará con ellos como su Dios. Enjugará Dios toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni habrá más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas pasaron» (Apocalipsis 21:3-4).
Para mí la referencia más impresionante sobre el estado perfecto de cosas después del milenio es la visión última del libro de Apocalipsis. Aquí en el último capítulo de la Biblia se nos presenta un contraste bello y sublime con los primeros capítulos de Génesis. Cientos de años separaron la escritura de estos dos pasajes, y miles de años separaron los sucesos que describen; pero escondidas en los símbolos de las últimas palabras de la Escritura están las circunstancias y sucesos del huerto de Edén una convincente indicación del control que el Autor de la Biblia ejerció sobre los escritores que fueron solamente sus portavoces.
En el huerto original el hombre y la mujer experimentaron compañerismo con su Creador. Había un río fluyendo por el medio y que traía agua dadora de vida, como también había un árbol de vida en el centro de este paraíso original. La placentera tarea de la pareja recién creada era la de cuidar esta fructífera parcela en servicio a su Dios, y ejercer dominio sobre la creación divina. Pero todo esto fue puesto fuera del alcance del hombre a causa de su transgresión. El y su mujer fueron echados del huerto, el árbol con su fruto dador de vida dejó de estar accesible, fueron desterrados de la presencia de Dios y la comunión con él fue rota. Salieron a una tierra que había sido maldita a causa de su pecado. Y así comenzó la larga historia humana de problemas, dolor y muerte.
Por contraste el último cuadro descrito en la Biblia es de un huerto simbólico en el cual todas estas perdidas delicias serán restauradas a los fieles de la humanidad. Será regado por un río de vida, habiendo además un árbol de vida con frutos y hojas curativas. La maldición será removida de la tierra, Dios morará en el huerto y sus redimidos verán su rostro. Estos también serán invitados a servirle y a ejercer dominio sobre la tierra, esta vez para siempre.
Aquí hay un pasaje en toda su deleitosa figuración, en el cual las palabras cursivas enfatizan la unidad de ideas entre Génesis y Apocalipsis, el principio y el fin de la revelación de Dios para el hombre. Todo lo perdido en la expulsión del hombre de Edén es restablecido en mucha mayor medida en el perfecto reino de Dios:
«Después me mostró un río limpio de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero. En medio de la calle de la ciudad, y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol eran para sanidad de las naciones. Y no habrá más maldición; y el trono de Dios y del Cordero estará en ella, y sus siervos le servirán, y verán su rostro, y su nombre estará en sus frentes. No habrá allí más noche; y no tienen necesidad de luz de lámpara, ni de luz del sol, porque Dios el Señor los iluminará; y reinarán por los siglos de los siglos» (Apocalipsis 22:1-5).
Con este cuadro simbólico termina el hilo de oro de la revelación de Dios al hombre. Después de abrirse paso dentro y fuera de las páginas de toda la Biblia, nos ha conducido al fin a la visión del tiempo futuro de perfecta intimidad, gozo puro e inexpresable unidad que existirá eternamente entre el Todopoderoso Creador, su Hijo, y los que se habrán reconciliado con Dios por medio de su Hijo. Entonces la oración de Jesús por los creyentes recibirá su glorioso y completo cumplimiento:
«…para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros… La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí para que sean perfectos en unidad» (Juan 17:21-23).
Fue en anhelo por este estado de absoluta perfección que nuestro amado Salvador puso las siguientes palabras en los labios de cada uno de sus verdaderos seguidores: «Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. VENGA TU REINO, HAGASE TU VOLUNTAD, COMO EN EL CIELO, ASI TAMBIEN EN LA TIERRA». (Mateo 6:9-10)
Espero que nuestro estudio bíblico conjunto en estas páginas haya abierto sus ojos a la verdadera enseñanza bíblica sobre el reino de Dios. Espero que le haya dado el deseo de estudiar la palabra de Dios como algunos de los antiguos quienes examinaban «cada día las Escrituras para ver si estas cosas eran así.» Y también espero que haya despertado en su corazón el deseo de responder al amor de Dios revelado en su Hijo, por quien el reino ha sido hecho posible.
Porque cuando haya producido este efecto, usted podrá pronunciar las palabras finales del Padrenuestro no solamente con entendimiento, sino también con gozosa esperanza de vida eterna:
«PORQUE TUYO ES EL REINO, Y EL PODER, Y LA GLORIA, POR TODOS LOS SIGLOS. AMEN.»
Publicado por la Misión Bíblica Cristadelfiana