21 de Agosto de 2021

Uno de los desafíos de creer en un Dios invisible es el de nunca saber con plena certeza si estamos ‘bien’ con Él. ¿Qué exactamente quiere de nosotros? ¿Lo estamos logrando? Y al evaluar si estamos logrando o no cumplir la voluntad de Dios en nuestras vidas  – ¿Será cuestión de esforzarnos para perfeccionar nuestro entendimiento intelectual de Dios y de sus propósitos, o es de mayor importancia concentrarnos en practicar en forma más constante la piedad con actos de justicia y misericordia, aun si tenemos sólo un entendimieto básico…?

El Señor uno es

Estas inquietudes son parte de la condición humana, propias de personas de consciencia que quieren vivir bien esta vida, y los escritores de la antigüedad lo reconocieron y escribieron al respecto.

Cronológicamente, la carta de Santiago a los seguidores de Cristo dispersos por el mundo romano es una de las primeras que fueron escritas a las nuevas comunidades que comenzaban a crecer y multiplicarse, y tocante a estas preguntas, el líder de la iglesia de Jerusalén afirma categóricamente lo siguiente: “la fe, sin obras, es muerta”.

En otras palabras, si realmente creemos algo, lo llevaremos a la práctica. Nuestras convicciones serán conocidas en nuestros hechos.

Pero más allá de su sentido directo y literal, ésta afirmación es un poderoso resumen de la función y el propósito de la Palabra de Dios en general: el Todopoderoso no preservó 1,000 páginas de texto para responder a nuestras mil y un preguntas, sino que más bien la Biblia es un manual práctico de instrucciones de cómo conducirnos en la vida para evitar la muerte eterna. En otras palabras, si la “fe” sin obras es muerta, esto implica que toda “creencia” bíblica conlleva acciones concretas relacionadas con ella. 

Consideremos un ejemplo: durante su ministerio, las personas que odiaban a Jesús constantemente le hacían preguntas con la única intención de hacerle tropezar en público para que las multitudes se volvieran contra él. En uno de estos momentos un experto en las leyes judías se le acercó para preguntarle cual de todos los mandamientos era el más importante. Aunque su intención era simplemente causarle problemas, la respuesta de Jesús es de utilidad eterna.

Jesús le respondió, no con uno de los Diez Mandamientos, como tal vez esperaban, sino con Deuteronomio: “Oye Israel, el Señor nuestro Dios, el Señor uno es.”

Como lectores de estas palabras ¿Qué hacemos con ellas? Pues Jesús no parece haber respondido a la pregunta recetando un mandamiento, sino que responde con una ‘doctrina’. Y si aceptamos que esta enseñanza o doctrina es en efecto el mandamiento más importante de todos  ¿Qué hacemos al respecto…? ¿Esta creencia, o doctrina, o “fe” – qué hechos demanda de mí?

La respuesta la hallamos en las palabras de Pablo a la comunidad cristiana de la ciudad de Éfeso. La primera sección del capítulo 4 culmina con el himno: “un cuerpo, un espíritu, una esperanza, un Señor, una fe, un bautismo, un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, y por todos, y en todos”. Pablo expresa la unidad que nuestro mundo tan desesperadamente necesita. 

Pero, ¿Cómo lograrla..? Pues como dice allí mismo: como personas dignas de esta gloriosa aspiración, conduciéndonos “con toda humildad y mansedumbre, con paciencia solícitos en guardar la unidad….”.

Si crees en tu corazón que Dios es uno, y que nuestro más alta vocación es el de reflejar esta unidad en todos los aspectos de nuestra vida ¿son estas palabras una descripción de tu conducta? ¿En tu comportamiento con tu familia, tus padres, hijos y hermanos? ¿En tu matrimonio? ¿Describen estas palabras tu conducta con tus amistades y tus enemigos? ¿En tu trabajo y tu vecindario? ¿Cuándo estás en el supermercado o vas en el autobús? ¿Y en tu iglesia? 

Vivimos en un mundo destrozado por divisiones abrumadoras – violencia familiar, racismo, conflicto entre las clases sociales, entre los sexos, entre comunidades de todo tipo… En fin, en casi todas las esferas que definen nuestra identidad nos vemos constantemente rodeados de agresiones, divisiones y conflicto.

Los que creemos haber sido todos universalmente creados a imagen y semejanza de Dios, y que nuestra condición más fundamental es la hermandad delante de el único Dios ¿fomentamos la unidad en todos los aspectos de nuestras vidas con humildad, mansedumbre, y paciencia?